xxii. Ashes to Ashes

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capítulo xxii. de cenizas a cenizas

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La brisa corría salvaje ese día. El cabello rubio de Rebekah Mikaelson ondeaba suelto debido a la brisa del ambiente, moviéndose a la par de los pensamientos que no le daban calma a la vampiresa Original. Su hermano mayor estaba igual o quizás más perturbado que ella, lo sabía por las pocas palabras que emitía, por lo reacio que se encontraba a hablar su verdad y la tensión que irradiaba constantemente su cuerpo.

Rebekah realmente especulaba que ese sería el final de todo Mikaelson: estar atrapados en un círculo enfermizo de tristeza, culpabilidad y drama. Y es que la realidad del asunto era que ella no podía pensar en otra conclusión porque eso era justamente lo que sentía: Rebekah cargaba consigo un enorme sentimiento de tristeza por ella misma, por Elijah, por Hayley e incluso por Andrea y los Crecientes. También se atribuía culpa: por haber abandonado el cuerpo de Eva Sinclair sin —todavía— tener la más mínima idea de cómo traer a Kol a la vida. Pero por sobre toda la cosa estaba cansada del drama familiar y de su protagonista principal: su siniestro medio hermano.

Le hervía la sangre encontrarse con la realización de que una vez más fueron títeres en su juego; piezas que él movió como quiso, los manipuló y los tenía ahí: desenterrado a su madre de la plantación Mikaelson, o bueno, de lo que quedó de aquella casa.

—He roto mi promesa a Kol y estoy conspirando activamente para engañar a Davina mientras ella intenta salvar a nuestro hermano. Me siento como una traidora.

Elijah le miró luego de que derramó la pimpina de gasolina en el ataúd de caoba oscuro en donde descansaba los retos del cuerpo original de su madre.

—No tienes por qué culparte, Rebekah. No lo hagas.

—Ojalá pudiese hacerlo —soltó un suspiro y dejó caer la pala en el suelo cubierto por el pasto verde y tierra—. Pero no es solo mi promesa, también es... Este cuerpo —se apuntó a sí misma, Elijah le miró—... Por culpa de Nik estoy condenada a robar vida en vez de crearla, otra vez.

El corazón de Elijah se terminó de romper cuando observó cómo Rebekah se tragaba su sentir: su impotencia y tristeza. Nunca nada jamás dolió tanto como ver a su hermana sumergida en una pena que él deseaba aliviar. El Original podía sentir como su hermana se mantenía al margen del tópico por lo que no pronunció otra palabra más acerca de eso, sin embargo, cuando tiro la pimpina a la tumba recordó y se sintió aun peor.

—Gia era inocente... —el Original pensó en voz alta. Le era inevitable no pensar en la morena, porque ella había estado ahí en el momento en que él la necesitó. Ahora simplemente ya no estaba y eso le calaba hondo al vampiro—...Pero la inocencia no termina bien en nuestra familia.

Rebekah le miró, pero Elijah no le devolvió el gesto.

La amarga memoria le perturbó desde el momento en que Elijah atestiguó su cuerpo quemándose bajo el sol. El recuerdo no tenía ni veinticuatro horas y le pasaba como si hubiese pasado hace toda una vida atrás. El Original podía rememorar un sentimiento similar cuando Darice Pevensie entró en su vida por segunda vez, solo para irse sin aviso y en paz. Pero incluso así, las situaciones eran incomparables.

Klaus mató a Gia. Klaus no mató a Darice.

Con sus ojos fijos en él, la rubia añadió—. Ella no es lo único de lo que él te privó anoche.

Entonces la mirada de Elijah conectó con Rebekah. Súbitamente, todo se hizo claro en sus ojos, reflejados en sus orbes oscuros Rebekah logró divisar culpa. Una culpa sin fundamentos porque él no faltó a su promesa y ciertamente tampoco era el casual de lo que les pasó a los Crecientes.

—Andrea jamás fue... —la sentencia quedó en el aire tal como sus sentimientos para con ella. Era tan obvio—. Ella merece mejor.

Rebekah sintió una punzada y avanzó lo suficiente hasta quedar a su lado.

—Elijah —le llamó con seguridad en su voz. Quizás fue esa misma firmeza lo que hizo que Elijah le mirará—. No sabes cuánto me duele que creas que no mereces felicidad, que creas que no la mereces a ella —para ese punto la voz de Rebekah era el resultado de una voz tan firme como rota. Elijah podía sentirlo.

Entonces, él añadió—. ¿Qué hay acerca de tu felicidad? ¿Dónde queda?

El silencio los invadió. Rebekah no era capaz de responder porque su felicidad quedó en el cuerpo de la bruja morena junto con su oportunidad de vida. No admitiría que se sentía miserable porque sabría que a Elijah le dolería escucharlo, pero tampoco podía pretender que era feliz puesto que esa no era su esencia.

—Supongo que esa es la maldición familiar —musitó mientras cogió el encendedor de su bolsillo trasero: plateado y brillante, la M de su apellido resplandecía en el centro. Lo prendió mientras sus ojos seguían la caja marrón que tenía el nombre de Esther—... Todo lo que amamos...

Soltó el encendedor en la tumba abierta. El fuego y la gasolina hicieron contacto al instante ardiendo en un baile voraz. Cuando el olor se volvió prominente la rubia terminó por decir:

—....Lo convertimos en cenizas.

Entonces, desde su fuero interno, ambos Originales desearon que el fuego fuese lo suficientemente no solo para consumir el cuerpo terrenal pero para llevarse el pesar consigo.

•••

El panorama general no era alentador. Muy por el contrario, los Mikaelson distaban de ver la luz cómo sí si estuviesen a un océano de distancia pero las probabilidades eran altas de que su manera de observar la situación se debía como consecuencia de los actos que los llevaron hasta ese punto.

Sin embargo, esa percepción del asunto difería en demasía sí le pregúntense a Klaus Mikaelson.

A sus ojos la victoria estaba a un movimiento, y la paz a la vuelta de la esquina. El optimismo para con su propio plan era tan obvio como asegurado. El híbrido permanecía imperturbable ante la noticia de que Dahlia tomó a Freya y llevaba consigo la última estaca de Roble Blanco, su hermano mayor le atribuyó el hecho a saber que en su incipiente paranoia, Klaus creía tener todo bajo control: los Crecientes dominados, sus hermanos a su lado, Hope segura y Esther vivita y coleando para ser el cebo de su operación.

Resultaba ser que todo fue un plan que su hermano creó en el momento en que Dahlia demostró debilidad y una desesperante necesidad por hacerle ver a Klaus que la familia tarde o temprano te traiciona a través de los recuerdos que ella le compartió en confidencia de su persona y de su hermana menor, aquella mujer que dejó a su hermana atrás para juntar su vida con un vikingo temperamental. Erróneamente, Freya creyó que ella era la bruja que le traicionó y que por ende, le hizo un daño irreparable, la verdad es que siempre fue su madre: Esther. Cuando Camille le confesó todo comprendió que el ataque que Freya orquestó en la Iglesia Saint Anne hubiese fallado de todos modos.

—Déjame adivinar —su madre musitó desde su posición en el centro del bar abandonado. La piel de Elijah se erizó cuando escuchó la verdadera voz de su madre, sus pensamientos rápidamente fueron hasta la última vez que la escuchó con vida y la observó igual: en Mystic Falls—. Me trajiste devuelta a la vida para torturame.

Esther le otorgó una mirada suavizada a su tercer descendiente. Cruzó sus piernas en la silla y descansó sus manos sobre la pierna dominante, las cadenas anti-magia era incómodas y el hecho de que se sentía cansada tampoco ayudaba. Volver a la vida se estaba volviendo agotador.

Elijah jugaba con un cuchillo mientras recargaba su peso en una de las mesas. A Esther le causó diversión porque más allá de que su hijo tuviese las ganas de hacerle pagar lo que ella le hizo, rememoró un tiempo más feliz donde un pequeño Elijah daba vueltas al cuchillo al tiempo que esperaba su comida.

—No te atribuyas tanta importancia, madre —apostilló, mirándole de soslayo mientras seguía en su actividad—. Solo necesitamos de tu sangre. Sin embargo, cuando llegue el momento y esto se torne como una pesadilla para ti... —alzó su vista hacia ella y observó cómo Esther mantenía su semblante sereno—... No puedo prometer que no lo disfrutaré inmensamente.

Esther echó su espalda hacia atrás sin romper el contacto visual.

Pese a todo, le dolía enormemente que Elijah le mirará así; con odio y rencor. Esther reconocía que el método que utilizó para hacerle ver su verdad fue ortodoxo, en la muerte lo pudo pensar, más, no podía disculparse por querer algo mejor para sus hijos. Jamás lo haría.

—Todo lo que hice, Elijah, lo hice...

No —Elijah le interrumpió con fuerza en su tono de voz. El cuchillo seguía en sus manos—. No necesito de tus explicaciones llenas de ilusiones utópicas. Lo que me hiciste revivir, lo que me hiciste ver... —el Original negó sintiendo una corriente en su sistema que contenía todo lo que él sentía hacía ella, comenzando por el amor que le tenía y terminando por el odio que sentía. No solo para con su madre, pero para su propia persona.

—Es algo que ya eres —terminó por decir—. Reconozco mi parte en esta existencia tuya —Esther trató de buscar los ojos de su hijo, pero Elijah estaba reacio a verla—. Jamás sabrás la extensión de mi pesar por ella.

Elijah le escuchó tragar saliva. También escucho el ruido de las cadenas contra el aire y el crujir de la silla cuando ésta indicó que Esther se levantó, pero en ningún momento, Elijah le miró.

—Mírame, Elijah —Esther masculló en una desesperación abrumante. Inmediatamente, como una orden que no puede ser ignorada, Elijah le miró—. Te amo —Esther avanzó para tocar su mejilla, pero Elijah se apartó tan rápido como notó su intención. El corazón de Esther dolió—. Te amo con la misma fuerza que amo a todos y cada uno de mis hijos. Empero no oirás de mí un lo siento por lo que te hice. Merecías conocer la verdad... Incluso sí ésta te mata por dentro.

Y vaya cuánta razón Esther tenía. La puerta roja no era fantasía, ni tampoco una memoria de su pasado, era una realidad latente. Elijah no podía escapar de ella, ni tampoco esconderse, el simbolismo constituía su más grande pesar, su mayor remordimiento y quizás también sería la razón de su caída.

—Te concedo la razón en tus últimas palabras. De verdad, lo hago —admitió con un nudo en la garganta—. Pero asimismo parece válido apuntar que te equivocas, porque verás, la última cosa que necesito de ti es un lo siento. Tus palabras están llenas de falsedad y jamás podré creer que te arrepientes porque ya no creo más en ti.

Esther no era ajena a los contantes rechazos de sus hijos, pero esto era algo más. Las palabras nunca se sintieron tan reales y su peso nunca le causó una molestia más allá que el reconocimiento de terquedad. Más, todo esto era algo que le sobrepasaba. La punzada en su corazón trajo como reacción un temblor en su labio. Mirar los ojos de Elijah tampoco ayudaba a menguar su sentir, era un atisbo con la que ella ya se encontraba familiarizada. Lo observó en Freya cuando se reencontraron, lo atisbó en Finn cuando ella demostró su hipocresía y perdió la cuenta de las veces que los ojos de Niklaus brillaban con el sentimiento negativo usual. En su recuento podía salvar a sus dos menores, pero también sabía que ellos eran la regla y no la excepción. Cada uno de sus hijos la despreciaba y eso era peor que mil muertes.

El contacto entre sus miradas se rompió cuando Elijah se giró para fijarse en la tercera persona que entraba al bar. Klaus sintió de inmediato la energía que Elijah irradiaba, pero no pronunció palabra al respecto, el Original creó la suposición de que el malestar de su hermano era un conjunto de factores: Esther siendo el primero en la lista.

—Te veo de excelente humor —Elijah le siseó con voz concisa.

— ¿Por qué no estarlo? —el híbrido alzó una ceja, mientras escondía sus manos detrás de su espalda—. El cielo es azul, mi piel está brillando, mi plan está abierto en pompa y estoy salvando el día.

El semblante de Klaus estaba sereno y una sonrisa radiante le acompañaba. El híbrido caminó hacia su madre con su estilo usual y sin borrar su sonrisa.

— ¿Cómo te ha tratado la muerte, madre? —ante su chistosa pregunta, Esther le otorgó una mirada significativa—. Espero que estés lista para... ¿Qué número sería está? ¿La sexta, séptima?

A su espalda, Elijah dejó el cuchillo en una de las mesas.

— ¿Podrías parar con tu cinismo, Niklaus?

El par de ojos se dirigieron a él.

Niklaus entrecerró su ceño.

— ¿Tienes algún problema, Elijah? —Nik no tenía intenciones de irritar a su hermano, pero su sentimiento fue traslúcido—. Porque sí es así, te recomiendo que tú no eres la prioridad en este momento. Brindemos nuestra atención a nuestra madre y a lo que llamaré su intento de redención.

— ¿Esperas que transite el camino hacia mi muerte con una sonrisa en mis labios? —el sarcasmo en la voz de su madre no le borró la línea burlona de sus labios.

—Qué tu participación sea caritativa, indudablemente sería un bono. Sin embargo, es innecesaria, yo puedo arrastrarse con gusto en el camino. Pero, por favor, descansa, madre. Tu muerte todavía está a unas horas de distancia, mi plan es usarte para bajar las defensas de tu hermana antes de que las mate a ambas.

Esther entreabrió los labios para replicar pero los cerró cuando observó a su hija.

—Y es así como tu poder de decisión se desvanece tal sal en el agua —la voz de la más joven de los Mikaelson resonó en la amplia habitación. Elijah la observó de soslayo y vislumbró que había cambiado su vestuario en contraste al de la mañana, pero seguía vestida de negro. Justo como él—. Es decir, sí nosotros no tenemos opción. ¿Por qué la tendrías tú? Después de todo, tú eres la razón por la que estamos en este lío. Tú, aquella que prometió el primogénito de cada generación a una desequilibrada mujer y no tuvo ni la decencia de decirles a sus hijos.

—Rebekah...

Esther manifestó toda su intención de acercarse a la menor de sus hijas, pero en un acto de inercia, Klaus la tomó del brazo y le impidió acercarse a su hermana. La acción no pasó desapercibida para Esther quién conocía la tendencia protectora de Klaus hacia Rebekah. Ese mismo acto lo vio demasiadas veces en el pasado cuando alguien —que tenía así fue una mínima intención de herir a Rebekah— intentaba acercársele.

—No estoy aquí para escucharte, madre. He tenido bastante de la gente que pretende que tiene algún poder sobre mí ya.

Klaus rodó los ojos. Cuando estuvo seguro que Esther no intentaría acercarse a Rebekah, él se fue hasta ambos—. ¿Cuánto tiempo van a estar ahí pretendiendo que no me necesitan?

Elijah y Rebekah no se movieron un ápice.

—Ninguno de los dos me dejo otra opción más que hacer esto por mí cuenta —su sentencia era errada. Niklaus hablaba desde el suplicio que le provocaba su traición; la imagen de sus hermanos más queridos junto a Freya mientras él se desvanecía en la oscuridad no dejaría su mente en el tiempo próximo—. No somos extraños por tener desacuerdos en batalla, pero no se les olvidé que tenemos un historial extenso haciendo lo que sea cueste para ganar la guerra.

Y fue ahí que Elijah no pudo silenciar más.

— ¿Qué hay acerca de Gia, entonces? —el trajeado interpeló casi al instante que Niklaus terminó de hablar. Sus orbes oscuros se fijaron en los verdes del híbrido, mirándole con decisión—. ¿Andrea?, la madre de tu hija... ¿Hayley?

La sonrisa socarrona se borró cuando Elijah siguió agregando nombres a la lista. El híbrido avanzó cuatro pasos exactos para estar frente a él. El corazón de Elijah latía con celeridad debido a la rabia, el de Nik le hacía competencia porque rememorar a las traicioneras le avivaba la cólera.

No dudó cuando con insolencia expresó—. Daño colateral.

Existía una cantidad máxima de lo que una persona podía soportar de otra. La cuantía se debía según dos factores principales: la paciencia y la calidad de relación entre las partes. A lo largo de los años, Elijah soportó demasiado de Klaus, más allá de lo que cualquier persona cuerda pudiese, pero en el preciso momento en que esas dos odiosas palabras salieron de sus labios, Elijah no pudo soportar más.

¿Cómo expresó su exasperación?

Cuando el puño de Elijah impactó sobre Nik en un movimiento que tomó a los presentes con la guardia baja.

—Infieres que tus acciones son parte de una estratagema —apostilló dando un paso hacia adelante—. Cuando sabes bien que lo usas como eufemismo para lo que fue un castigo.

— ¿Un castigo? ¿Por qué creerías que es un castigo? —fingió descomprensión por un momento. Se alzó en sus pies cuando escupió con veneno—. ¿Quizás por clavarme la daga? ¿Por traicionarme?

— ¡Tu buscaste esto, Niklaus! ¡Sólo tú! —su voz hizo eco en inhabitado bar. Los ojos de Elijah no abandonaban la anatomía de Klaus—. Tu inhabilidad para confiar y tu paranoia nos trajo hasta aquí. ¿Qué traicioné tu confianza? Sí, lo hice, pero simplemente, no es algo que tú no nos hayas hecho antes. Porque aunque te pese, tú no eres la única víctima. Y sí crees que es así, entonces, dime, ¿cuántos veces les ha clavado la daga a Rebekah? ¿A Kol? ¿A mí? ¿Cuántos años tuvo que pasar Finn en el maldito ataúd? ¡Dime, Niklaus! ¿Cuántos años estuve a tu lado pese a todo? ¿Cuántos años Rebekah ha estado ahí para ti y jamás ha dejado tu lado?

La tensión que los rodeaba podía cortarse con un cuchillo. El pecho de Elijah subía y bajaba irregularmente, y a pesar de que Niklaus era la oposición al trajeado, su cuerpo estaba tenso y mantenía el silencio. Rebekah observaba la escena con ojos tristes y Esther no distaba mucho de su hija.

—Pero no te importa —siguió Elijah después de un silencio corto pero que se sintió eterno. Su tono bajaba al pronunciar palabras pero el sentimiento hiriente seguía ahí, su intención era clara—. En el momento en el que ves que algo no es como tú quieres, inmediatamente te cierras. Esa, Niklaus, es tu más grande maldición.

Elijah avanzó un paso hacia su hermano. Su distancia se reducía a un metro pero se sentía como el tamaño de un continente.

—Hemos luchado juntos por siglos, pero una vez más para destruir a tu enemigo, destruiste a tu familia.

Los ojos de Klaus expresaban lo que él no podía decir en palabras. El dolor de la traición menguó cuando la posibilidad de encontrarse con su mayor miedo se vio más real que nunca. Niklaus podía atisbar lo que saldría a continuación de los labios de su hermano, pero aun así la verdad lo golpeó en la cara cuando paralelamente la voz de Freya se presenció en su mente:

«Estuve sola una vez, hermano. No es placentero... Sería una lástima que tuvieses que pasar por ello».

—Cualquiera que sea el final de la historia que termina ésta noche... —su tono de voz terminó por modularse al usual cuando finalizó diciendo—. No estaré más de tu lado. ¿Querías estar solo? Perfecto, Niklaus. Tu deseo se ha cumplido, felicitaciones.

Elijah pasó de él, en dirección a Esther. Los ojos de Nik cayeron al suelo y se sintió mareado. Pronto, no sintió la presencia ni de Elijah, Esther o Rebekah. No logró apuntar cuando fue que abandonaron el lugar porque cuando él iba camino a la salida, se detuvo de pronto, cuando escuchó una voz muy familiar a él.

¿Te das cuenta? —su acento ruso se perdió con el tiempo, o quizás, él perdía el sonido de su voz con el pasar de los horas. Su voz se escuchaba impropia de ella, pero los ojos verdes que Klaus tanto añoró eran los mismos. Darice Pevensie se presentó en él en una ilusión que servía nada más como tormento—. Creo recordar que te dije que la única persona que puede romper el voto eres tú, Nik. Has roto el por siempre y para siempre. ¿Cómo se siente?

•••

En Nueva Orleans, el distrito de Warehouse fue famoso en su tiempo de apogeo por ser el lugar donde colgaban a los traidores. Cuando Dahlia conoció la historia, se encontró con la realización de inmediato que ese lugar era perfecto. Freya Mikaelson sería la acusada, y Dahlia sería su juez y verdugo.

Justo en el medio de un almacén contenido por automóviles del principio del años del 1900, y por mera precaución antes los hechos que pronto suscitarían Dahlia se encerró en un círculo de sal junto a Freya. La apariencia siempre estoica de Dahlia se mantenía intacta, mientras que Freya tenía el cabello desdeñado, el maquillaje corrido y estaba amordazada. Lo único que la mantenía de pie era la fe en sus hermanos, y no se equivocó. Un par de horas más tarde, Elijah entró junto a Esther al local, seguidos de Klaus y Rebekah.

Freya no pudo evitar sentir algo cuando miró a su madre en su cuerpo original. La bruja no podía apuntar con claridad que era ese algo porque sus prioridades eran otras, pero no podía negarlo. De lo que sí estaba segura era que no era nada parecido a lástima o remordimiento. Freya no sentía un ápice de culpa por matarla, ni tampoco del final que vendría. Cuando giró su rostro para ver a Dahlia, Freya supo de inmediato que al menos, su tía compartía similares pensamientos.

El silencio se cortó cuando Dahlia soltó un par de carcajadas.

—Mi hermana... ¿En cadenas? —soltó cuando la detalló bien—. Díganme, queridos sobrinos. ¿Es ella el regalo para comprar la libertad de Freya? Porque sí es así, yo también les tengo un regalo.

Seguidamente de sus palabras, Dahlia sacó de su abrigo de color azul oscuro la estaca de Roble Blanco. Los Originales atribuyeron lo siguiente que suscitó como un acto de demostración barato, la bruja de más de los mil años alzó la estaca al aire, casi al instante los truenos se escucharon y relámpagos fueron vistos. Los Mikaelson no se inmutaron.

—Una estaca. Tres de nosotros —habló Nik con confianza desbordante—. Quizás dormir una vez por siglo tenga como efecto secundario no saber contar bien —Dahlia le miró con gracia—. Pero supongamos que llegas a matar uno de nosotros, todavía hay dos restantes que no van a descansar hasta cortarte a la mitad y, posteriormente, regalarte un pase al infierno.

—Piensas bien... Pero en muy pequeño, sobrino —la diversión era palpable en su voz, al igual que la seguridad. Una sonrisa socarrona se mostró en sus labios.

Las probabilidades que parecieron estar a favor de los Mikaelson cambiaron drásticamente cuando los truenos y relámpagos volvieron a presentarse. La estaca comenzó a elevarse en el aire y en un parpadeo, el pedazo de madera místico explotó en incontables segmentos que a su alrededor ofrecía la ficticia imagen de nieve. Poco tiempo después, acompañada de la magia que recorre su sistema, Dahlia inserta los fragmentos de la estaca en la boca de los tres originales. Pasa demasiado rápido porque pronto, el sistema interno de los tres comienza a ralentizarse y cerrarse por el roble, es cuestión de segundos cuando sus pulmones se contraen y ellos empiezan a ahogarse.

Freya los miró con miedo ascendente cuando los rostros de sus hermanos se tornaron rojas y las venas comenzaban a resaltar. Esther, reacia a atestiguar la escena podía escuchar como sus hijos buscaban el aire en un intento de mantenerse con vida. Los escuchó cuando cayeron en el sol, en agonía.

—Oh, querida hermana. Veamos juntas cómo tus hijos se queman desde dentro —la voz de su hermana mayor le atornilló los oídos. Esther alzó su vista hacia ella, una sonrisa complacida que le caló hondo a la bruja original—. ¿No esto lo que querías? Tengo entendido que has intentado matar a tus hijos pero has fallado estrepitosamente cada vez. Observa, Esther. Estoy cumpliendo tu deseo, pese a todo lo que me has hecho.

—Estás equivocada sí incluso crees que encuentro satisfacción en observar como hijos mueren lentamente. Es enfermo, Dahlia. Tú no eres así.

Dahlia soltó una carcajada.

—Ese es tu error, Esther, creer que me conoces. No lo haces.

Esther avanzó un paso con seguridad.

—Yo sí conozco a mi hermana —apostilló—. Sin embargo, sí desconozco a este ser frente a mí que disfruta la agonía ajena.

— ¿Me quieres hacer sentir culpable? —Dahlia avanzó un paso dentro del círculo. Arqueó una ceja y su sonrisa se disipó—. La estupidez de tu esposo se te pegó, por lo que veo. Piensa otra vez, hermanita.

Esther ladeó su cabeza—. ¿Por qué sigues conversando ese odio hacia mí y mis decisiones, después de todos años?

— ¿Te sorprende, acaso? —cuando Dahlia divisó que Klaus tenía intención de tomar una estaca de madera común, alzó sus dedos para alejarlo del objeto—. ¡Tú rompiste nuestro voto! —exclamó obvia y furiosa—. Íbamos a permanecer juntas por siempre y para siempre, ¿qué pasó? Ah sí, recuerdo. Me dejaste para casarte con un vikingo imbécil que destruyó nuestra vida y nos mantuvo presas. Esto —apuntó a la escena con brazos abiertos—, me parece el precio justo a pagar por tus actos.

Esther no comprendía su punto de vista. No incluso después de tantos años. No cuando Dahlia cruzó una línea que Esther no podría jamás.

—Me condenas por decisiones que iba a tomar tarde o temprano, Dahlia. ¡Hablas de un precio justo pero te pagué mucho más que eso cuando me obligaste a entregarte a mi hija!

Instintivamente los ojos de Esther fueron a dar con los de Freya, quería ir hasta ella y abrazarla, pero podía sentir la renuencia de Freya hacia su persona. Esther también pensó en cómo —físicamente— creció para compartir semejanzas con Mikael, luego volvió su vista a su hermana mayor: no podía explicar la mirada que Dahlia le brindaba, pero su piel se erizó cuando la mujer desvió la mirada hacia el cielo oscuro encima de ellos: la luna estaba en su apogeo, y brillaba para todos con el reflejo de la luz del sol.

Dahlia le miró una vez más cuando con deleite enunció—. Y ahora verás cómo mueren tus hijos. Es tiempo de despedirte, Esther.

Tan pronto como la oración deja sus labios, Dahlia eleva su mano dominante causando que casi de inmediato Freya comience a carraspear —con la mordaza puesta en sus labios todavía—. La búsqueda de aire se volvió un suplicio y mientras ella se ahogaba, pudo ser capaz de subir sus manos hasta la altura de su boca y soltar la mordaza. Dahlia no la detuvo pero cuando vio que su pequeño acto no funcionó para calmarse a sí misma, sonrió aún más.

Los tres Originales tampoco distaban mucho de la situación de Freya.

El local abandonado se llenó del bullicio que llamaba a la vida a no dejar su cuerpo.

— ¡Detente, Dahlia! Te lo ruego —ante la curiosa elección de palabras, la aludida le miró con una ceja levantada y su ceño fruncido. Esther avanzó lentamente hacia ella—. Has ganado, hermana. Tienes todo lo que siempre has querido. La primogénita de esta generación incluida. Has demostrado tu supremacía y nos has vencido a todos, pero como último deseo, déjame enmendar lo que he hecho...

Esther traspasó el círculo y en el momento en que lo hizo fue el final para Dahlia, pero ella cegada no lo pudo ver. Bajarás sus defensas, le había dicho Nik.

—...Déjame compartir contigo la gloriosa libertad que he encontrado en la muerte.

Dahlia previó muy tarde la intención de su hermana. Bajo su guardia y perdió; Esther la abrazó y en el proceso enredó la cadena en su cuello, con el metal de antaño obstaculizando sus poderes, el hechizo que ejercía sobre Freya se disipó. La rubia no terminó de sobreponerse como era debido cuando con un movimiento de manos rápido creó una brecha en el círculo a su alrededor, seguidamente musitó unas palabras en su mente que le permitieron a sus hermanos poder recuperarse con celeridad: las venas se escondieron, el rojo en sus rostros se difuminó y su sistema se curaba a sí misma a buena velocidad.

En un vago intento por soltarse del agarre de Esther, Dahlia se zarandea hasta poder romper su unión pero no pronosticó la dificultad con la que su hermana no la dejaba ir. Antes de que todo terminará, Dahlia logró escuchar un murmullo desesperado en donde Esther llamaba a su hijo mayor, luego la escena cambió drásticamente: no estaban más en Nueva Orleans, no eran ni siquiera la sombra de las dos mujeres que habían hecho cosas terribles en el nombre de la familia. Eran dos muchachas jóvenes, solas en el mundo pero que se tenían la una a la otra en un campo extenso: en su hogar.

Eso fue lo último que recordó Dahlia. Fue lo último que vio Esther.

La daga con los elementos necesarios para matarla, traspasó el cuerpo de Esther hasta encontrar su camino final en el corazón de Dahlia. La escena que quedó fue cinematográficamente trágica y hermosa: las dos hermanas abrazadas no solo a ellas, pero a la muerte. Sus semblantes reflejaban el epitome de felicidad y verdadera paz.

Por siempre y para siempre, en efecto.

—Parece que, oficialmente, somos huérfanos.

Poco tiempo después de que la oración quedó al aire, los cuerpos de ambas cayeron en cenizas. Y tanto Nik como Elijah, Rebekah y Freya no ignoraron la ironía del momento: de cenizas volvieron a las cenizas.

•••

Dos semanas después.

Elijah Mikaelson no era un extraño a la muerte. No le tenía miedo ni tampoco pensaba que iba a vivir para siempre, pese al pensamiento popular. La historia le había enseñado a fuerza bruta que siempre existía algo que los ponía en contra la pared y amenazaba su existencia: siempre había una laguna para cada hechizo, siempre estaba una salida.

Sin embargo, lo único a lo que no le veía una salida era a la realidad precaria de los Crecientes, una que luego de lo suscitado, se volvió su realidad. Con Rebekah fuera de la ciudad en un viaje de tiempo indefinido por el mundo a fin de buscar una manera de cumplir su promesa hacia Kol; con Freya curando sus propias heridas y su inestable relación con Niklaus, Elijah se sentía solo recogiendo los pedazos de lo que la batalla trajo consigo.

Antes de que la situación explotase, existía el Acuerdo de Paz: un documento firmado por los líderes de las fracciones, por su persona y Klaus que aseguraba la convivencia pacífica entre los grupos sobrenaturales de la ciudad. Recordaba haber leído que su finalidad se extendía hasta la ayuda mutua cuando fuese necesaria. Elijah rememoraba haber elogiado la visión con la que Andrea redactó la idea original del documento, mucho más extenso del anterior a ese. Pero como todo, había un pequeño problema.

Luego de lo ocurrido, parecía que todo peso del acuerdo se esfumó.

Klaus no respetó las cláusulas y Davina como nueva Regente de los Nueves Aquelarres no pretendía a ayudar a los Crecientes en el tiempo cercano. ¿La razón? Elijah era el intermediario y el hecho de que él es la mitad de la razón por la cual no pudo traer a Kol devuelta todavía seguía siendo una herida fresca en ella.

Por lo que dos semanas después del lanzamiento de la maldición, Elijah se vio en la penosa realidad de ir hasta ellos con noticias poco —o nada— alentadoras. La logística de cómo manejar la situación todavía tenía que ser establecida, así que esa noche de luna llena en el mes Marzo, Elijah Mikaelson se desplazó al pantano junto con Hope —que le fue entregada gracias a una charla previa entre Freya y Klaus, porque los hermanos no se dirigían la palabra.

El Original dejó a su sobrina —que estaba más dormida que despierta— en el coche a su lado mientras esperaba los primeros indicios de la llegada de cualquiera de las dos personas por la cual se encontraba realmente interesado. Elijah apartó su mirada de Hope y se enderezó cuando oyó el crujir de las hojas secas, percibió una presencia ajena que por inercia respondió posicionándose frente a Hope.

Su cuerpo se relajó instantemente cuando logró visualizar a Andrea en su forma lobuna. Sus ojos azules se clavaron en los de él con ahínco, su pelaje también era distintivo pues lo grisáceo contrastaba con el color de sus orbes y con la oscuridad de la noche. Unos segundos más tarde, Elijah atestiguó como su cuerpo se transformó de inmediato al humano; Elijah nunca bajó su vista y cuando ella se acercó a pasos lentos a él, él se sacó su saco y lo colocó sobre sus hombros en aras de cubrir su desnudez. Al segundo se sostuvieron el uno al otro en un abrazo que contenía algo más que la felicidad de verse.

—Lo lamento —Elijah susurró en su oído, en respuesta Andrea cerró sus ojos y cómo si fuese posible se aferró más a él—. Lo lamento tanto.

Andrea sintió el beso que posteriormente él plantó en su cabello del lado izquierdo.

El abrazo se rompió y ella se alejó unos centímetros de él. Fue ahí donde Elijah la pudo notar con más claridad: su cabello estaba revuelto, y sus grandes orbes expresaban una gran angustia.

— ¿Podrías hacerme un favor? —se le hizo tan distante e irreal escuchar su voz más allá que en sus propios pensamientos. Cuando Elijah asintió, ella prosiguió—. No te culpes por esto y tampoco te atribuyas responsabilidades.

—Andrea...

—No, escúchame, Elijah —le cortó de raíz con voz firme—. Esto es culpa de Klaus. No hay que ser un genio para darse cuenta de que es así como funciona; Klaus destruye y tú construyes. Estoy bastante segura que ha sido por su milenio de vida pero no es justo para ti.

—No importa. No los voy a abandonar —se apresuró en decir, no supo lo que se apoderó de él cuando acunó el rostro de ella en sus manos y dijo—. No te voy a abandonar. Vas a estar bien, ¿confías en mí?

Andrea soltó el aire contenido. Desvió la mirada por un instante cuando volvió a él. Su mirada se suavizó y Elijah juró que sus ojos brillaban tanto como la luna sobre ellos.

Andrea asintió, pero añadió—. Confío en ti. Tú sabes que lo hago.

Y quizás fueron esas palabras que traían consigo una inmensa fuerza. Era un voto de confianza hacia su persona y Elijah se dejó llevar por un sentimiento que lo abrumó: Elijah acarició el rostro de Andrea con un anhelo que la hizo sentirse tan grande como el universo mismo. No logró atisbar el momento exacto en que Elijah dejó de mirarla para mirar sus labios y después unirlos con los suyos en un beso lento y afectuoso.

El beso subió gradualmente de nivel pero jamás llegó a dar paso a la lujuria. Se mantuvo moderado en matices de ternura y sensitivo. Un acto expresivo que contenía el más sólido de los sentimientos en su esplendor porque fue cuando sus labios colisionaron, sus almas se tocaron y sus corazones latieron en una sincronía perfecta que los volvió uno.

FINAL DE THE QUEEN

CONTINÚA EN THE CURSE

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