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Con manos temblorosas y respirando errático, Jiho tomó su celular. El temblor en sus manos le hizo difícil marcar el número de su mejor amigo, pero al final lo logró. Namjoon tardó en contestar, quizás estaba ocupado.
-¡Jiho! ¡Qué alegría que llames! Ya pasaron muchos días sin saber de ti. ¿Cómo estás?
Demonios, pensó. Se escuchaba muy alegre, quizás había tenido un día maravilloso. Jiho se sintió culpable, no quería arruinar el día de Namjoon por culpa de sus malditos problemas y su incapacidad para poder salir a flote de toda la mierda en la que se estaba hundiendo poco a poco.
-¿Qué sucede? ¿Está todo bien?
Sollozó con fuerza, no podía reprimirlo, así como tan poco podía calmar la tempestad de tristeza en su pecho. La idea de colgarle y dejarlo seguir con su día se le antojó magnífica, pero al final no lo hizo. No cuando Namjoon le hablaba con tanta preocupación, como si le importara lo que le pasara.
-Ayúdame -su voz salió en un hilo-. Ella regresó.
-¿Qué?
-Ella... -El llanto le hacía imposible hablar con coherencia-. Está aquí conmigo, y no deja de lastimarme.
El nudo en su garganta le estaba ahogando. Se apretaba a cada minuto que pasaba, y volvía el respirar de la joven cada vez más errático y dificultoso.
-Namjoon... Tengo miedo.
-Tranquila, no vayas a colgar. Llegaré lo más pronto posible. -Se podía escuchar cómo al otro lado de la línea Namjoon había comenzado a correr-. Ahora... Ahora... ¿Recuerdas el libro que te regalé, el de los poemas de Edgar Allan Poe? ¿Ya comenzaste a leerlo?
Estaba tratando de distraer a Jiho, una técnica que ya le había funcionado en el pasado cuando le daban ataques de pánico como el de ahora, para que no se concentrara en ese indeseado ser que la lastimaba. Intento responder a sus preguntas, seguir el hilo de la conversación, pero aun así aquel ser de naturaleza tóxica la seguía molestando.
Ese ser, al que ella llamaba compañera, había aparecido durante el bachillerato, casi al inicio del curso, cuando su hermana menor murió víctima del descuido del conductor del autobús donde se había subido. Un golpe muy duro para toda la familia y que sus padres no supieron sobrellevar de forma sana.
Su padre culpaba a su madre por no haberla ido a recoger ese día a la escuela, y la misma acusación hacia la mujer con su esposo. Las peleas se volvieron el pan de cada día en el hogar de Jiho. Y ella... ella, a pesar de tener cercas a un buen amigo a su lado, no soportaba ver a sus padres gritarse y ver a su familia desmoronarse. Un fuerte temor se apoderó de ella, pues ya había perdido a su hermanita. Un miembro de su familia que amaba con el alma y que se la habían arrebatado de la forma más cruel posible. No quería perder a nadie más de su familia y, sin embargo, sus padres parecían desear que se quebraran los vínculos.
Tenía todo un caos de tristeza y soledad dentro de ella, y de ahí nació su indeseada compañera. La detenía con todas sus fuerzas. Era de apariencia horrible y escandalosa, con un aura tan oscura que le causaba temblar de pánico. La atacaba de muchas formas. Sus momentos favoritos eran las noches, acorralándola en una esquina de su habitación y gritándole tantas cosas que le aterraban y dolían.
En esa época luchaba día tras día con ella, intentando hacer oídos sordos y repitiendo como un rezo lo que todos a su alrededor le decían para ayudar a superar los pensamientos negativos que poco a poco la iban arrastrando a un abismo de desconsuelo: no es para tanto, hay personas con problemas peores que los tuyos. Solo debes ser más positiva, concentrarte en cualquier otra cosa, distraer tu mente.
Jiho no los culpaba por pensar de esa forma, porque todo estaba en su cabeza. Aquella compañera era el producto de su ansiedad, estrés y la inmensa tristeza que la estaba consumiendo. Y trató de seguir sus sencillos consejos que parecían simples de llevar a cabo, pero no era tan sencillo como eso.
El problema se agravó. Las terapias fueron necesarias y las pastillas se volvieron parte de su vida para poder sobrevivir al día a día. Sin embargo, sus fuerzas flaqueaban en momentos y terminaba cayendo a una fría celda donde su compañera estaba esperándole lista para atacar. Justo como hoy.
* * *
Por órdenes y recomendación de la psicóloga que se encargaba de Jiho, los más allegados y de plena confianza de la madre y de ella, debían saber el código para entrar al departamento, precisamente por si esto llegaba a suceder. O algo peor.
Sin previo aviso, Namjoon ingresó a la vivienda directamente a la habitación de la joven. La encontró tirada en el suelo en posición fetal, abrazando sus piernas con fuerza como una especie de escudo. Al verlo, gritó su nombre y este corrió directo a ella, levantándola y apretándola en un fuerte abrazo.
Su llanto era tan fuerte que apenas y lograba escuchar lo que Namjoon le decía.
-Ya estoy aquí. Ya no estás sola, yo aré que se vaya. Confía en mí.
Hizo el intento por hablar y solo consiguió balbucear como tonta. Lo único que podía hacer era llorar en los reconfortantes brazos de Namjoon. Parecían hechos para eso, para consolar y proteger, y Jiho no tenía mayor problema en ser egoísta y presionarlo para obtener todo lo que su abrazo le ofrecía.
No supieron con exactitud cuanto tiempo paso hasta que dejo de llorar. Los ojos le ardían y su rostro, según pensaba ella, debía ser un desastre como toda ella en ese momento.
-¿Sé a ido?
-Sí. Namjoon, perdón. -Se alejó un poco de él y la miró confundido-. Seguramente estabas haciendo cosas más importantes y yo te interrumpí.
-No hay nada que perdonar. Y lo que estaba haciendo no es más relevante que tu bienestar. -Subió sus manos hasta sus mejillas y la obligó a observarlo-. Jiho, ¿quieres contarme qué fue lo que pasó?
Las ganas de llorar volvieron a aparecer. Lo que sucedió ese día fue algo relacionado con su madre. No discutieron ni nada de eso, su relación era buena y gozaban de una confianza que cualquiera envidiaría. Su madre era genial, y era su mayor ejemplo, y sentía mucha admiración por esa fuerte y luchadora mujer. Pero al final, su madre era un ser humano como cualquier otro, imperfecto y con millones de problemas.
Esa mañana, Jiho despertó atraída por los gritos de su alterada madre que discutía con alguien por teléfono. Camino de puntillas y pego la oreja a la puerta para escuchar. Estaba discutiendo con su padre -exesposo- por qué aún no pagaba la manutención y la necesitaban con urgencia. Sí, aunque Jiho fuera una Joven de veintidós años, su padre debía hacer aquello porque su hija estaba incapacitada por su severa depresión y ansiedad y el sueldo de su madre les era insuficiente.
Tenían algunas deudas y muchas facturas que pagar. La escucho llorar desesperada y casi rogando por el dinero. Jiho se sintió tan impotente por no poder ayudarla qué aquella compañera que tenía dos meses sin aparecer, hizo acto de presencia esa mañana. La llamo inútil, la llamo estúpida por estar triste todo el tiempo sin verdaderas razones para estarlo y la culpo por ser una carga de exagerado peso en la vida de sus seres amados.
-¿Tu mamá no se dio cuenta?
-No, hice un gran esfuerzo por controlarme. No quería añadirle una preocupación extra a su espalda. -Hizo una pausa para respirar profundo. Apenas y lograba mantener el llanto a raya-. Creo que ella tiene razón. Solo soy una carga que les está impidiendo a ti y a mi madre ser felices. Los estoy arrastrando en mi miseria.
Namjoon siseo para callarla.
-Eso no es verdad. No nos estás impidiendo nada, nosotros fuimos los que elegimos estar a tu lado y ser tu apoyo hasta que logres superar todo tu dolor. -Namjoon le sonrió. Le hubiera gustado corresponder, pero seguía sintiéndose triste.
Ella deseaba ser feliz y lo hacía con todas sus fuerzas. Pero entonces tenía esas recaídas y sentía que nunca iba a salir de la oscuridad que la abrumaba, y en su desesperación se culpaba a sí misma por no ser lo suficientemente fuerte para superar la depresión. Sobre todo porque se sentía una carga, como la llamó su compañera, para su madre y para Namjoon. No podía soportar esa sensación de nunca poder ser feliz de nuevo, de no poder sentir esa emoción y energía que solía inundar todo su ser. Era como un infierno sin salida.
De forma inesperada, Namjoon besó su mejilla. Lo hizo con lentitud y se tomó su tiempo en aquel acto. Sus labios eran esponjosos y suaves al tacto. ¿Por qué estaba haciendo aquello? Jiho no entendía nada. Permaneció completamente quieta mientras repetía esa acción dos veces más.
Cuando terminó y se alejó para mirarle, no pudo pronunciar ni una sola palabra y le miraba en busca de una explicación, pues no entendía sus razones para besarla, ¿lo había hecho para callar su llanto? Si era eso, los besos fueron totalmente innecesarios, solo tenía que pedírselo con palabras.
-¿Recuerdas el día que nos conocimos? -su voz se volvió un susurro.
-Sí, fue un día en el parque. Tú te habías caído de un columpio y llorabas como si furas a morir.
Como tenía la tierna edad de cinco años, el pequeño Namjoon se limitaba a llorar con fuerza en lugar de llamar a su madre. Miraba su rodilla con rasguños de los que salía una poca de sangre. Hasta que apareció una niña de piel tostada y con dos trenzas de peinado. Esa era Jiho.
Llevaba puesto su uniforme escolar, pues las clases habían concluido y tenía que pasar por aquel parque para llegar a casa. Pero se desvió del camino para ayudar a aquel torpe niño que no paraba de llorar.
-¡Huy! Mira el tamaño de ese raspón. -Se arrodilló frente a él y sacó de su mochila una botella de agua-. No te preocupes, yo te voy a curar.
Con una sonrisa en el rostro, comenzó a curarlo de forma improvisada. Echo agua sobre su herida para lavarla y quitarle las minúsculas piedrecitas que tenía incrustadas junto a la suciedad. A falta de una curita, lo que usó fue un trozo de papel y acto seguido dejó un pequeño beso por encima del raspón.
-Para que deje de doler -explico al notar que el pobre niño se puso muy colorado.
Como era lo que su madre decía cuando ella se lastimaba, y era tan inocente, realmente creía que de esa forma aliviaría el dolor del pequeño Namjoon. Y desde ese entonces jamás se habían separado, demostrando ser verdaderos amigos.
-Llámame loco, pero te juro que después de ese beso no sentía más dolor. -Tomó sus manos y besó mis nudillos-. Sé que tus heridas son más graves que un raspón y que no sanarán con simples besitos. Pero pueden ayudarte a olvidar por un momento del sufrimiento. Y yo me quedaré a tu lado para ayudarte pase lo que pase.
Quiso sonreírle y darle las gracias, pero la carga nostálgica del momento, así como sus palabras y acciones que le resultaron tiernas y abrazaron su corazón con una calidez que hacía mucho no sentía. Después de un sollozo más, se echó a llorar de nuevo en sus brazos. Él la recibió una vez más y la estrujó contra su pecho, permitiéndole desahogarse por completo sin importar que mojara su camisa de color gris.
Sin embargo, no lloraba porque se sintiera triste o culpable, sino de agradecimiento por permanecer con ella y aliviar un poco las heridas de un corazón que él no había destruido.
-Namjoon -su voz se escuchaba con un poco más de paz-. Te quiero mucho.
Namjoon soltó una risita.
-Yo también Jiho, y mucho. -Dejo de abrazarla y la alejo para mirarla directo a los ojos-. Entonces, ¿qué es lo que debes hacer ahora?
-Supongo que empezar de nuevo. Hay que intentarlo una vez más, pero mucho mejor.
-Y las veces que sean necesarias hasta que lo logres. Ya te dije que yo te apoyaré, pero tú eres la única con el poder de sanar la herida más profunda.
-Lo sé. Prometo hacerlo mucho mejor esta vez. -Su sonrisa fue más genuina.
-Así se habla. -Despeinó su cabello de forma juguetona.
La sonrisa orgullosa que surgió de los labios de Namjoon hizo saltar el corazón de Jiho de felicidad y lo volvió a abrasar.
Namjoon le besó la frente y sonrió. Quizás no había logrado eliminar su tristeza por completo, pero al menos le había expresado todo lo que sentía y prometido todo su apoyo. Y quizás con algo de suerte, ella podía regresar a ser la chica feliz de antes.
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