Capítulo 34 (Pasado)


"Sin importar que tan frío sea el hielo, al final habrá una llama que lo derrita."

Wan-Lian

En el pasado, si no quería hacer algo nadie lo presionaba para que lo hiciera, podía pasar días enteros jugando sin preocuparse por nada más y no sería regañado. Eudora era la mayor, Eudora era la heredera, no él.

Lian no entendió porqué de un momento a otro todo ese sistema al que ya estaba acostumbrado se vino abajo. 

¿Era su culpa?

¿O la de su hermana?

Quería quejarse. Su mayor deseo era correr hasta su madre y exigirle que le quitaran todas las responsabilidades que cayeron repentinamente sobre él, ya estaba harto de pasar horas sentado delante de un escritorio, con pilas de pergaminos que rebasaban su cabeza, pero, cada vez que atravesaba el umbral del pabellón de la emperatriz y veía a su madre como una belleza pintada, su boca no se abría, y si decía palabras no eran las que antes planeó con tanto cuidado y detalle.

La emperatriz lo esperaba cada mañana y cada noche, Lian iba con sus hermanos, iba y se callaba.

A su madre siempre pudo decirle cualquier cosa, de pequeño incluso sus quejas más profundas y los temores más estúpidos que llevaba consigo, la confianza no se perdió, sin embargo Lian observaba los ojos cansados y el pelo sin arreglar. Con tantas cargas y deberes para su madre, sería grosero llegar y darle más trabajo, más desvelos.

No podía.

No tenía el corazón.

—¡Anunciando a su alteza imperial, príncipe Sui-Yu!

Lian dejó sus penas para otro día, la mano que sujetaba la pluma abandonó el arma de escritura en el tintero casi vacío, el reporte a medio revisar quedó suspendido y el calor de la silla en la que estuvo sentado fue desvaneciéndose una vez se levantó.

—Saludos alteza. —Lian bajó la cabeza e hizo una pequeña reverencia. Sui-Yu alzó una ceja que exponía su desagrado al ver el lugar lleno de papeles.

—¿Qué haces encerrado aquí adentro? Un niño como tú debería de jugar, los informes no son aptos para ser revisados por alguien de tu edad.

—Órdenes de mi padre alteza. —Lian no detuvo a Sui-Yu de tomar uno de los pergaminos revisados, pero por dentro su corazón se estremeció.

Sui-Yu ya no era el adolescente arrogante que dedicaba sus días a entrenar la espada y la magia, como Lian, había crecido, los rasgos inmaduros pasaron a volverse definidos, oscuros, pulcros; seguía siendo alto como una vara de bambú, sin embargo, su cuerpo se amoldaba de tal forma que las proporciones eran muy exactas.

Con veinticuatro años todavía era considerado un infante en términos inmortales, pero a su edad ya se le encomendaban tareas igual de serias que a Lian, quien tenía diez años menos. 

Eran un niño y un adulto jugando al mismo tiempo, la misma ronda, el mismo juego. 

—Lo haces bien. —Sui-Yu regresó el informe y Lian estuvo a nada de soltar un suspiro de alivio, le hubiera costado mucha cara soportar si su prometido encontraba un error en su trabajo.

Eres lo que haces, le dijo su padre. Y él no quería ser un inútil que no servía ni para lidiar con un informe.

—Gracias alteza, seguiré esforzándome.

—No te exijas demasiado. —Sui-Yu siguió examinando con la mirada el lugar de trabajo de Lian. —Ahora ven aquí.

Lian rodeó la mesa y se metió entre los brazos abiertos que lo recibieron con cariño, recostado contra el pecho de Sui-Yu escuchaba sus latidos, lentos al comienzo, eufóricos y descontrolados mientras más tiempo pasaban unidos.

Así como el corazón de Sui-Yu respondía al contacto, las mejillas de Lian no se quedaban atrás, coloreándose paulatinamente al sentir el canto de los latidos ir con más devoción.

—Mi madre te envía saludos. —Sui-Yu buscó el rostro enterrado entre las telas oscuras de sus túnicas, ese par de ojitos de cielo y mar lo miraron con brillo, de inmediato se retiró de la batalla.

Su perdición.

Lian siempre era así.

Lian era su perdición.

—La emperatriz me honra, por favor dile que iré a visitarla cuando pueda. 

—Vendrá la próxima primavera, no hace falta que le lleve tus saludos, podrás dárselos en persona dentro de unas semanas.

En su mente, Lian hizo las cuentas y el brillo del sol en sus ojos se intensificó, cegando al descuidado demonio que lo seguía observando sin miedo a quedarse a oscuras por ser arrasado con la luz más pura del mundo.

—No esperaba que su viaje fuera por mi cumpleaños.

—Sigues siendo un niño después de todo. —Sui-Yu palmeó la espalda de Lian, se separó y buscó asiento en los cojines acomodados con dedicación a cada lado de la estancia. —Pero no te equivocas, el motivo de su visita es para festejarte. Sabes cuan encantada está porque te vuelvas su yerno.

Lian sonrió, los hoyuelos habitualmente ocultos en sus montañas niveas se expusieron. Sui-Yu se aclaró la garganta y desvió la mirada para que el calor en su rostro pasara desapercibido, pero Lian no se la dejó fácil, con un beso en la mejilla lo derribó por segunda vez, y lo arrastró de nuevo a la perdición tan pacífica que siempre lo acompañaba.


***


La luna que iluminaba el cielo oscuro el día del cumpleaños número diecinueve de Lian, era roja como las fresas silvestres que se cultivaban en los huertos especiales del palacio de la montaña. Tenía una forma redondita y robusta, su tenue luz bañaba la tierra y servía de guía para iluminar el camino de dos demonios inquietos corrían entre la nieve.

—No vayas tan rápido. —Sui-Yu buscó la manera de detener a su compañero, pero la emoción de Lian era tan desbordante que ni empleando toda su fuerza pudo hacer algo para que minimizara su velocidad. —Apenas cumples tu mayoría de edad mundana y ya no me escuchas. Bien, haz lo que quieras, al final, si te caes, el encargado de recogerte y cargarte de regreso seré yo.

En respuesta a su regaño, Sui-Yu obtuvo una risa liviana que no se había mancillado con los años, sonando igual de inocente y jovial que cuando Lian tenía tres, diez, catorce, dieciséis años. Un sonido delicado que flotaba sobre su corazón, rozándolo como haría una libélula con la superficie clara de un lago. 

Sui-Yu no supo decir si se sentía emocionado u ofendido de que un joven tan rebelde lograra acelerar su ritmo hasta el punto que llegaba a ser doloroso retener su corazón encerrado en la cárcel que era su pecho.

—¡Lan-Lin! Te hablo enserio, no hagas que me enoje.

—¿O qué? —Lian se giró para verlo de reojo. Un par de orbes brillantes relucieron como estrellas a través de una cortina blanca de cabello lacio. Sui-Yu explotó.

—¿Te atreves a retarme? Tú... ¡Insolente! ¡Descarado!

De nuevo la risa salvaje llegó a sus oídos, sonando como una melodía tormentosa que le impedía entrar en razón.

El recuerdo del niño que siempre buscaba hacerle caso entró en su memoria, Sui-Yu suspiró con pesadez al recordar los momentos de calma donde Lan-Lin no encontraba divertido hacerlo rabiar, era tan bueno tener a alguien que te escuchara.

Lian detuvo su carrera de golpe, consiguiendo que Sui-Yu se estrellara por poco contra su espalda.

—Aquí está bien. —La mano se aferraba a la muñeca de Sui-Yu se soltó. —Perdón por responderte así antes, yo estaba, ¡estoy! —Lian se rascó la cabeza y puso una sonrisa avergonzada. —Estoy muy feliz hoy y perdí la compostura, lo siento.

Sui-Yu detestaba que alguien se rebelara, en especial si era contra él.

Sui-Yu decapitaría a cualquiera que lo retara con descaro para desatar sus reacciones por puro placer.

Sui-Yu...

Era débil con Lian.

Si esos ojos lo miraban se volvía su esclavo, si esas manos lo guiaban, iría sin desconfiar, si esa voz le hablaba respondería de inmediato, si esa persona lo disgustaba la perdonaría y lo dejaría hacer lo que quisiera.

—Déjalo ir. —Sui-Yu recogió uno de los mechones blancos de Lian y lo besó antes de que el viento lo reclamara. —Mejor dime, ¿qué hacemos viniendo al río sagrado de tu clan en medio de la noche?

 —Sí, eso... —Lian buscó entre sus ropas y al dar con el objeto perdido lo sacó, mostrándolo sin atreverse a entablar contacto visual con Sui-Yu. 

Aparte de las legendarias piedras atrapa almas, en el mundo existía también una extraña variedad de jades que se utilizaban para crear dijes para parejas. Ayudando en caso de que una de las dos almas perdiera su cuerpo físico, pasando a usar el jade como recipiente hasta que el alma se recompusiera y pudiera renacer de nuevo.

Similar a un seguro que garantizaba que volverían a encontrarse mientras que el jade siguiera existiendo, el jade de retención se popularizó desde su descubrimiento, pero pocos eran los que lograban adquirir uno por lo caros que eran.

—¿Un jade retenedor? —Sui-Yu quiso atrapar el colgante redondo pero Lian no se lo permitió. —Me obsequiaste uno el año que mi madre estuvo en tu cumpleaños, ¿quieres que use los dos  al mismo tiempo?

—No es para ti. —Lian quitó el jade antes de que la mano de Sui-Yu lo reclamara de nuevo. 

—¿A no?

Lian negó con la cabeza y se acercó a la orilla del río. El cause en esa época del año era feroz, corría al mar con un ritmo inaudito, demostrando su ira y su poder. 

—Este tipo de jade retiene almas, por muy rotas que estén, también pueden capturar pequeños hechizos. —Lian acarició la forma circular de la piedra verde y con cuidado la liberó en el agua, observando como desaparecía casi de inmediato, siendo tragada por la hambrienta corriente que no cesaba. —Quería obsequiárselo a alguna pareja para compartir mi alegría, pero sería injusto que yo eligiera, así que decidí que el río lo lleve en sus aguas, si alguien lo encuentra entonces es el destino. 

Se levantó y secó la humedad de sus palmas con las túnicas blancas que parecían estar hechas de la misma nieve que pisaban. Lian regresó al lado de Sui-Yu, al ver su expresión oscura volvió a reír.

—¿Celoso porqué alguien más tenga un regalo mío?

—¿Debería? —Sui-Yu puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos. —Son tus cosas, sabes qué hacer con ellas.

—Déjalo ir. —dijo Lian, empelando las palabras de Sui-Yu para hacerlo entrar en razón. Era tierno cuando estaba molesto o irritado, pero prefería verlo feliz. —Para ti tengo algo más.

Sui-Yu gruñó y buscó donde poner su mirada, en ese momento prefería ver al emperador del clan nieve que enfrentarse a su ridícula escena que seguía llevando adelante. Queriendo huir de sí mismo no tuvo tiempo de reaccionar al par de manos que lo tomaron por sorpresa, giró su rostro para regañar a Lian por jalar su ropa, pero la reprimenda quedó ahogada como el jade en el agua minutos atrás.

Lo que selló sus labios, y con ello, las palabras que estaban por salir, fue el pecado dulce que postergó tantos años, fue el veneno más cruel que ingresó a su cuerpo lento, indoloro pero letal.

Inexperto en práctica pero avanzado en la teoría, Lian pudo marcar un beso lento que les diera a ambos la oportunidad de procesar lo que ocurría, de disfrutarlo, de aprender. Thunder lo dejó llevar el timón esa primera vez, pero apenas se separaron en busca del aire que les hacía falta reclamó a su modo la boca que llevaba la primavera, el infierno, el cielo, la vida y la muerte.

Acoplándose a la mezcla de emociones que eran fuego y truenos, Lian no pudo poner resistencia y se dejó llevar, sus labios fueron tratados con amabilidad, con rudeza, con tanto que al final adquirieron un natural tono rojo.

La luna y sus labios se hicieron hermanos.

Y Sui-Yu no se contuvo de marcar esos labios, los colmillos felinos mordieron, y la marca dejada esa noche perduró para siempre.

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