Capítulo 25


"Si algo duele solo puede hacer dos cosas, destruirte o volverte más fuerte."

Katana

—Tía no puedes hacer eso es trampa.

Lan-Yun empujó el hombro de Lan-Sui mostrando una mueca que quería suprimir su sonrisa. Su tía recibió su empuje y se tambaleó un poco al no poner resistencia, le revolvió el cabello y movió de nuevo su ficha blanca en el tablero.

—Entonces vas tú.

—Lan-Sui. —Katana apareció por el sendero trazado en la nieve que venía desde el interior del palacio hasta el pabellón de la emperatriz en donde tía y sobrino mataban su tiempo con juegos de mesa. —Zaia quiere verte.

—¿Ah sí? —Los ojos de Lan-Sui no abandonaron en ningún momento el tablero de juego, siguiendo con mucha atención cada uno de los movimientos de su oponente, que, aunque parecían ser al azar, estaban llenos de astucia por parte del más pequeño. —¿Para qué?

Katana suspiró frustrada, con los dedos de una de sus manos masajeó el puente de su nariz mientras hablaba, buscando una manera en la que su prima le prestara un poco de su atención.

—Ella quiere...

Un ademán ligero de Lan-Sui la calló de inmediato, los ojos del demonio por fin dejaron el tablero y se perdieron en un punto a la distancia del blanco paisaje que seguía siendo azotado por la tormenta de nieve. Las orejas blancas de Lan-Sui se movieron al distinguir un sonido a lo lejos, tan pero tan distante que apenas y llegaba a ser perceptible. Su cola se sacudió con brusquedad cuando se puso de pie ante las miradas preocupadas de Katana y Lan-Yun.

—¿Escuchas eso?

Las orejas de Katana tuvieron un ligero tic, pero no captaron algún sonido fuera de lugar.

—¿Qué cosa?

—El silbido. —Lan-Sui acarició el mango de sus espadas. —Es como si ella me estuviera llamando.

—¿Ella? ¿Miko?

Lan-Sui negó con la cabeza.

Mo-Quing.

Acto seguido una llamarada de fuego azul ardió allí donde estuvo parada, al instante siguiente no quedaba nada atrás, ni siquiera la marca negra que deja el fuego luego de arder.


***


Su olfato detectó la sangre en el agua, en la tierra y en la nieve varios kilómetros antes de acercarse, su oído escuchó el canto de los wolfdogs después de una buena comida, sus manos se cernieron sobre sus armas y degollaron cabezas sin hacer ruido, sin permitirle a las bestias reaccionar hasta que fue demasiado tarde.

Un hilo con aroma a durazno, arrastrado a lo lejos por las corrientes de aire, llegó a su nariz, lo siguió con más prisa de la que le hubiera gustado, y, al final, lo que encontró fue un brusco desenlace en una caída mortal.

Lan-Sui no lo pensó siquiera antes de saltar.


***


Mei llegó a la habitación apenas fue convocada, Lan-Sui no tenía buena cara y comprendió de inmediato por qué al ser testigo del estado tan decadente del cuerpo tendido en la cama.

—Por la nieve sagrada. —Mei corrió y sin pedir permiso tomó la muñeca inerte para tomar el pulso. —¿Qué le ha sucedido a su alteza?

—Sálvala. —Lan-Sui no demoró en usar un tono autoritario y demandante, uno que solo mostraba en contadas ocasiones.

—Ni, aunque quisiera podría hacerlo. —Mei bajó el brazo de Miko, sacó un pañuelo y comenzó a limpiar la sangre del rostro demasiado pálido. —No hay nada que hacer por ella, lo siento mucho.

—Eres la doctora imperial. ¡Haz algo!

—Soy médico Lan-Sui, curo, no revivo muertos. Ese es un poder que queda fuera de mi alcance.

Katana interrumpió en la estancia, ahogando el reclamo que Lan-Sui estaba a nada de soltar. Avanzó con precaución, manteniendo su distancia al ver el quien era la persona que estaba en la cama.

—¿Murió? —preguntó intentando no despertar el enojo de Lan-Sui.

—Sí.

—No.

La médica miró a Lan-Sui, sus brazos se cruzaron a la altura de su pecho y su rostro mostró una expresión intranquila pero firme. Katana también miró a su prima, notando de inmediato los temblores de su cuerpo y el miedo transformado en sombras que reflejaban sus ojos.

—Lan-Sui ella murió, ya no está. No tiene pulso, no late su corazón. No hay nada que podamos hacer.

Contradiciendo las palabras de Mei, el cuerpo de Miko se movió, un poco, un sutil giro que bastó para sorprenderla a ella y a Katana. Volvió a tomar la muñeca que reposaba sobre el edredón, esperaron en silencio hasta que Mei abrió los ojos y giró para encarar a Lan-Sui, quien seguía sin mayores cambios faciales.

—Su alma prevalece. ¿Bebió de tu sangre antes?

Fue el turno de Lan-Sui de mostrarse desconcertada, sus orejas y cola se sacudieron a la par que negaba.

—No.

—Extraño entonces, en sus venas hay sangre e inmortal, su alma también tiene un rastro pequeño. —Mei hizo una pausa tardada y lo pensó. —Hay un modo...

—Busca otra forma. —Lan-Sui les dio la espalda, observando el blanco paisaje a través del cristal de una de las ventanas que permitían la iluminación natural. —No quiero que sea inmortal.

—Es el único modo. Dale de tu sangre y vivirá, de lo contrario su alma va a desvanecerse y entonces sí que no quedará nada que salvar.

Lan-Sui seguía reacia, ignorando los comentarios de la doctora y el cuerpo que ella misma había salvado.

—Puedo curar sus heridas superficiales. —continuó Mei al ver que Lan-Sui no tenía intenciones de decir demasiado al respecto. —Pero sin tu sangre su alma se perderá.

—Sálvala.

Mei suspiró frustrada ante la respuesta terca de Lan-Sui, más no objetó de nuevo. Con un ademán le indicó a Katana que le pasara una caja especial que había traído consigo, sacó su instrumental y un par de botellas con líquidos oscuros. Trató con mucho cuidado y respeto el cuerpo de Miko, limpiando la sangre con paños húmedos, tratando sus heridas menores con pomada que ayudaba a cicatrizar de inmediato, vendó su cintura, ahí donde las marcas profundas de colmillos eran tan profundas que parecía que estuvieron a punto de romperla.

—Sagrada nieve. ¿Fue atacada por Wolfdogs?

Al escuchar la mención de las bestias, Katana se giró en dirección a Lan-Sui presionando por una respuesta.

—Sí.

—¡No debiste descuidarla! —Katana sabía que no podía regañar a su prima, pero al ver el estado tan lamentable del cuerpo de su compañera no pudo evitarlo. —Sabes que es peligroso viajar sin conocer nuestro territorio, y además iba sola, Lan-Sui.

 ¿Qué podía hacer? Jamás me hubiera permitido acompañarla, y el territorio se conecta con Zaia, no hubiera podido cuidarla todo el tiempo ni, aunque quisiera.

—¡Pudiste ir tras ella!

—¿Por qué gritan? Oh... —Rilu lanzó el tejido que llevaba en sus manos y corrió a la cama, envolviendo una mano fría entre sus dedos. —¡Miko! ¡Miko!

—No puede escucharte. —Mei terminó de atender el cuerpo, se levantó y prosiguió a limpiar los paños llenos de sangre en una tina de hielo.

—¿Qué? ¿Por qué no? Ella... —Rilu buscó a Katana, cuando ella asintió soltó a Miko y se cubrió el rostro con las manos, negándose a aceptar lo que estaba delante de sus ojos. —No. No puede estar muerta. ¿Verdad?

—Lo está. —Mei apuntó a Lan-Sui. —A menos hasta que su alteza haga lo que tiene que hacer y la salve.

Rilu atravesó la cama y se aferró a las piernas de Lan-Sui, sorprendiendo a todos los presentes.

—Hazlo por favor. Sálvala. Miko, ella, no puede morir. ¡Lan-Sui!

El demonio volvió a recuperar su semblante distante, Rinlu se preocupó al notar que sus palabras no tenían alcance y podía ser que su mejor amiga siguiera muerta para siempre.

No quería llorar, pero era tanta su necesidad que terminó derramando lágrimas, mojando sus túnicas y las de Lan-Sui, aunque esta última ni siquiera pareció levemente conmovida.

—Katana. —Rilu no se soltó de Lan-Sui, pero estiró una mano para tomar también la túnica superior de su pareja, buscando ayuda, buscando una manera. —Por favor.

—Salgan. —Lan-Sui encaró a Katana.

—Vamos. —Katana separó el cuerpo de Rilu.

—No. Lan-Sui, sálvala, ayuda a Miko. —Rilu fue arrastrada mientras ponía resistencia para quedarse hasta convencer a Lan-Sui. —No la dejes morir. Si lo haces jamás te perdonaré.

Aún en el pasillo los gritos desesperados y quebrados por el llanto seguían escuchándose, Mei por su parte se retiró en silencio, despidiéndose con una última mirada de advertencia a su princesa.

De nuevo sola, Lan-Sui regresó a la cama, regresó al cuerpo en ella.

Sus dedos acariciaron una de las mejillas que seguían manteniendo su suavidad. Se maldijo a sí misma por retenerse, y se maldijo más cuando cortó con un trozo afilado de hielo una línea recta en su palma, presionó para que la sangre fluyera y terminara cayendo en la boca semiabierta de Miko.

Los hilos carmesíes escurrieron como ríos por la piel nevada, la mitad de la sangre fue retenida y la otra mitad descendió libre por la barbilla y el cuello de Miko.

Lan-Sui dejó de verter sangre al notar que no tenía resultado.

—¿Por qué eres tan terca? —Sentándose a un lado volvió a rozar las mejillas ajenas. —¿Por qué me haces esto?

No obtuvo respuesta y tampoco la esperaba.

Contempló su palma lastimada, la herida ya cicatrizaba, la reabrió con el mismo trozo de hielo, el líquido cálido fue acunado por su mano y bebido por sus propios labios. El sabor a hierro se esparció por su boca, Lan-Sui hizo muecas, pero como no tenía más opción que hacerlo pidió perdón en su mente, cerró los ojos y bajó la cabeza.

Sus labios hicieron presión sobre los de Miko, los separó con cuidado y sin encontrar resistencia, vertió la sangre.

No fue romántico en absoluto, de todas las posibles formas en las que pudo haber dado su primer beso, Lan-Sui jamás imaginó que terminaría siendo para hacer una rara especie de transfusión sanguínea para salvar la vida de una persona que la odiaba.

Los labios de Miko eran helados, parecía que estaba besando escarcha en lugar de un cuerpo humano, y, aunque Lan-Sui no puso demasiado romanticismo al momento, sintió sus pulmones vaciarse cuando terminó y consiguió separarse jadeando.

Repitió el proceso una vez más.

Dos.

Tres.

En la sexta ocasión unos dientes apresaron con rudeza su labio inferior, dejando una marca y abriendo una herida de la cual, también manó sangre. Lan-Sui se sorprendió y abrió los ojos, pero Miko seguía con los párpados cerrados, intentó separarse, pero los dientes no la soltaban. Al final, la dejaron libre por la falta de aire que ambas presentaban.

—Tú... —Lan-Sui se calló al sentir el calor regresar al cuerpo antes frío, el pecho de Miko subía y bajaba con lentitud, pero siendo constante, suspiró aliviada. —Estás viva.

Miko seguía inconsciente, pero en respuesta a las palabras dichas por Lan-Sui, su cuerpo buscó el de ella. Lan-Sui sonrió, limpió con una de sus mangas la sangre en la boca de ambas, después se atrevió a dejar un beso en la cien ajena, recibiendo un suspiro fugaz que se esfumó antes de que pudiera discernir si fue o no real.

Sintió humedad en sus ojos, no la secó, tomó entre sus brazos el cuerpo herido de Miko y lo acunó con tanto cariño que dolía verlas.

—No lo hagas otra vez. —Como un cachorro regañado, Lan-Sui agachó las orejas y se pegó a Miko sin lastimarla. —No me dejes. No de nuevo.

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