Capítulo 34

La amplia habitación no podía ser más terrorífica. La miserable bombilla parpadeaba y apenas alcanzaba a ahuyentar las sombras más cercanas. Desde donde estaba Ivana, no alcanzaba a ver la pared. Cualquier cosa podría aparecer de allí. Si buscaban aterrorizarlos, lo habían conseguido.

Ivana no apartaba la vista de Yuli y de Aleksey. También miraba esporádicamente al comandante y a los soldados que las escoltaban. Pareciera como si estuviera buscando o una salida, un pequeño rastro de esperanza o, en su defecto, la entrada a los infiernos. "No busques más niña. Hoy los demonios os visitarán", pensó el comandante.

—Es hora, Yevgeny —dijo Rasputín.

—Como ves cumplí con mis promesas.

—Como siempre, amigo mío. No me decepcionaste. Por eso estarás a mi diestra cuando esté en mi trono.

—Eso espero.

—No los hagas esperar entonces. Hay mucho por hacer.

Yevgeny había aprendido un poco de tortura durante sus años en el ejército y, sobre todo, el tiempo que estuvo como enlace con el GRU, el servicio de inteligencia ruso. Había visto cosas que no había pensado que se pudieran hacer, no por impensables, sino por lo inhumano. De todo lo que había aprendido, concluía en que la tortura psicológica era la que mejores y más rápidos resultados daba en gente como aquellos pueblerinos. Aunque tampoco necesitaba información de ningún tipo. Aquello no era más que una fría y deseada venganza. "Este es el día de la retribución", pensó contento. Todos los problemas que habían ocasionado tendrían su justo castigo.

Anastasia era lo que legitimaba su causa. Su muerte habría sido el puntapié y su presentación al mundo por la puerta grande. Pero los planes habían cambiado drásticamente. Había sido necesario adaptarse. Y pudiera ser que la alternativa que se les presentaba fuera el mejor de los caminos.

Lo que quería dejar claro era que no importaba lo que hicieran, no había esperanza. Nadie vendría a salvarlos. Aquello era lo más desolador que deberían sentir en aquel momento. El terror de la soledad y del abandono a su suerte. "No hay forma de recuperarte de eso". Por todos los diablos que no lo harían.

—Bien, bien. Este es el juego con el que vamos a divertirnos los siguientes minutos. Bueno. A mí me parecerán minutos, aunque os aseguro que a vosotros os parecerán horas —avisó con una sonrisa aterradora—. De los tres jugadores... ¡No! Perdón, de las dos jugadoras, habrá una ganadora y una perdedora. Nada que no sepáis, ¿no? Aunque me temo que no habrá premio de consolación. Quien pierde, muere.

—¡Maldito hijo de...!

—Querido amigo, si yo fuera tú, no terminaría ese insulto —cortó a Aleksey mientras le ponía el cañón de la pistola en sus labios—. Vamos con la primera ronda. Esta es de prueba, para que vayamos agarrando el ritmo. Camarada Aleksey, ¿quién debe de morir esta noche? ¿Yuli, otrora conocida como Anastasia, o Ivana?

El rostro de Aleksey se demudó en una mueca de terror. ¿Se había vuelto loco? Tenía que ser una maldita broma. Miró seguidamente a Yuli e Ivana quienes se agitaban en sus sillas y trataron de gritar, pero la mordaza amortiguaba su desesperación.

"Objetivo conseguido", pensó el comandante. Ese era el miedo, la indecisión y la desesperación que quería lograr. ¿Lograría una respuesta del maniatado Aleksey? ¿Sería capaz de decidir entre una u otra? ¿Salvaría a Ivana o a Yuliya? No había forma de volver después de una decisión de semejante calibre. Quedarían secuelas emocionales para todos. "Algo se va a romper, de forma ineludible e irrecuperable", sentenció satisfecho.

—Aun espero tu respuesta —apremió pasado unos segundos de silencio.

—Vete al inferno —respondió Aleksey tratando de reprimir su furia.

—Bien. Tengo que reconocer que esperaba esto. Lo que me alegra, sino le habría restado diversión al juego. Creo que un pequeño corte en las mejillas será más que suficiente de momento.

Con movimientos mecánicos los soldados sacaron una navaja de sus bolsillos e hirieron las mejillas de Ivana y Yuliya. Aunque apenas era un arañazo, ambas se estremecieron como si les hubieran cortado un miembro. Estaban aterradas. Sabían que se encontraban en los prolegómenos de un sufrimiento prolongado en donde una de ellas habría de morir.

—¡Dejadlas en paz, malnacidos! —exclamó Aleksey furioso.

—Esto no ha hecho más que empezar, querido. Cuánto más tardes en decidirte, más vamos a jugar con ellas —informó Yevgeny eufórico—. La prueba se terminó. Dime, ¿quién tiene que morir?

—Tú. Tú y todos estos bastardos tenéis que morir.

Yevgeny hizo un movimiento con la mano derecha y de inmediato los soldados clavaron la navaja en el muslo izquierdo de las jóvenes hermanas, quienes ahogaron sus gritos con las mordazas húmedas por sus lágrimas.

—Espero que te des cuenta de que no estoy jugando, Aleksey. Esto no es nada si no te decides a hablar. ¿Quién tiene que morir?

El rostro de Aleksey era el de alguien que dudaba y al mismo tiempo luchaba contra sus ataduras, sin más resultado que herir sus muñecas. Conforme más se esforzara, más se apretarían las sogas.

—¡Mátame a mí cobarde de mierda! —exclamó furioso y frustrado.

—No aprendes —respondió mientras hacía otro gesto con la mano que indicó a los soldados proseguir con el brazo izquierdo.

Las chicas se volvieron a estremecieron ante el punzante y súbito dolor. No se habían recuperado de una profunda herida, que recibían una más. Y la ayuda no venía. Nada pasaba para evitar aquel desastre. No había salvación.

—Tengo toda la noche para continuar con esto, amigo mío. Pero dudo mucho que quieras que esto se prolongue más. De momento, esto no es nada más que el calentamiento. Todo lo de aquí, puede sanar. No querrás que me ponga serio o verás cómo les amputo los dedos, las manos, los pies... lo que sea mientras no me respondas. No creo que las quieras ver en muletas o con un parche como un vulgar pirata. ¿Cómo podrías recibir sus caricias si no tienen manos? —preguntaba obteniendo la mirada atribulada de Aleksey. "Este chico está destruido. Sí. Esto es lo que quiero"—. ¿Quién tiene que morir?

—¡Ninguna de ellas!

Esta vez los soldados guardaron las navajas. Sacaron de su funda la pistola y dispararon al muslo derecho de sus respectivas víctimas.

—No me estás tomando en serio y eso me enoja. ¿No te importa ninguna de ellas? ¿En serio quieres que llegue a la mutilación? Lo mismo prefieres que las mate a las dos. Dímelo y hago tu sueño realidad —dijo mientras rodeaba a las chicas y pasaba el cañón del revólver por las mejillas de Ivana y Yuliya—. No creo que sea tan difícil elegir a una. No puedes sentir lo mismo por las dos. A alguna de ellas tienes que querer más que la otra. ¿Yuliya, tu prometida? ¿O Ivana tal vez, la hermanita que se ganó tu corazón? La muerte espera a su elegida. Creo que quedó bien clara la consigna. Por lo menos yo no tengo ninguna duda. Yo mataría a Ivana. Porque arruinó nuestra presentación. Tal vez es eso lo que estás esperando que haga. ¿Quieres que decida por ti? —dijo mientras regresaba al lado de Ivana y pegaba el cañón a su sien.

¿Era justo que eso le estuviera pasando? ¿Tenía que estar aquel desgraciado apuntando a su cabeza y jugando con su vida? ¿No era más fácil que se matara él y los dejara marchar a Krasnovishersk? Ellos no querían involucrarse más en aquella guerra. No sería más que un rumor o las noticias que surgían de los transistores o los reclutadores que pasaran por el pueblo. Habían tenido su vida formada, planeada y tristemente llevada a cabo a pesar de las dificultades. ¿Por qué tenía que complicarse todo más? "Sólo porque Yuli se parecía a Anastasia". Así era el mundo en el que vivían. Los poderosos podían usarlos como peones en su maldito ajedrez.

Ivana no tenía miedo a morir. Ya se había hecho a la idea de que eso era más que posible que ocurriera después de enfrentar a Rasputín y su ejército. Ya fuera allí, en Krasnovishersk, o en cualquier otro pueblo en donde pudiera recalar. A lo lardo de su existencia, la muerte había sido una inesperada pero paciente compañera, aguardando el momento en el que pudiera llevarse a alguien de su familia. Pasaban los fríos inviernos, las hambrunas y las enfermedades, con la pregunta si serían ellos los siguientes de su lista de víctimas. Sin embargo, aquel juego sádico y macabro era una tortura inmerecida. Nadie debería pasar por eso.

Ahora contemplaba los ojos llorosos de Aleksey, quien no podía hablar. No quería decidir porque no había nada que decidir (al menos para ella). O morían todos o no moría nadie. No sería justo ni para Yuli ni para ella. Nadie debería tener la potestad de quitar una vida. "No somos cosas que puedan ser rotas a placer".

Si no hubiera otra alternativa, si alguien tuviera que morir, ¿quién habría de ser? ¿Podría Aleksey realmente elegir entre las dos? "No... no debería hacerlo... Todos o nadie", insistió. No quería imaginar que él pudiera decidir. "No lo hará. A pesar de los sentimientos que tenga, él nos ama a las dos". Aquellos militares deberían pegarse la pistola en la cabeza y disparar.

—¡Responde campesino! —exclamó el comandante mientras apretaba el cañón en la cabeza de Ivana haciéndole daño—. ¡Ella debe de morir! ¡No te importa nada! ¡No es como su hermana Yuliya! ¡Es sólo una distracción! ¡No es nadie para ti!

—¡No dispares! ¡No la mates, por favor! —gritó roto por el dolor.

Aquella exclamación de impotencia desgarró el corazón de Ivana. No quiso otra cosa que escapar de allí, desaparecer del mundo y no volver nunca más. No podía soportar ver tanto sufrimiento gratuito. Era muy difícil ver el dolor y el miedo de Aleksey. Siempre tan valiente, fuerte y decidido. El comandante lo había conseguido. Lo había quebrado. Lo había vencido.

—Entonces, es Yuliya. Nuestra Anastasia frustrada. Ella es la que sobra. Quien no tiene un lugar en tu corazón. Puede irse al mismísimo infierno que a nadie le va a preocupar. ¿Es ella? ¿La puedo matar? —preguntó mientras apretaba levemente el gatillo. Un movimiento en falso y...

—Mátame a mí. Te lo ruego. Perdona sus vidas. No puedo vivir sin ellas. Las amo a las dos.

El comandante reía. Era el único que lo hacía. Inclusos sus soldados parecían conmovidos por las palabras de Aleksey. Sin embargo, eso no sería suficiente. Yevgeny lo tenía más que claro. Ivana también lo sabía. Aquel hombre, había llegado muy lejos para dejarlos ir.

—Eso es pecado, hijo mío. No puedes tomar dos mujeres. Es lujuria —dijo con un falso tono de sorpresa—. Para los que caminamos en las rectas veredas del Señor, no es permisible. Una de estas jovencitas va a morir. Hazte a la idea, hijo.

—Por favor. No lo hagas. Mátame a mí. ¡Mátame a mí!

El comandante estaba contento. Parecía hablar con alguien en voz baja pero no era ni a ellos ni a los soldados. ¿Había perdido la razón? Sí, así tendría que ser. De otra manera, no tenía sentido aquella tortura.

Finalmente, Yevgeny bajó la pistola y recorrió la estancia con la mirada. Caminó unos pocos segundos sin decir nada. Tan sólo se escuchaba el sonido de sus pasos, de los gemidos de Aleksey y de los llantos reprimidos de Yuli e Ivana.

—Está bien. Me has convencido, Aleksey —informó cínicamente—. Ellas merecen vivir. Creo que he ido más lejos de lo que debería. Sois libres —continuó mientras avanzaba hasta ponerse detrás de él—. No obstante, tienes un problema muy grave. No se puede amar a dos mujeres. Por lo que te voy a ayudar. Te voy a dar mi opinión que será definitoria, hijo.

La sonrisa que Aleksey no alcanzaba a ver le heló la sangre a Ivana. Algo terrible estaba por ocurrir. Eso no iba a terminar así de fácil. "No, por favor", rogó.

Caminó de nuevo hasta ponerse detrás de ellas, justo en medio. Ivana se estremeció esperando lo peor. Cerró los ojos, pero pasaron los segundos y nada ocurría.

—Por favor... —rogó de nuevo Aleksey—. Déjanos ir.

—Soldados, suelten a las prisioneras.

Los hombres siguieron sus órdenes y las liberaron. Ivana se acarició las muñecas doloridas, abrasadas por las cuerdas. Estaba desorientada. No entendía lo que estaba pasando. Todavía tenía miedo de levantarse de la silla. Incluso de mirar atrás. Estaba aterrorizada.

El mundo empezó entonces a correr en cámara lenta. De reojo vio como Yuli se ponía en pie. Aleksey, aún atado, gritaba desaforado. Ivana se volteó justo para ver cómo Yevgeny levantaba su pistola y le disparaba en la cabeza a su hermana.

No se dio cuenta que de repente gritaba fuera de control, que se había abalanzado contra el comandante tratando de pegarle, de hacerle el máximo daño posible. No se dio cuenta como caía en el suelo de un fuerte guantazo que movió un par de muelas de su boca y que siguió con un par de patadas en el vientre. No se dio cuenta que, a pesar del dolor, se había levantado y lloraba desesperada sobre el cuerpo inerte de Yuli mientras recibía un par de disparos más. No se dio cuenta cuando su existencia se fue desvaneciendo hasta no quedar más que las tinieblas.

La oscuridad y lainconsciencia la absorbieron. El breve bálsamo de la ingenuidad, de laseguridad y del olvido. Un lugar del que nunca más volver. Porque su mejoramiga, su hermana Yuli, había sido brutalmente asesinada.


Este fue el capítulo más difícil de escribir de todo el libro. Y no es para menos. Es duro, oscuro y difícil. El punto más dramático de toda la historia. 

Muchos lectores me han dicho que esta novela es una montaña rusa de emociones. Después de estaba súbita bajada, toca subir (pero tampoco os esperéis una subida muy pronunciada). 

Gracias por vuestros votos, opiniones y comentarios. :)

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top