Capítulo 2
Tal y como predijo April, tía no se mostró muy abierta a abandonar todo y echar a volar a un nuevo continente, con otras costumbres y hábitos, para comenzar de cero. Nos costó un poco convencerla de que era la oportunidad de nuestras vidas. Probablemente lo que hizo que se ablandara fuera nuestra ilusión acompañada de las palabras que nos dijo un día antes: La vida puede ser muy caprichosa, por eso hay que vivirla a cada segundo.
Fue pronunciar un sí y nos encerramos en la habitación a las apuradas para hacer el equipaje. Ruby tiraba camisetas a sus espaldas con la esperanza de acertar alguna en su maleta abierta sobre la cama. April llamaba para comprar cuatro billetes de avión con destino a Nueva Orleans. Mi misión fue ayudar a Susan a preparar su equipaje haciendo pausas para marcarme un baile al que sacaba a mover el esqueleto a mi compañera.
Y así es como acabamos sentadas en los asientos de un avión. Detrás de mí está April enseñándole a tía unas fotos de la casa donde vamos a alojarnos, mientras ella se muestra sorprendida por el color lila de la fachada. Ruby a mi lado está perforándose los oídos con unos cascos blancos, moviendo la cabeza al ritmo de la música.
Apoyo mi mentón en mis nudillos y reconduzco mi mirada hacia la ventana a través de la que se puede ver la ciudad de Madrid haciéndose cada vez más pequeña a medida que vamos ganando altura, hasta casi quedar enmascarada más allá de un manto de nubes iluminadas por el sol.
Una duda asalta mi mente y no tiene pinta que vaya a dejarme hasta que comience mi nueva vida: ¿Encontraría un hogar en Nueva Orleans?
—Nieth, ¡mira! ¡Ya llegamos! — grita Ruby a mi lado, abalanzándose sobre mi cuerpo para poder ver más allá de la ventanilla de mi derecha. Despierto algo sobresaltada y antes de que pueda reaccionar, la chica ya me ha agarrado de la barbilla y ladeado la cabeza en dicha dirección—. ¡Bienvenidas a Nueva Orleans!
Una ciudad de altos edificios y calles abarrotadas de gente nos recibe con los brazos abiertos. La azafata nos conduce hacia la salida, indicándonos que recojamos nuestro equipaje en el interior del aeropuerto internacional de Louis Amstrong. Y hacia allá nos ponemos rumbo, casi corriendo, con muchas ganas de comenzar ya la aventura.
—¿Tomaremos un taxi?
—No, tía. Los taxis cuestan muy caros— contesta April. Hace una pausa para beber un sorbo de una botella de agua que ha adquirido en el avión durante el trayecto—. Usaremos el St Charles Streetcar.
—¿Y eso qué es?
—Un tranvía antiguo. Típico de aquí. Nos dejará al oeste del Garden District.
—No te preocupes, tía. Nosotras conocemos absolutamente todo de Nueva Orleans. Estás en buenas manos.
Ella me mira y sonríe, más tranquila.
—Aquí están los equipajes— Ruby va agarrando todos los que reconoce de la cinta mecánica y dejándolos de pie sobre el suelo. Permanece inmóvil, esperando a que su equipaje aparezca, pero este no está por ninguna parte. Es como si se lo hubiera tragado la tierra—. ¡Eh! ¿Dónde están mis cosas? ¡Escúpelas, maldita máquina!
Golpea la boca donde se pierde la cinta. Intento pararla antes de que alguien decida detenernos por dicho comportamiento.
—Ruby, hablaremos con el encargado.
—¿Por qué me tienen que pasar estas cosas a mí? — se da en la frente con la palma y camina a mi lado—. Oye, ¿crees que será como en las películas? Ya sabes, cuando la protagonista pierde su equipaje y gracias a eso acaba conociendo al amor de su vida.
—Quién sabe— sonrío y le paso el brazo por encima de los hombros. Esperamos a que el mostrador se desaloje para poner al día a la persona encargada de lo ocurrido—. Hola. Hemos sufrido un pequeño contratiempo. El equipaje de mi amiga debe haberse extraviado.
—Suele pasar con más frecuencia de la que creen. ¿Puede darme los datos personales y una descripción del equipaje?
—Sí. Claro.
Ruby está entretenida leyendo un folleto. Le doy un codazo entre las costillas para que deje de hacer eso y eche cuenta. Me dedica una mirada envenenada acompañada de un leve quejido de dolor.
—Tú peor pesadilla si no encuentras mi equipaje. Y era de color naranja— deja sobre el mostrador una tarjeta de papel con diseño de globos de colores donde se puede leer su nombre verdadero y su número de teléfono. El encargado lo guarda y mira a la chica, que le desafía con un gesto—. Más le vale encontrarlo.
—Las alturas te dejan trastornados— me apresuro a decir para justificar la actitud de mi amiga. El hombre hace amago de una sonrisa que no llega a nada. Agarro por el brazo a la chica y me alejo del mostrador—. Ruby, no puedes ir buscando gresca con todo el mundo.
—Son una panda de incompetentes. Además, está justificado si han perdido mi almohada. I'can't sleep without my pillow.
Ese contraste de idiomas me saca más de una sonrisa. Es interesante oír a las chicas hablar de vez en cuando en su lengua materna. Yo también tengo la mía, pero lo cierto es que era frecuente que hablara en español al estar en contacto con viajeros de distintas partes de España que iban a visitar Egipto. Algunos se quedaban a vivir en el Cairo y se ganaban la vida en el mercado.
—¿Encontraste el equipaje?
—Podría haberlo hecho si Azeneth... Nieth, perdón, me hubiera dejado pasar por encima del mostrador para estrangular al encargado.
—D'accord— deja a la chica detrás hablando con Susan, que le garantiza que le encomendarán a San Cucufato la misión de encontrar el equipaje—. Les hauteurs.
Sonrío.
—Sí. Las alturas.
Fuera, junto a unas vías, está el tranvía que debemos coger. Es de color verde, con una doble puerta roja, y una serie de ventanas que se abren paso a lo largo de todo el cuerpo, permitiendo la entrada de la luz. Estas también adoptan un tono rojo. Su aspecto trae recuerdos de épocas pasadas y te invita a fantasear con la vida de aquel entonces. El tranvía contiene, en uno de sus laterales, publicidad acerca de una aplicación llamada face to face que consiste en conectar vía videollamada con personas que pasan por tu lado.
—Dejaremos el equipaje en casa e iremos a almorzar, ¿de acuerdo? Tengo el estómago agujereado del hambre que tengo.
—Podemos comer por la calle Bourbon y de paso acercarnos al local de Lea— propone April. Se agarra a una barra superior y se asoma a través de la ventana. El tranvía circula por unas vías rodeadas de un césped verde como sus ojos y salpicado de tierra. Los comercios están abiertos y se suceden los unos a los otros. Todo el mundo parece realmente animado. Unos músicos pasan tocando sus instrumentos por la calle—. A mi hermanita Sally le encantaría estar aquí.
—Algún día podrás pagarle un billete a ella y a tu madre para que vengan a conocer Nueva Orleans. Haremos que estén orgullosas, April.
Esboza una sonrisa y asiente. Tiene los ojos anegados. Una de las peores cosas de este mundo es echar de menos. Y April Debois extraña con cada respiración que toma.
La zona céntrica de la ciudad queda atrás y nos adentramos en el área residencial, saltando de barrio en barrio, pasando de largo los que son más lujosos. Susan inmortaliza nuestro viaje en tranvía con ayuda de su teléfono móvil. Todas posamos de forma divertida, dejando constancia de la complicidad existente. Ver las fotos en la galería nos roba alguna que otra sonrisa.
—Tenemos que bajarnos aquí— anuncia Ruby. Las puertas del tranvía se abren al llegar a la correspondiente parada. La chica de cabello rosado intenta coger el equipaje de April para acelerar el proceso y eso casi le cuesta su espalda—. What the fuck? ¿Es que traes un muerto entre tus cosas?
—Non. Livres en français.
Agarro mi equipaje y bajo del tranvía.
Una casa de fachada lila, al estilo shotgun houses. Lo que viene siendo una vivienda rectangular y pequeña, con habitaciones ubicadas una detrás de la otra y con puertas delanteras y traseras. El tejado es grisáceo. Y los marcos de las ventanas y puertas adoptan un tono azul. El porche de la casa es tan pequeño que solo da lugar a la cabida de una silla mecedora de madera.
—Tiene un huerto— dice Susan. Parece entusiasmada con la idea. Se asoma en el lateral de la casa para poder ver la zona cultivada. Junto a ella un banco donde sentarse para contemplar la naturaleza y hablarles a las plantas para ayudarles a crecer—. Es una casa muy bonita.
—Ya verás cuando veas el interior— susurro a su lado. Espero a que me acompañe hacia la entrada. Cojo una llave oculta bajo una maceta y abro. La casa está a oscuras, pero tan pronto echamos a un lado las cortinas, todo se ilumina. No es muy grande, pero parece realmente acogedora—. ¿Qué te parece?
Susan va hacia la cocina de encimera naranja con la superficie blanca, suelo de madera, y paredes marrones. Palpa la vitrocerámica con sus dedos mientras mira a su alrededor, pensativa. Las chicas van escogiendo habitación y gritando todo detalle que les emociona del mobiliario.
—¡En mi habitación hay un cuco!
—¡Y en la mía las paredes están cubiertas con discos de vinilo! — grita Ruby tras salir de su habitación y agarrar las manos de la chica francesa. Están tan ilusionadas que no pueden reprimir la sonrisa.
—Empieza a parecer un hogar— concluye Susan. Sus palabras nos calan hondo. Vamos acercándonos hasta la cocina y, sin decir nada, nos abrazamos.
Casa no un lugar sino una persona.
Volvimos a tomar el tranvía tras acomodarnos en casa para ir a la calle Bourbon. Ya miramos en internet con anterioridad algunos de los mejores restaurantes para almorzar, así que, al pasar por la zona, tuvimos clara la elección. No nos arrepentimos. La comida estaba deliciosa. Al igual que no hay día sin noche, no concebimos un almuerzo sin su merecido postre. Ningún sitio mejor para endulzar el día que el Café Du Monde, donde la especialidad es el café con leche y los beignets, unos buñuelos con azúcar glas por encima. ¡Acabamos con azúcar hasta en las pestañas!
Y nuestro recorrido por la calle Bourbon se ve interrumpido por una parada en el local número seis. Una mujer japonesa y de cabello corto negro, nos saluda con una mini reverencia y hace una seña para que le acompañemos hacia el interior. Ha dejado algunos muebles que no va a necesitar.
April está parada en medio de la estancia, acariciándose la barbilla, mientras intenta visualizar en su cabeza el aspecto que siempre ha imaginado para el restaurante. Ruby se acomoda de lado sobre la barra, con un brazo flexionado sosteniendo su cabeza, y las piernas juntas, una sobre la otra.
Susan está hablando con Lea a mis espaldas acerca del alquiler. Camino hacia una de las paredes donde se puede ver el grabado de unas letras japonesas. No sé qué pone, pero estoy convencida de que guarda alguna relación con el cerezo florecido que hay dibujado a su lado. El color rosado de sus flores me recuerda a la primavera y por ende al equilibrio entre la prosperidad y la adversidad.
Eso necesitamos ahora. Florecer para alcanzar la prosperidad. Y, quizás la única forma de ir hacia arriba sea pintando con un pincel y pintura rosa la propia adversidad.
—¿Habéis pensado en algún nombre?
—Pink up— respondo automáticamente. Las chicas me miran como si hubiera sido presa de una revelación. Se me acaba de ocurrir el nombre. No estaba planeado que se llamara así, pero ahora puedo ver que es la denominación perfecta. April y Ruby se muestran convencidas—. Podemos darle otra vuelta, si queréis.
—¡Qué va! Suena genial.
—¡Le veo potencial! Pink up— confiesa Ruby, bajándose de la barra. Va directa hacia Lea, que sonríe al vernos a todas tan felices y eso hace que sus ojos parezcan aún más diminutos—. Nos lo quedamos.
—Si mis niñas dicen que este es el sitio, es porque es el bueno— Susan aprieta la mano de la mujer japonesa para cerrar el trato.
A lo largo de una semana nos empleamos a fondo para darle un cambio radical al local. Pintamos la fachada de un color magenta y el interior anaranjado. El letrero corona el espacio existente sobre el marco de la puerta de entrada. Adquirimos todo el mobiliario necesario y cerca de dos carros repletos de comida que casi tenemos que tirar por un problema eléctrico. Suerte que uno de los dueños de un bar de copas cercano controla el tema y se ofrece a ayudarnos. Incluso nos animamos a montar un pequeño escenario para contar con música en directo mientras los clientes comen.
Para atraer a los clientes organizamos una fiesta de inauguración para la noche del viernes. Nos encargamos de que todo el mundo se entere de la apertura de nuestro negocio gracias a unos folletos que vamos dejando en buzones de casas o dando en mano a las personas con las que nos cruzamos por la calle. El incentivo es una copa gratis junto a un poboy o también conocido como baguette de marisco, carne o pescado frito.
Y llega el viernes tarde. Estoy en mi habitación, pintándome los labios de un tono rosado mate que combina con la blusa que llevo puesta junto con los pantalones vaqueros azulados, cuando alguien llama al timbre. Ruby, que está acostada sobre mi cama, intentando subirse unas medias, me mira.
—¿Esperas a alguien?
—No. A nadie.
—¿Quién puede ser?
—¡Ruby, te buscan! — anuncia April, abriendo la puerta de la habitación. Se ha puesto una falda gris junto a un jersey celeste que hace juego con la sombra que ha elegido para sus párpados esta noche—. Es una chica que pregunta por ti.
Ruby se termina de poner unos pantalones cortos y oscuros sobre las medias negras. No es hasta que termina de anudarse una blusa blanca, a la altura de su ombligo, sobre un top azabache que ha elegido, cuando decide ir a ver quién es.
April y yo estamos tan intrigadas que no dudamos en salir de la habitación y caminar hacia la esquina, donde nos escondemos para no intervenir en la conversación. Guardamos silencio para poder escuchar mejor. Susan, que está en la cocina haciéndose una manzanilla, nos reprende con la mirada.
—Hola— saluda Ruby, desconcertada. Tiene ante ella a una chica delgada, de cabello azul recogido en una cola alta, con la parte posterior a la frente y anterior a la coronilla trenzada. Un arito plateado adorna su labio inferior—. ¿Te conozco de algo?
—¿Ruby?
—Estás de suerte.
—Soy Halsey. El otro día me llevé por error tu equipaje. El mío también es naranja y debí confundirlo. Perdona que no lo haya traído antes. Mi jefe se pasa todo el día mandando y nos tiene a todos la cabeza fundida.
—Apuesto a que su jefe se pasa todo el día de brazos cruzados.
—¡Sh! — me silencia April para no perder el hilo de la conversación. Frunzo el ceño y continúo a la escucha.
—Entonces, ¿Qué hay de tu equipaje?
—Me llegó un par de días después. Por suerte, ahora está todo dónde debe estar.
Ruby está escaneando la figura de la chica. Lleva unos pantalones vaqueros con algunos rotos a través de los cuales se pueden ver sus medias de rejilla y una camiseta algo suelta con el cuello azul y el diseño de una llama en el centro. Halsey también se toma la libertad de mirar a la chica que tiene delante, ejerciendo presión con sus dientes sobre el arito plateado de su labio.
—¿Cómo me has encontrado?
—¿Sabes lo que es la Interpol? Pues igual. Pero en vez de con delincuentes, contigo. La tecnología es el futuro. Puedo oír en mi cabeza a mi jefe diciendo eso.
Ambas ríen.
—Por cierto, me mola tu collar— le dice a Ruby sin tapujos. Ambas comparten un colgante de un ancla que sé de primera mano que, para mi amiga, al menos, es un sello de fortaleza. Un recordatorio de que debe ser fuerte ante la adversidad.
—Y a mí el tuyo— la chica de cabello azul está a punto de marcharse, después de dejar el equipaje junto a la puerta, cuando Egerton da un par de pasos hacia el frente, saliendo de la casa y la llama por su nombre—. ¿Por qué no te pasas esta noche por el número seis de la calle Bourbon? Vamos a dar una fiesta.
—Sí. Puede que me pase.
Le guiña un ojo y se va.
—Empiezo a amar Nueva Orleans.
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