Capitulo 1 - La Sangre Derramada -
El sol se ocultaba tras los edificios derruidos, tiñendo el cielo de un rojo sangriento. El aire estaba cargado de humo y polvo, y el olor a podredumbre y muerte se hacía insoportable. En las calles, los cadáveres de los caídos en la guerra civil se amontonaban sin que nadie se molestara en recogerlos. Los perros y las ratas se alimentaban de ellos, mientras que los buitres sobrevolaban el escenario.
En medio de ese infierno, un chico de unos doce años corría con una bolsa en la mano. Se llamaba Leo, y era un huérfano que vivía con su hermana menor, Sara, en un refugio subterráneo. No tenía padres, ni familia, ni amigos. Solo tenía a Sara, y haría lo que fuera por protegerla.
Leo había salido a buscar algo de comida o dinero para comprarla. Sabía que era peligroso, pero no tenía otra opción. Su hermana estaba enferma y necesitaba medicinas. Además, hacía días que no comían nada más que pan duro y agua sucia.
Leo había entrado en una tienda abandonada, donde había encontrado algunas latas de conserva y una botella de agua. También había visto un cajón con billetes y monedas, pero no sabía si valían algo. La moneda oficial había cambiado varias veces desde que empezó la guerra, y ahora nadie sabía qué era lo que valía.
Leo había cogido todo lo que pudo y había salido corriendo. No quería quedarse mucho tiempo en la superficie. Sabía que allí había soldados, rebeldes, bandidos y otras amenazas. Además, pronto caería la noche, y entonces sería aún más peligroso.
Leo se abrió paso entre los escombros y los cuerpos, tratando de no llamar la atención. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que alguien lo viera.
- ¡Eh, tú! ¡Para! - gritó una voz detrás de él.
Leo se giró y vio a un hombre armado con una pistola. Era un soldado del gobierno, uno de los que habían provocado la guerra al intentar imponer un régimen totalitario. Leo sintió un escalofrío al ver su uniforme gris y su rostro cruel.
- ¡Dame lo que llevas! - ordenó el soldado.
Leo no dijo nada. Sabía que si le entregaba la bolsa, se quedaría sin nada para él y su hermana. Así que hizo lo único que podía hacer: echó a correr.
El soldado disparó al aire para asustarlo, pero Leo no se detuvo. Siguió corriendo por las calles vacías, buscando algún lugar donde esconderse.
El soldado lo persiguió con furia. No iba a dejar que un niño le robara. Además, le divertía cazar a los civiles como si fueran animales.
- ¡No vas a escapar! - gritó el soldado.
Leo llegó a una plaza donde había una fuente seca y una estatua decapitada. Vio una alcantarilla abierta y se metió dentro. Esperaba que el soldado no lo siguiera.
Pero se equivocó.
El soldado entró tras él en la oscuridad del túnel. Encendió una linterna y apuntó con su pistola.
- ¡Sal de ahí! - ordenó el soldado.
Leo se arrastró por el suelo húmedo y sucio, buscando otra salida. Pero no la encontró.
El soldado se acercó a él lentamente, disfrutando de su miedo.
- ¿Qué tienes ahí? - preguntó el soldado al ver la bolsa.
- Nada... - mintió Leo.
- No me mientas - dijo el soldado-. Dame eso o te tendrás una bala en la cabeza mocoso.
Leo apretó la bolsa contra su pecho. No iba a rendirse. No sin luchar.
- Déjame en paz, idiota - gritó Leo pero en el instante aquel soldado le propino un golpe que lo dejo aturdido.
- ¡¿Cómo me llamaste?! - hablo enojado aquel soldado-. Ahora te voy a enseñar una lección de como tratar atus mayores.
El soldado levantó su pistola y apuntó a la cabeza de Leo.
Leo cerró los ojos y esperó el disparo.
Pero no llegó.
En su lugar, oyó un grito de dolor y un golpe seco.
Leo abrió los ojos y vio al soldado caído en el suelo, con un cuchillo clavado en la espalda.
Junto a él, había otro chico de su edad, con el pelo rubio y los ojos azules. Era Alex, un amigo que había conocido en el refugio. Era un rebelde que luchaba contra el gobierno.
- ¿Estás bien? - preguntó Alex a Leo.
- Sí... gracias - dijo Leo.
- De nada - dijo Alex-. Vamos, tenemos que salir de aquí. Antes de que vengan más.
Alex cogió la mano de Leo y lo ayudó a levantarse. Luego, le quitó la bolsa al soldado y se la dio a Leo.
- Toma, esto es tuyo - dijo Alex.
- Gracias - dijo Leo.
- No hay de qué - dijo Alex-. Somos amigos, ¿no?
- Sí, somos amigos - dijo Leo.
Los dos chicos salieron de la alcantarilla y corrieron hacia el refugio. Allí los esperaba Sara, la hermana de Leo. Ella también era rubia y tenía los ojos azules. Era la única familia que le quedaba a Leo.
Leo le dio un abrazo y le mostró lo que había conseguido.
- Mira, Sara - dijo Leo-. Tenemos comida y agua. Y quizás algo de dinero.
- ¡Qué bien, Leo! - dijo Sara-. Eres el mejor hermano del mundo.
- No, no lo soy - dijo Leo-. Solo hago lo que puedo por ti.
- Pues para mí es más que suficiente, te quiero mucho hermano - dijo Sara.
- Y yo a ti - dijo Leo.
Los tres se sentaron a comer juntos, compartiendo lo poco que tenían. No sabían qué les depararía el mañana, pero al menos tenían algo de esperanza. Y eso era más de lo que podían decir muchos.
...Leo
Me desperté con el sonido de una explosión. Era un sonido habitual, pero no por eso menos aterrador. Me levanté de la cama improvisada que compartía con mi hermana y miré a mi alrededor. Estaba en el refugio subterráneo donde vivíamos desde hace unos meses. Era un lugar sucio y húmedo, lleno de gente desesperada y asustada. Había unas pocas luces que funcionaban con generadores, pero la mayoría del tiempo estábamos a oscuras.
Me acerqué a Sara y la besé en la frente. Ella dormía plácidamente, ajena al horror que nos rodeaba. Era lo único bueno que me quedaba en la vida. La quería más que a nada en el mundo.
Me puse la ropa que había encontrado en la basura y me dirigí a la salida. Tenía que salir a buscar algo de comida o dinero para comprarla. Sabía que era peligroso, pero no tenía otra opción. Mi hermana estaba enferma y necesitaba medicinas. Además, hacía días que no comíamos nada más que pan duro y agua sucia.
Salí del refugio y me encontré con el caos de la superficie. El sol se ocultaba tras los edificios derruidos, tiñendo el cielo de un rojo sangriento. El aire estaba cargado de humo y polvo, y el olor a podredumbre y muerte se hacía insoportable. En las calles, los cadáveres de los caídos en la guerra civil se amontonaban sin que nadie se molestara en recogerlos. Los perros y las ratas se alimentaban de ellos, mientras que los buitres sobrevolaban el escenario.
¿Cómo habíamos llegado a esto? ¿Cómo habíamos pasado de ser un país próspero y feliz a ser un infierno en la tierra?
Todo empezó hace unos años, cuando el gobierno decidió imponer un régimen totalitario. Querían controlar todo: la economía, la educación, la cultura, la religión, la información... No toleraban ninguna disidencia ni oposición. Cualquiera que se atreviera a criticarlos o a desobedecerlos era arrestado, torturado o ejecutado.
Mucha gente se rebeló contra esa tiranía. Se formaron grupos armados que luchaban por la libertad y la democracia. Yo era uno de ellos. Bueno, más o menos.
Yo no tenía nada que ver con la política ni con las ideologías. Yo solo quería vivir en paz con mi familia. Pero el gobierno no me dejó.
Un día, vinieron a mi casa y se llevaron a mis padres. Dijeron que eran traidores y que tenían que pagar por sus crímenes. Yo no entendí nada. Mis padres eran gente buena y trabajadora, que nunca habían hecho daño a nadie. Solo querían darle una vida mejor a sus hijos.
Pero eso no les importó a los soldados. Los arrastraron fuera de la casa y les dispararon en la cabeza delante de mí y de Sara. Fue el día más horrible de mi vida.
Desde entonces, Sara y yo nos quedamos solos en el mundo. Tuvimos que huir de nuestra casa, porque los soldados volvieron a buscar más gente para matar. Nos escondimos en las calles, buscando comida y refugio donde podíamos.
Un día, conocimos a Alex. Él era un chico de nuestra edad, rubio y de ojos azules. Era un rebelde que luchaba contra el gobierno. Nos dijo que nos podía ayudar, que nos podía llevar a un lugar seguro donde había más gente como nosotros.
Así fue como llegamos al refugio subterráneo. Era un antiguo búnker militar que los rebeldes habían tomado por asalto. Allí había unas cien personas, entre hombres, mujeres y niños. Todos tenían una historia parecida a la nuestra: habían perdido a sus familias, sus hogares, sus sueños...
Alex se convirtió en nuestro amigo. Él nos enseñó a sobrevivir en ese mundo cruel. Nos enseñó a usar armas, a esquivar balas, a robar comida, a escapar de los soldados... Nos dijo que teníamos que luchar por nuestra libertad, que algún día ganaríamos la guerra y que volveríamos a ser felices.
Yo no le creí. Yo sabía que eso era una mentira. No había esperanza para nosotros. Solo había dolor y sufrimiento.
Pero no se lo dije. No quería decepcionarlo. Él era el único amigo que tenía, aparte de Sara.
Así que seguí su ejemplo. Salía con él a buscar provisiones, a sabotear al enemigo, a enfrentarme a los peligros de la superficie.
Hoy he decidido ir solo a buscar provisiones. No quiero arriesgar a nadie más. Además, creo que soy el más hábil para esta tarea. Tengo experiencia en robar, esquivar y escapar. Sé cómo moverme por las calles sin llamar la atención.
He elegido una zona donde había muchos soldados. Sé que es peligroso, pero también sé que es donde hay más recursos. Los soldados tienen comida, agua, medicinas, armas... Todo lo que necesitamos para sobrevivir.
He salido del refugio con cuidado, evitando los controles y las patrullas. He llevado conmigo el arma que le robé al soldado que me quiso matar ayer. Es una pistola vieja y oxidada, pero funciona. La guardo en mi bolsillo, por si acaso.
He caminado por las calles desiertas, buscando alguna tienda o almacén que no estuviera saqueado o vigilado. He pasado por delante de edificios derruidos, coches quemados, carteles propagandísticos... Todo me recuerda lo mal que está el mundo.
De repente, he visto algo que me ha llamado la atención. Una panadería. Estaba intacta, como si el tiempo se hubiera detenido. Tenía el escaparate lleno de pasteles, galletas, panes... Me ha entrado el hambre solo de verlos.
He mirado a mi alrededor, buscando algún signo de peligro. No he visto a nadie. Parecía que la panadería estaba abandonada.
He decidido entrar. He empujado la puerta con cuidado y he entrado en el local. He olido el aroma dulce de la repostería. Me he sentido como en un sueño.
He ido directo al mostrador y he cogido una bolsa de papel. He empezado a llenarla con todo lo que he podido. No me he parado a pensar en lo que hacía. Solo quería llevarme todo lo posible.
He llenado la bolsa hasta arriba y he salido corriendo de la panadería. No quería perder más tiempo. Tenía que volver al refugio cuanto antes.
Pero cuando he salido a la calle, me he encontrado con una sorpresa.
Un soldado.
Estaba apoyado en la pared, fumando un cigarrillo. Me ha visto salir de la panadería con la bolsa y me ha sonreído.
- Hola, chico - me ha dicho-. ¿Qué tienes ahí?
Me he quedado paralizado. No sabía qué hacer. Tenía el arma en el bolsillo, pero no me atrevía a sacarla. El soldado tenía un rifle colgado del hombro y una pistola en la cintura. Podría matarme antes de que yo reaccionara.
- Nada... - he balbuceado.
- No me mientas - ha dicho el soldado-. Sé lo que has hecho. Has robado en la panadería.
Me ha mirado con curiosidad.
- ¿Tienes hambre? - me ha preguntado.
He asentido con la cabeza. No podía negarlo.
- ¿Y dónde vives? - me ha preguntado.
He negado con la cabeza. No podía decírselo.
- Vamos, no seas tímido - ha dicho el soldado-. Yo no te haré daño. Solo quiero ayudarte.
Me ha sorprendido su tono amable. No era como los otros soldados que había conocido. Los otros eran crueles y violentos. Este parecía diferente.
- ¿Ayudarme? - he repetido.
- Sí, ayudarte - ha dicho el soldado-. Mira, yo no estoy de acuerdo con lo que hace el gobierno. Yo no quiero matar a nadie ni oprimir a nadie. Yo solo quiero paz y justicia.
Me ha mirado con sinceridad.
- Yo sé que hay mucha gente como tú, que sufre y que necesita ayuda. Yo quiero ayudaros. Quiero llevaros a un lugar seguro, donde podáis tener comida, agua, medicinas, educación... Todo lo que merecéis.
Me ha sonado demasiado bonito para ser verdad. No podía creerle.
- ¿Y por qué harías eso? - le he preguntado.
- Porque soy un soldado, pero también soy un ser humano - ha dicho el soldado-. Y porque tengo un hijo de tu edad, que murió en esta guerra. Él era como tú. Un niño inocente que solo quería vivir.
Me ha enseñado una foto que llevaba en el bolsillo. Era un chico rubio y de ojos azules, que sonreía feliz.
- Se llamaba Lucas - ha dicho el soldado-. Era mi único hijo. Lo perdí hace un año, cuando una bomba cayó sobre nuestra casa. Desde entonces, no tengo nada que me ate a este mundo. Solo quiero hacer algo bueno antes de morir.
Me ha conmovido su historia. Me ha recordado a la mía. A la de mis padres. A la de Sara.
- Lo siento - he dicho.
- No tienes que sentirlo - ha dicho el soldado-. Tú no tienes la culpa de nada. Tú eres una víctima de esta guerra. Como yo. Como todos.
Me ha tendido la mano.
- Ven conmigo - me ha dicho-. Te llevaré a un lugar seguro. Te presentaré a otros niños como tú. Te daré todo lo que necesites. Te protegeré.
Me ha tentado su oferta. Me ha parecido una oportunidad única. Una esperanza.
He dudado un momento. He pensado en Sara. En Alex. En los demás.
- ¿Y qué hay de mis amigos? - le he preguntado.
- No te preocupes por ellos - ha dicho el soldado-. Yo también los ayudaré. Solo dime dónde están y yo iré a buscarlos.
Me ha mirado con confianza.
- Confía en mí - me ha dicho-. Soy tu amigo.
He caído en su trampa. He creído sus palabras. He confiado en él.
Le he dicho dónde estaba el refugio subterráneo. Le he dado las coordenadas exactas. Le he revelado nuestro secreto.
Él me ha sonreído y me ha abrazado.
- Gracias, chico - me ha dicho-. Has hecho lo correcto.
Me ha cogido de la mano y me ha llevado a su coche. Me ha dicho que me subiera y que esperara un momento. Que iba a llamar a sus compañeros para que fueran a buscar a mis amigos.
He hecho lo que me ha dicho. Me he subido al coche y he esperado.
Pero no pasó mucho tiempo antes de que me diera cuenta de mi error.
Oí unos sonidos de disparos y explosiones en la dirección del refugio.
Me asomé por la ventana y vi una nube de humo y fuego.
El soldado había mentido.
No había ido a ayudar a mis amigos.
Había ido a matarlos.
No puedo creer lo que he hecho. He traicionado a mis amigos. He entregado el refugio al enemigo. He causado la muerte de todos.
Todo por confiar en un soldado. Todo por dejarme engañar por sus mentiras.
Me odio a mí mismo. Me quiero morir.
Pero no puedo. Tengo que saber si Sara está bien. Tengo que encontrarla. Tengo que salvarla.
Es lo único que me queda.
Así que reacciono. Saco el arma del bolsillo y le apunto al soldado. Él está hablando por el teléfono, riéndose de su hazaña. No se da cuenta de que estoy despierto.
- ¡Basta! - le grito.
Él se gira y me mira con sorpresa.
- ¿Qué haces, chico? - me dice.
- Suéltame - le digo.
- No seas tonto - me dice-. No tienes escapatoria.
- Suéltame o te mato - le digo.
- No me hagas reír - me dice-. No tienes valor para disparar.
Me equivoca. Le disparo. Le doy en el pecho. Él se tambalea y cae al suelo. La sangre mancha su uniforme gris.
No siento nada. Ni pena ni remordimiento. Solo rabia y dolor.
Abro la puerta del coche y salgo corriendo. Dejo atrás al soldado muerto y a su coche destrozado. No me importa nada más que llegar al refugio.
Corro por las calles, esquivando los obstáculos y los disparos. No sé cómo lo hago, pero lo hago. Llego al lugar donde está la entrada al refugio. Está oculta bajo una tapa de alcantarilla.
La abro y bajo por la escalera. Entro en el túnel que conduce al búnker. Enciendo una linterna que llevo conmigo y avanzo por el pasillo.
Lo que veo me horroriza.
Hay cadáveres por todas partes. Son los cuerpos de mis amigos, de mis compañeros, de mi familia. Los reconozco por sus rostros, por sus ropas, por sus heridas. Algunos están quemados, otros destrozados, otros mutilados.
Los soldados han entrado en el refugio y los han matado a todos. Sin piedad ni compasión. Solo por diversión.
Busco entre los cadáveres a Sara y a Alex. No los encuentro. Espero que estén vivos. Espero que hayan podido escapar o esconderse.
Sigo avanzando por el pasillo, buscando alguna señal de vida. Llego a la sala donde dormíamos Sara y yo. Está vacía y destrozada. Nuestra cama está hecha pedazos. Nuestras cosas están tiradas por el suelo.
No hay rastro de Sara.
Siento un nudo en la garganta y unas lágrimas en los ojos.
¿Dónde está Sara? ¿Qué le han hecho?
Sigo buscando, desesperado. Llego a la sala donde estaba el generador eléctrico. Está apagado y roto. Los cables están cortados y las luces están fundidas.
Hay más cadáveres en el suelo. Entre ellos, veo uno que me llama la atención.
Es Alex.
Está tendido boca arriba, con una mancha de sangre en el pecho. Tiene los ojos abiertos y la boca entreabierta.
Me acerco a él y le toco el cuello. Tiene pulso, pero muy débil.
Está vivo, pero no por mucho tiempo.
- Alex... - le digo.
Él mueve los labios y me mira con dificultad.
- Leo... - me dice.
- Alex, soy yo, Leo - le digo.
- Leo... - repite.
- Alex, ¿qué ha pasado? ¿Dónde está Sara? - le pregunto.
Él hace un esfuerzo y me responde.
- Los soldados... han entrado... han matado a todos... - me dice.
- Lo sé, lo sé... - le digo.
- Sara... la han secuestrado... se la han llevado... - me dice.
- ¿Qué? ¿Qué dices? - le digo.
- Sara... la han secuestrado... - repite.
Me quedo helado. No puedo creerlo.
- ¿Quién? ¿Quién se la ha llevado? - le pregunto.
Él me mira con tristeza y me dice.
- Un soldado... el que te hizo decir dónde estaba el refugio, según sus palabras...
Me siento como si me hubieran clavado un puñal en el corazón. Me doy cuenta de lo que he hecho.
He entregado a Sara al enemigo. He causado su secuestro. He sido un idiota.
- No... no puede ser... - digo.
- Sí... sí puede ser... - dice Alex.
Me mira con compasión y me dice.
- No es tu culpa, Leo... no lo sabías... él te engañó...
- Sí es mi culpa, Alex... yo le dije dónde estábamos... yo le abrí la puerta... yo soy el responsable de todo esto...
Me odio a mí mismo. Me quiero morir.
Pero Alex no me deja. Me coge de la mano y me dice.
- No, Leo... no te culpes... no te odies... no te rindas...
Me mira con fuerza y me dice.
- Tienes que vivir, Leo... tienes que seguir adelante... tienes que encontrar a Sara...
Me mira con esperanza y me dice.
- Tienes que salvarla, Leo... tienes que rescatarla... tienes que vengarte...
Me mira con amor y me dice.
- Te quiero, Leo... eres mi amigo... eres mi hermano...
Me hace una última petición y me dice.
- Prométeme algo, Leo...
Le miro a los ojos y le digo.
- Dime, Alex...
Él me dice.
- Prométeme que harás pagar a los responsables de esto...
- Te lo prometo, Alex...
Él sonríe y cierra los ojos, para nunca abrirlos más
Sostengo el cuerpo de Alex en mis brazos. Está frío y rígido. No puedo creer que esté muerto. No puedo creer que lo haya perdido.
Él era mi amigo. Mi único amigo. El único que me entendía. El único que me apoyaba. El único que me quería.
Ahora está muerto. Como todos los demás.
Miro a mi alrededor y veo la masacre. Veo los cadáveres de mis compañeros, de mis hermanos, de mi familia. Veo la sangre, el fuego, la destrucción.
Todo por mi culpa.
Yo les he traicionado. Yo les he entregado al enemigo. Yo les he condenado a la muerte.
Todo por confiar en un soldado. Todo por dejarme engañar por sus mentiras.
Me odio a mí mismo. Siento que podría casar la pistola en mi bolsillo y dispararme en la cabeza por mi estupidez.
Pero no puedo. Tengo que cumplir mi promesa. Tengo que encontrar a Sara. Tengo que salvarla. Tengo que vengarme.
Es lo único que me queda.
Así que reacciono. Dejo el cuerpo de Alex en el suelo y le cierro los ojos. Le digo adiós y le doy las gracias. Le digo que lo siento y que lo cumpliré.
Luego, me levanto y cojo el rifle que tenía Alex. Lo cargo y lo apunto al techo. Disparo varias veces, haciendo un agujero por el que puedo salir.
Salgo del refugio y me encuentro con el caos de la superficie. El sol se ha puesto y la noche ha caído. El aire está frío y oscuro. El silencio es sepulcral.
No hay nadie a la vista. Solo hay rastros de la batalla. Balas, casquillos, granadas, explosivos... Todo lo que los soldados han usado para matar a mis amigos.
Busco entre los restos algún vehículo que pueda usar para escapar. Encuentro una moto abandonada, con las llaves puestas y el depósito lleno. La arranco y me subo a ella.
No sé dónde ir. No sé dónde está Sara. No sé si está viva o muerta.
Pero tengo una pista. El soldado que me engañó. El que se la llevó.
Tengo su foto en el bolsillo. La saco y la miro.
Es un hombre de unos cuarenta años, moreno y de ojos verdes. Tiene una cicatriz en la mejilla izquierda y una insignia en el pecho.
La insignia dice su nombre: Coronel Martínez.
Es el líder de los soldados del gobierno en esta zona. Es el responsable de todo esto.
Es mi objetivo.
Me guardo la foto y arranco la moto. Me dirijo hacia el centro de la ciudad, donde está el cuartel general del gobierno.
Sé que es una locura. Sé que es un suicidio.
Pero no me importa.
Solo quiero encontrar a Sara.
Solo quiero salvarla.
Solo quiero vengarme.
Quiero ser ese Karma
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