Capítulo 16
"Odio a los humanos, por eso es un ironía que me haya terminado enamorando de una."
Lan.Sui
No existían inciensos con olor a durazno que equipararan la vivaz fragancia de Mo-Quing. Lan-Sui los probó todos y ni aún así tuvo suerte.
Tal vez era su capricho de querer un aroma tan igual, o simplemente su mente estaba tan perdida que su complacencia alcanzó un nuevo límite insensato que no sería capaz de satisfacer con una imitación.
Suspiró con pesadez, el aliento que escapó brotó como una flor nevada. Esos días eran los más fríos para Lan-Sui, las tormentas de nieve en el exterior parecían comprender su luto, gruñendo feroces sin parar, pero eso no era lo que la volvía tan similar a un copo de hielo; la temperatura de su cuerpo descendió demasiado, causando que los patrones de escarcha formaran una ligera capa sobre la piel de sus manos y sus mejillas, incluso sus párpados y pestañas se cubrieron con un delicado velo blanco.
Al más mínimo parpadeo, la nieve acumulada caía, formando su propia nevada en los ojos morados que se mantenían vacíos.
Lan-Sui observó una vez más a Zagan en sus manos, recorrió los patrones del acero y las gemas unidas en un rombo, se encendieron, una petición silenciosa para que la desenvainaran y le dieran oportunidad de vengar a su ama, cobrando vidas en el campo de batalla.
Pero desenvainar a Zagan era matar a todos, y Lan-Sui no quería teñir toda la nieve pura con un rojo carmín de sabor a óxido.
Dejó la espada de vuelta en la base que mandó diseñar, Zagan perdió su brillo al ser regresada al altar que Lan-Sui organizó para Mo-Quing.
La cámara estaba alejada de la bóveda real, ahí donde las galeras se abarrotaban de cuadros familiares que dejaban ver generaciones pasadas de ancianos emperadores y emperatrices, quienes al terminar sus reinados se encerraban en un santuario, lejos del mundo.
Era una recámara pequeña y cuadrada, con tapices en negro y azul adornando las paredes, tres cuadros, pintados por Lan-Sui, eran los únicos retratos vivos de la comandante cuya gloria perduraba.
Lan-Sui rozó con la yema de los dedos el lienzo trabajado por días enteros para ser algo más que realista, una pintura digna, que mostraba a una Mo-Quing preparada para el combate, con un traje de cuero negro, empuñando la espada que ahora descansaba con melancolía y algo de enojo por ser apartada. Detrás de ella, en el horizonte, se perdían los colores de un atardecer que abre paso a la noche oscura, y debajo, aferrándose a la tierra, varias almas en pena avanzaban, listas para entrar en el campo de batalla y obtener la victoria para su ama.
—Lan-Sui. —Katana no entró, supo detenerse en el marco de la puerta, con las manos cruzadas al frente y una postura respetuosa. —Es hora, los demás nos están esperando.
—Voy enseguida.
Katana se retiró para darle un último respiro y privacidad antes de que todo comenzará.
—Dame suerte. —Lan-Sui acarició la mano pintada. —Maestra, está discípula prometió esperarte, y esta vez no fallará a su palabra.
Apartó la vista apenas terminó de hablar, reverenció a Mo-Quing y se dio media vuelta, pero está vez se detuvo en la puerta para girar, mirar de reojo a la figura que dominaba en el cuadro, sonreír y seguir adelante.
***
—¿Listo para el combate de hoy alteza? —Lan-Sui se dirigió a Ni-An. El demonio arribó a la ciudad blanca para explicarle la decisión tomada por la corte celestial varios días atrás, desde entonces, Lan-Sui apenas y se había topado con él.
Ni-An se mostraba educado, pero también era algo escurridizo, si no quería que lo encontrarán entonces nadie podría hallarlo por mucho que buscara. Y como Lan-Sui tampoco tenía demasiado interés en jugar al que busca encuentra, lo dejó ser y estar.
Hasta ahora que ambos se reencontraban en las llanuras nevadas, lugar que acordaron entre clanes para en encuentro bélico.
—No podría dar una respuesta afirmativa alteza. —Ni-An amarró la trenza de su cabello rosado y la devolvió detrás de su espalda, algunos mechones cortos y rebeldes escaparon del encierro y bordearon su rostro delgado. —Pero al ser la guerra un hecho inminente supongo que me toca resignarme a luchar.
Lan-Sui escuchó en silencio y aprobó con un gesto la respuesta con tonada tan profunda.
—Me disculpó por involucrar a sus altezas, no es problema de los cielos y aún así aquí están.
—No hay nada que disculpar, ante las injusticias y las muertes de gente buena e inocente, nuestro clan no puede hacerse ciego y pasar hechos atroces por alto. Somos demonios pero la humanidad de nuestros corazones sigue siendo pura.
—En ese caso, gracias.
—Tampoco agradezca alteza. —Ni-An bajó de su montura y desenfundó su arma, una cimitarra con adornos de media luna bañada en sangre. —Cumplimos con nuestro deber, no más ni menos.
Lan-Sui quería decir más pero el roce de una flecha disparada desde el frente cortó su piel y su voz al mismo tiempo.
Se volvió para ver la pequeña fecha tendida en la nieve e hizo un ademán, Katana presenció el movimiento sutil y avanzó.
El choque entre magia fue igual al embuste de las aguas del océano contra las rocas afiladas de los acantilados que desbocan en el mar, recibiendo de primera mano su atención y furor.
Los mortales eran aliados desde siempre, si un clan se veía en problemas los otros dos acudían a tenderle una mano y una lanza para que se defendiera. El problema principal era con el clan Amatista, pero los magos y los humanos acudieron al llamado de sus hermanas para hacer frente a la amenaza de inmortales.
Desde su lugar, Lan-Sui vio la armadura roja de Pax senteyar como un rubí recién pulido. La reina quiso llegar hasta ella pero los cincuenta guerreros inmortales le bloqueaban el paso, formando una barrera de cuerpos que no era nada sencilla de atravesar.
La batalla se condensó en los lados, pero el centro era el campo de juegos de los príncipes hermanos de la ciudad blanca y la princesa del imperio celestial.
—¿No te unes? —Ni-An observó el desarrollo y no evitó lucir una mueca de repulsión ante la violencia y la muerte. No iban ni cinco minutos de lucha y ya había contado trece caídos.
—No quiero lastimar a su alteza.
Ni-An dejó el panorama de la guerra y se centró solo en Lan-Sui.
—No te contengas.
Lan-Sui parpadeó un poco al ver las intenciones del príncipe, su expresión cambió al ver que hablaba enserio. Halia abandonó la comodidad de su vaina y regresó al calor de la mano de su portadora.
—Entonces le tomo la palabra, y me disculpó con su alteza por ser demasiado directa.
Su estilo rara vez era el de atacar primero, le gustaba observar el comportamiento de sus enemigos y utilizar esos patrones en su contra, pero la impotencia y ganas de matar eran tantas que el sello que se encargaba de reprimirlas explotó.
Desvió su ataque de Ni-An a los mortales y se abalanzó sobre ellos, una cazadora experta apuntando a la yugular de su presa.
La hoja de la cimitarra bloqueó su descenso, expulsando una onda que la hizo retroceder. Lan-Sui aprovechó el impulso de retroceso para avanzar al frente de nuevo, llevando a Ni-An consigo en su trayectoria.
Intercambiaron movimientos en pleno aire, sosteniéndose de la magia para no caer en picada y morir al demoler sus huesos por el impacto. Dos mismos colores de azul entraron en contacto, eufóricas corrientes de poder que rivalizaban a la par para obtener un vencedor.
Halia trazó el filo de XianXia y las chispas saltaron, volviéndose llamas que se extinguieron al llegar al suelo.
Ni-An estudió de antemano los patrones de lucha de Lan-Sui, charló con sus entrenadores y observó su método de enseñanza, pero nada de lo que había anticipado se demostró en el combate que estaba teniendo lugar.
Cada movimiento de Lan-Sui era contrario a lo que predijo, irregulares trazos de espada que llevaban una muerte escondida en la amenaza afilada, giros intrépidos que bailaban como una acrobacia y una coreografía de baile.
Era un caos armonioso que coordinaba la letalidad con una paz serena y agobiante.
Encontrar las bases de esa técnica no fue sencillo, pero se volvió obvio apenas Ni-An analizó a fondo las secuencias impacientes.
—Mo-Quing nunca aceptó discípulos, —Lan-Sui prestó mayor atención al escuchar el nombre de su maestra. —cuando llegó a mis oídos la noticia de que te tomó a ti como una lo creí una broma.
Lan-Sui no se detuvo ni siquiera por eso. Aumentando el ritmo y la fuerza con la que envolvía a Ni-An, sin darle tregua o escapatoria.
—¿Y qué piensas de ello ahora?
Ni-An se apresuró a bloquear la puñalada ardiente de Lan-Sui, evitando la entrada de la plata a su corazón.
—Pienso que te enseñó bien. Nadie, aparte de ella, ha logrado aprender y comprender la técnica corrupta, y no solo eso, sino también aprovechar los principios y formación para desarrollar una que es todavía más exquisita. —Ni-An se deslizó con soltura a un punto de quiebre en la guardia de su oponente, Lan-Sui lo vio a tiempo y retuvo a la cimitarra sin sudar. —¿Tiene nombre? —Ni-An se retiró. —¿Tu técnica tiene nombre?
Cómo una lanza ligera y poderosa, Lan-Sui reapareció detrás del príncipe, intentando destruir su formación mágica que lo defendía de sus ataques de poder para debilitarlo.
—¿Su alteza tiene alguna sugerencia?
Al comienzo, Ni-An pensó que estaba jugando con él, una burla que no creería inaceptable, siempre que viniera de parte de Lan-Sui. Después notó la sinceridad reflejada en los espejos morados y lo pensó.
—Nació de una técnica corrupta y del dolor de una pérdida. —El semblante de Lan-Sui se oscureció, y para evitar algún tipo de malentendido que instigara a que ella usará más ira sobre él, Ni-An se apresuró a agregar, manteniendo un tono fingido de falsa calma. —Sin embargo nombrarla con algo deprimente solo por eso no se me hace justo. Tú la amaste a ella, un demonio que quedó perdido en los encantos de una humana. ¿Por qué no usas eso para darle un nombre? Por ejemplo, corazón mortal.
Lan-Sui detuvo su avalancha y se tomó unos segundos para analizarlo, sonrió al sentir que era adecuado y agradeció recuperando algo de se brillo que se hacía perdido.
***
Tantos cuerpos quedaron tirados al final del día.
Las luces de los faroles parecían luciérnagas en el campo de cadáveres, mostrando a aquellos que iban y venían, recogiendo los cuerpos inertes de quienes en el alba aún ya hacían con vida.
El escuadrón de Lan-Sui presentaba pocas bajas, los cuerpos caídos fueron trasladados a la ciudad blanca de inmediato para que recibieran los honores que les correspondían.
Su gente se retiró apenas culminó el enfrentamiento, ya no quedaba nadie más a su lado, solo ella.
Un rostro familiar apareció en compañía de una sensación agria que se acumuló en su pecho, aquella bruja jovial, que pescó junto a ellas y se acercó a Mo-Quing sin ofenderé en absoluto ahora estaba muerta. Con los ojos abiertos mostrando incredulidad, negándose a pensar que eso era el final para ella y para su vida.
Lan-Sui se agachó para cerrar los párpados de la joven y le cruzó las manos en el pecho, dejando que sostuviera su espada con la que defendió hasta caer.
—Ve con ella. —Lan-Sui aferró el colgante de jade en su pecho. —Ve en paz.
El alma se extinguió cuando la vida del cuerpo fue tomada, pero tal vez pudo escucharla antes de sonreír en silencio y desaparecer por completo.
Una gota cayó en la mejilla de la bruja, Lan-Sui se limpió el rastro saldo y se puso de pie. Al alejarse sostuvo el dije tallado entre sus manos y sonrió al elevar la vista al cielo, viendo las nubes llorar con un suave aguacero.
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