XIV
Capítulo 14: En el poblado Vogel
La mañana había llegado más rápido de lo que a cualquiera le hubiera gustado. Desde el incidente, las cosas parecían moverse más rápido, incluso la gente se veía algo más acelerada, preocupada, alterada. Era razonable, el castillo se había visto invadido por el enemigo y una pieza escencial de la profecía estuvo en peligro de ser asesinada.
Lamentablemente para Elizabeth, la princesa pudo notar como la opinión del pueblo sobre ella no había cambiado, al contrario, había empeorado aún más. Al momento en el que salió de los muros del palacio junto a su caballo, las miradas del pueblo fueron como flechas con fuego.
La juzgaban. Unos cuantos la miraban con decepción y hasta negaban con la cabeza, volviendo a sus actividades normales. Otros más la veían con tanta pena que fue fácil para Elizabeth leerlos "pobre princesa desprotegida". Algunos niños la veían con curiosidad y les murmuraban cosas a sus madres con clara confusion, era claro la razón de su mirar, ellos carecían escuchando las canciones ancestrales del valiente héroe y la poderosa princesa, "Mami, ¿Por qué nuestra princesa no es poderosa?" Seguro era eso lo que tanto preguntaban.
Suspiró algo desanimada, pero se obligó a si misma a seguir adelante, aferrándose de las riendas de su caballo con tal fuerza que sus dedos se pusieron blancos. Solo debía de ignorar sus emociones, debía de aparentar, como lo había hecho siempre, no era tan difícil, ¿Cierto? Sonreírle a los niños, mirar al frente y mostrarse fuerte, decidida, gloriosa...aunque por dentro solo quisiera llorar y gritar de frustración.
Tales gritos en su mente al final no vinieron de ella, ni eran imaginarios, tardé la princesa se dio cuenta de que el pueblo en verdad estaba aclamando a alguien más, a espaldas de ella, podía escuchar el sonido de un caballo acercándose. Llamando su atención, varios niños comenzaron a dar brincos emocionados mientras gritaban, las mujeres saludaban alegres y los hombres agachaban la cabeza con respeto. No tuvo que voltear a ver al causante de tal alabanza para saber de quién se trataba.
Meliodas.
Por supuesto, ¿Quién más sería tan aclamado como el héroe del reino?. Elizabeth se mordió la mejilla interna y contuvo tanto como pudo su rabia. Seguro que Meliodas se estaba sintiendo tan bien al escuchar todo ese clamor, seguro que se estaba poniendo ebrio de poder al ver cómo el pueblo lo adoraba tanto, seguro que al ver lo bien recibido que era él pensaría que ella no era más que un estorbo...
"—Maldito engreído—" pensó para si misma. Sintiendo la rabia burbujeando en su pecho, tan fuerte, tan potente, que casi suelta un gruñido.
Aún completamente ajena a la conexión que compartía con el héroe.
Meliodas no estaba disfrutando de eso.
Las alabanzas, los cánticos, los gritos...
Lo hacían sentir tan presionado y temeroso que le era aún más difícil mantener su rostro de piedra. En esos momentos más que nunca era cuando debía de aparentar ser indiferente a todo, no mostrar su debilidad, no mostrar su verdadero ser para evitar decepcionar a toda la gente.
Él no era una diosa ni un ser celestial como para que la gente se pusiera de rodillas y cantara su nombre. Tampoco era aún el héroe del reino, ese título se volvería "oficial" solo cuando derrotara a la bestia oscura, por el momento tan solo era un espadachín más, un caballero al servicio de su rey.
El único título que si le quedaba era "El niño elegido" y la verdad era el que más escalofríos le causaba. Los malos recuerdos se apoderaban de su mente con solo escuchar a una persona llamarlo de tal forma. Desde los 6 años, cuando la gente se puso de rodillas ante él por primera vez y aquel título se extendió por el reino todo fue un caos. ¿Tan difícil era que le permitieran ser un niño? Quería seguir jugando con sus amigos, ayudar a su madre con el huerto, jugar con su padre con las espadas de madera...no espadas reales.
Contuvo su escalofrío parpadeando un par de veces y sacudió las riendas de su caballo para acercarse con más rapidez hacia la princesa, deseaba salir de ahí cuando antes, ya no podía aguantar ver los rostros esperanzados de todo el pueblo. ¿Qué pasaría si fallara?...¿Que Pasaría si la bestia es tan fuerte que todos sus años de entrenamiento son en vano?...¿Qué pasa si no logra proteger a Lady Elizabeth y le hacen daño por su culpa?
¿La gente lo seguiría amando incluso si demuestra que es...humano?
Todas sus abrumadores sensaciones se vieron opacadas cuando una rabia potente atravesó su pecho. De la nada un enojo se potencializó dentro de él a tal punto que casi rompe su máscara de héroe. Pero no tenía ningún razón para sentirse de tal forma, igual que el día anterior, emociones que no eran suyas comenzaban a confundirlo haciéndolo sentir expuesto ante el mundo que deseaba proteger.
¿Por qué? ¿De dónde venía aquel sentir? ¿Era alguna especie de maleficio o hechizo mágico? ¿Por qué estaba pasando eso tan de repente? No lo podía entender y eso le frustraba bastante, porque el querer descubrir de dónde venían aquellos sentimientos lo distraían de la realidad.
Cómo sea, trató de no prestarle tama atención a eso y tan solo siguió con su camino, manteniéndose detrás de la princesa pero cerca de ella y rogando a las diosas porque aquello terminase pronto, deseaba salir de la ciudadela con rapidez y adentrarse al silencio del bosque.
Para mala suerte de ambos, el silencio ensordecedor que le siguió a todas las ovaciones fue...incómodo.
No entablaron conversación en ningún momento cuando empezaron su recorrido, pese a que el rubio había intentado buscar algún tema de conversación para hablar, la realidad era que no se había atrevido a hacerlo, la rabia burbujeante en su pecho se había desvanecido así que eso fue un gran respiro para su alma y como estaba bastante agradecido con aquel silencio tampoco quiso romperlo. Por su parte, Elizabeth lo que menos deseaba hacer en esos momentos era hablar con él.
Su enojo había bajado, pero seguía sintiéndose tan mal como cuando salió del palacio. Aún tenía en la mente como la gente la miraba con tanta decepción y pena, pero cuando Meliodas apareció todo se volvió un festival. Una parte de ella sabía que él se había ganado todo eso por méritos propios, pero también no podía evitar sentirse tan frustrada. Sin importar que tanto hacia el pueblo parecía solo ver sus errores, jamás prestaba atención a todo lo bueno que había logrado con sus investigaciones y solo les importaba su poder.
Poder que no respondía a su devoción y que la había dejado abandonada desde siempre. Eso la frustraba y aunque sabía que era injusto, aún más después de como la salvó, se terminaba desquitando con el héroe rubio.
Incluso cuando la noche cayó ellos no se detuvieron a hablar en ningún momento. Se comunicaron en silencio para desgracia de la albina, Meliodas solo había tenido que bajar de su caballo y luego ir hacia ella para detener el suyo, le extendió una mano para ayudarla a bajar, pero la princesa solo le dedicó una mirada fria, ignoró la mano y bajó por si sola del animal comenzó a alejarse de él, dejando al blondo confundido, triste y claramente decepcionado.
Meliodas hizo una hoguera para evitar que la princesa tuviera frío ya que vio como varias veces se cobijaba con su propia capa, usaron sus bolsas con ropa para que su cabeza estuviera algo más cómoda y finalmente sacó algunas manzanas de su alforja.
Le extendió una a la distante princesa y ella lo miró intrigada.
—¿Desea cenar fruta o prefiere que vaya a cazar?—fue una sola pregunta, la primera vez en la que abría los labios para hacer algo más que suspirar y la princesa no pudo evitar tener un cóctel de emociones bajo su piel. Felicidad, alivio, irritación...
—La manzana está bien—el blondo asintió mientras la princesa tomaba la fruta de entre sus manos, ambos limpiaron un poco la cáscara con las mangas de su ropa y se hundieron de nuevo en aquel silencio ligeramente tenso, viendo el fuego bailar sobre la madera y cada quien comiendo un poco.
Una vez hubo terminado de comer, la princesa se recostó sobre la hierba reposando su cabeza sobre su bolsa con ropa, sacó su manta para cobijarse con esta evitando el frío y se le quedó observando al fuego un poco más, inconscientemente, sus ojos se desviaron de las llamas bailarinas hacia el rostro pacifico de Meliodas, quien estaba revisando unas cuantas cosas en su alforja, luego sacó una liga para cabello y amarró sus hebras doradas en una cola de caballo pequeña.
Un ligero sonrojo cubrió las mejillas de la princesa al verlo de tal forma. Por más que odiara admitirlo, tenía que aceptar que Meliodas era bastante bonito...
Frunció su ceño por pensar tales cosas y se dió media vuelta. En ese momento Meliodas desvío sus ojos hacia ella al detectar tal movimiento, se le quedó observando a la princesa en silencio por largos segundos apreciando lo pequeña que se veía estando sumergida en su manta. Con el cabello sobre la bolsa y su respiración lenta y tranquila.
Sin romper su rostro indiferente, Meliodas sintió la calidez desbordando de su interior y dejó salir el aire que había estado conteniendo en sus pulmones.
El rey confiaba en él para protegerla y eso iba a hacer. Sin importar que la actitud de la princesa hacia él cambiara tan de repente, sin importar que a veces fuera algo tímida y al segundo siguiente tan fría como un témpano de hielo, aunque ella le hiciera su trabajo difícil, nada de eso importaba, porque lo único que Meliodas deseaba era su seguridad.
—Buenas noches—la voz de la princesa lo hizo salir de sus pensamientos.
—Descanse, su alteza—
Y tras apagar el fuego y mirar directamente a las estrellas, Meliodas se dispuso a montar guardia por el resto de la noche.
Tardaron cuatro días más en llegar al poblado Vogel, pero para Elizabeth fue todo un alivio al fin ver a más personas, aquellos días habían sido algo...tensos y aburridos.
Empezando por el hecho de que casi no habían hablado nada, ella trataba de hablar un poco, pero Meliodas solo se dedicaba a asentir con la cabeza o negar un poco, respondía ligeramente "si" o "no" y la princesa aún no se sentia tan de humor como para pedirle que hablara más, además debido a su sentir, lo había estado tratando mal, le hablaba algo brusco, ignoraba sus atenciones, apenas y lo volteaba a ver. Eso tenía al rubio confundido, frustrado y dolido.
Seguía enojada con él, sabía que era injusto, estaba siendo bastante mal agradecida con su caballero, pero no podía evitarlo, la rabia y la tristeza la cegaban. Quería disculparse con él por toda su actitud, pero justo cuando lo intentaba, la ira volvía a burbujear en su interior y las palabras se atoraban en su garganta.
Justo como la primera vez que había visitado tal poblado, la princesa se acercó hacia la posta cercana para guardar a sus caballos en tal lugar y que los cuidarán tras el viaje. Fueron recibidos con gran alegría ya que todos los presentes reconocieron al gran Meliodas y la irritación de la albina aumento visiblemente ante esto.
Luego avanzaron por los puentes colgantes que los llevaban directamente hacia el poblado de los seres alados y en la entrada del lugar Lady lago ya los estaba esperando con esa misma sonrisa de serenidad fría y tétrica que le dedicaba a todo el mundo. Elizabeth hizo un reverencia ante ella y la voluptuosa mujer hizo lo mismo.
—Es un honor recibirlos hoy, princesa de Liones, héroe del reino—la Matriarca de los Vogel se levantó de su reverencia y extendió los brazos en señal de jubilo—Nos alegra ver que ambos están sanos y salvos, después del...contratiempo del baile—la princesa Elizabeth suspiró.
—Quiero expresarle mis más sinceras disculpas, Lady lago—agacho la mirada—Lamento que su estancia haya sido corta y opacada por tal suceso—
—No hay nada de que disculparse su alteza, no hubo perdidas y es comprensible que el enemigo haya intentado atacar cuando estábamos vulnerables—la princesa aprecio la comprensión de aquella sabía mujer—Ademas, fue divertido pelear contra ellos—una expresión algo tétrica cruzó su rostro y Meliodas solo pudo sentir como su estómago se revolvía ante esto.
No podía entender como la princesa le seguía sonriendo a la Matriarca de los Vogel como si aquella expresión en su rostro no fuera aterradora. Ambos jóvenes ignoraron esto y tras un suave movimiento, la Matriarca comenzó a guiarlos por el lugar pese a que ambos conocían bastante bien como era el poblado de los Vogel.
Al finalizar el recorrido, la Matriarca los dejo en la puerta de la posada del poblado y finalizó con tomar la mano de la joven princesa dándole un pequeño apretón.
—Princesa, si me lo permite, hay algunos asuntos que quisiera discutir con usted—la Matriarca desvío la mirada hasta Meliodas quien se cruzó de brazos y alzó el rostro para verse más imponente. La dama del lago lo vio de manera hostil aunque su sonrisa seguía siendo serena—A solas, si es posible—
—No...—
—¡Claro que es posible!—la albina lo interrumpió a media palabra y el rubio volteo a verla estupefacto. Ella no podía hacer eso, las órdenes del rey eran que la siguiera a todas partes (menos si ella debía de hacer sus necesidades, claro) pero incluso en reuniones privadas él debía estar presente.
La cara de estupefacción del héroe le dió cierta satisfacción a Lady Lago, por lo que no pudo evitar soltar una pequeña risa y extender las alas.
Al instante Meliodas se colocó al lado de la princesa, regresando su rostro a la misma máscara de piedra de siempre.
—Princesa por favor, las órdenes del rey fueron...—
—No me importan las órdenes de mi padre—su voz tan molesta y mordaz lo hizo sorprenderse. Él sabía que no le agradaba a la princesa...pero no tenía por qué hablarle de esa manera. Se mordió su labio conteniendo sus impulsos y mantuvo su compostura como solo un gran caballero podía hacerlo—La decisión es mía, eres mi escolta, no me pasará nada—
—Princesa...—advirtio en voz baja—Le pido que lo reconsidere, mi deber es...—
—Ya he tomado una decisión, Meliodas—el de ojos verdes sabía que no había forma de convencerla, de lo poco que la había conocido estás semanas desde que se volvió su escolta, pudo darse cuenta del carácter de la princesa. Bastante testaruda, necia y orgullosa...pero aún así...aún así...
Con un suspiro de resignación, el escolta tan solo asintió con su cabeza incapaz de hacer algo, sabía que no importaba que tantas excusas le dijera, la princesa no iba a obedecerle, dió una reverencia algo cabizbajo y regresó a su lugar, detrás de ella.
—Como ordene, mi princesa—susurró el joven cerca de su oído y un escalofrío recorrió la espina dorsal de Elizabeth. Tratando de disimular aquello, tomó sus bolsas de viaje entregándolas en las manos del caballero y luego se unió con la Matriarca del lugar tan rápido que sobresaltó al caballero.
—Ve pidiendo dos habitaciones y encárgate de dejar mis cosas en mi cuarto, iré a hablar con Lady lago, te veré aquí en unos momentos—Meliodas hizo una reverencia suave mostrándole respeto a su princesa. La albina se fue pronto avanzando por el poblado junto a Lady Lago y dejando al blondo completamente solo.
Estar unos momentos a solas fue justo lo que el caballero necesitaba para entenderse a si mismo.
Tenía emociones encontradas, bastantes emociones para su gusto. Mientras cumplía con las órdenes de su majestad, no podía dejar de repetir ciertos momentos de esos días en los que habían estado viajando casi en silencio.
Quizá... quizá él estaba siendo bastante irritante. Pensar en eso lo hizo encogerse dentro de su habitación y la pesadez de la culpa casi lo hace recostarse en la cama.
Quizá su silencio la molestaba mucho, se había dado cuenta de eso, pero aún le costaba expresarse con ella. Para empezar no consideraba que fuera necesario ya que ella era su princesa, su superior y debería de guardar la compostura, además, ya se había dado cuenta del rechazo de la albina hacia él y eso...se sentia como una apuñalada directo en el corazón. Quizá podría intentar ser más abierto, ya lo había intentado una vez y las cosas no salieron tan mal, podría volver a hacerlo aunque le costara tanto.
¿Qué era lo que en verdad sentía por la princesa? ¿Era solo lealtad? ¿Aprecio? ¿Curiosidad? ¿Anhelo?
Era tan confuso, le tenía respeto y obviamente le era leal, pero sabía que había algo más, algo que no lograba entender por completo. Le preocupaba que aquel sentimiento se saliera de control, que fuera tan fuerte que su actitud estoica se rompiera en tantos pedazos que sería imposible volver a armarla. Aunque quedar expuesto ante ella no era tan malo, se arriesgaba a que sus rechazos fueran peores, pero eso no le importaba con tal de que ella pudiera sentir su devoción.
¿Cómo es que podía sentir tal cosa por una princesa sin poderes?
A él no le importaba su magia, tan solo le importaba...ella. Lo inteligente que era, su pasión por sus investigaciones, esos momentos donde se quedaba viendo al atardecer con los ojos llenos de nostalgia y la tristeza que su semblante siempre mostraba.
El rostro del escolta se puso colorado debido a tantos pensamientos e imágenes de la princesa. Se sentía como un pecador pensando en lo hermosa que ella era y las virtudes que poseía, sus pensamientos iban más allá de la ética profesional, estaba pisando una linea que podía arruinar completamente su honor. No era correcto que un caballero pensara en los ojos de la princesa como un tesoro, ni que quisiera escucharla reir más a menudo, tampoco era correcto desear abrazarla y consolarla y mucho menos era correcto desear que su sonrisa fuera solo para él.
—Me estoy volviendo loco—suspiró para si mismo, con las mejillas tan rojas que incluso le comenzó a dar calor.
Evitando que su mente siguiera jugando malas bromas decidió salir de su habitación y de la posta, tomando algo de aire fresco. No quería quedarse a descubrir más de sus emociones, prefería evitarse esa amargura de llegar a la verdad y darse cuenta de su triste realidad.
Ignorando las órdenes de la princesa, Meliodas comenzó a caminar por el poblado, admirando el paisaje que este le proporcionaba. Al estar sobre rocas enormes encima del lago, la altura era suficiente para ver las montañas nevadas, el brillo de la nieve cuando el sol chocaba contra esta, los pinos altos del bosque y montones de Vogel sobrevolando el lugar. Sabía que la raza de los Vogel aparte de ser grandes arqueros, también eran orgullosos, vanidosos y adoraban las canciones, así que el ver a un grupo de pequeños niños cantando le dio ternura.
Siguió caminando por el poblado, esperando encontrarse a la albina en alguno de los escalones y relajar ese miedo de no poder cuidarla. Cruzó un puente colgante que lo conectaba a otra sección del poblado, miro un poco de la tienda de ropa, se descubrió admirando los alimentos de la tienda de víveres que tenían cerca y cuando se dio cuenta había terminado en medio de una plaza (aunque parecía más una plataforma para despegar) era un pedazo de madera que sobresalía de la piedra, enorme y resistente donde vio a varios Vogel elevarse en el aire desde ahí.
Se quedó parado en aquel lugar con una pequeña sonrisa e inhaló hondo. El aire fresco reconfortaba su mente confundida y la vista del atardecer desde ahí era mucho más hermosa de lo que había pensado.
—¡Pero miren a quién tenemos aquí!— una mueca se formó en sus labios al reconocer aquella voz. Se hizo hacia atrás cuando una corriente ascendente de aire golpeó sus cabellos y, frente a él, el campeón de los Vogel, Ludociel, aterrizó sobre aquella plaza. La sonrisa arrogante en los labios del de cabellos negros irritó al caballero, pero Meliodas se obligó a si mismo a mantener su rostro estoico para evitar darle gusto al contrario—¿Qué te pareció eso?—preguntó el peli negro refiriéndose claramente a su truco—Impresionante, ¿No? No son necesarias alas para darse cuenta de tal proesa—
—Hmm—bufó bajo el rubio y comenzó a mover su mano tratando de concentrarse.
—He perfeccionado la técnica de crear corrientes de aire ascendentes. Mi nivel de maestría es inigualable incluso entre la tribu Vogel—El rubio se mordió la mejilla, no soportaba su alardeo—¡Con todos mis talentos estoy seguro de que podremos vencer a esa bestia oscura sin ninguna dificultad!—seguido de esto sacó su arco haciendo señas como si estuviera disparando una flecha y el de ojos verdes cada vez perdía aún más la paciencia—Es más, no solo destaco por mi dominio en el arte del vuelto, sino que también, y te lo digo con sinceridad, ¡No hay arquero más diestro en toda la aldea que yo!—soltó una risa, pero para sorpresa de Meliodas, su risa carecía de gracia, parecía amarga, casi forzada y cuando pensaba en darse la vuelta para irse, Ludociel dio un paso al frente quedando cerca de él—Y sin embargo...mi cometido no es más que ayudarte...a ti—
Meliodas contuvo todas sus ganas de formar alguna mueca o de fruncir el ceño. Debía mantenerse estoico, sereno, un héroe tranquilo, aunque por dentro deseara cerrarle la boca a aquel campeón con...
Un segundo...
Sintiendo como su corazón latía con fuerza, el blondo comenzó a tensarse aún más, la expresión de Ludociel era fría y molesta, por más que sus sonrisa trataba de brillar, las verdaderas intensiones detras de su rostro estaban cargadas de celos.
—¡Todo por el simple hecho de que llevas esa tonta espada en la espalda! ¿Que valor tiene un pedazo de metal si el portador no es capaz de empuñarla?...—la ira burbujeo en el pecho del blondo y parte del músculo de su mejilla comenzó a temblar por la rabia—Yo debería de ser el héroe del reino, yo solito puedo vencer a esa bestia, pero no, mi deber es ser tu ayudante—cuando los ojos del peli negro vieron como los puños de Meliodas estaban cerrados con fuerza y su ceño estaba fruncido. Un poco de victoria se instaló en su pecho. Fingió sorpresa y lástima y luego posó su mano sobre el hombro del caballero—Ay perdóname, veo que te ofendí—
—Ludociel...—advirtio en voz baja. Una sonrisa socarrona adorno los labios del campeón alado.
—¡Ya sé! ¿Por qué no arreglamos nuestra pequeña diferencia con un duelo?—meliodas lo agradeció, deseaba tanto golpearle la cara de engreído a ese guerrero alzado—¿Qué te parece si lo hacemos...?—fingio pensar y finalmente su cabeza se desvío hacia arriba, al cielo, donde la bestia divina, protectora de los Vogel, volaba alrededor del poblado—¡Ahí!—meliodas gruñó y aquel sonido fue como musica para los oídos de Ludociel—Claro claro, casi lo olvido, no tienes alas y no puedes llegar ahí tú solito. ¿Te llevo?—exclamo con gran vanidad y creando una de sus corrientes de aire, el campeón de los Vogel se elevó en el cielo entre risas, viendo la expresión molesta del héroe del reino y disfrutando de lo que acababa de hacer.
Para cuando Ludociel llegó hasta la bestia divina y su figura se perdió en medio de la enorme criatura. Una presencia en su espalda lo hizo reaccionar.
—¡Meliodas!—era la voz de la princesa, el blondo maldijo en bajo, no se sentía con humor como para lidiar con ella, no ahora—¡Te dije que me esperaras en la posada, te estuve buscando por toda...!—la princesa se quedó callada cuando una rabia e impotencia abrumadoras se posó en su corazón.
Ella estaba molesta con Meliodas, por supuesto, por nada más que tonterías, pero aquella sensación, aquella ira...no era suya.
¿De dónde venía? ¿De quién eran esos sentimientos? Mejor aún, ¿Desde cuándo podía percibir las emociones de otros?
Sus ojos bajaron hacia el cuerpo del rubio y con su mirada comenzó a recorrerlo completo. Sus músculos de los hombros estaban tensos y fijos como una roca, sus puños cerrados con tanta fuerza que incluso estaban blancos. La princesa se acercó con cautela, temiendo despertar a una bestia feroz y cuando vio su expresión...la sorpresa no la pudo ocultar.
Meliodas tenía los ojos cerrados, su ceño fruncido estaba tan junto que incluso temblaba y apretaba sus dientes con tanta fuerza que sus mejillas estaban rojas por la ira y tenían un ligero temblor.
Venían de él. Todas esas sensaciones venían de aquel pequeño cuerpo. ¿Cómo es que era eso posible? Sentir las emociones contrarias tendría que ser imposible, sin embargo sabía que la respuesta era esa. ¿Eso significaba que Meliodas también podía sentir sus emociones de ella?el pensamiento la hizo sentir mal, si era así, su escolta venía sintiendo lo enojada que estaba de él y había estado aguantando aquella pezades por puro respeto hacia ella.
Ya tendría tiempo de hablar con Meliodas y con Merlin sobre aquel extraño caso de conexión, por el momento eso no importaba, lo importante era que el pequeño rubio estaba mal. La princesa nunca lo había visto de tal forma.
Elizabeth alzó su mano con delicadeza, tratando de acercarse más a su escolta. ¿Debería de tocarlo? Parecía que estaba tan molesto que no quería ver a nadie, mucho menos a ella, eso lo entendía lo había estado tratando tan injusto...la culpa la carcomio por dentro y bajó los ojos sintiéndose miserable.
¿Cómo era capaz de ignorarlo, regañarlo, verlo con ojos acusatorios y hablarle tan brusco cuando él era su salvador, cuando él daba la vida por ella, cuando la cuidaba y procuraba tanto?
Su miedo a ser engañada era más fuerte, el miedo a ilusionarse con un Meliodas que no es real la ponía mal.
Pero ya no más.
No más.
Lentamente colocó su mano sobre el hombro masculino y el caballero tembló ante el tacto, con cuidado, el blondo abrió sus ojos dejándole ver a Elizabeth lo afectado que estaba por...lo que sea que le hubiera sucedido, pero pese a la molestia que tenía inhaló hondo, relajó su expresión y colocó su máscara de indiferencia. Aquello irritó a la princesa, pero se obligó a sepultar la molestia, no era momento de aquellos sentimientos, Meliodas estaba mal.
—Mis disculpas su alteza, salí a caminar. Ya mismo volvamos a la posada seguro que quiere descansar—formó una reverencia y Elizabeth se quedó algo desilusionada.
Si de por si Meliodas no solía hablar de las cosas, suponía que ahora menos iba a hablar cuando estaba tan molesto. Asintió con la cabeza, le daría tiempo, al final él le daba a ella todo el tiempo hasta que sus miedos se disiparan y pudieran hablar un poco.
Ya era hora de regresarle el favor. No prometía nada, sus inseguridades seguían siendo grandes, pero daría todo de si misma para cambiar sus actitudes.
—Mel...—la suavidad de su tono de voz le causó escalofríos al molesto caballero. El joven alzó la mirada para clavar sus ojos en los azules de la princesa y verla dedicarle aquel brillo reconfortante movió su mundo. La ira dentro de su pecho comenzó a disminuir mientras se perdía dentro de la mirada de la princesa y cuando ella se agachó a su altura y colocó su mano de nuevo sobre su hombro, no supo cómo reaccionar—Todo está bien. Vayamos a comer y a descansar, lo necesitas— ambos se sintieron mejor después de aquellas palabras. Elizabeth dejo de sentir aquella presión sobre su pecho y supo que lo había logrado, la gran molestia del blondo se había terminado.
Aún como en trance, el escolta retiró la mano de la princesa de su hombro, la tomó entre sus manos con tanto cuidado como si ella fuera de porcelana y, dejándola anonadada, acercó su mano hasta sus labios. La sensación que los recorrió fue poderosa y casi embriagadora. Un solo beso fue necesario para que todo a su alrededor pareciera brillar. Los labios del escolta estaban algo rotos debido al frío del lugar y a la falta de agua, pero aún así, para la princesa, fue como estar en el cielo. Su mano se sintió caliente y la devoción que él le transmitió en aquel suave contacto la hizo jadear.
Estaba decidido, iba a cambiar de actitud, trataría de hacerlo sin importar cuánto le costara, porque Meliodas no tenía la culpa de que sus poderes no respondieran, ni tampoco era culpable de que el pueblo no la quisiera.
De lo único que Meliodas era culpable era de adorarla tanto...
Sé que quizá el capítulo se pudo sentir algo rápido, pero dejen explicarlo.
El viaje fue silencioso, ¿Qué sentido tenía que les describiera cada día de viaje cuando no hacían prácticamente nada? Hubiera sido algo aburrido a mi parecer, por eso me salte esa parte y tan solo la narre.
Espero que no haber molestado.
¿Qué les pareció? ¿Les gustó? Espero leer sus opiniones. Yo adoro la dinámica que tienen, en serio le dan calidez a mi corazón y saber que aún faltan más momentos me emociona, que ganas de que ya vean todo✨
Disculpen faltas de ortografía, si ven alguna no duden en decirme y la corregiré de inmediato. Mi teclado me odia jaja.
Sin más que decir les dejo una imagen de la bestia divina y nos vemos en el próximo capítulo.
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