32
▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂
"Every time I close my eyes, it's like a dark paradise
No one compares to you
I'm scared that you won't be waiting on the other side"
▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂
He recolectado momentos, instantes a lo largo de mi vida que logran encarnar en la extraña, casi ajena sensación de un déjà vu. A veces furtivos, a esos les otorgo la culpa de lo familiar, lo cotidiano de cruzar la misma calle cada mañana, una conversación, cuando suena el estribillo de una canción.
También sobrellevé la pérdida repentina de alguien querido, estuve al borde de la mía, el par de cicatrices prendidas a mi piel son recuerdo perenne, y sufrí la dolorosa distancia entre mi corazón y sus deseos.
Pero nunca padecí la hecatombe que desencadena un vil hurto, una cruel injusticia, la manifestación de lo sádico y la descomposición humana tan cerca de mí, como una enredadera de espinas creciendo, esparciéndose bajo mi piel, invadiendo confines, recovecos, llenando vacíos, anudándose alrededor de mi corazón.
Jamás me enfrenté al lacerante y maldito dolor de saber que aquello que amas con el alma entera jamás volverá, porque te lo arrebataron por siempre.
La muerte aún siendo una promesa inamovible, es un concepto abstracto, ambiguo, un concepto llamativo en ciertas culturas, una ceremonia de iniciación en unas, el ceso definitivo en otras. A mis ojos, no es más que un grotesco recordatorio de que no importa que tanto adores y te ocupes de tu jardín repleto de flores, un día perecerá, no quedarán más que hojas marchitas y polvo al viento.
Un jardín de sepulturas, lápidas con nombres conocidos gravados.
Cinco de julio, el verano desplazó la primavera días, semanas atrás, pero nada puede tener color ni un poco de calor, cuando se conoce lo que es la vida sin Lulú, después de enamorarte de ella.
Mi corazón palpita a destiempo, muy lento, contundente, explotando de dolencia los nervios en mi cabeza. Siento mis ojos hinchados e irritados, la consecuencia de las horas sin dormir engrosan mis párpados, me pesan kilos, pero permanecer sobre una cama con los ojos cerrados no se siente apropiado cuando el mundo se viene abajo.
—Una sobredosis de medicamentos...—la voz salpicada de prudencia y ofuscación de Ulrich termina el denso silencio.
Presiono mis manos en medio de mis muslos, tratando de concentrarme en el aroma de Eros y no en el intenso olor del ambientador y cloroformo de este hueco de papeles, carpetas y desorden en una esquina apartada dentro del recinto, a unos metros de la helada morgue.
Afuera el sol puede resplandecer y manchar de múltiples colores el paraje de concreto, pero aquí dentro, el frío es inherente de los pasillos, los rincones, los rostros.
—Una brebaje de calmantes y esteroides anabólicos—afirma el perito, sobrio—. Una concentración letal, su corazón no soportó el impacto, el cese de pálpito ocurrió casi de inmediato.
Mi garganta se aprieta, pero las lágrimas no se acumulan, estoy desierta de ellas.
—Lulú no consumía nada de esa porquería, mucho menos en dosis tan altas—increpa Eros, presionando sus manos en mis hombros, transmitiéndome una pizca de su templanza.
—¿Está usted seguro?
—Completamente—replica Helsen, uno de los cuatro hombres de pie a mi espalda, erguidos como torres.
La nariz del sujeto se remueve en desacuerdo.
—Esperaba estos niveles hormonales exagerados, noté una hinchazón anormal en sus ovarios, sin embargo, ninguna de estas drogas corresponde con algún tratamiento de fertilidad.
—¿De qué demonios habla?—escupe Ulrich, le siento acercarse al escritorio, sus pasos hacen eco dentro del cuadro gris—. Lulú no se sometía a ningún tratamiento de esa naturaleza, ¿su título lo encontró en una caja de leche? ¿Cómo es posible que nos vomite con tanta quietud estas jodidas fallas? Ella...
—Lo hizo—le interrumpo, sonando como un animal herido—. Hace alrededor de dos semanas congeló una reserva de óvulos.
—¿Cómo que una reserva de óvulos?—la molestia acentuando el gruñido de Ulrich.
—¿Para qué carajos Lulú haría eso?—la mirada de Eros me traspasa la nuca, lo puedo intuir.
Niego, tanteando mis clavículas, el peso del dolor amenaza con quebrarlas, echarlas abajo.
—No eran para ella—me escucho murmurar—. Son para Hunter.
—Son para mí.
La intercepción de Helsen me agolpa la sangre helada en los tobillos. Giro de pronto, el retumbar ansioso y expectante de mi corazón ensordeciendo los ruidos de ambiente.
Los ojos rodeados de surcos oscuros, hondos y vacíos como pozos profundos de Helsen se posan en los míos. Me pregunto si me veo así de hueca y desgastada como él.
—No, Lulú me hizo firmar una copropiedad—declaro firme—. Ella me dijo que esos óvulos están destinados para Hunter, le daría la noticia en su cumpleaños, su nombre nunca apareció en la conversación.
—¿Tú le pediste que lo hiciera?—la mirada de Ulrich se colma de dicterios—. ¿Esa es la razón de tu empeño con ella?
—Eso era lo que querías, por supuesto, aprovecharte de ella—brama Eros, mis vellos se erizan cuando la tensión se eleva en un peligroso segundo, la hilera de nudos prensado en mi estómago se retuercen con maldad al ver el amago de Helsen de tomar a Eros por el cuello de su camisa.
Por instinto me apuro a tomar el brazo de Eros.
—Ya basta—digo crispada, con los dientes apretados—. No es el lugar ni el momento, muestren respeto.
Mis dedos contactan con las venas prominentes de sus brazos a través de la tela gruesa de su suéter. Eros le hinca la mirada a su tío como lanzas, dispuesto a sacarle lo que sabe con la infame ayuda de un par de golpes de sus nudillos prensados.
Afirmo mi agarre una vez y otra más, pulsando intermitente. Mis emociones desgastadas descienden la montaña que escalaron cuando retrocede tres pasos y atisbo el relieve de la vena de su frente, latente.
Sé que le cuesta contenerse, el resplandor de su mirada se desvaneció y su postura distante de su garbo usual reflejan el hervidero que lleva por dentro.
Le cuesta contenerse de todo, de descargarse a los golpes con Helsen, de actuar sin medir consecuencias, de demostrar lo que siente sin esa armadura que se obliga a levantar por sostener mi derrumbe, pero yo todavía sigo de pie, tambaleante, pero de pie.
Helsen extrae de su saco un pedazo de papel, lo levanta con soberbia, una oleada de sobrecogimiento me escurre por la columna al notar su mirada desenfocada de ira y dolor.
—Lo supe cuando me entregó esta carta hace una semana—dice, severo—. Aquí especifica que son para mí, su último regalo, para mí.
La brusca seguridad de su afirmación me roba el ápice de balance que me sostenía. Libero el brazo de Eros, ajustando mis dedos al respaldo de la silla.
—Son para Hunter, ella me lo dijo, ella...
—Ella aplazó su cirugía porque se sometería a una segunda extracción, debió decírtelo, ¿no es verdad?—su mirada voraz me traspasa el cráneo—. Esa estaba destinada a Hunter, pero esta es mía, lo dice aquí, tengo su firma, su última voluntad.
Los brazos me tiemblan de cólera, frustración, un respiro corto se escapa de mi boca, no me permito claudicar ante la expresión altanera de Helsen.
—Señor, como dije, no es el momento ni el lugar para discutir un tema que se revuelve en una única audiencia con un juez—espeto, retirando la vista de su semblante endurecido.
—Esto lo resolveremos después—interfiere Ulrich, golpeando a mano abierta el escritorio—. Explíqueme, hombre, ¿cómo es que no puede dar con una respuesta certera y concluyente? ¡¿Cómo se atreve a tirarme estos resultados a la cara y tener la gallardía de asegurar que no encuentra ni un maldito pinchazo?! ¡¿Qué es esto?! ¡¿Un chiste?! ¡¿Un circo mal montado?!
—Señor, le pido que se calme, mi equipo y yo examinamos minuciosamente cada...
—¡Pues su equipo y usted no son más que una pila de imbéciles! ¡Esa niña estaba sana! ¡Ni siquiera le gustaba la marihuana, por un carajo! ¡¿Y se atreve a decirme que se inyectó mágicamente una sobredosis de calmantes?!
Reprimo la necesidad de cubrirme los oídos, cada grito de Ulrich se replica en mi cabeza con el recuerdo de los horrísonos de Hera, arrodillada en el piso tratando, lastimando su rostro contorsionado de dolor con el filo de sus uñas.
—Ulrich, por favor, los gritos no traen soluciones—Andrea trata de refrenar a Ulrich, pero los papeles y lapiceros ya yacen desperdigados por el piso.
—Hable, dame tú las soluciones—exige, terminante y obtuso, despidiendo improperios por la mirada.
—Una segunda opinión—sugiere el abogado, con tono quejumbroso—. Una segunda necropsia, ¿quién es el familiar legal más cercano?
—Su padre, Pedro Fernandes—menciona Eros—. Vive en California.
—Tiene que estar aquí esta misma noche—sentencia Andrea—. Se necesita su firma para solicitar el procedimiento, no podemos seguir retrasando la detención.
Necropsia. Una segunda necropsia.
El término me genera las náuseas más densas y pútridas que alguna vez experimenté. Me encorvo hacia adelante, percibiendo una seria de escalofríos delineando mi columna como el filo de un trozo de hielo, abriendo mi piel, exponiendo mis huesos.
Una necropsia. Manos desconocidas escarbando, examinando, escrutando. Otra vez. No le hubiese gustado, jamás lo hubiese permitido.
El nudo hecho de agujas reaparece, a cada respiro mi garganta se aprieta más y más en torno a las puntas filosas, escaldando mi piel.
—Más desconocidos—gimoteo, la mano de Eros vuela a mi nuca y se desliza a la curva de mi hombro, donde provee dos ligeros toques, como una orden.
Respira. Respira conmigo.
—Busca a la mujer más eficiente en su trabajo, no la mejor, no las que tenga una pared llena de condecoraciones, quiero la que verdaderamente sepa cómo tratar estos casos—demanda Ulrich, atestando un terminando puñetazo a la mesa—. La quiero aquí a más tardar cuando el sol se ponga, no más.
—Estoy en eso, pero necesito por el amor a Dios que pienses antes de actuar—le tranquiliza Andrea. Un sobresalto me gana cuando su mano pesada me toca el hombro libre—. Ve a casa, hija, Hera te necesita con ella y tú la necesitas a ella, por ahora no hay nada que hacer aquí.
Hera. Hunter. La pila de mensajes y llamadas sin contestar, el viaje aplazado, la casa fría, una habitación de paredes púrpuras vacía, un millón de preguntas para una respuesta inconclusa.
No quiero ir a casa, no se siente como casa, se siente como el preludio de lo que es, un funeral.
Caigo en cuenta que mis ojos se hallan escondidos tras una capa de lágrimas sin derramar cuando busco aliento y un tajo de seguridad y conforto en la mirada de Eros.
—Pero no la dejarán sola.
La tibieza de su mano me cubre con ternura y pasibilidad infinita el mentón.
—Nunca lo está, ve con Francis, iré en un rato—promete.
Mi corazón se comprime, tomando de soporto la mano que me ofrece, me pongo de pie con esfuerzo, imposibilitada de enderezar la postura.
Eros desprende un beso en mi cabeza, la soledad me lastima cuando su mano me suelta.
—Que sea pronto—susurro aprensiva.
Un segundo beso suave y preciso corona mi cabeza.
—Ni siquiera permitiré que notes mi ausencia.
Sus ojos es lo último que miro antes de abandonar el sitio, hueca, perdida, sin sentido.
...
Es extraño. Caminar entre los límites de la habitación de Lulú es extraño.
Todo sigue tal y como lo dejó, como si dentro de estas paredes el tiempo se encapsuló en el mero segundo que la puerta se cerró tras de ella la última vez que se despidió.
Siento que invadimos suelo sagrado, que ensuciamos el espectro de su ausencia con nuestra presencia.
Miro el denso, ancho bosque sin atreverme a pisar el balcón, la vista me haría vomitar en cualquier momento, las náuseas no desparecen. El sol parece sobrevolar la copa de los árboles, llena de luz la habitación repleta de color. Mi corazón se comprime al atisbar la huella de sus dedos impresas en el cristal, la imagen de ella echando la ventada a un lado para permitir el paso de la luz y su tibieza colapsa mi pecho de aflicción.
¿Cómo puede el mundo seguir andando como si nada hubiese ocurrido? ¿Cómo puede ser el tiempo tan cruel y nefasto en permitir tal indolencia?
La ira se cuela en mi sistema, me recorre, ígnea y espesa, como el llanto de un volcán. Todos son unos malditos desgraciados, unos bichos rastreros de la más baja calaña. ¿Por qué a nadie le produce impacto este robo tan siniestro y ruin?
Porque es un caso más a la lista que crece cada día más. La primicia deja de serlo cuando se vuelve rutina.
¿Una muchacha asesinada? Qué les importa, métanla a un cajón, lancen tierra sobre ella y a esperar la siguiente.
—¿Tú crees que prefiera este o este?—Hera se acerca a mi posición, levantando dos vestidos sobre su cabeza—. Este lo usaría en la boda de Irina y Christine, este en su cumpleaños, ¿sabes por qué eligió este color?
Me coloco frente a ella y ojeo con disimulo a su espalda, reposando en la orilla de la cama a Hunter y el fantasma de la inexpresividad ocupando sus facciones.
Al volver de la morgue Hera me recibió con una taza de té, una porción del último pastel que Lulú horneó con ella para partir en el vuelo y una mueca con una cara pretensión de sonrisa.
Estaba allí, de pie, modelando una fachada de obtusa normalidad y las lesiones de la noche anterior. Un ajeno podría afirmar que hurtó la energía vital de Hunter, siguiéndola de cerca al rincón que sea como su sombra, un alma pagando penitencia.
En mi cabeza la pérfida idea de que no recibiré un abrazo cálido, unas palabras certeras o el sonido de su risa no encaja por completo, soy incapaz de reconocerlo, va en contra de mi bienestar hacerlo.
Hera por su parte, se ha negado terminante y concluyente a siquiera sopesarlo.
Mi mecanismo de defensa es pensar en las soluciones que Lulú hubiese querido, ¿justicia legal? ¿Qué ese demonio jamás tuviese la oportunidad de volver a abusar de nadie más?
'Estoy lista, para la denuncia' Su voz apacible hace eco en mi mente y un espasmo de dolor me doblega.
Ese es era su camino, es el mío. El camino correcto.
Hera, mi preciosa e inquebrantable Hera, no lo soportó. Su mente cerró entradas y salidas, vías libres y senderos intrincados. No existe posibilidad, caminos correctos ni equívocos. Como un ciego y fiel creyente, no acepta la verdad de nadie más que la suya, la que dicta su corazón.
Lulú permanece en una clínica esperando ingresar al quirófano. A veces está de viaje a Brasil. Otras, decidió visitar a su padre. En una hora cambiará de locación.
Carraspeo, despejando el bulto con injertos de puntas filosas atorado en la garganta.
—¿Por sus ojos?
Ella resopla una risa.
—No, tonta—me un golpecito en el hombro con un gancho y procede a mostrarme el collar, el regalo de Helsen, colgando de su mano—. Porque es el mismo tono de las alas de esta mariposa, ¿no fuiste tú quien eligió este collar?
La respuesta pesa como un cargamento de recuerdos en mi lengua.
—Sí, apenas entré en la tienda lo vi, relucía junto a la gargantilla que me regalaste—mi voz pierde volumen—. No opacaban al resto, lo recuerdo, brillaban con ellos.
Su mirada dura e inexpresiva no reacciona cuando me muevo un paso al costado y la luz le arropa el rostro. Nada. No ocurre nada. Hera no solía demostrar lo que sentía en el azul de su mirada, pero nunca había contemplando sus ojos tan desprovistos de su propia existencia.
Inspira, se da la vuelta y deja las prendas sobre la cama.
Reconozco lo que hace, debajo de ese disfraz impávido, ella comprende lo que ocurre, pero la palabra es decreto y decirlo, escucharlo, es volver a vivirlo.
Se va de viaje, dijo. Es cierto, un boleto de ida, no de regreso. ¿Qué vestido querrá? Pregunta. Hera elige el vestido de sepultura.
—Hunter, ¿puedes alcanzarme ese gorro?—pide, apuntando a la cima del clóset antes de abrir los cajones que ya había esculcado para sacer otro par de calcetines—. Pensó que lo había perdido en París, es su favorito, le cubre las orejas del frío, recuerdo que saltó y gritó de la alegría cuando lo encontró en el fondo de la maleta, ¿creen que debería incluir un par de calcetines más? ¿O cuatro son suficientes? ¿Creen qué...?
—Siéntate conmigo.
La demanda de Hunter aterriza en el centro de la recámara como un inmenso bloque de concreto. Seco y contundente.
Le miro directo a los ojos y una avalancha de dolor me abarca hasta la última célula. Cruda e incisiva. ¿Qué puedo decirle a alguien que como yo, siente que ha perdido un pedazo de vida? Palabras y vocabulario hay para despilfarro, que alcancen a rozar una caricia en su dolor, ninguna. Nunca la habrá.
—No puedo, Lulú está esperando la maleta—contradice Hera, con dejo de enojo—. Guardaré su diario, quizá quiera escribir sobre su día, siempre lo hace, nunca le gustó desbordarse en las notas del celular, dice que la tecnología quita sentimentalismo, así que...
—Hera—Hunter repite el nombre como una sentencia—. Siéntate con nosotros. Ahora.
Finalmente, el rostro pálido de Hera muestra un sano quiebre, el fluir de las emociones se reverberan en su mirada, ira, desconsuelo, pesadumbre, aflicción. Sus ojos se convierten en una tétrica pasarela de sentimientos.
—¡Ustedes no entienden! ¡Se quedan ahí mirándome como si estuviese enferma y loca! ¡Ustedes son los que perdieron la cabeza! ¡Se dejaron convencer por unas estúpidas palabras! Papá es un manipulador innato, ¡mamá lo sabe! ¡Todos lo sabemos!—clama, grita, el dolor agudizando su voz—. Escuchen, Lulú no está muerta, papá la envió lejos porque le repugna la idea de que este con Helsen, eso es lo que pasa.
Mis entrañas se retuercen de dolor, víctimas del desespero adosado a su declaración.
Hera continúa llenando la maleta, la misma que vació un rato atrás. Empujo las prendas, las apretuja con hosquedad, sus nudillos se pintan de rojo debido al roce brutal con las distintas texturas.
Permanezco quieta, con mis pies entumecidos y las cuerdas vocales encadenadas entre sí, observando vigilante y alerta la manera hostil de Hunter al arrebatarle una camisa de las manos.
—Deja eso, basta, me estás...
—¡Si no me vas ayudar quítate!
Ella trata de empujarlo lejos, roja de cólera, pero no consigue moverlo un paso.
—¡Para por favor! ¡Mierda, Hera! ¡No eres la única con un hueco en el corazón!—grita Hunter, no hay rastro de la habitual dulzura de su entonación—. Te adoro, te amo con mi vida, pero esta vez no puedo servirte de ancla, no puedo darte mi brazo, ¡yo necesito del tuyo también! ¡Joder! ¡Lulú está...!
—¡Cállate! ¡Cállate! ¡No te atrevas a decirlo! ¡No lo hagas!
—¡Está muerta! ¡No va a volver! ¡No necesita esto! ¡Ni esto! ¡Nos necesita cuerdos y centrados!—un par de lágrimas brotan de sus ojos, corren rápido hasta perderse bajo su mentón—. Por favor, Hera, siéntate conmigo, llora conmigo, la realidad es una basura, pero tu mundo de fantasía no alivia, me extiende la pena.
Un dolor punzante en el pecho cierra las vías, no me permite respirar, el escaso aire invadiendo mis pulmones quema, me lastima.
—No es verdad, no es verdad, no es verdad...—Hera se toma el cabello en dos tensos puños, Hunter trata de hacerla ceder, de evitar que vuelva a dañarse...
Pero ella se aleja pisando fuerte, marcando la suela en el piso. Recoge la prenda que Hunter le quitó y la mete en la maleta, susurrando incoherencias, groserías, maldiciones, no lo sé, la realidad me impacta de nueva cuenta y los sucesos de la noche anterior, la gente agolpada alrededor de su cuerpo inerte me descompensa.
Mi barbilla tiembla, las paredes se acercan con macabra cautela.
—Hera...—murmuro, pero decaigo, un sollozo me apuñala la voz.
Ella retrocede, nos mira como si empuñáramos el puñal que le clavamos en la espalda, como unos viles traidores.
—¿Se están escuchando? Lulú no nos puede dejar, no me puede dejar, no es posible, ella se fue de viaje y va a regresar, yo lo sé y estará muy decepcionada de ustedes porque no la esperaron—gimotea, sus ojos lucen dolidos, desenfocados—. Ustedes no la esperan, pero yo sí, yo siempre la voy a esperar, ¡por qué nadie la quería como lo hago yo!
Se encierra en el baño dando un portazo, pronto sus sollozos traspasan la madera y me incrusta las astillas en el corazón.
Vuelve, por favor.
...
—La conclusión de Valley menciona una pérdida de consciencia debido a la aspiración de cloroformo, halló tres punzadas de inyecciones en el orificio de la nariz, su corazón no resistió las dosis—la estoica voz de Andrea me extrae de mi adormecimiento post medicinas—. La necropsia se tipificó como homicidio, ese hombre sabía lo que hacía, Ulrich, ¿tienes idea la nula probabilidad de que examinen los orificios de la nariz?
Andrea chasquea la lengua y procede a beber lo último del trago de whiskey.
»El fiscal Arturo Visconti tomó el caso, lo conozco desde hace más de una década, es bueno en lo que hace.
—No me sirve que sea bueno, necesito el mejor—espeta Ulrich, rellenando el vaso de licor—. Aclárame cuando carajos irán por él, ¿o tenemos que esperar que la fila de asnos del departamento de justicia terminen de rascarse el culo? El tiempo no va a detenerse y seguimos sin respuesta respuestas, maldita sea.
La humarada despedida de los labios de Eros y Ulrich se adhiere a mis pulmones como un ungüento pastoso y negro, debilitando cada respiro que intento tomar.
Puedo subir a la recámara, la cueva de descanso y escondite del mundo, de las circunstancias, de todo, pero perderme un hecho, cualquier noticia o detalle me prohíbe moverme de aquí.
Han pasado veinticuatro horas exactas desde esa dantesca escena en la feria, los medios especulan, las teorías tétricas sobre la familia resurgen, las conspiraciones toman fuerza, la invasión se convierte en amenaza.
No he conversado con nadie fuera de esta casa, no puedo levantar el celular y navegar en el historial de mensajes y llamadas sin contestar, solo pensar en rendir declaraciones inconexas porque no tengo respuesta concreta, me produce una fatiga que promete fundirme en la silla.
De no ser por Sonia y Dalila, mujeres que levantan murallas entre este lado de la situación y el público, no estuviese enterada del movimiento rastrero de Henry en denunciar por hostigamiento y acoso a quien sea que lleve el apellido Tiedemann, alegando las fotos que ha tomado de los hombres de seguridad rondando su residencia, temiendo que tome su maleta y se escape.
Ha salido en televisión nacional, acusando y advirtiendo que, en caso de que algo le ocurra a él o a su asquerosa familia, Ulrich, Helsen, Eros y Hera Tiedamnn serían los culpables, mencionando con gran fervor que poseen el dinero y las influencias para acabar con su carrera, que no existen registros en su contra, que no pueden existir pruebas y sí las hay, las han fabricado ellos.
En su mente se coronó una victoria, claro, un paso adelante debió decirse frente a su horripílate espejo, puede que resulte efectivo, en palabras de Dalila, levantó una marea de rumores y cuestiones del pasado escabroso de Ulrich de las que apenas me voy enterando y las que creo verídicas, pero en este momento no me importan tanto.
Pero a mí me parece que ese movimiento no es una defensa, es un ataque. Como cuando percibes una amenaza acechando y actúas por instinto de supervivencia, impulsado por el miedo.
—La investigación continúa en proceso, necesitan una sola prueba que lo incrimine, se está localizando la red del celular de Henry, del niño, Luciano...
—¿Si quiera estuvo Luciano en la feria?—inquiere Eros, sus palabras adustas, estrictas—. ¿Los detectives conversaron con él?
Andrea niega despacio, la somnolencia ganando terreno en su postura encorvada.
—Tú sabes que no, es un menor de edad, su madre no lo permite.
Mi estómago se revuelve al recordar el descuidado estado físico de esa mujer. Se perdió a sí misma en las manos del asesino de su hija.
—Esa mujer necesita ser interrogada exhaustivamente también—digo, mi tono rasposo como lija.
—Ha sido lo primero que han hecho, hija, Silvia Souza de Spitter no sale de su residencia más que para llevar y buscar a su hijo del colegio—contesta Andrea, cansado—. Esperamos resultado de las antenas de la red celular para confirmar su coartada, sin embargo, los investigadores dieron con un testigo que afirma haber visto a dos hombres cerca de la estación de gas que Henry mencionó en la denuncia por robo.
»Cuchicheaban entre ellos, uno le entregó una bolsa a otro, no le tomó importancia al inicio, la zona es recurrente entre los maleantes pero llamó su atención que uno se tocaba el torso, tenía la mano sucia de sangre. Esperemos que pueda reconocerlos.
Levanto el rostro, mis latidos retumbando en una melodía disonante.
—Es decir, que Henry no actuó solo.
—Al parecer no—Andrea me observa con precaución, raras veces lo ha hecho, usualmente sus ojos se colman de la admiración recíproca entre los dos—. Confía en Visconti, sabe lo que hace.
Aunque sus palabras se levantan firmes y consistentes, alivio jamás me alcanza.
Luego de varios intentos de Eros por hacerme tragar los contados bocados de la cena que me supo a nada, tuve una corta conversación con mamá y Agnes en la que Hera tajante se negó a participar.
Ahora que tenemos el resultado de esa cirugía a Lulú, las preparaciones para el funeral dieron inicio y la urgencia por conseguir una manera de ir atrás en el tiempo se intensificó a un jodido grado enfermizo.
Lo pocos mordiscos que conseguí tragar lo vomité en el retrete, pese a escupir penurias y regurgitar trozos de ira hasta convertirme en un saco de huesos trémulos, aquel vacío solo sirvió para saturarme de más y más lacerante dolor.
Se fue, me dejó, me la quitaron, su ausencia no se llena con nada más que pena, cólera y un desmedido desconsuelo.
Eros sube el par de sus calcetines por mis pies embadurnados de la crema que esparció por mi piel. El silencio se vuelve nuestro confidente, lo ha sido casi siempre, nos comprendemos a través de miradas tácitas, nos leemos el uno al otro, somos partidarios de lo implícito.
Levanta las pesadas cobijas y me cubre con ellas cuando me encuentro y aferro al calor de su piel tersa, en un acto desesperado por sentirlo vivo, conmigo, sostengo la respiración para sentir sus latidos bajo la palma de mi mano.
No lo vuelvo más sencillo, no merma el inmenso vacío en mi pecho, no revive lo muerto y putrefacto que llevo dentro, pero me abriga con su cálido consuelo, desvanece el frío a cada pulso de su corazón.
Las penumbras nos engullen de un bocado cuando apaga la débil luz de la lámpara.
—Recuerdas todo lo que te he dicho, ¿no es verdad?
No cesa el pausado ir y venir cauteloso de su mano a través de mi espalda.
—Absolutamente todo.
Me presiono aún más contra su costado, necesitada del tibio contacto.
—¿Recuerdas lo que te dije esa noche en el night club?—musito, temiendo que alguien más pueda oírme—. Antes de que rasgaras tu firma del papel.
Su pulso decae bajo mi mano.
—No podías perder a nadie más, porque perderías la cabeza.
Asiento, subiendo una pierna a su estómago, lo tomo como un salvavidas y su mano enseguida cubre mi rodilla, deshaciendo el centímetro restante entre los dos.
—Pero no pasa, tengo la cabeza enterrada en medio de los hombros, firme, inamovible—murmuro, tragando para disminuir el picor del llanto—. Hasta no verlo hundido en prisión, tragado por las fauces del corredor de la muerte, sabiendo que pasará años sin saber cuándo le tocará, que se pregunte si ese día o el que sigue.
Algo en mi interior termina por romperse cuando escucho el sonido de mi sollozo inundar la recámara. Escondo la cara en su cuello, colmándome de su aroma, de su reparadora y viva presencia.
»Cuando eso pase, entonces mi cabeza va a rodar y no creo poder recuperarla nunca más.
Mi llanto cede a raudal, mojando mis mejillas, empapando su cuello, la almohada. Percibo su corazón latir a desenfreno y sus manos presionarme contra sí, uniéndonos como un todo que fue cruelmente dividido, se incorpora de costado cerniéndose un poco sobre mí, postrando su peso sobre el codo y pronto una lluvia de besos me acaricia el rostro.
Besa mis párpados, la punta de mi nariz, mis mejillas, mentón y labios, como sellos de cariño y el más puro afecto, inflando mi corazón de un sentimiento sobrecogedor al reconocerlo de nuevo aquí, conmigo.
Debe sentir lo mismo, por Dios, sus besos se sienten como pactos de permanencia y los tomo, los acepto, todos y cada uno de ellos.
—Eres una mujer fuerte, Sol Herrera, tus huesos están hechos de hierro, tienes la piel de acero y un corazón de oro, el oro más puro que este mundo putrefacto pueda alguna vez tener el placer de admirar—sentencia, su voz inflexible, conteniendo toda la certeza del mundo en su acento grueso—. Te lo dije una vez, no puedo asegurarte una vida libre de infortunios, el futuro es incierto, te estaría mintiendo y te juré jamás volver hacerlo, como te juro por mi vida que haré lo que esté en mis manos, estas, que te pertenecen como el resto de pedazos que me componen, que abocaré el resto de mis días a evitar que vuelvas a poner a prueba la resistencia de tu piel.
Mi corazón tiembla, viva de complacencia y pavor en igualdad de condiciones. Sus pulgares barren con suavidad mis lágrimas y sus besos necesarios remarcan la senda húmeda que dejaron.
»Te amo, te adoro, te admiro, venero, deseo y reitero que puedes con esto, no solo por ti, por mi, puedes por ella, por Lulú, porque te recuerdo que las veces que ella, la resiliencia hecha mujer, necesitaba una inspiración, conversaba con largas horas con Hera y observaba tu retrato.
Quiero responderle que sí, que gracias, que lo amo y agradezco que esté conmigo, pero sus brazos firmes, férreos a mi alrededor me estrechan contra sí, me confirman que él lo sabe, lo sabe muy bien porque siente lo mismo de mí.
El letargo nos aprehende poco después, duermo con el ambivalente sentir de contemplar la vida tan efímero como eterna a la misma vez.
...
Una lluvia con sol. Es extraño seguir el descenso de las gotas en el cristal de la ventana y sentir los rayos de luz natural en la piel.
Después de seis días de manso calor, una llovizna cubre los límites del cementerio de green-wood, una localidad majestuosa y melancólica en Brooklyn. Dentro de este inmenso prado de lápidas y ángeles de mármol, se conserva una parte del corazón neogótico de la ciudad. Un lugar de reposo, donde los pájaros cantan y los árboles tienen historias talladas en el trono, hace años cuando caminaba entre las tumbas, las vi, las letras de inscritas en la madera.
En ese momento el pensamiento intrusivo de que volvería me carcomió la cabeza ese día, aquí estoy, vislumbrando desde esta recámara privada el pedazo de terreno hueco donde se alzará la cripta donde Lulú descansará.
Tirones me acalambran el estómago de pensar que tendré que darle la espalda para volver a casa, las náuseas regresan cuando recuerdo que se quedará aquí, en este sitio plagado de desconocidos.
La lluvia sigue cayendo, afuera, en la capilla, los presentes se resguardan de la garúa, esperando el ingreso del féretro. No me he topado con nadie, no he intercambiado palabra más que con las chicas, Hera y Hunter demasiado conmocionados para dar un discurso frente a la multitud, yo, sin encontrar las palabras adecuadas, permití que las Christine, Irina y Agnes se encarguen de eso.
Me siento plana, estructurada por nada más que las necesidades básicas y una pizca de raciocinio cuando el nombre del demonio se estrella en la conversación.
Pero a ella, a Lulú, la hermosa muchacha de semblante pálido ataviada en el vestido verde de seda, durmiendo un sueño profundo dentro del ataúd blanco de detalles dorados, ¡de oro, oro puro! Exigió Ulrich a bocajarro, a ella no concibo manera de dirigirme, no puedo, un aluvión de vergüenza, pena y remordimiento me hacen hincarme los dientes en la lengua.
El aroma de las flores de lavanda alrededor de Lulú disimulan el olor a producto químico y barniz disperso en el aire. Luce como un hada del bosque, reposando entre sábanas de seda del color de las perlas y el verde del vestido contrastando bellamente con el tono violáceo de la planta.
Una imagen divina, angelical, que no se debe tocar. Lo recitó Romeo en la tumba de Julieta, ni la muerte tuvo poder sobre su belleza.
Hera detiene la melodía que tarareaba, cierra el la paleta de sombras y toma la toalla húmeda que Hunter le extiende para limpiarse los restos de maquillaje de los dedos.
Da un paso atrás, mi corazón magullado se retuerce de miseria, su mirada es la manifestación física de mi sentir vano.
Nada, una mirada vacua, una institución deshabitada.
Se sacude las manos y las enlaza delante de su abdomen, contemplando la nostálgica escena, como un cuadro representativo de Ofelia, rodeada de naturaleza, colores, añoranza. Una belleza perpetua.
—Púrpura, tu color favorito—menciona Hera, tocando con delicadeza su ceja—. Un vestido verde, como tus ojos bonitos—roza su párpado—. Uñas carmesí, como las mías, como las de Sol—reposa la mano encima del colgante—. Una mariposa, encima de tu corazón, donde reposa tu amor.
Reacomoda las flores y quita una nueva arruga del vestido. El ardor del llanto acumulado quema la vía a mis ojos.
—Jäger te envía esta manta impregnada de su aroma y unas polaroids de mi último cumpleaños—menciona, acomodando la tela doblada bajo su brazo—. Ellos te van alejar de mí, ellos dicen que no vas a volver, pero también sé que me llamo Hera, que tengo un hijo de tres meses de edad y que esto no es más que una pesadilla, que no es real.
»Las mariposas se toman su tiempo en completar cada ciclo, esto no es más que una etapa más en tu metamorfosis. Tómate tu tiempo, te espero en casa con mi hijo en brazos y un puesto vacío al lado, pero no te tardes mucho, Jäger crece todos los días, pronto no querrá reposar en mis brazos.
Se levanta sobre sus puntillas y abandona un beso final en la frente de Lulú.
Pronto mira a Hunter, erguido como un guardián cerca del féretro, vagando con el mismo semblante desierto de Hera, mío.
—¿Salimos?
Me aferro al brazo de Hera, ella al de Hunter, enlazados abandonamos la habitación.
Afuera nos topamos con sollozos, un río de gimoteos, palabras de consuelo que jamás alcanzan su cometido, caras descompuestas, apretones con sentido, sin sentimiento. El reencuentro con el mundo se siente como una burda traición.
Mi madre a mi costado, Eros al otro, siento que el piso se sacude bajo mis pies cuando ingresamos a la sala de velado y el féretro espera en el centra a la vista de un Dios crucificado, flores, globos y más flores. Un jardín de todos los colores, iluminado por el sol resplandeciendo en el cielo despejado.
La lluvia se detuvo y el tiempo transcurrió entre plegarias, paz a su alma, discursos rebosantes de amor y un sollozo colectivo.
Al término de la misa, una procesión caminó los metros al agujero. Alguien discutía, escuchaba gritos y quejas, los camarógrafos de los noticieros y los tabloides alemanes, dijo Eros, trataban de colarse en la ceremonia. Una sensación de exposición opacaron y ultrajaron el momento.
Una primicia con precio. No es más que eso.
El ataúd toca el final de la tumba, flores caen sobre la caja cerrada para siempre y la realización de lo que ocurre me golpea con salvajismo. El llanto que venía retrayendo me estrangula duramente, mis emociones contenidas explotan, me rebasan y la despiadada necesidad de arrojarme al hoyo me consumen. No quiero dejarla sola.
Un par de brazos fuertes se cruzan frente a mi pecho, me ciñen y presionan contra sí, manteniendo mis pedazos unidos, murmurando palabras de aliento que no registro.
La dejaré ahí, sola y no podré hacer más que llorar hasta secarme y lamentarme.
Una plegaria se alza al cielo, el agua bendita me salpica, se mezcla con mis lágrimas y cuando el primer pilón de tierra ensucia el blanco ataúd, la gente se dispersa y en el segundo que comprendo que escondido en un rincón de ese ataúd, un pedazo de nosotros se va con Lulú, podría jurar sentir sobre mi cabeza el revoleo de una mariposa fugaz.
Holi😇
Andamos densos, pero en falta un capítulo más para empezar a cerrar la historia de Sol y Eros, si me siguen por ig ya saben a qué me refiero.
Lamento tardarme tanto en actualizar pero como dije, ando atareada y la verdad es que estos capítulos son muy emotivos, me tomo tiempo y aún así no me siento del todo satisfecha pero eso ya sólo arreglaré con todo y sus fallos.
Gracias por leer, por sus comentarios, sus videos, su recomendaciones por tiktok, lo agradezco y aprecio un montón, me siento acompañada en esto.
Nos leemos,
Mar💙
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top