Capítulo 29

—¿Todavía sigues viva? —preguntó Rasputín mientras veía que la mancha de sangre del corsé de Ivana no era lo suficientemente grande para la puñalada recibida—. Quién diría que un vestido te iba a salvar.

Ivana se levantó lentamente mientras se llevaba las manos al vientre. El sólido material del que estaba compuesto el corsé, junto con las piedras bordadas, había evitado la tragedia. Tan sólo quedaría una herida, no lo suficientemente profunda, como para preocuparse. "¿Otra cicatriz para mi cuerpo? Así nadie me va a querer".

—¿Tanto miedo me tienes que necesitas atacar a traición para matarme?

—En la guerra no hay honor. Si una matanza se pudiera evitar por medio de un solo asesinato miserable, ¿no lo harías, niña?

—No creo que alguien como yo suponga un problema para ti, viejo.

—Todo lo contrario, querida. Tu intervención ha frustrado mis planes. En vez de estar celebrando una gran victoria con nuestra entrada en la guerra civil, voy a ingresar por la puerta trasera.

—¿Disparar a gente inocente e indefensa es lo que llamas victoria?

—La inocencia es un concepto muy relativo. La muerte de Anastasia era mi billete de ingreso. Lo tenía todo finamente planeado. Asesinada por un traidor que no puede soportar que los zares vuelvan al poder. Alguien que fuera un claro símbolo de los rojos, de alta jerarquía. No un soldado de tres al cuarto. En el último momento, antes que tu hermana lo matara, se soltaría y le volaría los sesos.

—¿La secuestrasteis sólo para matarla? —preguntó asqueada—. ¿Qué clase de enfermo sois?

—Ese no era nuestro plan inicial, querida. Pero tu hermana parece estar muy enamorada de ese Aleksey, que ni con engaños, hemos podido doblegarla. Anastasia no pudo vencerla. Aunque también tengo que darte algo de crédito a ti. ¿Qué más puedo decir? Vuestra existencia me enferma. Es por eso por lo que será mi tarea personal haceros sufrir hasta la más terrible de las muertes.

Si él supiera lo que significaba el leñador para las dos, entendería el porqué de todo. Pero ¿qué podría saber de amor aquel despreciable hombre? No sabía lo que era soñar con la persona amada. Levantarse entre suspiros pidiendo a Dios poder verlo, al menos, una vez más. Escucharlo reír y hablar de la vida, de las cosas que lo hacían feliz. De besarlo. Porque no había nada más grande en la vida que ser amado. "Nada. No hay nada".

Unos pesados pasos a su espalda alertaron a Ivana que el oso estaba en el arsenal. "¿Y ahora qué?". Sólo podía hacer frente al oso o al monje. No a los dos. Mientras esquivaba a uno, el otro podría sorprenderla y asestarle el golpe final.

Ivana tenía que reconocer que su suerte podría estar agotada. Su lucha contra la muerte podría concluir en ese momento y en ese lugar. "Que sea lo que tenga que ser".

No sabía por qué, pero desde que se había embarcado en aquella aventura, no se imaginaba volviendo a Krasnovishersk. Era una persona muy distinta a la que se había ido. Sin darse cuenta, rescatar a Yuli había cambiado su vida y la había conducido por caminos que jamás había transitado. Era una mujer valiente. "¿Yo valiente? Increíble". La siempre temerosa Ivana había luchado contra soldados, recibido puñaladas, balazos y había besado al hombre de sus sueños. ¿Qué más podía pedir una jovencita de dieciséis años? "Ser correspondida tal vez". No obstante, no servía que Aleksey la amara si iba a morir aquel día. No quería verlo llorar. No por ella. Con Yuli iba a ser realmente feliz. "Sí, eso es lo que quiero para él".

Estaba preparada. Pero no iba a esperar a que la muerte le llegara. Si tenía que morir se iba a llevar a alguien con ella al infierno. "¿Cómo será la muerte?". ¿Será dolorosa la transición? ¿Recuerdas quien fuiste una vez...? ¿Podría volver como lo había hecho Anastasia? ¿Sería capaz de aceptar volver así? "No. Es un engaño". Una forma de prolongar el dolor de un hecho no aceptado: una vida agotada. No era fácil. Nadie tampoco había dicho que lo fuera. "Todos moriremos algún día. Padre, madre, Yuli, Aleksey...". No se puede escapar de ella. No puedes engañarla. Estaba a la vuelta de la esquina dispuesta a arrebatarte tus esperanzas de gloria y eternidad. No obstante, podría ser también una bendición. Porque suponía el fin de aquellos desgraciados que sólo vivían por y para el mal. También le llegaría al monje y sus secuaces.

—También te llegará a ti —dijo obteniendo una mirada de sorpresa de Rasputín.

—¿La muerte? Te queda mucho por conocer.

Corrió hacia él. No tenía nada con qué enfrentarlo. Sólo tenía sus delgados brazos, con sus pequeñas manos, finos dedos, largas uñas y mucha furia. Si era necesario lo arañaría hasta que se desangrara. Le sacaría los ojos. Arrancaría sus pelos o la lengua. Lo que fuera. Pero aquel desalmado no se iba a ir indemne.

Del oso provino un disparo que la frenó en seco. La bestia mecánica le había acertado en el muslo derecho con una bala que hizo que se retorciera de dolor en el suelo.

—No vas a poder tocarme, niña. ¿No lo entiendes? —preguntó retóricamente mientras Ivana se agarraba su muslo sangrante—. Contestando a tu anterior amenaza, ya me llegó la muerte, querida. Por dos veces. Y, si es necesario una tercera, ¡bienvenida sea! ¡Nadie podrá frenar mi poder!

—Sólo eres un pobre hombre sin nada —dijo entre jadeos de dolor. Las restantes heridas se estaban empezando a abrir de nuevo—. Quien nunca entendió lo que es amor, ya puede ser rey o el hombre más poderoso del mundo, que jamás va a conocer el valor de la vida.

—¿Y tú me vas a enseñar? ¿Dónde está Aleksey? El hombre por quien estabas dispuesta a morir. No parece que el sentimiento fuera recíproco. ¿Ese es el amor del que me hablas? El que te engaña, te traiciona y te deja ante los brazos de la muerte. No, chiquita. Sí lo conozco. Y es la mayor mentira que Dios creó. Si lo ves, cuando estés en su gloria, dile que todo lo que hizo fue en vano. ¡El mal siempre triunfa!

Las lágrimas caían por las mejillas de Ivana mientras reconocía que aquel miserable tenía razón. Ella estaba sola. Aleksey no había regresado para salvarla. Probablemente estaría lejos, escapando con Yuli. "¿Qué le puedo reclamar? Si no me ama...". Al menos, estaría cumpliendo su misión de rescatarla. Era un consuelo saber que no todo había sido en vano como había dicho Rasputín.

—Estás equivocado. Ellos están a salvo. Eso era lo que quería —dijo mientras saboreaba con sus labios la tristeza.

—No retrasemos entonces tu viaje —dijo mientras alzaba el cuchillo y se ponía a su espalda.

Ivana sintió como una mano fuerte agarraba sus cabellos y tiraba de su cabeza para arriba dejando su cuello expuesto. Sintió el frío acero del puñal tocar su piel. Un escalofrío recorrió su cuerpo y la piel se rasgó por el contacto.

Había tenido una vida corta, pero podía decir que no se arrepentía de casi nada de lo que había hecho. Le habría gustado hacer más, y hacerlo mejor. No había sido la mejor hija, ni la mejor hermana. Mucho menos la mejor amiga. Había traicionado a Yuli y a Aleksey. Aunque pensaba que sus acciones le redimirían de sus errores. "Todo lo hice por amor".

No podría casarse con el hombre de sus sueños, ya fuera Aleksey u otro que la estuviera buscando. Sería su asunto pendiente. "Tal vez en otra existencia pueda ser feliz". Recordó la noche en que durmió a su lado. El beso tras salvarlo del cuartel en Perm. Su primer y único beso. El momento más hermoso de toda su vida. No podía arrepentirse del fuego que había sentido en su interior. De la sensación que el mundo era un lugar perfecto en ese preciso instante.

Cerró los ojos mientras la hoja del puñal se apretaba contra su cuello. "Ya viene".

—¡Nooo! —exclamó Aleksey al ver a unos metros de distancia a Ivana de rodillas preparada para morir.

Levantó la bayoneta y disparó a Rasputín acertando en el brazo antes que pudiera degollarla. El monje soltó el puñal y a Ivana al ser empujado por el impacto. Aleksey corrió hacia él, se sentó encima y empezó a darle puñetazos, poseído por una furia incontenible. ¡Había estado a punto de matarla!

—A... Alyosha... —llamó a Ivana desde el suelo señalando al oso quien estaba por abrir fuego.

Entonces una bola de fuego cubrió a la bestia metálica. Yuliya había arrebatado unas granadas incendiarias del cuerpo de un soldado en el patio. Sabía que contra el oso serían más que útil. Sin pensarlo dos veces tiró la segunda. El soldado gritaba en su interior mientras trataba de escapar de aquella trampa de metal. Finalmente, el oso se desplomó en el suelo.

Aleksey abrazó a Ivana, aliviado de verla con vida. Había estado a punto de perderla. No se lo habría perdonado nunca. Después de todo lo que había hecho por ellos, no se merecía morir de esa forma.

—¿Estás bien? —le preguntó mientras le sacaba un mechón de pelo de su cara.

—S... sí —respondió Ivana mientras se debatía por llorar o reír. Al final se decidió por ambas. Llorar por ver que no la habían abandonado. Reír de felicidad por estar viva y ser abrazada por Aleksey. Querría que aquel momento perdurara por toda la eternidad. Aunque sabía que era imposible, se conformaría con unos segundos más.

Yuliya avanzó hacia Rasputín ignorando de momento la escena entre Ivana y Aleksey. Tenía que terminar con la existencia de aquel tipo. Nadie lo extrañaría. Era lo que el mundo necesitaba. Su muerte significaba vida y paz para mucha gente.

Levantó su pistola, lo apuntó y progresó hasta quedar a apenas un metro de él. No parecía estar asustado de morir. Pareciera que incluso hubiera estado esperando ese momento. ¿Algún tipo de liberación para su vida licenciosa? ¿O estaba dentro de sus planes?

Por un momento se puso a pensar. Si había sido capaz de revivir a Anastasia, ¿qué le impedía hacer él lo mismo para con su espíritu? "¿Por eso sonríes tan orgulloso de ti mismo?". Entonces la vida era el peor de los castigos para él. La muerte su liberación. Un paso previo a tomar un cuerpo y proseguir con su trabajo. Entonces, todo esfuerzo habría sido para nada. "No pienso permitir que eso pase".

—¿No vas a disparar? ¿No tienes las agallas para hacerlo? —provocó Rasputín al descubrir la duda en Yuliya.

—La muerte es un regalo para ti —indicó ignorando las provocaciones—. Te mereces morir lentamente. Sufrir por todo lo que has provocado desde el inicio de tu existencia. Además, no voy a dejar que poseas un cuerpo nuevo.

—Yo siempre gano, niña —replicó enojado.

La furia de Rasputín alegró a Yuli. Ahora bien, ¿qué hacían con él? ¿Derrumbaban todas las salidas? ¿Lo colgaban atado de pies y manos? Había tantas opciones que no era fácil decidirse.

Entonces se dio cuenta que algo estaba mal dentro de ella. No es que hubiera sido una chica ingenua, ni mucho menos. Había pensado recurrentemente en el mal, el dolor y la muerte. Por desventura, aquellos sentimientos habían acompañado su vida de recursos limitados. Su familia solía vivir enferma por la mala alimentación, dolores en todo el cuerpo y la muerte de amigos de infancia. A pesar de todo, nunca le había deseado el mal a nadie. Estaba lejos de ella como persona.

—¡Tú has destruido todo lo que yo soy! —exclamó enojada—. No sé si vas a ganar. Pero no lo vas a pasar bien. ¡Te lo juro!

—¡Pobre niña campesina! ¡Qué terrible vida has tenido!

Un disparo a la altura de la columna de Rasputín la sorprendió por la espalda. Ivana, Yuliya y Aleksey quedaron atónitos mientras de la oscuridad aparecía el general rojo, al que Ivana había salvado, con su pistola humeante dejando a un Rasputín, que gritaba de dolor e impotencia, como un muñeco de trapo tirado en el suelo.

—Vosotros sois muy jóvenes para manchar vuestras manos con sangre. Y mucho menos con la de este bastardo —explicó mientras enfundaba el arma.

—Tú eras el alto cargo rojo que tenía que matar a mi hermana —dijo Ivana dejando el abrazo de Aleksey.

—No por voluntad propia. Mi hija estaba cautiva en este mismo lugar. Este maldito monje la iba a liberar una vez matara a... Anastasia. No tengo nada en tu contra, querida —expresó mirando a Yuli a los ojos—. Pero por mi hija, habría hecho lo que fuera.

—Sin rencores —expresó conciliadora la aludida—. En cierta forma, cumpliste tu cometido. Anastasia ya no existe.

No le habría gustado estar en su pellejo. Recordaba las palabras que su padre le había dicho más de una vez a las dos:

—Los hijos son el regalo más grande de Dios. No es fácil. Es muy duro. A veces gritamos, nos desesperamos y, alguna que otra vez, hemos podido ser injustos. Pero no hay nada que no estés dispuesto a hacer por el bien de ellos. Son tu vida. El verdadero amor.

Aquel general no se parecía en nada a su padre. Como hombre de alto rango en el ejército ruso, habría hecho y ordenado actos infames; no obstante, había una isla de bondad en todo ese mar de maldad.

El militar avanzó hasta quedar frente a Ivana, le puso una mano en el hombro y la miró directamente a los ojos.

—Hoy señorita, nos has salvado a mi hija y a mí. Estaré en deuda contigo hasta la eternidad —preguntó reflexivo—. No sé qué probabilidades hay que nos encontremos de nuevo, pero si por cualquier motivo fueras detenida por cualquier soldado del ejército rojo di tan sólo: Spetsial'naya missiya komiteta. Misión especial del comité. Y que el general Arcadi Kerzakov te envía. Serás liberada e incluso te pueden ayudar. ¿Tu nombre es?

—Ivana Venediktova.

—Buena suerte, camarada Venediktova.

Dicho esto, se marchó dejando un alivio en los tres jóvenes de Krasnovishersk que, por fin, si todo iba bien, podrían volver a casa.


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