───capítulo XXXIII
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ITALIA PARTE I
Raoul.
—Me importa una mierda el estatus de esa academia, Daaé.
Fue la primera vez que me atreví en hablarle así a mi esposa.
De mi cabeza no se ha borrado aquella imagen de ese bastardo con Gabrielle; me llena de impotencia no haber podido actuar antes.
—Es que no logro entender tu maldito nivel de interés en ella, Raoul, ¿qué tienes en la cabeza? ¿a caso te enamoraste de ella?
—¡¿Por qué carajos piensas en eso, Christine?!— cuestioné, aún furioso—, ¡Por Dios, es tu hermana!
Gabrielle me preocupa como si fuese mi hermana menor, tengo ese instinto con ella. No entiendo el nivel de cordura de mi esposa para pensar tan atrocidad, la verdad que no logro entender.
—¡Ella tiene que aprender que no todo en esta vida es como ella quiere! ¡A veces hay que sufrir, Raoul!
Mi esposa estaba furiosa. No entiendo de donde viene tanto odio a su propia sangre, que yo sepa, Gabrielle lo único que ha hecho es existir; son unos celos insignificantes que no logro comprender completamente.
Dios, dame paciencia.
A Christine siempre la he protegido, nunca he querido que le pase algo malo. Ando con ella para todas partes, nunca le he dejado sola... sé que ser mujer no es fácil en estos tiempos, no soy ajeno a ello. Soy padre de una hija, y sé que mi deber como su progenitor es cuidarle de tanto bastardo que hay por este mundo.Es lo mismo que me pasa con Gabrielle; es mucho menor que nosotros, y ha pasado por muchas cosas, entre ellas por el tema que nos hizo viajar de nuevo a Italia.
—Salga del despacho, Christine, no deseo hablarle hasta que usted se retracte de sus palabras.
—Raoul.
—No le hablaré por el momento.
No escuché protesta alguna, solo el sonido de la puerta.
Suspiré.
—Dios, dame paciencia...
El traer a Gabbie con nosotros, no fue porque la razón hubiese sido cierto hombre de la máscara. Por mi parte nunca lo fue. Después de todo, Erik estaba demostrando que era un caballero.
El asunto de cuando éramos jóvenes, debe permanecer en el pasado por el bien de todos. Cuál baúl sellado.
Traer a Gabrielle a Italia, fue porque su seguridad estaba peligrando en París.
A comparación de mi esposa, Gabrielle no tuvo protección alguna después de que su madre falleciera. La buscó en Christine, pero ella se negó. Por ende, siendo solo una adolescente tuvo que soportar muchas cosas que no le competían para su edad.
Escuché la puerta abrirse, esto hizo que saliera de mi burbuja de pensamientos.
—Pase.
Era Gabrielle.
—¿No deberías estar descansando?
Ella asintió con la cabeza, vi sus ojos hinchados.
—He escuchado la pelea que han tenido con mi hermana...—intenté interrumpir, pero ella negó— la verdad o quiero ser una carga para ustedes como matrimonio. Espero que entiendas mi decisión, pero... creo que será mejor que yo vuelva a París.
—Gabrielle, no, a París no vuelves sola.
La castaña suspiró, formó una sonrisa ladina en su rostro.
—He podido cuidarme sola por siete años, Raoul... ni a mi hermana, ni a mi madrina, ni a ti, ni a Erik... los he necesitado.
Sus palabras sonaron con tanto dolor.
—Agradezco mucho que te preocupes por mi persona, como un verdadero hermano... que eso es lo que eres para mí: un hermano mayor— añadió, enfatizando la última frase dicha—, mañana a primera hora me marcho.
💀🖤🎭
Erik.
Christine en su carta había sido clara en pedir nuestra asistencia para la reunión que solicitaron desde España. Claramente esta vendría siendo después de semana santa, y estaríamos un par de días en este lugar. Algo que no me disgustaba por completo.
Estando en el despacho, además de revisar papeles, comencé a caer en cuenta que he mandado cartas, y no he tenido respuesta de las mismas. Le he enviado a madeimoselle Gabrielle unas cuantas cartas, junto a otras cosas que he decidido hacerle.
No sé si preocuparme, o si es necesario que comience a hablar con cierto trio de mujeres que sé claramente, que saben algo.
Tomé el poco de vino que quedaba en mi copa.
—A la mierda tocar la puerta.
Aquella frase me desconcertó por completo.
Era Dianne, una de las amigas de Gabrielle.
—Que yo sepa no le mandé a llamar, madeimoselle.
—Necesito que me responda: ¿le están llegando cartas de Gabrielle, sí o no?
La pelinegra claramente estaba furiosa, sus palabras eran el claro ejemplo de una mujer que me quería golpear. O en últimas, tirar un ladrillo a la ventana.
Arqueé una ceja.
—No, Dianne, no me han llegado cartas de ella.
—¡Lo sabía!— exclamó entre dientes, al darle un golpe a mi escritorio—. La perra de su hermana está tras de esto... eso no me lo va a negar, Fantasma, que aquí sabemos que la madame Daaé no es una santa después de todo.
Me sorprende el nivel de propiedad con el que lo dice.
Ni siquiera había pensado en ello.
—¿Por qué dice eso?
Dianne se sentó en la sillón del despacho, con un poco de brusquedad. Hasta aquí puedo sentir las ganas que tiene de asesinar a alguien.
—La última carta que me llegó de Gabrielle fue en febrero quince, con Alex enviamos una carta el dieciocho... Ya estamos en semana santa, técnicamente.
Dejé que Dianne hablara lo que debía hablar, mientras ella expresaba su rabia, yo estaba atando algunas cosas. Recuerdo muy bien que la última carta que le envié a ella fue al mismo tiempo que Madame Giry mandó la invitación a Christine... y ya llegó la contestación sobre la situación, pero, nada de ella.
No entiendo qué es lo que quiere Christine.
—¿Han llegado cartas de parte de Gabbie para Madame Giry?
Dianne se sorprendió ante tal pregunta.
—No lo había pensado, ¿sabe?
Hubo un corto silencio en el aire, hasta que la pelinegra volvió a retomar la charla.
—¿Si enviamos cartas para el Vizconde, usted cree que él le muestre las cartas a Gabbie?
No es que tenga buena relación con Raoul, pero creo que puede ser una buena alternativa, sumado a que parece más el hermano de Gabrielle que la propia Christine. Debía pensar alguna manera de que llegara una carta hacia él, sin despertar la curiosidad de cierta mujer.
—Odio decir esto pero... voy a enviarle una carta a Raoul, mencionando esto— hablé, Dianne arqueó una ceja enseguida—. Hay dos posibles cosas que pueden suceder: recibo una respuesta rápida, o no recibo nada. Si es la segunda, ya sabemos quién está detrás de todo esto.
—Maldita perra desgraciada... lo siento—Dianne respiró profundo—. Usted que la conoció, ¿sabe por qué odia tanto a Gabrielle?
Me toma por sorpresa esta cuestión.
Solo hubo una vez que ella habló de eso, y no se expresó de buena manera.
—No lo sé...— suspiré.
—Solo le diré algo, Erik.
La pelinegra se inclinó un poco más hacia el escritorio, algo que me alarmó.
—Esa castaña hermosa, que además de ser políglota es la mejor en ballet, que ha sufrido demasiado desde que quedó sola... tiene mucho amor por dar, Erik, así que, un mal movimiento y tu apodo cobra vida.
Asentí.
Podría decirse que Dianne ha estado muy presente en la vida de ella, más que Alexandra. Reconozco que no me sé toda la vida de mon tresor, al igual que ella de mí, pero...
—Por cierto, ¿qué intenciones tienes con ella?
Me crucé de brazos en ese momento, debía pensar con claridad mis palabras para no cometer una equivocación y ser odiado por las amigas de Gabrielle.
—Con ella quiero todo.
—¿Y todo es?
Suspiré.
—Lo que nunca tuvimos los dos: una familia.
—Aww, tan lindo— exclamó la pelinegra, junto a un puchero, pero su expresión cambió por completo—. Debes demostrar eso. ¿Tú crees que Gabrielle va a tolerar tu desenfrenado vicio por el vino? ¡Ella aborrece eso! Te hace falta conocerla bien.
No pude disimular las ganas de reírme.
—Hay cosas que nadie sabe, ni siquiera ella— respondí, me serví una copa de vino—. ¿Cómo le digo? ¿He sido una mente maestra?
Ahora fue el turno de Dianne en soltar la risa.
—¿A caso piensa que ella no lo fue?
💀🖤🎭
Gabrielle.
En definitiva, no les voy a dar el gusto en irme.
Fue lo que pensé al cerrar mi maleta, y después de haber escuchado mil veces a Carmen recordándome que Italia de seguridad no estaba bien. Además, el problema no era yo... O sí, pero no me quiero ir.
Lo que ocurrió no fue culpa mía, siempre me he dado mi lugar, y en ningún momento voy a dejar que una persona me trate cual trapo viejo. Sé defenderme, y siempre lo haré. Si estoy viva, ha sido por mí, no por nadie más.
Ni siquiera por el maldito de Erik, que ni una carta volvió a mandarme. Ya me dejó en claro que me quiere fuera de su vida, y eso mismo haré.
Me puse a pensar en todo.
Pero más en mis sobrinos, estoy más presente yo como tía que su propia mamá. No quiero que en un futuro digan que me alejé porque no los quería. Así que después de desempacar mis cosas, y colocarlas en su debido lugar. Me dirigí a la habitación de ellos.
—¡Llegó la tía, mis bellezas!
Pude escuchar las carcajadas de Rosie, quien se encontraba jugando con su sonajero. Ese sonido me da mucha vida. Luego fue el turno de escuchar a mi hermoso Carles.
—Yo creo que, es momento de que tía Gabbie, les lea un cuento.
¿Les mencioné que ya están dando sus primeros pasitos?
Ha sido muy hermoso para mí ser parte de este proceso de crecimiento en ambos. Ahí sí que me siento como una mamá orgullosa, pero no soy mamá, pero aún así... ustedes entienden.
Nos sentamos en el suelo, cada uno a un costado mío.
Comenzamos con Ali Baba y los cuarenta ladrones.
A parte de dramatizarles parte del cuento, para que entiendan con su idioma de bebé, quería pasar un buen rato con ellos. Entre la academia y mis cosas personales, no he podido compartir mucho.
Entre cuentos y risas, escuché algo de Rosie.
—Tia... tía babi.
Paré la lectura, y miré a mi bella sobrina.
—¿Señora?
—¡Tía babi!— exclamó de nuevo, hice un puchero.
Pude notar que mis ojos comenzaron a acumular lágrimas. Es la primera vez que escucho a mi niña decir eso, ni siquiera un intento de decir mamá como lo es su hermano, al contrario, fui yo su primera palabra.
Mi Rosalie ya estaba creciendo, y eso me enorgullece.
Le di un besito en la frente.
—Con más razón no me voy a ir, ambos necesitan de la tía.
—Oh, aquí estás.
Era mi hermana.
—Ya está solucionado el tema del transporte para que...
—Bájate del barco, Chris, no me iré— dirigí mi mirada hacia ella—. No te daré el gusto, hermana.
Christine arqueó una ceja.
—Hablo de nuestra ida a España, tonta... espera, ¿te ibas a devolver a París?
Su cinismo me da escalofríos a veces.
Aunque si ella quiere jugar doble, podemos jugar doble, por mí no hay problema.
Me encogí de hombros.
—¿Cuándo nos vamos a España?
—Lunes de pascua.
—Perfecto— respondí.
Siento que España va a ser una perdición para mí.
N/A: créanle cuando les advierte de ese viaje.
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