Capítulo 15
"Las cosas que están destinadas a suceder, encuentran su cauce con mayor facilidad"
Zaia
Un minuto después de que la hora asignada a Miko llegara a su fin, Lan-Sui ronroneó somnolienta, se levantó del tronco y estiró sus extremidades. La mañana se volvía más radiante, la noche comenzaba a ceder, y, con tan poco tiempo para el final, los gritos y sonidos de pelea se intensificaron.
Sin preocuparse por nada más, cerró los ojos y conectó con la isla. Podía sentir cada movimiento que ocurría, el aura de todos los participantes, los sonidos y las ubicaciones de cada cosa, objeto, árbol, animal... Sus párpados se apretaron con ferocidad, las manos pálidas aferraron las mangas lisas del hanfu y su expresión se oscureció.
No había rastro de Miko.
El aura de la joven desaparecía en un punto muerto, de ahí no quedaba más.
Lan-Sui sonrió.
Un zorro blanco suplantó a la mujer esbelta, las nueve colas danzaron sin hacer ruido, moviéndose de un lado a otro mientras esparcían pequeños copos. Lan-Sui olfateó el aire, una fragancia dulce de durazno, apenas perceptible, llegó a sus fosas nasales, sus ojos recuperaron el brillo, y antes de que el segundo minuto llegara a su fin, su presencia se desvaneció entre la jungla.
***
El pelaje de Miko comenzaba a ser insuficiente para protegerla de la repentina oleada de nieve que descendía desde la mitad del cielo, deslizándose hasta las praderas. Los demás conejitos a su alrededor se fueron amontonando para buscar un poco de calor corporal, ella los imitó. Decidió acurrucarse a la orilla de una pila, cuidando de que no la apartaran.
Apenas estaba disfrutando de la temperatura cálida cuando sus compañeros pegaron un salto, y a toda prisa corrieron a refugiarse en sus madrigueras bajo tierra. Miko los observó algo anonada, en todo el rato que estuvo con ellos ni siquiera mostraron interés en sus guaridas, si ahora algo los había provocado, entonces...
¡Entonces ella debería de estarlos siguiendo!
Fue tras ellos, imitando sus brinquitos acelerados. Su cabeza acababa de sumergirse en uno de los agujeros cuando una hilera de dientes apresó con firmeza la mitad de su cuerpo, Miko reprimió un chillido. Un tirón suave la extrajo de la madriguera, sin poder hacer nada, Miko se dejó alzar, giró la cabeza y agitó las patitas para liberarse, pero el agarre no cedía en lo más mínimo.
No era doloroso, pero tampoco se sentía cómodo estar siendo mordida por un zorro ártico con mirada arrogante y un abanico elegante de nueve colas desplegado atrás.
Cabizbaja dejó de pelear. Si Lan-Sui la había encontrado solo le quedaba aceptar su destino.
— Suéltame. — pidió con un hilo de voz. Aún en su forma animal podía llorar, en ese momento sentía como las lágrimas en sus ojos se cristalizaban por el clima helado en el exterior, y eso le era molesto, porque ni siquiera podía tener una derrota digna. — Regresaré a casa. Tú deberías de hacer lo mismo.
Lan-Sui no le respondió, en su lugar dio media vuelta con Miko colgando, caminaron en silencio un buen tramo hasta llegar a un acantilado. Al ver la altura de la caída, Miko se encogió involuntariamente, su cuerpo de hizo un ovillo, y, justo cuando creía que sería arrojada cuesta abajo, Lan-Sui se recostó al borde. El cuerpo de Miko fue depositado entre el espacio de las dos patas delanteras de Lan-Sui, de esta manera la protegía de las constantes ráfagas de aire ártico que la acompañaban.
Miko no se atrevió a moverse, pero cuando sintió como un hocico le acariciaba por atrás, su cuerpo reaccionó haciéndose aún más pequeño. Lan-Sui rio al verla tan tímida, y en vez de dejarla tranquila, siguió frotando su cabeza contra el pelaje del mismo tono que el suyo.
En el cielo, la rosa que brilló toda la noche cerró sus pétalos y desapareció paulatinamente. Minutos después, el cuerno que abría la cacería volvió a sonar, poniendo fin a la misma.
Desde la cima, Miko pudo apreciar como los participantes iban apareciendo en la pradera que estaba debajo, algunos volvían solos, otros acompañados; con heridas graves o leves rasguños que solo tomarían dos días para ser curados por completo. Túnicas de tonos, diseños y bordados distintos se mezclaban, las armas caían al suelo, todos se miraban, esperaban.
Miko buscó con la mirada atuendos familiares, encontró a varias chicas de su clan con parejas que cazaron, o siendo ellas las cazadas, pero, entre todas, no pudo ver a la única persona que le importaba.
—Está en buenas manos. —Lan-Sui se levantó, sus dientes apresaron de nuevo a Miko, ella quiso decir algo más, pero la caída en línea recta la calló.
Lan-Sui era un zorro al lanzarse desde las alturas, pero fueron unas botas blancas las que aterrizaron, cristalizando la hierba aplastada por el impacto liviano.
Miko, por el contrario, era un conejito al saltar, y seguía siendo un conejito ahora que se encontraba entre los brazos de Lan-Sui.
Quería des transformarse, pero, no se atrevía a hacerlo. Menos aun cuando todas las miradas ajenas recayeron sobre ambas.
En silencio todos se estaban mofando de Lan-Sui, un conejo, tuvo horas para cazar y solo atrapó un conejo. Los que no lograron apresar nada se sintieron un poco mejor, y los que sí tuvieron buena suerte elevaron sus cabezas, más orgullosos que nunca.
Lan-Sui los ignoró a todos. Caminó hasta llegar junto a su prima, ella la miró de reojo para luego negar con la cabeza.
—Vas a necesitar zanahorias.
—Uh, créeme, más que eso. —Los dedos de Lan-Sui sobaron una de las orejitas de Miko. —Este conejito es algo... Especial.
—¿Te entretuvo por cinco minutos?
—Veinte. Fueron veinte minutos.
Katana no mostró sorpresa, por el contrario, sonrió abiertamente mientras codeaba a su prima.
—Solo una persona pudo entretenerte ese tiempo en el pasado. ¿No crees qué...?
—No. —Miko sintió los brazos de Lan-Sui tensarse, sus dedos dejaron de acariciar, y su tono se volvió cortante. —No las compares, sino, no voy a poder amarla por quien es.
—Me disculpo entonces.
Lan-Sui asintió, sus ojos parecían buscar algo entre la multitud, Katana suspiró al verla tan distraída, volvió a codearla para señalar a la figura sentada detrás de ambas.
—Es un honor darle la bienvenida a nuestra familia, señorita Rilu. —Zaia dijo las palabras que Lan-Sui había estado a nada de pronunciar. La emperatriz, junto a los demás espectadores descendieron en cuanto la rosa se esfumó. Y, como hermana, lo primero que Zaia había hecho fue correr para ver a sus dos familiares. —Desde hoy princesa Rilu.
Rilu salió de su burbuja, seguía perdida, procesando como era que logró ser capturada, ahora también comenzaba a procesar las palabras de la emperatriz, su emperatriz.
—Rilu. —Katana la llamó, indicándole que se acercara con un movimiento de cabeza. —Como miembro del clan nieve, debes de presentar tus saludos a la emperatriz.
—No es necesario. —Zaia se apresuró a negar, pero fue en vano. Rilu se acercó, imitando a Katana realizó una reverencia y recitó las mismas palabras que su, ahora compañera, pronunciaba.
—¿No estás feliz? —Las orejas de Katana se agacharon, el semblante de Rilu era lúgubre, somo si acabaran de decirle que iba a morir.
—No es eso. —Rilu se rascó la cabeza avergonzada. —Estoy preocupada, se supone que Miko debería de estar aquí, pero, no la veo.
—Idiota.
Katana sacó un cuchillo y apuntó a la garganta de su prima menor. Lan-Sui ni siquiera se movió. La hoja afilada cortó una fina línea, abriendo la piel blanca y logrando derramar gotas de sangre transparente, que al caer iban tornándose rojas.
—Repítelo de nuevo.
—No hace falta, no peleen. Basta ya, ambas. —Zaia hizo que Katana bajara su arma y luego le pegó un coscorrón, nada considerado, a su hermana. —Qué clase de impresión le están dando a sus parejas, compórtense. Katana, no puedes ir amenazando a la gente, así como así, y Lan-Sui, no puedes ir insultando a todo mundo solo porque no notan las cosas obvias.
—¿Cosas obvias? —Rilu no pudo evitar ver que se había perdido de detalles y quiso preguntar para ponerse al tanto.
—Su alteza Rilu no debe de preocuparse por su alteza Miko, ella está bien, y justo aquí. —Zaia tiró de las mangas de Lan-Sui, la menor las apartó a regañadientes dejando ver de nuevo al conejito.
—¡¿Eso?! ¿Es Miko?
Esta vez fue Lan-Sui la de las intenciones asesinas.
No llegó a desenfundar ninguna arma, un cuerpo entre sus brazos se lo impidió.
—Sí Rilu, "eso" soy yo. —Miko, harta ya de que hablaran de ella como si no estuviera ahí, por fin decidió recuperar su forma humana. —Emperatriz Zaia.
—Alteza, no por favor. Usted no se incline, es... Es incómodo. Entre familia no debe de existir el formalismo.
—Pero si el respeto. —La madre de Miko llegó seguida de un séquito interesante.
Hina se mantuvo callada, los hermanos de Miko le asintieron como señal de felicitación, el rey parecía sorprendido, y...
Y su padre, ese hombre por primera vez tenía nada de color en el rostro.
—Lan-Sui.
—Majestad.
—Si no cuidas bien de mi hija y de su corazón me encargaré de romper el tuyo.
—¿Algo roto puede volver a romperse?
La reina estaba tan cerca de Lan-Sui, que su voz fue un susurro al pronunciar una respuesta.
—Puede destruirse.
—¡Mamá!
Miko apartó a la reina. Esa amenaza no era nada comparada a otras, pero si su madre ofendía a Lan-Sui, esta podría desencadenar otra guerra y eso, era algo que ya había sucedido y no haría más que traer un montón de bajas al clan amatista.
—Miko escucha. —La reina la envolvió en un abrazo. —Te amo, mi pequeño lotto creciente, mi cristal rosa, mami te ama, mami te adora. Si eres infeliz, solo, vuelve. Nuestro clan siempre será tu hogar.
—Te voy a extrañar. —Miko se aferró al torso de su madre. —Así que tendrás que venir a visitarme.
—Tú madre ya es anciana, así que tú vendrás a visitarme. —La reina pellizcó la nariz de su hija antes de plantarle un beso en la frente y dejarla ir. —Cuida de Rilu. Ambas, no se metan en problemas.
—Lo voy a intentar. —Rilu se escondió detrás de Katana al recibir la mirada fulminante de su antigua soberana. —Prometo que haré mi mejor esfuerzo.
—Emperatriz, si le dan problemas métalas al calabozo por un día.
La cara de Zaia se mostró horrorizada, comenzó una pequeña batalla con la reina, cuando ambas llegaron a un acuerdo se despidieron con reverencias y promesas de volver a verse más pronto que antes.
—Nos vamos. —Zaia llamó al resto de integrantes de su clan con unas notas de voz melodiosas y tranquilas.
Miko vio llegar a los demonios, todos ellos con alguien al lado. Zaia se acercó a un grupo, como emperatriz tenía que despedir y entregar a los jóvenes cazados.
—¿Por qué todos visten una túnica blanca? —Rilu apuntó a los cazados del clan nieve, cada uno con la prenda ajena sobre sus hombros.
—Es parte de la tradición. —Katana sacó una túnica de la nada, la estiró y arropó con ella a su nueva compañera. —Tiene muchos significados, entre ellos que la persona que porte la prenda es reconocida como igual. —Tras decir esto se giró para encarar a su prima. —Lan-Sui, la túnica.
—¿Qué túnica?
Katana se golpeó la frente con una mano.
—¿No preparaste una túnica?
—Nada que no pueda solucionarse. —Lan-Sui se quitó su propia túnica y se la entregó a Miko.
Desde el instante en el que se retiró la prenda atrajo varias miradas, cuando Miko la aceptó las miradas se volvieron más penetrantes. Lan-Sui pareció recordar algo, arrebatándole la túnica a Miko le ordenó que se girara, y ella misma se encargó de ponérsela. Los rostros de los demonios quedaron entre horrorizados y preocupados.
—Lan-Sui.
—Sé lo que hice. ¿Qué esperabas? No traje una túnica, si la dejaba sin una iba a ser lo mismo que rebajarla a una concubina, una humillación para una princesa. Y ya escuchaste a su madre. Además, no planeo deshonrarla, menos tan pronto.
Los labios de Katana se apretaron en una línea delgada, apartó la mirada y no dijo más. Miko se quedó viendo la tela blanca que aún conservaba el calor y perfume ajenos, una fragancia a bebé. Al principio Miko quiso reír, pero tenía algo más serio de lo qué preocuparse que el olor tan único del demonio a su lado.
—Lan-Sui. —llamó.
—¿Uhm?
—¿Qué hiciste?
—Una tontería.
Zaia regresó en ese momento, les sonrió a todos, sus ojos se detuvieron un segundo más al ver a Miko, al instante giró en dirección a su hermana.
—Tú...
—Cállate. —Lan-Sui tomó con cuidado la mano de Miko y comenzó a guiarla. —¿No nos íbamos ya?
Con las palabras en la boca Zaia pasó a Katana.
—Ella...
Katana asintió.
—Es una idiota.
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