───capitulo XV.
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Erik.
Era de esperar que no hiciesen caso ante mi advertencia, el palco cinco estaba ocupado por los vizcondes. Ni aún así pasando una carta, pidiendo amablemente la reserva del palco.
Destaco, que madame Daaé en medio de la función analizaba su entorno. Sabía que me buscaba con la mirada, pero aún así, no dejaré que me vea. No aún.
Por fin decidieron hacer una ópera digna.
Fausto ha sido de mis clásicos preferidos: su historia, su música. Pero su trama fue lo que cautivó mi corazón, y aunque es dolorosa, es cierta. Una cruda verdad, una simple y completa analogía de los amores imposibles.
Alguna vez escuché... que la verdad siempre dolerá. Y no fue por haberla escuchado de boca de mi madre, Madelaine. Sino porque años después cobró sentido para mí.
El nuevo elenco demostraba pasión por lo que hacen, y amor. Me sorprendió que al ser el debut de muchos en este sentido, se destacaron en sus papeles; hay una que otra cosa que se debe corregir, pero están haciendo un gran trabajo.
Mejor que la Carlotta en sus tiempos gloriosos.
La obra terminó, y consigo mi estadía en este incómodo lugar. Y con incómodo, me refiero a donde me encontraba sentado siendo espectador del teatro. Pude notar el bello ramo de rosas que le dieron a la protagonista de esta noche, y también noté su mueca disimulada de desagrado frente a este obsequio.
Soy yo, ¿o las rosas no son sus favoritas?
Al caer el telón, me dirigí hacia tras bambalinas, apenas pude escuchar algunas de las palabras de emoción. Hubieron aplausos. Hubieron gritos.
Todo había salido bien esta primera noche.
Sin embargo, la nueva soprano no se pronunció, solo se dirigió a su lugar de descanso.
Con sigilo, empecé a seguirle. Desde la distancia en que me encontraba, podía notar su expresión de nostalgia. La misma que vi el otro día. Lo azulado de sus ojos se veía completamente apagado, alguna tristeza ha de aquejar su corazón para que la claridad de ellos cambiara por una profunda oscuridad.
Me alarmé cuando vi donde ingresó.
El camerino que fue de Christine.
Miré a mi costado, tenía la capa de ella junto a un girasol. Debía entregársela antes de que lo olvidara por completo, el sentimiento de melancolía al recordar esa amplia habitación, no me podía impedir lo que quería hacer. Recordaba perfectamente la manera de ingresar a la misma, sin ser visto, y eso involucraría el espejo.
Me escabullí con cuidado, sin ser visto por la cantidad de jovencitos hormonales que habían en el pasillo. Me adentré en unos de los pasadizos, y entré.
Me sentía pésimo evadiendo su espacio, pese a que no la conozco del todo.
Sus manos estaban entrelazadas entre sí, sus labios pronunciaban jaculatoria alguna pero en silencio; no obstante, se persignó y una de sus manos se posó en su collar. Pude divisar bien que se trataba de un rosario.
Se escuchó la puerta.
Ella pasó sus manos sobre sus majillas antes de ir a abrir, no dudé en molestarme al saber de quién se trataba.
—¡Lo hiciste genial!
Era Raoul.
¿A caso la conocía?
Gabrielle le abrazó emocionada.
—Estoy nerviosa aún, pero sé que lo hice muy bien.— chilló ella, el vizconde le dio un beso en la frente— Como me hubiera gustado que mi madre estuviera aquí. Sé que ella hubiera estado más que orgullosa.
—Y lo está, princesse.— replicó.
Aquella cercanía se me hacía algo sospechosa, y no deseo apresurarme a pensar algo incoherente. La castaña sonrió y abrazó nuevamente al vizconde.
—Alístate, iremos a cenar.— anunció— Pediré mi carruaje. Dos minutos, petite princesse.
Si aquella entidad superior existe, me gustaría preguntarle porqué carajos desea que tenga pequeños recuerdos de un momento de mi vida en específico.
—Raoul, pero dame chance de que me ponga presentable por lo menos.— una pequeña risa se le escapó, el hombre volteó a mirar antes de salir— Diez minutos.
—Está bien, Gabbie. Te esperamos abajo.
Me siento algo desconcertado.
En ningún momento Antoniette me mencionó que esta chica fuese pariente del vizconde, o amiga. Sin embargo, no dejaré que mis pensamientos ansiosos tomen control en este momento.
Gabrielle se sentó frente al tocador que hay frente a donde me encuentro.
Empezó a deshacer sus trenzas, dejando así caer pequeñas ondas de su cabello tras sus hombros. Me sorprendió lo larga que es su melena oscura. Al tenerlo suelto por completo, tomó su cepillo y empezó a pasarlo con sumo cuidado.
Su cabello hacia que su rostro resaltara un poco más.
Poco a poco, sus mejillas se fueron empapando en lágrimas. Era la ausencia de su madre, y con lo que pude entender, quizá había fallecido.
Gabrielle se permitió llorar por unos minutos, su mano libre fue directamente hacia su rosario.
—Wandering child, so lost, so helpless,— susurré, sus ojos azules empezaron a analizar el lugar— Yearning for my guidance...
El dorso de su mano derecha se posó sobre sus mejillas, borrando el rastro de las lágrimas que habían salido anteriormente.
— Angel or mother? Friend or phantom?— su voz sonó alarmante, sus ojos tornaron un brillo que me es imposible de describir— Who is it there staring?
Se levantó de su asiento, empezó a recorrer los espacios de la habitación mientras buscaba con la mirada quién le estaba hablando.
La velas daban el toque de suspenso, un toque cálido dado a la ocasión.
—Angel, oh, speak... What endless longings.
Una sonrisa se formó en mis labios, involuntariamente.
—Echo in this whisper?
Se rindió por completo.
Su mano derecha se posó a un costado de su frente, cerró sus ojos y empezó a respirar con calma.
—Too long you've wandered in winter, far from my fathering gaze.— hablé de nuevo, sentí su mirada sobre mí, finalmente estaba frente al espejo. Su expresión era de confusión, pero al mismo tiempo de una gran curiosidad.
—Wildly my mind beats against you...
—You resist.
—Yet your soul obeys.
Nuestras voces se sincronizaron, formando un perfecto encaje, una sinfonía única y complicada de encontrar. Su voz es preciosa, dulce, pura, y sana. En ella expresa sus sentimientos, su sentir.
—Angel of Music!— exclamó ella, quedé aún más confundido... ¿cómo ha de saber ella de aquel ángel? No entiendo.
—I denied you/You denied me.
Debía parar esto ya.
Los recuerdos fugaces que vienen a mí, me hacen abrir el espejo con rapidez. No quiero cometer de nuevo otra estupidez.
Nuestras miradas se unen, pero lo hacen cuestionándose; lo hacen sin ser forzadas, pero con miles de preguntas vagas.
—Turning from true beauty...
Ella se va acercando a mí, con delicadeza... pero todo cambia cuando siento su palma chocar contra mi mejilla.
Inmediatamente me quejo de la molestia causada por esta bofetada. Y puede que suene chistoso, pero no entiendo como pudo hacerlo si claramente soy mucho más alto que ella.
—¡Te advierto! ¡Otro susto de estos, y te juro que tu apodo de 'fantasma de la ópera' cobrará sentido!— mangoneó, enfadada. Con esa voz de autoridad, y la acción ocurrida no sé si alejarme o juguetear un poco.
Un segundo.
—¿Cómo sabes de mi apodo?
—Estoy temblando horrible, Erik.
Y era verdad, sus manos eran evidencia de ello, al igual que sus labios, y el tono de su voz.
—Por un momento pensé que la muerte ya me había alcanzado.— dramatizó, posó una mano sobre su pecho. Empezó a controlar su respiración. Esta vez me dió un golpe en el pecho— ¿Qué querías lograr con asustarme?
Se me salió una carcajada en ese momento.
—Quería molestar a la nueva soprano.
—Qué lindo... ugh, no te conozco mucho y ya te odio.
—Da igual, señorita.— dije. Extendí la capa y el girasol— Dejaste esto hace unos días en mi...
Su chillido interrumpió lo que estaba diciendo, corrió de nuevo hacia mí, tomó el girasol en sus manos y empezó a dar saltitos.
—¿Quién te dijo que amo los girasoles?
Me puse a pensar en cómo llegué a hacerlo, cuando iba a contestar su pregunta, ella me interrumpió.
—Es precioso, en serio, no te hubieras molestado.— expresó, mientras acariciaba con suavidad aquella flor— No creas que por un girasol te voy a perdonar el susto que me diste.
El cambio de humor que tiene es muy extraño, quizá esto pase en todas las mujeres, pero el de ella es algo curioso. Se emociona, pero se mantiene enojada. Permanece dentro de un límite intermedio, algo difícil de entender, lo sé.
Se sintió bien verla sonreír.
Acomodó su cabello de una manera que pude ver mucho mejor su perfil: su nariz pequeña y perfilada, sus mejillas rosadas, sus labios gruesos y delicados, sus pestañas largas, y sus bellos ojos azules. La mirada que tenía tenía ese momento era relajada.
Esos ojos azulados expresaban su sentir, cambiaban de acuerdo al estado de ánimo. Y es increíble ver que en ella pase eso.
—Oh, gracias por mi capa. Armé un desastre en mi habitación por buscarla.
De imaginarme aquella escena, me daban ganas de reír. Pero debía disimular.
—Creo que... debería irme.— anuncié, ella asintió— Sin embargo, quiero felicitarla por su debut como actriz, lo hizo muy bien.
Gabrielle hizo una reverencia.
—Lo sé, gracias.
Fruncí el ceño.
En mi vida no había recibido una respuesta igual que esta. Estoy en frente de una mujer que, quizá, tiene el ego muy alto.
La seguridad en sus palabras.
—¿Lo volveré a ver?
Me encogí de hombros.
—No lo sé.— respondí, ella sonrió de nuevo— Sí no ocuparán de nuevo el palco advertido, yo diría que existiría la posibilidad de que eso ocurriera.
Hice un ademán de despedida. No esperaba ser detenido, claro que no.
Recuerdo plasmar en mi mente aquella dulce sonrisa dirigida hacia el bello girasol. Me percaté de unos pequeños hoyuelos plasmados en cada mejilla. Y sus ojos brillantes. Habían ligeros mechones cubriendo los lados de su rostro ligeramente.
Su melena es espesa, abundante, y oscura, pero con ligeros mechones claros.
—Deja de mirarme, no creas que olvidé el susto de ahorita.— habló, al lanzarme una pajolera de su vestuario. Quedé un poco desconcertado con esos cambios abruptos de humor— ¿No te ibas ya? Necesito privacidad para cambiarme.
Alcé las manos en señal de que ya había entendido. Volví a entrar por el pasadizo, dándole una última mirada a ella.
—Adiós, Gabrielle.
—Hasta luego, Erik.
No podía quitarme de la mente esos hermosos ojos azules; espero volverlos a ver de nuevo.
<3.
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