Epílogo Parte II
Diciembre de ese año. Ahí fue cuando salimos públicamente como una pareja; el momento en el que los medios y el público también fueron parte de nuestra relación- o por lo menos, pensaban que lo eran. Hacerlo público era una liberación; ella ya no era una de mis muchas especulaciones falsas, sino una chica que de veras me importaba, como había hecho durante meses a puerta cerrada. Todavía éramos bastante buenos manteniéndonos escondidos cuando lo necesitábamos y yo era protector con nuestra relación incluso con mis amigos más cercanos. Esa noche, habíamos cenado y bebido en una fiesta de caridad, luego nos habíamos escapado y habíamos conducido a las afueras de Londres a una vieja casa de campo rodeada de árboles y vallas de hierro, completamente aislada del ruido y las prisas de la ciudad a la que estábamos acostumbrados. Ahí, presenciamos y satisfacimos fantasías que la mayoría de la gente no podría ni imaginar y tras haberla azotado y jugado con ella abiertamente (lo que hemos hecho en más de un puñado de ocasiones), cerré la puerta para tenerla para mí. Algunas cosas no eran para compartir y su orgasmo era una de ellas. Ella me miró con ojos confiados, llenos de todo y fue entonces, con su espalda contra la vieja mesa de haya mientras me miraba tan delicadamente que lo supe. Ella hizo muy fácil que me enamorara de ella.
Siempre estaba en mi mente, aunque estuviéramos en la misma habitación o a seiscientos kilómetros de distancia. Llegó el momento en el que lo estuvimos y no creo que nada me pudiera haber preparado para tener que decirle adiós por ocho meses. Nada me preparó para enamorarme tanto.
Me fui de tour tras nuestro primer aniversario. Los dos sabíamos que iba a llegar pero eso no lo hizo más fácil. Antes de eso, lo máximo que habíamos estado separados fueron seis semanas y fue justo al principio de nuestra relación y aunque fue duro entonces, eso no era nada en comparación.
Dejando mi familia en una edad temprana, pensé que sería capaz de llevarlo un poco mejor pero estaba seguro de que me dolería tanto como a ella. La besé hasta el último momento en el que me tuve que ir; con el corazón pesado y latiendo cuando la dejé en mi cama, cansada y medio dormida. Ninguno de nosotros dijo una palabra; los suaves besos y las manos temblorosas la noche anterior lo habían dicho todo; te quieros y promesas susurradas sobre el futuro presionadas desesperadamente en el húmedo hueco de su cuello.
Estaría mintiendo si dijera que no fue duro, pero lo superamos. Por supuesto que lo hicimos. Nos mandábamos mensajes cada día sin fallar y la llamaba cuando podía. A veces era más difícil que otras, especialmente con las diferencias horarias que se interponían normalmente. Si yo no estaba cansado y estresado, lo estaba ella y los medios me relacionaban rápidamente con cualquier chica con la que era visto, fabricando historias interminables que cuestionaban mi relación con Emilia e insinuaban que me estaba acostando con chicas que nunca había conocido. Las fans tampoco hicieron nada para ayudar y a veces eran insensibles y maliciosas sin razón. Ella lo llevaba bien generalmente pero había veces que le afectaba, como le pasaría a todo el mundo. Era duro y creaba tensión y yo lo odiaba- odiaba que discutiéramos por las palabras de otra persona.
La confianza seguía existiendo entre nosotros, había sido igual antes de que me fuera; era imposible no sentirlo. La dificultad estaba en el hecho en el que habíamos pasado de vernos muchos días a hacerlo una vez cada pocos meses y era increíblemente duro acostumbrarse. Nuestras discusiones se debían a la frustración más que a la falta de confianza y afecto pero, por supuesto, los medios y el público no hacían nada para ayudar y nada arreglaba el hecho de que estábamos en lados opuestos del mundo en vez de en lados opuestos de la cama.
Normalmente no tenía tiempo para volar a casa así que la traía cuando podía tomarse unos días en el trabajo, pero era como mucho unos días y raramente teníamos tiempo para nosotros aparte de cuando íbamos a la cama y sabíamos que teníamos que decir adiós tan pronto que parecía cernise a cada minuto que pasábamos el tiempo juntos. No me entiendas mal, esos pocos días que pude pasar con ella fueron increíbles y hacían que viajar por el mundo sin ella algo más fácil de soportar pero eso no recompensaba las lágrimas y la pesadez del corazón cuando se terminaba ese tiempo.
La parte más difícil de que ella me visitara- aparte del momento en el que se tenía que ir- era que las fans solían venir en masa, empujando y gritando en las entradas de los hoteles por las que era casi imposible pasar. Llegó hasta el punto en el que empezó a ser peligroso, lo que sonará ridículo y melodramático, pero hubo momentos en los que mi ropa se rompió y aparecieron moratones en mi piel, sin importar cuánto intentaran los guardas de seguridad mantener las cosas bajo control. Hasta las salidas por detrás estaban inundadas y si, era agobiante y aterrador la mayor parte del tiempo y a veces deseaba poder cambiarlo todo y llevar una vida donde pudiera caminar por las tiendas sin ser parado o fotografiado; una vida donde la gente no tomara todo lo que pudiera constantemente. Quería ser capaz de caminar por la calle en paz con Emilia y coger su mano y disfrutar del pequeño tiempo que teníamos juntos- deberíamos ser capaces de hacer esas cosas y hubo una vez, no hace mucho tiempo, que podíamos- pero ahora, la habitación del hotel debería servir.
El peor momento fue cuando dejamos el hotel de París para ir a cenar y Emilia casi se cae al suelo; ahí fue cuando me di cuenta de lo extremas que eran las cosas realmente y ahí era donde se tenía que trazar la línea. Estaba absolutamente enfadado. No era justo exponerla a eso, aunque ella lo entendía perfectamente e intentaba reírse de ello.
En las raras ocasiones en las que las horas cuadraban y los dos teníamos suficiente tiempo para gastar, nos llamábamos por Skype y a veces la tenía inclinada en frente de la cámara y se azotaba mientras yo me masturbaba. O se ataba los tobillos a los postes de mi cama, abierta, mientras le decía todas las cosas que quería hacerle mientras la perdonaba por tocarse; hasta que decidiera cuando. No era lo mismo, por supuesto, pero servía por entonces. Ella era tan obediente desde la otra punta del mundo y hacía que quisiera hacer las maletas y volar a casa solo para azotarla por mí mismo para poder sentir el agradable calor de su carne bajo mi mano y oir esas pequeñas respiraciones que la webcam no podía captar.
Ella me mandó una foto de con nada más que su collar y 'Tuya' escrito debajo y yo le mandé una del área justo bajo mi cadera donde un pequeño septem (siete en latín) había sido tatuado en mi piel; 'Mía'. Habíamos estado juntos como un año y medio cuando me lo hice. Era un símbolo de nosotros y todo lo que habíamos hecho juntos; una gran parte de mi vida que cambió y nunca olvidaré. Significaba que algunas cosas acabarían, pero eso no significaba que no merecieran la pena. Representaba todo lo que sentía por ella; mi amor y deseo. Éramos los únicos que sabíamos que existía.
Cuando vino a Nueva York en algún momento durante la primavera, la tuve atada a mi cama durante cinco horas, a veinte pisos de altura en la suit del ático. Ella había usado la palabra de seguridad dos veces desde que habíamos estado juntos y esta fue una de ellas. Durante las primeras dos horas la tuve atada a los cuatro postes mientras yo me duchaba y ponía una peli, mirándola ocasionalmente para asegurarme de que estaba bien (aunque disfrutaba más verla moviéndose y gimoteando). En la tercera, puse un par de pinzas en sus pezones y puse algo de Beethoven. Pasé la hora siguiente besándola y tocándola (menos entre las piernas) y en la hora final la llevé al borde una y otra vez con mis dedos, lengua y vibrador, pero nunca la dejé correrse. A pesar de sus desesperados intentos por contener los sisisi y los porfavorporfavorporfavor, siempre sabía cuando estaba cerca de correrse. Sería capaz de saberlo incluso con una mordaza en su boca. Cuando más suplicaba, más quería mantenerla ahí- no por ser cruel, sino porque no podía tener suficiente de ella. Su cuerpo me hacía cosas que nadie nunca entenderá, especialmente cuando tiembla y suplica como si hiciera cualquier cosa por correrse. Ahí fue cuando dijo la palabra de seguridad, totalmente exhausta y empapada en sudor. La desaté y le hice el amor porque, ¿qué más puedo hacer cuando está débil y temblorosa y susurrando mi nombre? Ella está jodidamente preciosa así y yo soy el único que puede contenerla en sus estados más vulnerables; soy el único que la ha visto así y no puedo explicar cómo se siente. Ella se corrió tan pronto como me deslicé dentro de ella y recuerdo la forma exacta de sus labios y su respiración pasar a través de mi mejilla mientras decía por favor por última vez esa noche y se deshacía.
Esa fue la segunda vez que usó nuestra palabra de seguridad. La primera fue cuando la fustigué mientras estaba atada a una cruz de San Andrés en la misma habitación donde había usado la fusta en ella por primera vez. Había atado cuerda alrededor de sus muñecas, tobillos y muslos, para mantenerla realmente sujeta (y porque estaba muy bonita con cuerda alrededor de su piel) y luego le tapé los ojos, provocando su piel desnuda con las lenguas de cuero del látigo antes de golpearlo contra su parte delantera, una y otra vez sin parar. Solo el recuerdo de ella abierta así- con su piel brillando de sudor y labios tan rosas e hinchados por haber intentado no gritar muy fuerte aunque yo fuera el único ahí- hacía que se me acelerara el corazón. Fustigué sus caderas y muslos, pasando el cuero entre sus piernas cada tanto y fue entonces- con la piel sonrojada y los dedos apretados- que lo terminó. Estuvo bien después- temblando, abrumada y rojiza, pero sorprendentemente calmada a pesar de todo. No como la primera vez que probamos la vara.
Fue una tarde de verano y estábamos representando una escena- una escena de escuela de los años 50. También era la primera vez que habíamos hecho juego de roles y había sido una de mis fantasías favoritas desde que era adolescente (aunque me había desconcertado entonces- una de las primeras fantasías que había tenido así). Me tomé mi tiempo para planearlo minuciosamente, desde la pila de libros en mi mesa. (Historia de Dos Ciudades, El Gran Gatsby, El Señor de las Moscas y El Paraíso Perdido). Aunque era fantasía, quería que fuera tan realista como fuera posible- para ambos- para poder representarlo realmente. Lo que pasaba con la fantasía era que no solo podía existir en la mente.
Ella caminó hasta mi estudio llevando un mandilón gris y una camisa blanca con un lazo atado en la parte delantera del collar, calcetines blancos doblados con cuidado sobre sus tobillos y una banda a través de su vestido (porque es mucho más divertido castigar a las buenas chicas). Había confeccionado su atuendo especialmente, aunque nada me pudo haber preparado para verla cuando estuvo de pie delante de mi- el pelo suelto, el vestido cirniéndose en su cintura, las piernas desnudas y suaves y cubiertas hasta la rodilla. Parecía muy joven y tímida y pura delante de mi, moviendo sus pulgares y chocando sus zapatos de cuero negros contra el suelo de madera, mirando al suelo. Cuando se sentó, recuerdo su banda estirarse contra sus pechos- un poco pequeña, lo que no fue intencional.
¿Sabe por qué la he llamado a mi oficina?
En ese punto ella bajó la mirada y negó con la cabeza y recuerdo distraerme cada vez más por el incontrolable sonrojo de sus mejillas, aunque solo estuviéramos jugando.
No me mienta, Señorita Jacobs. Conoce las normas. Sabe que tiene que estar en su habitación después de las 9 de la tarde, ¿no?
Si, Señor.
¿Y qué les pasa a las chicas desobedientes que se escabullen en sus habitaciones en el medio de la noche?
Lo siento, Señor. Por favor. Prometo que no volverá a ocurrir.
Y ahí fue la primera vez que me miró cuando apoyé la vara en mi mesa entre nosotros, observando como abría los ojos, quedándose totalmente en blanco. Era la primera vez que ella lo había visto y tragó con fuerza antes de respirar y contestarme. Aunque ella quería hacer esto y me lo había asegurado, sabía que el miedo en sus ojos era real.
Tiene razón. No volverá a pasar. Discúlpese primero y luego, escribirá veinte líneas mientras se inclina contra mi mesa y yo golpeo ese pequeño y bonito culo suyo.
De hecho, probablemente muchos directores no lo hubieran hecho tan obvio, pero no pude resistirme. Hice que se remangara el vestido, se bajara las braguitas y se inclinara sobre mi mesa y joder estaba tan obscenamente mojada que tuve que reunir todo mi poder para no follarmela así. Era un recordatorio de que, a pesar de las respiraciones superficiales y las manos temblorosas, lo quería.
Había planeado darle varazos hasta que acabara sus frases (Las chicas traviesas son siempre castigadas) y luego follarla en mi mesa mientras le tiraba del pelo y me aseguraba de que recordara no ser desobediente otra vez, aunque nunca llegué a ese punto.
Fue entusiasta en el primer golpe, su carne volviéndose roja al instante mientras sus rodillas amenazaban con fallar bajo ella. Ella se disculpó sin aliento una y otra vez y me suplicó que parara mientras arrugaba maniáticamente el papel delante de ella, pero sabía tan bien como yo que solo había una palabra que podía finalizarlo. Hasta que usara esa palabra, era una chica de colegio inocente que necesitaba que se enseñaran una lección. Y yo se la iba a dar.
Tras cinco minutos o así de darle varazos noté que ella estaba empezando a irse, estando casi completamente en silencio cuando soltó su lápiz en la mesa. Dije su nombre mientras la miraba atentamente, sabiendo que no estaba lejos de irse completamente al subespacio. Era algo sobre lo que me había informado mucho durante el tiempo en el que estuvimos juntos y aprendí a saber cuándo iba a pasar, no como la vez que estaba atada en mi cama- que es por lo que llegó a desmayarse. Esa fue la primera vez que experimentó algo así y no creo que ella se diera cuenta de que estaba allí hasta que fue demasiado tarde. Eso me aterrorizó completamente, aunque había vuelto bastante rápido en comparación con los varazos. Ella no podía comunicarse conmigo en momentos como esos, así que aprendí a leer su cuerpo en su lugar. Tan pronto como sus músculos se relajaron y estuvo callada, sabía que tenía que observarla como un halcón.
Inclinada sobre la mesa, yo seguía sujetando la vara en mi mano, diciéndole que se quedara conmigo y diciendo su nombre una y otra vez para volver a traerla conmigo lo mejor que podía. Ella murmuró distante en respuesta, pero algó cambio en ese momento. Ella se salió de la realidad tan rápidamente que cualquier otro no se hubiera dado cuenta, y aunque ella realmente no usó su palabra de seguridad esa vez, yo paré tan pronto como pude.
Tenía que usar mi juicio en momentos como esos, eran los momentos en los que la perdía completamente y odiaba eso. Odiaba perder esa conexión con ella; los ojos vidriosos, el cuerpo sin respuesta, incapaz de tener constancia de nada. Incluso aunque no habíamos puesto los varazos como un límite y ella me pidió azotarla otra vez, no sería capaz de hacerlo; no tras tenerla tan débil y perdida en mis brazos. La mantuve cerca y susurré en su odio, sabiendo que pasarían horas hasta que volviera. Y tardaron horan y cuando finalmente volvió, lloró y tembló y yo seguí agarrándola, justo hasta que el último temblor la atravesara y finalmente se calmó. (A veces cantarle podía traerla un poco más rápido, y esa fue una de esas veces.) Ningún bajón suyo había sido tan intenso como ese y me quedé despierto mucho tiempo después de que se durmiera, solo para asegurarme de que estaba bien. A la mañana siguiente cuando lo hablamos, ella seguía confusa y a penas recordaba nada tras la undécima vez o así. Ella unió ese sentimiento al que tienes justo antes de dormirte, caliente y pesado y sin estar realmente presente. Ella no estaba realmente presente y esa era la peor parte de todo.
No importa lo bien que entiendas a alguien, emocionalmente y físicamente, no creo que puedas saber lo mucho que pueden soportar. Emilia podía aguantar un montón de cosas- desde azotarla con la parte posterior del cepillo hasta la quincuagésima vez, a no ser capaz de sentarse durante días tras una sesión con mi cinturón (y Dios, su piel era adorable tras esos momentos). Palabras de seguridad aparte hasta aguantaba incluso estar atada a mi cama durante cinco horas sin tener un orgasmo. Ella no podía soportar la vara y estar atada a la cruz y ser fustigada pero estaba bien- ella sabía que estaba bien- y yo nunca, nunca, me molesté con ella por usar su palabra de seguridad. Al contrario, la había una persona más fuerte por saber cuando decir suficiente.
Y tienes que recordar que cuando alguien está tan excitado y no está siendo completamente racional, es dificl darle a esa persona lo que necesita sin cruzar el límite de lo que puede soportar. A veces tienes que pensar en ellos. Tienes que volverte su razón. Ha habido veces en las que he fustigado a Emilia hasta que sus piernas temblaron y su piel estaba marcada de carmesí y ella seguía pidiendo más. Siempre y cuando estaba seguro de que seguía compos mentis, le daba lo que me pedía. Después de todo, había prometido desde el principio que la llevaría a lugares que no había visto antes.
Lo que la gente puede encontrar difícil de entender es que yo no quería dañarla; quería excitarla. Hay una fina línea entre placer y dolor, pero hay un lugar en el que los dos se funden en uno, suspendiendo al cuerpo en un limbo inexplicable en el que nada importa. Yo nunca he estado ahí, pero sabía que existía. Lo sabía por sus ojos y la manera en la que respondía a ciertas situaciones y es ahí a dónde quería llevarla; quería que estuviera libre de todo. Sin preocupaciones, sin responsabilidades. Aunque me encantaba azotarla y fustigarla, no era todo tener el control y el increíble sonrojo que surgía a través de su carne que quería en mi mente días después. Era escapar. Era algo que estábamos explorando juntos, construyendo una confianza tan profunda e incondicional que dudaba que pudiera hundirse, incluso aunque nuestra relación lo hiciera. Confiaba en ella más que en cualquiera en mi vida.
Ocho meses de tour se convirtieron en diez, con más y más fechas añadidas a medida que pasaba el tiempo. Cada vez que nos despedíamos mi corazón se rompía un poco más y llegó a un punto- en el momento en el que me dijeron que el tour se iba a extender- que pensé que debería dejarlo todo. Mi carrera. No me malinterpretes, me encantaba lo que hacía, en serio- actuar, las oportunidades, ser capaz de ver el mundo y experimentar cosas que nunca se me hubieran pasado por la cabeza- pero odiaba saber que había noches en las que ella se acostaría en la cama sola y lloraría cuando todo lo que quería hacer era abrazarla y besarla. Odiaba despertarme en una cama vacía sin el calor de su cuerpo contra el mío, no ser capaz de olerla y pasar mis manos sobre su suave piel. Nunca le conté a nadie esto- ni siquiera a Emilia- pero hubo una noche cuando estuvimos en Australia que tuve las maletas preparadas y un vuelo reservado a casa. Estaba exhausto y la extrañaba más que a nada. Salí en la noche y llamé a un taxi, pero no importaba cuanto lo intentara, no podía ignorar la voz en mi cabeza diciéndome que estaba siendo egoísta y que iba a defraudar a mucha gente. No quería defraudar a nadie; solo quería ir a casa. Saqué mi teléfono del bolsillo y la llamé, sin tan siquiera pensar en las diferencias horarias. 'Yo también te echo de menos.' Susurró. 'Solo dos meses más.' Y fue eso lo que me hizo darme la vuelta y entrar, volviendo a la cama mientras me recordaba a mí mismo pero no pasaría mucho hasta que volviera a casa, sabiéndo lo que merecería la pena cuando llegara finalmente el momento.
Cuando terminó el tour volví a Londres, fue como si nunca me hubiera ido. La casa estaba exactamente como estaba cuando me fui hace casi doce meses, excepto por los pares extra de zapatos y las sábanas de la cama arrugadas que olían a Emilia. Estábamos igual que antes; las risas, los besos, el insaciable deseo. Le juré a ella y a mí mismo que nunca la dejaría tanto tiempo otra vez y lo decía en serio. Estaba aliviado de tomarme un descanso de todo. Sin grabar, sin tours, sin viajar. Nos daba una oportunidad de tener una relación lejos de todo lo demás y sin interrupciones constantes.
En Navidad de aquel año, cuando todo había empezado a asentarse y a relajarse, se mudó conmigo. Ella me hacia feliz; era tan simple como eso. También me volvía jodidamente loco, y nunca sabía si volvería a casa para encontrármela tumbada en el sofá con un libro en sus manos o con sus manos entre sus piernas. A veces, me sentaba y miraba hasta que terminara, o me masturbaba mientras ella lo hacía y otra veces la sujetaba y enterraba mi cara entre sus muslos. O a veces, la levantaba, me quitaba el cinturón y la colocaba sobre mi rodilla, diciéndole lo avariciosa que había sido. Me encantaba encontrármela así, necesitada y cachonda. También me encantaba verla retorcerse durante horas, atando sus piernas separadas mientras veíamos una peli, observando su coño mojarse más y más a cada minuto. A veces la dejaba necesitada toda la noche y había habido un puñado de veces que duró unos cuantos días- solo para ver cuánto podía soportarlo (y cuanto podía soportarlo yo, también). Ella había nacido para suplicar, con los labios dulces y las pestañas largas. Había nacido para ser mía.
Pero yo no la poseía; era independiente y era su propia persona. Era mía en el sentido de que era mía para amar, marcar, azotar y fustigar. Era mía para cuidar, aunque sabía que podía cuidarse por sí misma. Incluso con su collar o con la correa envuelta alrededor de mi muñeca, yo no era su dueño, por mucho que hiciéramos que lo era. Podía ponerla de rodillas y tirarle del pelo pero ella siempre tenía la opción de decir no.
Obviamente vivir juntos significaba que había veces que nos metíamos en el camino del otro o discutíamos, pero raramente teníamos discusiones gordas. De echo, podría contarlas con una mano, voces altas y poco familiares y corazones latiendo. Odiaba la tensión y a menudo me rendía al silencio y solo la acercaba hacia mi y susurraba mis disculpas; nunca importaba realmente de quién fuera la culpa. O eso o la tendría con fuerza contra la pared o sobre el brazo del sofá.
Una vez, con las mejillas sonrosadas y los ojos vidriosos, me pidió que la fustigara- los ojos fijos en los mios en el medio de todo- y Dios, requirió toda mi fuerza de volvuntad no ir arriba, coger el látigo e inclinarla. No podía arriesgar fustigarla con mi corazón latiendo tan salvajemente, no importaba lo perfectamente que me suplicara. No es que quisiera herirla- nunca la heriría por estar enfadado- solo es que no sabía cuanto podía dar cuando las emociones estaban surgiendo así, similar a cómo ella no sabría cuanto podría soportar. Su seguridad era tan importante como su excitación- un golpe demasiado fuerte y podría cicatrizarla de por vida. La única marca que quería dejarle era en su corazón.
Esa noche, amordacé su boca y la azoté en su lugar y cuando nos despertamos, el sol brillaba y el aire estaba limpio.
Aunque admito que a veces son necesarios, las discusiones son generalmente una pérdida de tiempo y energía. Estaba demasiado enamorado para tener algún resentimiento hacia ella; la vida es demasiado corta para estar gritándonos el uno al otro cuando podrías estar besándoos o riéndoos o conociéndoos un poco mejor de lo que creíste posible. No importa cuantas veces leas tu libro favorito- lo usadas y amadas que estén las páginas- siempre descubrirás algo nuevo cada vez que lo leas.
Más de tres años de ese trascendental domingo por la tarde, mi corazón sigue atado al suyo; completamente anudado por mi eterna adoración por ella. Y si, llegará el día en el que quiera asentarme- dejar la banda y empezar un nuevo capítulo; con suerte Emilia será parte de él.
Ella comenzó como mi curioso gato con siete vidas, tan lista para explorar mis más profundos y oscuros deseos. Seguía siendo mi gato curioso, aunque ahora tenía otra vida a parte de esa- una que la protegería de todo tanto como ella viviera: La mía.
Shakespeare dijo una vez que la expectativa es la raíz de todo dolor. Yo nunca esperé nada de ella; solo tenía esperanza y preguntas. Eso no significaba que no llegara un día en el que mi corazón se rompiera por ella. Si continuaba amándome o no, sabía que yo la amaría tanto como mi sangre permaneciera caliente y mi corazón humano.
Y mientras caminaba a través de las calles de Primrose Hill con los cielos de invierno acercándose, sabía que ella estaría esperándome cuando llegue a casa. Sabía que mi nombre estaría en sus labios tan pronto como atravesara la puerta. Sabía que estaría exactamente como la dejé... desnuda y desesperada y atada a mi cama por su collar y correa.
Tan preciosa. Tan curiosa. Tan imposible de no amar.
Los que reprimen su deseo lo hacen porque el suyo es lo suficientemente débil para ser reprimido.
Entre nosotros, había mucha necesidad y deseo, atado solo por la cuerda y las tiras de cuero que reposaban escondidos en mis cajones.
El mundo era nuestro y ella era mía.
En el fondo, ella siempre lo sería.
-siete-
Bueno chicas, The Primrose Thrills se ha acabado. Muchísimas gracias a todas las que habéis llegado hasta aquí. Sobre todo muchísimas gracias a las que habéis votado y comentado a lo largo de los capítulos, es muy reconfortante recibir una respuesta a un capítulo subido.
Ya que hemos acabado, me encantaría que me comentarais lo que os ha parecido la historia. Ya sabéis que contesto siempre los comentarios y de veras me encantaría conocer vuestra opinión sobre este universo alternativo en el que Harry tiene un tipo de relación diferente. Por encima de todo, espero que a lo largo de los capítulos se haya reflejado cómo debería ser una relación (desde mi opinión). No hablo de términos BDSM, sino de querer a una persona y hacer que esa persona se sienta libre mientras lo haces. Emilia lo recalca muchas veces en sus pensamientos y me gustaría que vosotras también penséis en ello :)
Por último, me gustaría que me digas si os gustan este tipo de historias. En mi perfil podéis leer otra historia que estoy traduciendo sobre esta temática: Love on Top, de vinoharry en Tumblr. Es un poco diferente pero si os ha gustado The Primrose Thrills, os gustará esta.
Mil gracias una vez más.
X.
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