XXI
Capítulo 21: Punto de no retorno
—Deberias intentar dormir—Elizabeth asintió suavemente, le dedicó una pequeña sonrisa a la matriarca del pueblo y luego volvió a agachar la cabeza. Matrona dejó salir un suave suspiro, claramente preocupada por la falta de emoción de la princesa y camino hasta quedar sentada al borde de la cama—¿Sigues pensando en nuestra plática?—
—No puedo evitarlo—murmuró—Sé que seguro piensas que estoy exagerando con mi reacción...pero en serio no queria encariñarme con él—una lágrima se resbaló por su ojo hasta caer sobre la almohada. Matrona suspiro y estiró su mano para acariciar los cabellos de Elizabeth.
—No pienso que exageras, eres una adolescente y lo que estás sintiendo es normal—sonrió—Todos pasamos por esas emociones tan intensas, porque todos alguna vez tuvimos tú edad—Elizabeth alzó la mirada hasta clavar sus ojos en los violetas de Matrona—Y tú tienes todo el derecho a sentirte así, porque estás bajo mucha presión —la princesa hizo varios pucheros, delatando que aquellas palabras solo le daban más ganas de llorar, pero se contuvo para evitar preocupar aún más a Matrona—Tus razones para no querer encariñarte con la gente son comorensibles, temes perder a quienes amas. Y te sientes culpable de no conseguir tu poder, pero yo confío en ti—
—Matrona...—pidió, no quería escuchar esas palabras, en serio solo le hacían sentir más miserable. Gente confiaba en ella y aún así seguía fallando—Por favor no—
—Pero es la verdad mi rayo de luz—siguio con sus caricias—Yo tengo fé en ti, sé que vas a lograrlo porque ese poder está dentro de ti—
—Eso no lo sabes...—
—Estoy completamente segura—hubo silencio, pero ambas estaban cómodas con eso. Elizabeth ya no quiere seguir con la conversación, está demasiado sumida pensando en un par de ojos verdes y una profecía que amenaza con cumplirse con cada despertar.
¿Cuándo sería? Nadie sabe. ¿Cuándo iba a despertar la bestia oscura? No podían saberlo. ¿Cuándo iba a despertar sus poderes? Quizá nunca lo hiciera...
Dejó de pensar momentáneamente solo para admirar como Matronas se inclinaba hacia ella para darle un dulce beso en su frente y luego sonreírle con dulzura.
—Duerme bien, por favor—
—Tú tambien— le sonrió a la mayor. La gran mujer que ahora tenía el cabello suelto cayendo por detrás como una cascada dorada, apagó la vela que mantenía la habitación iluminada y tras dedicarle una última sonrisa a la princesa salió de su cuarto asegurándose de cerrar bien la puerta detrás de ella.
Una vez sola Elizabeth se dio media vuelta en la cama, quedando boca arriba, observando el techo de piedra lisa que se alzaba sobre ella. Su mente no le permitía descanso y tampoco consuelo. Los miedos cada vez eran más fuertes y pensar en Meliodas no le ayudaba.
No deseaba querer a nadie, pero aún así el rubio, pese a ser tan reservado, se había ganado su corazón con sus acciones y lealtad. Pensar en perderlo le dolía en el alma y saber que sería culpa suya solo la hacía sentir peor. ¿Por qué los sentimientos tenían que llegar en los momentos más difíciles? Ojalá pudiera permitirse querer con libertad como toda chica de su edad, sin estar atada a un destino catastrófico.
Cuándo el cansancio por haber llorado tanto por fin la venció, su mente le jugó en contra y las pesadillas hicieron de las suyas atormentando aún más su mente. La princesa soñó con el castillo cayéndose en pedazos sobre la cabeza de su padre, vio una luna con el color de la sangre alzándose en el cielo del reino y vio a Meliodas correr lejos de ella con la espada en la mano yendo directo hacia la oscuridad.
Meliodas no había podido dormir bien, su sueño se vio interrumpido por pesadillas de su niñez, por voces de gente cantando su nombre y por el recuerdo de la mirada perdida de la princesa. La preocupación de saber que le sucedía a Elizabeth lo estaba carcomiendo vivo.
No sabía que pudo ser tan fuerte como para haberle causado dolor, deseaba ayudarla, no le gustaba verla con esa actitud tan apagada sabiendo bien lo feliz que salía después de haberle hecho los ajustes a las bestias divinas. Siempre resplandeciente y con las ganas de platicar todo lo que había hecho desbordandose (aunque lograba contenerse y mantener la compostura). Su actitud durante el viaje al desierto había sido de lo más increíbles, risueña, burlona, incapaz de mantenerse callada y logrando una atmósfera de confianza que el rubio no había sentido desde hace tantos años.
Ahora ver que las cosas se habían tornado sombrías lo tenía ansioso. La pregunta no dejaba de darle vueltas y arruinó su noche más de lo que le hubiera gustado.
Gruñendo y sin tener ánimos, el héroe se obligó a si mismo a levantarse de la cómoda cama sabiendo que su trabajo tenía que seguir sin importar que estuviera tan cansado. Ya estaba acostumbrado a todo eso, no sucedería nada malo si comenzaba el viaje deseando dormir, era lo común en su vida.
Desayunó decente ya que era plenamente consciente de que necesitaba energía para funcionar, permitió que su estómago saciara todos sus antojos haciendo feliz a la dueña de la posada, le pagó de manera generosa por la increíble comida (aunque ella se negó al inicio) y una vez estando listo salió del bazar para caminar hacia la ciudadela con tranquilidad.
Todo estaría bien, solo tenía que esperar a que Elizabeth saliera, ambos irían por sus caballos y podrían comenzar el camino de regreso a la zona verde del reino. Ya decidirían cuál iba a ser su próximo destino, la princesa lo marcaría, pero mientras tanto tenía que asegurarse de escoltarla fuera de ahí.
Todo estaría bien, ¿Qué podría salir mal? Nada, aunque los miembros del clan demonio estuvieran escondidos en alguna parte del desierto, no había forma de que tocaran a Elizabeth. Ella estaba protegida por todas las guerreras, por la matriarca misma y por supuesto por él. Cualquiera que se atreviera a acercarse sería rápidamente detenido.
Todo saldría bien. El sol brillaba sobre su cabeza haciéndole sentir reconfortante el calor, el viento acariciaba su rostro y sus ojos veían como las murallas de la ciudadela se hacían más grandes conforme avanzaba.
Todo estaría bien...
Entonces, ¿Por qué tenía un muy mal presentimiento en la boca del estómago? ¿Por qué sentía sus manos sudar? ¿Por qué podía escuchar los susurros lejanos del espíritu de la espada?
"—Concentrate—" se reprendió a si mismo, alejando cualquier idea negativa de su cabeza temiendo llamar al mal por llenarse de miedo. No, debía de estar seguro de lo que hacía.
Pronto volverían a su paz, no habría nada de que preocuparse más que por terminar la misión y prepararse para la llegada de la bestia. Las cosas volverían a la normalidad.
Pero entonces Meliodas llegó hasta la muralla de la ciudadela y al ver a Matrona gritándole a sus guerreras con el rostro lleno de angustia supo que algo había salido mal.
Elizabeth se levantó más temprano que de costumbre, el sol apenas estaba surgiendo lamiendo con sus rayos las montañas, la ciudadela todavía estaba algo oscura y había poca vida para ver. Solo las guerreras que se mantenían firmes en la muralla daban la sensación de que no era un pueblo fantasma.
Aprovechando sus momentos de soledad, la princesa se cambió con sus ropas de viaje, se puso sus botas para poder caminar con mayor comodidad y asegurándose de ni hacer tanto ruido salió de su habitación a hurtadillas.
No quería ver a Matrona y enfrentar de nuevo palabras repetidas que no servían de nada, no quería ver a Meliodas y tener que enfrentar lo que había sucedido la noche anterior. No se sentía lista como para expresarle lo que sentía y en serio no quería lastimarlo con su actitud. Se iba a dar un pequeño momento sola antes de su viaje de regreso para meditar, seguir pensando, poner en orden sus ideas, todo para evitar que sus acciones pudieran hacer a Meliodas desconfiar.
Si, era lo mejor, para ambos.
Se aproximó a la salida de la ciudadela con total decision, salió de ahí ganándose una mirada curiosa por parte de las guerreras e iba a continuar con su camino de no ser porque ellas se interpusieron impidiéndole seguir.
—¿A dónde va?—Elizabeth alzó una ceja.
—A caminar, las mañanas son hermosas aquí en el desierto—
—¿Piensa ir sola?—la albina mordió su cachete interno maldiciendo en bajo por aquella pregunta, seguro iban a detenerla. Inhalando hondo tratando de mostrar una apariencia de seguridad, la joven se puso bien derecha, cruzó sus brazos sobre su pechos y asintió.
—Asi es—
—Es peligroso andar sola, cerca de aquí se esconde el clan demonio—la voz de una de las guardianas la desconcertó—Regrese a la ciudad—
—Deseo caminar un poco—habló—No me pasará nada, mi escolta se... reunirá conmigo en el desierto—ambas mujeres alzaron una ceja y Elizabeth no supo si estaban indecisas por su seguridad de la princesa o porque no confiaban en Meliodas. Fuera como fueran ambas se voltearon a ver durante varios segundos, Elizabeth frunció el ceño tratando de verse impaciente y con un suspiro las dos se quitaron de su camino.
—Tenga cuidado, no vaya mucho hacia el sur porque es territorio de monstruos y tampoco se aleje demasiado hacia el oeste. Si necesita cualquier cosa estamos para servirle—
—¡Se los agradezco, buen día!—se apresuró a irse tan rápido como pudo por el desierto para evitar que las guerreras cambiarán de opinión y la hicieran regresar. Lo bueno es que traía consigo la tableta del caos y no había forma de perderse ya que veía el mapa con frecuencia para ubicarse.
Estaba lejos de la ciudadela, admirando la belleza del desierto por la mañana. Si bien todo estaba cubierto de arena, había cierta belleza en encontrar una que otra palmera a su paso con agua cristalina. El viento aún fresco por la noche acariciaba su mejilla, el sol iluminando todo, pequeñas lagartijas y pájaros despertando y pasando a su lado.
Esa clase de paz era justo lo que Elizabeth necesitaba y era lo que más deseaba.
Añoraba el día en el que podría disfrutar de las mañanas teniendo el privilegio de no pensar en el futuro, de no vivir con miedo y solo admirar la belleza que las diosas les habían otorgado.
Suspirando, la princesa decidió capturar varias imágenes del desierto, unas cuantas de pajarillos que bebían agua del oasis, otras más de las sombras que las montañas creaban sobre el suelo. Capturó como a la lejanía se veía una tormenta de arena del territorio de los monstruos y estaba demasiado concentrada en su propia cabeza que no fue capaz de darse cuenta como unas figuras se acercaban hacia ella. Varias horas habían pasado desde que había salido, el sol ya iluminaba todo a su paso y supuso de que sería un buen momento para regresar.
"—Se lo diré...—" pensó con una sonrisa "—Le diré que lo quiero y le pediré disculpas por lo de ayer, le contaré mis miedos...quizá eso ayudé a qué él me cuente también de sus temores—" se alzó de hombros perdida en sus pensamientos y rogando por haber tomado la decisión correcta "—Es más, lo sorprenderé yendo directo al Bazar, para escuchar como se queja de lo imprudente que soy por haber salido sola—" dejó salir varias risitas, le encantaba hacer enojar al blondo de esa forma. Era tan chistoso escucharlo decirle una y otra vez que era imprudente y actuaba sin pensar, sus pucheros mientras le explicaba porque sus acciones son apresuradas eran lindos de ver.
La princesa casi podía imaginar la voz de Meliodas reprendiendola por haber salido sola sin su protección y ella solo reiría, diciéndole que no le había pasado nada y desviará el tema mostrándole todas las hermosas imágenes que había capturado.
Aunque seguramente iba enojarse por haberse escapado...
Elizabeth mordió su labio. Si, estaba segura de que lo haría, le había prometido no volver a escaparse y lo había hecho aun así, pero no quería verlo todavía, sus ojos...ardientes y opacos, llenos de misterios como su vida. A veces felices, a veces cálidos, a veces tan tristes que era como si tuviera nubes de lluvia en sus pupilas. Pero se iba a disculpar, le iba a recompensar las molestias y ahora sí no lo volvería a hacer.
—¡Hola!—la albina contuvo el chillido de sorpresa que estuvo a nada de salir de sus labios y detuvo su andar. Detrás de ella dos viajeros cargados de suministros la saludaron con enormes sonrisas—Disculpa señorita, ¿Sabe por dónde se encuentra la ciudadela Gerudo?—
—Yo...ummm—dudó, trató de mostrarles una sonrisa tan bonita, pero algo dentro de ella le alertó que estaba mal. No sabía que cosa, pero tenía un muy mal presentimiento. Esa gente no parecía normal y lo mejor era mantenerse tan lejos como pudiera, aún así trato de disimular—Si, se encuentra al Este—señalo detrás de sus cabezas, a dónde la ciudadela solo era un punto en la lejanía muy poco visible. Los dos visitantes sonrieron aún más, sin siquiera voltear a donde ella les estaba señalando y eso la hizo sentir todavía más alerta.
Ahora estaba mal con ese par. Inconscientemente se dio media vuelta siguiendo con su camino, tratando de alejarse de aquellos dos que la ponían nerviosa. Siguió su camino, buscando concentrarse de nuevo en sus propias ideas, quería hacer más cosas antes de ir hacia el pueblo sirena. Acampar junto con él, conocerlo más, tomar los caminos más largos antes de completar su misión porque no deseaba que todo eso terminara.
—¡Disculpe, señorita!—de nuevo la voz de uno de los dos viajeros y un escalofrío recorrió a la princesa. ¿Por qué sus manos temblaban? ¿Por qué estaba sudando frío? ¿Por qué todo su cuerpo estaba tenso? Temiendo lo que podría encontrar se dio media vuelta y entonces ya no pudo evitar el grito que salió de sus pulmones.
Los dos "viajeros" se encontraban tan cerca de ella que prácticamente estaban cara a cara, sus ojos ahora oscuros como el abismo se clavaban en su mente y sus sonrisas amables se transformaron en unas frías y tétricas.
Elizabeth dio varios pasos hacia atrás por el miedo de tenerlos tan cerca y tropezó un poco con la arena.
—Una muchachita tan linda como usted no debería estar sola—murmuró uno—¿Acaso no sabe los peligros que existen?—
—Y menos si es la princesa del reino—escupió el segundo con tanto odio en la garganta que las lágrimas se acumularon en los ojos de Elizabeth. Las pupilas hechas una línea, la oscuridad, su aura de terror. Era bastante obvio.
Eran miembros del clan demonio.
Se hizo el humo y la princesa no se quedó a observar como los dos se quitaban sus disfraces y revelaban su armadura oscura. No, debía de correr en ese mismo instante.
Tratando de que sus piernas no fueran a fallarle en aquel momento tan crucial y que sus pies no se estancaran en la arena. Correr sobre una superficie tan suave la hacia débil y en cualquier momento podrían encontrarla.
El pánico aumentó cuando se dio cuenta de que no eran solo dos demonios, a su derecha saltaron dos más que la hicieron cambiar de dirección, a su izquierda le taparon el paso tres y para cuando su única salida parecía ser el sur supo que no había de otra. Debía de ir justo hacia donde le dijeron que no fuera.
Sintiendo la sal picando sus ojos y el pánico en su garganta Elizabeth solo pudo continuar corriendo tanto como sus piernas pudieran, sintiendo como ellos estaban cada vez más cerca. Los tenía prácticamente en la espalda, sentía sus respiraciones, escuchaba sus corazones.
"—Meliodas—" rogó por su salvador, lo llamo en su mente esperando que de alguna manera pudiera escucharla, ir por ella y alejarla del peligro como siempre hacia. Pidió por su nombre, deseaba encontrarlo, ver sus ojos, aunque estuvieran llenos de enojo pero quería verlo. Deseaba decirle cuánto lo quería y cuánto lo sentía, no quería irse sin hacerle saber que había una persona que lo veía tal y como era en verdad, solo un joven que luchaba contra si mismo, no un héroe perfecto, solo alguien que protegía con el corazón...
—¡No puede huir de nosotros su alteza!—y eso era cierto. Estaban evitando que fuera directo a la ciudadela, estaba demasiado lejos como para gritar por ayuda y ellos eran mucho más rápidos que ella.
—¡Agh!—gritó y casi tropieza cuando uno lazo una daga que rebanó sus mejilla. La albina no se detuvo a sentir la herida, podría preocuparse de eso más tarde si es que lograba salir con vida de esa situación. Siguió corriendo, entre palmas, rocas y arena. Los demonios le aventaban cuchillas, trataban de hacerla tropezar con sus latigos pero pese a todo eso Elizabeth se dio cuenta de que no planeaban simplemente asesinarla, querían hacerla sufrir, hacerla sentir pánico al saber que no tenía escapatoria. "—Meliodas...—" volvió a pensar, su voz, quería escuchar de nuevo esa voz suave, quería escuchar su risa que luchaba por controlar, sus regaños a ella por ser imprudente, sus anecdotas contadas a la mitad, quería escucharlo decir su nombre solo una vez más...
—¡Basta de juegos!—de inmediato dos cazadores se pusieron justo frente a ella, aterrizando cerca impidiéndole continuar. Elizabeth se detuvo con los ojos desorbitados por el terror, se dio media vuelta pero detrás de ella se encontraban los demás quienes se apresuraron a rodearla.
La princesa buscó una forma de salir, pero era imposible, seis caballeros del clan demonio cubrian cada punto, frunció un poco su ceño, estaba segura de que eran siete sus perseguidores. No importaba el número, intento escapar por el espacio que había entre dos pero lo único que recibió fue un golpe en sus costillas que la hicieron retroceder.
"—¡MELIODAS!—"
Maldita sea, si trataba de acercarse seguro iba a terminar con algo más grabé que solo un corte en la mejilla y un golpe sofocante. Cayó al suelo cuando aquel que tenía el látigo oscuro la golpeó directamente en la pierna haciéndole caer y gritar de dolor. Su pantalón de viaje había quedado rasgado por culpa del golpe y la sangre comenzaba a desbordarse de la herida. Otro más corto su brazo sacándole un jadeo y dejándola recostada sobre la arena y todos reían maliciosos mientras la observaban temblar.
Ahí estaba, la inútil princesa, incapaz de defenderse por si sola y atrapada en la maldad, arrojada en el piso como si no valiera absolutamente nada. Abandonada en el desierto por haber pecado de confianza. Había deseado un momento de paz, ahora lo estaría sin duda, estaba a punto de morir al fin de cuentas.
Terror, arrepentimiento, pena...
Sus ojos estaban tan abiertos que no podía creerlo, ¿Cómo las cosas se habían transformado en eso?
Pero ya no importaba, nada importaba.
—¡Por nuestro señor oscuro! ¡Muere de una vez!—uno de ellos alzó su espada, tan filosa que incluso parecía brillar y sin darle tiempo de prepararse la dejó caer sobre ella.
Elizabeth solo cerró los ojos y desvío la cabeza, no quería ver, no lo podía soportar. Su corazón se detuvo y se retorció en el suelo llorando de miedo. Todo se iba acabar.
Y desde el fondo de su garganta solo pudo gritar de horror y dolor.
—¡MELIODAS!—
—¿¡Cómo se les ocurrió dejarla ir sola!? ¡Ustedes cómo guerreras deberían de ser conscientes de los peligros del desierto! ¡¿Cómo fueron tan irresponsables como para no acompañarla!?— escuchar esas palabras fueron todo lo que Meliodas necesitó para entrar en pánico. Todos sus músculos se tensaron ante la señal del peligro y sin importarle las reglas corrió hacia dentro de la ciudadela metiéndose en esta
Las mujeres del pueblo soltaron jadeos de sorpresa al ver cómo su ley más sagrada se veía infringida y varias guerreras rompieron su formación solo para ponerse frente al rubio, pero a él no le importo, saltó para poder esquivar las lanzas que amenazaban con hacerle daños y cuando cayó al suelo de nuevo fue directo hacia Matrona.
Al escuchar el caos la matriarca no dudo en voltear todo solo para sorprenderse por ver al héroe del reino dentro de sus muros y con una mirada que parecía matar.
—¿Dónde está Elizabeth?—
—¡Sal ahora mismo! ¡Los hombres no están permitidos en...!—
—¡Silencio!—todos cayeron ante la potente voz de la rubia, las guerreras quedaron estupefactas al no comprender tal alarido. Pero todo pareció llegar a la claridad cuando la matriarca, en vez de correr al intruso, se acercó a él con el rostro preocupado—Salió de la ciudadela hace unas horas, no ha vuelto desde entonces—
Meliodas maldijo en bajo, pasando su mano derecha por sus cabellos para jalarlos con desesperación y frunció tanto su ceño que a las niñas que observaban curiosas les dio miedo.
—¿Hacia donde se fue?—preguntó con la voz tan tensa y ronca que varias guerreras apuntaron sus lanzas directamente a él. Al rubio le importó poco que fueran hostiles, solo le importaba la seguridad de la princesa—¡Dije! ¿¡Hacia dónde se fue, Matrona!?—
—Mis guerreras me dijeron que al Oeste—respondió Matrona, claramente alarmada aunque intentará mantener la compostura. Era de su pequeña niña de la que hablaban, su Elizabeth, su rayo de luz. No sabía si estaba perdida, en problemas o si se encontraba bien. Y claro que estaba furiosa, estaba enojada con ella por haber salido sabiendo que estaba en peligro, pero en esos momentos solo deseaba tenerla entre sus brazos y arrullarla como cuando estaba pequeña—Enviaré un grupo de exploración para buscarla y...—
—Elizabeth...—susurró Meliodas, con los ojos tan abiertos que incluso asustó un poco a la rubia. La gran mujer trató de tocar su hombro buscando calmarlo, pero para el escolta fue imposible recuperar la cordura cuando en su pecho emociones como el terror y el pánico comenzaron a llegar.
¿Él estaba aterrorizado? Claro que lo estaba...pero esas emociones no eran suyas, estaba seguro de eso. Eran de la princesa. Elizabeth tenía miedo, Elizabeth estaba en problemas. Su princesa estaba en peligro...
Y él tan lejos sin poder protegerla.
—Meliodas qué...—pero no le dio tiempo de terminar su oración. En un segundo el rubio se dio media vuelta empujando a la guerreras que le impedían el paso, salió de la ciudad corriendo hacia el Oeste.
¿A dónde exactamente? No lo sabía y tampoco le importaba, solo debía correr, correr y encontrarla, seguir su corazón buscando la fuente de aquel sentimiento de miedo.
"—Meliodas—" pudo escuchar perfectamente en su cabeza y el blondo desvío un poco su camino para ir hacia el sur, hacia aquel territorio que parecía estar cubierto por tormentas de arena.
—Puedo escucharte...puedo sentirte—murmuró al viento. Su entrenamiento lo había preparado para todas esas condiciones, para correr tanto sin cansarse y sin detenerse.
Corrió y corrió, desesperado por encontrar cualquier señal de ella. Una huella, un susurro, un grito. ¡Cualquier cosa que le indicará que estaba yendo por la dirección correcta!
"—¿Dónde estás?...¿¡Dónde estás!?—" pensó para si mismo con la desesperación rayando su mente y casi volviéndolo loco. Debía encontrarla—¡Elizabeth!—
Entonces lo vio y la ira solo lo hizo nublar su conciencia. Había un miembro del clan demonio a pocos metros delante de él, corría persiguiendo algo que no se podía ver ya que sus compañeros lo habían dejado atrás por ser demasiado inexperto y lento. Meliodas supo perfectamente que no era una casualidad. Ellos estaban detrás de todo, ellos la tenian.
Era su oportunidad perfecta para sacarles información y conseguir información más concebtra del paradero de la princesa.
Dolor. El dolor que ella estaba sintiendo se incrementó aún más. Su pánico, podía sentirlo todo en carne propia haciéndolo flaquear, pero se obligó a seguir adelante para rescatarla. Antes de que el demonio pudiera darse cuenta, Meliodas lo tumbó sobre la arena, haciéndole una llave para impedirle levantarse y sujetó su brazo con tanta fuerza que si daba un tirón estaba seguro de que podría romperlo.
—¿¡Dónde está!?—gritó, ignorando completamente los alaridos de dolor de aquel traidor al reino. Al no obtener ninguna respuesta, Meliodas hizo más presión sobre la cabeza de su oponente y tiró de su brazo—¡Más vale que me digas dónde está o te juro que romperé tu maldito brazo!—
—¡No podrás salvarla!—escupió el contrario y la ira en el caballero burbujeo violenta. Una risa salió del pecho de aquel ser despreciable—¡Esta acorralada, lo único que podrás encontrar es su cadáver!—en respuesta el blondo aplicó más presión y el caballero demonio gritó de dolor.
"—Meliodas...—" nuevamente la voz de la princesa, lejana, llena de pánico y dolor. Inconcientemente alzó la cabeza hacia donde su corazón le indicaba y gruñó. Maldita sea estaba cerca.
"—¡Puedo escucharte!...¡Escucho tú voz! ¡Solo resiste un poco más voy por ti!—"
»—¡No tengo tiempo para tratar contigo!—exclamó, lo libero de aquella llave sacando su espada (que ya brillaba, respondiendo a la magia oscura de los miembros del clan demonio) y estaba a nada de clavarla cuando el más joven gritó y se cubrió la cabeza
—¡Espera espera!—gritó y la punta de la espada solo rozó su armadura—¡Hacia el sur, hacia el sur! ¡Planteábamos llevarla a territorio de monstruos! ¡No me mates por favor no me mates!—chilló, temblando. Fue entonces que meliodas pudo prestar atención a sus facciones pequeñas y tiernas y su enorme corazón se encogió, podria jurar que era más joven que él, ¿Quizá unos 14 años? Era un maldito niño.
—¡Hijos de puta!—gruñó el blondo y salió corriendo justo hacia donde aquel tipo le había indicado.
No podía matarlo, ese joven solo era un estupido que había sido arrastrado a aquel mundo por influencias externas. No era consciente de lo que hacía, solo seguía órdenes de sus superiores y pudo darse cuenta de eso porque lágrimas de terror salieron de aquellos ojos negros. El chico estaba asustado...de él.
Además, aquellos segundos que pudo haber desperdiciado en matarlo, serían más útiles si los usaba en seguir buscando a Elizabeth.
Corrió todavía más rápido con la espada entre sus manos y casi se le sale el alma cuando por fin encontró una pista de que iba por el lugar correcto. Había gotas de sangre roja que manchaban la arena creando un camino, las lágrimas picaron su rostro y rogó, el héroe elegido le rogó al cielo para no llegar tarde.
"—No puede irse, no puedo perderla, no puedo...no puedo—" pensó desesperado. El gran héroe del reino al que le habían encomendado la vida de la princesa acababa de fallarle a todos, quizá ella ya estaba muerta y todo porque él no era suficiente, jamás había sido suficiente, no era capaz "—Regresa con vida a mi...por favor—"
"—¡MELIODAS!—"
"—¡TE PUEDO ESCUCHAR!—"
No tardó mucho más en encontrarla, pocos segundos después de que la escuchó gritar en su cabeza, a pocos metros de distancia, el camino de gotas de sangre terminaba en un círculo de demonios que rodeaban con malicia a la joven princesa.
Al verla el corazón brincó en su pecho y la ira se volvió más inestable.
Estaba tirada, sangrando en el suelo y lastimada. Con sus ojos llenos de lágrimas y los labios temblando por el pavor, sus ojos verdes se desviaron hacia su atacante quien alzaba sobre su cabeza una espada tan filosa como su propia muerte. Entonces su propio cuerpo reaccionó, aumentó la velocidad y saltó dispuesto a caer frente a ella.
—¡MELIODAS!— la pudo escuchar gritar su nombre, mientras desviaba la mirada aterrorizada de ver cómo estaba por ser apuñalada.
Pero Elizabeth nunca sintió dolor, ni mucho menos sintió como la vida se escapaba de sus labios. Justo cuando la espada rozó sus piel, lo único que se pudo escuchar fue el sonido de dos metales chocando el terrible grito de dolor de su atacante.
La princesa no tardó en abrir los ojos, completamente sorprendida y entonces quedó todavía más anonadada. El héroe estaba parado frente a ella, mirando a los miembros del clan demonio con una expresión aterradora de furia que incluso asustó un poco a Elizabeth.
Su espada amenazaba con atacar y el hombre que había intentado asesinarla a sangre fría se encontraba muerto a los pies de Meliodas, con la sangre oscura derramándose en la arena y una expresión de horror que seguramente ella vería en sus pesadillas. Su cuello estaba cortado en una línea perfecta y la espada había salido volando hasta clavarse lejos en el suelo.
El de ojos verdes no tuvo la necesidad de decir absolutamente nada, su mirada era suficiente.
Todos los demás involucrados dieron pasos hacia atrás ante la aparición de Meliodas y el rubio permaneció quieto, esperando, cualquiera que diera un paso al frente o intentara hacerle más daño a la princesa terminaría igual o peor que su compañero.
—¡Mierda! ¡Retirada! ¡Retirada!—gruñó uno en alto y todos los atacantes se esfumaron en humo morado dejando completamente solos a los dos únicos vivos que quedaban.
—Me...Mel...—ella apenas y tenía aliento, deseaba llamarle, hablarle, gritar y llorar. Pero todavía estaba demasiado asustada y cansada, no había mucho aire en sus pulmones y lo estaba gastando en querer decir su nombre—Mel...—pero él ni siquiera fue capaz de decirle algo de vuelta.
Permaneció tenso, frente a ella, con la espada bien sujetada en la mano y todo el cuerpo temblando. No quería verla, sentía que iba a vomitar, a penas había llegado justo a tiempo, un segundo mas de tardanza y ella estaría muerta, y todo por su culpa, porque todavía no era tan rápido como debería, ni tan fuerte como se supone debe de ser, no era perfecto. Su mente lo atormentaba con ese pensamiento, un segundo mas de tardanza y la habría perdido.
Elizabeth ni siquiera quiso intentar volver a llamarle cuando noto como varias lagrimas se resbalaban por las mejillas, de sus ojos propios también se derramaba el agua. Varios segundos tensos pasaron en los que solo podían temblar y no fue hasta que escucho como el rubio inhalaba aire entre los dientes que se estremeció.
—Prometiste...—comenzó él, con la voz cortada y tan tensa que parecía que no había separado los dientes para hablar—Prometiste que no volverías a escaparte—pero las palabras no brotaron del pecho de la albina, estaba demasiado ahogada con sus propias lágrimas que no lograba hablar. Quería hacerlo, quería pedir disculpas, quería decirle que lo quería, que por favor no la dejara sola, quería decirle cuando miedo había tenido y agradecerle por salvarla de nuevo.
Pero cuando Meliodas se dio media vuelta para encararla, los ojos fríos y enojados del rubio fueron suficientes para acabar con todos esos deseos. Estaba furioso, o mierda él en serio estaba enojado, pero no del todo con ella, esa ira estaba dividida en 3: los miembros del clan demonio que la lastimaron, ella por haberse escapado y él por haberla descuidado.
Cuando el rubio pudo ver con claridad las heridas de Elizabeth, sintió que todo su mundo se tambaleaba bajo sus pies y casi se suelta a gritar de frustración. Su mejilla cortada y derramando sangre, su pierna con una herida provocada por el látigo, los labios rotos por haber caído sobre la arena raposa y un corte en su hombro.
Ella no podía hablar, solo temblaba y entonces, pese a que estaba lleno de rabia e ira, verla lastimada fue más fuerte, su mirada se suavizó llenándose de culpa y derramó más lágrimas sintiéndose avergonzado de mostrarle su lado vulnerable a la princesa.
—Ya...tranquila—susurro, acercándose a la más alta con lentitud para evitar espantarla más, sacó su pañuelo de sus bolsillos con manos temblorosas y se lo coloco sobre su herida en la mejilla haciendo presión. La princesa soltó un pequeño gemido de dolor a lo que el corazón de Meliodas se rompió, pero aún así no se detuvo—Coloque su mano aqui—ella obedeció y sostuvo el pedazo de tela sobre su pómulo.
Sin previo aviso, Meliodas la cargó entre sus brazos con cuidado de no lastimarla, notando como Elizabeth se quejaba de sus costillas, se aferró a su cuerpo para evitar moverla y comenzó a andar de regreso a la ciudadela con ella entre sus brazos.
La princesa se permitió relajarse bajo aquel agarre y se derritió en el pecho de Meliodas, cerrando sus ojos sin poder dejar de temblar.
Estaba a salvo, había pensado que esa sería su muerte, pero no, él había llegado justo a tiempo. De alguna manera siempre lograba encontrarla y siempre lograba salvarla.
—Meliodas...—susurró con la voz ronca de tantas lágrimas y de su grito. El rubio se tensó bajo su llamado, pero no dejo de andar, debía llevarla a que la curarán sin importar que—Te quiero...—sollozo y el jadeo de sorpresa de Meliodas fue bastante audible—Te quiero mucho...—
Sus corazones latieron con rapidez ante eso, el rubio no podía procesar bien todo lo que acababa de suceder, era demasiado como para que su mente fuera capaz de razonar los pasados 10 minutos de su vida, pero antes de poder responder con cualquier cosa, Elizabeth cayó desmayada entre sus brazos.
Meliodas se quedó en silencio, admirando el rostro dormido de la princesa y toda ira que pudiera haber sentido hacia ella se evaporó tan rápido como el agua en la cima del volcán. Su único deseo era verla segura y feliz, solo quería verla, solo la quería a ella.
Juntó sus frentes en un momento que solo él podría recordar y luego alzó el rostro hasta presionar sus labios contra su frente en un beso que necesitaba.
Duró varios segundos así, haciendo fuerza contra su piel tratando de transmitirle a la princesa dormida todo lo que sentía, pidiéndole perdón miles de veces por haber sido tan descuidado y no haber podido evitar que le hicieran daño. En cuanto sus labios se separaron de su frente, el caballero continuo con su camino está vez más a prisa para refugiarla en las murallas de la ciudadela.
—Tambien te quiero—susurró, sin darse cuenta de que Elizabeth comenzaba a recuperar el conocimiento y había escuchado esas dulces palabras.
AHHHHHHHH DIOS MIO POR FIN POR FIN PUDE ESCRIBIR ESTE MOMENTO 😭✨ Este es uno de los momentos que más ilusión me daba escribir, en serio quería llegar hasta aquí y ahora por fin llegamos.
Ahora, ¿Por qué llamo a este suceso, "punto de no retorno"? Porque tienen mi palabra de que a partir de aquí su relación no dará ni un paso atrás. Esta fue la "prueba" para que su relación evolucione y aquella incomodidad que siempre iba y venía no volverá a molestar ^^✨
Qué les pareció? Les gustó? Espero que si, lamento faltas de ortografía cuando tenga tiempo las corregiré mejor.
Para los que me siguen en Instagram, ¿recuerdan lo que les dije que significaba la canción de "Like a prayer- Choir versión" en la historia? Cada acción tiene su consecuencia, lo que suceda hoy puede repercutir en el futuro y todo gracias a un paralelismo 👀
Si alguno está curioso de como sucede esta escena en el juego, la dejaré en mis historias de instagram.
En fin, nos veremos en otro capítulo ✨
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