Capítulo 27
"Si el mundo te envidia, ¿porqué la familia no podría hacer lo mismo?"
Izumi
Tal como Mei había dicho, Miko mejoró en poco tiempo, gracias al reposo y a la sangre inmortal de Lan-Sui que ahora estaba dentro de su cuerpo. Fue así que, cuando llegó el día seleccionado para la fiesta, ella estaba más que bien para celebrar junto a los demás presentes que fueron a la ciudad blanca para festejarla.
A ella.
A ambas.
Miko pasaba demasiado tiempo con Lan-Sui, pero en la última semana, luego de la llegada del clan amatista, y de su familia, al palacio imperial, apenas y notó la sombra del demonio. Lan-Sui tampoco insistió en quedarse en un lugar donde no era del todo bien recibida, pocas fueron las palabras que intercambiaron esos días, y si no fuera porque el día de la fiesta había llegado, Miko no se daría cuenta del enorme distanciamiento que volvió entre ella y Lan-Sui.
El color blanco de sus ropas fue sustituido por un azul cielo, tan pálido que apenas y se notaba la diferencia en contraste con el blanco puro, llevaba la insignia de su clan bordada en oro sobre el cinturón de tela que Dalial se encargó de atar a su cintura. Ese día no portaba armas, por esto, Dalial escondió en secreto tres agujas de jade en su tocado, para que pudieran servirle en caso de emergencia
—¿Estás ansiosa? —Agatha alisó los pliegues que se formaban al final de la tela. Rozó con las yemas de los dedos los distintos bordados de copos y raíces, sonrió satisfecha al ver el resultado tan precioso de las vestimentas de su hija.
Miko negó con la cabeza, su madre era ajena a las peleas que tenía con Lan-Sui, en su presencia actuaba como si todo estuviera bien entre ambas, solo para no preocuparla más. Si compartía ahora su miedo sería lo mismo que apuñalar en el peor momento y de la peor manera, por lo tanto, se contuvo, guardando las penas y el dolor para sí misma y las noches oscuras.
—Madre. —Izumi suspiró anhelante, sosteniendo entre sus manos las joyas que debieron de ir en el cuello y brazos de Miko. —¿Algún día podré lucir igual de bonita?
—Tú ya eres bonita pequeño granito de arena. —Agatha acarició la melena de su hija, envolviendo sus dedos entre las delgadas y delicadas cadenas que adornaban la tiara de la princesa. —Ambas lo son. Ahora dale las joyas a tu hermana, debe de estar lista antes de que...
—No es necesario. —Miko cerró los dedos de su hermana menor, haciendo que aferrara bien las delicadas piezas de oro. —Si son de su agrado puede usarlas ella.
—¿De verdad? —Los ojos de Izumi brillaron.
—De verdad. —Miko retrocedió para mirarse una vez más en el espejo. Parecía ser lo que nunca había sido, una verdadera princesa.
Izumi por su lado, insistía demasiado alegre para que su madre se apresurara a colocarle el regalo que Miko acababa de darle. Corrió a un lado de su hermana para admirarse también en el espejo, se quedó embelesada al ver la perfecta combinación que había entre sus ropas y sus accesorios, sonrió satisfecha.
—Soy hermosa.
Miko le rodeó los hombros asintiendo.
—Lo eres. Eres igual de bella que la primavera, tan perfecta como los copos en invierno y tan preciosa como una flor silvestre en medio del campo.
—¿Crees que le guste a Lan-Sui?
Agatha y Miko se congelaron al mismo tiempo. Sin perder compostura o gentileza, Miko miró a su hermana a través del reflejo.
—¿Por qué dices eso?
—Lan-Sui te consiente tanto, te ama tanto. —"Ojalá". Pensó Miko, pero no dijo nada, en su lugar dejó a su hermana seguir hablando de la supuesta devoción y amor que Lan-Sui sentía hacía ella. —Te dio su inmortalidad y te trata como si fueras una emperatriz, yo quiero lo mismo. ¡Quiero ser la segunda esposa de Lan-Sui!
—¡Izumi!
—Bueno, sino su esposa, entonces su concubina.
—¡Izumi! —Agatha llegó hasta su hija, la arrebató de los brazos de Miko y la llevó de vuelta a la cama. —¡No te atrevas a decir esas cosas! Debes estar feliz por tu hermana, no envidiarla.
—Estoy feliz madre, y mucho. ¿Pero acaso está mal querer tener lo mismo que ella?
No estaba bien sentir algo con respecto a Lan-Sui, si su hermana la quería no tendría por qué importarle, Miko no amaba al demonio de todas formas, no cuando ella estaba tan perdida por una general muerta llamada Mo-Quing. Lan-Sui podría tomar cuantas esposas y concubinas deseara, incluso a su hermana, Miko no interferiría.
Sus manos se apretaron en puños dentro de las mangas acampanadas de la túnica.
Miko estaba harta de fingir que no le importaba.
—Lan-Sui no tiene concubinas. —dijo, en un tono tan glacial que ella misma se sorprendió.
—Oh, entonces seré la primera. —Izumi se acomodó el cabello, haciendo rulos con sus dedos. —No te importa compartirla, ¿verdad hermana?
—¡Anunciando a su alteza imperial! —Hina abrió la puerta dejando pasar al invierno mismo al interior. —Princesa Lan-Sui.
Ante la nueva presencia, Agatha e Izumi se pusieron de pie de inmediato, reverenciando a la princesa, quien les respondió de la misma manera. Miko por su parte, se quedó de pie, demasiado molesta para reaccionar a tiempo, Lan-Sui sonrió al verla arrugar las cejas, apretar los labios y fingir que no pasaba nada.
—Alteza.
Lan-Sui se detuvo ante el llamado de Izumi.
—¿Se le ofrece algo? —preguntó por cortesía, consciente de que si no mantenía un buen perfil ese día su hermana mayor iba a matarla, a freírla y luego la aventaría a los perros de las montañas para que se alimentaran con los restos.
—Sí, de hecho, me gustaría que su alteza me diera su opinión sobre mi vestuario, no sé qué tan bien se vea.
Miko quiso golpearse la cabeza contra un pilar para no ver más aquella escena, la mirada de perdón de su madre la hizo sonreír y mantenerse quieta en su lugar, fingiendo de nuevo que la falta de atención de Lan-Sui no le afectaba en lo más mínimo.
—Si es lo que su alteza quiere. —respondió Lan-Sui de mala gana, ocultando su irritación debajo de un tono de falsa amabilidad.
En el cielo las estrellas brillaban radiantes, pero en ese momento Miko sintió que Izumi las opacaba con su enorme aura radiante. La princesa se irguió por completo, fijando su atención en los ojos de Lan-Sui, dio una vuelta, dos, Lan-Sui la tomó por la muñeca deteniéndola cuando estaba por dar una tercera vuelta.
—Este brazalete. —Lan-Sui dejó de mirar a Izumi y pasó a Miko. —¿Se lo diste tú?
—Fue un regalo. Tampoco podría usarlo, tendría que quitarme las vendas y... —Miko sobó sus brazos vendados, negando a la par. —Es mejor que los tenga ella.
—¿A su alteza le gustan? —Izumi estiró su mano, a la espera de que Lan-Sui volviera a sostenerla. No lo hizo.
—Las joyas sí.
Los dientes de Miko apresaron el interior de sus mejillas para que no soltara una carcajada en ese momento, Izumi también pareció comprender el mensaje porque retiró la mano sonrojada por la vergüenza.
—¿Y yo? ¿Le gusto yo a su alteza?
—Tu vestuario está bien. —Lan-Sui caminó hacía Miko, Izumi la detuvo tirando de su espada.
—Alteza.
—¿Se le ofrece algo más?
—No ha respondido mi pregunta.
—No quiero herirla.
Izumi era reacia a dejarla ir, pero para Lan-Sui no fue problema liberarse de su agarre y continuar adelante. Miko se sintió mal por su hermana, pero como experta en tratar con las descorazonadas de Lan-Sui, supo que era lo mejor que su princesa se mantuviera alejada de demonios que solo rompen corazones sin piedad.
—¿Solo rompo corazones? —Lan-Sui se inclinó para susurrar al oído de Miko, quien se estremeció ante la acción repentina. —No seas cruel conmigo, solo rompo los que no me gustan, los que no me importan. ¿Acaso he roto el tuyo? —Miko desvió la mirada. —Siente aquí. —Lan-Sui tomó las manos de Miko y las llevó a su pecho, los latidos de su corazón eran acelerados, como un tornado sin freno. —Tú has roto en pedazos el mío, y lo irónico es que continúa latiendo por la misma persona.
—Mo-Quing debe de estar extasiada por tu fidelidad.
Lan-Sui se rio, pero no siguió la corriente de esa plática, en su defecto hizo un gesto para que Katana se acercara.
Llevaba un cofre de hielo que parecía haber sido congelado cuando se estaba derritiendo, tenía encapsulado zafiros y trozos de plata. Lan-Sui analizó a Miko de arriba abajo, fingió pensarlo, abrió el cofre y extrajo la única pieza que resguardaba en su interior.
—Lan-Sui. —advirtió Katana, consciente de que lo más seguro era que su prima la ignorara como siempre hacía.
—Le quedará bien. —Lan-Sui alzó la tiara que le pertenecía, la colocó en la cabeza de Miko, asegurándose de no destruir el peinado de Dalial o al final terminaría doblemente muerta. — Ahora sí luces como si fueras a pisarnos a todos.
Miko no tenía derecho a portar una corona del clan nieve debido a que aún no era esposa oficial de Lan-Sui, pero eso no le importó a su pareja, quien, rebelde, le puso una corona de hielo, plata, zafiros y cristales, su corona. Hermosa bajo la luz natural, y más hermosa al deslumbrar entre las sombras de la noche, como una estrella solitaria que vagaba sin rumbo.
—No es correcto. —dijo intentando retirar la tiara, Lan-Sui lo impidió apartando sus dedos con suavidad.
—¿Quién dice? —retó altanera.
—Las reglas. —soltaron Katana y Miko al mismo tiempo.
—Zaia va a matarme después de todo, así que al menos hagamos que valga la pena. Además, no me gusta mi corona.
—Nunca te ha gustado ninguna. —Katana, viendo que ya no tenía caso seguir cargando el cofre lo hizo desaparecer. —Si ya terminaste vámonos, la fiesta va a dar comienzo.
—Que gruñona.
—¡Te escuché!
Lan-Sui se encogió de hombros, inocente, en el momento que Katana volteó para encararla con una amenaza tallada en sus ojos.
—Majestad, alteza, por favor adelántense, me gustaría hablar un momento a solas con Miko.
Las dos mujeres obedecieron.
—Tienes mala cara. —puntualizó Lan-Sui al ver a su compañera. —¿Es por lo que te dijo tu hermana?
—¿Escuchaste todo?
—Lan-Sui no tiene concubinas. —imitó Lan-Sui, con una voz igual a la de Miko. —Oh, entonces yo seré la primera.
—Eres terrible.
—Lo sé, lo sé. —Lan-Sui estiró su mano para tomar la ajena. —Ahora vayamos, sus súbditos la esperan, —Se acercó de nuevo a su oído. —mi emperatriz.
Con el rostro ardiendo, Miko la apartó, dejándola atrás se apresuró a salir. Lan-Sui la siguió en silencio, conformándose con admirar sus pazos temblorosos al caminar.
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