CAPÍTULO NUEVE
[ THE NEW WOMAN ]
CAPÍTULO NUEVE
❛brilló entre la multitud como un diamante en bruto❜
MIS EXPERIENCIAS ANTE EL NOMBRE DE JOHANN NO HABÍAN SIDO BUENAS, por lo que sentí un ligero escalofrío recorrerme la espalda. A pesar de ello, el Doctor Faustus se mostró amable desde el minuto cero ante mi compañía. Pidió que tomara asiento junto a él, y aún sin saber bien el motivo por el que acepté, aparté una silla para sentarme delante. Sacó del bolsillo interior de la chaqueta un puro, y señalándome con la mirada, me preguntó si me importaba que fumara delante de mí.
─Adelante.
Él asintió con la cabeza, agradecido por no mostrarme reacia al olor y al humo ─aunque así era, mas contuve las ganas de toser─, y dando una grácil sacudida al cilindro amarronado, dejó que las cenizas cayeran en una cascada plateada hacia el cenicero.
─Dígame, Agente Carter -mía fue grata la sorpresa al escuchar salir de su boca mi título como agente-, aunque, ¿debería llamarla así? Teniendo en cuenta que Shield cayó y que es usted ahora una Vengadora...
─Veo que está al día con el tema súperhéroes.
─Soy un hombre la ciencia, vivo del tiempo y sus innovaciones -explicó para seguidamente darle una larga calada a su puro, haciendo que se acumulara entre nosotros una espesa nube de humo- Pero dígame, ¿qué le trae por aquí? Tengo entendido que reside en Manhattan.
─La salud de un familiar -me limité a responder. Era una contestación bastante obvia, y seguramente mi tono habría sido un tanto mordaz y sarcástico, pero en esta ocasión no me inspiraba molestia de hablarle mal- ¿Y usted? No lo he visto en ninguna plantilla.
─Soy el psicólogo -respondió, haciéndome arquear las cejas en gesto de sorpresa- Aunque trabajo más para los familiares de los pacientes que para estos mismos.
─A veces somos nosotros los que necesitamos más paciencia.
Una risita nerviosa escapó de mis labios. Incómoda, aunque no en desconfianza, me percaté en la extraña mirada que el Doctor me dirigía. Su título me habría hecho temblar. No eran buenas las migas que hacía con los de su especie, pero por alguna extraña razón ese hombre me inspiraba todo lo contrario. Supuse que, entre la densa capa de humo, sus orbes claras me escaneaban como un paciente, me analizaban como un sujeto más en su cajón de expedientes. La curiosidad siempre acababa matando al gato, pero poniéndome guantes, me colé entre las rendijas de su mente. Tenía una sonrisa fraternal, un olor típico a hombre mayor, pero al que te recuerda más a un abuelo que a un desconocido. Las experiencias engañaban, y no podía dejarme fiar por su benevolente rostro.
Y para mi sorpresa, al pensar encontrarme a un ser mezquino con intenciones no gratas hacia mí y mi posición como nueva Vengadora y antigua rata de Hydra, me topé con un padre de familia, viudo y apasionado a su trabajo.
Bajé la vista a su anillo dorado, ocupando el dedo anular, notablemente incómoda al haber desconfiado de él. Quizá seguía habiendo gente buena en este mundo.
─Usted debe saberlo de primera mano -comentó, tomándome por sorpresa adónde quería llegar- Lo de tener paciencia, me refiero.
─Oh, sí -asentí comprendiéndolo- No es fácil tenerla pero sí perderla.
─Aunque parece que ahora puede recuperarla. El mundo está más calmo ahora.
─El mundo está constantemente en peligro, pero no todo sale en las noticias. Por eso siempre tenemos que tener paciencia -rascándome la nuca, volví a soltar otra carcajada nerviosa, fijándome de nuevo en el anillo que el Doctor se acariciaba- Es complicado lo nuestro.
─Veo que tiene mucho que soltar.
─No, es solo que... -alcé la vista, topándome directamente con su mirada inquisitiva puesta sobre mí- Algún día acabaremos volviéndonos locos.
─Más trabajo para mí -carcajeó, suavemente, como si él mismo supiera que el suyo no había sido un gran chiste pero, aún así, contagiándome la risa.
─Créame, sería muy difícil tratar con nosotros. O al menos conmigo. Incluso usted acabaría volviéndose loco.
─Soy bueno en mi trabajo -contestó- Y tengo paciencia.
Me dediqué a asentir ante sus palabras básicamente porque no tenía nada que decir al respecto. Mi silencio incentivó sus ganas de seguir la conversación, pero en lugar de abrir la boca, abrió su cartera, sacando una pequeña tarjeta de color blanco con letras imprentas plateadas. Su nombre, su número de teléfono y dirección estaban entre mis manos.
─No soy de las que van a terapia -me excusé, mirando de soslayo la tarjeta y dudando entre si guardármela por educación o por un extraño interés- No se me da bien hablar de mí misma y menos a desconocidos.
─Lo que no se le da bien es dejar que la escuchen.
Volví a mirar su nombre en el papel, preguntándome porqué aquél desconocido parecía conocerme tan bien, mejor que yo misma creía que lo hacía. Me sorprendió lo último que sus labios describieron sobre mí y por un momento quise saber qué más podía saber de mi persona con una conversación más.
─Y a veces un desconocido escucha mejor que un ser querido.
Se puso de pie lentamente, como si de ese modo estuviese excusando su retirada, al mismo tiempo que sonaba mi teléfono móvil, como si el destino hubiese puesto punto final a nuestra charla. Se acomodó la chaqueta, abotonando el último botón de éste, y mirando la tarjeta que todavía yacía entre mis dedos, asintió sonriendo con el puro en sus últimas siendo sostenido por la comisura derecha de sus labios.
─Me va a suponer una buena factura de teléfono teniendo en cuenta que vivo al otro lado del charco -le recordé en una media sonrisa, haciendo que él moviera la mano con desdén, restándole importancia.
─Si mis pacientes lo necesitan puedo coger un vuelo -su aclaración me dejó un tanto desconcertada al considerar la cantidad de kilómetros que separaban al psicólogo de mi residencia actual- Pero siempre que ellos lo pidan.
Un segundo timbre en mi teléfono me advirtió de la urgencia de Amanda en los mensajes que no le estaba respondiendo, por lo que me levanté y me acerqué al doctor, teniéndole una mano libre para despedirme de él y guardarme con la otra su tarjeta, lo cual no le pasó desapercibido.
─Ha sido un placer, Doctor Faustus.
Volvió a colocarse lo poquísimo que le quedaba de puro entre los labios, aspiró una última calada y lo dejó flotar en el agua del cenicero próximo a él. Sus manos olían al áspero olor del humo, pero me tendió una de ellas y la estreché.
─No, el placer ha sido mío.
ººº
Sharon se despidió del desconocido teniendo la sensación que aquella no sería la última vez que se viesen. Por una extraña razón, sabía que se reencontrarían, pero no estaba muy segura de admitir que sería por decisión propia. Sintiendo la tarjeta contra la tela del bolsillo trasero, se dirigió hacia el vestíbulo, donde había quedado con Amanda para hablar sobre un tema de Peggy y los familiares que al parecer habían acudido a visitarla. Dándole un último vistazo a la cafetería que dejó atrás, se fijó que el Johann Fenhoff volvía a encenderse otro puro.
Y cuando pareció que ya no lo miraba, el Doctor sacó el teléfono móvil que vibraba en su bolsillo.
─¿La tienes? -preguntó la voz al otro lado de la línea.
─La he encontrado.
─La pregunta es si la tienes, no si la has encontrado. Te recuerdo que...
─Las cosas con calma, viejo amigo -su boca se impregnó del humo del puro, haciéndole a su voz parecer más hosca- Necesito ganarme su confianza.
─Con todo lo que se viene... No vamos a necesitar solo confianza, el tiempo es oro.
─Ella tiene tiempo y yo paciencia -el oyente, algo irritado por la respuesta de su compañero, se crispó aún más al escuchar la llama consumir el habano que tranquilamente estaba fumándose- Son la mezcla perfecta para asegurar el éxito.
─Espero que no te equivoques.
─Tranquilo -el oro de su anillo en el dedo anular centelleó, y acariciándolo, sonrió sabiendo de lo que era capaz- Yo nunca me equivoco.
ººº
Se apartó del revuelo de recién llegados que estaban abrazando y visitando a una Peggy que por suerte les recordaba. Sus rostros y nombres no fueron solo un vago recuerdo familiar, sino una alegría que consiguió evadirla del peso de su enfermedad. En otro momento, quizá en otra situación e inclusive otra vida, a Sharon le habría gustado reencontrarse con los familiares de su hermana, sus fieles amigos, pero quería evitar cualquier nuevo lazo. Amanda había excusado su ausencia, mintiéndoles sobre su identidad. Para aquellos desconocidos, Sharon no era más que su compañera de piso.
Quizá si investigaran, si tuvieran el tiempo de ponerse al día, o la intención o el interés, acabarían dándose cuenta que la compañera de piso que tanto parecía escabullirse del gentío no era ni más ni menos que Sharon Carter, primera soldado, primera directora de Shield, fugitiva, súperheroína y actual vengadora. Y además, la hermana de Peggy, que no había sobrevivido solo a una presunta muerte falsa sino a setenta años en el hielo. No era una historia que deseaba compartir de nuevo, pero tampoco le suponía ninguna rareza que esas personas no supieran ni quisieran saber de ella. Había gente que el tema de los superhéroes no estaba a su orden del día. Y además, quizá querían dejar su muerte falsa ahí, sin escarbar más en el pasado.
A veces era mejor dejar en paz a los muertos o, al menos, al recuerdo de éstos.
El día iba cayendo y con él la energía de Sharon. Una mañana más en aquél pabellón, una última visita más, unas cuantas lágrimas silenciosas más y estarían de vuelta a casa. Peggy, despierta no solo en cuerpo sino en mente, se despidió de su hermana y su nieta.
─Tranquila, volveremos a vernos -las arrugadas, frías y callosas manos de Peggy acariciaron las húmedas mejillas de Sharon.
Durante aquél viaje se había llevado muchas sorpresas, y no solo con desconocidos, sino con su propia hermana, la cual aún estando enferma, débil y con la luz en su interior ya apagándose, se encargaba de tranquilizarla. Se suponía que era Sharon la que tenía que pedirle que no se preocupara, que no estaban despidiéndose para siempre.
─Lo sé -asintiendo, besó las palmas de sus manos e, inclinándose, depositó un beso más sobre su frente- Nos vemos pronto, hermana.
Fueron cuatro palabras cargadas de una promesa que presionaron su consciencia durante todo el trayecto de vuelta a casa. Tendría que volver a verla, se repetía al subirse al avión que Tony les había facilitado para volar hasta Manhattan. Tendría que volver a verla y, ella, recordarla. Pero sabía que, aunque cumpliera su promesa, no podía estar segura de que Peggy cumpliera la suya.
Decidió dejar de preocuparse por algo que ella no podía controlar, pero aún así se mantuvo en silencio y pensativa en general durante las siete horas de vuelo. Cuando el avión aterrizó en Manhattan, el cielo era oscuro y la noche había entrado hacía unas horas. Un vehículo las esperaba para llevarlas de vuelta a sus respectivas casas, cosa que agradeció mentalmente a Tony ya que no habría estado de humor para tener que esperar a un taxi.
Después de que el chófer les ayudara a subir el equipaje y se le diera las direcciones de cada una, Sharon envió unos cuantos mensajes conforme estaba a punto de llegar a la torre. El camino en coche fue de nuevo silencioso, pero ambas estaban demasiado cansadas para entablar una conversación, y las ganas estaba mucho menos presentes si de lo único que les ocurría hablar era sobre el estado de Peggy.
─¿Qué hora es? -preguntó Amanda al detenerse el coche delante de la puerta del edificio donde vivía, esperando a que el cochero le sacara las maletas.
─Tarde -se limitó a responder Sharon en una mueca al comprobar su reloj de pulsera.
─Tarde para descansar pero pronto para empezar una fiesta.
─Es una lástima que no pueda echar a todos los invitados de la torre y dormir durante una semana entera.
─Siempre puedo hacerte hueco en mi apartamento -propuso Amanda empezando a abotonarse el abrigo y a sacar las llaves del bolsillo- Sabes que estás más que invitada.
─Gracias -asintió Sharon con una sonrisa sincera- Pero le prometí a Tony que iría y, además, tengo ganas de ver a Steve.
─Claro -el chófer le abrió la puerta a Amanda y esta, girándose por última vez hacia Sharon, la abrazó- Saluda a todos de mi parte.
Cuando se hubo ido, Sharon contó los minutos por poder llegar a la Torre. Por una parte estaba sus insaciables ganas de dormir y ponerse ropa cómoda, pero después estaba la otra, deseosa de ver a Steve y a sus amigos. No le hacía especial ilusión encontrarse con tanta gente que seguramente no conocería y a las cuales tendría que fingir entusiasmo por conocer, pero peores cosas había en el mundo.
El primero en recibirla fue Jarvis, que la saludó y le deseó haber pasado un buen vuelo. A pesar de que las circunstancias del viaje no fueran las deseadas, no pudo quejarse de los días fuera. Al menos había estado con Peggy. Sharon se dirigió directamente hacia su habitación, sin detenerse a pasar por el salón principal que era donde se organizaba la fiesta. Sin tiempo que perder, ya que estaba deseando ver a Steve, se duchó y puso un vestido azul que Tony le había regalado en cuanto se habló de montar una fiesta. El maquillaje y el recogido fueron sencillos, un poco de carmín en los labios y un moño alto bastaron para verse bien. Se miró en el espejo de cuerpo entero después de haberse calzado el par de tacones negro, y sonrió ante el reflejo, no porque estuviera satisfecha con el resultado de su atuendo, sino para ir practicando cómo reaccionar ante la presencia de tanta gente.
─Solo serán un par de horas, Sharon -se dijo a sí misma entre dientes mientras se alisaba con las manos unas arrugas del vestido- Puedes hacerlo.
Dio media vuelta sobre los talones y, soltando un último suspiro, se aventuró a salir de la habitación.
En cuanto las puertas del ascensor se abrieron, revelando el interior del salón principal, con todo el griterío tanto de la música como de los ahí presentes, Sharon recibió las primeras miradas sorprendidas de los invitados más cercanos a ella. Los saludó entre fingidas risas, paseándose entre abrazos de bienvenida y preguntas formales. Buscó con la mirada a sus compañeros, y cuando quiso darse por perdida, vio a lo lejos la mano alzada de Tony en señal de reclamo.
Ignoró la conversación que los de su entorno habían empezado a entablar junto a ella, dirigiéndose al multimillonario a un ligero paso acelerado. Los tacones resonaron, haciendo eco en la urgencia de reencontrarse con su amigo, al cual abrazó en cuanto se reunió con él.
─Vaya, sí que tenías ganas de verme -le respondió el abrazo, rodeándole la espalda con un brazo mientras que con el otro sujetaba la copa a medio acabar- Espero que Rogers la tome después conmigo.
Sharon soltó una carcajada, separándose de Tony y girándose ante la mención del nombre de su novio, escudriñando el espacio con la mirada para ver si lo encontraba.
─Por cierto, ¿sabes dónde está? No lo encuentro por ningún sitio.
─Conociéndole, advirtiendo a mis invitados sobre los peligros del alcohol -la broma hizo reír a Sharon- Veo que no conoces el famoso efecto llamado jet-lag, se te nota bastante animada.
─Entonces estoy actuando bien -sonrió falsamente hacia una pareja que pasaba por su lado, saludándolos- Si me convenzo a mí misma de que me lo estoy pasando bien, seguramente la fiesta acabará pronto.
─Viva el autoengaño -murmuró Stark entre dientes acercando la copa a sus labios, dándole un ligero sorbo- ¿Todo bien?
─Todo lo bien que se puede estar -se limitó a responder, encogiéndose de hombros.
No era el lugar adecuado para sincerarse y mucho menos para ponerse sentimental. Sabía que tarde o temprano tendría que volver a tocar el tema de su hermano, pero quería aplazarlo durante un par de horas. Además, primero debía encontrar a Steve, el cual parecía haber desaparecido del mapa.
Sharon no conseguía dar con él y, este, simplemente no sabía ni que estaba en la fiesta.
─Siento haberme perdido una pelea como esa -le decía Sam Wilson mientras subían las escaleras hacia el rellano superior, una especie de balcón en el interior de la misma estancia en el que tenías una vista panorámica de toda la fiesta.
─De haber sabido que iba a haber un tiroteo te habría llamado sin pensarlo -le aseguró el Capitán.
─No, no. En realidad no lo siento -se apresuró a explicar el moreno- Solo intento parecerlo -su amigo rió junto a él, negando con la cabeza- Me encanta seguir pistas inútiles, en este caso de personas desaparecidas. Lo de los Vengadores es vuestro mundo -desde el balconcillo, Sam vio como Thor y unos invitados competían en una ronda de chupitos- Y vuestro mundo está loco.
Steve, presidenciando el espectáculo desde una vista privilegiada, estuvo de acuerdo con Wilson.
─En eso te doy la razón.
─¿Ya habéis encontrado piso en Brooklyn? -la pregunta de Sam tomó a Steve desprevenido.
─No creo que podamos permitírnoslo -respondió, evitando soltar un ligero suspiro y mirándolo de soslayo- Con esto de las misiones apenas hemos tenido tiempo, y Sharon no ha estado muy bien últimamente.
─Bueno, el hogar es el hogar, ¿no? -Steve se encogió de hombros- Lo importante es que todo vaya bien entre vosotros.
─Claro -asintió el rubio, escudriñando con la mirada cada individuo entre la multitud.
─Por cierto, ¿dónde está? -Wilson se puso a buscar junto a su amigo el paradero de la susodicha- Ya debería haber llegado, ¿no te ha enviado ningún mensaje?
Steve entonces deparó en su presencia, descubriendo que llevaba entre ellos más tiempo de lo que pensaba. La encontró junto a Tony y un par de invitados más que apenas conocía sus nombres. Reía y asentía con la cabeza al mismo tiempo que Stark seguramente alardeaba de algo. El líquido de la copa entre sus manos se sacudió ligeramente ante la agitación de sus carcajadas, y se sorprendió verla tan risueña a pesar de las visibles bolsas oscuras que colgaban bajo sus ojos.
Sonrió de lado al saber la fortaleza que la envolvía, como un aura brillante a su alrededor. Sharon siempre le había parecido una persona fuerte, más de lo que ella misma creía; mucho más. La gente siempre tachaba a Sharon como alguien débil, al menos siempre que la comparaban con él. Para Steve, Sharon lucía como luce el Capitán América ente los niños pequeños. Él se sentía como un niño pequeño.
Parecía que el peso de su mirada celeste acabó colisionando contra los hombros de Sharon que, girándose en una media carcajada provocada por las bromas de su multimillonario amigo, encontró a su admirador entre las sombras.
Sonrieron desde la distancia y por un momento, Sharon se olvidó de la gente a su alrededor, de lo cansada que estaba para seguir fingiendo lo que disfrutaba de la fiesta y del dolor afligido por abandonar a su hermana enferma.
Dándole un ligero toque a Tony para excusar que se iba, se acercó a subir las escaleras y reunirse con Steve. Éste facilitó el encuentro, avanzando un par de pasos para acortar la distancia entre ellos, y mientras la veía subir los escalones, se dijo a sí mismo que brillaba como un diamante en bruto; era una pena que no se diera cuenta que ella misma era el diamante.
Llegó hasta ella, abriendo ligeramente los brazos para recibirla entre ellos. Ella se dejó rodear y apoyó la barbilla entre el recoveco de su cuello, aspirando el familiar aroma de su loción de afeitar que tanto había extrañado. Había dejado la copa por el camino para poder tener las dos manos libres y así abrazarlo fuertemente, sintiendo entre los dedos la costuras de su camisa.
─Te he echado de menos, Ojos Azules.
Se separó de Sharon, aún sosteniéndola entre los brazos, y la besó suavemente y ante la vista de los ahí presentes, en los labios. Habían sido solo tres días, pero qué días sin ella.
__________
[sin editar]
perdón por la ausencia y este capítulo tan raro en tercera persona, pero quería que en el reencuentro se vieran los dos puntos de vista sin tener que ir cambiando de POV a POV.
espero ahora poder avanzar más rápido con la historia porque básicamente será el relleno de la película y algunos guiños de mi trama original, por lo que no se me hará tan pesado como los primeros capítulos.
¿qué pensáis del doctor faustus? dejadme vuestras teorías.
siento de nuevo todo este tiempo que me he demorado, pero este no está siendo un buen año para mí y eso se nota a la hora de tener ganas de escribir.
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