Capítulo 14
No puedo creer lo que estoy viendo. No puede ser cierto. Esto no puede estar pasándonos a nosotras precisamente ahora. ¿A caso fuimos tan malas en otra vida que el universo se ha visto en la obligación de castigarnos con la continua presencia de Ivar Lathgertha en nuestras vidas? Empiezo a estar cansada de sus caprichos.
Ivar Lathgertha está dándoles indicaciones a un hombre que, subido a una escalera, trata de colocar un nuevo letrero con el nombre del restaurante. El empleado vuelve la cabeza hacia atrás cada dos por tres para asegurarse de que su trabajo está quedando como su cliente desea.
—Un poco más hacia la derecha.
—¡Eh, tú! — grita Ruby para llamar su atención y lo consigue. Ivar mira hacia atrás un solo segundo y, como si nada, continúa dando indicaciones.
—Este hombre vive solo para darnos disgustos.
—¿Qué está haciendo? — pregunta en voz alta la francesa, quien tiene el brazo por encima de su hermana pequeña, que está entretenida tarareando una canción.
—Darnos problemas.
Tras decir esas palabras dirijo mis pasos, enfurecida, hacia el hombre de aspecto petulante para plantarle cara. Doy un golpecito con la mano en su brazo para que deje lo que está haciendo y me preste atención.
—¿Qué crees que estás haciendo?
—Tú solita puedes llegar a esa conclusión.
—No vas a cambiar el nombre del restaurante. Así que quítate esa idea de la cabeza.
—Ahora que somos socios creo que es justo que este restaurante cuente con una pequeña aportación mía. ¿Qué te parece Pink up sunrise?
—Me parece que vas a meterte el letrero por donde te quepa. El nombre del restaurante no se cambia. No accederé a tu capricho de niño malcriado.
—Cuánta hostilidad hacia mí. ¿Estaba caducada la leche que has tomado en el desayuno?
Cruzo mis brazos y doy golpecitos con el pie en el suelo. Mi impaciencia no parecía producir ningún tipo de efecto en él. Permanece tranquilo, como si no hubiera nada que perturbara su mente.
—Te doy tres segundos para que desmontes este chiringuito.
—Un poco hacia arriba, está inclinado hacia un lado— sigue sin echarme cuenta. Muerdo mi lengua para no soltarte la primera burrada que pase por mi cabeza. Trato de calmarme y darle tiempo—. Así queda bien. ¿Qué tal sacarle un poco de brillo al lateral izquierdo?
—Dos.
—Podríamos ponerle un foco en la parte inferior. De luz magenta.
—Se acabó.
Le doy un golpe con el hombro al pasar y voy directa hacia la escalera, agarrándome a ella para luego agitarla una y otra vez, como si fuese una hucha de la que pretendo sacar hasta la última moneda de su interior. El desempleado se aferra a ella como si la vida se le fuera en ello, totalmente desestabilizado.
—¿Qué estás haciendo? Pon fin a este ahora mismo.
—Tus tres segundos de cortesía han acabado.
—Nieth, puede hacerse daño. Déjalo de una vez.
—No.
Él se mantiene frente a mí y me mira con ojos amedrentados. No me supone ningún problema mantener la serenidad y una envidiable valentía. Hace por levantar una de sus manos para agarrar la escalera con tal de recuperar el control de la situación cuando le chisto.
—Tócala y juro que la dejaré caer.
—¿Qué quieres?
—Quiero que vuelvas a colgar el letrero anterior y que le prendas fuego a este.
—Somos socios, puedo ostentar este poder.
—No sin antes consultarlo con nosotras. Somos cuatro contra uno. Y, si no me equivoco, eres minoría.
—Te guste o no tendremos que compartir muchas cosas a partir de ahora. Y no podrás estar saliéndote con la tuya.
—Eso ya lo veremos.
Me despisto un solo segundo para comprobar cómo está el trabajador y Ivar me agarra por la cintura desde atrás, levantándome en peso, aprisionándome con sus brazos como quien protege su cuerpo con un cinturón de seguridad. Pataleo al aire mientras golpeo sus manos para que me suelten.
Ruby viene en mi ayuda. Trae consigo una escoba con la que golpea en la espalda a nuestro socio. Deja caer al suelo la herramienta de defensa que ha traído y se sube a la espalda del agredido. April se sitúa delante de mí y tira con fuerza de mis manos para tratar de liberarme. Y Susan le echa la bronca al empleado.
—¡Suéltala! — grita Ruby.
—¿Quiere bajar ya de ahí arriba? ¿No ve lo que ha provocado aquí?
—Pe- pe, pero yo solo estaba haciendo mi trabajo— trata de excusarse el hombre ante la reprimenda de tía. Consigue que este baje de la escalera y le agarra por la oreja, dándole un ligero tirón. El letrero se suelta de un lado y cae hacia abajo, quedando sujeto de un extremo.
—Y muy mal me atrevería a decir.
—¡Ayúdame, April! ¡Aléjame de este ogro!
—¡Lo intento!
—¡Está bien! ¡Ya! — dice Ivar, tajante. Libera mi cuerpo y corro a refugiarme entre los brazos de la chica francesa. Ruby se baja de su espalda y se pasa la mano por la frente para deshacerse del sudor provocado por el esfuerzo. Tiene el cabello despeinado—. Estamos comportándonos como animales.
—Tú has venido directo a por mí como una alimaña.
—Mi nena puede parecer un angelito, pero sabe sacar las garras cuando es preciso. Así que ándate con ojo, Lathgertha, o terminarás convertido en salchicha.
Agarro el letrero por el lado caído y tiro ligeramente de él. Pesa demasiado, así que April me ayuda a agarrarlo por un extremo. Se descuelga el otro lado y el nombre del restaurante cae por completo. Ivar sujeta dicha parte recién desprendida junto al trabajador.
—Esto nos lo llevamos ahora mismo adentro para luego tirarlo en el vertedero.
—Así que despídete de él— continúa April.
—Y más te vale no darnos más problemas o la próxima vez traeré un rastrillo en vez de una escoba.
—Quedas advertido, Lathgertha. Con mis niñas no juega nadie.
Hago el intento de trasladar el letrero hacia el interior del restaurante cuando recibo un inesperado tirón que me hace retroceder un par de pasos. Miro en la dirección que ejerció aquella atracción y me percato de que es mi enemigo el que lo ha causado. Vuelvo a la carga y el resultado sigue siendo el mismo. Nos enzarzamos en un tira y afloja.
—No vas a llevarte y, mucho menos, tirar el letrero. He invertido una cuantiosa cantidad de dinero en él. Así que el letrero se queda.
—El letrero no se va a poner, así que va a la basura.
—Estás equivocada.
—Aquí el único que está equivocado eres tú. Me lo llevo. ¿Cuántas veces son necesarias decírtelo hasta que lo pilles?
—Veo que para ti con un par aún no son suficientes.
—April, tira más fuerte.
—Tom, no sueltes el letrero.
El letrero se acaba cayendo a la acera y agrietándose. Susan va hacia Ivar y le coge un pellizco en el lóbulo de la oreja. Eso me hace sonreír, satisfecha. Aunque mi sonrisa se borra en cuanto tía viene y hace lo mismo conmigo. Ambos tenemos la cabeza inclinada hacia la mujer y nos quejamos del dolor que sentimos.
—¡Ya se acabó este jueguecito! Hay cosas que hacer. Así que quiero a cada olivo en su mochuelo. Aquí mismo hay ahora una línea divisoria invisible. Ninguno de los dos puede cruzarla a menos que sea estrictamente necesario, ¿estamos?
—Él es quién ha empezado.
—Y tú solo lo has empeorado.
—Los dos sois culpables por igual. Uno no se mete en estos berenjenales si no le dan pie a ello. No quiero más riñas. Y, ahora, cada uno a ocuparse de lo suyo.
Ivar se pone bien la camisa después de que Susan le suelte y, tras dedicarme una mirada envenenada, echa a caminar hacia su negocio, situado detrás del restaurante. Me palpo el lóbulo dolorido por el tirón.
—Qué tirón me has dado.
—Mucha paciencia estoy teniendo con vosotros dos.
April va hacia el letrero caído y lo pisotea un poco hasta dejarle hendiduras, y Ruby despacha al hombre, asegurándose de que se sube al primer taxi que pasa por la carretera.
—Hombres— dice Sally, meneando la cabeza y poniendo sus ojos en blanco. Lanzo una mirada en la dirección por la que se fue Ivar Lathgertha.
—Si, hombres.
Ya hay algunos clientes que esperan a ser satisfechos. Kai está tratando de estar en todo, aunque va bastante apurado. Nos ponemos manos a la obra cuanto antes. Preparamos los desayunos, anotamos el menú de hoy y le damos un buen aspecto al restaurante. No hay mucho movimiento.
—Debió ser horrible bailar ayer con Ivar.
—No te haces una idea. Si tuviera una lista de las peores noches de mi vida, te aseguro que la de ayer va en cabeza— pongo una cuchara junto a cada taza, teniendo cuidado de no entorpecer la misión de Devois, que consiste en echar leche en los cafés—. Me anima saber que no todo el mundo se lo pasó mal. Ayer te vi bailar con un chico. Y me atrevo a decir que era muy apuesto.
—Perdía todo su encanto al hablar.
Sonrío ampliamente.
Sally pone tarrinas de margarina en los platos, junto a las tostadas. A su lado Susan exprime unas naranjas para hacer un delicioso zumo.
En una mesa está sentada la chica de la fiesta de ayer. El camarero pelirrojo la reconoce de inmediato y se acerca a atenderla. No puedo escuchar lo que dicen, pero se muestran realmente cómplices y muy sonrientes. Se tratan con mucha confianza. Un golpecito amistoso para él, otro de vuelta para ella. Bromas y más bromas.
—¿Has visto eso? No puedo creer que esté tonteando con ella ante nuestras narices.
—Parece que se han gustado.
—Cómo diría tía: «los tontos de Teruel. Tonta ella, tonto él».
—Está en horario laboral. No puede ligar con las clientas. Es una vergüenza. Está dando una mala imagen.
—Yo creo que solo están hablando animadamente. No es para ponerse así.
Ríe sin ganas.
—Por no hablar de esos pantalones de volantes. Qué hortera. Dejaron de llevarse hace como un siglo.
Se rasca la nariz. Suele hacerlo cuando está celosa. Las mejillas se le encienden. Le es imposible concentrarse en su tarea. Lo que hace que la leche se le derramen un poco. Ver al camarero en una actitud tan cercana con la clienta le enferma por dentro.
—¿Estás celosa?
—¿Celosa? ¿Yo? Por favor. No digas tonterías, Nieth.
Kai vuelve a la barra.
—Un cappuccino muy dulce para la chica de la mesa tres.
—¿Y por qué no se lo preparas tú ya que te llevas tan bien con ella?
—¿A qué viene eso, April? — busca encontrarse con mis ojos para sonsacar algún tipo de información extra. Bajo la cabeza y encojo mis hombros a modo de respuesta—. Somos buenos amigos. Ayer nos conocimos en la fiesta y nos caímos bien.
—Qué rápido haces amistades. No olvides que esto es un lugar de trabajo. Así que, si quieres pelar la pava con ella, te vas al parque.
Enarca una ceja, sorprendido.
—¿Es mi imaginación o suenas celosa?
—No estoy celosa. Simplemente me tomo el trabajo muy en serio. No quiero favoritismos en este restaurante. Y espero que estés de acuerdo conmigo.
—He pillado la indirecta. ¿Podrías ponerme el cappuccino?
Va hacia la máquina y lo prepara. Lo deja sobre la barra y vierte grandes cucharas de azúcar. Ya va casi por la cuarta cuando le agarro de la mano para que pare.
—Puedes llevárselo. Está frío.
Kai hace por cogerlo y se quema la mano. Lo deja a las apuradas en el platito y sacude su mano con tal de aliviar el dolor que se apodera de ella.
—Está ardiendo.
—¡Ups! Qué despistada. Me he confundido— mira de soslayo al chico que tiene la palma enrojecida. Ruedo sus ojos y suelta un soplido. Kai se sorprende ante la imparcialidad que la chica demuestra—. Deja de lloriquear y llévala el café antes de que se enfríe la cosa.
April se dedica a secas los vasos con un trapo y a colocarlos en su sitio. No le quita el ojo de encima al camarero. Ni desde que deja la barra para entregar el pedido ni siquiera cuando vuelve y se pone a desempaquetar una caja de especias que ha recibido hoy por parte de un proveedor.
—Hmm. Me encanta cómo huele la canela— dice el chico, sosteniendo una rama de ella en una de sus manos. Se acerca tímidamente a la francesa y le pone la canela por delante para que pueda olerla—. ¿Te gusta cómo huele? Es genial, ¿verdad?
Ella la aparta con la mano y le mira ceñuda.
—¡Oh, no! — exclamo.
—¿Qué pasa?
—Soy alérgica a la canela— explica April, a quien le empiezan a lloriquear los ojos. A ello le siguen constantes estornudos y una urticaria que se extienden por su piel.
—No lo sabía. Lo siento, de verdad. Menudo idiota.
Lleva a la chica hacia una silla. La deja solo unos segundos, el tiempo que tarda en ir a lavarse las manos y traer consigo un cuenco lleno de agua y un pañuelo.
—Me pican los ojos.
—Lo arreglaremos en un periquete— moja el pañuelo en el agua y con cuidado va pasándolo sobre los párpados de la chica, mojando, además, sus mejillas, labios e incluso cuello. Ella respira agitada, asustada por la alergia que está sufriendo—. ¿Puedes respirar bien?
—Por suerte, sí. Aún no me has rematado.
—Me siento tan culpable. Lo siento mucho, April. Debí haberlo sabido. Aventurarme así ha sido una insensatez.
—No podías haberlo sabido. Así que no debes seguir martirizándote.
Sonríe tímidamente.
—Cómo son las cosas. Tú me quemas con un café y yo te despierto una alergia. Qué crueldad más dulce, ¿no te parece?
—Tan dulce que podría llevarme al otro barrio.
—No lo ha conseguido y es una suerte porque quiero que lleguemos a los postres. Haré una deliciosa tarta de flan y galletas. Nada de canela, lo prometo.
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