Prólogo:
28 de agosto, 1955:
—Hogwarts... —pensé.
Me había graduado, fui profesor. Ese lugar que fue mi hogar durante trece años, ya no lo iba a ser más. Quizás no por ahora, pero lo que venía estaba fuera de nuestras manos.
—¿Lista? —le pregunté a Abril, mi esposa.
Me regaló un leve asentimiento y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro.
—Vale —tomé su mano—, es hora de despedirnos.
Pocos sabían que no regresaría el siguiente año al colegio, y tampoco podrían buscarme en casa si así lo querían. Y a decir verdad, lo mejor era que no estuvieran enterados. Por la seguridad de todos. Mi hermana, Erin, conocía las razones de nuestro viaje y claramente se notaba la aversión que sentía a la decisión que habíamos tomado.
Su cara de enfado se notaba a kilómetros.
—Cambia esa cara, niña.
—Si tuviera una colección de caras en mi habitación, podría hacerlo —respondió mordaz. Abril no pudo evitar reír por el comentario, pero en su mirada podía notar lo desanimada que se sentía ante la postura que Erin había tomado desde que supo la noticia.
—Cuando volvamos puedo construirte una, con diferentes tonos de piel por si te cansas de ser tez clara toda tu vida —logré sacarle una sonrisa con eso. Los tres reímos, de hecho, pero al poco tiempo la seriedad volvió a nuestros rostros.
Suspiré por enésima vez.
—Es hora, debemos irnos.
Abril y yo caminamos hacia Erin para darle un gran abrazo y unas cuantas lágrimas saltaron de los ojos de ambas chicas.
—Dale esto a Ruth y Jean, que la lean juntos, ¿vale? —entregué a mi hermana mayor una carta para los niños, los menores de la familia—. Prometo que nos comunicaremos siempre que podamos... Adiós.
Y así ambos salimos de casa, caminábamos tomados de la mano sin mirar hacia atrás. Sabíamos que algún día sería al revés y miraríamos de vuelta esa casa, juntos, para retomar nuestras vidas.
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