XX
Capítulo 20: Los sentimientos de la princesa.
"Todo ha mejorado, aunque apenas llevamos pocos días entendiendonos. Meliodas sigue siendo reservado y callado, pero ya sonríe más y a veces habla un poco.
Lo he llegado a descubrir hablar con su caballo como si lo pudiera entender y aunque me parece extraño, también es adorable. Yo aún tengo algunos problemas con mi caballo, obedece pero sigue siendo algo rebelde y bufa cuando me acerco. Tendré que pedirle algunos consejos a Meliodas.
El viaje hacia Gerudo es largo, al menos una semana de viaje o cinco días si es que nos damos prisa. Llevamos cuatro días de viaje y aunque ya estamos cada vez más cerca, admito que estoy cansada.
Desearía llegar ya, descansar en una cama cómoda, poder ver a Matrona y hablar con ella, para distraerme y pensar en algo más que no sean los ojos de mi escolta...
Esconde tanto dentro de su mirada, cada vez que pienso que se está volviendo más expresivo... más me doy cuenta de todo lo que oculta. ¿Quién es realmente el héroe del reino? Deseo averiguarlo..."
—Princesa...—la voz de Meliodas la sacó completamente de su mente. La joven albina levantó la cabeza de su diario solo para descubrir como su escolta le tendría un tazón repleto de frutas silvestres. Elizabeth le sonrió agradecida, cerrando su libreta de inmediato y limpió la tinta de su pluma con un pañuelo, empacó sus cosas con rapidez y tomó aquel tazón entre sus manos.
El cielo nocturno era su único manto, el fuego de su hoguera los ayudaba a ver sus rostros y aún en silencio siguieron en un momento más cómodo.
Sin tardar mucho, la princesa se llevó varios frutos a la boca dándole a su estómago el alimento que necesitaba y siguió con la mirada al blondo, su caballero se quedó de pie recargado en un árbol y miró hacia el bosque, haciendo su guardia.
—¿Acaso nunca duermes?—el de ojos verdes volteo a verla y alzó una ceja—Quiero decir, haces guardia todas las noches y durante el permaneces despierto, ¿En qué momento descansas?—el rubio se quedó callado, pensando y meditando su respuesta con los labios entre abiertos y frunció un poco su ceño dándose cuenta de que si, llevaban varios días sin dormir y el peso del cansancio ya comenzaba a afectar su cuerpo.
—No lo hago—murmuró—Mi deber es servirle a usted y protegerla, no puedo abandonar mi puesto—
—Meliodas, eso es muy malo para tu salud—el joven se mordió su labio pero no discutió, sabía que era verdad— Debes de descansar, puedes llegar a tener serios problemas—ella se veía realmente preocupada por él y el rubio no pudo evitar la felicidad que burbujeo en su pecho al saberlo, verdaderamente Lady elizabeth era un ángel, su ángel.
—Cuando lleguemos a Gerudo podré descansar—sonrió, tratando de calmarla, lamentablemente no funcionó y la princesa solo frunció aún más su ceño. El caballero se estremeció ante la mirada de la joven, debia admitir que si transmitía aires de poder con solo sus ojos —Estoy acostumbrado a esto, descuide—
—Ven aquí ahora mismo—el rubio frunció un poco su ceño—Es una orden Meliodas—
—Su majestad, le pido que no actúe de manera imprudente...—murmuró—No puedo romper mi formación, usted lo sabe, debo montar guardia—pero ninguna explicación parecía ser suficiente para ella.
—Meliodas, como tú princesa te ordeno que rompas tu formación y vengas a mi—tras soltar un suspiro de resignación el blondo asintió con la cabeza, se despegó de la corteza del árbol casi como si le fuera difícil hacerlo y luego camino hacia la princesa con seriedad, una vez parado frente a ella la sonrisa en el rostro de la albina regresó y a Meliodas vasi se le escapa una sonrisa. Vaya que era caprichosa, pero también tierna—Gracias, ahora duerme—
—Su majestad—
—Necesitas descansar Meliodas, por las diosas. Llevas cuatro días sin descanso y no quiero que llegues a Gerudo enfermo—una calidez conocida envolvió a Meliodas y se permitió sonreír con dulzura, entrecerrando los ojos debido a la sensación tan familiar del cariño y negó un par de veces ante la actitud obstinada de la princesa. Sin rechistar obedeció a sus órdenes, apagó el fuego de la hoguera subiendo todo en la oscuridad, extendió su cobija de viaje sobre el suelo, utilizó su alforja llena de ropa a modo de almohada y se cobijó con su capa aún sujetando la espada en su mano (por si acaso).
—Deberia terminar su cena, necesita energías para mañana—
—Mira quien lo dice, el que se niega a dormir— se burló y una sonora risa se escapó de los pulmones del héroe. Incluso aunque el rubio lo contuvo de inmediato, la princesa ya había escuchado y eso provocó su propia risa. Lo único que llenaba el silencio del bosque era el hermoso sonido que brotaba de los labios de la princesa del reino.
Elizabeth no había sido así de feliz en un viaje desde que su madre murió.
—Oh diosas, usted en serio es...—Meliodas negó con la cabeza sonriendo—Olvidelo—
—Oh vamos dime—se rió la princesa, quien se apresuró a terminarse las frutas silvestres que su escolta había recolectado para ella y finalizó con recostarse sobre el suelo quedando al lado del rubio. La cercanía era demasiada, más de lo que al caballero le hubiera gustado, pues pese a que ya estaban en confianza, consideraba que estar tan cerca era como invadir el espacio personal de la princesa y eso era un pecado.
Recargando su cabeza sobre su propia mano, Elizabeth se puso cómoda y clavó su mirada en el blondo. Incluso en la oscuridad, ella fue capaz de ver la sombra de lo que era su mirada y la tenue luz lunar era suficiente como para poder vislumbrar sus labios.
—Usted en serio es imprudente—rió en bajo, un sonido suave que facil se pudo confundir con el susurro del viento. Lejos de haber ofendido el honor de la princesa, la mujer albina solo atinó a reírse más y jugó con su cabello algo nerviosa, él tenía razón—Cuantas reglas no he roto ya desde que soy su escolta—
—¿Y te molesta mucho?—el rubio cubrió sus ojos con su brazo y negó.
—No, pero si mi padre me viera, diosas, me habría castigado. Se supone que no debo romper mi guardia a menos que sea una emergencia—Meliodas nunca hablaba de su familia y las veces que llegaba a mencionarlo cortaba la conversación antes de que le hicieran más preguntas. La señal de que él ya comenzaba a confiar más en ella era que había mencionado a su misteriosa familia.
Tras el silencio que se formó entre ambos, Elizabeth decidió dar el primer paso y abrió los labios aunque notó como los labios de Meliodas se habían fruncido en una mueca.
—¿Tu padre fue capitán, verdad?—Meliodas asintió, en silencio—¿Y como es? Si es que puedo saberlo—un suspiro salió de los labios masculinos al mismo tiempo que el héroe retiraba el brazo de sus ojos. Inconscientemente llevo su mano hasta la espada maestra, aferrándose al mango de esta misma como si buscara fuerzas.
Su mente le jugó en contra, como siempre solían hacerlo. En vez de bloquear sus temores, su cerebro evocó uno de los recuerdos más fuertes que tenía de su padre, uno para nada bonito. Lejos de ser aquellos momentos lindos donde se dedicaban a admirar mariposas, lo que el mar de su mente trajo a la orilla fue una pesadilla.
"—De nuevo Meliodas...—
—¡Ya no puedo más papá...!—un pequeño niño sollozaba desesperado, sus músculos dolían, sus huesos crujian, todo el cuerpo le ardía y la espada pesada en su mano lo hacía caer—¡Ya no puedo más!—gritó, pero el hombre lejos de calmar su dolor, lo tomo con fuerza para mantenerlo erguido y le levantó la mano a la fuerza, con brusquedad en un movimiento que le sacó sollozos de dolor al menos. Su pequeño brazo se estiró tanto que el rubiecito sintió que se le iba a romper y toda su mano se deformo mientras luchaba por mantener la pesada espada arriba.
—¡Tu no puedes mostrar debilidad, aunque tus huesos se estén partiendo, debes seguir firme!—gritó sobre su oído y el pequeño casi se desmaya de la presión—¡Firme Meliodas! ¡Eres un caballero, comienza de nuevo!—Meliodas veía todo borroso, la lluvia, los árboles, el rostro de su madre—¡Firme!—y en ese momento sucumbió al dolor y se desmayó. Esa fue de las primeras lecciones que aprendió sobre la vida de un caballero.
Ni aunque estés muriendo de dolor, ni aunque tus huesos estén hechos polvo, ni aunque tú alma esté por abandonar tu cuerpo, bajo ninguna circunstancia debes bajar la espada"
—¿Meliodas?—la voz de la princesa lo sacó de su propio recuerdo. El héroe soltó un respingo debido a la confusión momentánea de regresar a la realidad. Parpadeó un par de veces, desesperado de borrar la imagen de su padre sosteniendo su mano que tenía grabado en las retinas y pasó su lengua por sus labios secos. Trató de hacer que su voz no temblara y sobre todo, encerró su corazón en una caja para evitar soltar todo lo que sentía.
—Pues...como todo capitán—murmuró, respondiendo a la princesa de la joven—Estricto, duro y valiente. Es bastante recto y le gusta que sus caballeros se mantengan firmes —se alzó de hombros como si quisiera restarle importancia. Eran las palabras adecuadas para definir a un capitán del ejército, pero muy pocas palabras para definir a un padre. Meliodas permaneció callado, pasando la yema de su dedo pulgar por la empuñadura de la espada, acariciando su arma como si está pudiera sanar sus heridas internas—Es dedicado en lo que hace y un excelente herrero—
—No pensé que supiera algo de herrería—el rubio asintió.
—Vengo de un linaje de caballeros, pero todos mis familiares tenían conocimientos de herrería que se han pasado de generación en generación—suspiró—De hecho, mi padre hizo por si mismo el anillo de matrimonio que le entregó a mi madre—Elizabeth sonrió, enternecida.
—Eso es algo bastante dulce, que lindo—
—Si...si...—susurró casi sin voz ante las memorias. El rubio volvió a sumirse en un gran silencio tras eso, incapaz de continuar hablando de su progenitor, estaba teniendo una increíble noche como para arruinarla con dudas y pesadillas.
Sus labios tensos fueron la señal de que todavía no quería revelar mucho sobre su pasado y Elizabeth lo entendió, tenía que darle tiempo todavía. Podía ver qué le afectaba aunque todavía no entendía porqué.
—Pues espero que no te moleste romper unas cuantas reglas más, siendo mi escolta—la princesa rompió el silencio tenso, llamando la atención de Meliodas, quien alzó la mirada para poder verla con serenidad.
—Yo espero no tener que romper más—ambos rieron.
—Demasiado tarde, lamento decirte que te pediré que rompas una regla más—los ojos de Meliodas rodaron de inmediato, rogando porque no fuera algo muy fuerte lo que la princesa le pidiera, pero aún así permaneció callado esperando su orden—Meliodas, quiero que dejes de usar el título real conmigo y comiences a decirme solo "Elizabeth"—
—No—el joven usó sus codos para poder levantarse del suelo, recargandose sobre estos y dirigio toda su atención hacia la princesa. La albina sonrisa un poco nerviosa y el rubio permaneció en silencio con el rostro tenso—No podría hacer tal cosa, usted es mi princesa—
—Lo sé y eso no va a cambiar—rodo los ojos con obviedad, divertida de la reacción del caballero—Pero quiero que nos llevemos mejor, como amigos—
—Majestad...—
—Si yo te llamó por tu nombre, lo justo es que tú hagas lo mismo—
—Pero princesa...—la albina alzó una mano, pidiéndole silencio entre la oscuridad.
—Por favor, dime solo elizabeth—silencio, el de ojos verdes tragó en seco sin aceptar del todo aquella nueva petición y guardo la compostura. Quería hacerlo, en serio deseaba hacerlo, pero era como si su lengua fuera a arder en fuego si tan solo osaba pronunciar su nombre en voz alta—Por favor...—rogo de nuevo la princesa y, mierda, Meliodas no podia negarse a esos ojos soñadores.
Soltó un gruñido que tensó el vientre de Elizabeth en una sensación deliciosa y se recostó de nuevo con el corazón latiendo a mil. Aún indeciso y sintiendo que todo eso era un maldito error, el caballero abrió los labios dubitativo y por fin se atrevió a hablar.
—Elizabeth...—murmuró suavemente y su aliento acaricia la mejilla de la princesa sacándole un suspiro. El sonido de su nombre siendo pronunciado por esos labios, el escuchar como él la llamaba, tan bajo. Todo en ella se agitó y una sensación abrasadora la recorrió por completo, un suspiro más se salió de sus labios confundiendo ligeramente al rubio, pero la princesa solo atinó a sonreir.
¿Por qué sentía eso? ¿Qué era ese calor? ¿Por qué deseaba tanto que él siguiera diciendo su nombre sin parar? Tantas preguntas, una sola respuesta, pero se negaba a creerla aunque muy en lo profundo ya lo sabía. Pero no podía ser, era imposible, dolía, mierda esa respuesta dolía.
—Gracias por hacerlo—Meliodas asintió en silencio, pero Elizabeth sabía que no necesitaba de nada más para tener su confirmación, en medio de aquel silencio cómodo, ambos voltearon sus cabezas hasta poder ver hacia arriba. Por fin tras quedarse observando a las estrellas del cielo nocturno, supieron que ya era hora de dormir y el bostezo que se le escapó a la princesa de los labios fue justo su confirmación.
—Descansa Meliodas, por favor trata de dormir—Elizabeth cerró sus ojos, sin miedo de lo que pudiera pasar ya que confiaba bastante en Meliodas y permitió que poco a poco el sonido del viento chocando contra las hojas de los árboles la durmiera.
—Lo intentaré—susurró y se dió la vuelta hasta que lo único que podía ver era el cuerpo somnoliento de la joven princesa—Descansa...—una sonrisa fue lo último que hizo ella antes de caer en brazos del suelo, relajando su semblante.
Meliodas se quedó así, inerte, admirando la belleza de la princesa y sintiendo como su mano se aferraba con fuerza a la espada.
Tomaría guardia, eso era obvio, pero quizá dormir un poco no fuera un gran problema. Solo un pequeño descanso antes de levantarse. Sus ojos se cerraron tras varios segundos en los que dejó que el cansancio finalmente lo consumiera y tras sumirse en el sueño, el rubio soñó con un niño, no fue capaz de verlo bien ya que todo en ese sueño se veia terriblemente borroso. Lo único que pudo distinguir del pequeño fueron unos cabellos albinos largos y un par de ojos de distinto color, uno verde y uno azul que lo miraban con admiración.
Ya habían llegado al desierto de Gerudo. Debido a toda la arena, habían tenido que dejar sus caballos en la posta del Bazar que estaba cerca de la ciudadela y una vez preparados ambos comenzaron a caminar hacia el hogar de las mujeres.
Fue un camino algo molesto ya que la arena se les metía en las botas pese que estaban siguiendo el camino con menos arena (preparado especialmente para los turistas) y el sol en lo más alto no ayudó nada a reducir el mal camino. Tras varios minutos donde caminaron con rapidez para llegar a la ciudadela, por fin lograron alcanzar las murallas y Elizabeth sonrió.
Ya la estaban esperando.
—¡Matrona!—
—Princesa Elizabeth—la gran mujer se acercó hasta la entrada con rapidez y envolvió a la princesa en un abrazo maternal que curó las heridas de la joven. Tras varios segundos se separaron con una sonrisa—Mira como vienes, estás sudada y llena de arena, ¿Por qué no tomas un baño?—
—En realidad me gustaría poder ir directo a la bestia divina, deseo hacerle los ajustes cuánto antes—Matrona asintió, con determinación.
—Bien, pero antes deberías comer un poco, ¿de acuerdo?—
—¡Claro!—
—¡Los hombres no tienen la entrada permitida!—antes de que cualquiera de las dos pudiera retirarse, la voz de una de las guardianas les llamó la atención, el recuerdo de su joven escolta llegó de inmediato hasta la princesa y se volteo alarmada al verlo. Meliodas tenía una expresión claramente molesta mientras retaba a la guerrera Gerudo en la entrada y solo cambio su postura cuando se dió cuenta que la albina lo estaba observando.
—Oh Mel, será mejor que regreses al Bazar—el rubio parpadeo un par de veces, como si aquellas palabras no terminadas de llegar hasta su cerebro, luego volvió a mirar a la guardiana y regresó sus ojos hasta la princesa—Ve y descansa, yo me quedare con Matrona e iremos a la bestia divina—
—Pero Elizabeth...—se quejó.
—Lo siento, los hombres no son permitidos—murmuro en señal de disculpa, el rubio contuvo un gruñido. ¿Y no podrían hacer una excepción con él? Era el heroe del reino y el escolta de la princesa, ¿No podrían dejarlo entrar solo por esta ocasión? Supo que esa no era una opción viable cuando Matrona le sonrió, claramente la Matriarca no iba a permitir que él entrara a su ciudadela.
Meliodas no tuvo de otra más que asentir, sabiendo que no podría cambiar algo tan importante como las leyes del desierto. Sin embargo contrario a lo que Elizabeth pensaba, él no se retiró de ahí camino al bazar, caminó decidido hasta una de las paredes de la muralla y se recargó en esta misma montando guardia.
Las guerreras lo observaron con el ceño fruncido, casi ofendidas de que un hombre se atreviera a querer montar guardia en la ciudad que ellas protegían, pero ni aunque tratarán de correrlo el se iba a mover de ahí, su misión era proteger a la princesa y aunque no podía cuidarla desde adentro, mínimo podia cuidarla desde afuera.
—Aqui la estaré esperando—
—Meliodas, vas a estar bajo el sol—
—No me interesa—exclamo—Mi deber es protegerte y eso haré, confío en que las guerreras te mantendrán segura adentro, pero no por eso voy a confiarme, seguiré montando guardia. El rubio le dedicó una mirada por encima del hombro y asintió con su cabeza completamente decidido, no había forma de que ella lo hiciera cambiar de opinión, Meliodas no iba a quitarse de ahí.
—Gracias—Elizabeth suspiró con una sonrisa resplandeciente y las mejillas sonrojadas, se acercó hasta su escolta solo para darle un apretón en el hombro a modo de despedida y luego se dio media vuelta caminando junto con Matrona hacia dentro de la ciudad de mujeres.
A ella le hubiera gustado hacer algo más, quizá darle un abrazo, quizá atreverse y darle un beso en la mejilla...pero no sabía si eso podría molestar a su escolta, hacerlo sentir invadido o incómodo, además, no lograba entender todavía de dónde provenía ese deseo de querer acercarse más a él.
Bueno, eso ya no importaba, tenía toda la tarde para poder platicar con Matrona y hacerle ajustes a la bestia divina, ya tendría tiempo de pensar en sus sentimientos después, por ahora deseaba distraerse y dejar de pensar en el hombre que había dejado atrás.
—¡Mira esta maravilla!—despues de horas y horas de estar arreglando a la bestia divina, la princesa Elizabeth junto con la Matriarca se permitieron tomar un pequeño descanso mientras observaban el atardecer. El descenso del sol sobre la arena se veía como si de la nada todo se convirtiera en un mar de oro, las pocas palmeras de los oasis cercanos se barnizaban hasta casi verse irreales y las piedras de las grandes montañas que dividían al desierto del resto del reino proyectaban grandes sombras con la forma de los gigantes—¡Oh matrona, desde la bestia divina esto se ve precioso!—
—Sabia que iba a gustarte, mi rayito de sol—la mujer sonrió complacida de ver a la más joven tan contenta y se quedó observándola por un largo rato. Gracias a que la bestia divina (con forma de camello) tenía salidas para admirar el exterior, su visita técnica termino convirtiéndose en un picnic privado entre ellas dos nada más. Una vez que la princesa se dio cuenta de la mirada de Matrona sobre ella, la de ojos azules alzó una ceja confundida y ladeó la cabeza.
—¿Sucede algo?—
—No creas que no noté que tu escolta dejó de hablarte con tú título real—
—Oh—la princesa desvío su mirada hacia el suelo y arrugó un poco el final de su blusa.
—No quise decir nada, pero eso está mal Elizabeth. Él es un caballero y tú eres su princesa, fue irrespetuoso de su parte hablarte como si fueras una campesina—
—No lo tomes a mal Matrona—la joven rápidamente negó con la cabeza, manteniendo sus ojos clavados en el suelo pero asegurándose de defender al rubio—Yo fui quien le pidió que dejara de usar el título real—aun sin levantar los ojos, Elizabeth pudo darse cuenta de como la expresión de Matrona había cambiado, pasó de estar severamente seria a mostrarse realmente sorprendida.
—¿Por qué le pedirías tal cosa?—
—Pues porque quiero que haya confianza entre ambos, que seamos amigos—se alzó de hombros—Él sigue siendo igual de respetuoso conmigo, tan solo le pedí que dejara de lado el título—por fin se atrevió a levantar la mirada e inhalando hondo, decidió clavar sus ojos en los de Matrona para soportar su consecuencia—A él le cuesta todavía dejar el título, créeme—
—Y está perfecto que quieras que sean amigos, pero aún así debe de existir ese recordatorio de que tú eres su próxima gobernante—Elizabeth bufó en bajo y asintió—No podré hacerte cambiar de opinión, lo sé, pero si me gustaría pedirte algo: mientras estén solos puede llamarte por tu nombre, pero estando acompañados de gente lo apropiado es que se refiera a ti como su princesa...—eso tenía bastante sentido y al saberlo Elizabeth no pudo evitar como sus hombros cayeron por lo imponente de la matriarca—Para que el pueblo no se haga ideas en la cabeza y mantengan el respeto a ti—
—¿Ideas?—levanto la ceja confundida y la mujer asintió.
—Sabes como es la gente y sabes bien que no les agradas mucho—Elizabeth asintió—Si alguien llegará a escuchar que Meliodas te habla por tu nombre, podrían esparcirse rumores de una relación secreta entre ambos—
—¡Oh diosas!—el rostro de Elizabeth enrojeció por completo, sus manos comenzaron a temblar y a sudar debido a los nervios y una risita nerviosa abandonó sus labios—C-Ciertamente no deseo que se hagan esos chismes—pero Matrona permaneció callada, está vez usando su mirada para ver más allá de lo que la princesa quería comentarle, ella se puso aún más nerviosa sintiéndose juzgada por aquellos ojos violetas y llevó sus dedos hasta su cabello para jugar con este—¿Q-Qué sucede?—
—Elizabeth, por favor, dime qué no sientes nada por Meliodas—
—¿¡Qué!?—chilló—¿¡Por qué dices tal cosa!? ¡Claro que no! Mel es solo mi escolta y...—
—Vaya así que ya le pusiste un apodo—se burlo la gran mujer, cambiando su expresión seria a una realmente divertida por la situación. Aprovechando el momento de confusión de la princesa, la matriarca se sentó erguida frente a ella y la tomó de las manos pese a que la joven estaba temblando—Ellie, sientes algo por él—
—P-Pero yo no...—
—No estoy diciendo que sea amor—aclaró la mujer y antes de que la princesa pudiera seguir balbuceando incoherencias, decidió continuar—Pero sientes algo por él, es bastante obvio—un suspiro se escapó de los labios de la joven al mismo tiempo que agua comenzaba a acumularse en sus ojos. ¿Sentía algo por Meliodas? ¿Acaso había desarrollado sentimientos por su escolta? Al inicio tanto que lo quería lejos, ahora no podía imaginar que sería de ella sin estar con él. Se sentiría desprotegida, sola, miserable...
También su corazón se aceleraba cuando él la veía con calidez, con solo escuchar su voz sonreía, se había dado cuenta de todas las veces que se había descubierto a si misma espiandolo mientras recolectaba cosas o cazaba y por supuesto, debía de contar aquel momento dentro de Vah Dolees donde estuvieron demasiado cerca y ella, de manera imprudente, había estirado la cabeza para juntar sus labios.
La revelación de sus sentimientos (que había tratado de negar) dolió más de lo que llegó a pensar.
¿Cómo había sido tan estúpida como para desarrollar un sentimiento por alguien así? Un caballero, un estatus menor. ¿Cómo había sido tan estúpida como para volverlo parte de su vida? Por las diosas, estaban a nada de sufrir un apocalipsis con la llegada de la bestia oscura, una guerra real enfrentándose al mal, donde Meliodas era pieza importante para cumplir la profecía y era quien debía enfrentarse a esa cosa (de la cual solo tenían una canción y un tapiz para saber cómo era) solo él podía vencerlo usando su espada y ella había decidido querer a alguien que podía irse de su vida al morir.
Porque Elizabeth tenía miedo, mucho, sus poderes por más que los llamaba no despertaban y cada día que pasaba más pensaba que, quizá, ella no era la princesa con el poder sagrado que la profecía indicaba. Quizá esa princesa aún iba tardar en llegar, quizá su padre había tenido otra hija en el pasado, con otra mujer, y ella era la verdura heredera del poder de las diosas. Cómo fuera, Elizabeth no poseía tal magia y sin ella entonces no podrían ponerle fin a la bestia oscura, Meliodas lucharía con todas sus fuerzas, pero no podría acabar con la bestia sin ella.
Meliodas moriría...por su culpa.
El dolor volvió a recorrerla mientras el miedo de perder a alguien querido hacia tajos su alma. No podía ser, no podía quererlo.
—Él es tan bueno...—sollozó y Matrona no pudo contener la expresión de pena que llegó a su rostro—Él es tan dedicado y valiente, me ha jurado cientos de veces que va a protegerme, me es leal y aunque es reservado y callado, aún así hace el esfuerzo por hablar conmigo, todo para hacerme feliz—las lágrimas se resbalaban de sus ojos y llevó una mano directo hasta su pecho como si de esa forma pudiera deshacerse del dolor que sentía—Esconde tantas cosas y yo en serio deseo conocerlo, darme cuenta de porque su mirada a veces es tan triste, quiero que él sea feliz tanto como a mí me hace—
—Elizabeth...—
—Y oh diosas, yo lo traté tan mal en un inicio—se lamentó—Y él soportó mi actitud solo porque es leal a mi, aún así hacia sus esfuerzos mientras yo rechazaba cualquier intento de cercanía. Hablábamos y luego yo me alejaba, le proponía paz, pero era yo quien me alejaba por mis inseguridades—
—Elizabeth es normal que te sientas así, tienes mucha presión sobre tus hombros—trató de consolarla, sin embargo la princesa ya era un mar de lágrimas para ese momento.
—Incluso aunque me salvó la vida, al ver cómo todo el pueblo lo aclamaba me atreví a ser tan desconsiderada con él y le rechacé cada muestra de cariño hacia mi—Matrona no pudo soportarlo más, no era justo que Elizabeth se castigara de esa forma por algo que no era su culpa.
Ella solo era una joven adolescente a la que se le había obligado a comportarse como adulto desde niña por un bien mayor, dejando de lado todos sus sueños y esperanzas solo para mantenerla encerrada en aquellas fuentes sagradas. Que perdió a su madre y no se le permitió ni llorar para demostrar la fortaleza de la corona. Siendo juzgada por el pueblo que más debería de apoyarla.
—No es culpa tuya, nada es culpa tuya. Solo eres una adolescente—
—Y tarde me di cuenta...—Elizabeth lloró más—Tarde me di cuenta de que en realidad nunca lo odié, solo trataba de obligarme a mi misma a odiarlo como si fuera su culpa todas mis desgracias—se aferró al cuerpo de la mujer con fuerza, tratando de buscar una luz en medio de toda su oscuridad—Pero cuando me atreví a tratar de conocerlo...terminé queriéndolo—
Por fin lo había aceptado en voz alta. Pues lo que sentía por su caballero era un sincero cariño.
La realidad es que la princesa no odiaba al héroe, lo quería con su alma.
—Y tengo mucho miedo Matrona, tengo miedo de fallar y perderlo en la guerra. Porque Meliodas merece ser feliz y no quiero que por mi culpa él...él...—
—Shhh ya no digas más—Matrona por fin logró que ella cerrara la boca tras estrujarla aún más contra su cuerpo y comenzó a moverse, arrullando a la princesa como si fuera un bebé tratando de buscar su consuelo. Ella entendía bien lo que la princesa sentía y se sentía tan mal de no poder ayudarla, pero seguiría ahí, siempre a su lado, porque la amaba como si fuera su propia hija y siempre estaría para su rayito de sol.
Meliodss no lo había pasado mejor. Tantas horas en el sol, hacía guardia a los alrededores, pensando si la princesa se encontraría bien mientras trataba de no prestarle atención a las miradas asesinas que le dedicaban las guerreras. Todo eso mientras tenía un muy mal presentimiento que lo tenía inquieto.
Y sus temores se cumplieron.
De la nada y completamente ajeno a lo que él sentía, una horrible sensación de dolor lo hizo doblarse sobre si mismo llamando la atención de las guerreras. Meliodas se había llevado la mano al pecho, por la repentina punzada y se preocupó ahora sabiendo bien que eso que sentía era de la princesa, tuvo que usar toda su fuerza para volver a ponerse erguido con los ojos cargados de preocupación.
—¿Qué pasa chico? ¿Unas horas bajo el sol fueron suficientes para derrotarte?—se burló una de las guerreras, sin embargo Meliodas la ignoró completamente, arrugando la tela de su túnica en su pecho y mirando hacia la dirección donde podía ver a la enorme bestia divina parada.
¿Debería de ir? Joder claro que debería de ir, pero el camino por el desierto era largo si no tenías botas especiales para caminar por la arena o si no tenías una de esas morsas del desierto que te llevaban con rapidez.
A la mierda con el tormentoso camino, la princesa estaba sufriendo, lo podía sentir en su corazón y debía de ir a ayudarla. No sabía lo que podía estar pasando, quizá las habían atacado, quizá les habían tendido una emboscada y ella salió herida, quizá...
—¡Sir Meliodas!—de inmediato la voz de una de las guerreras que se habían ido junto con Matrona y Elizabeth llegó encima de su morsa del desierto, al verla ahí parada todas las alertas de pánico se dispararon aún más en su cabeza y se acercó a ella con rapidez.
—¿Qué sucedió?—trató de mostrarse lo más relajado posible, aunque su mirada delataba todo lo que estaba pensando. Si es que la guerrera lo notó decidió no mostrarlo, ya que solamente le hizo un espacio al blondo para que subiera sobre el escudo que usaba para andar por la arena y Meliodas no tardó en subirse.
—La matriarca lo manda llamar—
No tuvo que decir más por qué al instante la guerrera movió de las riendas y la morsa comenzó a nadar sobre la arena, arrastrando a Meliodas junto con ella sobre aquel trineo de escudo.
—Ah, disculpa que te haya hecho venir—cuando el rubio llegó hasta la bestia divina y el animal mecánico se agachó para permitirle subir, el miedo comenzó a bajar lentamente. Si hubiera ocurrido una clase de catástrofe seguro que no lo habrían recibido de tal forma. Cuando se adentró en el camello guiandose con las antorchas que estaban ahí para poder alumbrar en medio de la noche, caminó preparado por si se lanzaban a atacarlo de cualquier dirección, pero no fue así, siguió avanzando cauteloso hasta que salió por uno de los balcones de la bestia divina y la única imagen que lo recibió fue Matrona sentada sobre varios cojines, con Elizabeth a su lado recostada sobre su hombro y completamente dormida, iluminadas con una pequeña lámpara que mantenía el fuego contenido—Pero veo que llegaste rápido, justo como se espera de un caballero escolta—
Meliodas no habló en ningún momento, permaneció quieto, observando los ojos de Matrona que parecían querer ver hasta su alma y resistió el impulso de bajar la mirada. Estaba demasiado acostumbrado a que muchos ojos lo vieran como para no soportar que una sola persona no retirara la mirada de él.
»—La princesa ha pasado todo el día investigando, por eso está tan cansada—al final fue la Matriarca quien desvío la mirada, pero solo para observar como la hermosa princesa descansaba tranquila sobre su hombro, Meliodas desvío sus propios ojos para poder verla y su mirada se suavizó. Ella estaba bien, segura, sana y salva, solo cansada. Se veía tan hermosa durmiendo que un suspiro casi sale de sus labios, pero se obligó a mantenerse firme para evitar que los ojos violetas de Matrona lo siguieran inspeccionando—Meliodas cuéntame, ¿Ustedes dos se están llevando bien?—
El rubio se removió un poco en su lugar, algo incómodo por aquella pregunta. Sus mejillas se tiñeron de un suave color rosado y sus ojos pasaron de la Matriarca hacia la princesa con gran rapidez.
Antes de que pudiera decir algo, la risa de Matrona llenó el pequeño espacio entre ambos y le impidió hablar.
»—Tu silencio me lo dice todo—Meliodss volvió a removerse un poco incómodo—Quiero que por favor le tengas paciencia, el hecho de que portes esa espada solo le recuerda que no ha despertado sus poderes, cree que le ha fallado a la familia real de Liones y a todos aquellos que quiere—Matrona volvió a mirarlo, aunque esta vez habia calidez en sus ojos—Lo cierto es que eso no es culpa tuya, ni tampoco suya—una de las manos de la Matriarca se alzó hasta poder acariciar la coronilla de la cabeza de la princesa con dulzura y el rubio pudo darse cuenta de porque Elizabeth quería tanto a Matrona. Solo había amor maternal en ella, tanto que de alguna forma, esa acción solo le pudo recordar a su madre—Meditando día tras día, ha intentado despertar sus poderes desde que era una niña. La pobre aveces hasta se enfermaba por pasar tanto tiempo encerrada en esas fuentes sin descanso—
El corazón de Meliodas se estrujó ante aquella revelación. Elizabeth todavía no le contaba nada tan íntimo como aquel pasado suyo, pero confiaba en que llegaría el día en el que ella sería capaz de revelarle su verdadero sentir. De la misma forma que él terminaría revelandole todo sobre su desastroso pasado.
—Ella es una mujer muy fuerte—murmuró Matrona.
—Lo es—susurro Meliodas de tal forma que solo la Matriarca pudo escucharlo, en ese mismo instante, las caricias sobre la cabeza de la princesa se detuvieron al igual que esos ojos morados lo recorrían de arriba a abajo buscando algo, pero antes de que el rubio pudiera tragar en seco. La mujer desvío la cabeza hasta ver a la lejanía y observo el cielo nocturno lleno de estrellas.
—Comienza a hacer frío, lo mejor será que la despierte—se quedó callada, pensando en una buena manera de levantar a la joven princesa. Luego una sonrisa burlona se instaló en su rostro (cosa que Meliodas no pudo ver) y la matriarca alzó la mano solo para después tronar sus dedos.
En cuando el sonido de sus dedos dejó de hacer eco, un enorme y poderoso rayo cayó justo al lado de la bestia divina, sacudiendo la arena bajo sus propias patas y tambaleando toda la estructura. Meliodas tuvo que esforzarse por no caer y se dobló un poco sintiendo como si se hubiera quedado sordo por el rayo.
—¡KYAAAAAA!— El gritó de la princesa se escuchó solo segundos después, al tiempo que ella se levantaba asustada y temblando por el repentino ruido y volteo a ver a Matrona con ojos desorbitados—¡Matrona! ¿¡Qué fue eso, qué...!?—pero no pudo seguir haciendo sus preguntas, sintió una presencia detrás de ella y escucho bien como alguien daba unos pasos para poder ponerse derecho. Se dio media vuelta de forma que los ojos tanto del escolta como de la princesa se juntaron y de inmediato un furioso sonrojo cubrió sus mejillas—¿¡Tú qué haces aquí!?— le gritó al joven que solo pudo cambiar su expresión de confundida a una algo triste por el repentino grito.
La risa escandalosa de Matrona logró hacer que Elizabeth desviará su atención, mirando como la mujer parecía verdaderamente divertida por aquella situación
—¡¿Qué!?—pero las risas de matrona solo aumentaron aún más. La princesa se sentía confundida, asustada y claramente perdida. Fue como si de la nada la arrancado de una realidad alterna solo para tirarla en un lugar que no reconocía. Después de varios minutos en los que Matrona pudo finalmente dejar de reír y le explicó todo a la joven albina.
—Mande llamar a Meliodas cuando caíste dormida, supuse que estarías demasiado cansada para volver y que mejor que tu escolta te ayudará a regresar—
—Si, gracias—murmuro algo desanimada, cosa que el rubio pudo notar desde el momento en el que la joven se calmó tras aquel susto.
En silencio, los tres caminaron hacia la salida, permitiendo que la bestia divina se moviera para permitirles bajar y luego salir a lo fresco del desierto por la noche, para su sorpresa, no había ninguna morsa del desierto que los estuviera esperando, tan solo eran ellos tres, el camino por la arena y una absoluta paz para ayudarles a relajarse después del trueno de la matriarca.
Matrona iba hasta adelante, liderando el camino y sirviendo para cuidar cualquier peligro que pudiera venir desde enfrente, la princesa y su escolta permanecieron detrás de ella, en silencio, al menos hasta que hubo la suficiente distancia como para que Matrona no pudiera escuchar más que solo murmullos.
—Oye...—la princesa fue la primera en hablar—Lamento haberte gritado hace rato, me asustó mucho el trueno de Matrona—
—Esta bien, lo imaginé—Meliodas asintió, buscando calmar la culpa que ella sentía, pero ni aunque le sonrió a modo de buscar que ella mejorara, logró hacer que la princesa dejara aquella expresión sombría—Si no es mucha indiscreción, ¿Qué sucedió?—
—¿A qué te refieres?—
—Senti algo hace rato—Elizabeth se tensó en su lugar y aumento el pasó tratando de escapar de aquella pregunta, Meliodas solo frunció su ceño acelerando igual el paso y permaneció a su lado—Sentiste dolor Elizabeth, ¿Por qué?—
—Yo...—tartamudeo—No fue nada solo una tontería—respondio de manera brusca, casi mordaz como si le costara decirlo. Meliodas abrió los ojos sorprendido y el recuerdo de como se comportaba Elizabeth antes de hablar las cosas llegó a él.
—Sabes que puedes confiar en mi y estoy aquí para protegerte de todo—
—No quiero hablar de eso Meliodas ya basta—lo detuvo de nuevo, bruscamente y evitando verlo a los ojos. El rubio se quedó completamente callado sintiendo como su corazón se estrujaba debido a la forma tan autoritaria con la que le había hablado. Elizabeth se dio cuenta rápidamente de lo que había hecho, pero solo se hizo pequeña sin mirar a Meliodas a los ojos ni pedirle una disculpa.
Él lo sabía, algo tenía, pero no lograba entender porqué razón ella se lo estaría ocultando, después de que le había demostrado bastante confianza durante días pasados.
No podía hacer nada para ayudarla.
Llegaron a la ciudadela en completo silencio cada uno perdido en sus propios pensamientos, Elizabeth entró junto con Matrona quien la estaba esperando ya dentro de las murallas del lugar y Meliodas, pese a que quería seguir a su lado, tuvo que obligarse a si mismo a detenerse frente a la entrada. Al ya no sentir su presencia Elizabeth por fin se atrevió a verlo a los ojos reflejando como estos estaban rojos y húmedos por tanto llorar.
—Que tenga dulces sueños, alteza—murmuro Meliodas con la voz ronca y tras dedicarle una reverencia se dio media vuelta comenzando a caminar hacia el bazar (que por suerte estaba iluminado permitiéndole al caballero ver su destino)
Una vez estando sola, la princesa se soltó a llorar de nuevo refugiando su rostro en los brazos de Matrona.
—¡Mi señor Galand!— la voz de un hombre, chillona y algo infantil, hizo eco dentro de la gran habitación lujosamente decorada de aquel hombre. El mencionado, cubierto completamente por su armadura oscura, abrió los ojos para mirar a su sirviente que estaba de rodillas ante él—¡La hemos visto!—
—¿De quién carajos hablas, novato?—
—¡De la princesa Elizabeth!—el líder del clan demonio se puso de pie de inmediato, sobre su cama y se acercó hasta el novato para tomarlo del rostro con brusquedad.
—¡Dime todo lo que sepas!—una sonrisa radiante y terrorífica destrozó el rostro angelical de dicho joven y, después de que Galand lo soltara, el chico no tardó en abrir los labios para soltar toda su información.
—¡La princesa Elizabeth está aquí en el desierto, oculta detrás de las murallas de la ciudadela!—una sonrisa también cruzó el rostro de Galand, tan cruel, malvada y oscura que aunque el joven no la vio un escalofrío recorrió su columna haciéndolo sentir en peligro y, a la vez, admirando la maldad de su líder.
Al final no habían tenido que buscar a la princesa, ella sola había ido hacia ellos lista para su muerte. ¡Pero que suerte! Se había entregado a ellos para cumplir con su destino de morir en manos como sacrificio para el retorno de su señor oscuro.
—¡Alerten a todos mis queridos demonios. Saldremos de cacería de princesas!—
No mamen si me salió bien largo este capítulo jajaja lo lamento 🤭
¿Qué les pareció? ¿Les gustó? Espero que si, disculpen faltas de ortografía, si ven alguna no duden en decirme y la corregiré.
Santas diosas todo lo que pasó aquí. Ellie acepto que siente algo por Meliodas (que ojo, por ahora tan solo lo quiere, pero se nota que ya hay señales de enamoramiento por ahí 👀) matrona y Ellie, Ellie y Meliodas conviviendo más y ese final...los miembros del clan demonio ya saben de la ubicación de la princesa *_*
Con toda mi felicidad, es de mi agrado informarles, que el capítulo 21 es el punto de no retorno. Así que los espero en ese capítulo con muchas ansias 👀
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