《Prólogo》

La Luna era la única testigo de mi vida. La única que oía los gritos de mi padre cuando llegaba ebrio a mi casa y los sollozos de mamá cuando este le pegaba.

Era mi única confidente, a la cual le contaba todos mis sueños, pesadillas y la incertidumbre del mañana.

Nunca creí que la Luna se apiadaría de mí y me mandaría a aquel chico de cabellera plateada, él cual me enseñaría el resplandor de la noche.

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