Capítulo 34

Ser azotada con un látigo es, sin lugar a dudas, lo más doloroso que he tenido que- elegido hacer. Si me hubieras preguntado hace un par de años si me hubiera corrido de dolor me hubiera reído. Nunca ni en un millón de años hubiera pensado que el golpe de una fusta o el picor de una mano me mojarían tanto.

Pensar en las veces que he estado inclinada en la rodilla de Harry o a cuatro patas en la cama esperando que algo impactara me hacía estremecerme con inquieta excitación. Me ponía caliente, en todos los sentidos. Había algo en la anticipación, las manos sudorosas y el corazón latiendo que deseaba. La mordida y la quemazón que se añadía era adictivo.

Algunas personas se emocionan por subir a montañas rusas, algunos saltando de un avión a 2.500 pies de altura y algunos simplemente leyendo un buen libro. Yo me emocionaba estando en situaciones que no estaban de mi mano; situaciones que requerían que otras manos hicieran el trabajo o que hablaran. En esencia no había diferencia a parte del hecho que normalmente tenía problemas para sentarme días después.

Pero mi verdadero placer era someterme a Harry. Aunque había elementos en mi vida en los que era independiente- el trabajo, por ejemplo- me encantaba tener ese control sobre mí; me encantaba que me dijera qué hacer y hacer lo que me decía. Me encantaba complacerle y que me elogiara. Me encantaba oírle llamarme buena chica y ver la mirada de adoración en sus ojos cuando me llamaba suya. Pero lo que pasaba con Harry es que nunca era para él. Mi placer era igual, sino más importante para él que el suyo propio.

Harry y yo habíamos salido del cine el viernes por la noche, los dos completamente relajados hasta que Harry apareció por detrás y me giró, presionándome contra la pared de la habitación y besándome profundamente hasta que me mareé por la falta de aire.

"He querido hacer esto toda la puta tarde." Se rió y apartó un mechón de pelo tras de mi oreja que se había soltado por su caliente asalto.

"Loco del sexo." Susurré con una sonrisa mientras me repetía intencionalmente hace unos meses.

Él negó la cabeza. "Enamorado," susurró en respuesta.

Murmuré y me besó otra vez, esta vez con más fuerza y convicción; labios calientes, sin tiempo para respirar. Quitó mi camiseta y desabrochó mi sujetador en un rápido movimiento, dejándome en unos vaqueros negros ajustados. Luego, sus labios volvieron a los míos, con sus manos desabrochando mis vaqueros antes de ponerse de rodillas y ayudarme a salir de ellos, pasando su nariz por mi ropa interior mientras los deslizaba por mis tobillos. Como siempre, se tomaba su tiempo; con manos apreciativas y labios todavía más. Se volvió a poner de pie y yo toqué el cuello de su propia camiseta, a lo que colocó sus manos sobre las mías y las dejó quietas, mirándome con unos ojos brillantes tan profundamente intensos que olvidé respirar. Sabía que tenía algo en mente.

"¿Te pones los tacones para mí?" Dijo lentamente en mi oído, moviendo la cabeza hacia el par de stilettos negros que estaban en frente de su armario. "Y ponte de pie hacia la mesa. No fisgues."

Los había dejado ahí desde la semana pasada, yendo a casa en unas Converse que también me había dejado hacía unas semanas. No eran las únicas cosas que estaban en casa de Harry; también tenía unas cuentas camisetas, ropa interior y un cepillo de dientes en su baño. Eran cosas necesarias que hacían viajar entre mi casa y la de Harry más fácil.

Me miró cuando caminé desnuda a su armario y me puse los tacones. Eran de unos buenos diez centímetros de altura y hacían eco en el suelo de madera mientras me tomaba mi tiempo para caminar hacia la mesa, asegurándome de que me mantenía erguida y caminaba lo mejor que podía. Sus ojos estuvieron en mí todo el tiempo, moviéndose por mi cuerpo hasta que, de repente me sentí muy desnuda y muy expuesta. Llevar tacones es una cosa, pero estar desnuda y en tacones es otra. Me quedé de pie en su mesa, desesperada por mirar por encima de mi hombro para averiguar qué era el sonido que venía de su armario. Pero parte de mí estaba disfrutando el suspense de lo desconocido. Harry sabía algo que yo no y era emocionante. En vez de eso, miré deliberadamente al espejo de mi izquierda; la espalda arqueada suavemente, más recta, las piernas parecía que eran infinitas. Me sentía atractiva en tacones y podía entender por qué a Harry le encantaba verme en ellos, especialmente así. Inclinada. Expuesta. Lista. Mojada.

Los pasos atravesaron el suelo de la habitación y paró a unos centímetros detrás de mí pero lo suficientemente cerca como para sentir el calor de su cuerpo y su caliente aliento deslizándose por mi espalda. Su mano se movió por la curva de mi costado derecho, pasando mi cadera, cintura y pecho y luego hacia abajo otra vez. Hizo eso unas cuantas veces, preparando mi cuerpo. Luego, sentí algo irreconocible pasando ligeramente por el interior de mi muslo, hasta la parte superior antes de aventurarse hacia mi tobillo.

"¿Sabes qué es esto?"

Negué con la cabeza mientras Harry besaba el espacio detrás de mi oreja, bajando mi mirada a lo que sea que estaba empezando a subir por mi cuerpo, suave y de alguna manera, me hacía cosquillas, justo hasta el centro de mi estómago.

"Un látigo." Respiré con un poco de pánico, tensándome.

'Voy a azotarte con el látigo en esos tacones ridículamente altos que tienes.' De repente recordé lo que dijo; fue hace un par de fines de semana, justo cuando entramos a un bar en el que uno de sus amigos estaba celebrando su cumpleaños. Me provocó cosas y ahora, ahora estaba provocándome cosas. El látigo que pasaba por mis pechos no era muy diferente a la fusta que Harry había usado esa noche en el club, pero no tenía una lengua al final. Era largo y fino; parecía ligero, aunque sabía que estaba lejos de eso. Manteniendo su mano izquierda delante de mí, azotó el látigo en su mano. Se deslizó por el aire y acabó en un golpe, uno que hizo mi corazón subir hasta mi boca. El ambiente se silenció mientras me evaluaba, su respiración tan superficial como la mía.

"No tenemos por qué si no estás lista." Susurró Harry mientras apoyaba el látigo en la mesa y me giraba para mirarle a la cara. Me estaba mirando completamente serio, aunque la dilatación de sus pupilas era feroz. Sus manos se movieron al exterior de mis muslos mientras se quedaba de pie, ahora lo suficientemente cerca como para sentir lo duro que estaba.

"Quiero hacerlo."

Lo decía en serio. Lo decía en serio cuando lo dije por primera vez hacía unas semanas. Estaba acojonada, totalmente. Pero a la vez, podía sentir la familiar ola de excitación y dolor seco palpitando en mi abdomen y entre mis piernas; la manera que tenía mi cuerpo de decirme que lo deseaba. Él me besó y me derretí en sus brazos, apretando su camiseta entre mis dedos.

"Dime que quieres que te azote con el látigo." Dijo pesadamente contra mis labios. "Dime que quieres que te incline y te fustigue."

"Quiero que me inclines y me fustigues." Reafirmé y luego, más lentamente, para asegurar que sabía que estaba segura. "Azótame."

Hizo un sonido en la parte de atrás de su garganta, casi un gruñido y luego sus manos se colocaron en mis caderas y me giró, acariciando mi trasero mientras yo me inclinaba y colocaba mis manos en la silla de delante. Sus manos seguían en mí, deslizándose por mi espalda hasta mis hombros, inclinándome gentil y gradualmente un poco más, hasta que mis caderas se echaron hacia atrás y mi trasero estaba totalmente expuesto.

"¿Confías en mí? ¿Confías en que no voy a dañarte más de lo que puedas soportar?"

Respiré profundamente, manteniendo mis ojos hacia delante. No podía recordar la última vez que habíamos afirmado nuestra confianza en voz alta.

"Con mi vida."

Él rozó sus pulgares sobre la suave piel de mis muslos y entre mis nalgas, moviéndolos hacia arriba justo lo suficiente para hundir su dedo entre mi húmeda carne. Justo.

"Prométeme que usaras la palabra de seguridad si la necesitas, Emilia."

Me dio un respigo y asentí. "Lo prometo."

Tras la última vez y la conversación que habíamos tenido, me di cuenta de que habría cosas que no podría ser capaz de soportar. A veces tenía que tirar la toalla y decir suficiente. Los seres humanos no están hechos para soportarlo todo, aunque desearía poder. Cada persona tenía sus propias limitaciones y fuerzas.

"Quince para empezar," dijo Harry. "Veremos si puedes más después de esto."

Sabía que la parte final de su frase no pretendía retarme, pero parecía un reto.

A pesar de mi miedo, anticipación, euforia y una enumeración de otros sentimientos que nunca podré averiguar en situaciones como esta, no pude evitar reírme de mi misma mientras el infame Nocturne de Chopin empezaba a sonar. Ni en mis sueños pensé que estaría inclinada ante una de las mayores estrellas del pop a punto de ser fustigada bajo la delicada mano de Chopin. Aunque por un corto momento me calmó y me olvidé de mí misma y donde estaba y lo que iba a pasar. Oí el primer golpe antes de sentirlo. No fue particularmente doloroso pero todavía consiguió sacarme el aire, dejándome sin respiración. Harry empezó suave y gentilmente, como si me estuviera probando, calentándome.

"¿Estás bien?" Preguntó detrás de mí, rozando las puntas de sus dedos contra mi ardiente trasero.

"Si," dije. "Estoy bien."

Por un momento, me pregunté si había sobreestimado el dolor que el látigo proporcionaba, pero estaba equivocada. Harry parecía que me había tomado la palabra para ir más allá, porque Dios mío tras el séptimo u octavo golpe podía sentir las lágrimas llenando mis ojos y mi piel picando. Cada golpe forzaba a mi espalda a elevarse y mis dedos se curvaron alrededor de la silla, hundiéndose en la madera. Harry no me estaba golpeando con la intención de hacerlo lo más fuerte que pudiera o con la intención de hacerme moratones. Me estaba golpeando para ver cuanto podía soportar, incrementando el impacto levemente con cada golpe; preguntándose si podía ir más allá de donde estaba. Cada una de mis cuentas salió con un superficial suspiro como mucho y estaba segura de que se me habían olvidado algunos. Afortunadamente, no estábamos jugando a volver al principio si se me olvidaba un golpe. Normalmente no me importaba jugar a ese juego cuando incluía su mano o el cepillo, pero dudaba de ser capaz de soportar empezar de nuevo otra vez.

Me acarició entre latigazos y agradecí sus gentiles dedos sobre mis muslos, sobre mi espalda, por mi pelo. Me concentré en el número final. Quince, que salió con un quejido sin respiración.

"¿Puedes llegar a veinte?"

Asentí sin pensarlo. Mis rodillas estaban débiles y temblaban pero quería más. Quería que fuera más allá. Era como pretender hacer cincuenta sentadillas y luego decidir hacer otras diez, solo para demostrar que puedes y, en el fondo, sabes que puedes.

Mis respiraciones salían de forma corta, lo suficientemente fuertes como para cubrir la música mientras me preparaba para los golpes finales. Eran los más difíciles y grité con el último, aliviaba y complacida de haberlo conseguido y por haberme sometido a Harry de otra manera. Le había dado todo.

Toda mi energía se hundió en el suelo y mis rodillas chocaron con la suave alfombra bajo mis pies, incapaz de soportar mi peso más tiempo. Mi mente estaba en blanco y mi cuerpo estaba suelto. Estaba incoherente y desorientada, lo suficientemente consciente como para sentir a Harry arrodillarse detrás de mi. Mi ceño estaba sudoroso y mis mejillas húmedas; el sudor se mezclaba con las lágrimas que habían caído por pura resistencia, no estaba enfadada o estresada. No podía recordar el momento exacto e el que había empezó a llorar. Él besó mi cuello y me mantuvo contra él, asegurándome de que estaba bien, diciéndome lo bien que lo había hecho. Y yo estaba bien. La adrenalina continuó pulsando por mis venas, inundando el dolor de mi trasero que sabía que sería capaz de sentir al día siguiente. Harry se quitó la camiseta y los vaqueros, acurrucando su cuerpo contra el mío, piel caliente contra piel aún más caliente. Ahí en el suelo de la habitación de Harry, me abrazó y me folló tan suavemente que fue casi imposible creer que la misma mano acariciando mi trasero pudiera haber ejercido ese poder tan increíble con el látigo hacía unos minutos. Besó mis húmedas mejillas y susurró dulces, dulces te quieros y eres mía en mi oído. No estaba segura de si habían pasado diez minutos o dos horas cuando me desperté en el mismo lugar, Harry seguía entrelazado detrás de mí con sus manos alrededor de mi cintura y labios contra mi hombro. Le di un empujoncito y nos metimos en silencio en su cama para dormir adecuadamente, volviendo a la misma posición como si nunca nos hubiéramos movido.

Los latigazos de esa noche fueron los diez minutos más largos de mi vida, aunque lejos de ser los peores. Tener una de las piezas de música más bonitas y calmantes mientras ocurría era una ironía surrealista; oír el sonido del látigo, el golpe contra la carne y mis pesados sollozos entre un dulce y dócil piano. Días después de eso, hubo gruesas líneas color granate en mis nalgas. Algunas eran más fuerte que otras y se amorataron en un mar de morados y azules, algunas se desvanecieron en un suave verde. Eran extrañamente bonitas, como un mar rojo que anuncia el alba, a través de un cielo añil. Las miraba en el espejo cuando tenía oportunidad, notando cuáles se estaban disipando y cuales durarían una semana. Era como un pequeño juego. Había una prominente marca en particular bajo mi nalga izquierda, una línea perfecta de color rosa oscuro y supuse que esa duraría por unas buenas dos semanas. Los moratones significaban que me parecería casi imposible sentarme por los siguientes dos días, además del horrible dolor que tenía cuando me duchaba con agua caliente. Tenía que estar de pie en la mesa y arrodillarme en la silla hasta que alguien entrara en la habitación, que era cuando me forzaba a sentarme mientras apretaba los dientes. Pero eso no me detuvo de pensar en la siguiente vez que ocurriera, preguntándome si pasaría una semana o cinco hasta volver a sentir el picor. No habíamos usado el látigo desde entonces, parcialmente porque no habíamos encontrado tiempo pero mayormente porque los moratones de nuestra primera vez seguían en mi piel con pálidos verdes y amarillos. Harry no estaba cómodo amoratando moratones. El ligero dolor subsidió tras el segundo día pero los grandes habían durado mucho más. Dos semanas y seguían ahí; ya no eran tan bonitas para mirar pero seguían siendo un recordatorio, lo que era agradable.

Así que ahí lo tienes. Nuestra primera experiencia con el látigo. Estuve en una nube durante días e inusualmente inquieta, no solo por la dificultad de sentarme y dormir. Como siempre me dejaba queriendo un poco más.

El mes de enero pasó volando y me di prisa con el trabajo atrasado del periodo de Navidad. Trabajaba hasta tarde la mayoría de las tardes y generalmente acababa destrozada, no teniendo nunca más de seis horas de sueño. Tomaba infinitas tazas de café durante el día, aunque sin éxito, con tazas de te verde y leche caliente por las tardes; pero la única cosa que realmente me ayudaba a dormir era tener a Harry acurrucado detrás de mi, respirando uniformemente en mi nuca y con su corazón golpeando contra mi espalda. Aunque no podía quedarse en mi casa cada noche y viceversa- porque estábamos demasiado ocupados o demasiado cansados- pasábamos la noche juntos siempre que podíamos, o viendo la televisión hasta que nos dormíamos o, bueno... no hay nada mejor que un buen orgasmo para nublar la mente y mandarte a dormir. A veces se había ido cuando me despertaba pero siempre había una pequeña nota en un lado de mi cama, escrita con una mano cansada, además del familiar aroma de su piel que se quedaba en mis sábanas.

A pesar del estrés y las prisas que hay en el primer mes del año, como siempre; tenía mi mente puesta en una fecha, una fecha en la que no tenía que pensar antes: El cumpleaños de Harry. El primer día de Febrero. Hoy. Había salido corriendo del trabajo tan rápido como pude para tener tiempo para arreglarme y asegurarme de que todo estaba listo para mañana. Tenía su regalo planeado desde hacía semanas y, a diferencia de la cena a la que íbamos a ir, no había manera de que Harry supiera lo que tenía planeado. Una completa sorpresa, solo para él (a no ser que decida mirar mi móvil o enviar agentes secretos para que me sigan, cosa que dudo). Harry llegaría a mi casa en veinticinco minutos y yo seguía corriendo con una toalla en mi pelo y el lápiz de ojos entre mis labios. Afortunadamente para mí, Harry me había mandado un mensaje para decirme que iba a llegar un poco tarde, lo que sabía que significaría otra media hora como poco, dándome tiempo para respirar y quitar el amenazador sudor de mi frente tras correr como alguien de una serie cómica.

Llegamos a Groucho modernamente tarde (o eso intentamos convencernos a nosotros mismos y al resto de gente sentado alrededor de la mesa), aunque eso no impidió que los amigos de Harry imitaran quejidos e hicieran sarcásticos comentarios cuando nos unimos a ellos, insistiendo que habían estado esperando una hora completa y que se estaban muriendo de hambre.

"Que suerte que no tengas un trabajo real o serías despedido en una semana por tu mierda de puntualidad." Nick (quien una vez conocí como el gracioso chico del norte de la radio), remarcó con una sonrisa, a lo que Harry puso los ojos en blanco y le contestó con "Que suerte para ti que no tenga un trabajo real, o no tendrías nada de qué hablar en la radio."

Una ola de ooohs y risas cruzaron la mesa, Nick claramente entretenido con la ocurrencia de Harry. Le gustaba hablar de Harry y de la banda bastante durante su programa y todo el mundo lo sabía, hasta el propio Nick.

Conocía a la mayoría, a algunos mejor que a otros, y a los que no conocía los conocí pronto. Entre el rato que nos sentamos y el tiempo que llevó traer nuestro plato principal, la mesa se había llenado de un impresionante montón de vino y agradecí a Dios haber podido escaparme en la comida para llenar mi estómago o definitivamente estaría ya borracha. Mi cabeza estaba caliente y borrosa, relajando la boca aunque no lo suficiente como para que nada incriminante se deslizara por mi lengua. Estaba bebiendo agua entre copas en un intento por mantener mi cabeza despejada para la mañana siguiente.

Harry se giró a mí con los párpados medio caídos y sonrió medio borracho antes de presionar un beso húmedo en mi mejilla, peligrosamente cerca de la esquina de mi boca, y me hubiera tentado a besarle fuerte ahí mismo. Nick hizo como que le daba asco el gesto (justo lo que haría cualquier persona de 28 años) y Harry le mostró una sonrisa torcida junto a su dedo del medio, manteniendo la otra mano en mi rodilla mientras se metía en conversaciones a través de la mesa, me parecía divertidamente irónico que el más joven de la mesa era probablemente el más maduro. Siendo justa, Harry y yo no éramos una de esas parejas molestas que no podían quitarse las manos de encima en público, ni éramos esas parejas que insistían en decirle a los demás lo enamorados que estaban cada minuto. Nuestra relación no dependía de constante gratificación. La gente no necesitaba verme con la lengua hasta su garganta y mis manos encima de él y francamente, no quería que lo hicieran. Sería lo mismo sin la atención de los paparazzi. De hecho, aparte de las fotos agarrados de la mano, no podía pensar ni en una foto que hubiera sido publicada en una revista de Harry y yo besándonos, incluso aunque fuera un rápido pico en los labios. Nuestro afecto era nuestro y solo para nuestro tiempo.

Me gustaba ver a Harry con otros, ver el cariño que la gente le tiene y lo encariñado que él está con ellos. Me preguntaba si tenían alguna idea sobre el Harry que conocía a puerta cerrada; el Harry al que le gustaba atarme y azotarme y hacerme suplicar. Me preguntaba si la imagen de él haciendo nudos en mis muñecas y golpeándome con un cepillo ha cruzado sus mentes, incluso como una broma entre amigos... Pero ver a Harry reírse y bromear en la mesa, con un vino en la mano mientras pasa su mano por su pelo y agradece a todo el mundo por un agradable cumpleaños me hace dudarlo bastante.

-

Harry se quita la camiseta y los vaqueros antes de tirarse a mi lado en la cama. Cierra los ojos y exhala, largo y tendido, así que su estómago se hunde y sus costillas y caderas salen bajo su piel. Paso mis dedos sobre la gruesa línea de vello de la cinturilla de sus boxers hasta su ombligo, mirando sus pestañas batirse y sus labios curvarse.

"¿Me das una pista de por qué tengo que estar despierto a las nueve mañana?"

"Listo a las 9 de la mañana." Me río.

"Despierto, listo, es lo mismo." Murmura despreocupado.

"No lo es." Contesto.

"Bueno, dame una pista y eso me dará un incentivo para estar listo a las 9."

Me mira a través de un ojo, cerrándolo tan pronto como nuestros ojos se encuentran y sonríe para si mismo.

"Sabes, alguien me dijo una vez que la paciencia es una virtud..."

Sonríe. "Y alguien me dijo una vez que soy la única persona que hace que se le duerman los pies así que," los ojos siguen cerrados, coge mi mano con la suya y la mantiene en su abdomen. "Estoy dispuesto a intercambiar un sexo oral brutal por una pequeña pista..."

"Eres insoportable." Me río, quitando mi mano de la suya y pegando su brazo antes de inclinarme a la lámpara para apagarla. Harry me tiende su brazo y yo lo uso como almohada, acurrucándome en su masculino calor y cayendo en un sueño casi instantáneamente por primera vez en semanas.

Me despierto antes de que salte mi alarma y me deslizo silenciosamente por el edredón y camino de puntillas hasta la puerta, mirando sobre mi hombro para comprobar si Harry se ha movido. Por supuesto no lo ha hecho. No eran ni las 7.30 y sabía que Harry no pensaría en salir de la cama hasta las 8.45. Afortunadamente para él, todo lo que tenía que hacer era darse una ducha rápida, ponerse ropa limpia y pasar los dedos por su pelo. Boom. Listo en diez minutos. Dejé que el agua caliente de la ducha me cubriera, bajando por mi piel en suaves ríos mientras tarareaba para mi misma, demasiado alegre para esta hora de la mañana. La mayoría de las mañanas pasaban conmigo silenciando mi alarma repetidamente hasta que tuviera que salir de la cama, y luego, literalmente, arrastrar mis pies hasta la ducha, maldiciendo para mi misma por no haber conseguido dormir más. Pero, por supuesto, cuando llegaba el fin de semana, realmente quieres salir de la cama pronto, incluso cuando no tienes por qué hacerlo. Quieres aprovechar el máximo tiempo posible. Hoy me había despertado voluntariamente porque estaba excitada. Por semanas había planeado el regalo de cumpleaños de Harry, consiguiendo mantenerlo en completo secreto. Las únicas personas que lo sabían eran el tío con el que lo había organizado y mi madre.

Me sequé y me vestí con la ropa que había traído en la bolsa de fin de semana que normalmente estaba en casa de Harry. Aunque mi piso era una opción, el suyo era más agradable y mucho más acomodado para los dos, no como el mío de una habitación. Era perfecto para mí pero un poco estrecho para los dos.

"Arriba," Me reí, tirando del edredón de Harry.

Acurrucado en su lado con sus rodillas contra su pecho, frunció el ceño y puso morritos, gruñendo cuando buscó a ciegas el edredón.

"Cansado." Murmuró, negándose a abrir los ojos.

Me senté en el borde de la cama y pasé mi mano por su muslo, acariciándole adelante y atrás mientras intentaba incitarle más. Él rodó hasta su espalda y estiró sus brazos por encima de su cabeza, temblando un segundo mientras tiraba todo lo que podía antes de relajarse y mirar a través de sus cansados párpados.

"¿Qué hora es?"

"Las 8.40"

Cerró sus ojos otra vez, respirando suavemente. Sabía que podía volver a dormirse fácilmente. Pasé una pierna encima de él, gateando sobre su cuerpo hasta que nuestras narices chocaron. Si hay una manera de sacar a Harry de la cama es con un buen beso a la antigua usanza y en un instante revive, sonriendo mientras pasa sus manos por la parte de atrás de mis muslos. Bajo mis labios hasta los suyos y le beso. Él me besa de vuelta, lenta y perezosamente, justo como esperas de alguien que se acaba de levantar.

"Arriba." Repito contra sus labios.

"Ya estoy," sonríe, moviéndose debajo de mi para asegurarse de que puedo sentir su erección contra mi muslo. Por supuesto, he podido sentirle durante el último minuto.

"No me refiero a eso." Me río.

Como sabía que haría, Harry está listo en diez minutos, llevando una camiseta con botones de manga larga suelta, en comparación con los vaqueros azul marino que cuelgan de su torso. Huele tan jodidamente delicioso como se ve con los botones desabrochados en el cuello y el pelo echado hacia atrás. Harry cierra la puerta y camina al instante hacia la acera, los ojos abiertos y excitado.

"Cristo, mira este coche."

"¿Te gusta?"

"¿Gustar?" Me mira consternado. "¿Sabes qué coche es este?"

Me encojo de hombros despreocupadamente, manteniéndome callada mientras intento no sonreír. Por supuesto que se qué coche es exactamente. Había oído hablar a Harry de coches vintage dios sabe cuanto tiempo; me encantaba lo apasionado que era. Esta claro que no soy una experta en coches, pero había prestado atención y sabía cuales eran sus coches favoritos, este Jaguar en particular.

"Este es el coche de mis sueños."

Incluso con la luz de la mañana, el cielo cubierto de grises y blancos, el convertible rojo brillaba haciendo aleación con el destello de la pintura. Hasta yo podía apreciar lo bonito que era. Busqué en mi bolso y saqué un juego de llaves, lanzándoselas sin decir una palabra. Consiguió agarrarlas, moviendo su mano por el aire y luego acercando el metal a su pecho. Me miró completamente perplejo, con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados como si estuviera viendo un eclipse en mí.

"Es tuyo," me río. "Por hoy, al menos."

Esa fue la primera vez que vi la mandíbula de alguien caerse y no pude evitar sonreír.

"Me estás jodiendo."

Caminé hacia él y me puse de puntillas, cerrando su mandíbula y besándole en la comisura de la boca.

"Feliz cumpleaños."

"Emilia..." Sonaba sin aliento, como si fuera a reír y a llorar a la vez, antes de romper en una gran sonrisa. "Esto es.... Estoy sin palabras."

No podía permitirme comprarle uno, obviamente, pero espero que esto pueda aliviar el gusanillo que tenía. Si, me había costado un buen montón de dinero, pero ver su cara y lo feliz que parecía merecía completamente la pena. La cosa de trabajar a tiempo completo es que es mi dinero duramente ganado lo que gasto. Mientras pague el alquiler y pueda comer, puedo derrochar justamente aquí y allí. Quería hacer esto por él; era algo que sabría que le iba a encantar.

Harry caminó alrededor del coche, pasando su dedo con cuidado sobre la curva de su silueta mientras lo hacía, como si estuviera acariciando suave terciopelo. Me miró ansioso.

"¿Durante cuanto tiempo lo tenemos?"

"Lo vienen a buscar a las siete de la tarde."

"Y podemos ir-"

"Donde quieras." Terminé.

"Lo que voy a hacerte," se rió, besándome con ardor en los labios. "Gracias."

"De nada," sonreí. "¿Quieres entrar?"

Él arqueó su ceja ante mi ridícula pregunta y abrió la puerta del conductor, deslizándose en el asiento de cuero color crema. Le seguí sin extrañarme por el interior ya que me habían dado una prueba de conducción hacía unas semanas, lo que fue fan-jodidamente-tástico. No podía esperar a que Harry lo condujera, llevándolo a velocidades que probablemente me estremecería, justo como hacía con el Audi.

"¿A dónde deberíamos ir?" Preguntó mientras encendía el motor y probaba los pedales.

"A las estrellas," me reí y él giró su cabeza hacia mí, curvando la boca con diversión.

"Desafortunadamente, no podemos tener sexo en la parte de atrás del coche porque no tiene asientos traseros..."

Me reí otra vez. "Ni ventanillas tintadas en las que apoyar las manos."

"Qué pena..."

Su hoyuelo se flexionó mientras sonreía torcidamente, antes de mirar hacia delante y agarrar el volante con sus manos.

"Puede que te lo haga sobre el capó." Sonrió para sí mismo mientras seguía mirando hacia delante.

Tenéis Nocturne de Chopin en Multimedia.
Solo os pido que os imagineis a Harry con sus gafas blancas conduciendo un Jaguar rojo.
Y si seguís vivas después de esa imagen, podes votar y comentar en el capítulo.
X.

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