XXXI

Capitulo 31: Los sentimientos de la sirena

Siempre era una alegría visitar el dominio de las sirenas. Tanto para la princesa como para el héroe, aquel lugar era una caricia en el alma. No solo tenía el clima perfecto para disfrutar, si no que su belleza deslumbraba la mirada y todos los recibían con total amabilidad.

Elizabeth se entretenía bastante bien al ver cómo las colas de las sirenas resplandecian debajo de las aguas y como disfrutaban entre ellos cantando libres.

Aquellos seres serían si pueblo a gobernar en el futuro, pese a que tienen rey propio, ella iba a ser la reina de todo Liones, eso incluía el demonio de las sirenas. Pensarlo le revolvió el estómago, sin embargo no bajó su sonrisa.

—Sean bienvenidos—como era esperado, el rey Zhivago los recibió al final del puente con una sonrisa, sus propios soldados se aferraban a las lanzas para defender a su líder en caso necesario, pero de igual forma se inclinaron ante la princesa del reino y ante el héroe elegido. Meliodas se puso de rodillas ante Zhivago y el rey dejó salir una risita—Ponte de pie Meliodas, no es necesario una reverencia—el blondo obedeció de inmediato, ayudando a Elizabeth a bajar de su caballo y permitiendo que una sirena se llevara a los animales para darles cuidados—Nos honran con su presencia, princesa Elizabeth y Meliodas, guardián de la espada sagrada—

—El honor es nuestro, rey Zhivago—una última reverencia antes de que el hombre sonriera complacido y comenzara a caminar haciéndoles una seña de que lo siguieran.

—Me encantaría que me acompañaran hoy a cenar—invitó el monarca guiando a sus huéspedes—Y debido a esto, me encantaría invitarlo a que se hospedaran en mi pequeño castillo—Meliodas dejó salir un pequeño respingo de sorpresa, volteando a ver a la princesa con preocupación y al ver sus ojos supo que ambos pensaban los mismo.

Si se encontraban dentro de aquel lugar, no podrían dormir juntos...

La seguridad era alta, los soldados hacían guardias y si alguno lograba verlo entrar en la habitación de la princesa a altas horas de la noche podría armarse un escándalo enorme. ¿Por qué el escolta entraría a los aposentos de la princesa? ¿Acaso el héroe es un depravado que le hace "cosas" a la princesa dormida?

Nadie sabría que la realidad era que los amantes ya no podían soportar separarse aunque fuera para dormir, necesitaban el cuerpo contrario para descansar y ahuyentar las pesadillas.

—Nos honra mucho su invitación majestad, pero...—la princesa tragó saliva—No queremos causarle ninguna molestia, ni alguna incomodidad. Meliodas y yo estaremos bien en la posada—

—¡Para nada!—rió el hombre ya en las puertas del palacio y siendo recibido por sus guardias—¡Al contrario, no es ninguna molestia! Me harían muy feliz si aceptaran mi invitación, además...—el rey se dio media vuelta para mirar fijamente a los ojos verdes de Meliodas y una sonrisa confidente cruzó sus labios. La princesa alzó una ceja confundida y miró a su escolta—Mi hija me lo pidió como una favor especial, ella te extraña mucho Meliodas—

La confusión en el rostro de la princesa llegó hasta su corazón y el pinchazo se lo transmitió al rubio. El caballero se removió en su lugar sin saber cómo reaccionar y al final su cuerpo se movió por si solo haciendo una reverencia y relajando su semblante.

—En ese caso, acepto con gusto su invitación solo si la princesa lo acepta también—Elizabeth se sintió un poco presionada ante la mirada de todos y anotó de manera mental preguntarle a su escolta sobre porque la princesa sirena lo podría extrañar. Aquel sentimiento ácido le quemó la garganta y fingiendo su sonrisa asintió lentamente.

Los ojos del rey tritón se iluminaron con gozo y tras juntar sus manos se dio media vuelta y permitió que sus escoltas abrieran las puertas de piedra luminosa.

El hermoso estilo azulado del dominio sirena y su elegancia casi de cristal los recibió de inmediato, aquello que debió sentirse cálido cada vez era más frío y Elizabeth trató de disimular su escalofrío bajó la sonrisa cortés. Varias damas se apresuraron a tomar sus cosas, aquellas bolsas dónde cargaban sus suministros y pocas pertenencias y Zhivago les dio una última sonrisa antes de dar una orden en voz alta.

—Escolten a nuestros invitados a sus aposentos—gritó, recibiendo una reverencia como respuesta, dirigió sus ojos a sus invitados y se despidió con una reverencia—Princesa Elizabeth, Meliodas, los esperó por la noche para cenar—y con solo un asentimiento de cabeza, el tritón se retiró de ahí dispuesto a regresar a sus respectivas obligaciones como líder de las sirenas.

—Por favor, su majestad, sir Meliodas, síganme—atendieron la orden de la amable dama quien sin mirarlos directamente se dió media vuelta y comenzó a caminar. Sus zapatillas se reflejaban en el piso cristalino y ambos amantes se apresuraron a seguirla.

El viaje hacia sus habitaciones fue silencioso y algo incómodo, Meliodas no podía evitar removerse en su lugar ante el rostro sereno, pero frío de su princesa. Mientras que Elizabeth solo estaba pensativa, dejando que aquel desconocido sentimiento llenara su cabeza con pensamientos incoherentes.

"—Se conocían de antes...—" suspiró ganándose una mirada de su escolta "—Eso explica porque ella estaba tan contenta durante la primera reunión de campeones...¡Claro, ahora recuerdo! Durante el festejo del reino, ellos dos estaban hablando antes de que Meliodas me invitara a bailar—" el recuerdo fugaz de haberlos visto hablando por un segundo la hizo casi enrojecerse enojada.

¿Por qué sentía eso? ¿Qué era esa sensación venenosa en su corazón? Quería gritar, pero a la vez no. Quería reclamarle a Meliodas, pero, ¿Exactamente qué quería reclamarle?

Se obligó a controlarse, a inhalar hondo para dejar salir la tensión que se acumulaba en su cuerpo. Cuando por fin las damas sirenas los llevaron hasta sus habitaciones y dejaron sus equipajes, fue que la princesa supo que había llegado el momento de atender todas sus dudas.

Meliodas no tuvo tiempo ni de suspirar cuando Elizabeth ya se había metido en su habitación sacándole un respingo de sorpresa.

—Ellie, ¿Necesitas algo?—preguntó en voz baja, mirando la ventana del pequeño palacio con nerviosismo, corrió rápidamente a cerrar las cortinas de seda para evitar que alguna sirena o triton viera lo que sucedía adentro, en cuando se dió media vuelta, los ojos titubeantes de la joven lo puso alerta—¿Todo en orden?—

—¿Por qué el rey Zhivago dijo que la princesa Zaneri te extraña?—Meliodas no pudo evitar la confusión inicial, una de sus cejas de alzó y sus labios se abrieron y se cerraron mientras encontraba las palabras.

¿Por qué eso parecía ser tan importante para ella?

Bueno, al final del día sin importar su relación secreta Elizabeth seguía siendo su princesa y debía de acatar sus órdenes, así como también debía responder a sus preguntas.

—Zaneri y yo hemos sido amigos por muchos años—los labios de la albina se curvearon hacia abajo y el escolta solo pudo confundirse más—Cuando tenía siete años, un año después de empezar mi entrenamiento mi padre decidió comenzar a sacarme en sus misiones. Dijo que sería bueno para mí, así mientras él estuviera fuera de la ciudadela podría seguir con mi entrenamiento, además de que podría aprender estrategia y ganar experiencia sobre como eran las misiones—se alzó de hombros, indiferente—En una de sus tantas misiones, el rey lo envío al dominio de las sirenas para ayudar a los guerreros del rey Zhivago a vencer unos monstruos. Ahí conocí a Zaneri—

—Ya veo—murmuró en bajo.

—Yo seguía siendo un niño y todavía no me acostumbraba al entrenamiento, así que mientras mi padre estaba ocupado yo me escapaba del campamento y me iba a escalar árboles y pequeñas montañas—suspiró y una pequeña sonrisa de nostalgia atravesó sus labios, al ver eso la princesa volvió a sentir un pinchazo en su corazón—Uno de esos días estaba escalando una montaña, pero entre más subía, más resbaladizo se volvía. Mi pie se resbaló de pronto, me corté el brazo con la piedra al intentar sujetarme, pero al final terminé cayendo debido al dolor y a que mi propia sangre me impidió sostenerme—los ojos de Elizabeth se abrieron sorprendidos y entonces, en ese mismo momento, el rubio se levantó la manga de su camisa de manga larga hasta que chocó con su túnica y se acercó a la princesa. Ante los ojos de la dama, una larga cicatriz de color blanco se extendía desde su muñeca hasta el codo—Pero yo nunca toqué el suelo, antes de eso una cama de agua me atrapó justo en el momento adecuado y me dejó con delicadeza sobre la maleza. Yo estaba confundido, adolorido y asustado, fue entonces que Zaneri corrió hacia mi con el rostro preocupado, ella me había visto desde lejos y no dudo en salvarme la vida—

—Oh...—un pequeño rubor avergonzado cruzó las mejillas femeninas. Que tonta, ¿Cómo pudo llegar a sentirse molesta por la amistad entre Meliodas y Zaneri? Ella lo había salvado, por supuesto que estaría agradecido.

—Usando su poder curativo me sanó la herida, pero lamentablemente me quedó una cicatriz bastante fea—rió en bajo, burlándose de su propia marca y por fin bajó su manga de nuevo para cubrirse el brazo—Desde entonces nos hicimos buenos amigos. Cada vez que visitaba el dominio sirena aprovechaba cada momento para escaparme y poder visitarla, hablábamos, jugábamos y ella solía curarme las pequeñas heridas que me hacía por ser demasiado hiperactivo. Cuando crecí y me volví capitán ya no tuve tiempo de visitarla, por lo que cuando el rey me mandaba a alguna misión cerca del pueblo sirena, ella solía traernos comida a todos mis hombres y a mí, todo para poder hablar un poco sobre como nos estaba tratando la vida—

—Eso es...bastante dulce—sin embargo, ¿Por qué seguía sintiéndose así? ¿Por qué todavía tenía aquella presión en el pecho? ¿Por qué aún sentía aquel nudo en la garganta?

—Hace años que no venía a visitarla, estuve muy ocupado. Nos reencontramos hace dos lunas durante la ceremonia de los campeones, sin embargo no pudimos hablar mucho debido al ataque del clan demonio, supongo que por eso el rey Zhivago dijo que me extrañaba—por fin terminó de explicar su historia, todo para poder responder a la pregunta apresurada de la princesa y en cuanto cerró la boca, se apresuró a tomarla de la cintura sacándole un respingo y acercó sus rostros—¿Por qué la pregunta?—

Estaba curioso y confundido.

—No nada, tan solo me dio curiosidad—suspiró Elizabeth con una pequeña sonrisa. Permitió que el héroe le diera algunos mimos acariciando sus mejillas y finalizó con besar sus labios de manera breve. En respuesta, la princesa hizo un puchero—¿Tan corto el beso?—una risita salió de la boca masculina.

—No podemos arriesgarnos mucho, este castillo es pequeño, alguien podría escuchar—sabía que él tenia toda la razón, pero en serio ansiaba más.

Sobre todo ahora que aquella sensación venenosa todavía no abandonaba su corazón.

Resignada a que no había nada más por hacer, la princesa Elizabeth se separó de su escolta no sin antes depositarle un dulce beso sobre su frente, se dio media vuelta dispuesta a regresar a su habitación con mucho cuidado y al estar frente a la puerta volteo para dedicarle una última sonrisa a su amado.

—Descansa un poco, vendré a llamarte en un rato para ir a la bestia divina—

—¿Iremos hoy?—Meliodas alzó una ceja—Pense que lo haríamos mañana—

—Quiero aprovechar el día—en parte era mentira, en parte era verdad y Meliodas no era tonto como para no notarlo. Su ceño se frunció y así brazos se cruzaron en en una clara señal de que sabía que algo le pasaba, sin embargo, la princesa decidió ignorarlos y salió de ahí tan rápido como había entrado.

Una vez solo el rubio dejó salir el aire de sus pulmones y se dejó caer en la cama mirando al techo. Su baño ya podía tomarlo después de regresar de la bestia divina, para ir a la cena de manera presentable, sin embargo su princesa ocupaba su mente.

¿Qué ocultaba? No podía ser bueno si es que la tenía actuando tan extraña.

Al entrar y quedarse sola, la princesa del reino se recargó sobre la puerta y suspiró.

Ya entendía lo que estaba sintiendo y saberlo la desconcierto.

Celos.

Pero eran unos celos muy distintos a los que había sentido antes.

En el pasado se había sentido celosa de Meliodas, de como el pueblo lo adoraba mientras que a ella la juzgaban. Eso había sido hasta que entendió que él no tenía la culpa de su propia desgracia, su caballero hacia su trabajo, cumplía con su destino como debía de hacerlo y era normal que el pueblo lo quisiera, fue entonces que los celos se fueron y le dio paso su gran amistad.

Ahora estaba celosa de la princesa sirena, pero no porque quisiera tener lo mismo que ella, no...era diferente.

Sentía su corazón apretujado y un nudo en la garganta, sus manos temblaban de solo pensar que Zaneri y Meliodas tenían una amistad de tantos años y que parecían ser tan cercanos.

¿Meliodas le habría contado sus pensamientos a Zaneri de la misma forma que lo hace con ella?

¿Confiaba tanto en ella como para compartirle sus miedo?

¿Cuántas veces habían compartido comida?

¿Cuántas veces se habían abrazado?

¿Cuántas veces se habían tomado de las manos?

¿Cuántas veces Meliodas había reído y sonreído a su lado?

Pensarlo le daban ganas de llorar y se sentía estúpida por eso. ¡Era estupido! ¡Todo eso había sucedido en el pasado! Entonces...¿Por qué le preocupaba tanto lo que habían vivido juntos?

—Estoy exagerando—susurró para si misma, sosteniendo su cabeza ante el pequeño dolor que había comenzado debido a sus celos y se sentó en la cómoda cama de su habitación—No es nada, no debo preocuparme. Solo son amigos—

Eso eran solamente, amigos. Muy buenos amigos y no tenía por qué sentirse celosa, al fin y al cabo Meliodas le había jurado amor cuando lo ayudó a limpiarse en Bernia.

"—Yo solo te quiero a ti Elizabeth, eres todo lo que anhelo en esta vida. Te amo con locura y necesidad y estoy seguro de que no amaré a nadie más de la forma en la que te amo. Asi que dime por favor...¿Me amas de la misma forma? ¿Estás segura de que solo me quieres a mi?—"

Recordaba la intensidad de sus ojos, como sus manos parecían temblar ante su respuesta, como sus labios se curvaron con vergüenza cuando terminó su confesión. Su bello hombre le había entregado todo en aquel momento, entonces, ¿Por qué se preocupaba?

Meliodas era suyo, eso no iba a cambiar solo por una amiga de años.

Al recordar aquellas palabras por fin le dieron consuelo a su corazón preocupado, una sonrisa cruzó su rostro y la princesa cerró los ojos.

La bestia divina de las sirenas "Vah Jenna" se encontraba en lo alto del monte trueno, velando por la seguridad del pueblo sirena y completamente quieta. Elizabeth recordaba aquel lugar, era el mismo al que Zaneri la había llevado cuando hablaron la primera vez. Durante esa ocasión no llegaron a la cima, ahora sí y la joven pudo ver cómo al fondo se encontraba el embalse oriental de la región y la presa de las sirenas que le daba agua a casi todo el reino.

—Gracias por hacerle estos ajustes—un poco de su humor se amargó cuando la voz de la castaña llegó hasta sus oídos. Inhalando hondo volviendo a sonreír y se dio media vuelta para observar a la joven.

—Es mi deber ayudarles tanto como pueda, debemos controlar la tecnología ancestral para poder vencer—los ojos de la joven se iluminaron con ilusión y nuevamente la culpa llegó hasta Elizabeth.

Zaneri era hermosa y adorable, ¿Cómo podía sentir celos de alguien como ella? Se obligó a negar para alejar aquellos pensamientos y suspiró.

—¿Podemos entrar?—la castaña asintió con la cabeza de inmediato y tras silbar fuerte. La máquina con conciencia propia comenzó a moverse, un ligero temblor sacudió la montaña, la princesa se tambaleó en su lugar siendo rápidamente sostenida por su escolta para evitar alguna caída.

Para cuando la bestia quedó acostada sobre sus patas, la entrada que quedaba justo en su costado quedó abierta y los tres entraron a su interior de inmediato. Dentro del elefante ancestral había pequeños lugares con agua que solo alguien como las sirenas podría cruzar, los mecanismos se movían de un lado a otro brillando de color azul y la joven princesa volteó a ver a su escolta con una sonrisa.

—Voy a hacerle unos ajustes a la cámara principal, espera aqui—

—¿Segura que no desea que la acompañe?—la albina le dedicó una mirada discreta a la castaña. Le encantaría que Meliodas la siguiera, de esa manera podría evitar que ellos...

¡No! Detuvo sus sentimientos egoístas y sus pensamientos celosos. No era correcto hacer eso. Por las diosas, Meliodas y Zaneri solo eran amigos que no se veían hace mucho tiempo, sería amable de su parte si permitía que ellos se pusieran al corriente.

Instalando hondo para evitar algún colapso, la albina asintió con la cabeza sin saber si lo que hacía sería lo mejor, pero confiando ciegamente en Meliodas y en sus palabras de amor eterno.

—Estoy segura, puedes esperar aqui—

—Como ordene, majestad—su rubio hizo una reverencia ante ella, con su rostro inexpresivo, pero antes de que ella pudiera sentirse desilusionada, su escolta le guiñó uno de sus ojos para que solo Elizabeth pudiera verlos. Las mejillas de la albina se colorearon de color rojo ante la atenta mirada de Zaneri y sin decir más caminó hasta poder entrar a la sala de control.

El rubio se dispuso a caminar hacia donde estaba la entrada, dispuesto a hacer guardia por si su amada lo necesitaba, sin embargo, antes de poder hacerlo, unas manos lo detuvieron sujetandolo por su brazo. Meliodas volteó a ver a quien lo había tocado y al instante se encontró con la sonrisa tímida y divertida de la castaña.

—Ven conmigo Mel, quiero mostrarte algo—tiró de él con emoción y el joven reprimió la sonrisa.

—No lo sé Zaneri—dudó—Mi deber es cuidar de su majestad, la bestia divina tiene partes con agua y algunas son algo profundas, no quisiera que la princesa se resfriara o que quedara atrapada bajo el agua—su miedo era real. No podia soportar si algo le sucedía a su amada albina. Debía permanecer alerta por cualquier razón, en embargo hace mucho no hablaba con Zaneri y le encantaría poder recuperar el tiempo perdido.

Al final del día ella seguiría siendo su amiga, su primera amiga.

—Te aseguro que no le va a pasar nada—insistió sin dejar de sonreír y volvió a tirar del brazo masculino logrando que el joven diera varios pasos en su dirección—Créeme, yo tampoco quiero que le suceda nada a la princesa. Ambos estaremos, alerta, ¿Si?—sus ojos brillantes, su labio mordido. Todo en ella hacia que Meliodas sintiera ternura y un entonces por fin la sonrisa adornó su rostro haciendo latir con rapidez el corazón de la sirena—Será como en los viejos tiempos, cuando te escapabas de tú entrenamiento para venir conmigo—

—De acuerdo—aceptó en voz baja y los saltitos de felicidad en su amiga lo hicieron reír en bajo.

Al instante Meliodas permitió que Zaneri lo arrastrara a lo largo de la bestia divina, atravesando todo el interior del animal mecánico y la siguió hasta unas escaleras que conectaban con lo más alto del lugar. Ambos amigos escalaron con mucho cuidado, sobre todo Meliodas que aún sentía algo de dolor en la pequeña herida que le había hecho aquel demonio azul en Bernia, para su mala suerte aún no habia sanado, estaba cicatrizando de manera muy lenta seguro por falta de medicamento.

Cuando por fin llegaron hasta arriba del elefante envuelto en sonrisas complices, Zaneri tomó de la mano al caballero del reino y lo siguió guiando hasta que ambos terminaron en la trompa del animal. Meliodas tragó en seco, admirando lo alto que estaban y mirando con nervios a su amiga.

—¿Nervioso?—se burló la joven y el hombre rodó los ojos.

—¿Nervioso yo? ¿El héroe del reino? Para nada—ambos soltaron varias risitas tras terminar de decir aquello y siguiendo a la mujer, ambos se sentaron en el borde de la trompa.

Cómo si la bestia divina supiera los pensamientos de la princesa sirena, el animal alzó la trompa con delicadeza, logrando que el héroe se sostuviera fuerte de los bordes para evitar caer y que su amiga comenzara a reírse a carcajadas.

—Por las diosas Zaneri, pudimos haber caído—

—¡Por supuesto que no, tonto!—siguió riendo por la cara chistosa del rubio y finalizó con sostenerlo del hombro—Jamas habría permitido que cayeras, lo sabes, ¿No?—sus mejillas estaban coloradas y todo su cuerpo sentía arder ante la cercanía de su amado blondo.

Zaneri se sentía tan feliz que no podía ocultarlo. Sus ojos brillaban más que el sol del atardecer, sus cabellos castaños se veían de un color casi tostado gracias al color anaranjado del cielo que se reflejaba en ellos y se mordía el labio con nerviosismo.

Meliodas quiso abrazarla en ese momento, pero se contuvo de inmediato. Sabía que podría ser mal visto por alguna sirena o triton que estuviera cerca.

Solo pido asentir en respuesta a la pregunta de su amiga y eso aumentó la adorable sonrisa en la castaña.

Se quedaron en silencio durante varios segundos, admirando como se veía su amado reino desde aquella altura y suspiraron casi al mismo tiempo.

—¿Qué tal te trata la princesa?—quiso saber la sirena, cuyo corazón seguía latiendo desbocado—¿Todo en orden? La última vez que los ví juntos ella no se veía muy...contenta—recordó el incidente del ataque del clan demonio.

—Si todo en orden—respondio con simpleza, completamente sereno y tratando de controlar sus nervios. Diosas, ¿Sería buena idea contarle a Zaneri la relación secreta que Elizabeth y él tenían? Confiaba mucho en la castaña, pero no sabía si ella podría guardar el secreto—Su majestad confía en mi y yo en ella, mi trabajo ha sido más fácil desde entonces—

—Me alegra saberlo—murmuró en voz baja desviando la mirada. Zaneri no podía evitar sentirse un poco celosa. La princesa Elizabeth podía compartir todos sus días al lado del hombre que ella amaba y la castaña daría lo que fuera por poder estar en su lugar. Aún así recuperó su brillo con rapidez y volteo a ver a su amigo—Ella es muy buena—

—Lo es—Meliodas suspiró y tal acción no pasó desaparecibida por su amiga— Ella es...increíble. Zaneri, te aseguro que la princesa no es nada como lo dicen los rumores. No es egoísta ni tampoco vanidosa, no es despreocupada y tampoco es irresponsable. He visto todas las facetas de la princesa Elizabeth y tenemos muchas cosas en común—

—¿En serio?—Zaneri sintió como un nudo comenzaba a crecer en su garganta.

—Si, al final ambos compartimos destinos—

—Pues me hace muy feliz saber que se llevan bien—No estaba mintiendo. La castaña estaba en verdad alegre de que su mejor amigo estaba siendo tratado con dignidad y que su trabajo no era tan difícil como muchos rumores lo aseguraban. Sin embargo eso no evitaba que la sensación de que lo estaba perdiendo se hiciera más fuerte.

Los minutos pasaron en un silencio cómodo mientras los dos amigos se relajaban con la compañía del otro, simplemente viendo al sol caer lentamente y a las aguas cristalinas comenzar a brillar gracias a las colas fluorescentes de las sirenas que nadaban con libertad.

—Incluso me permitió ver a mi familia—recordó Meliodas con rapidez, aprovechando en momento de silencio para seguir presumiendo lo increíble que había sido la princesa con él. Esta vez Zaneri si que se sorprendió, sus labios se abrieron formando una "o" y sus manos fueron directo hasta su corazón. Meliodas soltó una pequeña risa y asintió—La acompañé a una de las fuentes sagradas y bueno...ummm...—se sonrojo al recordar como se había dado su primer beso, aún así mantuvo la compostura—Como Bernia quedaba de pasó ella decidió que fuéramos ahí de visita, para ver a mi familia. Por fin pude arreglar las cosas con mi padre y pude ver a Zeldris

—¡Oh Mel eso es tan dulce!—sonrió.

—Si, fue muy amable—luego su sonrisa se esfumó confundiendo a la castaña. Al ver su cambio de humor tan repentino, la sirena se apresuró a tomar el brazo de su mejor amigo y apretarlo, sin embargo, el pequeño gemido de dolor la hizo soltarlo, sus ojos se abrieron aún más—Estas herido...—susurró.

—No es nada—negó rápidamente, pero los ojos decididos en Zaneri lo hicieron titubear.

—Levanta tu manga—

—Zaneri no es necesario—

—Meliodas...—el tono de voz severo le hizo saber que no le estaba preguntando. Rodando los ojos, el joven rubio subió su manga de inmediato revelando la pequeña herida en su brazo. Zaneri dejó salir el aire en sus pulmones al ver que no era nada tan grave y con mucho cuidado comenzó a retirar los vendajes sobre el área.

Su herida estaba enrojecida y con pocas costras, la sirena hizo una pequeña mueva al notar la pequeños rastros de pus en los bordes y negó con la cabeza regañando con la mirada a su amigo.

—No la has lavado bien—

—Lo hice—frunció su ceño y sin creerle, la sirena le mostró su propia herida para que se diera cuenta de lo ligeramente infectada que estaba. Meliodas enrojeció y desvío la mirada—Bueno, lo he hecho un poco—

—Un caballero experimentado como tú debería saber tratar heridas a la perfección, ¿Por qué no lo hiciste?—el sonrojo solo aumentó, sin embargo ya no era por lo de su herida, los recuerdos de los días pasados volaron fugaces hasta su mente recordándole lo que estuvo haciendo en vez de tratarse y vaciló.

Sus manos habían estado ocupadas en la cintura de la princesa, sus ojos solo podían verla, sus labios adoraban su rostro y su boca. Había estado demasiado distraído en pasar tiempo junto a su amada que nunca se preocupó por la herida en su brazo.

Se confío de que estaría bien, incluso le impidió a Elizabeth limpiarla alegando que no era necesario. Ahora se arrepentía un poco, pero en aquellos momentos lo único importante para él era entregarle el alma a la princesa a través de sus labios.

Al ver que el rubio se negaba a responder, Zaneri bufó sin insistir más y negó.

—Bueno, sea lo que sea, déjame curarte—

—Zaneri...—

—No es pregunta—Meliodas rió en bajó ante el carácter decidido de su amiga. No iba a quejarse más, no le convenía hacerla enfadar.

Ante su atenta mirada esmeralda, la princesa de las sirenas tomó el brazo del rubio con su mano izquierda y finalmente levantó la mano derecha para ponerla sobre la herida del joven.

Al instante, un brillo azulado comenzó a salir de su mano ligeramente tostada y sus ojos verdes se iluminaron con la luz de su propia magia. Meliodas sonrió agradecido, disfrutando de la calidez que los poderes curativos de Zaneri le podían transmitir y se mantuvo quieto observando a su amiga tratarlo.

La princesa Elizabeth soltó un suspiro cuando por fin terminó. Pasó su manga por su frente para limpiar el ligero sudor que comenzaba a perlar la superficie de su piel y sonrió admirando su obra.

Ya le había hecho todos los ajustes necesarios para mejorar la bestia divina de Zaneri, ahora solo quedaba que la princesa sirena probara la máquina por si misma y así asegurarse de que todo estuviera en perfecto estado.

Con eso su misión al fin estaba completa, podría volver al castillo en paz esperando enorgullecer a su padre por sus grandes avances y podria oasar más tiempo hablando con Meliodas en su laboratorio.

—¡Princesa Zaneri, necesito que...!—la joven princesa se detuvo de inmediato cuando salió de la sala de control. Estaba completamente sola ahí, su amado Meliodas y la sirena no se encontraban donde los había dejado al irse y un ligero pinchazonde dolor la hizo hacer una mueva.

"—Tranquila Elizabeth...no pasa nada—" inhaló hondo buscando control y se recompuso de inmediato. No pudieron haberse ido muy lejos, menos sabiendo que Meliodas seguramente se negaba a dejarla sola...esperaba.

Dispuesta a terminar todo con rapidez antes de que cayera la noche, Elizabeth comenzó a caminar por todo lo largo de la bestia tratando de captar cualquier sonido o figura que le hiciera saber que su amado no se había ido de ahí sin ella. La ansiedad de estar sola en aquella máquina aceleró su corazón, el miedo de como las sombras jugaban en su contra la puso a temblar ligeramente, pero para cuando pensó que verdaderamente ningún de los dos se encontraba ahí, unas cuantas voces que venían desde arriba la hicieron reaccionar.

Por supuesto, seguro habían subido a ver el amanecer como lo había hecho tantas veces años atrás...

"—Concentrate, no pienses en eso—" se reprendió rápidamente y gruñó. No era momento de pensar en tonterías o de ponerse celosa, había dejado a Meliodas con ella porque sabía que seguro querían hablar como los muy buenos amigos que eran. Elizabeth estaba conciente de que eso podía suceder, sin embargo no podía entender como algo que ya había anticipado se sentía tan amargo.

Subió las únicas escaleras que ayudaban a conectar con lo alto de la bestia divina, haciendo un esfuerzo extra para poder llegar rápido hacia aquellas voces.

Cuando por fin logró llegar hasta arriba inhaló para recuperar el aire, sus pies tocaron el lomo de la bestia divina y antes de poder hacer algo más, la sombra de la trompa del elefante la hizo callar.

Meliodas y Zaneri se encontraban sentados en el borde de aquella trompa, a pocos metros elevados de donde estaba ella, pero lo suficientemente cerca como para poder verlo todo y escucharlo todo.

El nudo en su garganta solo se volvió más grande cuando vio a la princesa sirena curar la herida que Meliodas de había hecho en Bernia.

A ella no le había dejado ni tocarlo en aquella herida...

—Oye...—murmuró la joven, llamando la atención del joven y de la princesa que comenzaba a acercarse con paso delicado—¿Te acuerdas cuándo tú y no nos conocimos?—la risa en Meliodas fue pequeña.

—Sabes que si, ¿Cómo podría olvidarlo? Salvaste mi vida—la sonrisa en Zaneri fue tan luminosa que parecía como si el mismo sol se hubiera metido en sus labios, el rubio no había apartado su mirada de ella en ningún momento y eso comenzaba a dolerle a la princesa.

—No eras más que un niño inquieto, todo el tiempo te lastimabas—rió en bajito cerrando sus ojos por un segundo—En aquel entonces, yo curaba tus heridas justo como lo estoy haciendo ahora. Pero aquel niño humano que conocí creció demasiado rápido y ahora parece más adulto que yo...—su sonrisa era nostálgica, tanto que incluso se la termino contagiando a su amigo. Los dos se miraron a los ojos, recordando tantos momentos que habían pasado juntos años atrás y como poco a poco comenzaron a separarse por cuestiones externas—A mi me hacía muy feliz curarte las heridas, como esta—

—Zaneri...—la castaña no detuvo sus palabras, pese al ligero llamado de compasión del rubio.

El brillo en la mano femenina se esfumó de pronto, la herida en el brazo de Meliodas había desaparecido y por suerte no le había dejado ninguna cicatriz. El caballero admiro su brazo ahora completamente curado, lo estiró un poco suspirando aliviado de que ya no dolía y no se preocupó por bajar su manga, tan solo recargó los codos sobre sus rodillas y siguió escuchando a su amiga.

—Si tenemos que enfrentarnos a la bestia oscura, me pregunto, ¿Que tan poderoso es? ¿Cómo podremos luchar contra él? Aún no sabemos nada al respecto—

—Los investigadores del castillo se están haciendo cargo de eso—respondió el blondo con pesar al pensar en su adversario destinado—Ellos se la pasan estudiando las antiguas escrituras y pinturas, tratando de descubrir algo más sobre la bestia—

—Eso me alegra—inhalo hondo—Pero incluso aunque no sepamos nada, no importa que tan ardua sea la batalla si tú...—estiró su mano hasta poder tocar su brazo con delicadeza, sin embargo, las palabras murieron en su lengua, Zaneri tartamudeo rápidamente desviando su mirada con un sonrojo enorme en sus mejillas—O si alguien más, llega a salir lastimado, yo estaré ahí para apoyarlos y curarlos—suspiró sabiendo que había perdido su oportunidad para decirle lo que sentía por él, pero no, aún no conseguía el valor suficiente para hacerlo—Meliodas, necesito que sepas algo muy importante...—los ojos de Elizabeth se abrieron asustados al escuchar esas palabras, ¿Acaso sus sospechas eran ciertas? Zaneri se veía tan nerviosa, tan hermosa y tan tímida—Recuersa esto, yo siempre te protegeré, ¿Si?—

—Gracias Zaneri—la castaña sonrió y entonces pasó lo que hizo que Elizabeth no supiera que hacer. La cabeza de la castaña viajó justo hasta el hombro de Meliodas para poder recostarse en este, Zaneri disfrutó un poco del contacto de su mejilla con la tunica de campeón y sus manos viajaron hasta su regazo para juntarlas.

—Oye Mel...—

—¿Si?—preguntó Meliodas.

—Cuando todo esto termine, me refiero a la guerra, después de que tú hayas vencido a la bestia oscura y nos hayas vencido a todos...—el rubio alzó una ceja, mirando a su amiga que parecía indecisa de si debía de decir o no lo que pensaba, pero cuando la respuesta fue "si", Zaneri alzó la cabeza desde donde estaba y clavó sus ojos en los masculinos—¿Vendrás a visitarme de nuevo?—

La sonrisa en Meliodas estuvo llena de ternura, su brazo recién curado se estiró de tal manera que la princesa sirena se levantó de su hombro y entonces el brazo del rubio rodeo a Zaneri con delicadeza en un abrazo. No necesitaba de palabras, aquel contacto fue suficiente respuesta para la castaña, Meliodas iría a visitarla en cuanto todo el caos terminará.

Al saberlo la sirena se permitió disfrutar del breve contacto que tenía con el que consideraba "el amor de su vida", cerró sus ojos y alzó los brazos para poder rodear el cuerpo de Meliodas correspondiendo al abrazo. Suspiró feliz, sabiendo que el haber aceptado convertirse en "campeona" para poder pasar más tiempo con él había valido la pena y se prometió a si misma que le diría sus sentimientos.

Los haría, cuando toda la guerra por fin llegará a su fin, se iba a armar de valor y le iba a confesar su gran amor de la manera en la que toda princesa sirena lo había hecho en el pasado.

Fue entonces que Meliodas pudo sentirlo, su corazón sufrió de un dolor potente que lo hizo separarse con una jadeo de aquel abrazo y llevar su mano derecha justo hacia donde aquel órgano latía. Sus ojos viajaron hacia atrás admirando a Elizabeth darse media vuelta e irse con rapidez, sosteniendo su boca para evitar soltar algún sonido y nuevamente la punzada lo hizo doblarse y gemir de dolor.

Ella sufría, su amada princesa estaba sufriendo y no sabía por qué, pero fuera lo que fuera odiaba saberlo. Tenía que hacer algo para ayudarla, no soportaba saber que ella estaba sintiendo tanto dolor en su alma.

Zaneri alzó una ceja confundida al ver como de la nada su amigo había comenzado a jadear con dolor, sin saber bien lo que estaba sucediendo abrió la boca dispuesta a preguntar, sin embargo cuando siguió la mirada de Meliodas se encontró con la vista de la princesa Elizabeth dándoles la espalda y comenzando a bajar las escaleras hacia el interior de la bestia rápidamente.

—Oh, creo que ya ha terminado, lo mejor será que...—pero las palabras no salieron de sus labios, en ese mismo segundo Meliodas se levantó de su asiento con gran rapidez cortando el hilo de sus pensamientos.

El blondo saltó desde lo alto que estaban hasta el lomo de Vah Jenna con el rostro torcido en una mueca preocupada y no dudó en correr hacia la escalera para poder perseguir a la princesa. Sus ojos estaban brillando, sus manos apretadas en puños y su respiración agitada mientras parecía no escuchar ni pensar en nada más que no fuera la albina.

Zaneri lo miró desvanecerse en el interior y entrecerró los ojos curiosa. ¿Por qué Meliodas se había ido tan rápido al ver a la princesa? ¿Cómo es que él supo que ella se estaba yendo?

Sea lo que sea sin duda rompió la burbuja en la que ambos estaban y sumio a la sirena en una atmósfera fría donde una idea dolorosa cruzó su mente.

¿Meliodas sentirá algo por la princesa Elizabeth?

Ufff el drama, los celos, el amor 😉

Ya quería que Zaneri volviera a escena justo para esto. Elizabeth sin duda siente celos, pero ella misma trata de negarlos, sin embargo así son los celos gente, por más que uno traté de pensar en otras cosas y negarlo, la sensación en el pecho no desaparece y cada vez se vuelve más difícil de soportar U_U

En fin, ¿Qué les pareció? ¿Les gustó? Espero que si ⭐ ¿Que opinan de Zaneri? Les pido que empaticen con ella, al final solo es una chica enamorada de su amigo, un chico que ya está enamorado de alguien más...

Lamento faltas de ortografía, si ven alguna no duden en decirme y trataré de corregirlo después.

Sin más que decir, les dejo una imagen de la bestia divina "Vah Ruta" del juego "Breath of the wild" para que se den una mejor idea y nos veremos en otro capítulo.

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