𝒊𝒊𝒊. ❛ 𝒄𝒂𝒓𝒃𝒐𝒏 𝒕𝒆𝒆𝒕𝒉 ❜

𝐜𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐭𝐫𝐞𝐬 ᳶ
❛ 𝒅𝒊𝒆𝒏𝒕𝒆𝒔 𝒅𝒆 𝒄𝒂𝒓𝒃𝒐́𝒏 ❜

Lyra lanzaba los vestidos al suelo con una furia que se desbordaba de su interior, cada prenda que caía era un reflejo de su impotencia y desesperación. La habitación, que normalmente era un refugio de calma y orden, se había convertido en un campo de batalla emocional. Las telas de colores vibrantes se esparcían por el suelo como los restos de una tormenta, mientras Lyra respiraba con dificultad, su pecho subiendo y bajando al ritmo frenético de su ira.

A su lado, Sabrina observaba con creciente preocupación. La leal dama de la familia Tully intentaba, con palabras suaves y gestos apaciguadores, hacer que Lyra recuperara la compostura. Sin embargo, la joven pelirroja estaba tan consumida por su enojo que las palabras de Sabrina apenas llegaban a sus oídos. Era como si una barrera invisible, formada por su dolor y frustración, la aislara de cualquier intento de consuelo.

La rabia de Lyra parecía no tener fin, como un fuego que se avivaba con cada pensamiento de traición y desesperanza. De repente, sus movimientos se detuvieron en seco cuando un sonido distinto resonó en la habitación: el inconfundible clic de la cerradura al girar, seguido por el golpe sordo de la puerta al cerrarse firmemente.

—Maldita sea—, murmuró Lyra entre dientes, su voz impregnada de una mezcla de ira y miedo. Era un murmullo que, aunque apenas audible, estaba cargado de una intensidad que podría haber encendido la habitación. Se dirigió rápidamente hacia la puerta, sus pasos resonando en el suelo de piedra. Al llegar, sus manos se aferraron al pomo, y lo giró con fuerza, con la esperanza desesperada de que la puerta se abriera. Pero no lo hizo. Estaba trancada.

El corazón de Lyra se hundió en su pecho. Sabía exactamente quién era el responsable de su confinamiento: Cregan, su hermano, y Guardián del Norte. Aunque compartían lazos de sangre, en ese momento, Cregan no era su hermano; era su carcelero. Lyra golpeó la puerta con sus puños, el dolor físico en sus nudillos apenas un reflejo del dolor emocional que sentía.

—¡ÁBRE LA PUERTA!—, gritó con todas sus fuerzas, su voz resonando en la habitación como un eco de su desesperación. Los golpes en la puerta se hicieron más fuertes, más insistentes, cada uno cargado de una mezcla de rabia y súplica.

Sabrina, viendo la creciente angustia de su nueva amiga, intentó intervenir una vez más.

—Lady Lyra, por favor, cálmate—, susurró, su voz temblorosa por la preocupación. Pero Lyra no le prestaba atención, sus pensamientos estaban completamente enfocados en la puerta cerrada y en la injusticia que sentía.

Desde el otro lado de la puerta, la voz de Clementine, una de las sirvientas más fieles de la casa, se escuchó, tratando de calmar la situación.

—Lady Lyra, estoy segura de que todo esto es solo un malentendido...—, comenzó a decir, su tono lleno de una mezcla de respeto y temor. Sin embargo, Lyra no estaba dispuesta a escuchar. Con la rabia ciega guiando sus acciones, volvió a golpear la puerta con los nudillos, cada golpe resonando con la fuerza de su desesperación.

—¡CREGAN!—, gritó de nuevo, su voz quebrándose ligeramente, pero aún así llena de una determinación feroz. El silencio que siguió fue ensordecedor, como si el mundo entero se hubiera detenido, esperando la respuesta.

Finalmente, la voz de Cregan se hizo oír, calmada y fría como el viento del norte.

—¿Crees que no te conozco lo suficiente, Lyra?—, dijo, su tono revelando una seguridad que sólo alimentó la furia de Lyra. —Sabía que intentarías escapar. No pierdas el tiempo probando la ventana, hay guardias apostados afuera, esperando por ti—.

Las palabras de Cregan cayeron sobre Lyra como una sentencia, la realidad de su situación golpeándola con toda su fuerza. Estaba atrapada, sin salida, prisionera en su propio hogar. Golpeó la puerta una vez más, sus manos temblando no sólo por el esfuerzo, sino por la desesperación que la consumía.

—¡CREGAN!—, gritó, su voz ahora un ruego desesperado. —¡ÁBRE LA PUERTA!, No me casaré con él—, susurró, su voz firme y cargada de una resolución inquebrantable, pero también de un dolor profundo. La idea de un matrimonio impuesto, de ser obligada a un destino que no había elegido, era algo que no podía aceptar.

Hubo un momento de silencio antes de que Cregan respondiera, su tono no mostrando ninguna emoción.

—Lo siento, Lyra—, dijo finalmente, cada palabra cayendo como una losa de piedra. —El trato está hecho. No hablo como tu hermano, sino como Guardián del Norte—.

Las palabras de Cregan fueron como una daga, cortando cualquier esperanza que Lyra pudiera haber tenido. Estaba claro que ya no había vuelta atrás. Las paredes que la rodeaban, que alguna vez le habían parecido seguras, ahora se cerraban sobre ella, como una prisión de la que no había escape.

—Me temo, Lyra, que no podremos hacer nada. Tendrás que aceptar ese matrimonio —dijo Sabrina, su voz teñida de una tristeza contenida, mientras sus manos se posaban suavemente sobre los delgados hombros de Lyra. La habitación estaba envuelta en un silencio espeso, roto solo por el crepitar del fuego en la chimenea. Sabrina sentía el peso de la situación como una losa en el pecho; sabía que sus palabras no serían bien recibidas, pero ¿qué más podía decir? Su intención era consolar a su amiga, ofrecerle un apoyo que necesitaba desesperadamente en esos momentos oscuros, aunque no estuviera segura de cómo hacerlo.

Lyra, sin embargo, no quería consuelo, al menos no el tipo de consuelo que Sabrina podía ofrecerle. Con un gesto rápido y brusco, se apartó de su amiga, sacudiendo los hombros como si quisiera liberarse de una carga insoportable. El contacto, aunque bienintencionado, solo acrecentaba la sensación de claustrofobia que la ahogaba.

—No lo entiendes... no puedo casarme, no debo —dijo Lyra, con un tono que vibraba con una mezcla de desesperación y miedo. Su voz, normalmente firme y decidida, temblaba ahora como una hoja en el viento. Esa vulnerabilidad, tan poco característica en ella, hizo que Sabrina se detuviera un momento a observarla con más detenimiento. Lyra había sido siempre un espíritu libre, una joven de voluntad indomable que soñaba con algo más allá de los confines de la vida que les había tocado vivir. Sin embargo, ahora esa voluntad parecía quebrarse ante la presión de un destino que no había elegido.

—¿Por qué no debes, Lyra? Somos mujeres, y en este mundo nuestro deber es parir herederos, formar alianzas, y ser leales a nuestros esposos —dijo Sabrina, intentando que su voz sonara firme, aunque en su interior se agitaba una tormenta de emociones encontradas. Estas palabras, repetidas tantas veces a lo largo de sus vidas, le pesaban como cadenas invisibles. Sabía que esa era la cruel realidad a la que estaban condenadas, pero verla tan claramente reflejada en la mirada de Lyra era casi insoportable. Sabrina comprendía el horror que Lyra sentía ante la idea de una vida encadenada a un matrimonio sin amor, pero ¿qué alternativa tenían? En este mundo, las mujeres no eran dueñas de sus propios destinos.

La mención de la palabra "deber" hizo que el rostro de Lyra se endureciera momentáneamente. Había escuchado esa palabra toda su vida, siempre pronunciada con una mezcla de reverencia y resignación. Sin embargo, para Lyra, ese "deber" no era más que una prisión dorada, un destino que aborrecía con cada fibra de su ser. Desde niña, había soñado con algo más, con una existencia que trascendiera los estrechos confines de las expectativas sociales. Quería aventuras, libertad, y la posibilidad de amar sin restricciones. Pero ahora, esas esperanzas se desmoronaban ante la fría realidad que la rodeaba.

—No quiero lastimarlo... —murmuró Lyra, bajando la mirada al suelo. Su voz era un susurro apenas audible, cargado de una tristeza que parecía no tener fondo. Las lágrimas comenzaron a agolparse en sus ojos, pero ella las contuvo, negándose a mostrar más debilidad de la que ya sentía. Sabía que llorar no cambiaría nada, que las lágrimas no harían más que confirmar su impotencia.

Sabrina frunció el ceño, inclinándose ligeramente hacia adelante en un intento por captar las palabras de su amiga. El desconcierto se apoderó de ella. —¿A quién? —preguntó, con un tono que reflejaba tanto curiosidad como preocupación. Lyra rara vez hablaba de sus emociones de manera tan abierta, y el hecho de que ahora lo hiciera la llenaba de un mal presentimiento.

Lyra levantó la vista, y en sus ojos Sabrina vio un dolor tan profundo que casi la hizo retroceder. —A Jacaerys —respondió Lyra finalmente, su voz apenas un hilo de sonido. El nombre flotó en el aire como una confesión, cargado de un peso que Sabrina no había anticipado. —Estoy maldita, Sabrina... estoy maldita, y cualquier hombre que se acerque a mí estará condenado a morir.

Las palabras de Lyra cayeron como una losa sobre Sabrina, dejándola sin aliento. La noción de una maldición era algo que no podía tomar a la ligera, aunque su mente racional se resistiera a creer en tales cosas. Sin embargo, la convicción en la voz de Lyra, la desesperación en su mirada, hizo que Sabrina se estremeciera. No podía ignorar el miedo palpable que emanaba de su amiga. Tomó la mano de Lyra entre las suyas, apretándola con fuerza, como si con ese gesto pudiera anclarla a la realidad, protegerla de esa sombra invisible que la perseguía.

—Lyra, eso no tiene sentido —dijo Sabrina, aunque su voz no era tan firme como hubiera querido. Intentaba mantener la compostura, pero la idea de que su amiga estuviera realmente convencida de estar maldita la perturbaba profundamente. —No hay maldiciones. No puedes creer en eso...

Pero Lyra apartó la mano, negando con la cabeza. —Tú no entiendes, Sabrina. No es solo una superstición... Es real. Lo he visto, lo he sentido. Jacaerys no puede saberlo, no puedo arriesgarme a que le pase algo por mi culpa.

Mientras Sabrina intentaba encontrar las palabras adecuadas, en un rincón apartado de la habitación, Clementine estaba sentada en uno de los cómodos asientos, su postura relajada contrastando con la tensión que dominaba el ambiente. Con su mirada baja, observaba sus pies adoloridos tras un largo día de servicio. Las palabras de las dos mujeres llegaban a sus oídos como un eco lejano, pero Clementine prefería no involucrarse en las angustias de Lyra, por más que la apreciara. Su vida como criada ya estaba llena de suficientes problemas y preocupaciones como para añadir los dramas de la nobleza a sus cargas.

Clementine era una joven de rostro sereno y manos ágiles, acostumbrada a moverse en silencio por la gran casa, siempre alerta a las necesidades de sus amos. Había aprendido a leer el ambiente con una sola mirada, a medir sus palabras con cuidado para no interferir en asuntos que no le concernían. Pero, a pesar de su dedicación y su lealtad a Lyra, Clementine sabía que había límites en cuanto a lo que podía permitirse sentir o pensar. La vida de una criada no le otorgaba el lujo de soñar con un futuro diferente; su única opción era sobrevivir, mantener la cabeza baja y cumplir con sus deberes.

Mientras las dos amigas continuaban conversando, con el peso de las preocupaciones de Lyra aumentando con cada segundo, Clementine dejaba que sus pensamientos vagaran por otros lugares, por las pequeñas alegrías y penas que llenaban su propia vida. Aunque entendía el sufrimiento de Lyra, sabía que debía mantener su distancia emocional. El mundo en el que vivía no permitía que una criada se involucrara demasiado en los asuntos de la nobleza. Sabía que su papel era ser una sombra, una presencia silenciosa que estuviera allí cuando se la necesitara, pero que desapareciera cuando no.

Sin embargo, mientras Clementine miraba de reojo a Lyra, se permitió un pequeño momento de compasión. No podía evitar sentir pena por la joven noble, atrapada en una red de expectativas y miedos que parecían sofocarla. Aunque sus vidas eran radicalmente diferentes, ambas compartían la carga de ser mujeres en un mundo que no les daba elección sobre su destino. Y, en el fondo, eso era algo que Clementine comprendía mejor que nadie.

La puerta volvió a abrirse con un leve chirrido, y Cregan entró de nuevo, su silueta alta y poderosa proyectándose como una sombra en el umbral. Las tres mujeres lo miraron fijamente, sabiendo que su presencia no auguraba nada bueno. La figura imponente del Guardián del Norte, con su rostro duro y su mirada de acero, emanaba una autoridad incuestionable. Lyra sintió que el aire se volvía más pesado; había algo en la firmeza de su expresión que decía claramente que su decisión ya estaba tomada. No había espacio para la negociación.

—Lyra, lamento que esto tenga que terminar así —dijo Cregan con una voz que resonaba como el retumbar distante de una tormenta—, pero es lo necesario para poder seguir adelante. Sé que me odias por esto, pero créeme cuando te digo que después de todo serás feliz. Jacaerys es un hombre bueno, y te hará una excelente pareja. Él es el futuro rey, y necesitamos su alianza para asegurar la paz en el reino.

Cada palabra de Cregan caía como una losa sobre los hombros de Lyra, que apenas podía mantener su compostura. Se sentía como un animal acorralado, atrapado entre las paredes de un destino que no había elegido. La mención de Jacaerys, un hombre al que apenas conocía y mucho menos amaba, hizo que un nudo de angustia se apretara en su garganta. Sus manos temblaban mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas para expresar la tormenta de emociones que sentía.

—Por favor, deja de decir eso —murmuró, su voz quebrándose como una rama frágil bajo la presión—. No puedes hacerme esto, Cregan. No puedes decidir mi vida y mi futuro sin ni siquiera preguntarme qué quiero.

Por un breve instante, el rostro de Cregan pareció suavizarse, pero fue solo una ilusión pasajera. Sacudió la cabeza, manteniendo su postura inflexible.

—Lo siento, Lyra, pero esto es lo que debe ser. El reino necesita estabilidad, y tú eres la clave para ello. Prepárate para ir al salón. Jacaerys está allí, esperándote para una conversación... más a gusto.

Lyra sintió como si le hubieran arrancado el aliento. Observó a su hermano girarse con decisión y salir de la habitación, cerrando la puerta tras él con un golpe seco que resonó como un trueno en el silencioso aposento. La tensión en el aire era palpable, un silencio denso y sofocante que se colaba en cada rincón de la estancia. Lyra se quedó mirando fijamente la chimenea, el fuego chisporroteando con una vida que parecía burlarse de su impotencia. Las llamas danzaban como si ignoraran el dolor humano, y su calor, en lugar de reconfortarla, le resultó ajeno e indiferente.

Cerró los ojos por un momento, intentando encontrar un resquicio de fuerza en medio del caos emocional que la invadía. No podía quedarse allí sentada, esperando a ser entregada como un objeto en una transacción política. Sabía que debía hacer algo, cualquier cosa, para recuperar el control de su destino.

—Clementine... —dijo de repente, con un tono de voz que había cambiado de la desesperación a una especie de resolución acerada. Sus ojos se clavaron en los de su criada, una joven pelirroja que había estado a su lado durante años y conocía sus silencios mejor que nadie—. Apaga el fuego. Necesito los carbones que están debajo. Rápido.

Clementine no dudó; la lealtad y la comprensión fluían en su interior. Asintió sin una sola palabra y salió rápidamente de la habitación. Cuando volvió con un balde de agua, lo lanzó al fuego sin dudarlo. El chisporroteo fue intenso, seguido de una espesa columna de humo que llenó el lugar con un olor acre. El crepitar se apagó, y el silencio que le siguió fue aún más opresivo, pero lleno de potencial. El humo era denso y sofocante, pero Lyra vio en ello una oportunidad.

—Lyra, ¿qué piensas hacer? —preguntó Clementine, notando el brillo febril en los ojos de su señora.

Lyra no respondió de inmediato. Su mente estaba trabajando a una velocidad frenética, trazando un plan que, aunque arriesgado, era su única opción. Se arrodilló junto al hogar y con manos temblorosas pero decididas, comenzó a revolver entre los restos humeantes de la chimenea, buscando los carbones más grandes y negros. Este podría ser el primer paso para recuperar su libertad, para demostrarle a Cregan que no era una pieza en su juego político.

—Voy a luchar, Clementine. No sé cómo, pero no me quedaré de brazos cruzados esperando a que decidan mi vida por mí.

La criada la miró con una mezcla de admiración y temor, sabiendo que lo que estaba a punto de hacer Lyra era peligroso. Pero también entendía que una mujer desesperada es capaz de cualquier cosa. Sin decir una palabra más, se dispuso a ayudarla.

Lyra sabía que estaba entrando en un terreno incierto, pero por primera vez en días, sintió que la chispa de la esperanza brillaba en su interior. No iba a permitir que nadie decidiera su destino sin luchar primero.

La habitación estaba sumida en un silencio expectante, solo roto por el suave susurro del polvo de carbón cayendo al suelo de piedra. Lyra observó atentamente cómo las brasas se enfriaban, su mirada fija y determinada. Una vez que el calor se disipó, se arrodilló sobre el frío piso de la habitación, tomó un pedazo de carbón y lo rompió con firmeza. La fuerza de sus manos hizo añicos el carbón hasta convertirlo en un polvo negro y espeso que se dispersó lentamente a su alrededor, flotando en el aire como si la habitación misma estuviera atrapada en un hechizo.

Desde el otro lado de la estancia, Sabrina Tully, una Lady conocida por su elegancia y porte, contemplaba la escena con una mezcla de horror y fascinación. Sus ojos se agrandaban con cada movimiento de Lyra, incapaz de comprender del todo el propósito de aquella extraña acción. Sabrina había presenciado muchas cosas inusuales en su vida en la corte, pero lo que estaba viendo ahora era algo completamente diferente. No podía imaginar qué estaba pasando por la mente de Lyra, ni hasta dónde estaba dispuesta a llegar para evitar su matrimonio concertado con Jacaerys.

—¿Lyra, qué estás haciendo? —preguntó Sabrina finalmente, inclinándose un poco hacia adelante. Su voz era suave, casi un susurro, pero en ella había un tono de incredulidad mezclado con una curiosidad creciente. Sus ojos, de un azul cristalino, seguían cada movimiento de Lyra con una mezcla de cautela y preocupación.

Lyra levantó la vista, y en sus ojos brillaba una chispa de rebeldía inquebrantable. Había decidido tomar cartas en el asunto de la única manera que le parecía posible, y no había vuelta atrás. Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios antes de hablar.

—Bueno, vamos a ver si a Jacaerys le gustan las damas con dientes de carbón —dijo, su tono cargado de desafío.

Sabrina parpadeó, intentando asimilar las palabras de Lyra.

—¿Dientes de carbón? —repitió con evidente confusión. No era capaz de entender la lógica detrás de lo que estaba sucediendo. ¿Qué ganaría Lyra con aquello? ¿Era este un acto de desesperación o simplemente una burla descarada a la autoridad que intentaba controlarla?

Sin perder un segundo más, Lyra, llena de una valentía casi temeraria, tomó un puñado del polvo de carbón y, ante la mirada horrorizada de Sabrina, se lo llevó a la boca. El crujido áspero del carbón al ser masticado resonó en la habitación, mezclándose con la respiración contenida de Sabrina. Lyra masticaba lentamente, su rostro mostrando una mezcla de concentración y asco mientras el sabor amargo del carbón invadía su boca. Finalmente, escupió una densa saliva negra en el suelo, y el sonido de la expectoración llenó el silencio de la habitación.

Sabrina hizo una mueca involuntaria de repugnancia, su elegante fachada quebrándose por un momento.

—Lyra, ¿qué estás haciendo? —insistió, su voz ahora más apremiante, como si esperara que su amiga se detuviera antes de llevar su acto de desafío demasiado lejos.

Pero Lyra, lejos de detenerse, continuó con su insólito acto de resistencia. Una y otra vez, masticaba y escupía el carbón hasta que sus dientes y labios quedaron completamente manchados de un negro profundo y antinatural. El contraste era impactante contra la palidez de su piel. Con el rostro cubierto de manchas negras, se acercó a un espejo de pie en un rincón de la habitación y estudió su reflejo con una sonrisa de satisfacción. Había logrado exactamente lo que quería: convertir su imagen en una visión que nadie podría asociar con la gracia y la belleza que se esperaría de una futura reina.

—¿Qué te parece? —preguntó con una voz cargada de sarcasmo y una pizca de ironía, girándose hacia Sabrina. Su expresión era desafiante, casi retadora, como si esperara que la joven Tully se atreviera a contradecirla.

Sabrina observó el reflejo de Lyra por un largo momento, procesando lo que acababa de presenciar. Había algo perturbador en aquella imagen, pero también algo admirable. Había que tener un tipo especial de coraje, o tal vez de locura, para hacer lo que Lyra estaba haciendo. Finalmente, con una risa nerviosa que rompió la tensión en el aire, Sabrina asintió.

—Lo suficiente para espantarlo por años —respondió, su risa convirtiéndose en una carcajada franca que, a pesar de todo, llevaba un toque de admiración.

El eco de esa risa resonó en la habitación, y por un momento, el destino de Lyra no parecía tan sellado. Sabrina, aunque asustada por las posibles repercusiones, no podía evitar sentir una creciente admiración por la audacia de Lyra, que había decidido, contra todo pronóstico, desafiar las normas que otros pretendían imponerle.

❪ 🕯❫

Los pasos de Lyra resonaban con fuerza en los pasillos de la fortaleza, rebotando en las paredes de piedra como un eco persistente que parecía anunciar su llegada a todos los rincones. Cada paso era decidido, cada pisada era un martillazo de desafío contra el suelo frío. Los guardias y criadas que encontraban en su camino se detenían y giraban para mirarla, sus rostros mostrando una mezcla de horror, incredulidad y un toque de fascinación morbosa. El aspecto de la joven princesa de Winterfell era un espectáculo que no podían evitar contemplar: su cabello pelirrojo, usualmente ordenado con esmero, caía desaliñado sobre sus hombros, enmarañado como si hubiera sido peinado por el viento de una tormenta. Sus dientes, ennegrecidos por el carbón, destacaban grotescamente cada vez que abría la boca, y las manchas de carbón que cubrían su rostro la hacían parecer una criatura salvaje, escapada de alguna leyenda antigua y peligrosa.

Pero Lyra Stark no se dejaba intimidar por las miradas de asombro y repulsión que la seguían. Caminaba con la cabeza en alto y el pecho erguido, desafiando a cualquiera que osara detenerla. No tenía tiempo ni paciencia para los murmullos y susurros que llenaban el aire a su paso. La fortaleza de Winterfell, que alguna vez había sido su hogar, ahora se sentía como una prisión, y ella estaba dispuesta a incendiar su jaula antes que someterse a los deseos de otros.

Cuando llegó al comedor, un vasto salón con largas mesas y sillas de madera oscura, iluminado por antorchas y candelabros colgantes, todos los ojos se giraron hacia ella. La conversación cesó de inmediato. El príncipe Jacaerys Velaryon y su hermano, Cregan Stark, estaban sentados en la mesa principal, discutiendo en voz baja sobre asuntos que Lyra sabía que no le concernían. Sin embargo, ella no se detuvo; avanzó con firmeza y se dejó caer en la silla que le correspondía, justo frente a Jacaerys.

Por un momento, nadie dijo nada. La tensión en el aire era palpable, una cuerda tensa que podía romperse con el más mínimo movimiento. Cregan fue el primero en reaccionar.

—Al fin llegas... —dijo con una voz cargada de enfado y sorpresa. Sus ojos se abrieron con incredulidad al ver a su hermana en ese estado; su ceño se frunció con furia contenida. La sangre le hervía bajo la piel, pero sabía que no podía permitirse perder la compostura delante del príncipe Jacaerys. Tomó un profundo respiro, carraspeó y apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos, tratando de contener su ira creciente.

Jacaerys, por su parte, observó a Lyra con sorpresa, pero no había miedo en su rostro. Había escuchado sobre su carácter indómito, y había llegado a Winterfell preparado para enfrentarse a cualquier cosa. Sin embargo, lo que veía ahora superaba sus expectativas. Su confusión inicial pronto se convirtió en algo más. No era miedo lo que sentía; era una especie de fascinación. Desde la primera vez que la vio, años atrás, cuando ella jugaba con los niños en el patio de Winterfell, había sentido un inexplicable tirón en su interior. Había algo en Lyra Stark, en su espíritu feroz y su mirada desafiante, que lo había cautivado. Y ahora, viéndola ahí, desafiando abiertamente las normas y expectativas, supo con certeza que solo ella podía compartir el trono con él. Soltó una leve risa, una mezcla de diversión y admiración.

Ese sonido pareció encender algo dentro de Lyra. La joven Stark apretó los dientes ennegrecidos, y su mirada se volvió aún más desafiante. Sin quitar los ojos de Jacaerys, alargó la mano y agarró con brusquedad una presa del venado asado que había en el centro de la mesa. Comenzó a masticarlo de manera ruidosa y vulgar, como si no fuera más que una mendiga hambrienta en las calles. Los restos de saliva negra mezclados con la grasa de la carne chorreaban por sus labios, manchando su vestido y dejando manchas oscuras en la mesa.

—¡Lyra! —espetó Cregan con una voz que resonó como un trueno en el salón, rompiendo el silencio y haciendo que algunos de los presentes se sobresaltaran. Su paciencia, ya al borde del colapso, se estaba agotando. —Come como una dama, maldita sea. Avergüenzas el apellido Stark.

Lyra se giró lentamente hacia él, y la chispa de rebeldía en sus ojos se transformó en una llama encendida.

—Oh... no creo que a Jacaerys le importe —respondió con una falsa preocupación, su voz cargada de un sarcasmo que solo exacerbó la tensión. Hablaba mientras seguía masticando, escupiendo fragmentos de comida al hablar. Luego, volvió su mirada hacia el príncipe, con una sonrisa burlona en sus labios ennegrecidos. —¿No es así, mi príncipe? —dijo con un tono ácido—. ¿Le sigo pareciendo material para una reina?

El salón quedó en completo silencio, a la espera de la respuesta del príncipe. Algunos cortesanos contenían la respiración, esperando ver cómo respondería a un desafío tan abierto y desvergonzado. Pero Jacaerys no desvió la mirada. Sostenía la de Lyra con una intensidad que decía más que mil palabras. En sus labios apareció una sonrisa lenta y segura.

—Absolutamente —respondió con voz firme, levantando su copa en un gesto de brindis silencioso.

Por un momento, hubo un murmullo de asombro entre los presentes. Nadie esperaba que el príncipe respondiera así, con un aplomo que parecía igualar el desafío de Lyra. Pero Jacaerys no había venido hasta el Norte para encontrar una esposa dócil. Él quería una compañera con fuerza, con fuego en sus venas, alguien que pudiera enfrentarse al mundo junto a él. Y en ese momento, supo que había encontrado lo que buscaba.

Lyra, sin apartar la mirada de él, dejó que una sonrisa satisfecha curvase sus labios. Había esperado provocar repulsión, había querido que Jacaerys la rechazara de inmediato. Pero la respuesta del príncipe no era la que había anticipado. Tal vez, después de todo, no se trataba solo de escapar de un destino impuesto. Quizás se trataba de encontrar su propia forma de desafiarlo, de reescribir las reglas del juego.

Cregan observaba la escena con una mezcla de incredulidad y rabia contenida. Sabía que el equilibrio de poder en ese momento había cambiado. Lyra había lanzado un desafío, y Jacaerys lo había aceptado. Y ahora, más que nunca, el destino del Norte y de su hermana estaba en juego, y él no podía hacer nada más que esperar y ver cómo se desarrollaba el resto de la partida.

Hola mis amores y rayos de luna, acá estoy yo de nuevo me disculpo por no actualizar he estado muy deprimida por bueno ya saben lulucosas, en fin no había tenido inspiración para nada pero llego y escribí.

Volví a ver hotd y por eso seguí escribiendo lmao

Dedicado a estos terrones de azúcar

sassenxch midnightrgin (dios mio tantos usuarios amiga decídete)
analymalfoy (best escritora dame tu talento)

-Coldnight allanggels star6girl_ drearygwen -lvstyles (tan divinas/es ojalá me besen la cola les amo gracias por leer esta cagada)

Siganme en tiktok o lloro sangre; cxrdigcn

Con amor River <3


No dejaste tu voto eh no seas lector fantasma conchetumare

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