XXVIII
Capitulo 28: Entre pesadillas, profecías y cuentos
—¿Mel?—la adormilada princesa se levantó lentamente, completamente confundida, talló sus ojos tratando de espantar el sueño y no pudo decir nada porque las palabras murieron en su garganta al verlo.
Meliodas estaba sentado en el borde de la cama, con el torso desnudo, su cuerpo estaba perlado de sudor y solo una pequeña vela iluminaba parte de su rostro. El joven se tensó al escuchar su voz y se volteo para mirarla con los ojos algo desorbitados.
Ambos se sonrojaron fuertemente por su situación. Elizabeth nunca había visto a Meliodas sin camisa y la visión del cuerpo del caballero la dejó embelesada. Su abdomen plano y formado, pectorales grandes, los músculos de sus brazos con los que siempre la abrazaba. La conciencia de saber que tenía tal cuerpo la hizo sonrojar. Quería pasar sus manos por su abdomen en caricias suaves, quería sentir sus brazos y descubrir si eran tan duros como se veían.
Pese a la impresión y fascinación, la princesa se obligó a abandonar el hilo de sus pensamientos al notar el temblor en el cuerpo masculino. Se veía agitado, con miedo, desubicado y ni siquiera la repentina vergüenza fue capaz de borrar el terror de sus ojos. Él no estaba bien. Sin dudarlo ni un segundo, Elizabeth se arrastró por la cama hasta sostener su mejilla con la mano y comenzó a darle pequeñas caricias para reconfortarlo, luego se abrazó a su espalda pegando su pecho a la parte dorsal de su cuerpo haciéndolo saber que ella estaba ahí. Meliodas agradeció las atenciones en silencio tratando de olvidar la vergüenza y disfrutando de como su princesa lo atendía.
—¿Por qué despertaste tan agitado?—pregunto, pero el blondo siguió temblando aún pensando en las horribles imágenes que habían pasado por su mente. La sangre, el fuego, la luna roja, la bestia...ella...
—Lo lamento—murmuró, negando suavemente para alejar su pesadilla, no quería pensar en eso y ver cómo esquivó la pregunta preocupó aún más a Elizabeth—No quería despertarte ni avergonzarte con...mmm...—desvió la mirada sonrojado—Lo siento—
—No te preocupes—se apresuró a decir sin soltar su rostro y luego le sonrió—¿Qué sucedió?—un suspiro salió de aquellos labios masculinos a la par de que un escalofrío recorría su medula espinal, negó suavemente, dándole a entender que aún no se sentía listo para decirlo y luego la separó de su cuerpo acariciando su mejilla. Se puso de pie al momento siguiente, tomando su túnica haciendo la acción como de volver a ponérsela, al ver eso ella rápidamente lo detuvo—N-No...—él paró claramente sorprendido y la miró, expectante—S-Si no deseas usarla al dormir, yo...bueno...no te sientas obligado a usarla...deseo estés cómodo y yo...t-te juro que no me incómoda solo...hmm...jamas había visto...yo...—se veía realmente adorable así de nerviosa, balbuceando incoherencias y desviando su mirada debido a la pena, fue tanta la ternura que le invadió el cuerpo que todo el fuego de pasión o vergüenza que pudiera haber cubierto su corazón, se derritió de solo admirarla.
Meliodas sonrió, enternecido de su actitud y se apresuró a volver a la cama para recostarse a su lado y luego abrazarla, ella se movió hasta sentirse cómoda y decidió recostar su cabeza justo en el pecho masculino. Ninguno se movió por algunos segundos, el rostro de la princesa estaba sonrojado, pero poder sentir su piel en su mejilla y escuchar su corazón latiendo le daba tanta paz que rápidamente se relajó entre sus brazos.
No sabían si quizá estaban yendo muy rápido, tampoco sabían con exactitud si estaba bien dejarse llevar por su deseo de estar juntos, pero de lo único que estaban seguros es que la compañía del otro era lo que los hacia feliz. Estar juntos los hacia no pensar en el apocalipsis que podía suceder en cualquier momento.
—¿Quieres contarme por qué te despertaste tan agitado?—él volteo sus ojos hacia ella y tratando de despejarse comenzó a darle caricias sobre su cabello. Tras varios segundos de espera, su única respuesta fue asentir con la cabeza suavemente—Te espero—le estaba dando su espacio y su tiempo para que pudiera procesarlo todo y luego se decidiera por hablar.
Meliodas suspiró recordando como el color rojo había teñido todo el lugar y apretó su agarre sobre la princesa tratando de recordar que su pesadilla no era real y que en esos momentos estaba en su casa.
Maldijo en bajo, solo esperaba no haber despertado también a su padre o a Zeldris, no quería preocuparlos y tampoco quería que ellos escucharán su conversación.
—Soñé con una luna de sangre...—la sola mención de aquella luna hizo que Elizabeth se tensara en su lugar y comenzara a recordar aquel sueño que había tenido en el desierto, la noche antes de ser atacada por el clan demonio—Vi el castillo de Liones cayendo a pedazos sobre...bueno...—
—Sobre la cabeza de mi padre—Medidas quedó sorprendido de que ella supiera exactamente lo que había sucedido y se separó un poco para poder verla entre la oscuridad, la princesa no se movió, solo suspiro un poco y busco la mano del rubio para poder tomarla entre las suyas—Soñé algo similar hace un tiempo...—admitió, sin embargo ante el silencio del contrario, ella suspiro y se alzó de hombros siguiendo con las caricias sobre la mano del varón—Te cuento luego, puedes continuar—
—Despues de eso el camino se dividió en dos y tuve que escoger, por un lado ví aparecer a...una cosa, supuse que se trataba de la bestia oscura y por el otro...—no quería decirlo, no sabía lo que podía causar en ella si le contaba lo demas. El contarle como su mente lo puso a escoger entre el reino y ella y él sin dudarlo corrió directo a ella. Elizabeth podría molestarse, al fin de cuentas ella amaba el reino más que él sin importarle que la gente dijera cosas a sus espaldas. Era la princesa destinada a gobernarlos y los amaba pese a todo.
—¿Mel? ¿Qué más había?—
—Yo...—no, no podía hacerlo, no quería hacerla molestar, solo quería que ella volviera a dormir y que pudiera descansar. El blondo suspiró riendo un poco cosa que relajó a la albina, luego se inclino hasta besar el cabello de la joven y se alzó de hombros—La verdad ya no lo recuerdo bien, solo recuerdo que había dos caminos—
—¿Recuerdas que escogiste?—Meliodas negó, mintiendo y aunque se sentía mal por hacerlo, no quería preocuparla con cosas triviales.
Cuando la bestia oscura despierte él iria a vencerlo de inmediato, claro que tenía miedo, pues se enfrentaba a un ser del que no sabían mucho, todos dependen de él y para tener futuro debía arriesgar su vida. Era su destino y su misión en la vida. Lo que había ocurrido en su pesadilla no era nada más que su mente jugandole una mala broma.
Él confiaba que Elizabeth y él lucharian lado a lado para proteger su querido reino y luego podrían tener toda una vida de paz en la que estarían juntos.
—Yo soñé algo similar una vez. Recuerdo la luna roja, el castillo cayendo en pedazos y a ti—inhaló hondo, sintiendo como el sueño volvia a su cuerpo lentamente y la paz de estar en los brazos de su escolta la envolvía suavemente.
—¿Yo?—ella asintió, más dormida que despierta y bostezó.
—Recuerdo...que estabas corriendo lejos de mi directo a la oscuridad—balbuceo y en ese momento el sueño finalmente la venció.
Meliodas se quedó despierto pensando en sus palabras, no quería ser pesimista, pero la similitud entre las pesadillas de ambos solo lo hacían pensar que podían ser sueños proféticos.
Descartó la idea de inmediato, no, aún tenían tiempo, la leyenda decía que la princesa tendría un poder de las diosas así que estaba seguro de que la bestia no despertaría hasta que Elizabeth hubiera desbloqueado su magia. Si, estaba seguro de eso.
Sus pesadillas no eran nada más que eso, pesadillas.
Un inconfundible aroma dulce picó su nariz. Elizabeth se dio media vuelta en la cama, que aunque no era tan cómoda como la que tenía en el palacio, sin duda era bien recibida después de varios días durmiendo en el suelo o entre rocas. Antes de poder seguir soñando con un futuro feliz, nuevamente el delicioso aroma llegó a ella.
Mantequilla de cabra, un poco de pan...¿Manzana?
Abrió sus ojos de manera perezosa bostezando de inmediato, parpadeó un par de veces para acostumbrarse a la luz y en cuando finalmente pudo ver se sorprendió. Meliodas ya no se encontraba a su lado, la espada maestra no estaba en la habitación y afuera se escuchaban varios ruidos. Enrojeció de inmediato al pensar que era la última en despertarse y sintió un poco de miedo de salir.
Quién lo diría, acababan de empezar una relación secreta y ya estaba durmiendo en su casa con su familia. La princesa rió un poco ante la ironía de la situación y tras prepararse mentalmente se puso de pie. Quedó aún más sorprendida cuando notó el vestido morado que descansaba en la mesa de noche junto a su capa perfectamente doblado.
Elizabeth enrojeció más. Su amado Meliodas seguramente le había conseguido un cambio de ropa y eso lo agradecía bastante, le había conseguido un precioso conjunto y lo mejor es que el vestido quedaba bien con sus botas de viaje gracias a solo sencillo que era. No dudo en ponerlo y suspiró enamorada al notar lo bien que le quedaba. Apenas tenía un pequeño bordado de flores color cobre, tenía las mangas largas y caía libre como cascada por sus piernas. Lo mejor es que era cómodo y eso lo agradeció.
Cuando escuchó voces afuera de la puerta dio un pequeño salto del susto, se puso las botas con rapides, se colocó la capa hasta que está arrastró en el suelo y antes de poder apresurarse la puerta se abrió. Ante ella estaba su amado caballero que dejó de reír al verla.
Se mantuvieron unos segundos así, solo admirandose y ninguno de los dos pudo evitar pasar sus ojos por todo el cuerpo del contrario. Meliodas no tenía puesta su túnica de campeón, su cuerpo era cubierto por una simple blusa de algodón, los tirantes estaban bien amarrados aunque se podía ver un poco de su pecho a través de este. Poseía unos pantalones negros que se aferraba a sus piernas y un zapato con un pequeño tacón que lo hacía ver más alto.
Nunca lo había visto tan sencillo, pero incluso así se veía bastante guapo.
Por su parte el rubio casi jadea al verla. En cuanto despertó, salió temprano directo al mercado para poder comprar un poco de comida, fue agradable volver a ver caras conocidas aunque también era un poco agobiante que todos lo siguieran con la mirada, venia de regreso con su canasta llena cuando pudo ver un bonito vestido siendo vendido por una joven. Con solo verlo imaginó a Elizabeth y su corazón se derritió por la imágen.
No dudo en comprarlo sin importar las miradas de curiosidad de que todos le dedicaron y se apresuró a volver a su casa para poder dejarle su ropa lista.
Ahora que podía verla de frente estaba seguro de que la realidad era mucho mejor que la fantasía. La había imaginado hermosa, pero nunca imaginó que sería como tener a una diosa ante él. De no ser porque su familia los estaba observando, estaba seguro de que se habría lanzado a besarla.
Apenas reaccionó, Meliodas no tardo en ponerse de rodillas ante la princesa, siendo seguido por el niño y el hombre y solo hasta que ella acaricio sus cabellos se atrevió a ponerse de pie.
—Lamento mucho si la he despertado—
—No te preocupes, Mel, ya estaba despierta—le sonrió y el joven asintió.
—¿Me permite ayudarla a arreglarse? Lamento que no tengamos nada más digno de usted, pero...—la joven soltó un pequeña risita que enterneció el corazón del más bajo y se apresuró a asentir con la cabeza. No sabía si le daba risa su actitud tan formal teniendo en cuenta que se besaban casa que podían o si se reía por la mirada de sospecha que el pequeño Zeldris tenía en ambos.
—No te preocupes por eso, es un hermoso vestido—agradecio, pero de inmediato alzó una ceja—¿Dónde están mis ropas de viaje?—
—Las hemos llevado a lavar—esta vez fue Nicolás quien hablo, el hombre sonrió inclinándose ante la albina para explicar la razón—La túnica de campeón de mi hijo también fue llevada, descuide, las tendrá de regreso al atardecer limpias y listas—
—Se los agradezco mucho— agradeció nuevamente y finalmente entró en la habitación siendo seguida por Meliodas.
No cerraron la puerta por obvias razones, no querían que se viera nada sospechoso. El caballero se aproximó hasta uno de sus cajones para sacar un cepillo y luego le indicó a la joven que tomara asiento en la cama, tras ponerse detrás de ella comenzó a cepillar su largo cabello plateado con dulzura, pasando el cepillo por aquellas hebras, aprovechando la cercanía para acariciarlo.
—Descuida, tus ropas de viaje quedarán listas, mañana podremos partir con normalidad rumbo a la tierra de las sirenas—
—Es nuestra última parada—suspiró y gracias a su conexión ella pudo darse cuenta que ambos estaban sintiendo lo mismo. Miedo y duda—Despues de eso lo pasaremos en el palacio—
—Podra volver a su vida de lujos, princesa, yo lo veo como una...buena noticia—suspiró tras esto último, aunque la realidad era que no se sentía convencido.
—Mel, ¿Cómo...?—
—Shhh—la silenció con dulzura, negando suavemente detrás de ella y acercando su frente hasta su nuca, lo sintió inhalar un poco el aroma de su cabello y luego suspirar—Ya podremos hablar de eso después—luego se separó y continuo como si nada hubiera pasado.
Se mantuvieron durante varios segundos en un completo silencio, cada uno perdido en su propia mente y en sus propias ilusiones, hasta que la princesa volvió a sentir el peso de su acompañante sobre su espalda y un delicioso escalofrío la recorrió.
—Lamento el vestido sencillo, pero cuando lo vi, solo pude imaginarte a ti—susurró cerca de su oído, para que solo ella pudiera escucharlo. El corazón de la princesa se aceleró de inmediato ante la calidez de su aliento y la sonrisa fue tan grande que sintió que podría partir su rostro en dos—Te ves hermosa—sentia sus labios acariciando la piel de su oreja en una caricia silenciosa y también lo sentía tenso, sabiendo que él estaba con sus sentidos agudizados para evitar que su padre o su hermano los vieran.
—Gracias—murmuró y luego juntó sus manos en su pecho con el rostro iluminado de cariño—Esta hermoso, Mel, te lo pagaré cuando volvamos al palacio—
—No debes pagarme nada—continuo con su trabajo soltando una pequeña risa por las palabras de su princesa y negó. Siguió desenredando cada parte hasta que quedó bien liso casi completamente listo—Es un regalo de mi parte—
—No es justo, yo aún te debo tú regalo de cumpleaños—para sorpresa de la joven, el varón acarició sutilmente su cadera con su mano desocupada, fue un toque rápido solo para hacerla sentir más cerca y luego continuo con su tarea como si nada hubiera pasado. El simple roce fue suficiente para que ella se sonrojara y jadeara.
—Estar contigo ya es mi regalo. Que me permitas besar tus labios y pasar las noches a tu lado es el mejor regalo que puedes darme— Elizabeth no podía con las ganas de besarlo, deseaba hacerlo, estampar sus labios con los suyos y no dejarlo respirar.
No podía dejarlo ir, lo necesitaba. Meliodas era tan dulce y atento, siempre cuidando y velando por su seguridad, confiaba en él más que en cualquier otra persona, más que Matronas incluso y eso ya era bastante y sus ojos eran tan hermosos, antes estaban apagados y eran opacos, ahora no había momento en el que no brillaran, siempre destellando por ella, siempre envueltos en fuego y amor.
Elizabeth jadeó de nuevo y el caballero lo ignoró por completo. Si seguía escuchando un jadeo más sentía que podría perder la cabeza.
¿Qué era esa sensación apremiante en el pecho? ¿Por qué sentía esa necesidad de besar su piel? ¿Por qué quería seguir escuchando sus jadeos? Se sentía tan impuro de pensar en eso. Su amada princesa era la mujer más hermosa de todas, no se creía digno de poder tomarla, al menos no por el momento.
Pero cada día era más difícil contenerse
—¿Desea algún peinado en específico?—Elizabeth negó con rapidez.
—¿Sabes peinar, Mel?—
—Observaba a mi mamá cuando era menor—hablar de su madre ella sabía bien que era un tema delicado para él, entonces se quedó quieta esperando a que terminara—Y llegué a ayudarla algunas veces, así que sé un poco—
—Cada día aprendo algo nuevo sobre ti—se dio media vuelta para poder encararlo, se miraron intensamente como aquellas personas que compartían un íntimo secreto y el caballero tardó varios segundos en soltar el último mechón de pelo de la princesa.
En cuanto lo hizo se puso de pie, le ofreció una reverencia y ella salió del cuarto ya un poco más decente con su cabello bien alisado.
El olor dulce que la hizo despertarse en primer lugar fue aún más fuerte tras cruzar aquella puerta y sus ojos viajaron a la bellísima tarta de manzana que decoraba la mesa junto a varios aperitivos como un poco de queso y pan. Volteo a ver a su caballero con los ojos brillando debido al hambre que sentía y este asintió.
—Iremos a la cima de la colina—explicó rápidamente, comenzando a guardar en una cesta su comida ante la atenta mirada de su padre y de su hermano menor—¿Recuerda que le conté sobre las historias que solía contarme mi madre?—ella asintió entusiasmada—Deseo pasar tiempo con Zeldris, antes de partir mañana—Elizabeth no pudo ignorar las miradas tristes de Nicolás y del pequeño Zel. Todo eso se sentía como un sueño, tener a su familia de nuevo en casa era reconfortante, pero ambos sabían que Meliodas tenía que irse, aún no llegaba el momento de poder volver a casa.
Se sintió mal y una pequeña mueca la delató. Si tan solo ellos vivieran en la ciudadela seguro que podrían verse más seguido, si tan solo su padre le diera ciertas vacaciones a Meliodas podría visitar a su familia...si tan solo ellos dos no fueran quienes son, él podría estar en su hogar desde mucho tiempo atrás.
—¿Nos vamos?—la dulce voz de su amado la hizo salir de sus lúgubres pensamientos. Sonrió de inmediato alejando la nube negra de sus dudas y asintió con la cabeza.
Nicolas le abrió la puerta a la vez que le ofrecía una reverencia, la joven albina agradeció con la cabeza colocando su capa para cubrir su rostro y evitar algún escándalo y salió. Detrás de ella el pequeño salió entre pequeños saltos con una enorme sonrisa de felicidad.
—Sigame princesa, yo conozco el camino—
—Por supuesto—volteo un poco para ver cómo Nicolás y Meliodas los seguían por detrás. Se sintió feliz de que él y su padre pudieran tener tiempo de hablar todo lo que no habían podido y siguió al menor con una sonrisa al ver lo inocente del pequeño.
Meliodas tenía la mirada perdida en ella, su rostro había vuelto a ser estoico como lo era con todo el mundo, pero sus ojos eran cálidos mientras la seguía. Le parecía adorable verla seguir a su hermano y hablar con él, amaba esa sensación en su pecho de saber que ese era su verdadero hogar. Su padre, su hermano y su amada a su lado. No pudo seguir soñando despierto cuando la gran mano de su padre lo hizo detenerse y volteó la mirada para verlo.
Se quedó paralizado ante la imponente mirada de su progenitor y no pudo evitar un poco del miedo que lo inundó.
—Podrás engañar a cualquiera, pero no a mi—murmuró, serio, pero sereno—Eres mi hijo y aunque sé que no he sido el mejor padre, te conozco bastante bien Meliodas—el blondo tragó saliva, sintiéndose desnudo ante aquellos ojos negros—Piensa las cosas dos veces antes de hacerlas—
—Padre...—
—Es la princesa, no lo olvides—el caballero inhaló hondo para controlar su rostro y asintió—Es nuestra próxima reina y tú único trabajo es protegerla, no sobrepases esa línea, Meliodas—luego sus ojos se dulcificaron, con una sonrisa un poco triste y soltó un suspiro tan cargado de pena que incluso al blondo le dolió—El amor es hermoso, esa sensación apremiante de solo querer a esa persona a tu lado, de desear protegerla y ver su sonrisa cada día y solo pedirle a las diosas por su bienestar...pero amar también es dejar ir Mel, debes saberlo—Un escalofrío recorrió al joven caballero, quien desvío su mirada justo hacia donde la princesa y su hermano los esperaban, en la lejanía, observando con curiosidad—Ella es una princesa, tú su caballero, es algo imposible que suceda—
—Pero...—su voz le salió temblorosa—La amo—aceptó en voz baja y su padre en vez de mostrarse molesto o escandalizado, solo pudo mostrarse triste y comprensivo. Aquella mirada Meliodas nunca la había visto y de solo saber que no lo estaba castigando quiso llorar.
—Si en verdad la amas, la dejarás ir—y tras decir aquello le dio unas palmadas de apoyo en su hombro y continuo con su camino, dejando atrás a un Meliodas confundido, lleno de dudas y sintiendo un dolor en su pecho tan grande que Elizabeth rápidamente se dio cuenta.
—¿Todo en orden?—preguntó la joven en cuanto llegaron a la cima de la colina, desde que Nicolás y Meliodas los alcanzaron, su rubio tuvo un comportamiento extraño a su alrededor. Los hombros tensos, la espalda recta, los labios curvados hacia abajo y la mirada perdida.
—Todo perfecto, majestad—y su tono de voz carecía de calidez, parecía estar cubierto por duda y dolor, sentimientos que ella ya sabía que tenía, podía sentirlos, podía saber que su amado no se encontraba bien, pero se negaba a hablar por la compañía.
Inhaló hondo y supuso que se lo diría todo durante la noche, confiaba en que así sería, pero odiaba no poder hacer nada para ayudarlo en aquellos momentos.
Todos se sentaron en la sombra del frondoso árbol, sacaron la comida que habían traído y en cuanto se le dio una rebanada de tarta de manzana a cada uno se apresuraron a comerla. Los ojos de Elizabeth brillaron con emoción y rápidamente tomó la mano de su escolta sintiéndose presa de la euforia.
—¡Oh Mel, esto es delicioso!—apretó sus dedos entre los suelos y el blondo se derritió ante el contacto. Siempre tan calida, siempre tan suave, anhelaba tanto...
Antes de poder continuar con sus pensamientos, sintió la mirada de su padre sobre ellos como un fuego que lo quemaba. Se negaba a ser descortés y se negaba a soltarla.
Tan solo le sonrió en respuesta con la sonrisa más dulce que pudo dedicarle y esperó hasta que fuera ella misma quien lo soltara. La joven se pegó más a él, entre risas y continuo comiendo mientras admiraba a lo lejos la montaña nevada, justo como Meliodas había dicho, la cima estaba cubierta por nubes y no podía verse nada más allá.
—¿Por qué la montaña siempre está cubierta de nubes?—el pequeño Zeldris preguntó de la nada, admirando la lejanía con un brillo de duda en sus ojitos verdes. El rubio estiró la mano hasta poder acariciar sus cabellos y tras soltar un suspiro para prepararse abrió la boca.
—Hay una historia...—el menor prestó atención rápidamente—Se dice que en la cima de la montaña existe un ser tan puro y poderoso, tanto, que la misma diosa en persona colocó esas nubes sobre la montaña para evitar que cualquier persona pudiera verlo—los ojitos del menor se iluminaron con ensoñación e incluso entrecerró los ojos intentando ver más allá de las nubes. El corazón de Meliodas se apretó con ternura y alzó su mano hasta poder acariciar los cabellos azabache de Zeldris.
—¿Qué tipo de criatura es?—
—Un dragón—el pequeño dejó salir un suspiro—Se dice que los dragones son tan puros, que solo aquellos que tengan una conexión muy fuerte con el mundo espiritual o que tengan un corazón tan puro como el suyo, pueden verlos—por su parte, el padre de los dos se sentía en un paraíso. Sus dos hijos, reunidos, su mayor le contaba cuentos justo como su madre lo hizo antes y ambos se relajaban como si así hubiera sido siempre.
Lo único "anormal" en aquella ilusión era la princesa, que mantenía sus rodillas pegadas a su pecho con cuidado, para evitar que su falda se levantara y su cabeza estaba recargada en sus rodillas mientras observaba a Meliodas con un brillo inusual.
Nicolas lo supo de inmediato, aquel mismo brillo era el mismo que su amada Esmeralda le dedicaba a él cuando, en su juventud, se enamoraron perdidamente. Pensar en su esposa lo puso triste, pero a la vez, aquella tristeza se vio dirigida hacia su hijo. La revelación de su miedo ante el posible escándalo y el sufrimiento que pasaría su hijo mayor le causó un dolor en el pecho.
La princesa estaba enamorada de su caballero escolta.
Dejó salir un suspiro mientras cerraba los ojos y negaba con la cabeza. No había nada que hacer, ya era demasiado tarde como para detener lo que estaba sucediendo entre ellos dos. Con la mirada cargada de pena, miró a su hijo mayor sonriendo, Meliodas tenía una mano acariciando el cabello de Zeldris y la otra estaba oculta entre la capa de la princesa sosteniendo dulcemente la mano de la mujer.
Oh su hijo. Le había entregado el corazón a la persona equivocada. La princesa no dejaría de ser lo que es jamás, ella era una dama de la nobleza, su próxima reina, terminaría casada con algún príncipe o noble de algún reino vecino y Meliodas estaría condenado a verla entregarse a otro hombre sin importar sus emociones, su hijo estaba condenado a ser solo su caballero por el resto de sus días, obligado a callar sus emociones y a tragar los celos de ver a la próxima reina, tomar la mano de un principe.
Estaban en distintos niveles de las clases sociales y ni siquiera el amor que pueden tener sería tan fuerte como para resistir las órdenes del rey.
"—Parece que no puedo hacer nada por él, Esme...—" pensó para si mismo, suspirando, hablándole a su esposa como si estuviera a su lado aún "—Mi consejo llegó tarde, ambos han rebasado la línea. El amor los ha tomado cautivos, nuestro hijo le entregó su corazón a quien nunca será suya...solo espero que las diosas sean compasivas con ellos y que los protejan de un corazón roto—"
—¿Tú has visto al dragón?—Meliodas rió suavemente y negó. Nicolas salió rápidamente de sus pensamientos ante aquellas voces y decidió suspirar. No, aún era muy pronto para pensar en un futuro triste con corazones rotos...
—No, parece que mi corazón no es tan puro—rodó los ojos y suspiró—Pero quizá algún día podamos verlo—
—¿Crees que alguna vez pueda verlo?—
—Por supuesto—suspiro y tras ver su plato vacío se apresuró a servirle una rebanada más a su menor—Nunca pierdas la esperanza, quizá algún día puedas ver un dragón—
—Eso sería asombroso—susurró el pequeño.
Aquel hermoso momento de paz y familia fue rápidamente roto tras varios gritos de auxilio y de terror. Meliodas se puso de pie con rapidez, movido por sus instintos de batalla y sacó la espada tan rápido que impresionó a todos los que lo observaron.
Sus intensos ojos verdes se desviaron hacia abajo de la colina y al verlo la mueca de preocupación fue notoria para todos. Elizabeth se aproximó hacia él para poder observar y entonces llevó ambas manos hacia su boca.
Una orda de monstruos acababa de entrar a la aldea. Monstruos de todos tamaños, demonios azules, rojos, naranjas e incluso centaleones se encontraban destruyendo y gruñendo mientras atacaban Bernia.
—¡Quédese con Zeldris, majestad!—ordeno de inmediato, con la mirada decidida y tomando de la mano a la joven princesa, quien antes de poder negarse fue jalada hacia atrás y fue puesta al lado del menor que también lucía asustado.
—¡No! ¡Voy contigo, no te dejaré solo, yo puedo ayudar a...!—
—¡Mi deber es protegerla!—protesto de inmediato mirándola intensamente a los ojos y sosteniendo con tanta fuerza sus hombros que incluso temblaba—Por favor solo...manténgase aquí—susurró—No quiero que salgas herida, no de nuevo, no me lo perdonaría...—esto último solo lo pudieron escuchar Elizabeth y Zeldris. El menor de ojos verdes soltó un pequeño respingo de sorpresa ante el repentino cambio de tono de su hermano, pero antes de poder decir cualquier cosa Meliodas salió corriendo colina abajo con la espada en la mano dispuesto a ayudar a toda la gente del pueblo.
—¡No sé muevan de aquí! ¡Voy por mi espada!—Nicolas no tardó en salir corriendo detrás de su hijo mayor y la princesa apretó los puños sintiéndose inútil.
Quería ayudarlo, no podía soportar verlo arriesgar el cuello por todos. Meliodas protege a todo el reino, pero, ¿Quién lo protege a él?
—Princesa...—la voz algo rota del pequeño la hizo salir de su mundo. La joven albina se puso de rodillas para poder observarlo, sin embargo, ninguna palabra de aliento salió de sus labios cuando la mirada decidida y algo vidriosa del pequeño la hizo callar—Acompañeme por mi arco—entonces el aliento abandonó sus pulmones y tras caminar de nuevo miró había abajo—Por favor...se lo ruego...¡Déjeme ayudar a mi hermano!—Elizabeth se mordió el labio sin poder decidirse y su mente se distrajo en el espectáculo que estaba sucediendo abajo.
Lo único que pudo ver fue a Meliodas llegando al final de la colina, saltando para poder clavar la espada destructora del mal en la cabeza de un demonio rojo, luego con una rapidez de un rayo se movió hasta poder degollar a un demonio naranja y siguió su camino esquivando ataques, saltando, rodando, desarmando y asesinando a cada monstruo que se le pusiera enfrente. Lo mejor de todo es que nadie podía tocarlo, por más que lo intentarán, ningún monstruo era capaz de rozarlo ni con una uña.
Frunciendo su ceño la princesa asintió, sabiendo que no se iba a quedar de brazos cruzados, protegería a Zeldris con su vida pero lo ayudarías a él a proteger a su gente. Tras tomar aire, la joven tomó fuerte la mano de Zeldris y lo miró totalmente decidida. El fuego en su mirada hizo temblar al de cabellos azabaches, quien se dio cuenta que la princesa y su hermano no eran tan distintos.
—Bien, pero te protegeré con mi vida, no dejaré que nada te pase—el menor le sonrió, temblando ligeramente por el miedo, pero de inmediato comenzó a correr siendo tomado con fuerza por la princesa del reino. Dudaba mucho que fueran necesarios, pese a la orda de monstruos, Meliodas se estaba haciendo cargo de todos con tal maestría que parecía que un ejército completo estaba defendiendo el pueblo.
Un solo hombre con la fuerza de 10,000. Ese es Meliodas.
La verdad me emociona un poco el próximo capítulo, quiero decir, en serio poder mostrar un poco más del potencial de Meliodas en esta historia es emocionante✨
Quiero que en serio se den una idea de que tan fuerte y poderoso es, para que cuando llegue la hora del final, se den una idea de la magnitud de su fuerza 👀 *emoción*
En fin, como lo dije en mis anuncios, estamos a dos capítulos de llegar a la mitad del guión original y la verdad si ya deseo llegar a esa parte. Se viene el regreso de un personaje querido, para darle un poco más de profundidad y bueno...darle salseo al asunto 👀
¿Qué les pareció? ¿Les gustó? Espero que si, lamento si está algo aburrido pero pues estos capítulos son de transición para lo que se viene.
Escuchen bien mi consejo y apliquenlo, disfruten de la paz que se está viviendo, esto solo es la paz antes de la tormenta 😉
Disculpen faltas de ortografía y nos vemos en el próximo capítulo.
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