XXX

Capítulo 30: Después del ataque

Habían dormido juntos, acurrucados y limpios, besando sus labios hasta que alguno de los dos quedó dormido y asegurándose de que la puerta estaba bien cerrada para evitarse algún problema. Meliodas tuvo pesadillas sobre el ataque, sin embargo antes de poder dejarse llevar por el dolor, abrazaba el cuerpo dormido de la princesa hasta calmar su corazón y poder volver a dormir.

En cuanto los primeros rayos de luz entraron por la ventana, el caballero se puso de pie dispuesto a cumplir con sus deberes antes de partir. Le dolía tener que irse sabiendo la condición en la que dejaba Bernia, pero ahora que Elizabeth había revelado su identidad, sabia que era solo cuestión de tiempo de que las noticias le llegarán al rey y no quería que volviera a castigarla por haberse distraído de su misión original.

Era momento de partir.

El joven caballero se apresuró a cambiarse con ropas simples y salió de la casa de manera silenciosa, para evitar despertar a la princesa. Luego les dió un poco de agua y alimento a sus caballos, para prepararlos para el viaje largo que harían y tras haberlos calmado, supo que debía ir a la aldea.

Sintió un hueco en su pecho tras ver el panorama. La ceniza y el carbón aún eran notorios, las antorchas encendidas del templo se veían lejanas y las calles estaban extrañamente vacías y calladas reflejando el luto de la gente. Inhaló hondo, recordando las palabras de Elizabeth, no había sido culpa suya, él habia salvado a tantos como pudo y había terminado con los monstruos. Suspiró ganando fuerzas y se dispuso a caminar para ir a la aldea.

En cuanto cruzó el puente que conectaba su casa con la aldea, fue recibido con el sonido del bullicio comiendo, platicando y riendo. Entre más se acercaba al templo, el sonido se volvía más fuerte y su corazón latió con rapidez cuando la hermosa visión del pueblo llegó hasta sus retinas.

Todos estaban reunidos en el campamento, incluso los que no habían perdido sus hogares se encontraban sentados en el suelo comiendo y hablando con los vecinos. Los familiares de los fallecidos aún sollozaban, pero eran consolados por el cariño de los pueblerinos quienes los llenaban de palabras de aliento y abrazos. El pueblo estaba ahí, en unidad y compañerismo, apoyándose en aquella situación sin dejarse caer.

Lo confundió tanto ver aquello que no pudo evitar quedarse parado a admirar todo desde lejos. No esperaba eso, pensó en ver rostros lúgubres, gente llorando, personas desesperadas...lo único que veía en esos momentos era una familia.

Sin embargo, antes de poder decidir si dar media vuelta o avanzar, su hermano menor logró distinguir su presencia. El pequeño Zeldris se alejó del grupo de niños con los que estaba hablando y se acercó con cautela hacia su mayor, con la cabeza agachada y moviendo sus manos con nerviosismo. El rubio se le quedó observando, con los ojos severos y controlando la sonrisa que luchaba por salir de sus labios.

—Yo...—el menor inhaló hondo—Lo siento, pero quería ayudarte—comenzo a excusarse—Papá ha empezado a entrenarme con el arco, yo le pedí que me enseñara a usar la espada, pero se negó a hacerlo, dijo que debía comenzar con algo un poco más suave—se alzó de hombros y sus ojos verdes se desviaron hacia Nicolás, que estaba hablando con una mujer de su misma edad de manera animada—No podía quedarme de brazos cruzados y ver cómo ponías en peligro tú vida, necesitaba ayudarte, mostrarte que ya soy grande y que puedo...—

Zeldris se detuvo en el momento en el que la mano de Meliodas se colocó sobre su cabeza, luego su mayor comenzó a revolver sus cabellos y se puso de rodillas frente a él para quedar a su altura. Sin importar si alguien estaba mirando y si perdía un poco de su reputación de caballero serio y centrado, el rubio le sonrió de manera brillante a su hermano menor y le dedicó una mirada de puro orgullo que solo hace que Zeldris casi se suelte a llorar.

—Lo hiciste increíble, Zel—el pequeño enrojeció debido a las lágrimas contenidas y asintió—Esa pequeña niña rubia está viva gracias a ti. Te hace falta seguir practicando con el arco, pero si te mantienes constante y lo haces con disciplina, estoy seguro de que te volverás el mejor arquero del reino—

"—Diosas, que Ludociel no me escuche decir esto jamas—" se burló internamente de su compañero campeón, pues el pelinegro se la pasaba día y noche repitiendo le a todo el mundo que él era el arquero más diestro de todo el reino. Si lo escuchaba alargar a su hermano estaba seguro de que querría matarlo.

—Mejoraré—la voz de su menor lo hizo salir de sus pensamientos—Me volveré tan bueno con el arco como Sir Ludociel...—Meliodas soltó una pequeña risa y asintió—Y me volveré un gran caballero al igual que tú—eso hizo que su mirada se ensombreciera ligeramente. Él no deseaba que su hermano tuviera el mismo destino, no quería verlo sufrir entrenamientos y castigos...pero sabía que no podía detenerlo, era demasiado terco y aún era menor. Confiaba en que conforme creciera, sus deseos de ser caballero cambiarán y deseara quedarse en Bernia—¡Lucharemos juntos, por el bien del reino!—

—Oh zel...—aguantó las lágrimas—Claro que lo haremos—no iba a destruir sus ilusiones infantiles.

Amaba a Zeldris muchísimo, no había cosa que no hiciera por él y estaba agradecido con las diosas porque su hermano no hubiera sufrido ningún daño tras el ataque.

—¿La princesa ya está despierta? ¿No vendrán a comer?—las palabras murieron dentro de la garganta de Meliodas mientras suspiraba, no quería responderle, le dolía dejarlos, pero ya era hora de irse. El joven caballero se puso de pie, tomó la mano del menor para seguir su camino hacia el bullicio de gente y fue directo hasta su padre.

Nicolás captó su presencia de inmediato, se disculpó con la mujer con la que estaba hablando, pero tampoco pudo decir nada porque Meliodas le entregó a su hermano de un movimiento. El de cabellos negros lo observo de manera intensa, como si pudiera leerle la mente pese a su expresión estoica y tras entender lo que su acción decía, suspiró.

—¿Justo ahora?—

—No. Su majestad sigue descansando, en cuanto me asegure de que haya comido algo, partiremos hacia el dominio de las sirenas—los ojos verdes de Zeldris se llenaron de lágrimas y para evitar que su mayor lo viera, se abrazó a su padre y cerró los ojos. Nicolás asintió.

—¿Y la señora que estaba limpiando sus ropas?—el rubio se alzó de hombros.

—La buscaré y se las pediré, si nuestras ropas se perdieron en el incendio o se ensuciaron por la huida, entonces buscaré algo de ropa para la princesa—el hombre volvió a asentir, sin importar que alguien más pudiera escuchar.

—¿Qué hay de las provisiones?—

—Tenemos un poco, nos aguantará para la mitad del camino—aseguró y el blondo supo de inmediato que su padre no le hacía todas esas preguntas para asegurarse de que lo tuvieran todo, lo hacía tratando de conversarlo de quedarse un poco más.

—¿Y qué hay de la otra mitad?—

—Me entrenaste bien para sobrevivir, puedo cazar y recolectar—asintió cruzándose de brazos y tras ver la pelea perdida Nicolás inhaló hondo—A la princesa no le falta comida—

—No puedo detenerte, por lo que veo—el blondo negó tragando su tristeza. Era una decisión que ya estaba tomada sin importar que y los murmullos de su partida comenzaron a volverse un poco más fuertes mientras cada persona ahí iba pasando el chisme de oreja en oreja. Para aquellos momentos los ojos de todos estaban sobre él, con algo entre la tristeza y la resignación y como era su costumbre, Meliodas quiso desaparecer.

—Sir Meliodas—el caballero se dió media vuelta ante la adorable voz de una joven. La muchacha se sonrojo completamente ante la mirada del hombre y agachó la cabeza moviendo nerviosamente su pie derecho. Luego de manera rápida y casi torpe, la joven le extendió varias prendas perfectamente dobladas cerrando sus ojos por la vergüenza y el rubio descubrió su tunica de campeón entre sus manos. Suspiró aliviado—S-Sus ropas y las de la princesa Elizabeth—

—Te lo agradezco mucho—las tomó de inmediato. Aquella túnica la había hecho su amada con sus propias manos, era su prenda más preciada y se habría sentido bastante mal si hubiera terminado quemada por el incendio. Con un movimiento rápido el escolta tomo una bolsa de monedas que tenía guardado en su pantalón por si encontraba algunos suministros y la joven se sonrojo todavía más negando rapidamente.

—N-No señor, la cuenta va por casa. Cómo agradecimiento por haber salvado nuestra aldea—

—Para nada, agradezco que nos hayan lavado nuestras ropas—se apresuró a sacar 10 monedas de plata, robándole el aliento a todos los que miraban y a la pobre mujer le comenzaron a temblar las piernas. Meliodas prácticamente le colocó las monedas en sus manos a la fuerza para que aceptará su gratitud y ella no pudo hacer más que ponerse de rodillas ante sus pies con los ojos llorosos.

—Gracias por todo, Sir Meliodas—exclamó con un hilo de voz y el de ojos esmeralda decidió que ya era hora de regresar a su casa. No hizo intento por levantarla ni por decirle algo más, como era su costumbre, tan solo comenzó a caminar lejos siendo seguido por los ojos de todos y sintiendo que con cada paso el aire volvía hasta sus pulmones.

No había nada ahí para él y no estaba dispuesto a comer algo hasta asegurarse de que Elizabeth hubiera comido algo antes. Lo mejor sería regresar, dejarle sus ropas a su amada para que pudiera prepararse para el viaje y él mismo cambiarse a como debía siempre vestir.

Para cuándo Meliodas cerró la puerta detrás de él, fue recibido rápidamente por la princesa del reino. El caballero se tensó en su lugar por un segundo casi como si el haber salido sin ella fuera algo prohibido, pero se compuso rápidamente sonriendole con dulzura y se aproximó hacia donde ella se encontraba. La princesa iluminó su rostro al verlo entrar por la puerta y se levantó con rapidez para correr hasta sus brazos.

Meliodas la recibió con gusto, atrapandola con delicadeza e hundiendo su rostro en el hueco entre su hombro. Se quedaron así por unos segundos. No necesitaban decir nada, tampoco debían decir algo, tan solo eran ellos dos, disfrutando de su calor y cercanía con las palabras que se habían dicho la noche anterior rodando por su cabeza como un zorro a su presa.

—Traigo tus ropas de viaje—se separaron tras unos momentos y la joven bajó la mirada. Tomó sus ropas con sumo cuidado y las admiró limpias.

—Pense que se habían perdido en el ataque—

—Yo igual...—admitió el caballero que la siguió con la mirada hasta que ella se encerró en la habitación para poder cambiarse. El hombre se acercó hasta la pared para recargarse en este y esperar a que la princesa saliera. Aprovechando el momento a solas, se quitó su propia blusa con rapidez y prosiguió a colocarse la túnica de campeón de nuevo, suspirando al tenerla de nuevo con él—Pero una joven vino a entregarlas, parece un milagro que se hayan salvado y que estén limpias después de...todo—

—Pues es un alivio—tan rápido como había entrado, la joven princesa salió ya completamente cambiada y lista para su viaje con una sonrisa. La blusa decorada con bordados finos y de oro resaltaba su belleza real, la blusa abrazaba sus pechos cubriendolos de la vista de cualquiera y su pantalón oscuro se aferró a sus piernas con delicia. El caballero dejó salir un jadeo mientras desviaba la mirada sonrojado y asintió—No me hubiera gustado irnos de viaje en camisón, mi vestido de ayer quedó arruinado—suspiró—Planeo guardarlo y espero encontrar a alguien en el dominio de las sirenas que lo lave, si no esperaré hasta entregarlo a la servidumbre del castillo—

A paso veloz, la joven albina caminó de regreso hacia la mesa donde había estado minutos atrás. Luego firmo con maestría aquello que estaba escribiendo y prosiguió a guardar el papel en un sobre. Tomó una de las velas que adornaban la mesa de madera y tras dejar caer un poco de cera, presionó el material caliente con el sello real que siempre cargaba. Finalmente sonrió al ver su obra maestra y prosiguió a guardar sus cosas para poder terminar de empacar.

El blondo ladeó la cabeza, confundido de todo lo que ella estaba haciendo y al ver su adorable expresión la princesa soltó una risa.

—Le escribí a mi padre para notificarle sobre la situación de Bernia. Dudo mucho que se moleste con nosotros por estar aquí, le expliqué que te concedí la fortuna de ver a tu familia y que fue obra de las diosas ya que los demonios atacaron la aldea—se alzó de hombros terminando de guardar todo en una de sus bolas y luego la cerró atando el cordón y haciendo un nudo—Le he pedido que mandé un grupo de constructores y también varios suministros con urgencia para evitar alguna crisis—

La sonrisa en el rostro del caballero se volvió luminosa y todo su corazón latió con fuerza ante la bondad de la princesa. La amaba, en serio la amaba tanto y le tocaba el alma verla tan entusiasmada ayudando al pueblo, sobre todo que aquella aldea era su hogar, el lugar que lo vio nacer y dónde pasó sus momentos más felices. Se sentía un poco mejor al saber que aunque los se fueran, al menos la ayuda de la corona llegaría pronto y su gente podría salir de la tristeza pronto.

—Eres un ángel Ellie—la albina se sonrojo por completo sonriéndole casi embobada a su amado, la mirada intensa de Meliodas le producía mariposas en el estómago y el fuego dentro de aquellos orbes verdes le causaba una sensación calida en el vientre que no sabía explicar, tan solo sabía que le gustaba. Se sentía...placentero.

Completamente ida en aquellas sensaciones de deseo y amor, la hermosa princesa se acercó a él con cautela, como si temiera que pudieran verlos por la ventana y acunó su rostro en la palma de su mano para acariciarlo con dulzura. Se miraron de manera verdadera por varios segundos, uno donde los dos querían descubrir el pensamiento del otro entre suspiros y mejillas sonrojadas.

Finalmente, Elizabeth se inclinó hasta poder tocar sus labios y el escolta permitió que su princesa lo devorara con todo el amor que sentía por él. Lento y dulce, robando su aliento y todo lo que era de él en aquel contacto efímero.

Solo bastaba un pequeño roce para que todos sus sentidos despertarán, solo necesitaba de su cercanía para sentir que su cuerpo era consumido en llamas de deseo. Cada vez era más peligrosa la cercanía que tenían y Meliodas solo podía sentirse caer en la locura. Inconcientemente llevó sus manos hacia la nuca de la joven intentando profundizar aquel beso y sentir que estaban unidos siendo uno mismo.

Cualquier día podía perder el control y el resultado sería tanto catastrófico como hermoso.

El beso fue bastante corto, tan solo había sido un contacto breve e intenso que los ayudaría a resistir hasta dejar la aldea. El caballero escolta agradeció internamente que la princesa se hubiera alejado de él, pues su próxima acción habría sido meter la lengua en su boca y si lo hacía seguro tardarían mucho más en irse. No podían tardar, se vería sospechoso.

Tras verse a los ojos, los dos supieron que ya había llegado la hora, ya no tenían nada que hacer ahí, las cosas estaban empacadas, el plan estaba listo y solo quedaba ir con la gente para alcanzar comida y luego empezar su viaje.

—Primero usted, su majestad—inició su actuar el joven caballero con una risita burlona. Solo ellos sabían lo que sucedía detrás de la puerta.

Su prohibido secreto, del romance indebido entre un caballero y su princesa. Si tan solo la gente supiera que a la próxima reina le encantaba tener las manos de su escolta en su cintura mientras devoraba sus labios.

Lo habían hecho, todo fue silencioso y parecía que el pueblo quería evitar ver cómo se marchaban. Irónicamente, aquellos que siempre se la pasaban mirando sus vidas, por primera vez no deseaban verlos y los sentimientos se mezclaron en Meliodas como un huracán.

Cada día que pasaba su vida parecía mejorar, todo a su alrededor se iluminaba como si al fin estuviera empezando a vivir, pero así como todo estaba mejorando, cada día las cosas se volvían más difíciles entre su moral y su corazón al que ya no podía callar. Sentía su cuerpo arder en llamas, su corazón se consumía de amor hacia su princesa, su vida estaba en las manos de la hermosa mujer y sus ojos solo brillaban ante la esperanza de poder poseerla algún día.

Alivio y preocupación, culpa y satisfacción, amor y tristeza. Deseo y honor.

Lo sentía todo y al mismo tiempo. Su única forma de mantenerse bajo control era inhalar hondo y mantenerse frío y discreto. Debía concentrarse en su misión, tenían trabajo que hacer, mucho que cumplir y ya solo les faltaba muy poco para acabar.

Él había comido rápido y en cuanto terminó se dispuso a terminar de ajustar las sillas de sus caballos para asegurarse de que no ocurriera algún accidente, dio una última revisada a sus cosas para ver qué no olvidaban nada y una vez todo estuvo listo asintió. La princesa lo siguió a los pocos minutos, agradeció a la comida con todo el amor que tenía por su pueblo, luego busco a algún cartero que estuviera dispuesto a llevar la carta hacia el rey, para su suerte, un hombre se ofreció con gusto quien acepto el pedazo de papel fino con delicadeza y se retiró a preparar sus cosas para su propio viaje. Tras estar segura de que su carta estaba en buenas manos, Elizabeth agradeció a todos por su hospitalidad, los felicito por ser una aldea tan unida y les admiro el trabajo en equipo que habían demostrado en momentos de crisis.

Para su sorpresa, antes de poder darles la espada, muchos niños de la aldea se acercaron hasta ella para abrazarla fuerte llorando, mientras le pedían que por favor no se fuera, que se quedara otro poco con ellos e incluso el pequeño que había salvado de ser asesinado por el demonio azul se encontraba abrazándola como podía (con su brazo inmovilizado).

A Elizabeth le rompió el corazón ver aquella escena y sus ojos azules se llenaron de lágrimas, pero aún así se obligó a mantenerse fuerte, se despidió en voz baja de todos los pequeños asegurando que iba a traerles ayuda para reconstruir Bernia bajo la promesa de que volvería, algún día. Luego les dio besos en la cabeza a todos y los pequeños se mostraba tan tristes de que se fuera que a Meliodas lo inundó la ternura.

Elizabeth pensaba que era una princesa odiada, que nadie la quería...ahora podía ver qué no era verdad, había quienes si veían sus buenas acciones y sus esfuerzos y mientras existieran aquellos que la apreciaban, el brillo de esperanza en su mirada se mantendría vivo.

—Meliodas—la voz de su padre lo hizo darse la vuelta, distrayendose. Ya no pudo ver como la princesa se acercaba hasta su caballo (que bufó un poco en cuando la tuvo al lado). Nicolas venía casi corriendo hacia él, cargando algo pesado y grande entre sus manos, detrás de él lo seguía su hermano que mantenía una expresión neutra ante la situación y en cuanto los dos estuvieron frente a él, el hombre le sonrió con orgullo—No podía dejar que te fueras sin antes entregarte algo...—deslizo la manta con la que cubría aquel objeto y que cuanto está cayó al suelo, el blondo se quedó sin aliento.

Sus ojos verdes se abrieron con sorpresa incrédulo de lo que veía y casi niega de no ser porque su padre le extendió el preciado objeto con una sonrisa. Nicolas tenía un escudo entre sus manos, pero no era cualquier escudo, era literalmente el escudo más resistente de todo el reino.

—Padre yo...—

—Este es el escudo de Liones y solo lo heredan los miembros de la familia real—comenzó a explicar, acariciando con cariño el precioso metal que tenía el símbolo del reino perfectamente grabado en su superficie—El rey me lo entregó a mi como regalo, fue su manera de agradecerme por haberte entrenado hasta hacerte perfecto—un escalofrío recorrió la espalda de Meliodas a la vez que recibía aquella obra maestra en sus manos. Para su sorpresa, el escudo se sentía liviano entre sus manos, más liviano de lo que aparentaba y el joven pudo ver su rostro reflejado en el metal—Supongo que él sabía que yo te entregaría este escudo en el momento adecuado—

—Pero tú amas este escudo—trató de negarse. Había visto como su padre cuidaba aquel preciado metal durante sus innumerables misiones en las que lo había acompañado. Lo había visto limpiarlo, pulirlo y lo que más le sorprendía era que en todos sus años de uso, aquel escudo jamás había tenido ni una sola abolladura. Seguía tan intacto y hermoso como cuando lo vió por primera vez tantos años atrás.

—Me encantaría que te lo llevarás. Es el escudo más fuerte de todo el reino, pocos tienen el honor de portarlo. Además, según la leyenda, este escudo lo utilizó el héroe ancestral para vencer a la bestia oscura—la ligera sonrisa en el rostro de Meliodas se esfumó con amargura. Apretó los labios ante la simple mención de aquel ser y se obligó a si mismo a no gruñir. No debía de dar ningún espectáculo frente a la multitud y mucho menos debía de reflejar la preocupación que llenaba su corazón con la mención de la oscuridad—Te pertenece tanto como la espada destructora del mal—

—Gracias—admitió con toda sinceridad y colocó el escudo sobre su espalda para acomodarlo junto a la espada. No era pesado ni complicado, estaba acostumbrado a llevar sus armas en la espalda sin importarle el ligero dolor que podía causarle en sus músculos. Así lo habían formado y así iba a seguir hasta que se retirara como caballero.

Nicolas parecía que estaba por llorar al verlo portar aquel escudo y sin importarle que el pueblo pudiera ver, atrapó a su hijo en un abrazo que ambos necesitaban. Meliodas dudo varios segundos en corresponder, pero cuando al final su niño interior ganó, envolvió a su padre con sus brazos y se permitió estar en esa posición hasta que el mayor lo sintiera razonable. Cerró los ojos disfrutando aquel contacto, sin saber cuándo sería la próxima vez que podría abrazar a su padre sabiendo lo ocupado que estaba.

La última vez había tardado 4 años en verlo... temía que pasaran otros 4 años más antes de poder reunirse con su familia.

—Cuida de ella—susurró su padre en su oídos sacándole un respingo de sorpresa y haciendo que abriera los ojos—La princesa te necesita—se mantuvo callado, incapaz de poder contestarle con cualquier cosa que pudiera delatarlo y tan solo asintió—No dejes que tú corazón nuble tú juicio—fue lo último que dijo antes de separarse.

La mente del blondo se quedó en blanco por unos segundos, mientras admiraba como su padre le sonreía con algo entre la tristeza y el orgullo. Cuando finalmente pudo regresar a funcionar con normalidad, frunció el ceño, apretó los puños y asintió completamente decidido, luego desvío su mirada y se encontró rápidamente con los ojos verdes de su hermano.

Meliodas aflojó su expresión, tratando de volverla más dulce solo para su menor, se agachó hasta quedar a su altura para que pudiera hablar mejor, pero antes de abrir la boca, Zeldris se lanzó a sus brazos sollozando y aferrándose a él con fuerza. El rubio tuvo que inhalar hondo varias veces para contener las lágrimas, no podía llorar frente a la aldea, no podía llorar frente a nadie que no fuera Elizabeth y su familia.

Debía mantenerse bajo control y reprimir esas emociones.

—¿Cuándo volverás a visitarnos?—sollozo en su hombro, mojando la túnica de campeón. Meliodas se limitó a acariciar sus cabellos negros mientras lo mimaba, maldiciendo que no había podido disfrutar bien el tiempo con su hermano por culpa del ataque de los demonios.

—Trataré de que sea pronto—su voz le salió rota y el joven se aclaró la garganta tratando inútilmente de sonar más decidido—Zeldris por favor cuídate mucho—

—Lo haré—

—No cometas ninguna temeridad, no trates de hacerte el héroe, si Bernia llega a sufrir algún ataque, por favor no dudes en correr tan lejos como puedas y resguardarte—lo reprendió—No me lo perdonaría jamás ni algo llegara a sucederte y yo no poder estar aquí para defenderte—

—No te preocupes por mi—sonrio el pequeño, separándose para poder ver a su hermano a los ojos—Estare bien, prometo que cuidaré de mi y la próxima vez que vengas de visita, prometo que tendré nuestro jardín convertido en un bonito huerto—ese era el hermoso niño que Meliodas tanto amaba. Le sonrió a su menor con toda ternura y se inclinó hasta poder besar su frente de manera fraternal, luego acarició sus cabellos soltando un suspiro hondo y se puso de pie.

—Te amo Zeldris—

—Yo también te amo, hermano—

Si se quedaba a pensarlo más, la despedida sería aún más dolorosa. No podía detenerse y flaquear en su decisión. Con tanta rapidez que parecía desesperado, Meliodas ayudó a la princesa a subir a su caballo con cuidado, luego se subió a Hawk con facilidad y tras despedirse de todos con la mano, Elizabeth y él se aproximaron hacia la entrada destruida de Bernia.

En cuanto salieron y el ruido de la gente desapareció de sus oídos, la princesa Elizabeth volteo a ver a su amado rubio que se mantenía perdido en su mente, con la mirada perdida y fija en el camino que él conocía de memoria.

—Haré todo lo que pueda para que podamos volver—su voz lo hizo salir de sus pensamientos y voltear a verla con lentitud, casi como si estuviera poseído—Lo prometo—

—Gracias—susurró con una sonrisa que parecía más una mueca y luego volvió a clavar sus ojos verdes en el camino. Esa era la señal de que claramente no quería hablar en un buen rato, no se sentía bien como para abrir la boca y por su voz rota sabía que él estaba a nada de soltarse a llorar.

Aunque quisiera que lo dejara salir todo con ella, la princesa era consciente de que en el camino cualquier viajero podría verlos y, al ir bajando la colina podía ver a lo lejos la muralla de Bernia, sabiendo que había caballeros ahí, Meliodas menos querría soltar todo lo que se estaba guardando en lo profundo de su corazón.

La albina lo aceptó en silencio y continuaron con su camino. Lo esperaría hasta que estuviera listo.

Al fin y al cabo el viaje hacia el dominio de las sirenas sería un poco largo sabiendo los caminos que debían de tomar. Elizabeth sacó la tableta del caos de entre sus cosas para poder revisar el mapa una última vez, calculando de manera interna su tiempo de llegada con Zaneri y asintió para si misma.

Cinco días al menos era lo que iba a durar su viaje y hasta entonces, Meliodas y ella podrían superar juntos la experiencia de haber estado en la aldea. Se pasarían tan rápido como el viento que viajaba entre sus cabellos que estaba segura que en cuanto menos se lo espere, ya se encontrarían siguiendo los faroles de piedra luminosa que las sirenas habían construido para los visitantes.

—Mel...—el blondo volteo a verla con lentitud, esperando atento las palabras y su corazón dolido latió con fuerza emocionado cuando la calida sonrisa de la princesa se abrió paso en medio del dolor—Te amo—Meliodas no pudo evitar la sonrisa en sus propios labios, sin importar que se sintiera tan mal o que estuviera añorando regresar con su familia, el apoyo de su amada era lo único que lo ayudaba a mantenerse fuerte.

—Yo también te amo—murmuró con cautela, tratando de evitar que cualquiera que estuviera pasando los escuchara—Te amo como no puedes imaginarlo—

Yo sé que este es un poco más corto que la mayoría, pero, este capítulo es más que nada relleno para que tenga sentido lo que viene.

Ni modo que así en un parpadeó los escribiera en el dominio de las sirenas, no no, aún había dudas que resolver y despedidas que dar, por lo que por eso decidí hacer este capítulo.

¿Qué les pareció? ¿les gustó? Espero que si y espero no haberlo aburrido ^^" si fue así lo lamento.

Disculpen faltas de ortografía trataré de corregirlas luego y si ven alguna no duden en decirme para poder corregirla ✨

Ahora sí, en el próximo capítulo regresa la campeona de las sirenas, la querida Zaneri 👀 prepárense bien que planeo escribir tantas emociones como pueda mientras ella esté presente.

Sin más que decir nos veremos después ✨

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top