Capítulo 12
Trataba de concentrarme, pero la presión que las voces de los demás ejercía en mí provocaba que fuese imposible. Trataba de aplacar mis pensamientos, controlar mi mente, mi cerebro. Aprender cómo funcionaba, o por lo menos, averiguar si en realidad mi poder era el que según Brun teorizaba.
Apreté los labios en una fina línea y estreche los ojos enojada. ―¡Dejenme en paz! No me puedo concentrar con sus estúpidas voces gritandome una y otra vez. ―James se acercó a mí con preocupación y me tomó por los hombros.
―¿Segura que no quieres dejarlo estar? Te ves cansada... ―Comenzó a decir, pero es que yo no podía simplemente dejarlo estar; Isamar me hablaba con recriminación y con dureza, gritandome que lo hiciera, que hiciera justo lo que había hecho con el cuchillo, pero es que no podía así, tan sólo hacerlo sin más.
Aquello que había hecho con el cuchillo fue en un ataque de miedo por mi vida, por mi pellejo, es decir, haberlo dejado suspendido en el aire rozando la punta de mi nariz.
Isamar después de todo lo ocurrido se empeñaba en mi entrenamiento. Sólo quería que usara mi mente, mi cerebro. En ese momento nos encontrábamos en el bosque los seis, Brun incluido. Éste mismo se encontraba mirándome desde su lugar, y yo sólo me limitaba a apoyarme al viejo sauce que se había convertido en mi nuevo amigo durante mis entrenamientos en el bosque.
Negué a James y le dije que todo estaba bien, sin embargo sólo le estaba mintiendo, me sentía cansada; sólo quería cerrar mis ojos y desaparecer. Urgentemente.
―Es cierto lo que dice la chica, Isamar. La presionamos demasiado. ―Dijo Brock defendiendome. En cambio Isamar lo miraba fulminante.
―¡Solo tienes que hacerlo! ¡Solo hazlo de una maldita vez! ―gritó la pelirroja con cansancio y enojo. ¿Si ella tan sólo hubiese estado en mi lugar, acaso hubiera entendido lo difícil que era? ¿El tan sólo desconocer tu poder y tener que descubrirlo y ni siquiera haber sabido cuál era? Era frustrante y desconcertante. Y me enojaba tanto. Ella no entendía nada. Tan sólo no lo hacía. El único que permanecía silencioso era Jonathan, quién me miraba de vez en cuando y cuando le pillaba mirándome alejaba sus ojos puestos en mí.
―¡Tan sólo deja de gritarme! ¡Si crees que es tan fácil pues hazlo tú! ¡Me estás cansando! ―grité.
Ella tan sólo rió irónica, una risa que no llegaba a sus ojos ―¿Yo te estoy cansando? ¡Creo que es lo contrario! ¡Eres una niña tonta que no sabe nada! ¡Te quejas de todo! Eres una niña que sólo vive en una burbuja alejada de todos los problemas que te rodean. Eres una inútil ―me miró enojada y con sorna.
De pronto sentí un desconocido sentimiento emanar de mi pecho, era fuerte. Tanto así que me provocaba dolor... Estaba enojada con Isamar, me tenía harta, con sus insultos agresivos y sus palabras hirientes. Un nudo se formó en mi garganta, advirtiendome que iba a llorar pero me contuve, no lo haría, no aquí, no frente a ellos. Principalmente frente a ella, no le daría el gusto de verme perdida.
De pronto sentí cómo mi cerebro empezaba a trabajar rápido, diferentes imágenes aparecían en mi cabeza, cómo si fuese una proyección. Imágenes de una Isamar gritandome y mirándome con dureza. De Brun, cuando me había entregado cómo un cebo a los Zeptas; a Jonathan, diciéndome cuanto me odia y recordándolo cada día con sus acciones. Cada cosa, me enojaba, me provocaba dolor e ira y necesitaba empujarla fuera.
Me sentía perdida, de pronto vi todo negro y luego veía todo claramente.
Hazle daño.
Hazle daño.
Hazle daño.
Lo merece...
Me decía una voz en mi mente. Y me di cuenta de que a quién se refería, no podía hacerlo, pero no tenía control de mí misma.
Sin aviso alguno, y para sorpresa de los demás, y para mi sorpresa también, mi brazo se extendía en dirección a Isamar, y traté, traté de bajarlo pero mi mente no acataba mis órdenes. Con mi dedo índice señalé a Isamar amenazadoramente y unos segundos después la alcé en los aires controlándolo con mi mente, luego todo fue tan rápido.
Su mirada enojada se tornó temerosa, aterrorizada. Sonreí bobaliconamente sin poder controlarlo y la lancé con fuerza por los aires hacia un árbol a cinco metros. Isamar había caído cómo una pelota de hueso, al chocar con violencia con el tronco del árbol sonó un golpe seco, cómo si un hueso se hubiera roto. Segundos después vi cómo los demás chicos se acercaban con urgencia hacia ella, incluso Brun con preocupación ya que un charco de sangre se formaba a su alrededor.
Solté un grito al volver en sí y darme cuenta de lo que había hecho. Vi cómo Jonathan volteaba a verme y me miraba con enojo e ira ―¿Es que estás loca? ¡La pudiste haber matado!
No supe que decir, mi garganta se mantenía cerrada, sin concederme voz. Di un paso atrás asustada de lo que había hecho, de lo que mis nuevos poderes encontrados habían hecho. Por que ya era un hecho que este era mi poder. Sólo que no sabía cómo llamarlo. Y eso era aún más patético.
De pronto James, Brock incluso Brun junto a Jonathan me miraban asombrados y con un deje de desconfianza, excepto James, quién me miraba con tristeza y Jonathan, que me miraba decepcionado. Pero... ¿Por qué...?
Mis pies reaccionaron ante mi mandato, corrí lejos de aquellas personas que me miraban sultimente. Quería irme lejos, lejos de lo que yo provoque. Por que nadie más lo había hecho. Fui yo y solo yo.
Lágrimas barrían mis mejillas y mi corazón palpitaba nervioso. Las venas las sentía palpitar con fuerza. Era mi culpa, era mi culpa el que Isamar haya terminado en ese árbol, inconsciente y perdiendo sangre.
Soy una amenaza y lo peor era que no pude... No pude controlar lo que había provocado.
Me dejé caer en el suelo rocoso de aquella zona del bosque, de pronto sentí mi respiración se volvía agitada y el pecho me dolía. Grité y frente a mí un árbol cayó con fuerza partido en dos. Abrí los ojos con sorpresa y lloré aún más fuerte, provocando que todo a mi alrededor se volviera un caos.
Mi mente se encontraba revuelta, confundida, y el enojo aportaba a todo lo que mi mente provocaba que yo hiciera. Cerré los ojos y los abrí mirando mis manos, que se encontraban llenas de sangre. Empecé a sentir un leve ardor en ellas y me di cuenta de que me había lastimado con las rocas que reposaban en el suelo. Pero ni siquiera me dolía, sólo lo hacía el recordar lo que le había hecho a aquella chica que tanto se empeñaba en gritarme cada tanto.
Se lo merecía.
No... No era así, ella sólo trataba de entrenarme, mejorarme.
Para llevarte envuelta en moño a tu tumba.
No... No...
Entiende, todos ellos querían y quieren sacrificarte. Eres poderosa, y ellos lo saben. Quieren utilizarte como un arma.
Pero si ya soy un arma, contra mí misma. La herí... ¿Es que siempre será así? ¿Acabare con todo a mi paso?
Está en tu naturaleza, destruir todo lo que tocas.
Una lejana voz me lo decía una y otra vez en mi cabeza, cómo un recordatorio de que no podía darme el lujo de confiar en nadie. Pero ellos no eran así, se veían buenas personas, pero claro, ellos no eran personas. Eran alienígenas al igual que yo.
No era malditamente humana. Y eso me desquiciaba.
Llegó la noche y me di cuenta de que nadie iría en mi búsqueda así que me puse en pie y me dispuse a caminar de vuelta a la base. Ya estaba del todo oscuro y todo el bosque se encontraba en penumbra, todo tan sigiloso... callado que me produjo escalofríos. Aún no llegaba a la base, daba vueltas perdida. Si, me había perdido. Maldición.
Estaba asustada, estaba sola y no sabía el camino de vuelta a lo que era mi nuevo hogar y eso me aterraba. El tan sólo hecho de pensar que nunca encontraría la base y me quedaría perdida en las profundidades del bosque me asustaba.
De pronto me imaginé mi futuro en aquel bosque, toda sucia y llena de piojos en el pelo enmarañado; caminando cómo un mono y actuando cómo una vagabunda comiendo insectos y hojas... Bien, no sonaba para nada prometedor pero mi cabeza no dejaba de divagar con cientas de probabilidades. Era cómo si funcionase de manera simultánea, todo a la vez, y sentía que en cualquier momento mi cabeza explotaría en miles de pedazos y mis sesos caerían en distintas direcciones.
Me dolía la cabeza cómo los mil demonios, mi pecho dolía y estaba cansada de correr de aquí para allá atravesando árboles y cayendo en la tierra y llenando mi boca con ésta misma.
―Este es mi fin... ―dije tirandome al suelo de espaldas dándome por vencida. Miré el cielo estrellado que se expandía ante mis ojos, brillantes puntos fijos decorando el cielo nocturno, la luna brillando con esplendor ante mis ojos cansados y a punto de cerrarse.
Escuché cómo gritaban mi nombre. Esa voz que para mis oídos sonaba tan dulce, cómo escuchar las notas tocadas por Bethoven en el piano.
Luna. Luna. Luna.
Se escuchaba lejana, cómo un eco... Seguro ya estaba delirando.
Luna. Luna. Luna.
Una vez más, aquella voz que hacía que el tan sólo oírla fuese un deleite total.
―¡Luna! ―escuché gritar aquella voz más cercana a mí. Quise voltear mi rostro pero no podía, el dolor me lo impedía. Segundos después vi aquel rostro angelical frente a mí, ocupando toda mi atención. Sus hermosos pozos azules brillando a la luz de la luna, brillando gracias a mi luz, soy Luna, ¿no? si... brillando gracias a mi esplendor. Soy la Luna brillando en la oscuridad, en las noches de vela de las personas desdichadas e infelices. En las noches de romance apasionado y locura total. Soy Luna, si... Lo soy.
Jonathan me miraba con aquellos azules ojos brillantes, tan brillantes que me era cegador. Cerré los ojos y los abrí por la molestia de lo fluorescente que se veían. Sonreí. Me sentía boba, anonadada, ida... Mi cabeza explotaría en cualquier momento... Jonathan se mancharía con mis sesos quemados y mi jaqueca acabaría al fin, moriría y estaría al fin con mi familia en donde sea que estuviesen.
―Luna, preciosa... Lo siento, lo siento ―dijo casi llorando. Me jaló a su cuerpo y en ese momento me sentí un poco mejor. El dolor en mi pecho y cabeza disminuía un poquito. Y me sentía segura a su lado, pero aún me sentía ida...
―¿Que sientes? ―dije alejándome un poco de él para verlo a la cara, se veía preocupado pero de pronto sonrió recordando la última vez que habíamos estado a solas, aquella vez en la que me dejó sola en aquel pasillo de la biblioteca.
―Todo. Todo, hermosa. Todo ―me abrazó fuertemente a él de nuevo y besó mi cabello enmarañado ―no debí gritarte, ni dejarte ir... Me diste un susto de muerte, Luna White. ―solloce ante la fuerza que ejercía al abrazo, me provocaba tanto dolor.
Él se dio cuenta y aflojó el agarre. Se puso de pie tomandome con suavidad pero no pude abandonar el suelo. No sentía mi cuerpo reaccionar y eso me aterró. Traté de hablar pero sentí cómo si una cuerda estuviera alrededor de mi cuello y de pronto me apretara sin compasión. Mi cabeza punzaba más fuerte que antes y sentía cómo aquella voz que estaba en mi mente me hablase.
Alejate de él.
No entendí el mandato, sólo quería morirme para no sentir lo que estaba sintiendo.
Jonathan me miró sin comprender, en serio que traté de hablar pero me causaba un dolor grande el tan sólo tratar. No podía más. Era mi fin.
El dolor permanecía y cada vez tornándose más fuerte. Por lo menos moriría cerca de aquel chico con pozos azules en aquellos grandes ojos hermosos. Podría brillar cómo la luna que era y mi luz se reflejaría en los ojos de Jonathan, haciendo que brillen con hermosura. Sería una luna, grande y redonda.
Sentí mis ojos cerrarse y mi cuerpo caer nuevamente, pero no al suelo sino a un profundo vacío, desconcertante y desconocido.
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