Capítulo 10


Con las palabras de Ivar martilleando mi cerebro, tomo asiento en uno de los sillones, moviendo las piernas como forma de liberar los nervios que me reconcome. Aún no puedo digerir que dentro de poco vaya a conocer el veredicto. Mi vida puede cambiar por completo de aquí a unos minutos. No sé si estoy preparada para decir adiós al sueño que me ha mantenido ilusionada, viva, tanto tiempo.

Ivar está sentado en el sillón azul de mi lado. Va a cederle su puesto rutinario a la mujer con la que mantiene una buena amistad. Es justo. Ella tiene la última palabra, es quién decide, y, por tanto, ostenta el poder frente a nosotros. Uno de los dos va hoy a despedirse de su sueño. Quizás para Lathgertha suponga un proyecto fallido. Para mí significa perderlo absolutamente todo. Empezar otra vez desde cero.

El ascensor abre sus puertas a nuestras espaldas. Siento que el corazón me da un vuelco. Deslizo mis manos sobre mis pantalones, aterrada. Tengo la garganta seca y el estómago como si estuviese dando volteretas. Alzo la vista al sentirme observada y, al ladear la cabeza, encuentro una mirada reconfortante de Ivar Lathgertha.

—Suerte. La vas a necesitar.

—Lo mismo digo— repongo.

Lea deja su bolso rojo sobre la mesa y toma asiento en la silla disponible. Lo primero que hace es poner sus manos entrelazadas sobre la mesa y mirarnos, tremendamente disgustada con ambos por la escena protagonizada ahí fuera. Trato de no bajar la cabeza para alejar de mí un arrepentimiento que no siento.

—En cuanto me informaron de lo que había sucedido, no podía creerlo. Pensé que me estaban tomando el pelo. Y qué sorpresa la mía cuando vi por televisión el altercado. Una cacerolada frente a la empresa Aterna que acaba con un cucharón volador— dice, evitando mirarnos—. Menos mal que no ha ido a más porque basta con ver el aspecto que traéis para que esto ya sea lamentable.

Ivar tiene la nariz algo enrojecida por el golpe de ayer. Yo tengo el corte en la frente.

—Si hubiera sabido que esto traería tantos problemas desde el principio, habría tomado una decisión mucho antes. Os habéis estado comportando como dos críos. Y es precisamente esa faceta la que no quiero ver en la persona que quiero que se quede con mi local.

—Lea, usted me conoce. Sabe que este comportamiento no es propio de mí. Admito que últimamente he estado fuera de mis casillas. Lo lamento. Y, si me da la oportunidad, no le decepcionaré.

—Yo no siento lo que ha pasado— escupo como si fuese veneno—. Han intentado quitarme lo que con tanto sudor y lágrimas he conseguido y solo me he defendido. Y, para ser sinceros, creo que todos sabemos que el poder mueve más hilos que el esfuerzo y la buena fe.

Lea parece no entender mi postura. Tampoco me importa mucho. Siento que las cartas ya están sobre la mesa y no hay nada más que pueda hacer. Con dinero y contactos el mundo puede ser tuyo. Sin recursos y sin muchas amistades, solo puedes aspirar a la mediocridad.

—Felicidades por la victoria, Ivar Lathgertha. Podrás seguir ampliando tu enorme imperio.

—Nieth, toma asiento, por favor.

Miro a Lea, sin comprender qué busca con todo esto. Busco encontrarme con los ojos de Ivar para comprobar si él sabe algo acerca de las intenciones que tiene la japonesa, pero este parece tan perdido como yo. Lentamente vuelvo a mi puesto, sentándome de lado, y apoyándome sobre las puntas de mis pies.

—Lo más sensato sería venderle el local a otra persona y así acabar con este problema, pero lo cierto es que ambos sois buenas personas y, sobre todo, líderes natos. Sé que los dos podréis conseguir hacer que cualquier negocio prospere y sea un completo éxito— inclino mi cuerpo ligeramente hacia adelante, contrariada. Ivar mantiene su espalda pegada al asiento, con los brazos cruzados sobre su pecho y el ceño fruncido—. He tomado una decisión, la más acertada que he encontrado, y en la que todos saldríamos ganando.

—¿Qué decisión? — decimos al unísono.

—Os he convertido en socios. Una parte del solar será el restaurante y la otra corresponderá al proyecto de Aterna. Dos en uno.

—¡Socios! — doy un golpe sobre la mesa tras ponerme en pie. Lea no se inmuta, de alguna forma esperaba que mi reacción fuese tal que así. Señalo al chico de mi lado—. Yo no puedo trabajar con él.

—Yo no puedo trabajar con ella.

—No es inamovible. Quiero decir con esto que, si en el desempeño de vuestras funciones, uno de los dos negocios sobresale por encima del otro, la persona que esté al frente podrá quedarse con la totalidad del solar— hace una pausa. Los dos, enmudecidos, procesamos lo que nos dice—. Lo ideal sería que os ayudéis mutuamente. Así demostraríais vuestra capacidad de liderazgo.

Desganada, deposito mis ojos sobre el perfil de Ivar.

—Solo os pido que os comportéis como se espera. Aceptad este trato. Es la mejor forma de conservar vuestros proyectos. Puede que ninguno quede por encima del otro y ambos sigáis adelante con vuestro sueño, siendo buenos socios.

—Acepto.

—Yo también acepto— me apresuro a decir después de mi acompañante. Lea tiende su mano. Ivar va a estrechársela cuando interpongo la mía. Zanjo el acuerdo con la mujer y me hago a un lado.

—Ahora, haced las paces, por favor. Y habremos acabado.

Ivar tiende su mano. Se la estrecho con toda la fuerza que soy capaz de reunir. Él esboza una de sus mejores sonrisas, sin quitarme el ojo de encima. Aprovecho que Lea está ocupada buscando los papeles donde debemos firmar para darle un mensaje con la boca pequeña.

—No tienes nada que hacer.

—Espera y lo verás.

Firmamos los papeles que la señora Tei nos entrega, prestándonos la pluma, y una vez acabamos cada uno toma una dirección. Subo en el ascensor. Las puertas empiezan a cerrarse, privándome de las vistas del despacho del director de la empresa. Lathgertha, que está mirando la ciudad, con el cuerpo ladeado, mira en mi dirección y no deja de hacerlo hasta que desaparezco tras las puertas.

—Nieth, ¿Qué ha pasado? — pregunta Ruby nada más verme aparecer. Se desencadena y viene hacia mí cargando con la cacerola. Mi cara no dice nada bueno—. ¿Por qué has estado tanto tiempo ahí dentro?

—Sí, nena. Vi cómo te llevaba ese burro y me entraron los siete males.

—Vamos a tener que hacernos a la idea de que Ivar Lathgertha va a estar muy presente en nuestra vida porque Lea Tei nos ha convertido en socios.

—Quoi? A esa mujer no le riega bien la cabeza. ¿Cómo va a convertiros en socios si ni siquiera os soportáis?

—Eso mismo pensé yo. Pero lo ha hecho y no hay nada que podamos hacer para cambiarlo.

—¿Y qué va a ser del restaurante ahora? — inquiere Kai, quien tiene el brazo apoyado en una farola, junto a la que se encuentra la chica francesa.

—El restaurante seguirá donde está por ahora. A no ser que nuestro nuevo socio sobresalga por encima nuestra. En ese caso, tendrá derecho a quedarse con el solar. Y, por si fuese poco, tenemos que ayudarnos mutuamente.

Susan viene a arroparme. Estar en sus brazos se siente como volver a abrazar a mamá, de quien hace demasiado que no sé nada. Cuánto daría por llamarla una sola vez e intercambiar unas palabras, pero eso nos condenaría a las dos. Y ella ha sufrido mucho con tal de protegerme.

—Si se pasa un pelo, va a tener que vérselas con nosotras.

—¿Y qué hay de mí? — dice Kai después de la intervención de April. Los ojos verdes de ella relucen con la luz del día y se ven realmente bonitos.

—¿Tú qué harás?

—Cuando era más joven trabajé una temporada como enterrador en un cementerio. Sé cómo hacer desaparecer un cadáver.

—Tú estás en nuestro equipo— da por sentado Ruby, pasándole el brazo por encima de los hombros, haciendo que el chico se sonroje un poco—. ¿Y alguna vez te pasó algo sobrenatural?

—Pues la verdad hubo una vez que...

Se marchan hablando entusiasmadamente. April los mira, algo recelosa, desde nuestra posición.

—Yo solo espero que este señor Lathgertha no se nos ponga exquisito, porque sino va a conocer al diablo que llevo dentro.

—¿Cuál es ese diablo? Nunca lo he visto.

—Porque lo escondo muy bien. Te pensarás que voy a ir enseñándoselo a todo el mundo como si me hubiera acabado de hacer la manicura.

—Tú tienes buen corazón, tía— susurra April. Susan se lleva la mano al pecho, emocionada por esas palabras, y sus ojos se encharcan.

—Lo tengo un poco estropeado, pero os aseguro que, cuando se trata de vosotras, solo despiertan cosas buenas en él.

Las dos le abrazamos para calmar el miedo que acaba de sobrecogerla. Ella acaricia con sus manos nuestros antebrazos y deposita un beso en nuestra mejilla.

De vuelta al restaurante, caminando por la acera, estoy tan entretenida hablando con tía y Susan que no veo una losa de la acera levantada, tropiezo y colisiono con alguien que sale de un refugio de animales con un par de labradores. Los perros, revoltosos y tremendamente felices, juegan a dar vueltas a nuestro alrededor, apresándonos con las correas hasta que quedamos cara a cara.

—Lo siento mucho. No le había visto...

—El que lo siente soy yo— dice, sin mirarme. Ambos levantamos la cabeza poco a poco hasta que obligamos a nuestros ojos a tropezar en un bonito accidente. Sus enormes ojos son inconfundibles. Él también me ha reconocido de inmediato—. Nieth.

—Marco.

—Qué caprichosa es la vida, ¿no crees? Estaba hasta hace un momento pensando en pasarme por el bar.

—¿Interesado en el menú de hoy?

—Más bien en la chica morena que atiende en la barra. Se me están acabando las excusas para coincidir contigo.

Sonrío ampliamente.

—¿Quieres venir conmigo a dar una vuelta?

—Sí, claro. No me perdería por nada del mundo pasar un agradable rato en compañía de estos peludos— me giro para darles una explicación a mi pandilla—. Chicos, tardaré un poco en ir al restaurante. Voy a dar un paseo con Marco.

Susan sonríe y va dándole golpecitos a las chicas para que caminen hacia adelante y dejen de espiar cada uno de nuestros movimientos.

—¿Nos vamos?

Asiento, complaciente.

Los perros nos dejan en libertad y caminan por la acera, parándose a olisquear e interactuar con otras mascotas que se encuentran por el camino. Marco está de muy buen humor y suelta sonrisas a montones. De vez en cuando le pillo mirándome de soslayo.

—¿Sueles hacer esto a menudo?

—Dos o tres días por semana. Sin falta. Me gusta ir a visitarlos y sacarles a pasear. Así les hago más ameno los días. Los perros son animales muy cariñosos, leales. Viven cada momento como si fuese la primera vez y eso es algo que deberíamos aprender de ellos.

—Es una pena que haya tantos animales sin hogar en el refugio. Ojalá todos ellos pudieran encontrar una familia donde los quisieran y cuidaran como merecen.

—Yo porque estoy todo el día hasta arriba de trabajo, sino tendría varios peludos en casa. Por cierto, ¿Qué tal el trabajo?

Hacemos una parada en el parque de la catedral de San Luis y tomamos asiento en uno de los bancos mientras los perros corretean sobre la hierba, echándose el uno sobre el otro, lanzando bocados que terminan en lametones. Marco adhiere su espalda al banco y cruza sus pies.

—Las cosas se están complicando.

—¿Por qué?

—Hay una figura pública que quiere hacerse con el local donde tenemos el restaurante. Hemos estado peleándonos como dos niños y ahora la dueña del establecimiento nos ha convertido en socios para acabar con la disputa.

—Qué mal. Será difícil la convivencia en el día a día.

—De solo pensar que mañana le tendré pavoneándose por allí me hace echar chispas.

—Puedes contar conmigo para desahogarte o tomar un café. Yo haré un hueco para escuchar tus problemas.

Sonrío y acaricio su mano.

—Gracias— asiente una sola vez, sonriendo con amabilidad. Uno de los labradores, el de pelaje marrón, viene hacia mí y apoyando sus patas en el banco, me lame la cara. Acojo su cara entre mis manos y le propicio sendas caricias mientras río.

—Le gustas.

El labrador de pelo color canela va hacia Dimery para darle una rama que quiere que le lance con tal de ir en su búsqueda. Marco lo hace y continúa mirándome embelesado mientras juego con los perros, lanzándoles a ambos las ramas que me traen. Él se une a la fiesta poco después y acabamos arrodillados en el suelo, acariciando las tripas de los peludos, intercambiando miradas cómplices.

Después de despedirme de los caninos con sendas caricias, le doy un beso en la mejilla al chico que me acompaña y agito la mano. Camino de espaldas hasta que él deja de mirarme para dar media vuelta e irse a un destino que desconozco. Sonriente y con el corazón dando saltos de alegría, vuelvo al trabajo.

—Qué carita me traes— dice Susan—. Se nota a la legua que te lo has pasado genial. ¿Me equivoco?

Niego con la cabeza.

—Marco es muy agradable. Lo paso muy bien a su lado. Hoy hemos sacado a pasear a unos perros del refugio.

—Y apuesto que te has decantado por adoptarle a él— se burla Ruby, dándome un golpecito entre las costillas.

—Yo solo tengo que decir una cosa— interviene April, levantando su dedo índice. Está detrás de la barra preparando unos bombones de chocolate con corazón de fresa que expone en una pequeña vitrina—. Y es que mi amiga se ve preciosa cuando está feliz. Después de tanta tristeza, me alegra que esté recuperando la ilusión.

—¡Oh! Te quiero, April.

La abrazo y beso su mejilla. Ella me envuelve con sus brazos y estrecha contra su costado con fraternidad.

Kai está limpiando las mesas con un pulverizador y un trapo, esmerandose en su trabajo, para luego decorarlas con un jarrón repleto de flores. El bar empieza a llenarse. El pelirrojo aprovecha para atender algunas mesas. Se gana a los clientes con buenos modales y algún que otro chiste.

April le mira desde la barra mientras le saca brillo a la vitrina, alucinando con su forma de ganarse una buena opinión de los clientes, mostrándose, incluso, fastidiada. Aunque me encantaría sonsacarle información acerca de porqué es así con él, prefiero no hacerlo por el momento. Me ato el delantal a la altura de la mitad de la espalda y con ayuda de unos patines voy moviéndome entre las mesas para dejar las bebidas y aperitivos.

Alguien tira de mi delantal cuando vuelvo a la barra para coger unos bombones que unos clientes me han pedido. Miro detrás de mí y no veo a nadie. Continúo enfrascada en mi tarea cuando nuevamente me dan un tirón. Esta vez me esfuerzo en dar con el culpable. Resulta ser una niña de cabello dorado y enormes ojos verdes.

—¿Qué se te ofrece? — le pregunto, agachándome para estar a su altura. Mira con cierto brillo en los ojos los bombones. Caigo en la cuenta de ella y le ofrezco—. ¿Quieres?

Lleva un vestido verde de tirantes junto a una camiseta de mangas largas y medias blancas. Hurga en el bolsillo de su vestido y saca un par de monedas. Las mira con cierta tristeza. Cierro su mano y le regalo un par de bombones.

—¿Están tus padres por aquí?

—No. Estoy sola.

—¿Y por qué estás sola?

—Porque mi madre no me echa cuenta. Y he venido aquí para buscar a mi hermana.

—¿Quién es tu hermana?

Me pide con el dedo índice que espere un momento y busca nuevamente en su bolsillo. Saca una fotografía en la que aparece con un bigote pintado junto a su hermana mayor: April Devois. Le tomo la mano a la niña después de descubrir quién es y tiro suavemente de ella hacia la cocina.

—April.

—Un momento. Estoy liada con la crema de champiñones.

—Creo que eso puede esperar.

—Bien— dice en tono francés—. Entonces, explícaselo a los clientes.

Se quita el gorro que lleva en la cabeza y se da media vuelta. Al verme allí parada junto a una niña que sostiene mi mano, enmudece. Lleva su mano al pecho y corre a acercarse a la chiquilla, que la recibe dándole un fuerte abrazo.

—Sally. Mon amour. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Dónde está mamá? ¿Por qué estás sola?

—Mamá está en casa. He venido sola— por la mirada ensombrecida de April puedo descifrar que el corazón se le ha encogido al oír eso. Vuelve a abrazar a su hermana—. Mami se pasa todo el día fuera de casa y, cuando vuelve, se encierra en su habitación. Desde que te fuiste no me atiende. Es como si no existiese. No quiere hacer nada conmigo.

—No deberías haberte marchado así. Mamá se preocupará mucho al ver que no estás. Además, te has arriesgado mucho viniendo aquí sola. ¿Qué si te hubiera pasado algo?

—Estoy bien. Aunque me duele un poco la barriga.

—Te pondré algo de comer.

April se enfrenta a los fogones mientras Susan se toma la libertad de preguntarle a la niña cuántos años tiene y qué color es su favorito. Me reúno con la francesa. Le tiendo un plato donde ella pone una lubina y un salteado de verduras.

—¿Qué piensas hacer?

—Llamaré a mi madre para hacerle saber que Sally está conmigo. Por ahora, estará con nosotras en casa. No tenéis de qué preocuparos. Ella dormirá conmigo y le prepararé el desayuno todos los días y...

—Nena, estamos contigo. Esa niña es de la familia. Yo le puedo ayudar incluso con los deberes.

—Sí. Y yo le puedo leer un cuento antes de irse a dormir— April me sonríe, agradecida por mi ofrecimiento.

Las puertas de la cocina se abren. Kai lleva consigo una pila de platos que deja en el lavavajillas. Cuando se da media vuelta, repara en que hay alguien que no conoce. Se agacha ante la niña y le regala su mejor sonrisa. Sally se muestra algo asustada por estar en presencia de un desconocido.

—Hola, chiquitina. Soy Kai. ¿Cómo te llamas?

—Sally.

—¿Y qué trae a la pequeñita Sally a una ciudad tan grande?

—Es mi hermana— sentencia April. Él alza la vista hacia la cantante de jazz y no dice nada respecto a ello.

—Ahí afuera están como locos pidiendo que cantes.

—Ahora mismo estoy ocupada con algo más importante.

—Yo puedo cuidar de Sally, si quieres— ella se muestra reacia a la propuesta del pelirrojo. Desde la primera vez que traté con April me di cuenta de que es una chica desconfiada. Ella misma se ha forjado una coraza impenetrable—. Estaré con ella mientras cena. No le quitaré el ojo.

April da su brazo a torcer. Se agacha para besar a la niña en la frente y decirle que no se separe del camarero. Salimos todos fuera de la cocina. Ruby recién entra para emplatar y, de paso, informarse acerca de la nueva integrante. Imagino a Susan explicándole todo con pelos y señales.

La francesa va al escenario para cantar. Kai coge a la niña en brazos y la deja sentada sobre la barra para que pueda ver a su hermana mayor cantar. Yo me encargo de ponerle por delante la cena a la niña. El bar se ha llenado. Hay muchas mesas que atender, así que me pongo manos a la obra.

Cargo sobre mis hombros el doble de trabajo para poder ofrecerles a mis compañeros facilidades para realizar la tarea que tienen encomendada. Estoy pendiente de todos los clientes, aunque también de la chica que con su dulce voz deleita a los presentes, y se gana el corazón del pelirrojo, que no puede quitarle el ojo de encima.

Voy junto a la niña. El plato no lo ha tocado, a pesar de sostenerlo entre sus manos. Lo mira disgustada.

—No has probado bocado. ¿No tienes hambre?

Su estómago ruge. Tiene hambre, pero no le gusta la comida. Por suerte, Kai se ha dado cuenta de ello y se ha ido un momento a la cocina a por algo. Cuando sale trae consigo un plato de macarrones con tomate y mucho queso por encima. Deja la comida junto a la niña.

—A mí también me ha entrado un poco de hambre al ver tú plato— le dice. Mueve los macarrones con ayuda de un tenedor y pincha algunos de ellos. La niña no aparta la mirada. Está hambrienta—. ¿No vas a comerte el pescado?

Encoge sus hombros.

—¿Qué te parece si hacemos una cosa? Yo llevo muchos días comiendo fatal y me vendría bien comer algo un poco más sano. ¿Te gustaría que cambiáramos los platos? Así tú te comes mis macarrones y yo ceno la lubina con las verduras. ¿Trato hecho? — le tiende la mano a la niña y ella se la estrecha.

Sally come felizmente y con ganas los macarrones con queso. Sonrío por el gesto tan bonito que ha tenido el chico. Voy a por un vaso de agua para la chiquilla y vuelvo poco después, para cuando acaba la canción. April, que ha sido consciente de la amabilidad de Kai, esboza una pequeña sonrisa.

—Merci— dice aparentemente al público. Aunque sus ojos están fijos en el pelirrojo. Es a él a quien verdaderamente le dedica su agradecimiento. Kai se da cuenta de ello y le devuelve una sonrisa.

Incluso las corazas más fuertes pueden romperse a base de martillazos de amabilidad.

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