Capítulo 14


"Hay quienes no merecen la muerte, y también están los que merecen algo peor que eso."

Lan-Sui.

Iba a cruzar la barrera entre clanes pero algo la detuvo. El aleteo que venía de lejos aumentó la velocidad, el quiling llegó con prisa a su encuentro y se desplomó muerto en sus brazos al ver que por fin logró encontrarla. 

El corazón de Lan-Sui permanecía atormentado, viendo la escena de la bella ave muerta, con las alas negras por la ceniza y la tierra, su expresión pasó de ser mala a ser indescriptible.

Los quiling eran aves inteligentes, no se separaban de sus dueños a menos que...

Un sudor frío descendió a lo largo de sus cienes, congelándose a medio camino para terminar cayendo al suelo como una pequeña bolita de hielo. Dejó al quiling con cuidado sobre su baúl, y corrió.

Corrió en segundos lo que antes tardó horas, cortó el paisaje como una veloz ráfaga invernal, las ramas y también los animales arañaban su paso, con cada acercamiento era más difícil avanzar, como si alguien o algo quisiera retenerla lejos de la escena, lejos de ella.

Por su apuro se enredó un par de veces con la vegetación y tropezó, las túnicas blancas se tiñeron de suciedad al entrar en contacto con el agua turbia de los caudales, extrañamente pacíficos. Lan-Sui sintió el sabor de la sangre mezclada con el agua, se giró al probar aquel sabor, vomitó, devolvió el desayuno y parte de la cena.

Sus ojos llorosos se quebraron en una primera lluvia que vaciaba la esperanza y el sentimiento corrupto en su corazón. 

Se levantó cojeando y siguió su camino, la torpeza de sus pasos se hizo cada vez más notoria, se enredó consigo misma y volvió al suelo, lastimando sus palmas y rodillas que recibieron por completo el impacto del descenso. La piel suave se abrió, sangre inmortal se vertió en la tierra, en las aguas.

Cualquiera que viera a Lan-Sui en tal estado, desorientada, torpe, vacilante, no podría reconocerla a no ser que mirara muy de cerca para comprobar con sus rasgos faciales, que, efectivamente, era ella y no un fantasma que burlaba su persona.

Avanzó temiendo el resultado al final del camino, frenó abruptamente en un punto, quedándose como una estatua al ver la columna de humo que se elevaba, alto, cada vez más arriba en los cielos, llegando a besar las nubes.

Detectó el olor a carne quemada en el camino del aire, un aroma desagradable a fuego, cenizas y metal. Su mente, sus sentidos, su corazón, todo se perdió al comprender y negarse a aceptar la realidad que cada vez se hacía más y más inminente.

Por primera vez tuvo miedo de su intuición tan certera, por primera vez en mucho tiempo, recordó la pesadilla de llamas que tuvo al reencontrarse con Mo-Quing. Recordó la sensación de estar clavada y no poder hacer nada para huir, recordó el pánico que le causó ver a las siluetas acercarse y prenderle fuego.

Solo entonces lo comprendió.

No vio su muerte, sino la de Mo-Quing.

Tenía demasiado que procesar, pero al final su rostro no mostró nada. Arribó al centro del incendio, ahí donde el aroma a sangre en el agua y a muerte en el viento, era tan fuerte e inconfundible que su estómago se removía. 

Un líquido amargo subió por su garganta, lo contuvo antes de que saliera y lo obligó a regresar. Su garganta quemaba, sus pulmones eran recipientes de brazas que agrietaban la piel, los rasguños ardían sin querer cerrarse. Se estaba castigando con una tortura física que buscaba imitar la de ella. 

Supo que todo terminó cuando el árbol la recibió como un tronco que se desboronaba de poco en poco, pasando de ser madera firme a cenizas que formarían parte de la tierra al mezclarse con ella. Zagan estaba retenida en el tronco, clavada, sin luz, sin vida, arrepintiéndose en silencio y consumiendo las plegarias ahogadas de su ama.

Armin no notó la llegada de Lan-Sui, su séquito tampoco. Actuaron con imprudencia, adulando a la princesa por su obra maestra al elaborar un plan tan minucioso que le aseguró el triunfo total, Armin no les respondió, se aproximó al tronco para retirar a Zagan.

La mano de la princesa jamás tocó la empuñadura de metal negro, cayó al suelo como una pieza inerte. 

Primero vino la confusión, luego el grito desgarrador de Armin al comprender que esa mano aún le pertenecía pero ya no podría usarla nunca más. Las brujas la auxiliaron y giraron para arrepentirse de sus actos, no esperaban ver a Lan-Sui ahí, no esperaban que ese rostro arrogante se mostrara débil por primera vez.

—¿Sabes lo que acabas de hacer? —Armin apartó a las brujas, sosteniendo la muñeca sin continuación, ahogando el dolor y la sangre que no tenía fin. —La paz va a romperse solo por esto. Mi madre no va a quedarse quieta hasta lograr vengar mi mano.

Lan-Sui miraba al cielo, sus ojos dejaron de reflejar la humanidad de un corazón blanco y cambiaron a ser el retrato de la muerte. Gotas congeladas florecieron en la tierra como perlas valiosas, Lan-Sui no intentó detener el duelo de sus ojos, Lan-Sui ya no intentó nada.

—Tu madre vengará tu muerte. —Lan-Sui desenfundó una vez más a Halia. —O va a intentarlo. 

—¡Insolente! —Armin quiso arrancar a Zagan del árbol pero la espada fue necia y la quemó para que no la tocara. —¡No te atrevas a creerte tanto por ser de un imperio! ¡Mi muerte no te favorece! 

—¿Y qué? —Lan-Sui la señaló, apuntando con la hoja de Halia, llena de fuego azul. —Soy caprichosa, si quiero algo lo tengo. Quiero tu muerte, así que voy a matarte. 

—¡No hables deliberadamente!

—No lo hago. Ahora mismo tengo el poder suficiente para quemar una cuarta parte de tu clan, mi incendio afectaría el campamento, exterminaría a tu clan, si hay sobrevivientes me encargaría de cazar a las brujas, una a una hasta que no quede nadie. Pero no lo haré, ella era de este clan, ella no las odiaría, pero es una lástima que no seamos iguales. Si no he de tener todas sus almas al menos quiero la tuya. 

—¡Lan-Sui! ¡No seas idiota por Mo-Quing!

Eso fue lo último que Armin llegó a pronunciar, su lengua fue cortada por un tajo limpio que no tuvo misericordia en abrir también dos líneas en cada costado de sus labios.

—Eres indigna de pronunciar su nombre. —Lan-Sui bloqueó sin esfuerzo el trabajo de ataque del séquito real. —Ojo por ojo princesa, sufre igual que ella, muere de la misma manera que lo hizo ella. 

Los ojos de Armin se abrieron cuando Halia la atravesó en el estómago, precisando ese punto donde también Mo-Quing recibió la estocada. Para las demás fue lo mismo, Lan-Sui se mantuvo impasible al llevarlas despacio a la perdición. 

—Intentaste ahorcarla. —Lan-Sui no tocó la piel de Armin, su mano se apretó en un puño y el cuello de la princesa se marcó por la forma de una mano delicada que exprimía su respiración, dejándole ese rastro de esperanza para que se aferrara inútilmente a una vida que ya no le pertenecía. —La torturaste con fuego, y la mataste con las llamas. 

Armin profirió ruidos extraños ante la sensación de tener fuego en su interior, las demás brujas cayeron rodando, experimentando algo similar. Las llamas azules salían de adentro, por su boca y por sus ojos, quemando los órganos en el interior, un proceso lento, violento, sufrible.

—Bebiste gotas de sangre de mi hermano cuando este vomitó en la ciudad blanca. —Lan-Sui presionó más el cuello de Armin, obligándola a perder la voz. —Tu alma es como la de Mo-Quing, con una longevidad extraña y una posible capacidad para reencarnar, así que ten esto en claro, si vuelves, me encargaré de encontrarte y te mataré de nuevo. Una, dos, tres, diez, mil veces, cada vez que regreses a la vida sufrirás antes de volver a irte. 

Los ojos de Armin salieron de sus órbitas por la presión que pasó del cuello a la cabeza, Lan-Sui cerró su mano en un puño y el cráneo explotó. Cuerpos inertes esperaban a su alrededor, pero ninguno captó de nuevo su atención, llegó al árbol y extrajo a Zagan. La palma de su mano presentó quemaduras, fiel a Mo-Quing, su espada era reacia a que alguien más la tocara, pero esto no evitó que Lan-Sui la siguiera aferrando con cariño.

Se hincó, sosteniendo en ambas manos el arma de su maestra, la piel abrió paso al músculo, y luego la herida se volvió tan profunda que un hueso blanco se mostró tímido. Lan-Sui observó sus manos heridas, la sangre y las lágrimas quedaron acunadas, formando una mezcla que le ardía. 

Abrazó a Zagan, el filo de la hoja rozó contra una de sus mejillas, dejando una ranura abierta que conservaría con el tiempo como una cicatriz que fue imposible de curar. Zagan lloró, el rombo en su mango soltó líneas de magia que imitaban las lágrimas de Lan-Sui.

—Ahora entiendo porqué sonaba como una despedida. —Lan-Sui se pegó más a Zagan y la espada por fin dejó de quemar. 

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