XXV

Capítulo 25: Las fuentes sagradas

No había tenido tiempo como para hablar con Merlin, pese a que le hubiera encantado distraer su mente hablando de tecnología ancestral con alguien conocedora del tema, no se sentía con fuerzas como para hacerlo. Se había dedicado el resto de la tarde en empacar lo que iba a necesitar en aquel lugar.

Por supuesto llevaba ropa extra para cuando saliera de aquellas fuentes, estaría empapada. Guardó su vestido blanco sencillo que se usaba en ceremonias santas, sus adornos dorados y su diario. Solo un poco porque las provisiones se las darían los sirvientes al día siguiente, al partir.

Meliodas no quiso dejarla sola en ningún momento, aunque Elizabeth insistió en que debía retirarse a empacar sus cosas. Le advirtió que se llevara algo, cualquier cosa, pero que lo ayudará a entretenerse, pues podría llegar a aburrirse de estar ahí y ya se daría cuenta de la razón.

A la princesa le costó dormir de solo pensar en su próximo destino y cuando los primeros rayos de luz se colaron por sus cortinas se dio cuenta de que había llegado la hora.

No se despidió de su padre, ni habló con nadie más, tan solo dejó que Meliodas terminara de ordenar sus alforjas, la subió a su caballo y ambos partieron camino hacia una de las fuentes sagradas.

—Son tres en total—explicó despues de horas en total silencio, la princesa se sintió lo suficientemente bien como para poder comenzar una plática, el blondo agradeció a las diosas por eso y sonrió. Ahora sí ya tenía luz verde para poder hablar con ella, quería darle su espacio hasta que ella estuviera lista—Las fuentes—

—He escuchado algunas historias—

—La fuente del valor es nuestro destino, está un poco al sureste del castillo, mira—Elizabeth sacó la tableta del caos de su cinturón para abrir el mapa y se estiró para poder mostrarle a Meliodas, el blondo abrió los ojos con sorpresa y sintió emoción de lo cerca que estaba de su hogar...aquella fuente estaba al suroeste de su aldea—Luego está la fuente del poder, se encuentra al este del volcán de la muerte, en la región Este del reino—movió el mapa para que el rubio pudiera verlo y ubicar el lugar, en cuanto lo hizo asintió con la cabeza—Y la última está en la cima de la montaña nevada, aquella que está cerca de Bernia, esa es la fuente de la sabiduria—nuevamente el corazón del joven se agitó y no pudo evitar sonreír ante eso.

Recordaba como cuando era menor y su madre lo consolaba, lo llevaba a un árbol cercano que estaba en la cima de la colina, ambos se sentaban en soledad a comer un poco de pay de manzana y luego ella le contaba que en aquella montaña nevada existía una criatura hermosa y poderosa que protegía un tesoro.

Su madre decía que existía un dragón guardian en la cima y que aquel cúmulo de nubes que impedían la vista, habían sido colocadas por las diosas para proteger a la criatura.

—¿Mel?—regresó al presente cuando la voz de la princesa lo llamó. La joven albina lo miraba con la ceja alzada, confundida de que él se hubiera quedado sonriendo, observando el mapa como si fuera la cosa más hermosa. El rubio se sonrojo debido a la vergüenza y rascó su mejilla con nerviosismo—¿Todo en orden?—

—Si, lo lamento, tan solo recordé algo...—

—¿Quieres contarme?—sonrió interesada y Meliodas sintió ternura de haber logrado que algo de su brillo volviera a sus ojos—Anda, por favor—

—De acuerdo—aceptó con gusto y acercó un poco más sus caballos para que, si llegaba a pasar algún otro viajero, este no escuchara nada de su conversación. La cercanía del hombre a su lado le erizó la piel a la princesa, un delicioso escalofrío la recorrió y contuvo el jadeo que luchó por salir de sus labios—Cuando me sentía muy mal por mis entrenamientos, de niño, mi madre solía preparar pay de manzana y sin que mi padre se diera cuenta, me sacaba de la casa y nos escapabamos a lo alto de la colina, descansabamos en un árbol y ella me contaba historias sobre la montaña nevada—

—¿Que historias?—

—Solia decirme que en lo alto de la montaña, existía una criatura muy poderosa, un dragón...—los ojos de la princesa se entrecerraron con curiosidad—Ella decía que aquel dragón era un ser tan puro, que al igual que él, solo quienes tengan un corazón puro o alguna conexión con el mundo espiritual podían verlo. Hay niños que aseguran haber visto dragones, pero los adultos solo pueden ver nubes...—la joven sonrió, claro que había escuchado sobre aquellos relatos y leyendas, no por nada se la pasaba leyendo en la biblioteca cuando podía escaparse de sus obligaciones—Ella decía que nosotros no podíamos ver la cima de la montaña porque aquellas nubes habían sido colocadas por una de las diosas doradas, para proteger al dragon, que custodia a un gran tesoro—

—Es una historia bonita—

—Lo es—sonrió con nostalgia, recordando la voz de su madre y sus largos cabellos azabaches. Su preciosa sonrisa y como incluso mientras estaba embarazada de su hermano menor, ella seguía subiendo la colina con él—Recuerdo que siempre forzaba la vista, intentando ver algo entre las nubes—

—¿Alguna vez viste algo?—Meliodas suspiró profundamente y negó.

—Jamas—

—Es una pena—se alzó de hombros la princesa—Hubiera sido una increíble anécdota, ¿No crees?—el estaba de acuerdo, así volteo a verla con una enorme sonrisa y asintió un poco, pero ver cómo sus párpados estaban caídos preocupó a la albina. Elizabeth estiró su brazo hasta poder acariciar la mejilla de Meliodas con dulzura y se enterneció ante aquel sonrojo que le regaló—¿Qué tienes Mel?—

—No es nada...—murmuró, desviando la mirada hacia el suelo de nuevo. Tras unos minutos de silencio en los que ella lo observaba, esperando a que se sintiera listo para hablar, el rubio volvió a suspirar con pesar y abrió sus labios—Es solo que, hace mucho no veo a mi hermano menor, pensar en mi madre me hace pensar en lo...solo que ha de estar en casa—sus ojos verdes se llenaron de lágrimas que él mismo ahuyentó—Desearía poder verlo, contarle las mismas historias que ella me contaba a mi y hacerle saber que aunque esté lejos, aún así siempre pienso en él y siempre lo tengo en mi corazón—llevó el puño hasta su pecho.

De cierta forma Elizabeth se sintió culpable. Él estaba alejado de su familia gracias a su padre y a ella, el rey lo mantenía de viaje por todo el reino, incapaz de tomarse un descanso para visitar su hogar, salvando y despejando el territorio de los monstruos y desde que se volvió su escolta menos oportunidades tendrá. Frunciendo el ceño completamente decidida, la princesa asintió, tomó la mano de Meliodas que estaba sobre la rienda y aunque su caballo se sacudió con ligera violencia no lo soltó.

El blondo la volteo a ver preocupado temiendo que el caballo pudiera tirarla de su asiento, sin embargo cada otra emoción quedó completamente erradicada cuando vio su mirada decidida y sus labios carnosos.

Aquellos labios que parecía que sabían a fresa, aquellos labios que anhelaba acariciar con los suyos propios. ¿Se sentiría tan bien como lo imaginaba? Quizá solo debe de probar, quizá si le robaba un beso el deseo se apagaría y podría vivir con normalidad...pero no, su sentido como caballero le decía que era impropio hacer algo así en el cuerpo de la princesa. Aunque las llamas siguieran ardiendo en su pecho, no podía cumplir sus deseos.

Porque ellos dos eran algo que no podía suceder.

—Te llevaré a casa—

—¿Qué?—dejó salir el aire, saliendo de sus pensamientos pecadores.

—Como escuchaste—Ella regresó a su posición original sin dejar de sonreír y el ambiente cálido paso a uno más amistoso y divertido gracias a la joven—Cuando salgamos de las fuentes, nos desviaremos un poco del camino para ir a Bernia, nos queda de paso para poder continuar nuestro camino hacia el pueblo de las sirenas—

—Ellie no estás...—

—Claro que hablo en serio—objetó—Es injusto que por las tareas de mi padre y por tu trabajo hacia mi, no puedas ver a tu familia—Meliodas sintió tantas ganas de llorar como de abrazarla y besarla en ese momento—Asi que como tú haces tanto por mi, lo justo es que yo también haga algo por ti—no podía creerlo, ella de verdad era...un angel—Concideralo tu regalo de cumpleaños atrasado—rió y el rubio inhaló hondo tratando de ahuyentar las lágrimas.

Podría ver a Zel...a su amado hermano menor, por fin podría verlo después de tantos años.

—Gracias—murmuró dejando salir una lágrima de pura felicidad. Estaba realmente emocionado de poder regresar a casa al menos una vez más.

Despues de unos días al fin llegaron hasta las dichosas fuentes y Meliodas se sorprendió al descubrir que estaban al aire libre. La entrada de la fuente del valor estaba entre algunas ruinas de alguna civilización antigua que claramente desconocía. Había escaleras de piedra de lo que suponía en el pasado fue un templo, pero ahora mismo no era nada más que un recuerdo vago de su antigua gloria, carecía de puerta, decorado solo con algunas lianas que colgaban hasta el suelo y tras entrar a estás mismas se encontró con el mismo escenario destruido.

Algunos pilares en el suelo, pequeñas ardillas huyendo de ellos y una clase de penumbra de la que apenas era consciente. Meliodas volteó a ver a Elizabeth inseguro, pensando que todo eso era una muy mala idea, pero para su sorpresa ella se veía bastante familiarizada con su entorno.

Caminó con el rostro estoico por aquel pasillo de piedra opaca siendo seguida por su escolta hasta que llegaron al fondo y el indiscutible sonido del agua cayendo lo hizo saber que estaban en el lugar correcto. Desde aquella montaña en la que la fuente estaba recargada, una corriente de agua caía hasta abajo para formar una hermosa especie de "laguna" de agua cristalina, esta se encontraba llena de tal forma que seguro le llegaría hasta el estómago si se introducía (gracias a su pequeña estatura) por lo que deducía que a la princesa le llegaba hasta el vientre.

De aquella "laguna" el agua seguía fluyendo por un sistema de acueductos que lograban hacer que el líquido bajará hasta formar el río que vieron fuera del templo en ruinas.

Pero lo más importante no era eso, si no que en el centro del mismo lago, una estatua de la deidad suprema se alzaba ante ellos con su sonrisa de paz y el rostro frío tallado en la piedra.

Admirarla de esa forma le causó escalofríos a Meliodas, quien nuevamente miró a la princesa con duda.

—No parece un lugar seguro—

—Aunque no lo creas, lo es—suspiro la albina con resignación y se quitó su capa—Mi padre decidió que no sería correcto tratar de restaurar la fuente, dijo que era más sagrado si se quedaba de esta forma...—se alzó de hombros—pero eso no evita que todos los años mandé a un grupo de construcción para conservar las ruinas en el mejor de los estados—

—Ya veo—murmuró.

—Por eso aún tenemos este techo—señalo la extraña cúpula que se cernia en sus cabezas. Sin duda parecía inestable, pero confiaba en que los trabajadores hayan hecho bien su trabajo, no quería tener que salvar a la princesa de que alguna roca pudiera aplastarla.

—No pensé que fuera unas ruinas—

—Esta parte del reino es conocida por eso, Mel—suspiró—En está jungla es común ver toda clase de ruinas ancestrales, con forma de búhos y dragones en su mayoría. Todavía estamos tratando de descubrir a qué civilización pertenecieron —

—¿Así que siguen sin saber quién las construyó?—la joven asintió con la cabeza, sin querer decir nada más y tras soltar un último suspiro sus mejillas se pusieron coloradas por algo que Meliodas pudo sentir como vergüenza y se dio la media vuelta evitando ver al rubio a los ojos.

—Necesito...cambiarme de ropa—no dijo nada más, pero eso fue todo para el de cabellos rubios supiera lo que quería. Deseaba que saliera un poco de las ruinas para que ella tuviera privacidad.

Alejando cualquier pensamiento impuro que debía evitar para mantener la cordura, Meliodas salió a tomar algo de aire fresco dejando a la joven princesa en soledad para que pudiera cambiarse, aquel tiempo a solas lo utilizó para contar cuántas provisiones tenian y comenzar a distribuirlas para los días que quedaban, lo bueno que podrían comprar cosas en Bernia, cuando fueran. Se aseguró de alimentar a los caballos y acercarlos al río para beber un poco de agua y cuando los ligeros pasos de la princesa lo hicieron voltear se encontró con una clase de belleza que nunca pensó admirar.

Elizabeth estaba sonrojada, con su vestido blanco llegandole hasta los talones y revelando sus pies decorados con unas sandalias de cuero. Su vestido carecía de mangas por lo que solo cubría hasta sus senos, revelando un escote algo pronunciado y dejando a su vista todos sus hombros y su clavícula. Si de por si eso no era suficiente, su cuello estaba decorado con una collar de oro y en sus brazos brillaban varios brazaletes de este mismo material.

—Listo—murmuró casi sin voz por la vergüenza que sentía y no se quedó a observar la reacción de su escolta ante su apariencia, volvió a entrar a las ruinas dejando a Meliodas sin aire y teniendo que controlar la ligera molestia que aquella visión causó en su entrepierna.

Cada vez todo era más difícil, no lograba saber cuánto más podría resistir sin perder el maldito juicio. Se veía tan hermosa de tal forma, tan pura como una diosa, parecía incluso una santa y él se sentía el peor de los demonios por tener pensamientos tan...impuros por ella.

Antes de entrar el rubio corrió hacia la corriente de agua fría en el río, se mojó el rostro tratando de disminuir desesperado el calor que sentía y solo hasta pudo sentir como todo en él se calmaba se atrevió a entrar.

Para su sorpresa Elizabeth ya estaba dentro de aquella fuente de agua. Justo como él lo había deducido, el agua le llegaba hasta el vientre y él se acercó con cautela sin querer interrumpir su rezo. Podía escucharla susurrando algo aunque no lograba entender bien que era.

—Te explicaré bien las cosas— dijo fuerte y alto sacándole un respingo al joven—Lo primero es que no puedes sacarme de esta fuente hasta que se cumpla lo que me dijo mi padre—meliodas alzó una ceja, sin comprender bien—Trata de resistir, no es necesario que tomes guardia, este es un lugar seguro—

—Elizabeth...—

—Y por último, por favor no me distraigas—

Entonces comenzó el verdadero castigo y conforme pasaban las horas Meliodas no pudo evitar sentir que la ansiedad comenzaba a carcomer lo vivo.

Las primeras cinco horas en silencio se le hicieron eternas, se había acostumbrado tanto a escuchar su hermosa voz que ahora todo aquello le abrumaba de una forma que nunca pensó sentir, pero después de las primeras 12 horas metida en aquel lugar, justo cuando la luna ya se había alzado, Meliodas comenzó a darse cuenta de que ese castigo no era solo para ella, sino que también para él...

Su alma se rompía y quebraba de solo observarla agua parada susurrando a las diosas porque se apiadaran de ella. No podía soportar admirar a su princesa no tomarse ni un solo descanso y no poder hacer nada ya que aquello eran órdenes directas del rey y de ella. Estaba condenado a solo ver, a solo quedarse ahí esperando a que aquella tortura terminara para ambos y pudiera consolarla por fin en sus brazos.

El rubio preparo una cena deliciosa que sirvió en dos cuencos, pero para su gran desdicha, sin importar el olor ella en ningún momento volteo a verlo o hizo algún movimiento que indicará que iba a salir de la fuente.

—Elizabeth ya es hora de cenar por favor...—

—Te dije que no me interrumpieras—lo cortó con la garganta algo reseca y luego volvió a ignorarlo para seguir con sus propias peticiones.

Meliodas sintió como su corazón se quebraba por solo presenciar aquello y supo que era tan fuerte su dolor que seguramente ella ya se había dado cuenta de su sentir, pero no hizo nada como para calmarlo.

El rubio no pudo comer más que solo unos pocos bocados y el resto se lo dio a los caballos, tampoco pudo pegar ojo en toda la noche ya que no consideraba justo que él durmiera plácidamente cuando ella seguiría en el mismo lugar por mucho tiempo más.

Durante el segundo día fue lo mismo, las 12 horas en los que el sol les estuvo sonriendo, el escolta se dedicó a mover la pierna de arriba a abajo, sentado en un pilar destruido y sin dejar de observar cualquier mínimo movimiento de Elizabeth que le indicará que debía de ayudarla. Algo, cualquier cosa con tal de poder sacarla de esa maldita fuente.

"—No puedo hacerlo. Se molestará mucho si la sacó de ahi—" pensó con amargura, sintiendo como cada vez era más difícil solo tener que observarla "—Solo dos días y dos noches más—" se consoló, pero aquella cantidad de tiempo le parecían una eternidad estando ahí adentro. Casi como si las diosas hubieran congelado el tiempo solo para hacerlos sufrir más.

¿Siquiera había pensado en sentarse un poco en el borde de la estatua? ¿Siquiera había pensado en beber un poco del agua cristalina para mojar su garganta?

La respuesta era no y saberlo era todavía peor. No podía, soportarlo más.

—Ellie por favor descansa un poco, no pasará nada si...—

—Silencio—gruñó, pero aquel sonido le salió más como un sollozo desesperado y las lágrimas también comenzaron a bajar por las mejillas morenas del joven.

¿Cómo era posible que incluso así pudiera seguir de pie? Una noche más donde la escuchó sollozar y rogar con todas sus fuerzas, una noche más donde comenzó a verla tambalear por culpa del cansancio y su hermoso cuerpo comenzó a temblar por el maldito frío de estar sumergida en aquella agua congelada por demasiado tiempo.

Maldita sea si seguía así seguro podría llegar a enfermar gravemente.

Inconcientemente el recuerdo de Matrona llegó hasta su cabeza y la claridad se alojó en sus ojos descubriendo lo que ella quiso decir

"—Meditando día tras día, ha intentado despertar sus poderes desde que era una niña. La pobre aveces hasta se enfermaba por pasar tanto tiempo encerrada en esas fuentes sin descanso—" ahora entendía porque solía enfermar, podía ver la razón justo frente a sus ojos.

Estuvo tan encerrado en su pena que pronto el tercer día se levantó y Meliodas solo podía estar contando los segundos para que ella fuera libre moviendo su pie en un tic desesperado. Él también estaba cansado, pero eso no importaba cuando ella estaba temblando con violencia de frío, él también tenía hambre, pero eso no importaba cuando ella estaba tambaleándose cada vez más perdiendo las pocas energías que le quedaban.

—Suficiente—gruñó al atardecer cuando por fin su paciencia llegó hasta su límite y caminó con seguridad hacia el agua con el ceño fruncido—Te sacaré de que aquí ahora—

—¡No te atrevas Meliodas!—su gritó lo hizo detenerse antes de poder siquiera tomar el agua—Solo debo...resistir...unas horas más—exclamó y su garganta estaba tan reseca que el rubio no sabía como no le sangraba.

Gruñendo de frustración y enojo, Meliodas se dio media vuelta y volvió a tomar asiento en aquel pilar para seguir con su vigilancia. Debía controlarse, la ira que burbujeana en su pecho estaba dirigida específicamente hacia su monarca y eso estaba mal, no podía odiar al hombre al que le servía fielmente, era incorrecto e inmoral. Pero ver cómo estaba lastimando a su princesa, a su ángel de esa forma era...horrible.

La noche cayó de nuevo, Meliodas ya no podía soportarlo más, quería gritar, llorar, tirarse al suelo y correr hacia ella para sacarla, pero todavía faltaban 12 horas más para poder cumplir su castigo. Solo 12 más...solo 12 más...

¡SPLASH!

El fuerte eco que causó algo duro cayendo al suelo rápidamente lo puso alerta alejando cada pizca de sueño que su cuerpo le había dado, abrió sus ojos al notar como se había quedado medio dormido inconcientemente y se puso de pie llevando su mano hacia el mango de la espada. Volteó hacia la entrada del templo descubriendo que en el exterior no había ningún indicio de alguna clase de ataque sorpresa del clan demonio y cuando sus ojos voltearon hacia la fuente...se quedó petrificado.

La princesa ya no estaba parada en el lugar de antes.

—¡ELIZABETH!—Toda su maldita resistencia se rompió en ese mismo momento. Corrió hacia la fuente metiéndose en el agua hasta que se detuvo en su pecho, sintiendo lentamente como el frío del líquido le calaba los huesos y se horrorizo aún más al ver cómo su joven princesa se encontraba desmayada en el fondo del agua. Agradeciendo porque no fuera tan profundo y que aún pudiera apoyar los pies en el piso, Meliodas se agachó hasta tomar el cuerpo de la princesa y la sacó del agua con rapidez.

—¡Elizabeth! ¡Por favor despierta, Elizabeth!—la sacudió pero ella no respondía y el pánico en serio se apoderó por completo de él—¡Elizabeth!

Volteo a ver la estatua de la deidad suprema con una profunda ira y luego sacudió el rostro de la inerte princesa en sus brazos. Sus ojeras oscuras bajo sus ojos, su palidez enfermiza, sus labios antes rosados completamente blancos y el pecho inerte. ¿Habría llegado tarde? ¿Acaso se habría ahogado?

—Ustedes le hicieron esto...—gruñó—¡Ustedes y su estúpida profecia! ¿¡Por qué le dieron este destino!?—

Antes de que pudiera moverse como para sacarla de ahí, o que pudiera continuar insultando a las deidades, Elizabeth se sacudió con violencia tosiendo al momento en que pudo sentir sus pulmones llenándose de aire y comenzó a sacar la poca agua que había alcanzado a entrar en su cuerpo. Luego gruñó debido al ardor que aquella horrible experiencia le había dejado y se sostuvo la cabeza tratando de detener el mareo.

—Es suficiente te sacaré de aqui—

—No...—objetó, y lo empujó con debilidad indicándole que debía de soltarla. Meliodas obedeció dejándola delicadamente sobre las aguas una vez más, sin embargo no le soltó el brazo y la miró con el ceño tan fruncido que a ella le causó un escalofrío—Solo unas pocas horas más, esto no es nada—

—Te desmayaste, pudiste haberte ahogado—Elizabeth negó como si aquello fuera algo que carecía de importancia y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas pálidas—Date cuenta que estás enfermando, unas horas más y tendré que llevarte de emergencia con algún curandero y no conozco a ningún maldito curandero en esta región—la sostuvo de ambos brazos con fuerza, delatando su desesperación y luego la miró a los ojos—¡Entiende por favor, ya no puedes seguir aquí!—

—¡Debo seguir!—sollozó—¡Si las diosas ven que soy una cobarde, mis poderes jamás van a despertar! ¡Debo terminar mi castigo!—

—¡Eso no importa Elizabeth, tú salud es lo importante!—

—¡El reino es importante y yo les estoy fallando a todos sin poder despertar mis malditos poderes!—se retorció tratando de apartarlo, pero no logro moverlo para nada. Ella estaba muy débil y él, pese a no haber comido ni dormido, seguía siendo mucho más fuerte que ella—¡No puedo parar!—

—¡Claro que puedes!—gruñó.

—¿¡Por qué pararía justo ahora!?—

—¡Por ti misma!—gritó—¡Hazlo por ti misma y por mi, por favor hazlo por mi!—suplicó.

—¿¡Por ti!? ¿¡Qué cosas dices, Meliodas!? —estalló y pronto eran tantas emociones que no sabía cuál era la predominante. Enojo, tristeza, desesperación, amor, pasión. Todo estaba combinado en un huracán violento que amenazaba con destruirlo todo...con destruirlos a ellos—¿¡Por qué insistes tanto en que pare!? ¡Este es mi castigo por haber sido tan imprudente contigo, deberías estar contento!—

—¡Jamás estaría contento con tu desgracia! ¿¡No lo entiendes!? No puedo soportar tener que verte más horas estando ahí metida!—aceptó—¡Ha sido una puta tortura desde que las primeras horas pasaron y me siento impotente de no poder ayudarte!—para ese punto las lágrimas también bajaban por su rostro y Elizabeth se sorprendió de escucharlo decir una mala palabra, era la primera vez que él decía algo tan fuerte en su presencia—Simplemente ya no soporto verte destruirte de esta forma por el bien de todos. Me preocupas demasiado por qué yo...yo...yo...—el brillo en sus ojos, las palabras atoradas en su garganta que no podía decir. Sus verdaderos pensamientos que por más que quisiera no podía pronunciar.

"—No soporto verte sin poder ayudarte—"

"—Por favor detén está locura, por favor para esto—"

"—Por favor déjame darte mi vida con un beso, déjame regresarte la vitalidad...—"

"— Ya no soporto verte así, siento que muero—"

"—Te amo...me he enamorado de ti—"

Y de alguna forma Elizabeth pudo darse cuenta, pudo ver las sombras en sus pupilas que indicaban que se estaba reprimiendo, podía ver el fuego en su espíritu que trataba de sofocarse a sí mismo y quedó tan cautivada que todos sus deseos salieron a la luz. ¿Será posible?...¿Acaso él podría llegar a sentir lo mismo...por ella?

—Dime la verdadera razón...—

—¿Qué?—murmuró sin poder comprender, pero así como estaba, débil y al borde del colapso, Elizabeth lo tomó fuerte de los hombros se acercó a él con el corazón temblando y dejó salir un fuerte sollozo mientras veía a través del alma del blondo.

—Dime la verdadera razón por la que te preocupas por mi—seria tan fácil mentirle, decirle que era porque ella era su mejor amiga y que la apreciaba mucho, podría simplemente decirle que era su deber mantenerla a salvo y eso también incluía su salud...pero no pudo hacerlo, las mentiras murieron en su cabeza mientras que dos simples palabras se abrían paso por su mente obligándolo a decirlas.

—No puedo...—susurró.

—Dimelo Meliodas—

—Yo no importo ahora Elizabeth, debo de sacarte de..—

—Saldre de la maldita fuente si lo dices—el blondo mordió su lengua y gruñó, sería tan fácil tan solo cargarla y sacarla sin tener que revelar su mayor secreto, pero a la vez, sentía que hacer eso a la fuerza sería lo peor que podía hacer. Tomando una gran bocana de aire y decidiendo que debía de arriesgarlo todo.

El rubio simplemente cerró los ojos, la tomó por la cintura sacándole un respingo de sorpresa y finalizó con llevar la mano contraria a su nuca para atraerla hasta su rostro y presionar sus labios.

Elizabeth apenas se lo pudo creer cuando sintió la boca de Meliodas sobre la suya en un beso que había deseado desde aquella vez en la bestia divina de Drole. Por unos segundos la princesa no correspondió al beso y el caballero se preocupó pensando que quizá había confundido las cosas y había visto señales donde no las había, pero antes de que pudiera arrepentirse de todo, la albina correspondió.

Suave y débil, pero su respuesta fue tan intensa que él sintió como si tomarán posesión de su cuerpo. La apretó más contra él aprisionandola entre sus brazos, beso con dulzura e intensidad aquellos labios suaves y dejó que su corazón hiciera de las suyas. Se sentía hermoso, sus pieles reaccionaban ante la cercanía, sus cuerpos amoldaban perfectamente y aquellos carnosos mohines eran lo más delicioso que pudiera haber probado nunca.

Se separaron solo cuando se les acabó el aire y el rubio la tomó fuerte del rostro acunando sus mejillas entre sus palmas aún sin abrir los ojos.

—Lo siento...—murmuró, jadeando—Lo siento tanto...lo lamento...lo lamento...lo lamento...—

—¿Por qué te disculpas?—

—Besarte ha sido un error catastrófico...—susurró contra sus labios, con la respiración agitada y un escalofrío de satisfacción recorrió toda la espina dorsal de la princesa. Tenían el cuerpo temblando de emoción y frío a la vez. Elizabeth aún estaba tan aturdida que aquellas palabras no supo decidir si le rompieron el corazón o se lo aceleraron más, pero fuera como fuera, dejó que su escolta volviera a besarla está vez con un poco más de fuerza presionando sus carnosidades sobre las suyas—Tocarte fue una mala idea...—sus ágiles manos bajaron desde su mejilla derecha y con la yema de los dedos comenzó un camino de caricias por su cuello, luego su hombro desnudo y finalizó en su brazo helado. Una sensación placentera la recorrió entera y jadeó en respuesta encantando el corazón masculino—Una calamidad...—se reprendió.

—Pero no te detienes—Meliodas abrió los ojos entonces, procesando las palabras de la princesa en su mente, alzó la mirada para poder observarla a ella. Lloraba completamente sonrojada, pero con una enorme sonrisa de satisfacción en el rostro que ocultaba las bolsas oscuras debajo de sus bellos ojos.

—Porque no lo deseo...—gruñó—Mi mente me grita que esto está mal, me dice que abra los ojos y que vea que tú eres mi princesa...—se inclinó más, para darle otro beso en sus labios, casto y suave, pero tan rápido como sucedió, Meliodas se apartó dejando a Elizabeth queriendo más—Pero mi corazón solo te quiere a ti—susurró—Soy un caballero se supone que no tendría que haberte besado, es un pecado, es impuro, pero no quiero detenerme, lo único que quiero es que tus labios sean solo mios—la beso de nuevo y luego bajo hasta sus mejillas para besarlas tambien—Quiero que tú seas mia—se estiró hasta dirigir su boca a su oído y luego lo besó de igual forma. Elizabeth tuvo que reprimir un gemido con un sonrojo—¿Por qué tiene que ser un pecado amarte tanto?—se quejó con un gruñido.

Y regresó a sus labios para devorarlos una vez más con más pasión. Fue como si en verdad le estuviera dando toda su vitalidad con aquel beso, Elizabeth se sintió repentinamente fuerte de nuevo, sus labios comenzaron a ganar color gracias a la presión de sus bocas y sus mejillas también recuperaron su característico color rosado mientras la vida le regresaba al cuerpo. Su confesión de amor la estaba casi rejuveneciendo.

La princesa no lo pudo soportar más, se le echó encima a su caballero escolta enrollando sus piernas alrededor de la cadera masculina, queriendo solo más cercanía de la emoción que tenía de que ambos sintieran lo mismo. Meliodas llevó sus manos justo hasta su trasero con rapidez, para sostenerla sin que ella tuviera que hacer mucho esfuerzo y contuvo todos los impulsos que le gritaran que apretara aquel delicioso melocotón.

No, no podría hacer tal cosa vulgar en ella, no aún al menos cuando todo eso era tan confuso. Solo la sujetó bien para que ella no perdiera el equilibrio y siguieron besándose jadeando y dejándose llevar por aquel poderoso sentimiento que los tenía unidos.

Y entonces lo supieron en verdad.

Ellos dos eran algo que no podía suceder...pero ¿Y si lo hacían suceder? Por muy arriesgado que sea, por más que sea impuro, indecoroso, por más que sea un pecado...simplemente había caído en las manos de ese hermoso ángel.

Y ya no había retorno, Meliodas no podía resistirse, no tenia la fuerza como para detener aquel sentimiento que sentía que lo estaba consumiendo. No era fuerte como para alejarse a si mismo de ella ahora que se consideraba un peligro para la pureza de la princesa y tampoco era capaz de vivir separado de Elizabeth. Ya no había un futuro si no estaba a su lado.

Irónico que el héroe que nunca caía, que nunca temblaba, en esos momentos se encontraba temblando en los brazos de una mujer completamente absorto en sus encantos.

—¿Deseas que me detenga?—preguntó separándose entre abriendo los ojos para admirar la expresión de puro deleite de la princesa, rogando a las diosas doradas porque la respuesta fuera "no". Meliodas agradeció cuando la joven princesa negó rápidamente con la cabeza, dejando de sostener sus hombros para colocarle los brazos al cuello—Te amo, te amo Elizabeth—

—Yo también te amo, tonto—rieron, con la luna y la estatua de la deidad suprema como sus únicos testigos de lo que había sucedido esa noche y que guardaría su secreto de haber visto nacer un nuevo amor.

Sin permitirle objetar, Meliodas los sacó a ambos del agua en el que estaban sumergidos. No le importaba que las órdenes del rey no se hubieran cumplido en su totalidad, eso nadie lo sabría más que ellos y aquellas fuentes por más sagradas que fueran podían irse muy al carajo. No iba permitir que siguiera matándose de hambre y de sueño pidiendo en susurros su deseo. No podía permitir que siguiera destruyendose a si misma y quedarse solo mirando.

Pese a estar sintiendo mucho frío, su prioridad era ella. Meliodas se aseguró de recargarla en las paredes de piedra en alguna posición cómoda y la soltó pese a los pucheros de la princesa, le colocó su mochila en la espalda para mayor comodidad, simulando una almohada y se apresuró a medio cerrar la entrada de la fuente con las lianas que colgaban. Al regresar prendió la hoguera cerca de la princesa, permitiendo que las llamas la calentaran, le colocó su capa sobre sus hombros y finalizó con colocarle una cobija sobre sus piernas mojadas para cubrirla por completo.

Luego se inclinó para depositar un beso sobre su frente y se dio media vuelta caminando hacia su caballo para sacar algo de comer. Elizabeth no lo quería lejos, no podía soportar no sentir su calor ni verlo. Hizo un puchero sintiendo que se moría sin estar en sus brazos y limpió sus mejillas húmedas. Sintió alivio cuando lo vió cargando varias cosas y observando todo pensativo.

—Por favor acércate a mi—pidio con timidez, el rubio pareció tenso ante aquella orden, pero tras unos segundos en los que se quedó quieto, alzó la cabeza instalando hondo y le sonrió para tranquilizarla, con aquella sonrisa dulce que siempre le mostraba y que a ella la llenaba de paz. Con lentitud se acercó a ella aceptando su orden, se inclinó de nuevo para darle un beso en la coronilla y finalizó con colocar la cazuela que tenía cargada sobre la hoguera y empezar a cocinar su cena.

—Meliodas...—el rubio volteo a verla—Estas mojado, por favor siéntate a mi lado—

—No haz comido en tres días—murmuró—No voy a descansar hasta que me asegure de que pruebes algo —Elizaneth se sintió enternecida, tanto que una lágrima más se resbaló por su mejillas. Asintió con una mueca rogando porque Meliodas no fuera a enfermarse por estar al aire libre y mojado.

Tras varios minutos de silencio entre ambos, el rubio terminó por fin su sopa de calabaza y tras servirla en un cuenco se lo extendió a la joven princesa. Al inicio ella no tuvo nada de apetito, al contrario, sentía algo de náuseas, pero no deseaba preocupar más al rubio por lo que muy a su pesar comenzó a comer, rápidamente el delicioso sabor le devolvió toda su hambre y no tardó en comer absolutamente todo.

El de ojos verdes sonrió con calidez, sirviéndole un poco más al ver aquellos ojos brillantes, luego se sirvió un poco de la cena él también y por fin se acurrucó al lado de la princesa. El caballero extendió la cobija lo suficiente como para que los cubriera a ambos, su cuerpo frío rápidamente entró en calor al pegarse al de ella y dejó salir un suspiro de satisfacción tras probar su propia comida.

Estando de esa forma, al lado de un fuego cálido, con el estómago lleno y tan cerca el uno del otro, Elizabeth permitió que el sueño la venciera. Dejó a un lado su cuenco vacío de comida, soltó un bostezo largo con los ojos casi cerrados y antes de poder caer dormida volteó hacia su caballero con timidez

—¿Te arrepientes de lo que sucedió?—le preguntó. Meliodas se sorprendió tras la repentina pregunta, pero antes de que el refinado caballero pudiera abrir la boca y arruinar las cosas. Se detuvo, observo sus intensos ojos azules brillando por cansancio, admiro sus pómulos rosados que habían recuperado color después de entrar en calor y finalmente admiró sus labios. Por supuesto que no se arrepentía, para nada.

A modo de respuesta el rubio pasó sus dedos por la barbilla de la princesa, hizo caricias en forma de círculo y finalmente la atrajo hasta sus labios para darle un último beso. Ambos se derritieron en el contacto, sus labios se movieron con dulzura sobre la boca de la joven, nada comparado con la desesperación que había usado para su primer beso e incluso fue un poco más atrevido y pasó su lengua por el labio inferior de la joven.

Sentían que los corazones se les salían del pecho, pero el momento mágico quedó guardado en su memoria.

—No—susurró—No me arrepiento de nada. Deseaba besarte como no tienes una idea—

Elizabeth sonrió complacida de lo que había escuchado, aunque ya se encontraba más dormida que despierta. Depósito un último beso sobre los labios de Meliodas a modo de despedida y dejó caer su cabeza en el hombro masculino, quedando dormida casi de inmediato, perdida en sus propios sueños de fantasía donde añoraba una libertad que quizá nunca conseguiría.

Por su parte el rubio permaneció despierto, en silencio, admirando el fuego como si fuera la cosa más interesante del mundo y haciéndole caricias a la princesa sobre sus cabellos platas. Eso había sido intenso y bastante inesperado, sus impulsos

AHHHHHHHHHHGSHSJDKXKXKDKDHV >W<✨

¡POR FIN! ¡DESPUES DE TANTOS CAPÍTULOS SE HA LOGRADO MI GENTE, SE DIERON UN BESITO (besote más bien jajaja)🤭

¿Qué les pareció? ¿Les gustó? Espero que si porque a mí me encantó.

Disculpen faltas de ortografía las corregiré cuando pueda que he estado muy ocupada estas semanas.

Y bueno ahora sí oficialmente la parte dos ha concluido, que por cierto:

⚔️Dato extra: Yo tenía planeado que la parte dos terminara de dos formas, o con un beso o con la primera vez que se dijeran "te quiero" al final por como se desarrollaron las cosas, terminé decidiendo qué sería con su primer beso y aquí estamos ✨

Disfruten lo que sigue, les recomiendo hacerlo...👀

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