Capítulo 01


"Seas quien seas debes de pagar tu sentencia si has cometido un crimen."

Wan-Lian

La cama de gran tamaño, adornada con las mejores sedas y cojines bordados, comenzaba a perder el calor que manaba del cuerpo que debería de estar recostado aún.

Tirada en el suelo en posición de estrella, con las extremidades abiertas, la cara chorreando sudor y cero intenciones de levantarse, Lan-Sui respiraba aceleradamente, con ojos muy abiertos, esperando que el terror de la pesadilla desapareciera cuanto antes.

Su cuerpo aún temblaba cuando la puerta de su habitación fue abierta luego de una secuencia de toques suaves, rítmicos y lentos.

Zaia entró sonriente, más su expresión se descolocó al ver a su hermana tirada, sin vida.

 —Sui Sui. ¿Te sientes mal?

—Del carajo. —respondió Lan-Sui sin levantarse. —Tuve un sueño.

 —¿Fue tan malo?  —Zaia se le tendió una mano de ayuda a su hermana para que se pusiera de pie. 

Lan-Sui se levantó a regañadientes, rezongando e intentando huir del agarre firme que su mayor ejercía sobre su muñeca. 

 —No me estarás mintiendo para no asistir, ¿cierto? —preguntó Zaia, buscando la mirada o algún rastro de mentira en la expresión de su hermana, quien la eludía de mil y un maneras, encontrando más interesante el bordado de los tapices que la charla de su pesadilla. —Lan-Sui. —presionó. —Recuerda que tu asistencia hoy es primordial, si no queremos que la guerra retorne a nuestros campos debes de hacer esto.

 No mentía acerca de su pesadilla, Lan-Sui de verdad soñó con algo que la hizo sufrir hasta el punto de despertar con el corazón en la mano y la sensación se seguir ardiendo impregnada a su cuerpo.

Estaba en llamas, clavada a un árbol viejo, sus fuerzas, su poder, su todo había desaparecido, y cuando las sombras que cargaban antorchas se acercaron y prendieron el fuego que la comería viva, no pudo contenerse y gritó; rodó en las sábanas y reaccionó muy tarde, cuando la pesadilla quedó disipada al caerse de golpe al suelo.

Aún le dolía la espalda y la cadera por eso último, pero para no preocupar a su hermana fingiría que todo estuvo fríamente calculado, lo que igual, iba muy acorde a lo que hacía en los últimos días.

 —No quiero irme. —Lan-Sui se aferró al torso de su hermana, percibiendo el cálido y primaveral aroma a lilas que brotaba de ella.  —Zai, no quiero.

Zaia acarició la cabeza de Lan-Sui, deteniéndose en las orejas de zorro para envolverlas con cuidado. 

 —No puedo hacer nada esta vez, sabes que intenté persuadir a la reina en el parlamento, pero es firme, o vas a su clan como invitada o como esposa de su hija. ¿Qué prefieres?

Lan-Sui gruñó. 

 —¿Quién estará a cargo de mí?  —Al separarse, alistándose para ir a donde debería de haber partido desde hacía una hora, Lan-Sui fingió componer su ropa para verse más presentable, cosa que ya no iba a favorecerle en nada, el clan Amatista se la llevaría sin importar como luciera, incluso muerta arrastrarían su cadáver a los pantanos como venganza a lo que les hizo.  —No creo que la magnífica reina Prax me deje entrar de invitada sola, va a ponerme una niñera. Tú lo sabes. ¿Quién es?

Cuando Zaia no negó el hecho de que iría al clan vecino bajo el cuidado de una niñera, Lan-Sui se desanimó y también se sintió ofendida. Era un demonio joven, eso no podía negarlo, pero sus días de estar bajo cuidado y observación constantes ya estaban muy lejos en el pasado.

 —En los últimos años no se ha oído hablar mucho de ella, pero en su momento tuvo un auge glorioso y turbio.  —prosiguió Zaia, guiando a su hermana por los pasillos en los que corrieron de niñas, jugando a ser presas y cazadores. 

 —Me agrada. ¿Qué es? ¿Una asesina despiadada que trabaja para la reina o algo así?

 —Es una comandante. La única que dirige una legión muerta.

Un rayo invisible perforó la roca, cayendo en Lan-Sui. Sus pies se enredaron y casi cae al suelo por el repentino estado ido que adquirió, apenas recompuesta detuvo a su hermana tirando de su brazo, Zaia quedó frente a frente con aquella mirada demasiado pálida como para estar viva.

 —No. No, no, no. No me digas que es...

 —Mo-Quing. —completó Zaia consternada. —Es la comandante Mo-Quing quien estará cuidándote.  ¿Por qué esa cara? ¿Acaso no dijiste que te agradaba? ¿Lan-Sui? Hermana. ¿La conoces?

 —No. No del todo. —Lan-Sui se separó de su hermana, liberándola.

 —¿Y esta reacción qué?

 —Nada, no es nada. —retomando el camino, Lan-Sui comenzó a alejarse con prisa. —Vamos antes de que pidan llevarse mi cabeza en lugar de mi cuerpo.


***


El salón del trono siempre fue uno de los lugares favoritos de Lan-Sui en el castillo, era tan grande que le servía para jugar como quisiera sin tener que preocuparse por romper algo. De pequeña recordaba crear junto a sus hermanos, fuertes de nieve, colgar cascabeles en las raíces heladas que se adherían a la pared y servían de respaldo al trono helado en el que su padre los sentaba algunas veces, cuando nadie veía para regañarlos a los cuatro.

Disfrutó de jugar ahí, más tarde de entrenar, o de ir a pasar el tiempo junto a su progenitor, charlando mientras apostaban o intercambiaban chismes mundanos o susurros que el viento les contaba acerca de la nobleza. Pero, al entrar ahora que no solo su padre era el que la recibía, se sintió mareada, abrumada.

La mitad de las palabras y los discursos le entraron por un oído y le salieron por el otro, estaba presente pero a la vez no, su mente divagaba como nunca antes, incluso suspiró un par de veces, atrayendo las miradas preocupadas de JiuJiu y de la emperatriz.

Al final, en el momento del bello intercambio por acuerdo pacífico para restablecer la paz que Lan-Sui rompió al rechazar una propuesta absurda de matrimonio, su mente regresó y parte de su interés también.

 —Princesa Armin del clan Amatista, pasa a ser invitada del clan Nieve. Por favor alteza. —Zaia, encargada de evitar que ambos clanes se mataran ahí mismo, convirtiendo eso en un baño de sangre, integró a la princesa en la línea imperial donde se formaban los miembros de su familia. 

Lan-Sui apenas y miró a la princesa, al pasar esta a su lado. Era bella, jamás podría negar eso de la criatura. Tenía ojos negros como las sombras que acechan a la puesta de sol, cabello blanco, y rasgos encantadores,  llevaba un largo vestido de algodón con bordados plateados, era un copo perdido entre la tormenta. Si tan solo no tuviera una obsesión insana con Lan-Sui, ella hubiera considerado una mejor manera de rechazar la propuesta de matrimonio cinco años atrás.

 —Comandante Mo-Quing. —Lan-Sui se quedó tiesa al escuchar de nuevo a su hermana. —Adelante por favor. 

 —Voy. —De la parte más lejana de la sala se oyó una voz cantarina y alegre, Lan-Sui se frotó la cien. —Permiso por favor. ¡Quítate! Eso, bien hecho, gracias, gracias. Voy pasando, abran camino. —Mo-Quing no cambió nada en esos ciento y tantos años. En el pasado, a Lan-Sui le pareció demasiado alta, ahora comprendía que solo le hacía falta crecer un poco para superarla por apenas la mitad de una palma. 

El cabello color del ala de un cuervo era más largo, llegándole a la nuca en mechones irregulares que se trenzaban y sostenían listones azules en distintas tonalidades. Mo-Quing iba de negro, y resaltaba entre la palidez y pureza del salón, sus ojos, dos gotas sacadas de las profundidades del océano conectaron con Lan-Sui, inspeccionándola, juzgándola sin esconder que lo hacía.

 —Princesa Lan-Sui del clan Nieve, pasa a estar bajo la custodia total de la comandante Mo-Quing mientras permanezca como invitada del clan Amatista. —Zaia se despidió de su hermana con una sentimiento de cabeza, la noche anterior ya se había encargado de llenarla de recomendaciones de conducta, besos y abrazos. —Por favor alteza.

Andrómeda detuvo a Lan-Sui, aunque no podía verla lograba sentirla. Manando al más allá a todo el protocolo y se giró para abrazar una última vez a la princesa, Lan-Sui quedó en blanco antes de corresponder, triste por tener que separarse. 

De su madre no se despidió, ni siquiera la miró una última vez antes de partir. Ágape tampoco pareció conmovida por la partida de su hija, con rostro impasible la contempló pasar al otro clan, recibir la bienvenida y ser integrada a sus filas.  

 —Tranquilas majestades. —Mo-Quing hizo una elegante reverencia, nada que ver con sus torpes movimientos a la hora de avanzar momentos antes. —Estará bien cuidada. 

La emperatriz sonrió satisfecha.

 —Se la encargo comandante. Que lo le falte nada.

Mo-Quing asintió y se giró para irse, arrastrando a Lan-Sui. 

 —Nos vamos pequeño zorro.

 —Esto aún no ha terminado. —protestó Lan-Sui, buscando una excusa para no alejarse de su hogar tan rápido.

 —Terminó para mí. Ahora andando, mueve esos piececitos o patitas, o lo que sea, y avanza.

 Incapaz de sobornar a Mo-Quing, Lan-Sui terminó resignándose y partiendo junto a ella.


***


—Y esta es tu tienda. ¿Alguna duda pequeño zorro?

 —Ya te dije que no me digas así.

Lan-Sui abrió las cortinas que bloqueaban la entrada e ingresó. Mo-Quing la llevó a toda prisa al clan Amatista, haciendo que el viaje pasara de una semana a unas horas, no entendía el motivo urgente al principio, y tampoco lo entendió al final, cuando se dio cuenta de que lo único por lo que Mo-Quing deseaba volver era por su emergencia natural de querer ir a un baño que no estuviera congelado.

Una vez resuelta su pequeña gran necesidad, comenzó a enseñarle todo el campamento, y así es como terminó en la que al parecer iba a ser su tienda, observando las telas marrones, los objetos valiosos y el baúl suyo que Mo-Quing transportó de alguna manera extraña sin que se diera cuenta.

 —¿Te gusta? Sino es de tu agrado puedo cambiar lo que desees, no por gusto claro, tengo órdenes de mimarte incluso más de lo que me mimo yo. —Mo-Quing se recargó en uno de los pilares que adornaban el interior, esperando una respuesta o una reacción.

 —¿Dónde duermes tú? —Lan-Sui cerró su baúl tras inspeccionar que no hubiera daños o faltas en sus pertenencias. —Recorrimos todo el campamento, me mostraste la tienda de la reina, la de las princesas, pero no me has enseñado la tuya. 

 —Eso es porqué no tengo. —Mo-Quing se asomó en la entrada y le hizo señas a Lan-Sui para que se acercara. —¿Ves ese extraño árbol seco de allá?

 —¿Ahí duermes?

 —No, yo duermo en el de alado, en ese más seco que tiene musgo y cuarzos alrededor, sin eso de por medio no puedo conciliar el sueño.

 —¿En el que el cocodrilo está descansando?

Mo-Quing se fijó bien, y al ver que era verdad lo que Lan-Sui decía salió disparada a reclamar su territorio. Una sonrisa se asomó en los labios de Lan-Sui, quien el notar lo que estaba haciendo negó con la cabeza y volvió a la tienda.


***


Lan-Sui persiguió el sueño por horas, más, las redes y sus tácticas fueron ineficientes, cuando parecía tenerlo escapaba y una vez más, tenía que empezar. 

Después de tres horas acostada boca arriba, batallando consigo misma para poder dormir, se hartó. La cama no era el problema, el colchón y las sábanas, suaves y cálidas tampoco, los sonidos naturales quedaron descartados de ser los culpables de su insomnio debido a que la naturaleza siempre le sirvió de nana, entonces solo podía culpar a la pesadilla del día anterior y a su miedo por volver a tenerla esa noche. 

Giró de un lado a otro en la cama, buscando dormir o deshacerse de la sensación que le dejó el fuego imaginario, sentía que de verdad estaba ardiendo, su piel se volvió rojiza al despertar y no perdió ese color por muchas horas que pasaron.

Temía que el fuego llegara si cerraba los ojos, temía ver que las llagas y las quemaduras eran reales y no solo producto de su imaginación.

Al empezar a sudar decidió levantarse y salir a tomar aire fresco. 

Fue recibida por una brisa ligera que arrastraba hojas secas y palitos caídos, Lan-Sui aspiró el aroma a libertad y se relajó. Sus ojos buscaron el árbol seco y se detuvieron en la figura sentada en una de sus ramas. 

Mo-Quing estaba observando la luna y bebiendo cuando casi se cae por la repentina llegada de Lan-Sui.

 —¿Despierta a esta hora?

 —Seres impuros. —Mo-Quing subió su cuerpo que quedó colgando, recuperó la calma y entonces se dignó a fulminar a Lan-Sui. —¿Tú qué haces despierta a esta hora? 

 —No podía dormir.

 —¿Pesadillas?  —Mo-Quing apenas y alcanzó a beber un trago antes de que Lan-Sui le arrebatara la botella para tomar, poniendo sus labios en el mismo punto en el que los puso ella. —Creí que los inmortales eran seres perfectos, sin cosas mundanas como esa.

—No son frecuentes. —Lan-Sui limpió su barbilla con la manga de su bata y le regresó la botella a Mo-Quing. —Y no pueden considerarse pesadillas como tal, nuestros "sueños" no son solo eso, si lo vemos es porqué sucederá. En lugar de referirse a esto como una pesadilla es más una visión.

—Fuerte. ¿Y qué viste? Estás tan pálida que pareces cadáver. 

Las llamas y el olor a cenizas surgió de nuevo, Lan-Sui sostuvo su cabeza para suprimir esas visiones, no quería volver a lo mismo de lo que acaba de huir.

—Creo que vi mi muerte.

Como acaba de tragar, Mo-Quing se atragantó al escuchar eso, escupiendo todo el licor ingerido para no terminar siendo ella la muerta en ese momento.

—Imposible. —dijo apenas logró recomponerse. —Tú no puedes morir. ¿No estará dañado tu visionario o algo así?

—Sé lo que vi. Fuego, llamas, y yo ardiendo en ellas.

—Bien, bien, pero no te alteres. —Mo-Quing le pasó de nuevo la botella, insistiendo para que la tomase. —Toma esto, bebe, y olvida por ahora. Si morirás entonces, ¿qué más puedes hacer? Disfruta el ahora, ya habrá tiempo para lamentos mañana. Y, si vas a volver a salir de noche procura ponerte las túnicas superiores, no quiero que el tema principal mañana a la hora del desayuno sea lo bien que luces en ropa interior.

 Lan-Sui la miró de mala manera y se fue igual que como había llegado, Miko alcanzó a sostenerse de la rama para no caer por la brusca sacudida, abajo se escuchó un chapoteo cuando su collar calló al pantano, despertando a las bestias colmilludas que comenzaron a rondar cerca.

 —Sí eh. —Mo-Quing bufó. —Buenas noches.

Un crack fue secundado por un chapoteo, los cocodrilos buscaron a mordidas pescar lo que había caído, pero Mo-Quing tiñó las aguas de rojo con su espada antes de que se acercaran lo suficiente para darle el primer bocado.

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