Capítulo 01 (Presente)
"Una sonrisa no demuestra que estés feliz."
Lan-Sui
Hay noticias y rumores que se esparcen con rapidez, son como pequeños pétalos de rosas que vuelan, presos del viento, por todos lados, en todas direcciones; o como fuego en un pastizal seco, avanza a una velocidad devastadora, consumiendo todo a su paso.
Las palabras tienen un peso impresionante, y en ocasiones la forma en la que son dichas va cambiando al tiempo que pasa de boca en boca. Se suman, o se restan oraciones, se modifica al antojo de la sociedad, y, al final, no es más que un revoltijo de más mentiras que verdades.
Pero hay veces que la noticia resulta ser tan controversial que no hace falta añadir más para que corra por todo el mundo con soltura. En este caso, dicha noticia salió desde la corte del rey Ost, extendiéndose por todo el territorio mortal en menos de dos días.
Eso era de lo único de lo que se hablaba en las cortes, reinas y reyes se miraban sin saber que hacer. ¿Debían acaso mandar un regalo a modo de felicitación? ¿O quizá lo más oportuno era no actuar con imprudencia ante la llegada de dicho niño?
Y no solo era la realeza quien estaba trastornada, los pobladores tampoco se quedaban atrás con comentarios, en los mercados los transeúntes y vendedores intercambiaban opiniones sobre el tema, todos estaban incrédulos, nadie sabía cómo asimilar la noticia.
No era la primera vez que ocurría algo como esto, en la realeza pasaba con frecuencia que el primer hijo naciera de una concubina real, en casos así la madre reina aceptaba al niño como suyo y se disponía a criarlo como tal.
Sin embargo, jamás en toda la historia mortal, algún rey o reina habían tenido un heredero de una prostituta cualquiera. Esto sí que era inaceptable, pero ahora había sucedido.
¡Ost, rey del oeste, tuvo a su heredero con una prostituta del pabellón blanco!
Si el mundo pudiera arder con una frase, ahora estaría reducido a cenizas.
El pabellón blanco era una mancha de impureza en el territorio humano, un punto en el mapa donde residían todo tipo de personas, e incluso algunos demonios que se atrevían a dejar sus clanes solo para saciar su placer sexual.
Similar a una villa, las casas eran de madera blanca con puertas redondas, grandes ventanales y cortinas ligeras que permitían a los invitados admirar el interior. Era el tipo de lugares que podías frecuentar si lo que querías eran noches, o días, de placer ilimitado a un costo accesible y sin repercusiones futuras.
También conocido como el pueblo de los árboles de cerezo, debido a que en sus calles había demasiados de estos árboles, los cuales regaban sus pétalos rosados sobre los caminos de piedra, brindando así un toque más erótico al lugar; era justo donde uno menos esperaría que un rey iría a engendrar a un hijo, y menos aún, a un heredero a la corona de oeste.
Ya era mal visto que una persona, fuese hombre o mujer, asistiese a ese lugar solo por curiosidad, el hecho de que un rey de noble cuna se presentara, y no solo una vez, sino varias, a lo largo de los meses, visitando a una prostituta en particular, llevándole caros regalos y permitiendo que se posicionara como la mejor, dejaba demasiado que desear, que asimilar y que comentar.
—He oído que no es una prostituta cualquiera, las demás mujeres del lugar aseguran que ella es bruja, la sangre de ellas corre por sus venas.
En una taberna cerca de la frontera entre clanes, varios hombres charlaban mientras sus sentidos rozaban el borde entre la sobriedad y la ebriedad.
—Sí, sí, sí... Yo escuché algo similar, el otro día, cerca de aquí, vino una mujer extraña, jamás en mi vida la había visto antes, se notaba que era de la nobleza por las sedas que le cubrían el cuerpo y la cara, me dijo que ella... Que esa mujer, en realidad era miembro del clan Amatista. —Uno de los presentes habló antes de beberse de jalón todo el tarro de cerveza, luego agitó la mano para pedir más.
A su lado, su tercer compañero le golpeó con algo de fuerza el hombro.
—¡Ja! ¿Si fuera miembro de ellas, entonces por qué estar aquí?
—Un crimen, esa mujer me comentó que huyó por cometer un crimen, uno tan grande que ni todos los dioses juntos, o los dragones con su enorme benevolencia, serían capaces de perdonarle.
—¿Y qué crimen crees que sea tan grande como para llegar a los extremos de refugiarse como una prostituta?
Atragantándose con la bebida, el segundo hombre que había hablado tardó unos segundos en responder, giró la cabeza para ver a su alrededor, y, al comprobar que nadie les estaba prestando atención hizo señas a sus otros dos camaradas para que se acercaran al centro de la mesa, con voz baja dijo:
—Lan-Sui...
Los cuerpos de los tres se estremecieron al escuchar el nombre, una ráfaga fugaz de aire helado entró por una de las ventanas, la nieve comenzó a colarse al interior, pero en pocos segundos todo quedó en calma, la dueña del lugar se había apresurado a volver a cerrar la ventana abierta.
El trío de hombres tardó unos segundos en recomponerse por el susto causado por la repentina ráfaga, una vez que sus corazones volvieron a latir con normalidad se atrevieron a seguir con la charla.
—¿Lan-Sui? —preguntó el más joven con vivo interés de saber más.
—Shhh. —El mayor le cayó con brusquedad. —No digas ese nombre tan fuerte, todos sabemos que solo mencionarla traer mal augurio.
Cuando el nuevo tarro de cerveza llegó a la mesa el segundo hombre contempló su reflejo en el líquido amarillento.
—Lan-Sui... Es conocida por ser la peor líder, su carácter es tan terrible que su esposa la dejó para nunca más volver, se dice que es un demonio sin sentimientos, ha vivido milenios y solo busca poder, asesinó a su familia, a su hermano para quitarle la espada y a su hermana para quitarle el trono. Está loca, muchos no la respetan, solo le temen. Si es verdad que esa prostituta se atrevió a ofenderla, hizo bien en huir... Meterse con Lan-Sui es como meterse con el mal en persona.
—Yo diría que la prostituta tiene suerte de seguir con vida, bruja o no, Lan-Sui no perdona solo por un lazo con el clan amatista. Escucha bien muchacho, jamás busques meterte con ella, nunca, porque si te vuelves parte de la lista negra de Lan-Sui... —El primer hombre dio unas palmaditas en la espalda del joven. —Que te amparen los dioses, incluso creo que ellos no serán capaces de hacer nada para detener su ira.
—¡Exacto! Hazles caso a tus mayores, aún eres joven y debes de saber cómo tener una buena vida, con quien relacionarte, y, a quien evitar...
El escuchar esa cuarta voz que se coló de manera repentina a su conversación, los tres dieron un brinco y giraron en dirección al cuarto asiento que, hasta hacía un par de segundos había estado vacío.
Una mujer joven los miraba sin expresión alguna. Túnicas y hanfu de color blanco con patrones de copos, bordados en hilos azules, cubrían su tez color pálida. Había tatuajes en sus brazos, patrones de runas, espirales y espinas, dentro de las palmas de sus manos una hamsa debía de estar marcada, en la izquierda el tatuaje resaltaba en tinta blanca, casi plateada, en la derecha, la tinta era negra.
Los dedos de la mujer bailaron juguetonamente en la mesa, con cada repiqueteo los hombres suspiraban o contenían el aliento.
De las pocas personas que habían tenido la desgracio o fortuna de toparse con Lan-Sui, había algo en lo que siempre coincidían.
Sus ojos, los ojos de ese demonio eran morados y no reflejaban más que arrogancia.
Ahora, cuando los tres hombres veían esos orbes color de las uvas, no podían dejar de pensar que la descripción era equivocada, no solo había arrogancia, sino también dolor bien disimulado.
—Me disculpo por asustarlos. —Lan-Sui habló con tono tranquilo, como si quien estuviera delante fuera un grupo de sus mejores amigos, y no tres desconocidos que se la pasaban hablando mal de ella. —Pero no pude evitar escuchar su plática y...
—¡Perdónenos por favor! —exclamaron a la par los tres hombres antes de arrojarse al suelo y comenzar una serie de exageradas reverencias. —¡Rogamos por su perdón! ¡Estos simples mortales hablaron de más y lo sabemos! ¡Por favor tenga piedad!
Lan-Sui alzó una ceja, por fuera su expresión parecía indignada, un poco molesta incluso, por dentro estaba al borde de la risa.
A lo lejos la cantinera observó la escena y solo negó con la cabeza, los clientes alrededor ni siquiera se molestaron en prestar atención, la mayoría, residentes del lugar, estaban ya acostumbrados a escenas de ese tipo, una más no era novedad.
—No se disculpen. —Lan-Sui se sirvió un poco de vino, luego de dar un sorbo a su bebida volvió a concentrarse en los hombres que aún permanecían pegados al suelo. —Arriba, hay algo que quiero que me cuenten.
Como resortes, los hombres se levantaron y volvieron a ocupar sus lugares, en ese punto desconocían si debían de sentir alivio o estar aún más asustados de que un demonio quisiera algo de ellos.
—Como decía... —Los dedos de Lan-Sui contornearon la forma circular del vaso. —No pude evitar escuchar su plática y, algo me resultó curioso, sí, muy curioso. —Sus ojos de despegaron del vino y se centraron en el trío. —¿Mencionaron acaso que la concubina que trajo al heredero de Ost es bruja?
Decididos a sobrevivir a como diese lugar, los hombres asintieron repetidas veces con la cabeza, si para salvar su vida tendrían que vender la de esa concubina, lo harían.
La mano de Lan-Sui dejó de juguetear y en sus ojos un nuevo brillo destelló, no dijo nada y los hombres supieron que estaba esperando una respuesta, estaba esperando que ellos le informaran todo lo que sabían.
Intercambiaron miradas algo ansiosas, ninguno quería ser el primero en hablar, pero estaban conscientes de que Lan-Sui tenía una paciencia contada, así que, luego de un rato en silencio, el segundo hombre fue el primero en hablar.
Cuidando sus palabras y su tono al dirigirse al demonio frente a él, poco a poco fue contándolo todo, sus otros dos compañeros interrumpían de vez en cuando para agregar algunos detalles o rumores que habían escuchado a lo largo de su viaje.
Al finalizar, después de al menos una hora, en la que Lan-Sui no hizo más que escucharlos con atención, los tres aguardaron algo nerviosos, parecían pequeños niños que acaban de contarle a su madre alguna travesura hecha a lo largo del día, y ahora esperaban ansioso el veredicto que los condenaría o, que, por el contrario, los dejaría libres por esa vez.
—Ya veo... —Lan-Sui se puso de pie, dos espadas centellaron en su cintura y los hombres se encogieron al verlas, casi vuelven a rogar cuando vieron la mano del demonio descender peligrosamente cerca de las empuñaduras, sin embargo, Lan-Sui no desenvainó a ninguna de sus armas, solo tomó un pequeño monedero que colgaba de su cintura y sacó tres hojas de diamante, las dejó sobre la mesa antes de inclinarse a modo de despedida. —Gracias por su ayuda, siéntanse libres de tomar esto como recompensa.
El trío se quedó en blanco.
Sus cuerpos parecían estatuas, inmóviles, lo único que pudieron hacer era ver como Lan-Sui se retiraba luego de pagar el vino. La dueña le acarició un mechón blanco de cabello y ella le respondió con palabras suaves, si no conocieran los rumores que se decían de la líder actual del clan Nieve, los hombres podrían haber dicho que esa escena era tierna, maternal incluso.
Para cuando los tres pudieron recuperar el control de sus expresiones, la puerta ya se había cerrado. Ni siquiera tuvieron que mirarse para saber lo que harían a continuación, a trompicones dejaron una gran suma de dinero sobre la mesa y salieron corriendo detrás de Lan-Sui.
El exterior era frío, al estar cerca del territorio de los lobos, el paisaje se volvía más boscoso y el clima más fresco, incluso en épocas del año como aquella, había ligeras ventiscas y nevadas. Aunque a suponer por la gran cantidad de nieve que caía ahora seguro era todo obra de Lan-Sui, después de todo ella provenía de las regiones nevadas, allí donde la primavera apenas y dura unos meses antes de volver a quedar desplazada por el osco invierno.
—¡No veo nada! —exclamó uno de ellos cuando la nieve le golpeó el rostro con fuerza, impidiéndole abrir los párpados.
—¡Yo tampoco! —El más pequeño se quedó de pie sin poder avanzar, apenas había dado unos pasos y todo su cuerpo se sentía entumido.
—¡No recuerdo que la tormenta fuera tan agresiva cuando llegamos!
—No lo era, es mi culpa. — Lan-Sui ni siquiera tuvo que hacer un movimiento antes de que toda la nieve se esfumara por completo, dejando atrás un bello paisaje neblinoso, pero con vívidos colores de verde. —Deberían volver adentro.
Con la desaparición de la nieve los hombres por fin pudieron abrir los ojos y verla.
—¿Y usted?
Lan-Sui señaló un sendero, luego comenzó a caminar.
—Ya tengo mi destino.
—Irá al pabellón blanco... ¿No es así?
Los pasos de Lan-Sui se detuvieron, giró la cabeza, apenas lo necesario para mirar al menor de los hombres de reojo.
—¿Qué si es así?
—¿Sabe cómo llegar?
—Siempre encuentro el camino. —respondió Lan-Sui antes de reanudar su andar, pero para su sorpresa, justo cuando había dado tres pasos más fue alcanzada por aquel grupo de hombres que parecía tener intenciones de acompañarla a como diera lugar.
—¿No cree que es mejor con un guía? Aunque en realidad somos tres. ¿No cree que es mejor con tres guías?
—¿Qué quieren? —Lan-Sui los miró, luego suspiró, sacó su monedero y lo puso al alcance de ellos. —Si es esto... Adelante, tómenlo.
El trío la miró, los tres negaron para luego sacar las hojas de diamante que momentos antes les había dado, abrieron el monedero y las regresaron al lugar de donde salieron. Lan-Sui arrugó el ceño.
—No queremos dinero, solo acompañarla. —dijo el mayor con una sonrisa.
Lan-Sui los miró de arriba abajo, sus manos se aferraron a su monedero, envolviéndolo en un puño.
—Bien, si ese es el caso... —Se hizo a un lado para dejarles ir primero. —Muéstrenme el camino.
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