Capítulo 10
"El pasado no define quienes somos, pero es primordial para ver en quienes nos convertiremos."
Miko
*5 años atrás
La mañana era joven, no pasaban de las nueve; todas las brujas iban de un lado a otro, llevando consigo adornos naturales, los cuales colocaban con amor entre las raíces, a las orillas de los manantiales y zonas pantanosas, las más pequeñas hacían coronas de flores y musgo. Coronas que posteriormente entregaban a todas sus mayores que acababan de cumplir la mayoría de edad, y que, por tanto, estaban listas para participar en la cacería de luna llena, la cual daría comienzo dentro de cinco lunas.
Miko era una de las integrantes que formaba parte del nuevo grupo de señoritas, quienes recibieron la llegada de sus diecinueve años junto a una corona hermosa hecha con amor.
Cumplir con la mayoría de edad era alcanzar una nueva etapa en su vida, y también era como escalar un nuevo peldaño, el cual les permitía entrar a más puertas abiertas para ellas. Ahora, no solo tenían edad para entrar a la dichosa cacería de luna llena, tradición que era honrada y amada por todos los clanes desde siglos de antaño; también podían subir su estatus dentro del clan, alcanzar puestos para dirigir en el consejo y aquelarre, además de independizarse si así lo deseaban.
Una nueva etapa.
Un nuevo comienzo.
O eso era lo que la mayoría pensaba.
Los miembros de los clanes adoraban la cacería de luna llena, pero pocos se arriesgaban a participar. Las reglas establecidas eran absolutas, si cazabas a una presa y esta no podía escapar quedaba atada a ti, pero, si por el contrario eras tú la presa, ahora tu libertad quedaba condicionada de lo que tu cazador decidiera hacer con ella. Tenías voz, voto y derecho a recibir un digno trato ahí donde sería tu nuevo hogar, pero no era lo mismo.
Ser un ave libre no era igual a ser un ave que estaba amarrada por un cordón de seda a otra.
Por lo mismo, la mayoría de participantes en la cacería de luna llena se dividían en tres grupos; el primero se conformaba por hijos de nobles, a los cuales la presión social los obligaba a participar solo para hacer quedar bien a su familia. En el segundo estaban las personas que se encontraban muy seguras de que casarían y a quien casarían, eso o te encontrabas en el tercer grupo donde tenías una situación desesperada, y contraer matrimonio con un completo desconocido era mejor que el destino que te esperaba en tu hogar.
En el caso de Miko era la última.
Una enorme sonrisa curveaba sus labios, a simple vista todos la notaban alegre y animada igual que siempre, pero, si alguien hubiera puesto mayor atención a su brillo apagado, o a que no había realizado ninguna travesura en lo que iba de la mañana, en definitiva, notaría que algo andaba mal con la princesa.
—Miko. —El llamado de su madre la sacó de sus pensamientos.
—¡Mamá! —exclamó poniéndose de pie.
La reina frente a ella iba ataviada con sedas color vino que se envolvían en todo su cuerpo y brazos por encima de la túnica color cerezo que portaba como símbolo de su poder y estatus. No llevaba joyas más allá del anillo de cuarzo blanco que adornaba su dedo medio en la mano derecha. Era una mujer imponente, alta, muy alta, con rasgos que podían compararse con los de los demonios por lo perfectos y exquisitos que eran, su tez morena tenía un lindo color aceitunado, y en sus ojos, negros cual obsidiana, se reflejaban las estrellas. Llevaba el cabello largo, color azabache, atado en un moño elaborado y adornado con ramas y hojas de sauce. Sonrió al ver que su llamado fue atendido de inmediato, acarició con amor la cabeza de su hija mayor y le besó la cien.
—Hoy es un gran día para ti, Miko. —dijo con un tono suave.
Miko se aferró a su madre, igual que hacía cuando era pequeña, mucho más pequeña, negándose a hablar y a alejarse de su lado.
Para la reina era fácil leer a sus hijos, a los tres, por lo que no se le complicó notar que algo andaba mal con su primogénita.
—Miko. ¿Qué pasó mi pequeño loto creciente?
De los tres hermanos, Miko era la más consentida hasta cierto punto. Fue producto del más grande error de su madre en su noche de bodas, y por ello no podía heredar el trono del clan Amatista que por derecho le correspondía. Este motivo hizo que la reina siempre le diera preferencia sobre sus dos hermanos, temía que se sintiera agraviada o insignificante solo por el hecho de no poder poseer algo que los otros dos sí.
Más Miko siguió sin hablar, solo abrazaba la cintura de su progenitora.
La reina suspiró, cerró los ojos y comenzó a tararear una melodía de cuna mientras sobaba la espalda de su hija.
—Mamá. —La reina permaneció con los ojos cerrados cuando escuchó la vocecita de su pequeña, quien permanecía anclada a su cuerpo. —Voy a participar en la cacería de luna llena.
El corazón de la reina pareció detenerse, sus movimientos en la espalda ajena cesaron de golpe y sus ojos se abrieron, quedando fijados en el rostro ajeno que estaba enterrado en su pecho.
—Acabas de cumplir los diecinueve, Miko. Hoy es la ceremonia para festejar la mayoría de edad de todas las brujas de tu generación, además de tu cumpleaños. La siguiente cacería será en unos días. No puedes precipitarte así, piensa con cuidado, no cometas errores por la desesperación hija mía. Aún eres joven, no debes de atarte a otra persona así de rápido, vive un poco antes de decir algo como esto.
Miko quería asentir, quería darle la razón a su madre como siempre hacía, pero, por primera vez no lo hizo, su silencio solo le dijo a la reina que la había escuchado, más no que le haría caso. Esta conducta solo alarmó más a la soberana.
—¿Por qué quieres participar? ¿Qué ha pasado Miko?
—Rilu va a participar igual. —respondió Miko de manera evasiva.
—¿Tú eres Rilu? —La reina alzó una ceja. —No hagas esto Miko, piensa un poco en tu futuro.
¡Eso hago!
Es lo que Miko le hubiera gustado decirle, pero mantuvo la boca cerrada y la cabeza gacha. Su madre volvió a suspirar cuando observó que su hija ya había tomado su decisión y convencerla de hacer lo contrario se limitaba a ser algo imposible.
—Muéstrame que pasa hija mía.
Los brazos de la reina quedaron vacíos cuando Miko se apartó de ellos. Se inclinó ante su madre y sin decir más se alejó en silencio. Sin oponerse, la reina la observó partir, y para cuando la silueta se perdió al doblar en una esquina, dio el primer paso para ir en la dirección opuesta.
***
El territorio de las brujas era un lugar de reunión para todos los clanes, ahí se juntaban durante los días antes del comienzo de las cacerías, se unían como uno, festejaban, y, cuando llegaba el momento de dar comienzo, usaban los canales de los pantanos para llegar al mar y encontrar la isla conocida como el centro de caza.
Los clanes colindantes eran de los mortales brujos y los inmortales zorros, ambos llegaban durante los primeros dos días de la semana fijada para la cacería. No era de extrañar que ahora, en plena celebración de la mayoría de edad de las brujas, los magos hicieran acto de presencia, llegando con regalos costosos y ofrendas para seguir manteniendo la paz entre ambos territorios.
—¡Anunciando a su majestad real, Ramgut II, líder del clan Raíz! —Una de las tres ayudantes de la reina anunció a los recién llegados, haciendo que su voz tuviera eco por medio de un cuerno mágico de cabra.
Detrás de ella, el primer hombre que podía distinguirse vestía largas túnicas arenosas con listones azules, bordados en oro. A millas de distancia se notaba que pertenecía al círculo de eruditos más distinguido de los clanes, y como rey, no se esperaba menos. Tenía un porte regio, serio, algo altanero y firme, a Miko le recordaba una tabla, dura y larga. Los rasgos de su rostro eran delicados, como una flor, lo más bello consistía en sus dos orbes de distintas tonalidades azules, una tan potente como el mar, y la otra suave y sutil como el cielo en verano.
Un monóculo con armazón de oro se sostenía en su ojo derecho, de su cintura colgaba una delgada espada, y en los mechones delgados y lizos de cabello, colgaban cuentas y dijes mágicos.
Este era el hombre mortal más sabio, y también era el esposo de la reina Agatha, aunque su matrimonio fuera lo mismo que un cuento gris con final de caramelo.
—¡Anunciando a sus altezas reales, el príncipe heredero Falan, y su pareja, el inmortal Naim!
Al rey lo secundaban dos chicos, ambos eran dos años menores que Miko, y a ambos los quería por igual.
Su hermano era un joven apuesto, una mezcla entre la belleza salvaje de su madre y el porte recto del padre. Falan heredó el cabello y los rasgos faciales de su madre, de pequeño le confundían muy a menudo con una niña, más era todo lo contrario. Tenía los mismos ojos que su padre, y el porte cada vez se asimilaba más y más. Miko no sabía si aterrarse o alabarlo por conseguir imitar con tanta perfección al rey.
Como príncipe, portaba las túnicas gemelas a las del rey, más los listones no estaban presentes, esto más como capricho propio que como regla formal.
Por su lado, Naim era un ser libre y tierno a la vez, un lobo de pelaje ártico y cabello igual, con ojitos color anochecer que miraban el mundo con amabilidad y gentileza. Fue odiado en los suyos, un clan agresivo donde las peleas lo eran todo, Falan llegó en el momento justo y desde entonces... El resto se volvió historia.
Los tres comandaron a la comitiva de su clan, llegaron hasta donde estaba la reina y ofrecieron sus respetos.
—Mi señora. —Ramgut besó la mano de su esposa.
—¡Papá! —Izumi, la menor de los tres hermanos, salió disparada de su lugar para arrojarse a los brazos de su padre, quien no se opuso al contacto y la rodeó de inmediato en un cálido y opresor abrazo.
Miko los observó en silencio, dejando que la familia tuviera su momento se alejó con discreción después de un instante.
Iba sin prisa a su tienda cuando un brazo fuerte la sostuvo, metiéndola contra su voluntad en una carpa que no le pertenecía, ni a ella ni al intruso que acaba de tirarla.
—¿No piensas ser un poco más como tu hermana? —La voz que tanto le repugnaba habló, sonaba ronca y con cada palabra dicha Miko se estremeció. —Vamos Miko, ven y dale un abrazo a papá.
La chica se apartó de un salto, un fuego azul bailó en sus palmas, iluminando la estancia cerrada y al sujeto a pocos pasos de ella.
Ese hombre era el culpable de las pesadillas que, desde un año atrás viven persiguiéndola y atormentándola durante las noches, es el culpable del comienzo con el pie izquierdo en el matrimonio de su madre. ¡Era culpable de muchas penas suyas y ajenas!
A ser sincera, Miko aún no comprendía como era posible que siguiera vivo y con un puesto alto en la corte del clan Raíz. Si ella estuviera al mando ya hace mucho que su cuerpo se habría podrido en alguna zanja.
—Oh Miko, Miko. ¿Aún sigues odiando a papá? —Ese hombre, mitad escoria mitad idiota, caminó hasta sentarse en un canasto lleno de telas recién lavadas. —Debes cambiar esa actitud tuya, como esposa deseo que seas callada, obediente y CARIÑOSA. —Lo último lo dijo en un tono alto y lento, con intención de que su hija se lo grabara a fondo.
Miko solo apretó más los dientes y retrocedió.
El año anterior, justo en ese mismo día había ocurrido una escena similar, su padre arrastrándola a una tienda y susurrándole que, cuando cumpliera los diecinueve la reclamaría para él, y con su cuerpo manchado nadie más querría a una marginada.
¡Se volvería esposa de su padre!
No podía aceptar eso. ¡No quería eso!
Ouro era hijo de un brujo y un demonio lobo, en su cuerpo corría la sangre mágica, mitad inmortal mitad humano, era poderoso, y, si se atrevía a reclamar a Miko, ni su madre ni el rey podrían hacer algo. Miko estaba aterrada. ¡Por eso quería participar en la cacería! ¡Cazar, ser cazada! ¡Le daba exactamente igual, siempre y cuando la persona a la que estuviera atada no fuera su padre!
Un hombre altanero, arrogante, sádico, cuyos únicos rasgos físicos distintivos eran su cabello gris y ojos azules cual zafiros, los mismos rasgos que compartía con su hija, con su deseo más obsceno y vulgar.
¡Esta era la última persona con la que Miko deseaba tener algo que ver!
—¿Oíste Miko?
—No seré tu esposa. —Miko lo miró, en sus ojos un destello de ira cruzó. —¡Iré a la cacería y no seré tuya nunca!
—¡Tienes prohibido ir a esa asquerosa cacería! ¡Eres mía y solo mía!
—¡SUFICIENTE! —Hina, la mano derecha del aquelarre entró ardiendo en enojo. Agarró a Miko de la muñeca, posicionándola detrás de ella. —Lord Ouro, sus deseos son inaceptables. ¡Usted merece la muerte!
Ouro rio entre dientes antes de desvanecerse en una nube de humo. Miko suspiró aliviada, podía estar a salvo por ahora, pero sabía que esta ronda solo era una de muchas, si quería seguir adelante tenía que hallar un modo de ir a la cacería, y conseguir una pareja a como diera lugar.
—Princesa.
—Miko. —corrigió entre jadeos.
Hina asintió.
—Miko, debemos de avisar a tu madre.
—¡No! Ella...
—¿Qué cosa deben de avisarme? —Las cortinas se abrieron dando paso a la reina y su séquito conformado por los miembros restantes de su familia.
Miko miró suplicante a Hina, la mujer era leal a su reina a morir, más por una ocasión cedió ante la plegaria silenciosa de su princesa.
—Su majestad, Miko desea participar en la cacería.
—Eso lo sé. —La reina se sobó la cien. —Dime algo nuevo.
El cuerpo de Miko se tensó, si su madre seguía presionando así, estaba segura de que Hina soltaría toda la sopa, y por su bien. Más su deseo era no involucrar a su madre, dándole así más problemas de los que ya tenía. Para su sorpresa Hina supo mentir con soltura, incluso Miko se sintió convencida ante su oración.
—Está enamorada, por eso su gran insistencia a ir.
La reina miró a su hija con los ojos abiertos. Que Miko quisiera arriesgarse a ir era una cosa, que estuviera enamorada y hubiera alguien en la meta era otra.
—¿Enserio? ¿Quién?
—Lan-Sui. —respondió de inmediato Miko, consciente de que su padre le escuchaba desde detrás de la carpa. —Es... Es Lan-Sui.
Fuel el turno del rey para abrir en grande los ojos. Miko no era su hija biológica, pero eso no quitaba el hecho de que se preocupaba por ella como si en realidad lo fuera.
Lan-Sui era un demonio, pero eso no venía siendo lo alarmante del caso, el problema, sin duda estaba en su reputación tan oscura y ruin que la perseguía. Incluso él como rey se sentía intimidado en su presencia, que la princesa se hubiera enamorado de semejante persona...
Negó con la cabeza, pero se abstuvo de comentar, cuando de Lan-Sui se trataba era mejor andar con cuidado.
—Lan-Sui. —La reina tenía una buena relación con la actual emperatriz del clan Nieve, conocía a Lan-Sui, y si se dejaba de lado lo oscuro de las palabras que iban dirigidas a ella... Podía decir que era una buena persona, demonio. —¿Estás segura de esto?
Miko asintió. La verdad no lo estaba. ¡¿Ella?! ¡¿Enamorada de Lan-Sui?! Ni en mil años, pero había decidido usar el poder y la reputación del demonio solo para alejar a su padre, ya vería como arreglárselas luego.
—En ese caso, —La emperatriz colocó sobre su frente una gema azul para protegerla. —tienes mi permiso, sé libre de tomar tus propias decisiones y correr hacía el destino que elijas. Espero no te arrepientas de ningún acto cometido en el ahora, o en el nombre del amor.
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