Capítulo 23:

Mientras el bosque situado en Chipre se encontraba en llamas, una decena de personas hacían lo imposible para controlar el fuego y evitar que se expandiera. A lo lejos, en una cabaña oculta a la vista muggle, un hombre se aquejaba por el dolor que sentía en su rostro, un sanador curaba su nariz rota, gracias al golpe del joven Sawyer.

—Señor... ¿Qué pasará ahora? —preguntó el sanador.

—Nada, Bones —arrugó al responder, sintió un golpe seco en su nariz que ahora estaba siendo reparada—. Solo debemos esperar más. —se levantó de su asiento y salió de la cabaña, visualizando a lo lejos como sus hombres lograban apagaban las llamas que consumían los árboles del bosque.

En Hogsmeade, el joven pelirrojo apareció en la puerta de su casa y por el cansancio perdió el equilibriio y cayó. Se levantó del suelo y comenzó a caminar hacia el interior de su hogar, esperando encontrar a todos dentro, pues las luces seguían encendidas. Todo su cuerpo dolía, por el daño físico que le habían proporcionado.

Cuando cruzó el umbral de la puerta, Agnes apareció seguida de Lyanna y les preguntó si los más pequeños dormían.

—Sí, tío James —respondió la peliazul—. Hace poco se fueron a dormir, nosotras estábamos en la cocina hablando.

—¿No ha venido nadie? —inquirió confuso, tomando asiento en una de las sillas del salón.

Lyanna respondió con una negativa.

—Acá no han venido. Pero tú deberías ir a San Mungo a que te curen esos golpes.

—San Mungo... —susurró.

¡Cierto! Seguramente debían estar allí. Recordó que Wilsa había sido herida y era probable que Elías y Minerva partieran rápidamente al hospital.

—Gracias niñas —hizo el ademán de abrazarlas, pero recordó que sus ropas tenían sangre. Se despidió de ambas, prometiendo volver con sus padres, y desapareció de nuevo.

Suspiró tranquilo al ver que todos estaban allí, sentados en la sala de espera.

Abril fue la primera en notar su presencia, por lo que corrió hacia él, alertando a los demás. Estos se sorprendieron cuando vieron su apariencia y el cansancio en sus ojos.

—¡James! —exclamó. Al llegar a su esposo lo abrazó con fuerza y este correspondió el gesto.

—Oye, será mejor que veas a un sanador —dijo Elías, le pidió a Bella que fuese a por uno, pero Adela interrumpió.

—Déjalo, Bella, yo me encargaré —Adela caminó hacía un consultorio y James la siguió sin ganas de contradecirla.

En la habitación notó que Adela no hablaba como comúnmente lo hacía y de vez en cuando limpiaba las lágrimas rebeldes que salían de su rostro. Le preguntó si estaba bien, pero Adela prefirió ignorarlo mientras murmuraba conjuros y movía su varita. Le ordenó que reposara en la camilla y fue a llamar a los demás.

Cuando todos estuvieron en el cuarto, se dio cuenta que todos tenían los ojos hinchados de tanto llorar y Minerva aun batallaba con las lágrimas y los sollozos.

Con un mal presentimiento, preguntó.

—Chicos, ¿está todo bien?

Elías, con la voz cortada, le respondió:

—No, James. Te mentiría si te digo que todo está bien justo ahora. Las heridas físicas pueden curarse, pero las emocionales no lo creo.

—¿De qué estás hablando?

—James, Wilsa falleció —Minerva rompió a llorar con más fuerza al escuchar esa frase salir de la boca de Bella, quien fue a abrazarla.

El joven Sawyer agachó la cabeza, se sentía perdido y furioso. Lo había presentido, pero tenía fe en que no fuera a ocurrir.

—Y también... —alzó el rostro para ver a Bella—, también murió Odhet —esto último quitó todo el color de su rostro. No se había preparado para perder a una amiga, y menos para darse cuenta de que habían sido dos.

—¿Qué? —preguntó con intenciones de ponerse de pie. Maie se lo impidió—. ¿Cómo es posible?

—Cuando aparecimos en West Midlands estaba ensangrentada, Adela quiso curarla pero ella se negó. Creo que quería irse, para siempre —respondió Maie, el chico apartó la mano de su amiga y se puso de pie.

—Yo... Lo siento si lastimé a alguno, nunca lo hice de manera intencionada —dijo mientras retrocedía, sintió que su espalda chocaba con la pared. Tenía las manos en su cabeza y se deslizó hasta tocar el suelo. Rompió a llorar —Es mi culpa, lo siento tanto...

Su esposa lo abrazó consolándolo y James, como un niño pequeño, lloró hasta quedar dormido.

Había pasado un día. James, se encontraba acostado en su cama aún sin dormir, reviviendo recuerdos de su infancia y junventud junto a Wilsa. Los momentos que había vivido con Odhet desde el momento en el que se volvieron compañeros, esa chica de cabellos grises a quien consideraba un ejemplo a seguir para una persona de bien, una líder impecable.

—James... levántate, pronto nos vamos —Abril interrumpió los pensamientos del chico, quien sólo asintió con su cabeza, cinco minutos después se levantó y fue directo al baño para afeitarse, tomar una ducha y vestirse para ir a despedir a sus amigas.

—Pude hacer más... —dijo viéndose al espejo, en su cabeza llegó una imagen: cuando tuvo un duelo informal contra su amiga Izzie y la hermana de su mejor amiga, Estefanía, el pelirrojo salió victorioso y Wilsa, en venganza por su hermana, comenzó a luchar contra su amigo, a quien le amarró sus manos y pies, dejando su varita por el suelo y derrotándolo. El muchacho sonrió levemente y caminó a la sala de su casa, donde su familia lo esperaba.

La Residencia Griffith estaba más silenciosa que de costumbre. Dean, Bella, Luis, Elías, Laia y los hermanos de Mimi y Wilsa, se encontraban reunidos en la planta baja de la casa, junto a Emme, las hijas de Mimi y Agnes.

—¿Cómo está? —preguntó Laia a Bella.

—No come desde ayer, no quiere hablar con nadie que sea Wilsa. No ha salido de su cuarto.

—¿No has intentado hablar con ella, Dean?

El muchacho de tez morena agachó el rostro.

—Ni siquiera conmigo quiere hablar. Dice que no soy Wilsa y solo Wilsa puede entrar a su habitación...

—Buenos días —Aaron Griffith, el padre de los hermanos, entraba al lugar. A pesar de ser un hombre de carácter fuerte, se notaba en su rostro que había pasado llorando todo el día de ayer cuando recibió la noticia. Dejó su maleta en el suelo, abrazó a sus hijos mayores y buscó con los ojos a su hija más pequeña.

—No ha salido de su cuarto, señor —contestó Elías, adivinando su intención.

Este asintió con la cabeza y subió los escalones de su vieja casa, hasta dar con la habitación que suponía, era de Minerva. Abrió la puerta sin golpear.

—No eres Wilsa —una voz femenina, ronca de tanto llorar, se escuchó.

Minerva estaba acostada en su cama, de espaldas a la puerta, abrazando un retrato con una foto que ella y su hermana se habían tomado para Navidad.

—No, no soy Wilsa. Pero soy tu padre.

La chica giró el rostro al escuchar la voz, su labio inferior temblaba pues iba a llorar de nuevo. El dolor nunca se iba. Aaron fue hasta la cama de la joven y con cuidado, tomó a su hija en brazos y la abrazó.

—La extraño, papá.

—Todos la vamos a extrañar, cariño. Pero no es justo que no quieras decirle adiós —acarició su cabello, él lloraba también—. Intentaremos ser fuertes, aunque duela, ¿de acuerdo? —asintió con la cabeza.

—Wilsa dio su vida por mí.

El señor besó la frente de la muchacha.

—Y sé que tu también habrías hecho lo mismo.

Los conocidos de Wilsa y Odhet, se encontraban en la capilla esperando la entrada de sus recién fallecidas amigas. Al dar la orden de entrada todos se giraron, lograron ver al joven Sawyer junto a Alexander, Marckus y Luis cargando, sin ningún tipo de magia, la caja donde yacía el cuerpo de la castaña. Detrás venían Adela, Elías, y dos hermanos de Odhet cargando la caja donde estaba el cuerpo de la joven Roth-Thompson. Al terminar la ceremonia, se dirigieron hasta el cementerio de Hogsmeade. Estando allí, la Ministra dedicó unas palabras a ambas muchachas y luego preguntó si alguno de los presentes tenía intenciones de hablar. Recibió un silencio como negativa.

—Bien —limpió una lágrima— Entonces, continuemos —alzó su varita al cielo y todos repitieron la acción.

Mientras, dos encargados del cementerio apuntaron a los ataúdes y los enterraron.

—Pongamos esto juntos, James —dijo Mimi, mostrando la placa con el nombre de su hermana. Al mismo tiempo, Elías junto a Adela colocaban la placa en el sitio de Odhet.

Maie se acercó para dejar una rosa en cada lápida, y abrazando a Marck, susurró:

—Gracias por todo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top