Capítulo 23
Nuestra travesía continúa en el río Nilo. Ivar no parece demasiado entusiasmado con la idea de practicar un deporte acuático dada la vestimenta que lleva. Se resiste, pero no pienso parar hasta hacerle caer en la tentación. Voy varios pasos por delante suya. Él apenas avanza y eso me desespera.
—¡No te hagas de rogar! — le digo mientras agarro sus manos y tira de ellas en mi dirección a la par que camino de espaldas.
—El agua y yo no nos llevamos muy bien.
—¿Intentas decirme que no sabes nadar?
—Claro que sé. Pero no me gusta darme chapuzones.
—¿Quién ha dicho que vayamos a darnos un chapuzón? — eso parece tranquilizarle un poco más. Los músculos de su espalda, hombros y cara se relajan un poco. Ya no opone fuerza para caminar y eso facilita el desplazamiento.
—Entonces, he de pasar a la segunda suposición. Vas a ahogarme en cuanto me despiste.
—No puede ser. Has descubierto el plan infalible en el que he estado trabajando durante años.
Menea la cabeza.
A las orillas del río hay un bote de pedales. Pellizco mi vestido con mis dedos para evitar que se humedezca la parte inferior y subo a la barca sin problemas. Ivar ve cómo sus mocasines se hunden en la arena húmeda. Enarca sus cejas, mirando al cielo.
—No tengo alternativa, ¿verdad?
—No.
Sube ágilmente a la barca. Tomamos asiento y, sin esforzarnos hasta el punto de acabar exhaustos, pedaleamos al son. Al principio es caótico. Giramos en círculos y en más de una ocasión estamos a punto de impactar contra la orilla. Pero juntos conseguimos redirigir la barca hacia un lugar seguro y despejado.
—No te arrepentirás.
—Creo que no te haces una idea de cuánto cuestan estos mocasines.
—Su valor no puede compararse con el de las bellas vistas que van a estar a tu alcance dentro de poco.
—Es una forma romántica de decir que he tirado mil quinientos dólares estadounidenses a la basura.
—¡Qué barbaridad! ¿Por qué te compras unos zapatos tan caros? ¿A caso tenían pepitas de oro o música?
—Me los compré para un evento importante.
—Oh, claro. Todo el mundo se fija en los pies cuando va a una fiesta.
Él ríe con ganas ante mi comentario.
—¿De qué te ríes?
—Siempre dices lo primero que se te pasa por la cabeza sin importar qué pueda ser.
—Como a ti. ¿Qué fue eso de que soy lo más cercano a una familia que tienes aquí? No resultó nada creíble.
—Después de pensar que íbamos a contraer matrimonio, creo que perfectamente podían haberse tragado esa mentira.
—Nada más escucharle decir a Rashidi que era tu enamorada, se me revolvió el estómago. Casi me ahogo con el vómito.
—Aunque no lo pareciera, estaba cancelándote con una "x".
—¿Cancelándome a mí? Yo sí que debería cancelarte a ti por pretensioso. Y especialmente por esos sucios zapatos. Estás dejando la barca hecha un asco.
—Puedes bajarte de ella cuando quieras.
—De eso nada.
Seguimos pedaleando mientras el sol empieza a caer y el cielo se vuelve de un tono anaranjado precioso. Las palmeras se reflejan en las aguas del río. Algunas aves se acercan volando para poder beber un poco. A lo lejos se alzan las pirámides de Guiza, en tamaño diminuto debido a la distancia que nos separan de ellas. Perfectamente alienadas y de tamaño variable, bañan sus perfiles en las aguas del río Nilo. El sol está descendiendo justo por detrás de ellas.
Ninguno dice nada. No hay palabras para expresar lo que sentimos al ver tanta belleza junta ante nuestros ojos. El atardecer es un espectáculo precioso que, unido a la increíble visión de las enormes pirámides de Egipto, con una apasionante historia detrás, extienden un sentimiento mágico.
Dejamos la barca en la orilla, atada con una pequeña cuerda, y nos desperezamos. Llevamos mucho tiempo sentados y los músculos se nos han agarrotado. Ivar se dispone a ir hacia el coche cuando le agarro la mano para retenerle un poco más junto a la orilla. Él me mira sin entender qué pretendo.
—¿Sabes que, antiguamente, los egipcios creían que el río Nilo tenía poderes curativos?
—¿Y eran ciertos?
—Las aguas termales se usan para tratar algunas enfermedades de las articulaciones y los músculos, así como dermatitis y, en algunos casos, dependiendo de la temperatura del agua, la fiebre.
Humedezco mi mano en la orilla del río y, cuanto más rápido puedo, me acerco a mi acompañante para hacerle una pequeña "x" en la frente con mi dedo pulgar húmedo. Él mira hacia abajo para poder mirarme directamente a los ojos.
—No tengo ningún problema de ese tipo.
—Antes, durante el almuerzo, me dio la sensación de que, lo que contabas acerca de tu familia, era real. No sé qué ha ocurrido entre vosotros, pero en tus ojos pude ver que te afectaba. Así que espero que puedas sanar por dentro.
Mira más allá de mi cabeza. Parece pensativo e incluso algo incómodo por haberse expuesto demasiado, hasta el punto de que me haya dado cuenta de ese hecho. Se aparta de mí para ir hacia la orilla del río, humedece su mano en ella, con delicadeza, y vuelve nuevamente conmigo. Traza con su dedo pulgar una "x" en mi frente.
—Desconozco qué hay detrás de aquel hombre que con tanta dureza estaba tratándote, pero pude ver que había emociones arraigadas muy profundo. Espero que esta agua ayuda a tus heridas a cicatrizar.
Ya casi ha caído por completo el sol. Volvemos al coche, sintiéndonos diferentes. Ese momento, junto al río, nos ha unido de una forma especial. Por un momento hemos dejado de lado los prejuicios y simplemente nos hemos atrevido a mostrarnos vulnerables. Cada vez sabemos más el uno del otro y eso puede ser peligroso.
—Te dije que valdría la pena.
—Es verdad.
—Y aún no has visto nada. Solo han sido pequeñas pinceladas— apoyo mi cabeza en el cristal de la ventana y bostezo. Ha sido un día muy largo, cargado de experiencias, y el cansancio se acumula—. Estoy agotada. Creo que daré una cabezadita.
—No. Ya casi estaremos en el hotel.
—Solo dos minutos.
—No, Nieth, no.
—Una siestecita muy pequeñita,
Antes de que pueda decir algo más ya he cerrado los ojos y los brazos de Morfeo me han envuelto.
Despierto de forma abrupta. Mi cuerpo se deja vencer por la gravedad y caigo en los brazos de alguien que está al otro lado de la puerta que se ha desplazado. Miro a mi alrededor algo desorientada.
—Tú no te pareces nada al príncipe azul que despierta del sueño eterno a Aurora.
—Llevo quince minutos tratando de despertarte. Tienes un sueño realmente profundo. Lo último que se me ha ocurrido ha sido abrir la puerta con cuidado de no dejarte caer y llevarte en brazos a tu habitación.
—¿Seguro que no sigo dormido y esto es una pesadilla?
—Seguro.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Porque se me están durmiendo las piernas de estar agachado para poder sujetarte mejor.
Él me ayuda a incorporarme.
—Con que una cabezadita de dos minutos.
—La he sentido así.
—Ya veo. Al menos esto me ha servido para darme cuenta de que, si necesitara desesperadamente ayuda en la habitación contigua a la tuya, ni siquiera te enterarías.
—Una de dos: o no me enteraría o te ignoraría.
El aparcacoches se pone al volante y marcha hacia el aparcamiento del hotel para dejar a buen recaudo el auto de alquiler de Lathgertha. Es de noche y el letrero que indica el nombre del hotel, en luz blanca, es más llamativo que nunca. No sé qué se cuece en el jardín, pero unas luces moradas se proyectan en la fachada.
—Buenas noches— saluda la recepcionista al vernos aparecer. Ambos tenemos las mejillas un tanto enrojecidas por la exposición prolongada al sol.
—Buenas noches.
—Me muero de hambre— confieso al entrar en el ascensor que acaba de abrir sus puertas justo delante nuestra. Agarro mi estómago y le miro de soslayo.
—La cena la servirán dentro de poco. Creo que, después del día tan intenso que hemos compartido, podemos cenar juntos sin problemas.
—Creo que sobreviviré a una cena con Ivar Lathgertha.
Al estar nuestras habitaciones pared con pared, nos hacemos compañía durante el trayecto que nos separa de nuestras respectivas puertas. Él camina con la chaqueta recayendo sobre su espalda. Yo juego con el pañuelo entre mis manos. Me detengo frente a la 613 y él lo hace junto a la 614.
—Te veré en media hora.
—Súmale cinco minutos más. Quiero hacerme a la idea de que tendré que cenar contigo.
—Treinta y cinco minutos. Ni uno más ni uno menos.
—Perfecto.
—Estupendo— concluye. Entra en su habitación a la misma vez que yo lo hago y coordinamos los portazos.
Quedo apoyada en la puerta, con una pequeña sonrisa, reviviendo el día de hoy, especialmente ese momento cómplice a las orillas del Nilo.
Voy hacia la cama y dejo sobre ella la bolsa con el vestido que he comprado y que he acunado en mi antebrazo. Redirijo mis pasos hacia el servicio para darme un merecido baño de espuma y sales a la luz cálida de las velas. Necesito dejar mi mente en blanco para afrontar el día de mañana. Saco a Ivar Lathgertha de mi mente por todos los medios y el más efectivo es pensar en Marco Dimery. Me gusta imaginar que está restando las horas al reloj para volverme a ver.
Llaman a mi puerta treinta y cinco minutos después. Hoy he decidido estrenar el vestido lila que me he comprado junto a unas sandalias veraniegas. He maquillado mis ojos con eyeliner del mismo tono que el vestido y máscara de pestañas. Para los labios he usado pintura rosada. El cabello me lo he recogido en una cola trenzada en la que he intercalado un pañuelo morado.
Ivar Lathgertha lleva un esmoquin negro con camisa blanca de lino. Alza la mirada al verme aparecer al otro lado de la puerta y sus ojos chocolateados me escanean, reparando especialmente en mis pupilas brillantes. Entreabre sus labios y traga saliva. Salgo de mi habitación y me giro para cerrar, enviándose una oleada de perfume de jazmín.
—Necesitaba cinco minutos más.
—Ahora es demasiado tarde.
—¿Qué te has hecho? Pareces diferente— le miro de arriba a abajo y él se rasca la sien con uno de sus dedos. Chasqueo mis dedos y abro un poco mis ojos—. Ya sé. Te has cambiado de zapatos.
—Para que después digas que nadie se fija en los pies.
No vamos al comedor sino al bar que alcancé a ver en una ocasión a través del balcón de mi habitación. El jardín que le envuelve desprende humedad y un olor increíble. No hay nadie más a nuestro alrededor. Una única mesa iluminada por la luz de una vela protegida dentro de una cúpula de cristal. En la servilleta de la derecha una rosa con un aspecto impecable.
—¿Qué es todo esto? Creo que se han equivocado.
—Pedí expresamente que preparasen esta mesa para nosotros dos y que nadie más tuviera acceso a la zona durante la cena.
—¿Por qué?
—Has accedido a cenar conmigo. Es motivo de celebración. Tenía que ser por todo lo grande.
Retira mi silla y me indica que tome asiento. Lo hago sin caber en mi asombro y me dejo arrimar hacia la mesa. Antes de ir a su correspondiente lugar, toma la rosa de la servilleta y la tiende en mi dirección.
—Una rosa para ti.
—No vas a conseguir que me pinche con las espinas.
—Espero que no sea como en el cuento de la Bella Durmiente y acabes sumida en un profundo sueño. No sabría qué hacer.
Un camarero viene y nos sirve vino blanco. Deja la botella en la mesa a petición de mi acompañante. Se retira para emplatar la comida que va a servirnos esta noche. Miro hacia un lado y puedo ver un enorme estanque rodeado de palmeras, iluminado con unas luces moradas. En el ambiente se respira magia.
—Rashidi se tomó bastante mal mi forma de marcharme. Ha decidido no invertir en el proyecto.
—Lo siento. Sé que yo he tenido algo que ver y sé lo importante que era este proyecto para ti.
—Tú no tienes la culpa de nada. En realidad, me has abierto los ojos. He podido ver con qué clase de personas estaba haciendo negocio— explica, jugando a darle vueltas a su copa de vino—. Ha aparecido un nuevo inversor interesado que ofrece mayor capital. Su nombre es Iqval Mustafá. Hemos quedado mañana en su barco para cerrar el trato y disponerlo todo para la puesta en marcha del proyecto.
—Qué alivio. Casi me da un infarto al pensar que había arruinado tus planes.
—Nada de eso. Los has mejorado.
Coinciden nuestras miradas brillantes. La llama de la vela se refleja en las pupilas y da un toque cálido al rostro.
—Me he asegurado personalmente de que no guarde ninguna relación con Rashidi Abdel y Hanbal Farid. Puedes estar tranquila. Nadie volverá a tratarme mal mientras yo pueda evitarlo.
—Ojalá no vuelva a saber nada nunca más de esa persona.
—Cuando volvamos a Nueva Orleans quedará atrás. No tendrás que verle de nuevo.
—Brindo por eso.
Alza la copa y la hace tintinear con la mía. Bebemos a la par. Paso mi lengua sobre mi labio inferior humedecido por el vino y al levantar la mirada me encuentro con la suya posada en mí. Busca rápidamente un nuevo lugar donde ubicarla. Juguetea con la esquina de la servilleta.
El camarero vuelve con la comida en la bandeja de plata.
—Molokheya de primer plato. Buen provecho.
—Muchas gracias.
—Gracias— concluye Ivar.
Miro la sopa verde con una sonrisa de oreja a oreja y él también lo hace. Por un momento siento que ambos estamos pensando en lo mismo y el tiempo me lo confirma.
—Suerte que no es azul.
—No he vuelto a mirar a la sopa igual desde entonces.
—No estaba mal— continúo, riendo.
—Tienes razón. Estaba peor.
Con una cuchara rebaño un poco de caldo y lo tomo a pequeños sorbitos mientras le soplo para que se enfría un poco.
—A las chicas les encantaría estar aquí conmigo.
—Puede que sea una pregunta indiscreta, pero ¿qué os une a cada una? Es decir, no sois familia, aunque parecéis una.
—No compartimos lazos sanguíneos, pero es como si fuésemos familia. Cada somos de una parte del mundo diferente. Nos conocimos en España. Todas tenemos una historia detrás. Y Susan es como nuestra segunda madre. Es el lazo de unión. Gracias a ella conocí a Ruby y a April.
—Y, ¿cuál es tu historia?
—La de una mariposa a la que le han dañado las alas. Es algo de lo que no me gustaría hablar esta noche.
—Espero que vuelvan a crecer esas alas con el tiempo— dejo la cuchara en el plato y él ni siquiera la agarra de la servilleta. Hace una seña al camarero para que se acerque—. ¿Pedimos el segundo plato?
—Por favor. La sopa me trae malos recuerdos.
Durante la cena probamos platos realmente deliciosos y hablamos de muchas cosas. Los silencios duran relativamente poco y no son para nada incómodos. El ambiente se vuelve más maravilloso si cabe gracias a unos fuegos artificiales que nacen en el cielo nocturno. El camarero decide ambientar un poco junto a su compañero de trabajo. Tocan el arpa y la flauta recta egipcia respectivamente.
Levanto la vista del plato de brownie con helado de vainilla que estoy tomando de postre para escrutar la mano que yace suspendida en el aire y en mi dirección. Recorro el antebrazo hasta la altura del hombro y de ahí salto a los ojos color chocolate de la persona que está de pie a mi lado.
—¿Bailas conmigo?
—No quiero echar la papilla.
—No será tan catastrófico— deposito mi mano sobre la suya y la envuelve con sus dedos con una ligera presión. Me pongo en pie y dejo que sea él quien me guíe hacia un lado del jardín para poder bailar sin correr el riesgo de recibir un aparato accidente. Mantengo las distancias con su cuerpo desde un comienzo, pero a medida que el tiempo transcurre me aproximo más y más sin razón aparente—. Es increíble.
—Gracias.
—Me refería a la luna— dice, carraspeando y mirando hacia el cielo nocturno. Ahora mismo deseo que la tierra me trague y me escupa muy lejos de ahí. Miro a mis espaldas y puedo presenciar una espléndida luna llena reinando en el firmamento—. No aceptarías un cumplido de mi parte.
—Tienes razón. Sería difícil de digerir.
Escondo mi rostro en su hombro para que no pueda ver el rubor de mis mejillas nacido a causa de la vergüenza que me reconcome.
—Y, aunque no me lo permitas, sería honesto por mi parte decir que esta noche hay algo más increíble que la luna.
—Has bebido mucho vino.
—Puede ser. Pero mis ojos siguen siendo los mismos.
Giramos lentamente, sosteniéndonos la mirada y con las estrellas de testigo. Sentir el calor emanar de mi cuerpo y mezclarse con el mío es una sensación embriagadora. Sus exhalaciones impactan contra mis mejillas. Su mano amoldándose a la mía a la perfección y sus pies coordinados con los míos.
—Yo también tengo un cumplido para ti. Tienes mejor aspecto que el vómito que voy a echar si no dejas de hacerme girar.
—Me deja sin palabras tu lisonjería.
—Puedo notarlo.
Reímos al unísono.
Seguimos bailando por un tiempo más, incluso cuando la música para, y simplemente nos queda el silencio. No nos damos cuenta de ello. La luz de los fuegos artificiales incidiendo sobre nosotros y la brisa colándose en el pelo. Cuando cruzamos mirada es como si el tiempo se ralentizara, buscando detenerse por completo.
No es hasta que apagan las luces del jardín cuando caemos en la cuenta de lo tarde que se ha hecho. Entonces, volvemos a la habitación. Ninguno de los dos dice nada ni durante la subida en el ascensor ni a lo largo del pasillo. La complicidad que se genera entre nosotros en determinadas situaciones es desconcertante.
—Dulces sueños, lirón.
—¿Cómo me has llamado? — aporreo su puerta justo después de que entre y cierra. No puedo verle, pero le imagino con la espalda adherida a la puerta y una amplia sonrisa—. Quieres jugar a este juego. Tú lo has empezado. Si yo soy un lirón, tú eres un tejón. Exacto, es el animal más temible del mundo.
Me adentro en mi habitación y cierra con fuerza. Pisoteo un par de veces en el mismo lugar y camino hacia la cama. Dejo que sea la gravedad la que me arrastre. Todavía con la flor en la mano, la alzo y aprecio el aroma tan dulce que desprende mientras miro la luna a través de la ventana.
¿Qué tiene Egipto para que se respire magia en cada grano de arena?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top