XXXIV
Capítulo 34: Solo tuyo
⚠️Advertencia: El siguiente capítulo tiene escenas de índole sexual y mención a temas sexuales. Si eres menor de edad te recomiendo saltarte esas partes⚠️
—Supuse que el clan demonio trataría de infiltrarse, siempre son tan inoportunos—gruñó el caballero y el filo en su espalda se sintió aún más. Apretó los dientes ante el piquete y evitó algún sonido.
—Habíamos pensado mostrarnos hasta el festival, pero nunca pensamos que serían tan estúpidos como para salir del castillo—se burló y con un movimiento los obligó a caminar. La princesa miró a su escolta temblando completamente y con una señal él le indicó que se moviera, debían obedecer—Si tratas de hacer un movimiento sospechoso, la mato...—Meliodas apretó la mandíbula y todos sus músculos crujieron. La espada no le había alertado, ¿Por qué...?
"—Aun no...—" la voz del espíritu dentro de su arma se abrió paso por su mente. Un tenue susurro con eco que le recordó las cosas. El espíritu no solía fallar, siempre estaba atenta cuidando su espalda sin importar que estuviera dormida en la hoja de la espada.
Confiando en el espíritu, el caballero se mantuvo quieto. Moviendo sus ojos por todo su panorama para pensar en algún plan de escape. No podía permitir que la princesa saliera herida ni con un rasguño y sabiendo como eran esos malditos, sabía que cualquier cosa haría que la apuñalaran.
—Caminaremos hasta salir de la ciudadela y en el bosque los llevaré ante mi gran señor Galand—exclamó el nombre de su líder con una euforia casi infantil, que le recordó a Meliodas lo jóvenes que eran la mayoría de los miembros del clan demonio y esté negó sin dejar de buscar—Mataremos a la princesa maldita para evitar que despierte su magia, destruiremos la espada y a ti...—el filo traspasó su capa y un hilo de sangre comenzó a salir de la espalda de Meliodas—Ya veremos qué hacer contigo, eres demasiado valioso como para matarte—
Él no iba a permitir que nada de eso pasara, no le importaba su vida, solo le importaba que Elizabeth saliera viva de ahí.
El caballero inhaló para mantener su mente fría y evitar dejarse llevar por la ira, a lo que siguió caminando intentando consolar con su cercanía a la pobre princesa que temblaba asustada.
—Aunque sería una pena destruir la espada, un arma así de poderosa sería muy útil para nuestra causa. Aunque, es destructora de la oscuridad y nosotros...¡Bah! ¡Hasta un arma sagrada se puede corromper!—se burló en voz alta y gracias a aquellas palabras Meliodas por fin pudo pensar en un plan.
Podría saltar y quitarle el arma por supuesto, su velocidad es mayor que la de él, pero para su mala suerte, la segunda espada en sus manos terminaría en el pecho de Elizabeth.
Así que decidió que lo mejor era esperar el momento de usar su estupidez y su orgullo en su contra. Y sabía perfectamente cómo hacerlo.
Caminaron cumpliendo su orden, los tres salieron de la ciudadela pasando desapercibidos por la gran cantidad de visitantes y comerciantes que estaban preparando todo. Siguieron hasta que sus cuerpos llegaron al bosque y en cuanto lo hicieron, el joven del clan demonio atrapó a la princesa, tomandola de la cintura para aferrarse a ella y colocó su espada justo en su cuello.
Meliodas sintió sus músculos crujir ante el impulso de arrancarla de sus brazos, pero se controló lo mejor que pudo, jadeando de rabia y quieto. Una risa burlona salió de los labios del otro joven que hundió su nariz en el cabello plata de la princesa inhalando hondo. Eso solo aumentó la rabia en Meliodas quien deseó con todas sus fuerzas asesinarlo.
Ella era suya, solamente suya. Solo él podía hacer eso, solo él disfrutaba de su cercanía y de su olor. Solo él maldita sea.
—Sabes...quizá con vida no sirvas para nada, pero tú cuerpo...—la segunda espada recorrió la figura de la princesa, quien tragó fuerte sintiendo las lágrimas picar sus ojos y miro directamente a su amado suplicando por su ayuda. Por su parte el caballero se sentía cada vez más en la oscuridad y tuvo que apretar la mandíbula para evitar gruñir—Podríamos divertirnos con tu cuerpo un rato antes de arrojarte al desierto—su sonrisa burlona y vulgar, la manera en la que la espada se había atascado en la falda de la princesa, levantandola levemente para revelar parte de su pierna y ella solo mirando a su amado.
Un gruñido de pura rabia salió de la garganta de Meliodas y solo hasta ese momento una risa macabra se extendió en medio de ambos. Eso era lo que quería lograr, una reacción, que el apático caballero mostrara el mínimo de emociones. Que divertido había sido hacerlo enojar y la sensación de dominación sobre el héroe del reino emborrachó a su enemigo de una euforia ciega.
"—¿Cómo se atreve a tocarla? ¡Es mía! ¡Mia nada más!—" quería matarlo, dejarlo que se pudra en el calabozo por haberse atrevido a tocarla sin que ella quisiera. Cortarle las manos para que no volviera a hacerlo nunca más, con ninguna mujer "—Es solo mía...mia...mia...—"
"—Resiste...—" La voz de la espada era lo único que estaba evitando que Meliodas perdiera la cordura. Había un plan, uno que debían de seguir al pie de la letra si querían sobrevivir, pero ese maldito desgraciado estaba pasando una linea que no debía cruzar. Inhaló hondo para buscar un poco de autocontrol y aunque no logró disipar su furia, al menos tuvo algo de claridad en su mente.
La princesa era suya y el pensamiento de que cualquiera de ellos se atreviera a tocarla aunque sea con una pluma lo volvía loco. Nadie era digno de tocarla, ni siquiera él, pero se esforzaba cada día para poder ser digno de tenerla.
—Pero primero me debo deshacer de esa cosa en tu espalda—cuando por fin dejó de jugar con él, señaló la espada sagrada con el filo de su espada aferrándose más a la joven. Elizabeth negó sutilmente, diciéndome a su amado que por favor no le entregara el arma.
Sin embargo el plan de Meliodas era justamente ese. Entregarla.
Mirándola fijamente, el blondo asintió suavemente y aunque estaba a nada de explotar de ira, le dedicó la más suave de las miradas a su única amada. Con eso la princesa supo que él tenía un plan y aunque tenía miedo, sonrió, siempre podía confiar en él, siempre sabía que hacer.
Ella lo había sentido, su sentimiento enorme de enojo, su odio detrás de la máscara de estoicismo, podía notar el temblor en su cuerpo mientras luchaba por controlar cualquier impulso. Y diosas, Elizabeth solo quería arrojarse a sus brazos y abrazarlo con fuerza, solo de esa manera podrían calmarse ambos. Deseaba hacer que toda esa rabia se fuera, deseaba tranquilizarlo y darle paz.
Tenía que confiar en él si querían salir juntos de esto y al notar como Meliodas estaba tan decidido a entregarle su arma...el recuerdo de cierto dato importante la hizo entender todo.
Tontos eran los que no sabían lo que había pasado el día que la espada lo escogió. Solo aquel elegido podía empuñar la espada sagrada y aquellos que decidían tomarla con oscuridad en su corazón recibían un gran castigo por intentarlo.
Con movimientos lentos, sin despegar sus ojos verdes del joven del clan demonio, Meliodas se quitó la capa hasta que esta terminó en el suelo y luego, con la misma lentitud, se quitó la espada de la espalda extendiendola hacia aquel joven.
La sonrisa en los labios del contrario brilló con una maldad que le causó náuseas al blondo.
—Que fácil es hacerte caer—se burló el otro, soltando su segunda espada sin aflojar su agarre en el cuerpo de la princesa y se acercó con cautela hasta el rubio—Todo este tiempo solo debimos de usar a esta pequeña perra en tu contra—
—¿Cómo osas insultar a la princesa?—gruñó.
—¡Esta inútil no es mi princesa!—unas lágrimas se resbalaron por el rostro de Elizabeth y mordió su labio para reprimir el sollozo—¡Ella solo es la heredera al trono de un reino destruido, no le debo nad...AHHHHHHHHHH!—Por fin lo había hecho y el efecto fue tan inmediato como siempre.
La mano del joven del clan demonio tomó el mango de la espada con fuerza y en ese momento, un ardor tan grande que le dejó la piel a color rojo vivo y soltando humo como si la hubiera puesto directamente al fuego. En ese segundo en el que se distrajo, Meliodas sujetó la mano de la princesa y la jaló hacia su dirección para alejarla de su capto, luego tomó la espada que estaba en el suelo y se apresuró a desarmar al chico que gritaba de dolor.
En pocos segundos aquel chico de ojos negros se encontró retorciéndose en el suelo, mientras temblaba de algo entre la ira y el miedo y observó como el rubio tomaba el arma sagrada sin ningún problema
Quería matarlo...
Borrar de su piel la calidez de Elizabeth arrancando la carne. Quería cortar sus manos. Quería cortar su lengua. Quería...
"—Tú no eres así...—" La voz de su fiel acompañante le dio claridad y un poco de culpa lo hizo soltar un jadeo de sorpresa.
"—¿Pero qué estoy pensando?—" se castigó. ¿Como podía pensar en cosas tan...crueles? Él era un héroe, su padre lo había enseñado a siempre usar su arma para proteger, nunca para la venganza personal, eso era lo que lo volvía diferente a los miembros del clan demonio. El luchaba por la paz, nunca para causar mero sufrimiento. "—No...yo jamás...—"
Estaba pensando en torturar a un hombre desarmado y herido solo por una venganza oscura...¿Cómo se le había ocurrido?
—Suficiente—susurró con amargura en su voz y se agachó hasta quedar a la altura del joven, el chico se encogió en su lugar sin dejar de temblar, pensando que había llegado el final, pero, en vez de eso, Meliodas lo tomó de ambas manos sin importarle el grito de dolor que le sacó al apretar la zona lastimada y se apresuró a someterlo—Su majestad, vaya corriendo a la ciudadela y traiga a uno de los guardias. Enviaremos a este malnacido a los calabozos para dictar su sentencia por intento de homicidio y secuestro—
—Si—la joven no dudó ni un solo segundo en salir corriendo, dejando a Meliodas solo con el causante de su más grande odio y dejándolo a merced de su torturada mente.
—La amas...—el susurro debil del joven lo hizo salir de su mente y tensarse—Lo veo en tu mirada...la posesividad en tus ojos...Que estúpido, te enamoraste de tú princesa—tratando de callarlo, el rubio hizo más presión sobre la zona quemada y el de ojos negros gruñó de dolor, derramando lágrimas—No podrás protegerla por siempre, ¿Lo sabes?—no respondió, no tenía porque hablar con alguien que estaba perdido en al oscuridad, pero su deseo de hacerlo lo hizo morder su lengua—No están preparados para lo que viene...nadie lo está...morirá...recuerda bien mis palabras héroe, la princesa morirá—rió y está vez Meliodas clavó sus uñas en la sangre quemada. Aquel demente no pareció inmutarse, pues sin importar el dolor siguió riendo como desquiciado.
—Estas loco—fue lo único que salió de los labios del héroe.
—¡Sir Meliodas!—la voz de un caballero que sostenía unas cadenas con fuerza hizo que el otro cerrara la boca de inmediato.
Por suerte no le había cortado la lengua, no le preocupaba lo que pudiera decir, con ser del clan demonio todos suponían que lo que salía de su boca no eran nada más que mentiras. Aunque dijera algo sobre sus sentimientos, nadie iba a creerle.
En cuanto aquel estuvo esposado y lo comenzaron a llevar de regreso a la ciudadela, Meliodas miró de reojo a la princesa, estaba sana aunque y dejaba salir varias lágrimas de sus hermosos ojos.
Lo único importante es que había salido ilesa de la situación y, pese a que el festival era una ocasión de júbilo, no podían evitar que la maldad intentara colarse en su celebración.
—Tu padre ha decidido triplicar la seguridad...—su voz se sentía lejana. Después del caos y que la gente supiera de lo sucedido, muchos entraron en pánico y varias personas decidieron refugiarse. La princesa fue escoltada a su habitación por el héroe del reino, al que no dejaron de halagar y venerar por haber hecho un increíble trabajo al atrapar al asesino—La gente está asustada, pero el rey ya dio un aviso de que todo está en orden y de que los caballeros se van a encargar de protegerlos a todos—
—Me alegra—murmuró la joven, mientras se aferraba a las sábanas de su cama y suspiraba—Pero el clan demonio no le hará daño a mi pueblo, nos quieren a nosotros, Mel...—ella alzó la mirada, para poder observar a su escolta, sin embargo, este se negaba a verla mientras se mantenía quieto en la puerta con los ojos clavados en el suelo. Ante eso la princesa frunció el ceño y formó una mueca—Meliodas—pero su amado no se movió y aquello la frustró.
Tratando de saber la razón de su falta de acción, aunque ya lo suponía, Elizabeth se levantó de su cama caminando hacia su escolta con cuidado, casi como si no quisiera espantarlo y cuando al fin lo tuvo de frente, tomó su rostro.
Al instante Meliodas dejó salir un sonido ahogado, cerrando sus ojos ante el contacto y todo su cuerpo comenzó a temblar.
—¿Qué tienes?—murmuró y el caballero soltó un suspiro.
—Queria matarlo...—sus palabras de las llevó el viento, pero fueron suficientes como para que la albina pudiera escucharlo—Queria hacerle tantas cosas para que se arrepintiera por haber hecho lo que hizo—sus manos se cerraron en puños y ella supo que él estaba luchando por no tocarla. No se creía digno de hacerlo—Queria cortar su lengua para que no volviera a insultarte. Por un momento me dejé llevar por la oscuridad...¿Qué clase de héroe hace eso?—aquella última pregunta salió casi como un sollozo y de inmediato la princesa lo atrajo a su cuerpo para poder abrazarlo.
Meliodas se mantuvo quieto, incapaz de poder devolver el contacto y Elizabeth decidió que lo mejor sería probar otra cosa. Sin soltarlo, la princesa caminó hacia atrás para moverlo de su lugar tanto como pudo, cuando estuvieron al borde de la cama, lo ayudó a sentarse y ella se puso a su lado, aferrándose a su figura.
—Meliodas, eres humano—por fin comenzó y su amado parecía controlar las lágrimas de impotencia y decepción que luchaba por salir—No puedes castigarte a ti mismo por haber tenido sentimientos humanos. Lo que insinuó aquel asesino fue...horrible, pero lo que te hace diferente es que pudiste manter el control de tus actos—
—La espada me estuvo susurrando al oído—aceptó con pesar—De no ser por eso, yo...—
—No importa Meliodas, lo único importante es que lograste mantener la calma, te aferraste a tu plan e incluso cuando pudiste haber desobedecido al espíritu de la espada, no lo hiciste, tú fuiste quién decidió el camino de la luz—su dedo índice terminó hundido en su pecho, tocando el lugar donde su corazón de oro latía—Te mantuviste fiel a ti mismo, hiciste lo correcto—
—Pero lo que pensé...—
—Somos humanos Mel, todos alguna vez pensamos algo así—ella suspiró, consolando a su amado con dulces caricias en sus cabellos y sonriendo al darse cuenta que poco a poco, él comenzaba a moverse para devolver el abrazo—Mientras no nos dejemos llevar por la oscuridad, todo estará bien—
Se mantuvieron callados durante unos cuantos segundos, tratando de disfrutar de la paz que parecía irse a cada minuto, pero cuando ella por fin pensó que sus dudas habían terminado, él volvió a abrir los labios.
—Lo siento tanto, si hubiera pensado en algún otro plan él jamás te habría...no habría...—asi que eso era otra cosa que lo tenía tan atormentado. Elizabeth suspiró recordando el desagradable toque del asesino del clan demonio y lo desesperada que estaba por correr a los brazos de su escolta, pero también recordó la ira cruda que Meliodas sintió cuando lo vió todo—Fue asqueroso lo que sugirió, ¿Cómo se atrevió a faltarte al respeto de esa manera? Quiero hacer que se arrepienta...pero si seguía la oscuridad yo...—
—No, lo hiciste muy bien. Sabías que debías esperar—sonrio—Si hubieras hecho cualquier otra cosa, uno de los dos hubiera salido herido—eso era cierto y justo por esa razón fue que él había querido esperar en momento indicado. Sin embargo el recuerdo de aquella espada maligna subiendo un poco la falda de la princesa lo tenía asqueado y con náuseas.
—Pero lo que te hizo, lo que insinuó...—
—Me salvaste—lo abrazó con más fuerza—Eso es lo importante—
—Lo siento tanto, perdoname por favor—le dolía mucho ver como se estaba torturando con eso. No debía de hacerlo—Perdoname, tardé mucho, lo lamen...¡Hmmm!—no pudo seguir balbuceando disculpas cuando unos labios rosados impactaron su boca. Meliodas trató de resistirse, alejarla, no era digno de poder besarla en aquellos momentos...
Pero no pudo hacerlo, ella lo tenía sostenido como si su vida dependiera de eso. Sus deliciosos labios se movieron sobre los suyos buscando un poco de consuelo y él no pudo seguirlo resistiendo.
Correspondió a su beso con la misma dulzura con la que siempre lo hacía. Saboreó su labio inferior, apretó los ojos en una expresión de dolor y necesidad, pero cuando se quedaron sin aire y se separaron, la princesa volvió a besarlo con más fuerza.
Ya no era solo una caricia al corazón, era algo más, se estaban entregando la vida en aquel beso y sus manos nos pudieron permanecer quietas. Meliodas la sostuvo de la cintura y se aferró a su contorno tratando de que ella olvidará las manos del asesino demonio, ella se aferró a su espalda, acariciando la zona donde se encontraba la espada colgada y todo cambio cuando la joven albina se separó y lo tumbó en su cama.
—Ellie no...—susurró su escolta quien cada vez se sentía más débil en los brazos de su amada. La sonrisa en el rostro femenino fue tan luminosa que casi lo hace ceder—No soy digno de ti ahora, yo tarde y...—
—Shhh—lo silenció con un beso rápido que lo dejó jadeando—Yo decido quien es digno de mi y yo decido que tú lo eres—sus palabras lo dejaron con la mente en blanco y cada parte de si mismo correspondió a los deseos de su princesa.
Tenía razón...
¿Cómo es que nunca lo había pensado? Ella era quien decidía quien era digno de poder tenerla y él tenía toda la suerte y el honor de haber sido escogido por ella. Su princesa lo quería a él.
El arranque de pasión que le dió saberlo desató aquella parte de si mismo que solo quería complacerla. Sus manos fuertes la tomaron hasta poder subirla sobre él y ella dejó salir un pequeño respingo por el repentino movimiento.
—¿Ahora?—murmuró y un gran sonrojo cubrió las mejillas femeninas. Elizabeth sabía bien a lo que se refería y un poco de nerviosismo sembró algo de duda.
¿Estaba lista para algo así? ¿Estaba lista para entregarse al hombre que amaba? Su corazón claro que lo estaba, pero su cerebro aún no. Fue criada sabiendo que su pureza como princesa debía de guardarla hasta que algún principe o algún noble pidiera su mano en matrimonio, debía guardarse solo para una persona...pero ella lo quería a él, solo a él.
—Yo haré lo que tú quieras—las palabras de Meliodas la sacaron de su mente—Mi mayor felicidad es poder complacerte—la mano de su escolta subió hasta el borde de su seno y el atrevimiento le sacó un jadeo—Te amo, Elizabeth—
La princesa volvió a devorar los labios de su caballero en cuanto esas palabras salieron de su boca. Lo amaba con locura, se había robado su corazón en todo sentido, quería tenerlo a su lado durante toda su vida.
Elizabeth abrió un poco más la boca para darle acceso y Meliodas no perdió tiempo, su lengua exploró la cavidad de la princesa dejando un sonido húmedo detrás de ambos, su mano derecha bajó hasta poder tomar la parte trasera del gran muslo de la joven y con sutileza comenzó a levantar su falda, el cuerpo de la princesa se tensó, pero no se detuvo. Ambos estaban demasiado borrachos de necesidad como para poder pensar las cosas.
Querían tocarse, derretir el hielo de la terrible experiencia vivida durante la tarde, abrazar sus cuerpos y asegurarse de que estaban bien, seguros y a salvo. Deseaban juntar sus pieles y disfrutar del momento que sería solo suyo.
Cuando la mano enguantada de Meliodas entró en contacto con la piel de la pierna femenina, un suspiró salió de los labios de Elizabeth justo a tiempo para separarse. La boca del blondo siguió con su camino pasando a sus mejillas, luego a su barbilla y para cuando besó con intensidad su cuello un dulce gemido dejó los labios de la joven.
—Mel...—jadeó y la tensión en su pantalón solo aumentó. Quería escuchar más, quería ser el único que tuviera la fortuna de poder escuchar a la princesa del reino jadeando y gimiendo. Fue tanto el deseo, que su mano izquierda apretó el pecho de la fémina sin pensarlo. Cuando la princesa soltó un gemido que alto, él casi pierde la cabeza.
—Detenme—susurró contra su oído y su lengua pasó por su cuello generando escalofríos en la joven—Detenme antes de que pierda la cabeza—casi parecía una súplica, sus caderas se movieron hacia arriba para que ella pudiera sentir el bulto debajo de su punto. Elizabeth se aferró a sus hombros clavando sus uñas sobre la tela y luego movió sus manos para intentar quitarle la ropa—¿Estás completamente segura?—
—Solo te quiero a ti—asintió.
Con sus dedos algo torpes la princesa le quitó la capa pequeña que cubría los hombros del traje de la guardia real, con ayuda de su escolta retiró la tunica azul fuerte con el emblema del escudo de la familia real y con un tirón más le quitó la blusa roja. Solo faltaba una, la color negro, pero la joven soltó una risita y negó.
—¿No te molesta traer tanta ropa para usar ese traje?—
—No tienes idea de como es usar esto en verano—ambos soltaron risitas bajas, llevándose por su momento de intimidad y para cuando la expresión tímida de la princesa volvió hasta su rostro, le ayudó a su escolta a quitarse la última blusa.
El torso desnudo de Meliodas finalmente quedó ante ella y aunque ya lo había visto antes, en esa ocasión se sintió totalmente diferente. Su amado se quitó los guantes para poder tener un contacto más directo.
—Tienes muchas cicatrices...—cuando la mano de Elizabeth bajó hasta poder acariciar su pecho, un gemido de satisfacción salió de los labios masculinos, acelerando el corazón de la princesa y siguió acariciando aquellas pequeñas marcas que decoraban la piel de su amado como si fuera el lienzo de un pintor.
Casi como si temiera asustarla, el rubio alzó los brazos lo suficiente como para tomar los listones del vestido de Elizabeth, tomó el borde de uno de estos, esperando la aprobación como para poder quitarlo y un solo asentimiento fue suficiente para tirar del cordón. Al instante el moño se deshizo, la tela alrededor de su espalda y hombros se aflojó y con un movimiento reveló su clavícula y el inicio de sus pechos.
Meliodas se quedó quieto, admirando como se veía su hermosa amada de aquella forma, a solo un movimiento de revelar sus pechos, pero así como estaba se veía tan hermosa.
Parecía una diosa.
Sentándose en la cama, el de ojos verdes se aferró a su cintura para presionarla contra su bulto, sus labios maestros bajaron hasta dejar besos sobre la piel recién descubierta y su segunda mano subió hasta poder apretar uno de sus pechos.
—Oh Meliodas—fue recompensado con el jadeo de la albina. Su lengua recorrió su cuello, sus labios besaron su clavícula y para cuando su lengua acaricio el inicio de sus senos ella casi baja la tela para que aquellos labios atendieran mejor la zona.
—Te deseo tanto—susurró contra su piel—Quiero que seas solo mía, anhelo servirte de todas formas. Soy tu sirviente, te mantendré segura de cualquier peligro, cumpliré cada uno de tus caprichos. ¡Voy a complacerte en cuerpo y alma!—mordió con suavidad su cuello y la respuesta fue inmediata
—¡Meliodas!—gimio alto cuando la curiosa mano de su escolta bajó su escote lo suficiente como para revelar sus pechos. La lengua de su amado viajo por en medio de sus blancas montañas y sus ojos verdes brillaron con lujuria al poder apreciar su cuerpo.
—Puedes usarme como más te plazca. Mi espada es tuya, mi cuerpo es tuyo, mi alma es tuya...—su aliento chocaba contra su botón erecto, estaba tan cerca que casi podía sentir su lengua—Yo soy completamente tuyo—lo hizo, al fin lo hizo, se llevó su pecho a la boca comenzando a besarlo y lamerlo como el caramelo más delicioso y la princesa se restregó contra el bulto de su escolta en un movimiento de cadera que los dejó gimiendo a ambos.
—Te amo tanto, Meliodas—gimio aferrándose a su cabello pidiéndole más y su amado no pudo responderle pues estaba demasiado atento comiendo de su pecho como para poder hablar. Apretó su segunda montaña con su mano, gimiendo contra su piel al sentir la suavidad de su cuerpo, y antes de poder seguir con sus atenciones.
—¡Princesa Elizabeth!—tocaron la puerta—¡Princesa Elizabeth me gustaría hablar con usted!—
—Mierda—gruñó el blondo, sacando su pezón de su boca y metiendo su rostro en medio de los senos femeninos. Temblando por el deseo reprimido y el miedo de poder ser descubiertos, Meliodas soltó un suspiro y se separó de su amada para verla a los ojos.
Iris brillantes, los labios separados mientras gemía, el rostro rojo y lleno de deseo y miedo. Sin duda se veía tan hermosa como si hubiera caído del cielo.
Ambos amantes se tensaron en su lugar, había alguien tocando a la puerta y pidiendo ver a la princesa, pero en esos momentos ella se encontraba algo...indispuesta.
Con rapidez y sin importar lo que estuvieran haciendo, Meliodas subió su escote cubriendo de nuevo sus pechos, se levantó al igual que ella con decisión y sin dejar de repartir besos sobre sus cuello, comenzó a hacer nudos sobre los listones en su espalda.
—¡Princesa Elizabeth! ¿Está ahí adentro?—
—¡U-Un segundo!—exclamó ella casi jadeando por la adrenalina de casi ser descubiertos.
Meliodas le arregló su cabello con rapidez, se aseguró de cubrir la piel que ella le había mostrado y besó sus labios de forma intensa una última vez sacándole una risita a la joven. Sin esperar más tiempo el rubio tomó su propia ropa corriendo al baño de la princesa para poder arreglarse de manera apropiada y la dejó en medio de la habitación con el corazón martillando en sus oidos.
La princesa no tardó mucho en correr hacia la puerta, tomándose unos segundos para inhalar hondo y calmar su respiración agitada y abrió la puerta para encarar a quien los había interrumpido.
Detrás estaba un muchacho rubio, casi como su amado, de cabello lacio y ojos azules con la pupila contraída, era un humano del caos que dio un saltó por la manera abrupta con la que la puerta se había abierto.
El joven al verla se sonrojó con fuerza mientras una sonrisa tímida cruzaba su rostro y le hizo una reverencia a modo de saludo. Cuando terminó, abrazó la libreta que llevaba en los brazos y abrió sus labios.
—U-Un placer majestad, soy Solaad, el bardo real—oh, así que él era el joven que componía cada una de las canciones de la corte. Se veía adorable y pequeño para ya ser todo un maestro musical.
—El placer es mío, joven Solaad—el rubio parecía estar en una nube esponjosa con aquella sonrisa, sin embargo la princesa lo ignoró y salió de la habitación cerrando la puerta detrás de ella con rapidez, para evitar que el músico viera el interior y luego se recargó en la puerta con su sonrisa practicada—¿Me buscabas?—
—Si, como usted está a cargo, quería tratar algunos temas relacionados con la música del baile de invierno. Yo soy el encargado y había pensado en...—
—Si—lo cortó de manera abrupta, sin deshacer su sonrisa y Solaad cerró la boca—Me parece una increíble idea—
—Pero ni siquiera...—
—He escuchado tu trabajo y eres todo un genio con la música—gracias a aquel cumplido el más bajito se rió rascando su nuca y sus mejillas se pusieron aún más rojas—Estoy segura que cualquier idea que tengas será un rotundo éxito, como todos tus trabajos—en realidad no estaba mintiendo, el joven si que sabía hacer buena música, sin embargo, lo que más deseaba en aquellos momentos era regresar con su amado y evitar que alguien hiciera preguntas.
Solaad se sintió como en un sueño.
Llevaba enamorado de la preciosa princesa mucho tiempo, componiendo poema tras poema solo admirando su belleza. Todo su viaje había sido una tortura sabiendo que no podría verla, pero ahora que ella estaba de regreso era como si el sol saliera después de la tormenta.
Recibir un halago de su parte puso su corazón como loco.
—Perfecto, se lo agradezco su majestad—hizo una reverencia más—Anhelo que llegue el baile de invierno para que pueda escuchar mi canción. Siempre compongo para usted—
—Oh—Elizabeth se removió un poco, enternecida—Eso es bastante dulce—le mostró la más calida de las sonrisas y el rubiecito casi se desmaya de amor—Si no hay nada más que quieras decirme...—
—Por supuesto—reaccionó. Seguro ella estaba estudiando ahí adentro, tal vez estaba creando un plan maestro para vencer a la bestia oscura o se encontraba investigando algo de tecnología ancestral y él ahi interrumpiendo su gran trabajo—Con su permiso, alteza—le hizo una reverencia más antes de darse media vuelta y caminar casi bailando de regreso.
En cuanto la princesa lo perdió de vista, entró de nuevo a su habitación, casi a tientas pues el sol se había puesto y la noche había caído.
—Mel...—susurró, pero no hubo respuesta. Con mucho cuidado, ella camino hasta su escritorio, donde tenía varias velas que podría prender, se aseguró de hacerlo con cuidado iluminando un poco su habitación y vio su alrededor. Su amado rubio se encontraba mirando hacia afuera, su brazo izquierdo estaba recargado en la pared, su mano derecha sostenía su cintura y sus ojos estaban perdidos en el pueblo.
—¿Todo en orden?—volteó a verla con una sonrisita y ella casi rie a carcajadas por la experiencia.
—Si, solo era el músico de la corte—Oh Meliodas lo sabía, había salido del baño justo cuando aquel hombre le dijo que ella era su inspiración para componer canciones y un poco de celos cruzó su pecho, de no ser porque el recordatorio de la que estaban por hacer aligeró la carga y lo ayudó a esperarla—¿Quieres...hmmm...ya sabes...?—balbuceo con nervios, insinuando que terminarán lo que habían empezado.
Sin embargo Meliodas negó entre risitas, cerró las cortinas para evitar que alguien pudiera ver hacia el interior y finalizó con acomodar la cama de su amada.
—Hoy no—murmuró—Pero después—un poco de desilusión cruzó el rostro de su bella princesa, sin embargo ella lo aceptó sin dudar.
Mientras ella entraba a su baño para ponerse el camisón de dormir, Meliodas se sentó en la cama de la princesa completamente serio y con la mirada perdida en la piedra.
¿Qué estaba a punto de hacer? Por las diosas, estuvo a nada de quitarle su pureza a la princesa, estuvo a nada de...
Pensar en eso lo dejaba con la piel ardiendo y jadeando de deseo, pero el gran caballero que vivía en su cuerpo lo estaba reprendiendo.
La adoraba, la amaba, le pertenecía por completo, pero quizá aún debían pensar un poco más las cosas antes de dar un paso tan grande como ese.
Para cuando su amado salió del baño él la recibió con una sonrisa adorable que la hizo sonrojar. Se recostó sobre sus almohadas poniéndose tan cómoda como pudo y se aferró a su amado que seguía vestido. Con todo el amor en su alma, Meliodas comenzó a darle caricias sobre sus cabellos a la hermosa princesa, buscando relajar su cuerpo y llenó de besos su rostro haciéndola reír.
—¿Algún día vas a contarme las historias de cada una de tus cicatrices?—sonrió y el blondo rodó los ojos con diversión.
—De acuerdo, pero no son historias bonitas Ellie—advirtió
—Sigue siendo una historia—se aferró a él y permitió que el sueño la venciera, descansando cómoda al lado del hombre que amaba mientras su amado se mantenía pensando en muchas cosas a la vez.
Daba igual, lo importante es que en una semana era el festival de razas y a los pocos días después, el tan esperado baile de invierno.
—No sabes cuánto te amo...—susurró contra su pelo y besó su frente con cariño—Mientras yo viva nadie te hará daño, mientras yo viva nadie se atreverá a tocarte, mientras yo viva...siempre te mantendré a salvo—y con la promesa de su protección eterna, el escolta cerró los ojos, aferrándose al cuerpo dormido de su amada princesa y rezando a las diosas que le dieran las fuerzas de protegerla por toda su vida.
Ay pero que capítulo. Me dio un golpe de inspiración mientras limpiaba mi casa y supe que debía escribirlo.
En fin. Qué les pareció? Les gustó? Espero que si ✨
Disculpen faltas de ortografía trataré de corregirlo luego.
El próximo capítulo es toda una felicidad para mí compartirles que será el tan esperado baile de invierno, más que nada porque el festival de las razas no es algo muy importante en la trama, tan solo es un hecho a mencionar para que vean como los distintos pueblos del reino se están uniendo en hermandad ^^👌
Sin más que decir nos vemos en el próximo capítulo. Bay!
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