Capítulo 38
"La dama es la pieza más fuerte en el tablero, y ahora es su turno de ascender al trono."
Katana.
Andrómeda se sentó en el trono, dando la cara a los miembros del consejo de plata inmaculada, quienes esperaban una explicación, amontonados en el salón igual a buitres que rondaban sobre una presa agonizante.
Por encima de todo, unida a la emperatriz, una corona de plata y polvo estelar brillaba, entrelazada con los cabellos blancos que fueron peinados con tanto cuidado a primera hora del alba.
—¿Tenemos noticias?
Conociendo la forma de ser de su padre, Andrómeda intuyó que sería el primero en hablar, preocupado por no dejar a un demonio femenino sentarse en el trono de su clan y encargarse de los asuntos formales como soberana absoluta.
No, su padre jamás permitiría eso, aún cuando llevara milenios lejos de poder hacer algo para recuperar su antiguo imperio.
—Ninguna. —Andrómeda se aferró a los apoyabrazos de hielo tallado, estar ahí, sola, sin su hermano apoyándola se sentía igual que tener agujas clavadas en cada parte del cuerpo. — El imperio blanco asumirá lo peor. Tanto la segunda dama como el emperador han perdido la vida en circunstancias que siguen siendo desconocidas, el trono queda vacío.
—Con usted viva el trono no está vacío emperatriz.
A Andrómeda le hubiera gustado ver la expresión de su padre ante el comentario firme de su abuelo, un demonio que tenía muy poco que ver con el hijo que decía ser suyo. Tal vez fue por esa falta de tiempo y vínculos entre padre e hijo, que Andrómeda y sus hermanos tuvieron que vivir un infierno.
—Pero tampoco es oportuno apresurar las cosas. —Andrómeda suspiró. —El clan sigue de luto, yo sigo de luto.
—Andrómeda. —Su abuelo subió y tomó sus manos, sosteniéndolas con el cuidado que se emplearía al manejar una aguja. —No hay tiempo de lamentos, nuestro imperio no puede permitirse ser débil. Si tú no te crees capaz de aceptar esta encomienda Zaia subirá al trono, necesitamos fuerza, ante la menor falla el enemigo va a destruirnos.
—JiuJiu es el más adecuado.
—Cállate Joimn. El príncipe tiene una salud frágil, Zaia en cambio es fuerte y saludable, pero Andrómeda sigue teniendo poder para manejar los asuntos que le corresponden. —El agarre en las manos de la emperatriz se apretó un poco. —¿No es así majestad?
Frente al poder, uno nada más podía bajar la cabeza y asentir.
Y eso fue lo que Andrómeda hizo.
—Sí abuelo. —dijo alzando el mentón. —Ya que se me a ordenado sentarme en el trono no voy a ponerme de pie y abandonar mis obligaciones.
Como premio recibió unas palmaditas cálidas en el hombro y la satisfacción de escuchar un par de palabras agridulces de boca de su abuelo.
—Buena chica.
***
El coro de voces hacía un eco profundo y doloroso en sus oídos, taladrando su cabeza como un picahielo, que entraba en el hueso, empujando sin piedad.
Sentía un peso enorme sobre sus hombros, la corona era un gran bloque que la aplastaba, sumiéndola en el fondo de un pantano lodoso por las lluvias y la sangre. Cerró los ojos, ocultos bajo la venda negra, y se concentró en respirar, buscando la calma que le faltaba.
No estaba sola, lo sabía.
Ágape se encontraba de pie a su lado, y los príncipes la custodiaban desde la multitud, reverenciándola y presentado sus respetos a ella como la siguiente en ocupar el título imperial.
A pesar de eso se sentía abandonada. No por ellos, sino por sí misma.
Comenzó su camino con dolor, y parecía que el destino cruel haría que terminara de la misma forma.
Entre tantos gritos silenciosos Andrómeda por fin se hundió. Y al levantarse para avanzar al balcón que la conectaría con el resto de la ciudad blanca, una lágrima silenciosa rodó por el precipicio, trazando un descenso igual de certero que el que tendría ella.
Y entre tanto tormento, el único pensamiento que se repitió eternamente volvió a abrir sus pétalos, empujándola a la duda y la vacilación.
"Hermano."
La palabra se escuchó fuerte en su cabeza, pero en el exterior no llegó a ser ni un susurro cuando el viento la arrastró lejos.
El aire jugó con los cabellos de la emperatriz llenándolos de copos blancos que llevaba consigo, regalos naturales del invierno y la naturaleza.
Andrómeda sintió el frío volverse un látigo que le azotaba la piel, la humedad en sus ojos se acumuló hasta alcanzar un punto en el que los párpados apretados ya no fueron capaces de retenerla, sin embargo, lo que fluyó cuesta abajo no fueron gotas saladas, sino gotas carmesíes que llegaban sin freno.
"¿Dónde estás?"
Fue su último suspiro antes de que el cuerpo gastado y débil, se derrumbara, arrastrando consigo al imperio.
***
—El emperador Thunder no es el culpable de lo que está pasando. —Lan-Sui, parada contra la pared más cercana al cuarto de la emperatriz, le susurró a Katana, en un tono lo suficientemente suave como para que ellas dos fueran las únicas en enterarse. —Ocurre algo más en esto.
Katana asintió, vigilando que las miradas del consejo de plata inmaculada estuvieran sobre cualquier otra cosa que no fueran ellas.
—Pienso lo mismo. Ama demasiado a tu padre, si alguien toca uno solo de sus cabellos lo asesinaría, él no sería capaz.
—¿Pero entonces quién? No recuerdo a alguien que guarde tanto rencor a los clanes para que haga esto.
—No lo sé. —Katana se encogió de hombros y frotó su mentón con lentitud, tomándose el tiempo para reflexionar y analizar hasta la más mínima pista que pudo haber sido soltada en el intercambio de información que tuvieron con el clan Luna. —¿Tú campo du fuerza no detectó el aura de la persona?
—Débil, contaminada por la sangre inmortal y la agonía. —Los ojos de Lan-Sui se oscurecieron a la par que las manos, antes extendidas, se contrajeron en puños apretados al recordar lo ocurrido el día que la muerte de su madre llegó con malas noticias. —Morirá pronto, sea quien sea no va a atormentarnos de nuevo. Aún así me molesta, si muere me gustaría ser yo quien le arranque la vida.
—Lan-Sui.
Ambas se apartaron de la pared para saludar a Zaia. La princesa heredera tenía un rostro cansado, el brillo en sus ojos y en su piel menguaba al compás de la luna, y sus movimientos se volvieron lentos, alcanzando un punto en el que incluso un infante podría rebasarla.
Zed le seguía el paso, siendo un alma silenciosa de compañía y fuerzas.
—Mei está adentro, ¿pudiste avisarle a JiuJiu?
—No. —Zaia sostuvo su frente. —Con la llegada de Aren al palacio su alma perdió energía, no lo vi por ningún lado, quedamos nosotras dos.
—Altezas. —Mei se asomó del interior de la habitación real, llamando en un tono neutro a las dos hermanas que giraron al instante. —Vengan por favor, no es bueno.
Intercambiaron miradas y no tuvieron que hacer más, siguieron a Mei de regreso al interior, cerrando la puerta en la cara de todos los curiosos que se aglomeraron, buscando respuestas o simples oportunidades para ver lo que pasaba en el área de trabajo de la doctora.
Zaia fue la primera en correr a la cama y intentar tomar una de las manos de su madre, Mei la detuvo para que no tuvieran contacto.
—Ha entrado en la última fase de la enfermedad, si la tocas te contagiarás.
El agua helada del hielo derretido bañó a Lan-Sui de pies a cabeza, los espasmos que acompañaron a su cuerpo se volvieron visibles de un segundo al otro, todo por esa oración que fue postergada demasiado hasta llegar al punto en el que ya no era posible un retorno.
—Mi madre. —Zaia miró a Mei. Acunada en los brazos de la doctora, sosteniéndose de las túnicas llenas de sangre y pomadas, mostraba la imagen más quebrada que una princesa podía ofrecer. —Ella...
—Alteza, lo siento mucho, pero ya no hay nada que podamos hacer por su cuerpo. La emperatriz morirá.
La fuerza de los brazos delgados que pasaban días atendiendo enfermedades y curando heridas, sostuvieron a Zaia de caer por el impacto de la noticia, sin embargo, a Lan-Sui nadie la abrazaba, nadie la sostenía.
Nadie detuvo su caída.
Nadie.
No hubo nadie.
Y por mucho tiempo fue igual. Quedó arrodillada en la mitad de un páramo olvidado, quedó con el alma destrozada.
Nadie llegó a consolarla.
Mei tuvo que hacerse fuerte con Zaia y apoyarla, Mei lidió con una tormenta y no pudo percatarse de las nubes detrás de su espalda. Ella no sintió nada, pero Katana sí.
—Lan-Sui...
Lan-Sui la miró sin comprender lo que pasaba en su interior.
¿Lloraba?
¿O las lágrimas quedaron atoradas con el sentimiento de culpa?
¿Qué pasaba?
¿Qué hacía?
No obtenía la respuesta y la buscó en Katana.
—¿Por qué me hacen esto de nuevo? ¿Por qué me dejan sola? ¿Por qué todos se van? ¿Por qué?
Katana tenía delante a un demonio que estaba cerca de cumplir los mil años, y aún así ella seguía viendo a la niña pequeña que nació en el último día del invierno, a esa criatura inocente que la seguía, obligándola a descansar mientras se encargaba de las labores domésticas que Pin le encomendó a su hija. Katana debía de cargar los baldes pesados, llenos de agua, Katana debió de cortarse por manejar el hacha, Katana... Katana fue salvada por Lan-Sui.
Y para ella el tiempo se detuvo en su prima inocente, setenta y dos días más pequeña que ella, quien mostraba una cara tranquila, donde lo único nebuloso eran los orbes morados que le pedían a gritos una respuesta que no encontraría por mucho que buscara.
—No estarás sola. —Katana se arrodilló y la abrazó, siendo fuerte por ambas. En el pasado Lan-Sui la consoló innumerables veces de la misma manera, abrazándola para cubrirla de los golpes, abrazándola para esconder su llanto, abrazándola porque quería, porque no iba a dejarla, no hasta que estuviera bien. Ahora era el turno de Katana de hacer lo mismo. —Yo me quedaré a tu lado.
Lan-Sui sonrió con tristeza y se frotó en el hombro de su prima.
—Gracias, era lo único que deseaba escuchar.
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