Capítulo 23

El tren avanzaba a toda velocidad dejando bosques y montes nevados atrás. Apenas se podía ver Perm. Allí quedaban tantos sentimientos encontrados. La muerte, la vida, el amor, la traición. Le dolía haber dejado a Ivana sola. No era una mujer indefensa. Si había sido capaz de sacarlo del cuartel, debería ser capaz de llegar a Krasnovishersk. Había sido necesario separarse. Estar juntos sólo había servido para que Ivana se confundiera. Habría malinterpretado sus palabras. "¿A quién estoy engañando? Los dos estamos confundidos".

Estar juntos los había hecho bajar la guardia. Habían pasado por momentos muy duros en los que el uno sólo tenía al otro para apoyarse. Habían reído y llorado. Habían salvado mutuamente sus vidas en una aventura como pocas. Aleksey había podido aproximarse a una Ivana, que poco tenía que ver con la que creía haber conocido: más impetuosa, más indómita y, por supuesto, más atractiva. Aleksey le había abierto su corazón con cosas que tampoco le había dicho a nadie. "Yo le di ese lugar en mi vida. Yo soy el culpable de todo".

—Disculpe, su billete por favor —interrumpió el revisor—. ¿Va por algo especial a Ekaterimburgo, soldado?

Aleksey seguía llevando el uniforme de los soldados rojos. Le había sido más fácil moverse por Perm y abordar el tren sin que nadie se le opusiera. Todos apartaban la mirada a su paso. El ejército comunista inspiraba un terror tan salvaje, que tan sólo verlos provocaba gemidos, temblores y lágrimas. "Dios mío. ¿Qué le habrán hecho a estos pobres desgraciados?".

—Tengo un descanso y voy a ver a unos amigos.

—Por cómo está su cara, se lo merece.

—No todas las heridas que se ven son las importan.

Sin entender las palabras de Aleksey, el revisor lo dejó sólo en la pobre iluminación de su cabina, que decidió abandonar segundos después. Quería dar un paseo y ver si podía despejarse. No quería pensar más en Ivana (aunque parecía una misión imposible). Tal vez, contemplar ese paisaje, ver como las montañas iban dando paso a las planicies, dejando pueblos y animales a su lado, cambiara el objeto de sus pensamientos.

Aquel beso lo había cambiado todo. La niña que Ivana había sido se había esfumado. Ya era toda una mujer que se enamoraba y tenía derecho a entregar su corazón a quien quisiera. "Ella se equivocó de persona", se repetía una y otra vez.

Aleksey no obstante se sentía feliz. Él había sido el dueño de ese primer beso, que tan importante era para una mujer. Un evento que recordaría para toda su vida. ¿No era eso lo que esperaban siempre? ¿Que aquel beso fuera el que uniera a los corazones de los enamorados por la eternidad? Lo que los hacía volar, que convertía las mariposas de sus barrigas en miles de luces de colores a su alrededor mientras ellos bailaban al son de la canción universal del amor. Él había sentido eso con Yuli la primera vez. No obstante, lo repentino del beso de Ivana le quitó esa experiencia.

—¿Puede estar pasándome de verdad esto?

¿Por qué no podía dejar de pensar en ella? ¿Por qué no podía concentrarse en Yuli? Ella era a quien realmente necesitaba. Con quien había deseado pasar toda su vida. "¡Cómo puedo estar dudando!".

A través de la ventana, se desplegaba un paisaje que se diluía en el horizonte como si la brocha de un pintor (con infinitos tonos de verde, marrón, blanco y azul) lo hubiera diseñado así. A lo lejos, aparecían los edificios de Ekaterimburgo. Era cuestión de minutos que llegaran. Aleksey suspiró mientras pensaba en el alivio que supondría encontrar a Yuliya y volver a Krasnovishersk. "¿Qué será de nosotros entonces?", se preguntó.

Tendrían que irse de allí. Por mucho que le doliera, él no se sentiría cómodo ni seguro estando con Ivana. Encontrarse con aquella mirada y no correr a besar sus labios sería el mayor de los esfuerzos que tendría que hacer. "¿Ya me rendí? ¿Me entregué a estos sentimientos que no puedo luchar?". Si dejaba Krasnovishersk para no volver, podría amar a Yuli como habían querido. "Pero no volveré a ver a Ivana".

—¿Por qué me hiciste esto, Iva? ¿Por qué?

Acurrucada en la esquina más oscura de un vagón que cargaba un gran número de cajas de madera de contenido desconocido, Ivana trataba de no pensar en Aleksey. Ya lo había perdido sin remedio. ¿Por qué había tenido que besarlo? ¿Tan difícil habría sido reprimir sus impulsos? "¿Cómo no podría haberlo besado después de todo lo que pasó entre los dos?". Tendría que haber sido insensible y justo eso era lo menos que podía ser en aquellas últimas jornadas.

En cualquier caso, no podía dejarlo solo. Aunque fuera a escondidas, tenía que ayudarlo a encontrar a Yuli. "Sigue siendo mi hermana y quiero que esté bien". Perdería a Aleksey sin duda. "¿Cuándo fue mío como para perderlo?". Finalmente, su hermana y él se casarían y serían felices. "Como si nada de esto hubiera pasado".

Le encantaría poder cerrar aquel triste capítulo de su vida. Venedikt, su padre, le había contado que el desamor siempre había sido un tema recurrente en los clásicos de la literatura mundial. A pesar de todas las dificultades y sufrimiento, el dolor del alma siempre iba sucedido de una felicidad mayor.

—Para aquellos, a los que el amor no ha sido bueno de primera mano, siempre les espera la dicha de un romance interminable. Sólo necesitan tener un poco de paciencia —solía decir con su ronca voz.

¿Cuándo llegaría su turno? ¿Debería ver como su hermana se casaba con el amor de su vida para entender, por fin, que era algo imposible? Una vez más, se maldecía por haber puesto los ojos en Aleksey. Habiendo tantos hombres en Krasnovishersk, no era justo haberse enamorado del prometido de Yuli. Pero ella era incapaz de hablar con otro que no fuera él. Era tan tímida y temerosa a ser dañada, que parecía incluso increíble que hubiera logrado decirle apenas un hola.

—Me tengo que ir —resolvió Ivana.

No podía vivir cerca de ellos mientras siguiera enamorada de Aleksey. Esa era la triste realidad que tenía que aceptar. Lo ayudaría a salvar a Yuli y después se perdería para siempre. Marcharía a algún lugar en el que pudiera empezar de nuevo. Sin cargas, sin pasado y, probablemente, sin futuro.

No sabía qué sería de ella. Al menos su corazón podría sanar. Podría buscar a un hombre al que poder amar sin sentirse una mala mujer. No era fácil estar en sus zapatos. "¿Cómo puedo estar bien por amar a un hombre que no es mío? Hice tanto daño a mi hermana, a mi mejor amiga, que no puedo ser feliz". El olvido sería su medicina.

Borraría de su cabeza aquel nerviosismo que sentía cuando estaba a su lado. Las bromas y los juegos que hacían reír a Aleksey. Sólo escucharlo convertía sus días nublados e invernales, en soleados y veraniegos. No había noche pues su sonrisa hacía que las estrellas vencieran a las tinieblas. Sus ojos, de aquel hermoso y celestial color azul, la impulsaban a zambullirse en ellos como en un lago de aguas cálidas.

Se estremecía sólo con pensar en él. Aquella aventura, que había empezado de la peor manera, la había hecho estar más cerca de Aleksey. "Por eso tengo que irme y perderme. Porque cuando lo vuelva a ver voy a querer besarlo". No podía seguir haciendo daño a todos los que amaba. No se lo iba a perdonar nunca. "Mi corazón podrá sanar. Mi alma tal vez, no".

El tren empezó a frenar. Se acercaban a la estación que pondría fin a todos los males y bendiciones que se habían ido sucediendo desde aquella aciaga noche. "Yo soy la causante de esto. Y lo resolveré, sea como sea".

Aunque se había colado en el tren, quería estirar las piernas y dar un paseo por los coches. Nadie debería notar que era una polizona. A estas alturas, tan cerca de la próxima parada, los revisores no estarían dando paseos pidiendo los tickets (o al menos, eso esperaba Ivana).

Abrió la puerta que la llevó al último vagón. Allí sentados en incómodos bancos de madera desgastada, viajaban los pasajeros de tercera clase, pobres de ropas desgastadas, emparchadas y rotas, buscando una nueva esperanza en algún otro lugar donde empezar de nuevo. Donde cambiar su suerte. Gente que lo había dado todo sólo para subirse en ese tren de ilusiones. No muy distintos a ella. Muy pocos tenían una mirada feliz. Era como si supieran, que su desdicha los perseguiría por siempre.

Por un momento, el misticismo del Transiberiano se disolvió. Había esperado un tren lleno de felicidad, oportunidades, de sueños hechos realidad, de romanticismo. No estaba la magia o el sabor de las aventuras del inglés que luchaba contra el tiempo, contra la gente y contra él mismo, para recorrer los distintos paisajes de un mundo que tenía mucho que ofrecer. "Tal vez tengo que hacer eso, irme de Rusia. Viajar hasta que encuentre esa magia".

Avanzó hacia otro coche con la misma disposición de miseria humana. Algunos se preparaban para descender y juntaban los pocos enseres que poseían. Ivana los dejó atrás mientras se internaba en un coche con varias cabinas dispuestas a su lado izquierdo. Ahí se respiraba otro tipo de ambiente. Igualmente callado, pero tras esas puertas descansarían personas con vidas menos preocupantes. ¿Cuál sería la ansiedad de aquellos que tenían algo más que sueños en sus bolsillos? ¿Por qué lloraban las hijas de los ricos? ¿Tendrían miedo al desamor? ¿Se les rompería el corazón también?

Se adentró en el segundo coche de cabinas. Al fondo, apoyado en el cristal se encontró con Aleksey con su mirada perdida en el vacío. No parecía nada feliz a pesar de estar tan cerca de llegar a Ekaterimburgo. Le había complicado la vida. Ivana se arrepentía y, al mismo tiempo, no. Él la había llevado a esa situación también. "Alyosha me dijo que era especial. Él buscó que pasara eso". Aquel era otro pensamiento egoísta por su parte. Pero si él no la hubiera tratado con tanta dulzura, su futuro estaría pintado con otros colores. Ahora sólo podía vislumbrar uno trágico.

Aleksey, quien había parecido escucharla entrar, miró hacia donde estaba Ivana, quien inmediatamente se escondió de su vista. Esperaba que no la hubiera visto. Lo que menos necesitaba era encontrarse con él. Había esperado ayudarlo desde la clandestinidad. Oculta tras esquinas, en las sombras de la noche, para tan sólo aparecer cuando no quedara más remedio. Porque, sinceramente, no esperaba que ellos volvieran a necesitar su ayuda para regresar a casa. "Ya no tengo hogar". Era el mismo capricho de no querer perderlo de vista lo que la empujaba una y otra vez a seguirlo. Sabía que en el momento en que se despidiera de Aleksey sería para no verlo nunca más. No estaba preparada para sentir un dolor tan grande. "No tengo fuerzas para decirle adiós".

No obstante, parte de la falda de Ivana se asomaba tras la esquina en la que se ocultaba. Y eso no había pasado desapercibido para Aleksey.

—¿Ivana? —llamó mientras caminaba hacia la esquina con el corazón partido en dos emociones: alegría y furia.

¿Por qué no era capaz de dejarlo en paz? ¿Qué pretendía conseguir con ese juego? ¿Ayudarlo? ¿Alimentar su egoísta deseo de verlo? Aquello no podía continuar. Creía que había quedado claro que tenían que tomar caminos separados. No podía ocurrir nada entre ellos. No debía ocurrir nada más de lo que ya había pasado.

Aleksey no se había dado cuenta que el tren se había detenido. Estaba a punto de cruzar la esquina cuando de la puerta del otro extremo entraron varios soldados con unos uniformes de color negros que él no pudo reconocer.

—¡Alto ahí! —ordenó uno de ellos que, por sus galones, debería ser un sargento.

—Disculpe sargento, estoy de descanso —dijo mientras daba un paso adelante para separarse de Ivana. No había llegado a verla, pero estaba seguro de que era ella quien se ocultaba tras aquella esquina.

—¡Cierra la boca, traidor! ¡Apresadlo!

—¿De qué se me acusa? —preguntó asustado. No lograba reconocer a quien pertenecía aquella cuadrilla. "¿Blancos? No puede ser. Estoy en zona roja".

El culatazo del rifle con bayoneta golpeó su estómago y lo tiró al suelo del coche. Aleksey tuvo que hacer un gran esfuerzo por no vomitar.

Ivana se asomó preparada para intervenir, pero la mirada de Aleksey la frenó. En sus labios se dibujó un claro: no. ¿Cómo podía quedarse inmóvil ante esa agresión? De alguna forma parecían haberlo reconocido de su huida de Perm. ¿Tan rápido se había corrido la voz?

Ivana decidió ignorar aquella orden. No podía permitir que se lo llevaran. Atacar a la milicia supondría la inmediata ejecución de Aleksey. "Tengo que salvarlo". Ivana dejó la protección de la esquina. Un soldado sorprendido por su aparición abrió fuego, acertándole en el hombro izquierdo, y tirando a Ivana de espalda al suelo.

—¡Qué haces! ¡No ves que es una mujer indef...! —exclamó indignado Aleksey callado por otro golpe del rifle, esta vez en la cabeza.

Dos soldados se llevaron al desvanecido Aleksey, mientras el sargento se acercaba a Ivana con su pistola desenfundada y cargada.

—Pobre niña. Decidiste aparecer en el peor momento —avisó mientras la apuntaba a la cabeza.

Ivana lloraba por el dolor, la desesperación y la decepción. No sabía por qué había creído que podría ser determinante su actuación. Quería salvar a Aleksey sin importar que ella pudiera morir. No podría vivir en un mundo sin él. Podía aceptar que no fuera suyo; pero, sabiendo que él era feliz, podría darse por satisfecha.

No era aquella heroína de los libros de su padre. No podía vencer a sus enemigos, resolver los problemas o esquivar a la muerte. Era una niña tonta. ¿Cómo podía una campesina tener aquellos sueños de grandeza? "¡Estúpida! Este es el mundo real. Y en él, las ilusas como yo mueren".

—¡Sargento! ¿Qué cree que está haciendo? —cortó una voz a la espalda del militar evitando que terminara de apretar el gatillo.

—¡Comandante Vasilyev! E... esta niña estaba ayudando al rebelde...

—¿Estás seguro de lo que estás diciendo? —preguntó mientras se acercaba a Ivana—. ¿Te parece que esta jovencita pueda ser un peligro para nadie? Va tener que juzgar mejor en el campo de batalla. Sabes vamos a necesitar a las mujeres. Regrese al cuartel, de inmediato.

—¡Sí, señor! —respondió dejando el tren ligeramente avergonzado.

—¡Yuri, Vlad! —llamó el comandante—. Llevadla al hospital y aseguraos que es atendida como corresponde.

—Sí, comandante.

Yevgeny se estaba marchando cuando frenó y se volteó hacia Ivana con una sonrisa en su rostro. Por un momento, temió que se hubiera arrepentido y la quisiera ejecutar. "Ni cuando sonríen estos cerdos son de fiar".

—Una vez sea curada de las heridas, llevadla a Ipátiev. Hablad con el servicio para que le procuren un baño y un vestido. Por este despropósito del sargento, vamos a darle la oportunidad de asistir a nuestra presentación al mundo —su mirada retornó a Ivana—. Ahora no lo entenderás, querida, pero agradecerás haber estado allí.

El comandante abandonó el tren, mientras Ivana miraba para todos lados desconcertada. ¿Qué había pasado? ¿Qué estaba por ocurrir? ¿Qué parte podría tener Aleksey en ello? "Oh, Dios, ayúdame".

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top