XXXII
Capitulo 32: Consuelo
—Elizabeth...Ellie...—la persiguió por todo lo largo de la bestia divina. Aunque la princesa trató de correr, su escolta era mucho más rápido, por lo que la tomó del brazo con delicadeza y se puso frente a ella para poder encararla, lo único que encontró fue a la joven albina con los ojos ardiendo por las lágrimas contenidas y el ceño tan fruncido que le causó un escalofrio—¿Qué tienes hermosa?—
Elizabeth quería estar enojada con Meliodas, quizá de esa forma no se sentiría tan tonta por estar sintiendo lo que sentía, deseaba sentirse molesta con él, reprocharle lo que acababa de ver, pedirle explicaciones...
Pero sencillamente no podía hacerlo y eso era lo que la tenía molesta consigo misma. ¿Por qué Meliodas tendría que darle una explicación? Solo eran dos amigos hablando y pasando tiempo, él no había perdido el respeto en ningún momento, había visto en sus ojos la nostalgia cada que veía a la castaña, sin embargo, la manera en la que Zaneri le había sonreído, la manera en la que la sirena lo había visto, la manera en la que lo había abrazado...no era como una amiga.
Eso era lo que la tenía tan mal y su caballero no tenía porque pagar las consecuencias. No tenía porque desquitarse con él, no volvería a cometer los mismos errores del pasado.
Mucho menos podía reclamarle cuando aquellos ojos verdes la estaban mirando con total preocupación, sus pupilas estaban dilatadas, sus labios entreabiertos y parecía estar jadeando con dolor.
"—Nuestra conexión...claro—" recordó y se sintió estúpida. Por supuesta que él se había dado cuenta de lo que se sentía mal, claro que podía sentir el mismo dolor que ella, por eso estaba tan confundido y por eso no había dudado en correr a su encuentro "—Siempre tan atento conmigo —"
—No es nada—trató de mentir al inhalar hondo, pero su actitud decaída no convenció al escolta. El joven alzó una ceja, sin creerle completamente y desvío la mirada un poco al notar como Zaneri comenzaba a bajar las escaleras con lentitud. Les quedaba poco tiempo para hablar a solas—De verdad—
—Sabes que no te creo—murmuró y Elizabeth se mordió el labio desviando la mirada—Ya sabes que puedes contarme todo. Sentí tú dolor, ¿Qué puedo hacer para evitarlo?—
—Mel no es un buen momento—trató de excusarse y cuando su mano masculina viajo hasta su mejilla para acunarla, ella en serio sintió que se iba a soltar a llorar en ese mismo instante. Negó con su cabeza varias veces, suplicando por un poco más de su toque sobre ella, aunque sabía que no podía porque debían de mantener las apariencias—Tocame más...por favor...—las mejillas del rubio se colorearon de rojo ante aquella petición y alejó su mano de su mejilla como si lo hubiera quemado, sintiendo su corazón latir con fuerza y anhelando ayudarla.
No podía hacer eso, era arriesgado, podía llegar a malinterpretarse...
Pero lo necesitaba, Elizabeth en serio lo necesitaba.
—Por favor...—susurró con su rostro suplicante, haciendo pucheros mientras trataba de controlar sus lágrimas—Por favor...—no podía negarle nada a ella.
Casi olvidando que no estaban solos, el escolta comenzó a alzar ambas manos con lentitud, casi como en trance y buscando consolar a su amada. Las yemas de sus dedos apenas y rozaron su pálida piel con dulzura y acunó su rostro entre sus manos, estaban en la posición perfecta como para solo inclinarse un poco y besar sus labios.
En un acto de reflejo, la princesa se acercó más a él, tratando de cortar el espacio que los separaba y logrando que sus respiraciones se cruzaran. Un solo movimiento y sus labios podían tocarse, solo bastaba con que uno de ellos decidiera dar un paso y entonces podrían besarse.
Los dos lo querían, en ese mismo momento.
—Yo...—
—¿Todo en orden su majestad?—la causante de su repentino ataque de celos habló de repente y la princesa solo pudo morderse con aún más fuerza el labio, sintiendo el sabor de la sangre en su boca y se alejó de su escolta de manera repentina cruzándose de brazos. Zaneri tragó el nudo en su garganta, intentando no entrar en pánico por la posición en la que los había visto y se ibligo a sonreír, acercándose a la dama—¿Se siente bien?—
Meliodas se quedó en su lugar saliendo de su propio trance que lo había hecho actuar imprudente, sus manos parecían sacar chispas esperando por seguir tocando la piel de su princesa y todo su cuerpo le pedía que siguiera consolandola, aunque el frío de su separación comenzaba a calarle junto con el aire fresco de la noche.
Sin embargo, también se dio cuenta de como todo en ella se había tensado en cuando su amiga había llegado y como intentaba alejar las lágrimas al parpadear fuerte.
No supo si lo hacía para evitar mostrarse débil ante alguien más o si había una razón oculta. Sea lo que sea, el rubio frunció el ceño sin dejar de observar a su princesa y se tensó.
—Todo bien, Zaneri, no te preocupes—le mintió a la sirena, intentando sonreír de manera inútil y luego inhaló hondo, tratando de encontrar su voz en su pecho—¿Te molesta si probamos los ajustes mañana? El sol ya casi se ha ocultado y me gustaría ver el camino al bajar. Quiero regresar ya—rió de manera amarga aunque había intentado sonar divertida y solo necesitó de un asentimiento de cabeza de la joven para comenzar a caminar con rapidez hacia el exterior.
Se sentía asfixiada, necesitaba alejarse tanto como pudiera de la bestia divina y pensar un poco en todo lo que estaba sintiendo para poder explicarle bien a su amado lo que había pasado.
Meliodas no dudó en seguirla de cerca, se apresuró a seguirle el paso para mantenerse detrás de su princesa mientras abría y cerraba el puño, sumido en su propia mente al intentar unir hilos, dejando a la sirena todavía más confundida y un poco dolida.
Él ni siquiera la había volteado a ver, no le había querido decir nada, ni siquiera le había hecho alguna pequeña ceña con la mano o la cabeza de que todo estaba en orden.
Su total concentración estaba en la princesa albina y el pequeño pinchazo de realidad hizo que Zaneri suspirara desilusionada.
Quizá solo estaba exagerando, quizá solo estaba viendo cosas que en realidad no estaban ahí, quizá la manera en la que la estaba tocando solo era porque confiaban el uno en el otro.
Era imposible que su peor miedo se hiciera realidad.
Un caballero no podía enamorarse de una princesa, eso estaba prohibido, ¿No?
—¿Vas a decirme qué te sucede?—cuando por fin lograron llegar a su habitación, Meliodas no dudó ni un segundo en entrar junto con la princesa a aquel cuarto y se cruzó de brazos en cuanto se cerró la puerta. La joven agachó la cabeza, avergonzada y soltó un gran suspiró—Estas actuando extraño Elizabeth, por favor dime, ¿Qué tienes?—suplicó.
Aunque el caballero se sentía un poco irritado por la situación, él mismo sabía que mostrarle aquellas emociones a la princesa no iba a ayudar en nada. Se controló, inhalando hondo y siendo plenamente consciente de lo que sucedía, caminó hasta ella, la tomó del brazo y la guío hasta hacerla tomar asiento en la cama.
Una vez ella estuvo sentada, él se arrodilló ante su presencia y tomó las manos de la dama, acariciando su piel con sus pulgares callosos.
El suspiro que salió de los labios de Elizabeth fue de puro anhelo, sus ojos azules se cerraron, disfrutando del contacto y su boca se entreabrio deseando un poco más.
Necesitaba tenerlo más cerca, necesitaba tener sus manos sobre su cuerpo, necesitaba tener sus labios sobre los suyos hasta que su mente volviera a estar completamente segura de que él era suyo y solamente suyo.
—Más...—ordenó tras abrir sus ojos nuevamente y entonces ella misma guío las manos de su escolta hacia su rostro. El corazón de Meliodas latió con rapidez por aquella súplica deliciosa y pasó su lengua por sus labios para mojarlos.
—No hasta que me digas lo que sucede—le costó cada gramo de autocontrol formular aquellas palabras, pero al ver que lo logró, se mantuvo firme—Por favor, ¿Qué te tiene así?—
—Zaneri—murmuró por fin y el aliento de Meliodas se cortó. La princesa mordió su labio con toda la vergüenza que sentía por aquella situación, pero como su escolta no formuló palabra alguna, prosiguió—Me siento celosa de ella—
—¿Celosa?—preguntó, confundido—¿Por qué te sentirías celosa de Zaneri, Ellie, es mi amiga?—
—Lo sé y por eso no quería decir nada—se alzó de hombros—Sé que es tú amiga, sé que le tienes mucho aprecio y me alegra que pudieras pasar tiempo con ella...tan solo me acostumbré a que tú atención siempre era para mi—ahora si comenzó a entender bien las cosas y la mirada de Meliodas se suavizó al mismo tiempo que sus manos subían hasta poder acariciar las mejillas femeninas. Elizabeth enrojeció, pero siguió—Y ver lo cercano que eres con ella, la confianza que se tienen y que solo me demostrabas a mí me puso un poco celosa—suspiró un poco por fin bajando la guardia y todo en ella se sintió patética de escuchar sus propias palabras—Me dolió, traté de evitar lo que sentía, pero verlos juntos me hizo pensar muchas cosas—
—Primero que nada, gracias por decirme—le sonrió y un poco de esa sonrisa se le contagió a la princesa avergonzada. El caballero se puso de pie con un movimiento y se sentó al lado de ella pasando sus manos de sus mejillas hasta su cabello. Las atenciones fueron como una pomada contra su corazón adolorido y un poco del brillo regresó hasta los ojos azules de la dama—Segundo, Ellie, te aseguro que no tienes porqué estar celosa de Zaneri, es solo un amiga—
—Lo sé...—
—Confío mucho en Zaneri, claro, pero la confianza que te tengo a ti es mucho más grande y lo sabes—su mano se movió con cautela hasta su pecho y cuando lo presionó, la princesa soltó un respingo de sorpresa, sin embargo no pudo formular ninguna protesta cuando se dio cuenta de que Meliodas tocaba el lugar donde su corazón latía desbocado—Aqui en tu corazón, sabes que lo que siento por ti es más grande que cualquier cosa—
—Oh diosas que tonta soy—se lamentó con un puchero y la ligera risita en los labios masculinos subió su ánimo.
—No eres tonta, es normal. Llevamos varias lunas siendo solo tú y yo—ella asintió entendiendo y entonces por fin una sonrisa aprecio en sus labios. Por supuesto que no había nada de que preocuparse, ¿Cómo se le ocurrió dudar?—Zaneri es una gran amiga, una a la que quiero mucho, pero esa es la diferencia. A Zaneri la quiero, a ti princesa, te amo—eso fue la estocada final que el caballero usó contra sus celos.
El sentimiento venenoso se esfumó en el aire al mismo tiempo que ella suspiraba. Se inclinó hasta poder besar los labios de su amante prohibido, recibiendo gustosa aquel toque y saboreando lo dulce de su amor.
La princesa chupó ligeramente su labio inferior, levantó sus manos hasta poder acariciar sus cabellos rubios con todo cariño que podía sentir y tomando las riendas de la situación, bajó sus caricias hasta el pecho masculino, comenzando a empujar a su escolta hacia atrás. Meliodas abrió los ojos en medio del beso al notar el repentino movimiento y se quedó congelado sin saber que hacer cuando la princesa lo recostó sobre su cama y se subió sobre él.
Ella estaba perfectamente acomodada sobre su bulto, su punto dulce y prohibido para él se acomodaba deliciosamente donde debía de estar, sus labios se sentían violentos contra su boca y sus manos se debatian entre tocar o parar.
Para cuando la sensación se volvió embriagante, la neblina de la pasión comenzó a nublar su juicio, haciendo que sus ojos verdes se fueran cerrando nuevamente y sus manos sostuvieron las caderas femeninas con tal fuerza que ella jadeo en medio del beso. Aquel sonido encendió aún más al escolta, quien se derritió en su lugar y permitió que la princesa explorará con sus manos su pecho cubierto por la túnica.
Quería más...
No quería que fueran toques superficiales, necesitaba tener aquellas pálidas manos sobre su piel. Necesitaba sentirla tan cerca como saber que estaba segura en sus brazos. Necesitaba unirse a ella para demostrarle que su alma y cuerpo le pertenecían.
Pero no podía dejarse llevar por sus deseos e impulsos, sería todavía más prohibido.
¿Cómo un plebeyo como él podría atreverse a desnudar a la princesa?
¿Cómo un humilde sirviente del reino podría tener el honor de reclamarla?
¿Cómo un hombre con las manos cubiertas de sangre podría acariciar el sagrado cuerpo de la princesa?
No podía hacerlo, por eso mismo, es que anhelaba que fuera ella quien le hiciera lo que deseara. Quería que fuera Elizabeth quien lo reclamara, quería que lo tomara para saber que solo le pertenecía a ella, quería que su amada descubriera cada cicatriz en su cuerpo, quería darle consuelo y placer en su fruto prohibido y tener el honor de ser el amante de la princesa.
Ambos se separaron con las respiraciones agitadas, mirándose a los ojos brillantes por la necesidad y jadeando en algo por la falta de aire. Los labios de la joven se encontraban algo hinchados y para cuando pasaron dos minutos en aquella posición, la joven llevó sus manos a los bordes de su blusa, de manera temblorosa, y sonrojada por la vergüenza.
En cuando ella la levantó con lentitud comenzando a revelar su abdomen desnudo, Meliodas la detuvo, subiendo sus manos hasta tomarla de las muñecas y detenerla
Claro que anhelaba tener el honor de admirar su desnudez...pero no era el momento ni el lugar, por más que lo quisiera.
—No aqui—susurró y el cuerpo femenino tembló ligeramente al verse rechazada. Al notar como su amada se encogió por la vergüenza de su atrevimiento, Meliodas alzó la mano derecha hasta poder acariciar su mejilla y la joven lo miró—No creas que no lo deseo—negó—Soy tuyo, te pertenezco en cuerpo y alma, anhelo que me reclames como tu humilde sirviente y que satisfagas tus deseos con mi cuerpo—ella se sonrojo como un tomate ante aquellas palabras, un poco de humedad llenó sus pantaleyas y antes de poder decir algo, él volvió a silenciarla— Pero dudo mucho que quieras que nos encuentren en alguna situación...indebida, dentro del castillo del rey Zhivago—Elizabeth mordió su labio y se maldijo mentalmente. Tonta, se había dejado llevar tanto que por un momento olvidó en donde estaban—No será hoy—
—Tienes razón, lo lamento—se disculpó y lentamente comenzó a bajar su blusa para poder cubrir su abdomen. Un suspiro de alivio salió de los labios masculinos, a la par que agradecía a las diosas por haberle ayudado a mantener el control.
Los dos soltaron varias risas, por aquel íntimo secreto del que solo ellos sabían y relajándose completamente, la princesa se recostó en el pecho de su escolta, permitiendo que él la abrazara con amor y le llenara su frente de tiernos besitos, como el picoteo de un pájaro.
Ya podrían arreglarse debidamente para la cena con la familia real, por ahora, lo único que ambos querían era disfrutar un momento en silencio, donde solo existían ellos dos.
—Mel, ¿Estarás siempre conmigo?—murmuró temblorosa. El caballero soltó una pequeña risita de ternura y tras alzar la barbilla de la joven, le plantó un dulce beso en los labios que duró pocos segundos.
—Hasta mi último aliento—
Nuestra boca es profética y nuestra mente es poderosa. Sin quererlo, nuestros susurros, anhelos y pesadillas pueden volverse realidad.
Por eso es importante no jurar en vano y no hacer promesas que la desgracia causarán.
—Es un honor que hayan aceptado cenar con nosotros—el rey Zhivago los recibió con toda la efusividad que podía, se inclinó ante la princesa del reino en una reverencia y la joven se la devolvió con una sonrisa tranquila.
Los dos se habían dado un baño para estar presentables y aunque seguían llevando sus ropas de viaje, se veían mucho mejor.
El rey los guío con un brazo hasta sus respectivos asientos y él mismo se sentó en su lugar en el extremo norte de la mesa. A su derecha el príncipe Ban los miraba curioso, a su izquierda, la princesa Zaneri lucía un precioso vestido blanco de seda que hacía ver cómo si el agua estuviera abrazando su cuerpo, junto a una corona de cristal.
Esta vez Elizabeth no sintió nada malo, al verla tan deslumbrante lo único que pudo hacer fue sonreír y verla con ternura. Se veía bastante hermosa y antes de sentarse le dedicó una reverencia que ella agradeció.
Meliodas le sonrió, levemente y guardando la compostura ante la presencia del rey, pero contrario a lo que Zaneri pensó, el rubio se sentó al lado de la princesa Elizabeth con su rostro sereno.
La desilusión en sus ojos no fue pasada por algo por su padre, quien alzó una ceja confundido.
—Espero les gusten los mariscos—exclamó sonriente.
—Por supuesto, durante nuestra misión, Mel suele pescar un poco para poder alimentarnos—los ojos del rey brillaron con entusiasmo.
—Veo que pasan mucho tiempo por el reino—
—Si, le he hecho ajustes a todas las bestias divinas—la joven princesa agradeció con la cabeza cuando la servidumbre entro con sus respectivas cenas y detuvo su plática hasta que ellos abandonaron la habitación. En cuanto la familia real del lugar comenzó a comer, los invitados hicieron igual y la princesa siguió—Por suerte, los demás campeones han mostrado mejoría y solo nos faltaba venir aquí—
—Teniendo a alguien tan inteligente al mando, no dudo que las cosas salgan de maravilla—el elogio del rey Zhivago hinchó de felicidad el corazón femenino. La joven princesa enrojeció y su sonrisa fue tan luminosa que su escolta personal no pudo evitar sonreír por igual, un poco nada más, pero lo suficiente como para ser notada.
En cuando los ojos del monarca pasaron de la princesa al caballero, Meliodas se preparó mentalmente para las preguntas que le harían a él.
—Estas muy callado muchacho—
—Oh, Mel siempre es así—el blondo agradeció que su amada lo hubiera salvado, por lo que solo asintió y tomó sus cubiertos, llevando un pedazo de carne de pescado directo a su boca—No suele hablar mucho—sabia que era una mentira a medias.
Con gente externa no hablaba más que unas pocas palabras necesarias, con ella, en cambio, era raro cuando cerraba la boca.
—Que curioso, ¿Puedo saber la razón?—Meliodas inhaló hondo, para evitar romper su máscara de control perfecto que siempre solía usar. Eso era algo muy íntimo, la respuesta real no podía saberla nadie más que gente de confianza, pero como los ojos de Elizabeth estaban puestos en él, supo que esa duda la tendría que responder por si solo.
—Solo lo hago si es necesario—mintio a medias, pero sonrió al hacerlo convenciendo de inmediato al rey de las sirenas.
El hombre no quiso seguir con el tema respetando a su invitado y en completo silencio continuaron con su comida cada quien en sus propios pensamientos.
—Mis felicitaciones a su chef, la comida está deliciosa—halagó la princesa y Zhivago asintió.
Meliodas devolvió el gesto con la cabeza, con los ojos brillantes de poder comer algo exquisito como tanto le encantaba y desvío un poco sus ojos hasta Zaneri para sonreírle a su amiga. Ambos compartieron sonrisas, pero antes de que ella pudiera decir algo más, unos ojos rojos llamaron la atención de Meliodas.
El príncipe Ban no dejaba de mirarlo.
Con alegría de poder ver a su pequeño amiguito, aquel con el que a veces solía convivir, el caballero lo saludó con la mano mostrándose amigable y el pequeño le sonrió mostrándole sus colmillos filosos como tiburón. Ban respondió a su saludo de inmediato, entusiasmado y se llevó un buen pedazo de carne a la boca con alegría.
—Pa podemosh in...—intentó hablar con la boca llena, sin embargo, el rey Zhivago lo reprendido con la mirada haciéndolo callar.
—Ban, no se habla con la boca llena. Recuerda tus modales, tenemos invitados especiales—el menor enrojeció avergonzado y se apresuró a devorar su bocado. En cuanto lo hizo, bebió un poco de agua y prosiguió.
—¿Podemos invitar a Sir Meliodas al festival de la escama?—el rubio alzó una ceja, curioso y los ojos del menor brillaron entusiasmado. El rey resopló ligeramente por la ternura que su hijo menor le daba y luego se inclinó hasta poder acariciarle sus cabellos platas.
—Solo si él decide venir—desvio su mirada hasta el caballero que se tensó en su lugar.
—¿Cuando seria?—
—En una luna—al hacer cuentas el blondo recordó que justo en una luna sería el baile de invierno, aquella festividad humana a la que él, como parte de la corte real, claramente estaba invitado.
Apenado por tener que rechazar la oferta, el caballero le sonrió con todo el respeto que le tenía al monarca y para su desconcierto, negó con la cabeza.
—Lo lamento majestad, pero en una luna será el baile de invierno. Los humanos solemos celebrarlo, seguro que ha escuchado al respecto—
—En efecto—Zhivago asintió.
—Ademas, se hará un festival en honor a las cinco razas en vísperas del baile y su majestad estará ocupada atendiendo sus responsabilidades, como su escolta, es mi deber cuidarla y sobre todo, ayudarla—pese a la desilusión del momento, el rey se mostró orgulloso de la cordial respuesta del escolta y, sobre todo, se sintió feliz al saber que la princesa del reino se encontraba en buenas manos.
Los ojitos rojos del menor se llenaron de lágrimas, sin embargo, asintió en silencio y siguió con su comida.
—Espero que el próximo año puedas acompañarnos, con suerte—
—Seria todo un honor—sonrió.
Pronto la plática se volvió más amena, todos conversando menos Meliodas, quien rara vez habló, tan solo se dedicó a comer con gusto y a reír con Zaneri si es que lo ameritaba.
Elizabeth por su parte no podía evitar sentirse feliz. Cualquier duda pasada se había escondido muy en el fondo de su mente, todo en ella estaba únicamente concentrada en el amor de Meliodas y en lo cálido que las sirenas los habían acogido.
Esa clase de relación entre razas, de amor y respeto era justo lo que se buscaba lograr al seleccionar a cada campeón. Ellos debían ser el ejemplo de como seres tan diferentes podían juntarse a vencer al mal, sin importar lo demás.
Meliodas no podía dormir.
Después de la cena ambos se despidieron con una reverencia de la familia real y se dispusieron a irse a sus habitaciones. Se despidieron entre ellos con sonrisas, ya que no podían arriesgarse a ser vistos y desde entonces él no pudo pegar el ojo.
Se había malacostumbrado demasiado a la presencia de la princesa. Todas las noches abrazaba su cuerpo con cariño y olfateaba lo dulce del aroma de su cabello, besaba su frente durante sus guardias o besaba sus labios hasta que ella cayera dormida. Cuando el sueño lo vencía, disfrutaba de soñar con ella lejos de las catástrofes. Sin importar que el frío invernal poco a poco llegara, tenerla a su lado lograba hacer que su cuerpo entrara en calor.
Ahora la habitación se sentía demasiado fría a su alrededor, las cortinas se movían con el aire gélido que entraba desde el exterior y sin importar cuánto se hundiera en las cobijas, su cuerpo no lograba entrar en calor.
Maldijo en bajo cuando supo que no podría conciliar el sueño a menos que la tuviera a su lado y mordió su labio con impotencia. No podía hacerlo, era arriesgado, porque alguien podía verlo y entonces un horrendo escándalo pondría en duda su honor de caballero y la dignidad de la princesa.
—Elizabeth...—susurró para si mismo, resignado a no poder dormir y teniendo que aguantar las horas separados hasta que la luz del sol les permitiera reunirse
Toc...toc...toc
Unos delicados golpes en su puerta lo hicieron ponerse alerta de inmediato. El caballero saltó de su cama tomando la espada entre sus manos y frunció el ceño mientras se acercaba a la puerta con lentitud. ¿Quién podría tocar a tan altas horas de la noche?
¿Sería algún espía del clan demonio? Si era así entonces tenía que actuar rápido, deshacerse de él o...
Oh no, Elizabeth.
¿Qué tal si el asesino ya había entrado a su habitación y la había matado mientras dormía? ¿Y si a ella ya la habían secuestrado mientras él estaba intentando conciliar el sueño?
No....imposible...
Eso no podía ser se habría dado cuenta. ¡Lo habría escuchado! ¡Lo habría sentido!
—Mel...—todos sus miedos se hicieron añicos cuando la voz de la dueña de sus pensamientos se abrió paso hasta sus oídos. La princesa suspiro de manera temblorosa, haciéndole saber al rubio que ella estaba asustada del riesgo que estaban tomando, pero aún así, volvió a tocar con suavidad tratando de hacer el menor ruido posible—¿Mel? ¿Sigues despierto?—
En verdad era ella.
Con un suspiro de alivio, el caballero le abrió la puerta con lentitud para evitar hacer mucho alboroto y apenas está se abrió lo suficiente, la princesa Elizabeth entró casi corriendo empujando con delicadeza a su amado.
Meliodas cerró la puerta detrás de él, con el corazón martillando sobre su pecho debido a lo que estaban haciendo y se cruzó de brazos.
—Es arriesgado—
—No podía dormir—se excusó y aunque el caballero se sentía enternecido, la preocupación era mayor.
—Si alguien nos descubre...—
—Por favor Mel, déjame quedarme contigo—rogó y formó un puchero tomando la mano del mayor.
Meliodas suspiró, dándose por vencido completamente sabiendo que no podía negarse a su princesa. Asintió no muy convencido pese a saber que hacer eso les daría consuelo a ambos y tras asegurarse de que la puerta estaba bien cerrada, la guío hasta la cama. Elizabeth no tardó ni un minuto en meterse en las sabanas con una sonrisita de victoria, el rubio la siguió recostandose a su lado y extendió los brazos para que su amada pudiera recostarse en su pecho.
Pronto ambos se encontraron abrazados y el frío que antes habitaba sus pechos, se derritió de inmediato. El sueño golpeó a Meliodas a los pocos minutos de estar acariciando la espalda de la princesa y abrió uno de sus ojos al sentirla moverse.
—Gracias...—murmuró la joven, él se mantuvo en silencio esperando una explicación—Gracias por haberme dado consuelo hoy y por haberme ayudado con mis celos—Meliodas se inclinó hasta poder depositar un dulce beso sobre la frente de su amada y suspiró.
—Haré lo que sea para darte consuelo...—murmuró—Lo que sea con tal de que tú estés bien. Daría mi vida si me lo pudieras y vendería mi alma con tal de asegurarme de que tú nunca sufras—sus palabras cargadas de amor la hicieron sonrojar, sin embargo, la mención de poder perderlo no le gustaba para nada.
—No digas esas cosas—
—Solo es mi verdad, princesa—susurró—Te amo y te amaré siempre. Haré hasta lo imposible por mantenerte a salvo—ella ya no quiso decir nada más, sus palabras habían quedado grabadas en su mente.
Tan solo se aferró al cuerpo de su escolta y cerró sus ojos, el sonido de su corazón latiendo contra su oído y su respiración tranquila fue la canción que la arrulló hasta que por fin cayó completamente dormida.
Mientras los dos amantes encontraron descanso en los brazos del otro, una escurridiza princesa se movió por los pasillos con una sonrisa traviesa.
Zaneri se escabulló entre las sombras y las cortinas para evitar a los guardias del lugar mientras se emocionaba por lo que estaba por hacer. Tras un corto camino nada difícil, pero si emocionante, la castaña por fin logró llegar hasta su destino con las mejillas coloreadas.
La puerta de la habitación de Meliodas estaba frente a ella, no había sido difícil saber cuál era, le había preguntado a una de las sirvientas y ella respondió sin vacilación.
Dando un último vistazo al pasillo, la princesa de las sirenas tocó la puerta con suavidad, con el corazón latiendo con fuerza dentro de su pecho. Se quedó esperando por lo que fueron aproximadamente cinco minutos y tras no obtener respuesta suspiró un poco desilusionada.
—Mel...—llamó en un susurro y su mano volvió a tocar la puerta con suavidad—Meliodas...—
Su plan era llevar a su amigo a la misma colina en la que se conocieron 10 años atrás, deseaba que pudieran ver las estrellas justo como en los viejos tiempos solían hacerlo y admirar las luciérnagas y las luces del dominio sirena. Era una vista hermosa que solo podía verse en la madrugada.
Sin embargo tras diez minutos sin ninguna respuesta agachó la cabeza triste. Sabía que en cuanto el sol subiera de nuevo, su amigo tendría que irse, tal vez podría verlo durante el baile de invierno, pero en serio deseaba pasar un momento solos. Solo ella y él, sin la interrupción de una corte o sin tener a la princesa Elizabeth entrometiendose.
Le agradaba la princesa. Era hermosa, valiente, decidida y sin duda se preocupaba por todo su reino, sin embargo...no podía evitar sentir algo venenoso dentro de su pecho.
El saber que todos los días estaban juntos, que él velaba por su seguridad justo como desearía que lo hiciera por ella. Saber que Meliodas era tan devoto a la princesa, el recordar cómo había jurado por su vida mantenerla segura y estar consciente de que su relación había mejorado mucho gracias a lo que su amigo rubio le confesó.
Tenía mucho miedo que lo que presenció en Vah Jenna fuera una realidad.
Sus ojos verdes nunca la habían visto a ella de esa forma, su amado Meliodas siempre solía verla con ternura y con un cariño fraternal, en cambio, cuando lo vió acariciar la mejilla de la princesa, sus ojos verdes mostraban anhelo y pasión...
"—No pienses tonterías—" se reprendió. Seguro Meliodas estaba dormido, no importaba, podrían pasar el tiempo después cuando se diera la oportunidad.
Zaneri se retiró de ahí tan escurridiza como había llegado, sin saber que dentro de aquella habitación el escolta descansaba comodamente abrazando de manera protectora a la princesa del reino, roncando ligeramente debido al cansancio, soñando con el bosque de las hadas y el pedestal del arma sagrada.
SI ENTRE EN LA UNIVERSIDAD AHHHHHHHHH ESTOY TAN FELIZ EN SERIO ✨ >W<
En mi estado, es una universidad en la que es muy difícil entrar, yo tenía mucho miedo de volver a fallar (fue mi segundo intento de entrar en esa misma) pero cuando dieron los resultados y vi que había pasado pegue el grito.
Se viene una nueva etapa para mí, muy distinta, muy pesada y sin duda dificil. Pero sin importar eso, les aseguro que seguiré escribiendo y esparciendo mi amor por el Melizabeth 🫡❤️
Ahora sí jaja.
¿Que les pareció el capítulo? ¿Les gustó? Espero que si, disculpen faltan de ortografía las corregiré luego.
Yo les dije que Zaneri no era mala ^^ es una dulzura esa chica en serio. En fin, nuestros amantes han terminado su misión, es tiempo de regresar al castillo. ¿Qué les depara allá? ¿Cómo llevarán su relación ahora? ¿Cuánto falta para el baile de invierno?(Cofcofnomuchocofcof)
Chan chan chan chaaaaaaaaaan
Aunque aún faltan capítulos, ahora sí ya lo que se viene, se viene más rápido mi gente eso sí les digo. Para bien o para mal cada vez nos acercamos más a la zona roja de nuestro épico final *_* y estoy ansiosa por llegar allá ✨
Sin más que decir nos veremos después
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