005 . childrens lullaby


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005 . los niños lloraban

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    —¿Qué fue lo que dijiste? —cuestiono frunciendo mi ceño.

Las anteriores palabras de la rubia flotan de forma vaga en el aire, estoy completamente metida en la conversación, pero por más que lo dijo hace apenas unos segundos, me cuesta recordarlo. Como si perteneciera a un sueño que comienza a desvanecerse. En parte, no se siente real. Es la sensación la que mantiene el eco distantes de sus palabras en mi mente, la forma en que mi estomago se revuelve y mi piel se eriza, como si fuera algo realmente retorcido, algo que no debe pronunciarse en voz alta.

  —¿Sobre el ejercicio? —pregunta Amy elevando una ceja, curiosa e inocente.

Pero hay algo en aquella inocencia que deja un gusto amargo en mi boca, si no fuera mi mejor amiga, juraría que se está burlando de mí.

  —No, no —Mi mirada vaga por la sala de los Maximoff mientras intento recordar—. Estábamos hablando de...

Me concentro en recordar, el día pasa en mi cabeza sin un orden especifico, una caminata con Billy y Amy, probablemente a la escuela, una clase de geografía con Gwendoline, el almuerzo en la cafetería, llegar a la casa de los Maximoff para hacer la tarea los tres juntos. Soy capaz de hilar los momentos para darles un contexto y un orden, pero me resulta inquietante lo ajenos que parecen, son vagos, sin muchos detalles, silenciosos, como dibujados por alguien sin mucho interés en su trabajo.

  —Nuestra infancia —completa Billy segundos después, yo asiento, ya que aquello parece encajar correctamente—. Cielos, las pastillas sí que te vuelven distraída.

La mención de mi medicación revuelve mi estomago a causa de los nervios, creo que hace más de una semana que no la tomo.

¿Cómo pude haberme olvidado de ellas? Me pregunto mientras intento recordar la última vez que ingerí alguna de aquellas píldoras rojas, pero mis recuerdos son difusos, y comienzo a temer que eso sea efecto de mi imprudencia. Pero escondo mi pánico lo mejor que puedo, en cuanto pueda me levantaré al baño y las tomaré enseguida.

  —Oh, eso —La rubia realiza una mueca como restándole importancia—. Era sobre la canción de cuna que Wanda le cantaba a este y su hermano de bebes...

  —Una hermosa melodía sokoviana —La pelirroja aparece por la cocina con una bandeja repleta de bocadillos entre sus manos.

  —¡Wanda! —la saludo sonriente, ella responde el gesto arrugando su nariz y sonriendo.

  —Pero si es la estrella del show —Amy me ayuda a hacer espacio en la mesa para que Wanda pueda dejar la bandeja sobre la mesa y luego toma una fresa—. Llegas justo a tiempo, creo que Billy no la recuerda.

Wanda abre su boca tan sorprendida como ofendida y luego se cruza de brazos con su ceño fruncido, observando a su hijo con cierto reproche en su mirada.

  —¿No la recuerdas? ¡Te la canté casi hasta que tuviste diez! —suelta ella, ocasionando que el rostro de Billy se torne carmesí y una pequeña risita se nos escape—Claramente está mintiendo.

  —¡Mamá! —El castaño se queja frunciendo su ceño, a lo que Wanda alza ambas cejas.

  —¿Qué? ¡Es una hermosa canción! —asegura ella posándose detrás de su hijo para jugar con su cabello mientras su mirada se llena de melancolía—Mis padres me la cantaban a tu tío y a mí, y yo se las canté a tu hermano y tú hasta que dejaron de sentarse en mi regazo —cuenta con un cierto acento apareciendo en sus palabras.

  —Oh, no le hagas caso Wanda —insisto al notar la forma en que Billy se avergüenza por los actos de su madre—. Yo hubiera amado tener una madre como usted para que me cantase —agrego haciendo a la mayor formular un puchero, ella acaricia mi cabello y me regala una sonrisa.

  —Eres muy dulce Lara —suelta ella con cariño—, estoy segura que tu madre te cantó todo lo que pudo.

Mi madre.

Mi madre...

Billy toma mi mano de repente y me da un fuerte apretón captando toda mi atención, su mirada está cargada con una seriedad que no parece propia para la situación y que en parte me asusta. Entonces Wanda frunce su ceño y él posa una radiante sonrisa para ladear su cabeza y observar cargado de curiosidad a Amelia, soltando mi mano como si ese pequeño momento no acabara de ocurrir.

  —¿Y qué hay de ti Amy? —cuestiona él luego de dejar un pequeño beso sobre la mano de su madre y dedicarle a ésta una mirada cargada de cariño—¿Agnes te cantaba cuando eras niña?

  —Oh, claro que lo hacía —responde rápidamente—. Una canción de cuna muy, muy vieja, algo parecido a lo tuyo Wanda —comenta tomando nuevamente una fresa—. Pasada de madre a hija por largas generaciones, creo que era más una especie de leyenda que poco a poco se convirtió en una canción —explica esbozando una sonrisa mientras su mirada brilla con cierto orgullo.

  —Bueno, no nos dejes así —Wanda la anima a continuar—¿De qué era la leyenda?

Amelia clava su mirada sobre mí y su sonrisa adquiere un tono malicioso que no parece propio de ella, Billy aprieta mi mano nuevamente, pero mantengo mi mirada fija sobre la rubia esperando su respuesta.

  —La bruja escarlata.

Mi garganta se cierra, me levanto de un salto, derribando la silla detrás de mí y soltando un grito ahogado. Algo en aquellas palabras está muy mal, nadie debería decirlas en voz alta. Debería permanecer como una leyenda olvidada que nadie jamás pudiera cantarle a un hijo u hija. Primero siento a mi cuerpo temblar y luego, como una repentina ola que me sumerge por completo, calor. Crece desde mi espalda hasta cubrir todo mi cuerpo y me da la capacidad de moverme nuevamente, comienzo a juntar todas mis cosas rápidamente bajo la atónita mirada de los presentes, pero realmente no quiero hablar, ni pensar sobre lo sucedido, sólo quiero irme.

Guardo mis libros de forma brusca en la mochila y luego comienzo a avanzar rápidamente hacia la puerta sin siquiera murmurar un adiós, estoy demasiada centrada en irme como para pensar en ese tipo de detalles.

  —¡Lara!

Volteo a mitad de camino para observar a Billy, su mirada es una mezcla de confusión y preocupación, por unos segundos parece esperar una explicación, luego se rinde y extiende su mano.

  —Siéntate, terminemos la tarea y luego te acompaño a casa —invita con sus ojos tornándose de un brillante azul.

Reflexiono sobre lo que está diciendo, suena tentador, pero entonces una voz distinta resuena en mi cabeza, una voz grave y severa que no me está pidiendo algo, sino ordenando: "Ven".

Papá.

  —No, gracias.

Los ojos de Billy regresan a la normalidad y ahora distingo el miedo sumándose a su mirada, la cual viaja a su madre, yo comienzo a sentirme realmente apresurada, mis pies se mueven de forma nerviosa sobre el suelo, me siento como si fuera un imán y toda la casa tuviera una polaridad distinta a la mía, como si me estuviera repeliendo, o simplemente no perteneciera aquí. Cerca de ellos.

Termino de cruzar la sala y llego hasta la puerta, pero cuando intento abrirla la encuentro cerrada, aplico una mayor fuerza e incluso utilizo el peso de mi cuerpo para poder lograr que ceda, pero parece sellada completamente, como si en realidad no estuviera destinada a abrirse. Me alejo un poco con nerviosismo para poder estudiarla y averiguar el problema, continúo intentando con el picaporte mientras tanto.

"Ven". Se repite.

  —Lara creo que deberías quedarte a finalizar la tarea —dice Wanda acercándose a mí, la amabilidad que intenta poner en su voz queda a mitad de camino y resulta falsa, realmente está encubriendo una orden.

Descubro que la puerta está rodeada por una estela rojiza, la misma que descubro en la mano de Wanda cuando volteo. La pelirroja está a unos metros de distancia, parada en mitad de la sala con los chicos aún sentados en la mesa detrás de ella, Billy mantiene esa expresión propia de un niño que acaba de tener una pesadilla, Amy por otra parte parece mucho más atenta, menos nublada por las emociones, está estudiando lo que sucede.

  —Quédate —insiste, no, ordena Wanda.

  —Papá me llamó —Es todo lo que digo—. Tengo que irme.

Una nueva oleada de calor, el picaporte responde y abro la puerta que aún brilla en aquel rojo escarlata para luego abandonar rápidamente la residencia Maximoff. Acomodo mi mochila, que comenzaba a caerse y camino apresuradamente hasta casa.

Papá.

Cuando estoy frente a la puerta un cosquilleo en mi estomago me invade, sé que debo buscar mis llaves y abrirla, debo entrar a mi casa. Y sin embargo mi cuerpo no responde. Tardo en comprender que es gracias al miedo.

Tengo miedo de entrar en mi casa.

Volteo y observo la casa de los Maximoff, comienzo a pensar en la manera en que los ojos de Billy se iluminaron, la estela roja en la mano de Wanda, la puerta, lo extraño que se tornó todo tan rápidamente. Y no estoy tan confundida ni asustada como creí que estaría, siento que en realidad es algo común, como si ya lo hubiera vivido.

Ya lo viví.

Los poderes de Billy, los de Tommy, Wanda.

Wanda.

Mierda, algo no está bien en Westview.

Escucho a la puerta abrirse y mi corazón se acelera rápidamente.

  —¿Papá? —suelto mientras entro a la casa.

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