───capítulo XXVIII.










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PARTE I: ITALIA.


Gabrielle.

Vomité incontables veces en aquel barco.

Para serles sincera, no recordaba si en algún momento de mi infancia habría hecho algún viaje en este tipo de vehículo. No obstante, ya tenia muy en claro que seria supremamente mala para esto... lastimosamente era el medio de transporte más rápido para llegar a nuestro destino.

Ganas de besar y bendecir aquel suelo Italiano, me sobraban. Puesto que el estar en tierra firme me hacía sentir muy aliviada.

Nos instalamos en una casa a las afueras de Roma. Muy bonita, por cierto. Según escuché, esta propiedad fue un regalo de Raoul a mi hermana; lo positivo es que tendré la oportunidad de ver el proceso acerca de la fabricación del vino, que es muy popular aquí.

Ya sé lo que se estarán preguntando, y déjenme responderles una cosa muy puntual: ninguno de los tres se ha podido mirar bien a la cara.

Si yo hubiera sido Christine, yo le pongo seguro a la puerta, y algo antiruido a las paredes. Sumado a que ubicaría la maldita cama en una pared que no comunique con mi habitación.

Sí, me tocó cubrir mis oídos con la almohada.

Y no juzgo, porque sé que cada persona puede vivir su vida sexual como se le dé la gana... ¡Pero dejen dormir, por amor a Dios!

No me interesaba escuchar los gemidos de mi hermana, pero bueno. Empezamos meramente bien la convivencia familiar.

Yo creo que una confesión no me quita este trauma.

En fin, y como era de esperar, hoy cumplía veinticinco años. Pero también se cumplían siete años de la muerte de mi madre. Por ende, no era un buen día por decirlo.

No me había atrevido a levantarme aún, las cortinas de mi habitación se encontraban cerradas. Los rayos del sol penetrando estos gruesos trozos de tela, le daban un toque familiar al espacio. Recordándome París.

París...

Me pregunto en este momento qué estarán haciendo en la ópera. O mejor dicho, si ya habrán hecho alguna travesura en mi ausencia.

Espero que no.

Según le había escuchado a mi madrina, estarían por empezar una nueva temporada de ballet. No me revelaron de cual se trataba, solo espero que les vaya muy bien.

Di un ligero bostezo antes de sentarme sobre el colchón. Por consiguiente, pasé mis manos sobre mi rostro.

—Siete años...

El tiempo no daba respuesta de la sanación sobre esta herida tan grande. Sin embargo, se podía decir que no dolía como los primeros tres años. Quizá mamá, donde quiera que esté, quiere que supere este horrible recuerdo como lo fue su muerte, pero que conserve lo bonito de nuestra convivencia como madre e hija.

Aún me pregunto cómo luciría mamá si hubiera seguido viva. Tengo la certeza que se seguiría viendo igual de hermosa como siempre solía ser ella.

Sentía un vacío inmenso, ¿saben?

Un vacío que no iba poderse llenar con cualquier cosa. Nadie podría llenarlo.

Recuerdo lo que ocurrió después de que la encontré ya muerta: comencé a limpiar la sangre de su rostro, mientras cantaba una de las canciones que ella solía cantarme de pequeña. Luego me preparé para ir a la casa del médico que la atendía, para darle la noticia y que me ayudara con el paso a seguir. Nunca me separé del cuerpo inerte de mi madre, no la dejé sola. Me era imposible hacerlo, no quería que le hicieran daño.

No me sentí capaz de hablar en la misa, ni siquiera en su entierro.

Al reaccionar, me di cuenta que había comenzado a llorar. Limpié las lágrimas con el dorso de mi mano, al igual que mi nariz.

En ese momento escuché que golpearon la puerta.

Madeimoselle Gabrielle, buenos días.

Era una chica rubia, casi de mi edad. Recién la veía.

—Buenos días, ¿cómo estás?

—Lamento despertarle tan temprano, pero le llegó una correspondencia el día de hoy. Dice que es enviado desde su ciudad natal.

Me levanté rápido de mi cama, tomé mi levantadora y me dirigí a la rubia.

—Recién llegaron hace un par de minutos, su hermana me informó que su persona yacía aquí— explicó, al entregarme las cartas. Eran dos.

—Te agradezco mucho. Si puedes informarle a mi hermana que me tardaré en acompañarles a desayunar, te lo agradezco.

La chica asintió, junto con una sonrisa.

—Por cierto, ¿cómo te llamas?— pregunté.

—Viviana, signora.

Dimmi Gabrielle o Gabbie, per favore. La signora mi fa sentire vecchio e sono ancora giovane— pedí, junto a una risa. La chica asintió mientras reía, se veía muy agradable— Muchas gracias, Vivi.

Finalmente Viviana se retiró de la habitación. Dejándome nuevamente en soledad.

Me senté sobre la cama en posición de flor de loto para empezar a leer mis cartas. Una era de mi madrina, y la otra de... mi corazón empezó a latir muy rápido.

—Una carta de mi parte llegará ese día.

No lo olvidó.

Antes de empezar a leerla, até mi cabello en una trenza larga para sentirme cómoda mientras estaba aquí.

Pasé mis dedos por aquella calavera roja característica. Al levantar el sello, aprecié nuevamente, su delicada y perfecta caligrafía.

'Mon trésor'

Grité internamente.

Leí aquel sobrenombre con su voz en mi mente. Esa voz tan característica y capaz de hacerte entrar en una gran y satisfactoria hipnosis.

'A pesar de los enormes kilómetros que no me han permitido celebrar junto a usted, bella dama, su cumpleaños; me permito expresarle mis felicitaciones y grandes deseos para esta nueva etapa de su vida...

Y por más caballero que me haya educado mi madre, cuando se trata de usted, he de dejar que mi corazón hable por mi. Por primera vez.

La primera vez que la vida me dio la oportunidad de conocerle, no fue de la manera cliché que algunos libros de siglos pasados me demostraron. No fuimos como Calisto y Melibea, ni mucho menos como Romeo y Julieta. Simplemente fuimos dos personas que nos encontramos de una manera rara, y eso lo hizo único.

Era una melodía extraña a descifrar, una melodía la cual debía tomarme el tiempo de acomodar en una partitura en blanco. No sabía si era una escala en Fa o quizá en Do, pero lo que sí sabía, era que su voz, tenía muchos efectos en mí.

Algo que hoy extraño, y solo han pasado unos tantos días de su partida. Es un verdadero infierno no escuchar sus molestas ocurrencias, o aquellos gritos de emoción que daba de la nada.

¿Pero sabe qué más extraño y añoro volver a rozar nuevamente?

Sus labios.'

Escondí la carta debajo de mi almohada, de tope. Apreté mis labios con fuerza para no permitirme gritar.  Sentía mis mejillas arder de la pena que tenía. ¿A quién engañar cuando tengo el mismo sentimiento?

Respiré hondo y tomé de nuevo la carta.

—Harás que me dé un paro cardíaco de felicidad, Muhlheim.

'Y sin entrar en detalles, permítame decirle que dejó su preciado rosario aquí... no me pregunte cómo lo obtuve, pero le aviso que aunque no me sienta del todo creyente, este objeto importante para usted, me permitirá recordarla, además de que estará en buenas manos.

Algo así como el presente que le otorgué en año nuevo.'

Posé mi mano libre sobre el collar.

'Es su vigésimo quinto cumpleaños, otro aniversario más de su vida, tiempo para disfrutar. Desde el fondo de mi corazón, sé que su bella madre —donde quiera que esté—, está demasiado orgullosa de ver quién es su hija hoy día.

Me cuesta olvidar aquel vals, y ese último beso bajo la lluvia.

Si me es permitido, sé que volverá a ocurrir. Y no me molestaría que pasara nuevamente. 

Yo sé que usted tampoco lo estaría.

Esperando que hoy le sea un día grato y agradable. Que pueda disfrutar de los hermosos atardeceres romanos, esos que transmiten una paz infinita mientras los admira; y mientras lo hace, ponga un pensamiento en mí.

Nuevamente, feliz cumpleaños número 25, mon trésor.

Su leal amigo.

F de la O.'

Posé aquel pedazo de papel contra mis labios. Y ahogué un grito de emoción.

Había recibido un bonito regalo de su parte; a muchos se les hace insignificante una carta, en mi es todo lo contrario: porque en una carta tu plasmas lo que verdaderamente sientes.

Escuché que golpearon de nuevo.

—Pase.

—¿La cumpleañera ya está despierta?

Miré con extrañeza a la castaña que tenía casi frente de mí, me tomó por sorpresa aquella pregunta.

—¿Christine?

—Feliz cumpleaños, pequeña gota de agua— habló en un tono muy calmado, la castaña se acercó a mí para luego abrazarme. Me tomó por sorpresa—. Ya te van a salir canas.

Reí.

Se sentía raro que pasara algo así entre nosotras dos. Pero quizá fuese la manera de comenzar bien las cosas.

—Tengo veinticinco, no cincuenta.

—Raoul y los niños esperan abajo en el jardín— añadió. Hoy Christine se veía radiante y muy bonita; sus rizos caían tras sus hombros, mientras una coleta los ataba—. En la noche iremos a cenar, ¿qué te parece?

—No debieron molestarse, hoy no es que sea un buen día para mí.

Christine acunó una de mis mejillas en su mano mientras me sonreía. Luego me dio un ligero apretón en la nariz.

—Eso va a cambiar. Que este sea uno de tantos cumpleaños en donde serás feliz.








💀🖤🎭










—La bebé ha crecido, ¿no lo ves, Chris?

—No soy una bebé, Raoul, y suéltame que ya estoy asfixiada.

Entiendo que Raoul me estime bastante, pero ese abrazo de oso me estaba lastimando.

El castaño-rubio dejó de abrazarme, para darme un beso en la frente y por consiguiente persignarme. Lo miré algo extrañada.

—Mi madre siempre hace eso cada que alguno cumple otro año más de vida.

Sonreí.

Mi madre tenía la misma costumbre... pero aquella mañana de hace siete años, se dio por finalizada. 

Alejé con rapidez aquel nostálgico recuerdo.

—Te ves más madura que cuando te vi por primera vez.

—Ese día estaba con mi traje de ballet, Raoul.

—Y hoy luces un hermoso vestido de gala, Gabbie. Te ves bellísima.

Hice una corta reverencia.

El morado hacia un ligero contraste con mis ojos azules. Y aquella coleta que había decidió hacerme, confirmaba lo que acabé de mencionar.

Mi vestido hacia honor al estilo francés, y en eso Christine acertó ciegamente. Cuando destapé la caja en donde se encontraba esa prenda, apenas pude mantener mi mandíbula en el puesto. Amaba los detalles dorados del vestido, su escote recto permitía resaltar aquel zafiro rojo que llevaba sobre el inicio de mi pecho, la manga tres cuartos era muy cómoda. Y ni hablar de los guantes.

Llevaba unas zapatillas doradas, bastante cómodas.

Mi hermana por su parte, llevaba un hermoso vestido rosa. ¿Ya les he mencionado lo bien que le luce el rosa?

—Carmen se quedará con los niños mientras vamos a cenar. Así que podemos estar tranquilos.

—¿En serio esto es para mi?

—Es uno de tantos cumpleaños bonitos, petite princesse.

Fue una noche mágica.

Un buen cumpleaños.

En siete años, en este no me había encerrado en mi cuarto a llorar la mayoría de día. Ni me culpaba nuevamente por la muerte de mamá. Este año sonreí, apagué la velita, y pedí un deseo.

Pero, lo que más necesitaba en este momento... era que él me cantara mi canción favorita como regalo de cumpleaños.























N/A: ¿Quién le cree a Erik eso de 'Su leal amigo'? Ojitoooooo.








the music of the night 2.

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