Capítulo 18
Ese era el gran día. Su nuevo instructor llegaba en dirigible desde Japón. Para recibirlo, se había vestido con unas galas bastante inusuales. Era una especie de camisa y pantalón anchos que le daban una gran libertad de movimientos. Al parecer era la prenda que usaban para entrenar. "Este es el inicio de algo grande".
Jamás había dormido tan bien como en aquella noche. Ni un solo sueño de una vida que no era la suya la había atormentado. Recordaba haber estado acostada en un hermoso jardín de flores multicolores en una colina mientras estaba siendo bañada por los rayos del sol, escuchando el canto de las aves y un lejano mar entregaba sus aguas a la costa en una marea en avance y retroceso constante. Había sido un lindo sueño que reflejaba que había sido liberada por fin de esa pobre Yuli. "Ya nada puede salir mal", pensó mientras aseguraba su largo pelo cobrizo en una coleta.
Dejó el palacio y fue recibida por un golpe de viento que heló su cuerpo. "No importa. Hoy es un día importante para mí". Dijo mientras veía como aquel vehículo alargado de color blanco avanzaba hacia ellos desde el cielo, descendiendo lentamente. Era un portento sin igual. Una maravilla que desafiaba a las leyes de la naturaleza. Un milagro en el que ella viajaría. "Sin duda alguna".
Aguardó a una distancia de seguridad y esperó a que se posara sobre tierra para acercarse. Se abrió la puerta de un compartimento que parecía ser la cabina y de ella salió un par de soldados con las prendas del ejército negro de Rasputín. Detrás, un hombre de unos treinta y pocos años descendió vestido con unas galas muy parecidas a las de ella, pero mientras las de Anastasia eran blancas, las de él eran de un atrapante color negro y rojo carmesí.
No parecía ser muy alto. Tal vez sería un par de centímetros mayor que él. En sus ojos rasgados había una seguridad de un hombre que no tenía miedo. Su rostro bronceado no parecía reflejar ninguna preocupación. El mensaje que transmitía su caminar confirmaba la confianza que tenía en sí mismo. "¿Le tendrá miedo a algo este hombre?".
Entonces reparó en un detalle. Algo en sus muñecas brillaba. Unas esposas. Había sido apresado.
—Aquí tenéis al gran maestro que os prometí: sensei Yoshiro Kawamura —dijo mientras hacía una inclinación ante él.
—No me parece muy cortés traer a un invitado encadenado —replicó Anastasia mientras Kawamura guardaba silencio.
—Hay mucho que desconocéis, alteza. Si os lo traemos así hasta su presencia, por algo será. Aunque no es muy cortés no inclinarse ante una emperatriz —dijo esta vez en inglés. Kawamura no hablaba el ruso, como le dijo posteriormente Rasputín—. Llevadlo al salón principal. Allí será donde entrenaréis, alteza.
Avanzaron hasta llegar a palacio. Allí rodeada de soldados armados. Liberaron a Kawamura.
—¿Entonces voy a tener espectadores durante mi instrucción?
—Puede ser peligroso, mi señora —respondió el soldado de más alto rango.
—Si esperáis que mientras me enseña no me pegue o no me haga daño, estáis muy equivocados. Marchaos.
—No... no podemos... Tenemos órdenes del comandante...
—No te conviene contradecirme, soldado —amenazó Anastasia—. Yo soy tu emperatriz así que, por tu bien, te aconsejaría que no me contradijeras, no sea que decida usaros como comida del Metalmedved.
Una expresión de terror recorrió el cuerpo del cabo quien se retiró de inmediato, seguido de todos sus hombres.
—Estaremos tras la puer... —trató de decir mientras Anastasia cerraba de un portazo.
—Bueno, ¿podemos empez...?
Por medio de dos precisos movimientos Kawamura la tiró al piso. Anastasia estaba totalmente inmovilizada. El brazo del japonés apretaba su cuello, quitándole el aire y el habla. Si quería, podía matarla sin hacer el más mínimo ruido.
—Esta será la única vez que dejareis que alguien os sorprenda así —reprendió el japonés. Con la delicadeza de una pluma de cisne, la liberó y la ayudó a ponerse en pie—. Sois demasiado confiada. Y en la guerra no os puedes permitir ese lujo. Siempre mantened distancia entre cualquier persona y vos. Sea desconocida o amiga.
—Po... podrías haberme matado —comentó mientras acariciaba sus muñecas y su cuello.
—Así es. Me pareció más efectivo que cualquier aviso.
—¿Por qué viniste encadenado?
—No vine a hablar. Si queréis vuestra respuesta, tendréis que luchar por ella.
—Con que así es cómo va a ser todo.
—Exacto. Vos no sois mi emperatriz. Simplemente mi trabajo.
—¿Me harás una guerrera peligrosa?
—Ni en vuestros sueños.
—¿Cómo? Deberías empezar a mostrar más respeto, japonés.
—El respeto se gana, no se da de forma gratuita.
—¿Para qué viniste entonces? —preguntó contrariada.
—No era un ataque contra vuestra persona. Simplemente que hace falta muchos años para dominar el arte del Karate-do. Aprendí desde mi infancia con el gran maestro Itosu Ankō. Aun hoy, siento que me falta todavía mucho que aprender. Así que vuestro conocimiento será como una gota de agua en el vasto océano.
—Me encanta los ánimos que me das. No sé si Itosu estaría muy contento de tu forma de enseñar.
—Mi maestro partió hace unos cuantos años. Y os voy a dar la primera clase: en Japón los apellidos van delante. Y si os a referís a él, deberíais llamarlo Itosu sensei. Mostrad respeto por vuestros mayores. La humildad os conducirá por el buen camino. De lo contrario, nunca llegaréis a tu meta.
—Perdón, Kawamura sensei —dijo mientras se inclinaba.
Jamás nadie le había tratado con tanto respeto, pero a la vez tan directo. Tenía mucho que aprender de aquel hombre. La disciplina, la seguridad y el poder que emanaban del sensei, perturbaban a Anastasia. Pudiera ser que sí pudiera usar algo de las enseñanzas del japonés para su imperio.
—Déjame que os explique una cosa: karate-do no es un camino de violencia, ni busca atacar premeditadamente. Es un camino de filosofía, autoconocimiento y defensa. Así que no lo veáis como un arte de destrucción, sino de construcción. Os enseñaré a descubrir vuestro verdadero yo. A ver la maravilla en la creación. A que, cuando levantéis un brazo, sepáis porque lo hacéis. Ni un solo movimiento se hace al azar. Antes de continuar, necesito que os presentéis.
—¿No conoces mi nombre?
—Urusai! ¡Callaos! Decidme vuestro nombre.
—Románova Anastasia, sensei.
—Románova-sama, necesitáis exactitud en todo lo que hagáis. No sé cuánto tiempo voy a estar con vos. Así que vamos a aprovechar cada momento disponible para que aprendáis a defenderos sin importar la situación.
—Sí, sensei.
—Ahora, empezaremos con meditación —Kawamura pudo reconocer la decepción en el rostro de Anastasia—. No es lo que queréis, desde luego. Pero necesitáis conocer a todos vuestros demonios antes de tratar de enfrentarlos, Románova-sama. De paso aprenderéis otro arte, no sólo útil en el karate-do, sino en la vida: la paciencia.
"Parece que está destinado a volverme loca", pensó. La paciencia era uno de sus más graves problemas. No era capaz de esperar por nada. A regañadientes lo había hecho durante sus días de palacio (solamente aceptado por que venía de sus padres o sus hermanas mayores). En esos tiempos, que alguien de baja alcurnia se atreviera a ello, podría haberle costado su trabajo.
—Tal vez, durante vuestra noble niñez, no se os enseñó otra cosa. No obstante, conmigo vais a aprender a que la vida no entiende de voluntades. Es un río que fluye hacia el mar. Si tratáis de oponeros, os arrastrará. Si cambiáis su flujo, con el tiempo lo volverá a recuperar y destruirá todo lo que hayáis construido, sin importar cuán fuerte fuera.
—Sí, sensei.
—Ahora, sentaos en esta posición llamada padmasana, posición de loto. Y recorred vuestra mente —dijo mientras tomaba esa postura con los pies ubicados encima del muslo opuesto—. Vais a tener miedo de lo que encontraréis allí. Antes de luchar contra ello, conocedlo, encontrad sus debilidades. Recordad, Románova-sama: el conocimiento es el camino.
Anastasia cerró sus ojos asustada. Temía encontrar los rastros de Yuliya. Tras aquella noche, esperaba que no fuera otra cosa que un residuo de su memoria. Aunque era posible que todavía estuviera oculta bajo capas de recuerdos, sueños o mentiras. "Tengo que hacerlo. Voy a ser emperatriz".
—Yuliya —resonó una voz masculina.
—Ella no está. ¿Quién eres?
—No puedes matar al amor. Nada puede matarlo. Ella y yo siempre estaremos juntos. Estaremos siempre contigo. Yo la amo a ella. Te amo a ti.
El rostro de un joven de cabellos y barba rubios, de ojos azules como el cielo en un día de verano y piel pálida apareció en la oscuridad de su mente.
—No. No puede ser—dijo mientras el nombre se dibujaba en sus labios—. Alyosha. Mi amor. Ven a mí. ¡Sálvame!
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