𝒊𝒊. ❛ 𝒕𝒉𝒆 𝒑𝒓𝒊𝒏𝒄𝒆𝒔𝒔 𝒘𝒉𝒐 𝒘𝒊𝒍𝒍 𝒏𝒆𝒗𝒆𝒓 𝒎𝒂𝒓𝒚 ❜
𝐜𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐝𝐨𝐬 ᳶ
❛ 𝒍𝒂 𝒑𝒓𝒊𝒏𝒄𝒆𝒔𝒂 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒖𝒏𝒄𝒂 𝒔𝒆 𝒄𝒂𝒔𝒂𝒓𝒂❜
llegada del príncipe Jacaerys,
antes de la tragedia
Jacaerys Velaryon cabalgaba a lomos de su majestuoso dragón, Vermax, mientras se aproximaba a la fortaleza de Winterfell. La bruma del frío aire del norte se arremolinaba a su alrededor, envolviendo su figura y la del dragón en un aura de misterio. Cuando Vermax comenzó su descenso, los cielos grises parecieron ceder ante la imponente presencia de la criatura, cuyos enormes ojos dorados brillaban con una intensidad casi sobrenatural. Las alas membranosas del dragón se desplegaron con gracia, creando un estruendo poderoso al golpear el viento, antes de aterrizar con la precisión de un maestro sobre la vasta explanada que rodeaba la fortaleza. Al posar sus garras sobre la tierra helada, el sonido resonó en los muros ancestrales, anunciando la llegada del príncipe.
Los habitantes de Winterfell, especialmente los niños, observaban con ojos desorbitados, boquiabiertos ante la magnificencia de Vermax. Para ellos, el dragón era una criatura sacada de las leyendas antiguas, algo que jamás imaginaron ver con sus propios ojos. La escarcha cubría el suelo, pero incluso el frío más intenso no era suficiente para apagar la chispa de asombro en sus miradas.
Jacaerys desmontó con elegancia, sus botas de cuero crujieron al tocar el suelo cubierto de nieve. El aire helado mordía su piel expuesta, y pronto sintió cómo el frío se apoderaba de sus mejillas, dándole un dolor punzante que trataba de ignorar. Se había criado en la calidez de los climas del sur, donde el sol acariciaba la piel y los inviernos eran benignos, casi inexistentes. Pero aquí, en el corazón del Norte, la situación era diametralmente opuesta; el frío era un adversario constante, implacable, al que solo los más duros podían enfrentarse.
Al levantar la vista, sus ojos se encontraron con los de Cregan Stark, el Guardián del Norte. Cregan, un hombre imponente, vestía un grueso abrigo de pieles que lo hacía parecer aún más formidable. A su espalda, una espada larga de hierro colgaba pesadamente, un recordatorio silencioso de la fuerza y el deber que venía con su título. Sus facciones eran severas, pero sus ojos grises brillaban con una sabiduría ancestral, como si llevara consigo las memorias de todos los Stark que habían reinado en esas tierras antes que él.
A pesar de la incomodidad que sentía por el frío, Jacaerys se obligó a mantener la compostura. Se acercó al Guardián del Norte con paso firme y realizó una reverencia profunda, la capa de su abrigo ondeando suavemente al viento. Este era un gesto calculado de respeto, uno que entendía la importancia de la etiqueta en un lugar tan arraigado en la tradición como Winterfell.
-Lord Cregan -comenzó Jacaerys con voz clara, aunque un poco tensa por el frío-, es un honor finalmente reunirme con usted. La reina Rhaenyra expresa su satisfacción ante la posibilidad de forjar una alianza con su casa. Nuestras familias, estoy seguro, formarán una alianza poderosa y duradera. Al unir nuestras fuerzas, fuego y hielo podrán coexistir, creando un lazo inquebrantable.
Cregan Stark lo observó con una expresión impenetrable, aunque Jacaerys notó un destello de curiosidad en sus ojos. La mención de unir el fuego y el hielo parecía haber captado su atención, pero también era evidente que el hombre del Norte no era de aquellos que se dejaban impresionar fácilmente. Tras unos instantes de silencio, Cregan esbozó una leve sonrisa, casi imperceptible, que no alcanzó a suavizar la dureza de sus facciones.
-Príncipe Jacaerys -replicó Cregan, su tono grave pero no carente de ironía-le recomendaría que evitara hablar de uniones en este momento. Mi hermana Lyra juega con los niños en la nieve; mencionar tal cosa podría hacerla correr hacia el Bosque de los Lobos y no volver jamás.
La mención de su hermana vino acompañada de una sonrisa ladeada, una que sugería que conocía bien el espíritu indomable de la joven Stark. Lyra Stark, con su cabello pelirrojo y sus ojos brillantes, era conocida en Winterfell por su naturaleza libre y desafiante. Las tradiciones eran para ella poco más que cadenas, y cualquier intento de atarla a ellas probablemente resultaría en fracaso.
Intrigado, Jacaerys esbozó una sonrisa genuina, algo divertido por la situación.
-Me encantaría conocerla -dijo con un brillo en sus ojos oscuros-. Tal vez una conversación cara a cara le haría considerar la idea de esta alianza.
Cregan soltó una carcajada corta, pero cálida, que resonó en el aire frío.
-Dudo que logre convencerla, príncipe. Lyra es... un espíritu especial. Pero mientras tanto, podemos hablar de los detalles que interesan a nuestras casas.
Sin más preámbulos, Cregan giró sobre sus talones y comenzó a caminar hacia el castillo, sus pasos resonando en la nieve compactada. Jacaerys lo siguió, ansioso por descubrir más sobre la familia Stark, sus costumbres, y lo que esta alianza podría significar para ambos. Mientras avanzaban hacia las entrañas de Winterfell, el príncipe no podía evitar pensar en la enigmática Lyra, la joven que parecía representar tanto el espíritu indomable del Norte como el desafío que él estaba dispuesto a enfrentar.
❪ ⏳️ ❫
la tragedia, conocida como Lyra Stark.
Sabrina Tully y Lyra Stark caminaban del brazo por los imponentes y fríos pasillos del castillo de Winterfell. A sus espaldas, a una distancia prudente, las seguía Clementine, la joven sirvienta de confianza de la casa Stark, con su mirada vigilante y su andar silencioso, siempre alerta al mínimo gesto de sus amas. Los tres avanzaban por los pasillos en los que las antorchas encendidas iluminaban las paredes de piedra, mientras el sonido de las pisadas resonaba en el aire gélido.
El castillo bullía de actividad, pues la noticia de la inminente llegada del príncipe Jacaerys Velaryon había movilizado a todos. Los sirvientes iban y venían apresuradamente, llevando consigo manteles finos, flores frescas y todo lo necesario para dar la bienvenida a un huésped tan distinguido. Los guardias, por su parte, mantenían una vigilancia constante, asegurándose de que todo estuviera en orden para la llegada del príncipe y su comitiva.
Sabrina, incapaz de contener su emoción, giró su rostro hacia Lyra, su amiga y confidente, con una sonrisa que le iluminaba el rostro. Sus ojos azules brillaban con una mezcla de curiosidad y emoción mientras hablaba.
-¿No te emociona tener a un príncipe aquí en Winterfell?- preguntó Sabrina con entusiasmo, dejando entrever su naturaleza soñadora. Para ella, la presencia de un príncipe era algo sacado de las historias que solía escuchar de niña, y no podía evitar sentirse como una de las protagonistas de esos cuentos de hadas.
Lyra, en cambio, no compartía el mismo sentimiento. Con un suspiro pesado, bajó la mirada al suelo, donde sus pies, enfundados en botas de cuero, se movían con determinación.
-No, no me gustan los príncipes, y menos Jacaerys Velaryon- respondió con desdén, arrugando el entrecejo al mencionar el nombre del príncipe. -¿Has visto su cabello? Apuesto a que no sabe lo que es un baño-. El comentario sarcástico de Lyra no era más que un intento de ocultar su verdadera aversión. Para ella, la idea de un príncipe que llegaba a Winterfell con la intención de impresionar la hacía sentir incómoda, incluso molesta.
Sin embargo, Sabrina no se dejó disuadir tan fácilmente. Su mente seguía aferrada a la idea romántica de un príncipe perfecto, alguien digno de los sueños que había atesorado desde pequeña.
-Lo dudo mucho- respondió Sabrina, sacudiendo la cabeza suavemente, sus rizos castaños rebotando con el movimiento. -Es un príncipe, después de todo. Debe tener a miles de mujeres a su servicio, asegurándose de que siempre luzca impecable. De seguro no se viste solo-. Sabrina sonrió al imaginarse al príncipe rodeado de sirvientes, mientras ella se permitía soñar con la posibilidad de un futuro en el que quizás, solo quizás, podría ser ella quien ocupara un lugar especial en la vida de un noble.
Lyra, por su parte, no compartía en absoluto esa visión idealizada. Sus ojos se estrecharon, llenos de escepticismo.
-Entonces es un inútil- replicó sin rodeos, su tono cortante como el filo de una espada. -Y además, trae a esa bestia enorme solo para impresionarme. ¿Qué cree que soy? ¿Una niña tonta que se deja impresionar por un dragón?
La mención del dragón no fue un comentario al azar. Todos en Winterfell sabían que Jacaerys Velaryon no viajaba solo; lo acompañaba su majestuoso dragón, una criatura cuyo poder y ferocidad eran legendarios. Para muchos, el dragón era un símbolo de la grandeza de su jinete, pero para Lyra, era simplemente una estrategia más para intimidar.
Sabrina, siempre optimista, no podía entender la aversión de Lyra. Con una sonrisa que pretendía calmar los ánimos, trató de suavizar la situación.
-Claro que debe impresionarte, Lyra- dijo con un tono dulce, casi como si hablara con una niña pequeña. -Cuando pida tu mano en matrimonio, debes al menos encontrar algo que te guste de él... quizás su título, o su riqueza...
El comentario de Sabrina, aunque bien intencionado, cayó como una piedra en medio de un lago en calma, causando ondas de malestar. Clementine, que había estado observando la conversación en silencio, carraspeó discretamente, intentando advertirle a Sabrina que era mejor no seguir por ese camino. Pero la advertencia llegó demasiado tarde.
Lyra se detuvo en seco, girando hacia Sabrina con una mirada que podría haber congelado el fuego más intenso. Sus labios se apretaron en una fina línea antes de que hablara, y cuando lo hizo, su voz estaba cargada de firmeza y determinación.
-¿Pedir mi qué?- preguntó con el ceño fruncido, su tono lleno de incredulidad. -¿Te refieres a que me case con él? ¡Eso nunca sucederá! No soy una mercancía que se pueda vender para sellar una alianza.
Sabrina, al darse cuenta de que había cometido un error, abrió los ojos con sorpresa y preocupación. En su afán de soñar con príncipes y bodas, había olvidado por un momento quién era Lyra Stark, una joven que valoraba su independencia y que no estaba dispuesta a permitir que nadie, ni siquiera un príncipe, la tratara como un simple objeto de intercambio.
-Ah, ya sabes...- intentó corregir Sabrina, su voz ahora más suave, casi vacilante. -Pedir tu mano, pero es obvio que eso no pasará. Es solo una situación hipotética-. Las palabras de Sabrina flotaban en el aire, pero el daño ya estaba hecho. Lyra la miraba con una mezcla de desconfianza y resentimiento, sabiendo que, aunque fuera un simple comentario, revelaba más de lo que Sabrina quería admitir.
Clementine, mientras tanto, observaba la escena con preocupación, consciente de que la tensión entre las dos amigas podría empeorar si no se manejaba con cuidado. Pero por ahora, todo lo que podía hacer era seguirlas en silencio, esperando que el frío de Winterfell enfriara también los ánimos caldeados.
-¡Cregan Stark... me las va a pagar! -gritó Lyra, su voz resonando con furia en los antiguos pasillos del castillo de Winterfell. La joven pelirroja, con sus rizos rebeldes cayendo sobre sus hombros y el rostro encendido por la ira, avanzó a grandes zancadas por el frío suelo de piedra, sin detenerse a considerar la posibilidad de mantener la calma. Su objetivo estaba claro: llegar al cuarto de su hermano. Empujó la pesada puerta de madera sin molestarse en tocar, irrumpiendo en la habitación con la intensidad de una tormenta invernal.
Cregan Stark, sorprendido por la irrupción, levantó la vista de lo que estaba haciendo. Estaba de pie frente al espejo, limpiando su espalda musculosa con una toalla. A pesar de la sorpresa, no perdió la compostura. Su hermana menor, con los ojos llameantes y el ceño fruncido, era una visión que él conocía bien, pero no por ello dejaba de ser una molestia.
-¡Lyra! -exclamó con severidad, girándose para encararla-. ¿Acaso no te enseñaron modales? -La regañó, con una mezcla de cansancio y reproche en su voz. Sin embargo, era evidente que cualquier intento de calmar la tormenta que se avecinaba sería inútil. La fiera ya había sido liberada y estaba lista para atacar.
-¡No lo haré! -interrumpió Lyra con vehemencia, cortando cualquier respuesta que su hermano pudiera haber tenido en mente. Su tono era desafiante, sus ojos verdes chispeaban con determinación.
-¿De qué hablas? -preguntó Cregan, tratando de disimular su preocupación. Su voz, aunque firme, revelaba un atisbo de duda. Sabía que su hermana había descubierto lo que él había intentado ocultar. No era difícil adivinar que Lyra ya se había enterado de sus planes, planes que él consideraba necesarios para el futuro del Norte. Sin embargo, Lyra no compartía esa visión.
La joven Stark, consciente de la realidad, no se dejó engañar. Sabía que Cregan estaba detrás de todo, que él había sido el artífice de la unión propuesta con el príncipe Jacaerys Velaryon. La idea de casarse con un hombre al que no conocía, y mucho menos amaba, la llenaba de un profundo desasosiego. Pero más allá de eso, lo que realmente la enfurecía era la sensación de que su propio hermano la estaba traicionando, vendiéndola como una pieza en un tablero de ajedrez.
-¡No me casaré con ese príncipe mimado! -gritó, su voz cargada de desprecio-. ¡Tiene la misma expresión de idiota todo el tiempo! -Lyra no podía contener su disgusto. Las palabras salían de su boca en una avalancha, cada insulto lanzado con la esperanza de que pudiera librarla de un destino que no deseaba. El compromiso con Jacaerys Velaryon le parecía una condena, y no tenía intención alguna de someterse a ello.
Cregan, aunque acostumbrado a las rabietas de su hermana, sintió que esta vez era diferente. Había en sus ojos una mezcla de miedo y desesperación que nunca antes había visto. Sin embargo, no podía permitirse flaquear. El Norte necesitaba esta alianza, y él, como Guardián de Winterfell, debía anteponer el deber a los deseos personales.
-¡Lyra, cálmate! -le pidió, aunque en su tono había más orden que súplica. Sin embargo, era evidente que su hermana no tenía intención alguna de calmarse. Estaba furiosa, cada fibra de su ser vibraba con la ira que sentía, la misma ira que había estado reprimiendo desde que supo del plan de su hermano.
-¡No! -replicó ella, con un grito que resonó en las paredes de piedra-. Estoy harta, Cregan. Este es como el quinto pretendiente que traes y mi respuesta sigue siendo la misma: ¡NO! -Las palabras de Lyra eran firmes, llenas de una determinación que Cregan no podía ignorar. Hizo una pausa, su voz se volvió más baja, pero no por ello menos intensa-. No me casaré con el príncipe de Westeros, aunque amenace con quemarme junto a esa bestia alada. -Sus mejillas estaban enrojecidas por la furia contenida, y su corazón latía con tal fuerza que parecía que podría romperse en cualquier momento. Lyra sentía que estaba atrapada, que no tenía salida en este cruel juego político.
Cregan, al escuchar las palabras de su hermana, dejó caer la toalla al suelo y se acercó a ella con pasos decididos. La sombra de una sonrisa desapareció de su rostro, reemplazada por una expresión de dureza que Lyra no había visto en mucho tiempo. Se detuvo frente a ella, imponente, su altura y fuerza física dominando la escena. Sus ojos grises, fríos como el invierno, se clavaron en los de Lyra, y la calidez fraternal que solía mostrarle parecía haberse desvanecido por completo.
-¡Lyra Stark! -dijo su nombre con la voz firme y autoritaria, cada palabra cayendo como un martillo-. Te vas a casar con Jacaerys Velaryon y punto final. -No era una petición, ni siquiera una orden; era una declaración inamovible, un destino sellado.
Lyra sintió que el mundo se detenía, su respiración se volvió errática. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿En qué momento su hermano, su protector, se había convertido en alguien dispuesto a sacrificarla por el bien del Norte? La rabia volvió a aflorar, alimentada por el dolor de sentirse traicionada.
-¡No eres mi padre! -respondió, con un tono desafiante, pero detrás de esa bravura se escondía una herida abierta. Sin embargo, Cregan no titubeó ante su afirmación.
-No, no soy tu padre -admitió, su voz baja, pero cargada de autoridad-. Pero soy el Guardián de Winterfell, el amo de estas tierras y protector de esta nación. Estoy al cargo de todas estas personas, incluyéndote a ti, Lyra. -Cregan hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran hondo-. Te casarás con Jacaerys Velaryon como alianza para el Norte. No habrá más escapatorias, ya conozco todos tus trucos, y esta vez no vas a espantar a tu pretendiente como hiciste con el pobre heredero Lannister. Ahora no soy tu hermano, Lyra... soy tu gobernante. -Cada palabra estaba impregnada de una severidad que no admitía réplica.
El mundo de Lyra se desplomó en ese momento. Las palabras que había estado lista para lanzar se evaporaron, dejando solo dos que se aferraron a sus labios como un último grito de desesperación:
-¡Te odio! -dijo, pero esta vez su voz carecía de la fuerza que había mostrado antes. Eran las palabras de una joven atrapada, acorralada por un destino que no podía cambiar.
Cregan permaneció en silencio, sus ojos duros como el hielo, viendo cómo su hermana se daba la vuelta y salía de la habitación, llevándose consigo el rencor y la tristeza de una decisión que marcaría sus vidas para siempre.
—¡Dios mío, nos va a matar, nos va a matar!— exclamó Clementine, su voz temblorosa llenando la silenciosa habitación mientras sus manos, también temblorosas, intentaban en vano ordenar los delicados vestidos de Lyra. Los ricos tejidos se deslizaron entre sus dedos como agua, pero su mente estaba demasiado atormentada para concentrarse. Cada prenda que tocaba era un recordatorio tangible de la tragedia que creía inminente. Su corazón latía con fuerza, y la presión en su pecho aumentaba con cada segundo que pasaba. Sabía que sus intentos por distraerse con las tareas domésticas eran en vano, pero no podía hacer nada más. La tragedia que se cernía sobre ellas era inevitable.
A unos pasos de ella, Sabrina la observaba con una mezcla de curiosidad y confusión. La joven dama no comprendía el motivo de tanto alboroto, y la angustia de Clementine le resultaba exagerada. Los acontecimientos recientes no parecían justificar semejante reacción, y aunque Sabrina se esforzaba por ver las cosas desde la perspectiva de la criada, le resultaba difícil.
Sin embargo, Clementine tenía razones de sobra para estar preocupada. Su ama, la joven Lyra, siempre había sido un espíritu fuerte, alguien que sabía lo que quería y no tenía miedo de ir en contra de las normas establecidas para conseguirlo. Pero desde aquel fatídico día en el mercado, algo en Lyra había cambiado de manera drástica, un cambio que había llenado a Clementine de un temor profundo y constante.
—Pensé que ella ya lo sabía— comentó Sabrina, con la voz teñida de desconcierto. Para ella, la situación no parecía ser tan grave como para justificar el pánico de Clementine.
La criada, aún con las manos ocupadas en los vestidos, dejó escapar un suspiro que reflejaba su agotamiento mental.
—¿Saberlo?— repitió, con un tono de incredulidad. —No quiero ser grosera, mi Lady, pero Lyra ha espantado a cinco pretendientes, quizás de todas las casas importantes del reino—. Clementine hizo una pausa, esperando que sus palabras le dieran a Sabrina una idea del drama que estaba a punto de desatarse. —Jacaerys Velaryon será otra víctima, pobre muchacho... me apiado de él—. Un estremecimiento recorrió su cuerpo al recordar los episodios anteriores, las veces en que Lyra había rechazado a los pretendientes con una determinación que bordeaba lo irracional.
La joven siempre había sido clara en sus intenciones, tan clara que incluso Clementine había llegado a temer por su seguridad: Lyra no se casaría con nadie, y estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para mantener su libertad.
—Estoy segura de que Lyra no siempre fue así, seguro soñó con casarse alguna vez— reflexionó Sabrina, tratando de comprender qué había llevado a su amiga a ser tan inflexible en sus convicciones.
Clementine, que había conocido a Lyra desde que era una niña, dejó escapar una risa amarga, llena de tristeza.
—¡Claro que lo hizo!— respondió, su voz teñida de nostalgia mientras los recuerdos de una Lyra más joven, más inocente, inundaban su mente. —Cuando tenía siete años, decía que se casaría con un príncipe Targaryen. Siempre decía que quería casarse con Aemond Targaryen porque pensaba que un príncipe con un parche era muy atractivo.
La criada sonrió, aunque con melancolía, al recordar la dulzura de aquellos días. Lyra había sido una niña romántica, llena de sueños y fantasías, convencida de que algún día viviría un cuento de hadas. Pero esos días parecían pertenecer a otra vida, una que había terminado abruptamente.
Sabrina, intrigada por la historia, se inclinó hacia Clementine
. —¿Y qué pasó?— preguntó con suavidad, consciente de que la respuesta podría ser dolorosa. —Debió ser algo grave para que ella no quiera nada relacionado al matrimonio—.
Clementine asintió, sus ojos llenos de una tristeza que parecía no tener fin.
—Hace años atrás, la llevé al mercado de Winterfell— comenzó, su voz bajando a un susurro mientras los recuerdos volvían con fuerza. —Todo el camino pareció estar feliz, ilusionada con la idea de elegir telas y joyas. Pero de regreso, algo en ella había cambiado. Estaba asustada, como si hubiera visto algo que la marcó profundamente... algo que le robó todos sus sueños de niña y los reemplazó con un miedo que nunca la ha abandonado—.
La criada se detuvo, su mirada perdida en el vacío, mientras las palabras se desvanecían en el aire. Sabrina permaneció en silencio, dándose cuenta de que lo que había sucedido en ese mercado había cambiado a Lyra de manera irreversible. Lo que había sido un viaje rutinario había alterado el curso de su vida, alejándola de sus sueños y arrastrándola hacia una oscuridad que la hacía rechazar cualquier posibilidad de matrimonio.
Y ahora, Clementine temía lo peor. Jacaerys Velaryon, el joven y apuesto heredero de una de las casas más poderosas del reino, estaba a punto de enfrentarse a una Lyra que ya no soñaba con príncipes, sino que veía a cada pretendiente como una amenaza. Clementine no podía evitar sentir compasión por el muchacho, sabiendo que, como tantos otros antes que él, sería rechazado de manera cruel e irrevocable.
Lyra irrumpió en la habitación con la intensidad de una tormenta, su presencia llenando el espacio y eclipsando cualquier conversación. La joven pelirroja se movía con una furia contenida que no necesitaba palabras para hacerse evidente. Sus ojos, normalmente brillantes y llenos de vida, ahora estaban nublados por una mezcla de enojo, frustración y una tristeza que solo aquellos cercanos a ella podrían comprender. Clementine, su criada y confidente, junto con Sabrina, la hija de los Tully y su nueva amiga, se quedaron en silencio por un momento, sorprendidas por la entrada dramática de Lyra. Hacía apenas unos instantes, ambas habían estado hablando sobre ella, intentando descifrar lo que realmente sucedía en su interior, como si sus palabras pudieran llegar al corazón de la joven.
Lyra, sin prestar atención a la incomodidad que su presencia generaba, se dirigió hacia la cama donde Clementine había dispuesto cuidadosamente los vestidos que se suponía Lyra debía elegir para la próxima velada. Con un gesto brusco, lleno de desdén, tomó los vestidos y los arrojó sobre la cama como si fueran poco más que trapos inútiles. La angustia y el enojo la dominaban, y sus movimientos, normalmente gráciles, ahora eran torpes, movidos por la desesperación. Buscaba algo en la habitación, revolviendo objetos aquí y allá con una prisa que preocupó profundamente a Sabrina. La joven Tully, normalmente tranquila y observadora, veía cómo Lyra se debatía entre el impulso de huir y la resignación, y sabía que su amiga estaba al borde de un ataque de nervios.
—¿Lyra, qué haces? —preguntó Sabrina con una voz que intentaba ser calmante, aunque la preocupación le tintineaba en cada palabra. El tono sereno era un intento desesperado de llegar a ella, de romper la barrera que Lyra había levantado a su alrededor. Sin embargo, Lyra ni siquiera parecía escucharla. Se detuvo un momento y miró a Sabrina, su mirada cargada de enojo y decepción, una decepción que quemaba como el hielo en lo más profundo de su ser.
—Ustedes sabían, todos en este maldito lugar sabían qué sería MI futuro, menos yo. Me voy—. Su voz estaba impregnada de amargura, cada palabra escupida como si el mismo hecho de pronunciarlas le causara dolor. Lyra ya no era la muchacha que solía reír con facilidad y que encontraba belleza en las pequeñas cosas de la vida en Winterfell. Ahora, estaba consumida por la sensación de traición. Mientras hablaba, sus manos seguían buscando frenéticamente algo en la habitación, hasta que finalmente encontró lo que buscaba: un saco de cuero, de esos que los hombres del norte usaban para guardar provisiones cuando iban de cacería o en viajes largos. Lo tomó y comenzó a llenarlo con prisa, sin importarle el caos que estaba generando a su alrededor.
Sabrina la observaba, sus ojos reflejando la lucha interna que veía en Lyra. Quería ayudarla, quería hacerla entender que no todo estaba perdido, que tal vez aún había una salida, una opción menos drástica. Intentó una vez más acercarse a ella, su voz suave pero firme.
—Lyra, debes razonar... Seguro Jacaerys es encantador, es un príncipe y puedo darme cuenta de que es un buen hombre—. Sabrina buscaba las palabras correctas, tratando de hacerla entrar en razón, de recordarle que su vida no tenía por qué ser una condena. Jacaerys, el joven príncipe, había demostrado ser respetuoso y amable, y Sabrina estaba segura de que, en otras circunstancias, Lyra podría haberlo considerado una buena opción. Pero no ahora. No bajo la sombra de lo que ella percibía como una traición.
Lyra, sin embargo, no era alguien que pudiera ser calmada con palabras dulces. Era terca como una mula, una cualidad que la había ayudado a sobrevivir en el frío y a menudo cruel mundo del Norte, pero que ahora la hacía ciega a cualquier razonamiento que no coincidiera con sus deseos de libertad. La sola mención del matrimonio con Jacaerys fue suficiente para encender una chispa en ella, una chispa que rápidamente se convirtió en un incendio.
—¡No! ¡No me casaré nunca!— gritó, su voz resonando en la habitación como el eco de un trueno. No era solo un rechazo a la propuesta, era una declaración de independencia, una negativa absoluta a ser controlada, a ser vendida como una mercancía. —Me iré de Winterfell. Si Cregan busca una dama para Jacaerys, está bien, pero no seré esa tonta. No me venderé por un título o una fortuna—. Las palabras de Lyra eran un desafío, un grito desesperado por aferrarse a la poca autonomía que le quedaba. Sentía que su familia, aquellos en quienes había confiado toda su vida, la estaban traicionando de la peor manera posible, vendiéndola a cambio de una alianza política, de un futuro que ella no había elegido.
Sabrina, al ver que sus intentos de calmarla solo empeoraban la situación, intentó una vez más acercarse, con la esperanza de que un toque, un gesto de apoyo, pudiera calmar la tormenta que se arremolinaba dentro de Lyra. Pero la pelirroja, ahora más enojada que nunca, la alejó con un gesto brusco. No quería que nadie la tocara, no quería que nadie la calmara. Lo único que deseaba era escapar. Escapar de Winterfell, escapar de las expectativas, escapar de un destino que otros habían decidido por ella. En su mente, solo había una solución: huir, dejar atrás todo lo que la ataba a un lugar que ya no sentía como su hogar. Quería ser libre, aunque no supiera exactamente lo que esa libertad implicaba.
Y así, Lyra continuó empacando sus pocas pertenencias, su determinación cada vez más fuerte, mientras Sabrina la miraba, preocupada, pero consciente de que, por ahora, no había nada que pudiera hacer para detenerla.
Hola caras de bola ¿como están? ¿Les gustó este capítulo de mierda? Claro que si, a quien no.
Publico esto desde la maldita chamba ojalá ser mantenida por una sugar (mentira hay que ser independiente)
Dedicado a mis rayos de luz.
sassenxch analymalfoy -Coldnight star6girl_ allanggels drearygwen
-lvstyles (mencion especial por el hermoso banner gif)
Y cualquiera que lea esto la vdd
Con amor River <3
Yo ahora: quiero ir a mimir.
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