XXIX

Capitulo 29: Bernia bajo ataque

—¡Estamos bajo ataque!—los gritos de los pueblerinos eran bastante altos. El caballero que estaba haciendo guardia yacía muerto en la entrada de la aldea y aunque Meliodas lo vio solo de reojo, no pudo evitar sentirse terriblemente mal por eso. El joven había intentado evitar la entrada de los demonios, pero era obvio que no podría contra tantos, no solo...

Y mientras entraban él estaba muy tranquilo en la cima de la colina...

¿De verdad merecía la espada sagrada? La pregunta lo carcomia con cada día que pasaba, temía no ser digno de portarla, ¿Y si el rey hada se equivocó? ¿Y si la espada vio en él una mentira?. Era una de las razones de su silencio ante todos. Meliodas siempre sentía la necesidad de mantenerse fuerte para que el pueblo se sintiera fuerte, por lo mismo cargaba con sus penas en silencio.

"—Una muerte más en mi conciencia—" pensó para si mismo.

Sin embargo, aunque la frustración lo estaba desconcentrado, su habilidad no flaqueo en ningún momento. Le cortó la cabeza a un demonio gris que cayó en el suelo derramando sangre, clavó su espada en varios demonios rojos, esquivó las flechas que los demonios azules le lanzaban desde el cielo y en cuanto tuvo la oportunidad se subió a una de las casas, saltó desde el techo y clavó su espada en la espalda de uno de los demonios azules para poder derribarlo.

Los demás gritaron de rabia al ver esto y sus flechas se volvieron más felices mientras Meliodas las desviaba con la espada sin siquiera parpadear.

Que mal que no traía su arco, podría haberlos matado con una flecha entre las cejas si tan solo lo cargara en todo momento. Lamentablemente no solía cargarlo consigo mismo, pues con su espada era más que suficiente.

Cuando varios centaleones negros lo rodearon, el joven rubio dejó salir una exclamación de frustración. No temía por su vida, por supuesto que no, sabía que era capaz de acabar con todos completamente solo, sin embargo, no podía ignorar los cuerpos de varios pueblerinos que habían caído víctimas del atentado por hacerse los valientes.

"—No los cuentes—" se dijo, eso lo iba a distraer más, ser consciente de cuántas vidas se perdieron aumentaría la duda y la culpa, no podía dudar en medio de una pelea.

Saltó hacia atrás esquivando la espada de uno de las bestias con melena de león, luego desvío una de las flechas de los demonios azules para que le diera directamente a uno de los centaleones en el pecho y finalizó con saltar sobre el lomo de la bestia herida para clavar su espada en su cabeza.

El monstruo cayó muerto de inmediato, más los ataques de los restantes no habían cesado. ¿Cuántos malditos demonios más eran? Rápidamente movió sus ojos para hacer una cuenta rápida.

Dos demonios azules que atacaban desde el cielo, dos centaleones que bufaban molestos, tres demonios rojos que sería sencillo derrotar y un único demonio naranja.

No faltaba mucho para vencerlos, sin embargo era imposible ignorar el putrefacto hedor de todos los cadaveres de la orda de monstruos, manchaban las calles como si fuera su pintura maestra.

—¡Hyah!—antes de poder seguir con su ataque, la voz de su padre volvió a desconectarlo. El hombre de cabellos negros no tardó en usar su espada para asesinar a los tres demonios rojos que quedaban. Su hijo gruñó al verlo cerca y se apresuró a patear al monstruo naranja que se le acercó por la espalda a su padre.

—¿¡Qué haces aquí!?—

—¿¡Tu que crees!? ¡Ayudarte!—Meliodas sintió toda una mezcla de emociones, pero cuando lo que predominó fue preocupación negó la cabeza y pegó su espalda a la de su padre. Cada uno cubriendo la espalda del otro.

—¡No necesito ayuda, me entrenaste para vencer ejércitos solo! ¿Lo olvidas? ¡Eso estoy haciendo—el hombre se sintió mal al escuchar aquellas palabras, pero se obligó a mantener la cabeza fría, no era momento de dejar que las emociones lo consumieran.

Meliodas tenía razón, se deshizo de casi toda la orda por si solo en cuestión de pocos minutos, pero sin importar eso quería ayudarlo, era un capitán experimentado y esa sería la primera vez que lucharía verdaderamente como padre e hijo.

—Aun así, ayudaré en lo que pueda—

—Evacuando a los que quedan en las calles puedes ayudar—protestó y la espada maestra se movió con rapidez, interceptando el hacha del demonio naranja que había corrido a atacarlo, luego lo empujó lo suficiente para separarlo y le cortó la cabeza de un tajo salpicando todo. Pasó su muñeca por su rostro tratando de limpiar la sangre morada y sacudió su mano para tirarla.

Estaba hecho un completo desastre.

Su ropa estaba hecha girones y rota por los ataques que se la pasaba esquivando, parte de su rostro y piel estaban manchados de sangre de demonio, su espada brillaba con fuerza respondiendo a las órdenes de su amo, pero de igual manera se encontraba realmente sucia.

Suspiró dejando salir el aire y luego inhaló para concentrarse.

Lo bueno era que todos los monstruos restantes los tenían a ellos en la mira, lo malo, es que si la gente no se retiraba de las calles entonces alguno podría desviarse y comenzar a atacar de nuevo a los pueblerinos. La mayoría estaban escondidos en escombros, en shock sin moverse y otros se estaban regresando por sus cabras y vacas para que los monstruos no las mataran.

Ya había casas destruidas, los huertos estaban pisados con las hortalizas regadas por todos lados, un poco de fuego comenzaba a cubrir la visión del caballero y los cadaveres...

Si sufrían más perdidas humanas sería...

—¡Rápido, por aquí!—

¿Esa era...?

—¿Qué?...—murmuró al reconocer la voz femenina y sus ojos verdes se desviaron hacia la princesa Elizabeth, la joven no solo se encontraba de pie en el centro de la plaza, si no que también habia descubierto su rostro para que el pueblo la reconociera y mantenía bien sujetado a su lado a su hermano Zeldris, el pequeño tenía el arco preparado para cualquier cosa, con los ojos cargados de miedo, pero una sonrisa confiada.

—¡Gelda!—su hermanito gritó con terror cuando una niña pequeña de trenzas tropezó al correr hacia ellos, siendo seguida por un demonio azul. Meliodas volteó el pie dispuesto a ir hacia él, pero para su sorpresa, su menor le lanzó una flecha al demonio que le dio en la pata para ahuyentarlo y fue por la pequeña para tomarla. La menor le sonrió entre lágrimas, sosteniendo su mano ya menos corrieron de regreso a dónde la princesa los estaba reuniendo a todos.

Un sentimiento de terror lo heló en su lugar dejándolo completamente paralizado, era como vivir una maldita pesadilla, pues las dos personas más importantes de su vida se encontraban justo donde NO deberían de estar. Arriesgando sus vidas para que los demás pudieran tener un nuevo amanecer.

¿¡Qué parte de "quédense aquí" no entendieron!?

Elizabeth pudo darse cuenta de lo que había sentido, porque alzó la mirada de inmediato buscando sus ojos y se detuvo un poco para observarlo profundamente. Lo único que hizo fue sonreírle, buscando brindarle un poco de consuelo, pero sus labios se curvaron hacia abajo cuando aquellos hermosos ojos azules se desviaron hacia un lado. Un niño acababa de ser herido por el mismo demonio azul que su hermano había aumentado, la flecha le había dado en su hombro haciéndolo caer entre lloriqueos y, para sorpresa de Meliodas, Elizabeth no lo dudo y corrió hacia el joven herido, sin importarle que el mismo demonio ya les estaba apuntando con otra flecha.

Lo tomó con cuidado, colocando su brazo en una posición para evitar que se moviera, luego lo cargó para llevarselo, manchando su hermoso vestido con sangre roja, sin embargo para cuando se puso de pie, la flecha ya había sido disparada, apuntándole a ella.

Eso lo hizo reaccionar, salió corriendo justo cuando vio la flecha salir y empujó a Elizabeth junto al pequeño ignorando el dolor que le llegó en el brazo. Luego se dio la vuelta con rapidez tomando su espada como si fuera una lanza y la lanzó para darle justo en el pecho al monstruo.

El demonio azul cayó en el suelo, sangrando y chillando mientras los ojos opacos del blondo se desviaban a la princesa, la recorrió de arriba abajo para asegurarse de que no estuviera herida y finalizó con gruñir con clara molestia.

—¿Qué está...?—pero se quedó callado al ver que su atención no estaba en él y bajó sus ojos mientras cada pizca de molestia se esfumaba para dar paso a la compasión.

El niño del pueblo lloraba en los brazos de su princesa, aferrándose a ella como si fuera su salvavidas y ella lo consolaba con dulzura besando su frente suavemente. Le susurraba que todo estaría bien y se aseguraba de que su brazo no se moviera para evitar que lo siguiera lastimando.

—Despues hablamos—le susurró, indicando que no era un buen momento como para reprocharle su imprudencia y entonces sus ojos azules bajaron hasta ver el rastro de sangre que comenzaba a caer. Lo miró con preocupación y Meliodas desvío su mirada para poder ver.

No era grave la herida, solo era un ligero rasguño que le había causado la flecha, dolía, pero podía soportarlo.

—Siga evacuando a los que quedan y por favor, no se ponga en peligro—suspiró—Sabe que no lo soportaría...—la princesa asintió de inmediato, con una pequeña sonrisa y le guiñó el ojo. Apenas terminó, ambos se separaron cada quien por su lado para seguir con lo suyo y salvar a tantos como pudieran, Elizabeth siguió llamando a los que estaban escondidos entre escombros, siendo seguida por los pueblerinos que murmuraban y susurraban de la razón por la que su princesa se encontraba entre ellos.

Meliodas por su parte corrió hasta tomar su espada del cadáver del demonio y fue hasta donde estaba su padre para socorrerlo. Nicolás se encontraba en el suelo resistiendo los ataques potentes de la bestia como podía.

—¡Te estás haciendo viejo!—se burló un poco, ganándose un bufido de su progenitor cuando él terminó con el centaleon de un movimiento, clavó su arma en su pecho justo en el corazón y antes de que el monstruo pudiera dar su último ataque, el blondo sacó el arma y la clavó en la mandíbula de la bestia.

Meliodas sonrió, pese a que por dentro el miedo seguía palpable por su hermano y por Elizabeth, pero se obligó a mantener la cabeza fría y todo bajo control, solo faltaba poco para terminar con todos. Le extendió su mano a su padre, quien la tomó de inmediato poniéndose de pie y volteo a ver al último demonio azul que quedaba vivo.

—Tú te encargas del centaleon y yo del último demonio azul—

—Pense que eso era obvio, tu edad ya no te permite luchar con centaleones—volvio a burlarse, con la diferencia de que ahora su viejo padre sí se rió. Una pequeña carcajada salió de sus labios y negó.

—No es por mi edad—se justificó aún entre risas, sus ojos se movieron, esperando la oportunidad perfecta para lanzar su espada y matar al demonio—Tantas heridas de batalla te van quitando movilidad...lo entenderás cuando seas mayor—Meliodas rodó los ojos y bufó.

Solo un monstruo más y esa pesadilla podría terminar. Lo bueno que ahora sí toda la gente del pueblo se encontraba camino colina arriba para hacer un recuento de heridos y de fallecidos.

—Espero no—Nicolas no le pudo decir nada, en ese momento Meliodas corrió hacia su oponente al mismo tiempo que la bestia se lanzaba contra él con su lanza.

El rubio terminó con él con facilidad. Esquivó sus ataques mortales, se aseguró de alejarse de las patas para evitar que estás lo patearan y para cuando finalmente pudo ponerse detrás del monstruo, se subió a su lomo, paso la espada por enfrente haciendo presión en el cuello grueso de la criatura y lo rebanó como si no fuera nada más que una fruta suave.

Saltó de encima de la bestia para ver como esta caía al suelo gimiendo mientras la vida se iba de sus ojos y volteo para ver a su padre. Su progenitor ya había acabado con el último y le sonreía con orgullo mientras admiraba como quedó él lugar.

Usando todo el coraje que poseía, Meliodas hizo lo mismo, sus ojos se pasearon por su aldea natal y reprimió cada pizca de decepción y tristeza que luchaba por derrumbarlo. Solo el inicio de la aldea había quedado destruida, el fuego se extendía pronto por lo que debían de apagarlo antes de que consumiera las casas que no habían salido dañadas, la plaza del centro estaba destruida con la fuente derramando su agua por el suelo y todo el lugar se había convertido en el cementerio de la orda que los había atacado.

En cuanto varios cuerpos de humanos comenzaron a hacerse visibles tras terminar la catástrofe, el héroe se obligó a rezar a las diosas para pedirles autocontrol y no romperse ante los ojos de su padre por la culpa. Todos ellos habían muerto por él.

Las familias llorando no se hicieron esperar, en cuanto Meliodas y Nicolás subieron la colina para ver a todos, se encontraron con un mar de lágrimas y gritos.

Los heridos estaban siendo tratados como podían por las sacerdotisas y médicos, con lo que tenían a la mano vendaban las heridas que serían tratadas en cuanto volvieran a bajar (si es que su sanatorio no había quedado destruido), los hierberos se encontraban creando rápidamente una plasta de plantas para colocar sobre los orificios de flecha de algunos y los que sufrieron quemaduras solo podían quejarse.

Al verlos subir, los llantos fueron más audibles, con algo entre la alegría y el alivio, el pueblo se levantó para rodear a su héroe con abrazos y alabanzas. Poniéndose de rodillas ante Meliodas como tantos solían hacerlo y el joven rubio se tensó en su lugar. No importaba que tanto sucediera eso, odiaba que pasará. No podía resistir el cargo de conciencia que le quedaba al ver cómo se ponían de rodillas y le agradecían.

¿Acaso no se daban cuenta de cuántos muertos hubo? ¿Acaso no lo culpaban por haber estado distraído? Él pudo haber detenido eso antes, pero su mente estaba en otro lugar y no se dio cuenta del ataque hasta que los monstruos ya estaban adentro.

El joven soldado que conoció por la noche murió por su culpa, el anciano que no alcanzo a salir de su casa murió por su culpa, el niño que jugaba en la entrada y que fue masacrado por los demonios murió por su culpa...

La cuenta se haria más larga cuando se levantarán los escombros y todos los cadáveres salieran a la luz.

¿Por qué no veían eso? ¿Por qué no veían sus errores y le gritaban y lo culpaban por haber sido descuidado? No era digno de ser un heroe, no era digno de portar la espada sagrada, no era digno...

—¡Meliodas!—la voz que siempre lo sacaba de su pozo oscuro lo hizo alzar la cabeza y los que se encontraban agachados ante él se apresuraron a quitarse para dejarla pasar. La princesa Elizabeth corrió hacia su caballero escolta con los ojos cubiertos de lágrimas y ante la mirada de todos se lanzó a cubrirlo en un abrazo cálido que él no se atrevió a corresponder—Me alegra tanto saber que estás bien, aunque era obvio, tú siempre logras derrotar a todos tus enemigos—rió, luego se separó un poco y le dio un pequeño golpe en el pecho—No he terminado de decirte cosas, hablamos luego, pero por ahora...—se separó por completo desviando la atencion al pueblo, él también lo hizo, envuelto en su silencio habilidad y pese a que su rostro no mostraba emoción alguna, sus mejillas estaban coloradas en un sonrojo—Tenemos cosas que hacer—

—Si...—murmuró.

—Volvamos a la aldea, los más fuertes carguen a los heridos, los llevaremos primero para atenderlos en el templo, ahí hay más espacio. Los que tengan conocimientos médicos ayuden a tantos como puedan, los demás vayan atrás—ordenó con una sonrisa y la gente comenzó a movilizarse para acatar las órdenes de su princesa. El pueblo no pareció tomarle mucha importancia al abrazo de la princesa, todos lo habían relacionado a que ella estaba igual de agradecida que todos—Ya podremos valorar los daños cuando estemos abajo—

—¡Salve nuestra princesa Elizabeth!—

—¡Que las diosas protejan a la princesa!—

—¡Gracias por todo, Majestad Elizabeth!—

Lo que Elizabeth claramente no se esperaba, era que así como habían comenzado a alabar a Meliodas, los agradecimientos rápidamente también fueron dirigidos a ella y la joven se aferró a la mano de su escolta mientras el amor de su pueblo descongelaba un poco de la pena que cubría su corazón.

Lágrimas gruesas comenzaron a salir de sus ojos azules y todo su cuerpo tembló. Era la primera vez que su pueblo verdaderamente le mostraba respeto y cariño, no lo hacían obligados, no lo hacían por aparentar ante su padre ni porque temieran las consecuencias. Lo hacía porque en verdad estaban agradecidos.

Pese a lo feliz que se encontraba, ella misma se mantuvo en total calma caminando hacia los niños que la veían como si fuera una especie de angel enviado por las diosas y que la seguían sollozando sin dudarlo. Su hermano menor se encontraba entre ellos y al ver la mirada severa que Meliodas le dedicaba, agachó la cabeza y camino tembloroso hacia él.

—Yo...—

—Hablaremos luego—fue lo único que Meliodas le dijo, Zeldris no se atrevió a ver a su padre, sabía que lo miraría con la misma desaprobación que su hermano mayor. Tan solo se mantuvo al margen siguiendo a la princesa e indicándole a los que se quedaban atrás que siguieran avanzando.

Los heridos fueron tratados rápidamente, apenas las sacerdotisas hicieron espacio se levantó un campamento afuera y adentro del templo. Aquellos que perdieron sus hogares se mantuvieron en aquellas carpas que se levantaron mientras que la princesa organizaba todo para que se pudiera resolver la situación.

Llevaba hiervas para atender heridos, cargaba cubetas de agua para los que tenían fiebre o los heridos por quemaduras, se paseaba por los que estaban cocinando para ayudar a servir la comida y entregarla y luego corría de nuevo hasta donde los más fuertes se encontraban levantando los escombros y llevando los cuerpos al centro de la plaza.

Tras ser cubiertos por una sábana y reconocer a los familiares, se decidió que se haría una ceremonia improvisada para rezar a las diosas por su eterno descanso y luego se les daría la digna sepultura que merecían. En total hubo 15 perdidas, de los cuales solo dos fueron niños y cuatro fueron ancianos.

Durante todo momento Meliodas no volteo a ver a nadie, sin importar que le ofrecían comida, que lo abrazaban o que lo llenaban de agradecimientos, el caballero rubio se dedicó a llevar los escombros afuera de la aldea y a limpiar los cadáveres de los monstruos para evitar el mal olor en el lugar. Cuando el último demonio quedó finalmente afuera del lugar, le ayudó a varias personas a limpiar las calles para que la sangre putrefacta de las criaturas no causará más malestares a todos.

Se llevaron todo el día cada uno ocupado en su respectivo asunto. Atendiendo a tantos como podían y ganándose el amor de todos los habitantes de Bernia. Para las altas horas de la noche, Meliodas se ofreció a hacer guardia para la seguridad de todos, sin embargo, el pueblo no quería que su héroe se sintiera tan agotado.

Había acabado con todos los monstruos prácticamente solo, su padre la había ayudado con algunos, pero los cientos que habían entrado él los había exterminado en minutos. Ya había hecho bastante y todos le rogaron que fuera a descansar. Lo tenía más que merecido, para asegurarse de que no hiciera guardia, muchos hombres se reunieron para ellos turnarse en proteger a quienes iban a dormir, entre aquellos hombres se encontraba su padre quien le aseguro que estaría bien, al fin de cuentas seguía siendo un capitán que había hecho muchas guardias en su vida y los que no poseían alguna espada o hacha, tomaron sus instrumentos de jardinería como arma por si se ofrecía otra pelea.

La valentía de su héroe los había inspirado, todos sabían luchar por proteger era la mayor de las virtudes y morir por salvar a la gente sin duda alguna era un sacrificio que ellos estaban dispuesto a aceptar. Estaban tan agradecidos con él que solo querían verlo descansar después de todos lo que les había ayudado.

Meliodas se sintió tratado como humano por primera vez en su vida y aunque las lágrimas llenaron sus ojos, no les mostró debilidad en ingum momento. Durante toda su vida lo habían tratado como un dios o como cualquier ser sobrenatural cuyo único propósito era la lucha, cuyo único valor radicaba en la espada que siempre portaba y solo Elizabeth y los pueblerinos de Bernia se habían detenido para dejar de lado sus deseos y permitirle a él ser tratado como una persona.

Nuevamente la culpa lo golpeó como el peor de los dolores y se retiró de ahí dispuesto a regresar a su casa y darse un baño. Apestaba a monstruo muerto, había estado en prácticamente harapos durante el resto del día y lo único que quería en esos momentos era encerrarse solo y llorar lo que no había podido hacer en todo el día.

Prácticamente corrió hasta su casa, tomó la cubeta yendo hasta el pozo y llenó la tina del cuarto de baño que tenían, se quitó las ropas que al inicio del día habían sido casuales y cómodas y sin importarle que el agua estuviera fría se introdujo en la tina. El picor del frío sobre la herida de su brazo fue lo único que lo hizo saber que estaba vivo y entonces completamente solo se permitió llorar.

El estarse congelando en el agua se sentía como un castigo merecido que debía de recibir por no haber podido salvar a los 15 fallecidos. Primero fueron sollozos suaves y silenciosos, pero conforme fueron pasando los minutos y el ardor en su piel aumentaba, sus quejidos se convirtieron en verdadero llanto, escandaloso y profundo. Meliodas trató de manera desesperada reprimir los sonidos por si alguien lo había seguido, pero por más que lo intentaba no podía lograrlo.

—Mel...—se sacudió violentamente en el agua cuando alguien entró de manera imprevista al cuarto de baño y se sonrojo todavía más cuando pudo ver el cuerpo de la princesa a través de su mirada nublada.

—¿Qué haces aquí?—

—¿Tú qué crees que hago aquí?—se quejó como si fuera algo obvio y se acercó a él hasta tocar el agua. Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de la princesa a la vez que el frío le calaba los huesos y lo miró con el ceño fruncido—Esto está helado—

—Yo...yo pensé...bueno...—la vergüenza de que lo hubiera descubierto llorando no era tan grande como la vergüenza de que lo estuviera viendo sin ropa. El caballero pegó las rodillas a su pecho para evitar que la princesa pudiera ver cierta parte de su anatomía, sin embargo ella en ningún momento se mostró incómoda, al contrario, parecía molesta de que él estuviera tomando aquel baño helado.

—No te muevas de aquí, calentare algunas cubetas de agua—

—N-No debes hacer eso, al contrario soy yo quien debería prepararte un baño caliente y...—ella lo silencio con su mirada decidida, lo empujó de los hombros con suavidad hasta recargarlo en la bañera y luego finalizó con darle un beso en su frente con cariño. Meliodas no sabía cómo sentirse y cuando la mezcla de emociones fue enorme ella solo atinó a reírse.

—Espera un poco—besó su nariz—Yo tomaré un baño más tarde, cuándo tú hayas salido, ¿Si?—

Los siguientes minutos los pasaron en un silencio tranquilo que ocultaba muchas cosas. Meliodas admiró a la princesa traer cubetas de agua que calentó con una pequeña hoguera controlada que tenían en su cuarto de baño, en cuando se daba cuenta de que estaba lista, corría hacia él con cuidado de no derramarla y la dejaba caer sobre la tina.

Pronto el agua helada se encontró mojando todo el piso de su casa y la calidez que Elizabeth le estaba ofreciendo comenzó a relajar sus músculos.

Tras asegurarse de que el agua ya estuviera lo suficientemente calida, la joven utilizo un poco de jabón que uso sobre su cabello y Meliodas no podía creer que tenía a la mismísima princesa del reino lavando sus cabellos rubios para quitarle toda la sangre seca de monstruo. Él siguió llorando en sus brazos, sintiendo la confianza necesaria como para poder demostrarle sus emociones solo a ella. Se permitió dejar salir todo lo que se había guardado en el día comenzando con las dudas que su padre había sembrado en él y permitió con vergüenza que ella lo ayudase.

Le dejó caer más agua caliente sobre su cabello para enjuagarlo y suspiró cuando se aseguró de que se encontraba limpió.

—Fue culpa mía...—comenzó cuando la mirada de la princesa le indicó que estaba esperando paciente a qué él le dijera lo que estaba sintiendo—Sus muertes...si tan solo no hubiera estado tan distraído, hubiera escuchado a los demonios desde antes...habría evitado sus muertes...—sollozoso y se olvidó de la vergüenza en cuando aquellos delgados brazos lo rodearon para abrazarlo—Aveces siento que no soy digno de usar la espada sagrada... aún no sé cómo pudo escogerme a mi como su portador—

—No es culpa tuya, no sabíamos que esto iba a pasar. Tú eres más que digno para portar la espada Meliodas, eres el único humano al que yo le entregaría esa arma—besó su frente, sus mejillas, su nariz y pronto ella terminó tan mojada como él debido a la cercanía y a todo lo que había hecho para calentar su baño.

—Pero yo estoy entrenado para esto, debí haber estado alerta, debí de haber sido más rápido, debí...—

—Ya basta Mel—susurró contra su oído besando el rostro del caballero que derramaba lágrimas sin parar y lo llenó de todo el amor que sentía por él.

Elizabeth claro que sentía vergüenza de tenerlo desnudo ante ella, pero al ver lo destrozado que se encontraba, se obligó a mantener la compostura y demostrarle cuánto lo amaba. Lo había logrado, pues al final el sentimiento de vergüenza los había abandonado a ambos y ya solo existían ellos dos.

—No te tortures con esto, no fue culpa tuya—

—Pero...—

—No ha sido culpa tuya—lo interrumpió con la voz más severa, tratando de que entendiera lo sucedido—Mel, velos a todos—sonrió—Eres su héroe, haz salvado la aldea, los haz ayudado en la limpieza y los haz llenado de esperanza y coraje—

—Pero, los muertos...—

—Hubiera muerto todo el pueblo si no hubieras estado aqui—eso era cierto, muy en el fondo lo sabía y eso ayudó a qué parte del ardor dejara de ser tan fuerte—Tú fuiste su héroe, evitaste que los demonios siguieran avanzando, trataste de evitar el menor daño colateral posible y todos lo saben, por eso no te culpan—nuevamente se mantuvo en silencio, suspirando de manera larga y pesada. La princesa se separó de su abrazo dejándolo desconcertado solo para moverse de lugar, le dio media vuelta solo para poder admirar la herida en su brazo y corrió por un trapo para poder limpiarla de manera correcta y hacerle la curación necesaria—Si es que ellos están vivos es gracias a ti. Pero aún así, fuiste muy temerario al enfrentarte a todos tú solo, te arriesgaste demasiado, ser valiente no te hace inmortal, recuérdalo—lo reprendió con calma y al darse cuenta que ya habían llegado al momento de esa plática él frunció el ceño.

—¿Por qué no te quedaste en la colina?—Elizabeth suspiro aceptando el regaño y siguió limpiando la herida. Temía que pudiera infectarse al haber estado expuesta a la sangre de demonio—Elizabeth fue muy peligroso lo que hiciste, eran cientos de demonios, cualquiera pudo haberte lanzado su arma y te habría matado—un escalofrío lo recorrió ante la visión y gruñó—Te pedí que te mantuvieras segura y lo primero que hiciste fue correr al peligro—

—No podía quedarme sentada de brazos cruzados y ver la destrucción—contra atacó con voz baja y negó suspirando—Zeldris me rogó que lo acompañara por su arco, quería ayudarte, no podía dejarlo ir solo. Además, yo también quería ayudarte Meliodas, no sé pelear, pero puedo mover a la gente. Ellos siguen siendo mi pueblo y como su princesa no podía dejarlos solos—el rubio volvió a gruñir pero está vez molesto con su hermano menor, ¿Cómo se le ocurrió correr al peligro cuando claramente no podía con ningún adversario? Pero sin importar su molestia, sabía que Elizabeth tenía razón y saberlo bajó un poco su nivel de enojo—Zeldris fue muy valiente y lo acompañe en todo, para protegerlo con mi vida, porque sé lo importante que es para ti así que no podía permitir que sufriera algún daño—

—Tú también eres importante para mí, demasiado, Elizabeth—se quejó—Si te hubiera pasado algo, el mínimo rasguño, ¿Sabes lo culpable que me habría sentido?—ella se encogió en su lugar y tras ver eso Meliodas negó con la cabeza. Debía de controlarse, no debía descargar su enojo en ella cuándo sabía que la princesa tenía razón, su ayuda fue muy útil, pero se arriesgo demasiado. Debía pensar con la cabeza fría—Pero te lo agradezco...—al escuchar esas palabras la joven alzó la mirada sorprendida y se encontró con la mojada mano de Meliodas acariciando su mejilla. Ella estaba sucia de estar entre escombros, humo y tierra, pero aún así seguía siendo hermosa—Sin ti y sin Zeldris muchos no habrían alcanzado a evacuar, mucha más gente habría muerto y los heridos no se estarían recuperando de no ser por tu plan rápido de transportarlos y atenderlos primero—una sonrisa luminosa cruzó el rostro de la princesa—Serias una increíble Reina, tú pueblo está agradecido contigo—

—Aún es pronto para pensar en la corona—murmuró con el rostro sonrojado—No olvides que soy la heredera a un trono de nada...o eso dice la gente—luego dejó salir un suspiro pesado de preocupación y pena a lo que el rubio se acercó para poder besar su frente. Elizabeth sonrió agradeciendo el ánimo que le daba y besó la palma de la mano de su escolta, ambos sumidos en el amor y la confianza que se tenían—Estos ataques a aldeas se han vuelto cada vez más frecuentes, los monstruos se han mostrado más organizados, más inteligentes y más violentos—Meliodas asintió, pensando lo mismo que ella. Sabían que esa era la razón.

—Lo sé, el rey me ha enviado a muchas misiones para deshacer campamentos enteros de monstruos. Se están organizando para algo...—

—Me preguntó si es una señal del retorno de la bestia oscura—el silencio entre ambos se llenó de la amenaza de aquel ser poderosos que debían vencer, pero antes de permitir que el ambiente de amor fuera destruido por las dudas, la princesa sonrió, tomó el rostro de su escolta entre sus manos y luego lo besó.

Meliodas agradeció el contacto de inmediato, había deseado un beso suyo desde que comenzó el día y la vio en aquel hermoso vestido que le había comprado. Se derritió entre sus labios, saboreando aquellos mohines rozados como el postre más delicioso, se aferró con fuerza a su mejilla para impedirle escapar y lamió con dulzura su labio inferior para pedirle entrar.

Ambos abrieron los ojos para mirarse y tras unos segundos intensos, la princesa abrió la boca y cerró sus ojos nuevamente. Meliodas no dudó ni un segundo, metió la lengua en su boca para poder saborearla mejor. Elizabeth no se resistió, dejó salir un suspiro de satisfacción al sentir como su escolta la exploraba por completo y para cuando el fuego en sus corazones fue más intenso, la princesa le echó los brazos al cuello para atraerlo aún más.

Antes de que las cosas escalaran aún más y sintiendo como cierta parte de su anatomía se endurecia, Meliodas se separó de ella con rapidez dejando a la sonrojada princess confundida, luego juntó sus frentes con los ojos aún cerrados y frotó sus narices para recuperar la cordura.

—No aún...—fue lo único que susurró para que ella pudiera entenderlo y al saber a lo que se refería, enrojeció completa—Es muy pronto y yo...no podría manchar tú honor como princesa de esa forma—

—Yo solo te quiero a ti—susurró Elizabeth y las palabras de su padre se clavaron en la mente del rubio.

"—Ella es una princesa, tú su caballero, es algo imposible que suceda—"

"—Si en verdad la amas, la dejarás ir—"

—¿Estás completamente segura de eso?—su respuesta era lo único que necesitaba. Era lo que lo ayudaría a decidir que camino iba a cruzar. El del caballero perfecto y recto o el del joven enamorado—Yo solo te quiero a ti Elizabeth, eres todo lo que anhelo en esta vida. Te amo con locura y necesidad y estoy seguro de que no amaré a nadie más de la forma en la que te amo—el aire salió de los pulmones de la joven al mismo tiempo que su corazón se aceleraba—Asi que dime por favor...¿Me amas de la misma forma? ¿Estás segura de que solo me quieres a mi?—necesitaba saberlo.

Hacerle caso a las advertencias de su padre y alejarse, pintar la línea de nuevo, mantenerse al margen con la princesa y permitir que ella cumpliera con su destino al casarse con algún príncipe o noble que sería mucho más digno de tener que él...

O dejarse llevar por su corazón, sucumbir ante sus anhelos, poseer a la princesa y entregarle más que su corazón, sino que también su espíritu, su futuro, sus deseos, todo de él, con tal de poder ofrecerle algo digno que ella tomaría a cambio de quedarse a su lado.

—Estoy completamente segura de que solo te quiero a ti—susurro en jadeo que pareció un gemido y Meliodas permitió que su cuerpo lo sintiera—Te amo Meliodas, te amo como nunca pensé llegar a amar a alguien. Quiero que estés a mi lado toda mi vida—

—Espero no te arrepientas en un futuro—volvio a besarla, sintiendo como las advertencias de su padre salían de su cuerpo justo como la sangre de demonio ya se había caído por completo de su piel.

Ella era lo único que quería y deseaba, ella y solamente ella. Elizabeth era su destino, la princesa era su camino. Nunca se había sentido vivo hasta que la conoció y descubrió lo que el amor podía hacer en el caballero más diestro y recto de todos.

Sentía que se estaba volviendo loco. Cada beso era como beber un afrodisíaco, cada caricia era un llamado a pecar, cada mirada de sus hermosos ojos azules lo ponían a sus pies esperando a cumplir todos su deseos. Y así iba a mantenerse siempre, porque por más que su padre tratara de hacerlo entrar en razón, Meliodas ya había tomado un camino diferente por el que nunca debió meterse, ya era demasiado tarde como para arrepentirse de lo que había hecho y ahora era esclavo de sus emociones, incapaz de alejarse de la princesa.

El beso se volvió más apasionado, sus fuertes manos apresaron la nuca de la joven para acercarla, ella se aferró a los hombros mojados de su escolta dándole caricias con sus uñas, sus cabezas giraban de un lado a otro sin controlar el fuego entre ambos y completamente decidido del camino que acababa de tomar, sin quererlo, Meliodas colocó en su lugar la última pieza que faltaba por encajar, comenzando la cuenta regresiva para el inminente retorno de la bestia oscura.

~Cuenta regresiva para el despertar: 9 meses~

Que final jajaja. Solo como aclaración, no pasó nada entre los dos, solo fueron unos besitos subidos de tono

¿Qué les pareció? ¿Les gustó? Espero que si ✨ Por esta razón es que la parte 3 de la historia es la que más anhelaba escribir, ahora sí puedo dejar salir esas ideas que se me ocurrieron desde un inicio.

Disculpen faltas de ortografía, trataré de corregirlas luego, si ven alguna no duden en decírmelo✨

Ahora: ⚔️Aclaración⚔️

-El contador la verdad yo no iba a ponerlo, sin embargo, tras leer la parte final varias veces sentía que le faltaba "algo". Entonces se me ocurrió comenzar con el contador, porque creo yo que va a aumentar más los nervios conforme ustedes cómo lectores vean como el tiempo se va acabando 👀

En fin, díganme, ¿Les gustó el contador o prefieren que lo retire (osea que en capítulos futuros ya no saldrá, porque no estará en todos los capítulos, solo en aquellos que vea conveniente)?

- Los demonios que aquí vienen siendo los monstruos son exactamente iguales a los del anime, menos en sus tamaños, cuando alguno sea gigante yo lo diré. Pero por ejemplo los demonios rojos y grises son de tamaño normal (el demonio gris es más fuerte que el rojo) los demonios azules como ya sabemos pueden volar y los demonios naranjas o verdes son de estatura mediana (ni gigantes, pero tampoco pequeños como los rojos)

Sentía que debía aclarar eso ^^✨

Y por si alguno ya olvidó como se ven los centaleones les dejo la imagen (que por cierto ayer vencí un centaleon blanco en mi partida del Tears of the Kindom, estuvo increíble *saltitos de felicidad*✨)

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top