1.


Aquella mañana, Lincoln Loud se sentía desubicado, desconectado.

Era como si todo el mundo hubiera perdido su sustancia y su realidad. Las cosas se veían borrosas, mal perfiladas; como las imágenes que un dispositivo electrónico no logra cargar por completo.

Cierto, había pasado una noche terrible. Ya no lo recordaba bien, pero había soñado con gritos y explosiones; con fuego y dolor. De la pesadilla que lo despertó en la madrugada solo recordaba una breve escena: su hermana Lisa gritaba desesperada que aquello no era posible; que tenía que haber un error fatal en los datos. El tono de la niña era tan vehemente y angustiante que Lincoln corrió para verla, pero nunca logró llegar a su habitación.

Toda la casa se desmoronó a la vez. Las paredes se pulverizaron. Luego, una bola de fuego llenó por completo su espacio visual, y ni siquiera tuvo tiempo de asustarse. La onda de choque lo levantó del suelo, el fuego lo absorbió, y todo su mundo se redujo a un dolor lacerante y mortal.

Creyó despertar entre gritos, pero nunca le quedo claro si ese fue el caso. Las pocas veces que se despertaba así, siempre tenía a un tropel de hermanas acudiendo a su habitación para consolarlo o regañarlo. Esta vez, no ocurrió nada de eso. Tuvo que tranquilizarse y recuperar el aliento por sí mismo.

Lo curioso fue que se volvió a dormir de inmediato. Todas sus pesadillas lo dejaban siempre asustado, vulnerable; incapaz de distinguir entre la fantasía onírica y la realidad. La angustia que le despertaban esas sensaciones lo tenía despierto durante largo rato. Sin embargo, esta vez no sucedió así. El terror y la angustia se desvanecieron tan rápido como su consciencia, y no volvió a despertar hasta que sonó la alarma de su reloj.

Desde que abrió los ojos tuvo aquella sensación de irrealidad. En un primer momento no se desconcertó tanto, pues estaba seguro que todo era efecto de su pesadilla y del cansancio acumulado por las tareas del día anterior. Sin embargo, la sensación no desaparecía. Ni siquiera el frescor del agua sobre su piel y los gritos de sus hermanas reclamando su lugar en el baño lograban que se le pasara la modorra.

Regresó a su habitación para vestirse y bajar a desayunar. Mientras se cambiaba, notó que su cabeza todavía se sentía rara. Al parecer, un ligero mareo hacía que perdiera de vista las cosas. El tacto de su ropa se sentía raro. Incluso el picaporte de su puerta le producía una sensación de vacío, como si fuera a desaparecer bajo su mano.

Sacudió la cabeza y se frotó los ojos. Hasta la sensación de sus puños restregando su cara tenía algo de falso. Parecía como si tuviera puestos unos guantes de látex. Se volvió a tocar el rostro solo para cerciorarse de no tener fiebre, pero su temperatura corporal no tenía nada de extraño.

Al darse cuenta de ello, sonrió. Por lo menos era capaz de sentir y percibir que algo era normal.

Cerró los ojos y los abrió de nuevo. ¿Acaso se engañaba, o las cosas se perfilaban de nuevo y recuperaban su solidez?

Lincoln se encogió de hombros y decidió que no valía la pena preocuparse más. Lo que fuera que le ocurrió, ya estaba pasando. El mundo era tan sólido y firme como siempre, e incluso el terror de su pesadilla comenzaba a desvanecerse de su mente.

Mejor que se apresurara: el exquisito olor de los pancakes recién hechos llegó hasta su nariz. Si no se apresuraba, sus hermanas no iban a dejarle ni uno.

***

El desayuno transcurrió con normalidad. En la mesa de los pequeños reinaba la misma animación de siempre. Ni siquiera le sorprendía que Lisa no hubiera bajado: en los últimos días, parecía tener más pendientes que nunca, y bajaba a desayunar casi cuando todos ya habían terminado.

Al pensar en ello, Lincoln frunció el ceño. Era cierto que sus padres no eran los mejores a la hora de imponer disciplina, pero por lo menos, su mamá siempre se asomaba a la escalera para reclamarle a Lisa por su retraso. Sin embargo, tenía días que aquello no ocurría. ¿Acaso habían llegado a algún acuerdo o componenda de la que él no estaba enterado?

Se encogió de hombros mientras se llevaba un pedazo de pancake a la boca. El delicioso sabor del bocado bañado con jarabe de maple lo hizo olvidarse de sus preocupaciones. Era bueno dejar de pensar por un rato del trabajo que tendrían que entregar al día siguiente, y que todavía estaban lejos de terminar.

- Al menos, no tendremos que hacerlo aquí mi casa, con todas mis hermanas merodeando -pensó-. Estaremos mucho más tranquilos en casa de Stella. ¡Menos mal que le avisé a mis padres que llegaría tarde!

De pronto, el silbido de admiración de una de las gemelas lo sacó de sus pensamientos.

- ¡Uuyy, Lisa! -exclamó su madre-. ¡Esa blusa te queda hermosa!

- ¡Y los pantaloncitos pescadores también, hermanita! -secundó Leni, y sus pupilas se dilataron tanto que sus ojos refulgieron- ¡Guau! ¡Te ves tan linda y tierna!

Los murmullos de aprobación recorrieron todo el comedor, y Lincoln apenas podía dar crédito a lo que veía. Su hermana Lisa, siempre tan seria y con su eterno suéter verde, había cambiado su imagen de manera radical. Llevaba una preciosa blusa campesina de algodón blanco, y unos pantalones pescadores color azul marino. Se había recogido el cabello en dos coletas cortas que perfilaban la redondez de su rostro y hacían que sus lentes se vieran menos grandes. ¿Acaso Leni dijo que se veía tierna? ¡Nada de eso! El atuendo la hacía parecer bastante mayor de lo que era.

Lincoln también hubiera silbado de admiración. Tenía que reconocer que Lisa se veía muy linda, con aire de candor muy poco propio de ella. Sin embargo, ese abrupto cambio de imagen de la más seria y circunspecta de sus hermanas lo intranquilizó mucho. Era tan extraño como las sensaciones que tuvo aquella mañana.

Algo no encajaba en todo ello. Incluso, la actitud de sus hermanas y su madre no era la que él esperaba.

Un cambio tan radical tendría que producir un verdadero tumulto. Después de todo, se trataba de Lisa. Sus atuendos eran austeros y utilitarios; incluso los vestidos de gala que llegó a utilizar en algún evento o ceremonia. Nunca tenían la intención de despertar admiración, o resaltar esa discreta belleza que ella parecía esforzarse tanto por ocultar.

Lincoln esperaba que Leni o Luna preguntaran a qué se debía el cambio, y quizá alguna de ellas aventuraría la hipótesis de que su pequeña hermanita se había interesado por algún niño de su escuela; pero nada de eso ocurrió. Tan solo felicitaron a Lisa por su buen gusto; y solamente Lola, que detestaba que alguien más fuera el centro de atención, hizo una mueca de disgusto.

A pesar de todo, Lincoln contempló a su hermanita con interés. Ahora que pensaba en ello, recordó que el pelo de Lisa era artificial; y se la imaginó haciendo las coletas en su peluca justo antes de ponérsela.

El pensamiento casi lo hizo reír, pero con un esfuerzo logró disimular. No quería que Lisa sintiera que se estaba burlando de ella.

En aquel momento, la mirada de Lisa se cruzó con la de él. Por alguna razón, su hermanita genio no ocupó su lugar habitual en la mesa y se sentó justo enfrente de Lincoln. La niña se percató de la mirada y la sonrisa de su hermano; y el chico se sorprendió todavía más cuando se dio cuenta de que ella desviaba la mirada y sus mejillas se teñían de un intenso color carmín.

Lincoln no se esperaba aquello. ¡Era tan atípico! ¿Lisa Loud, reaccionando como una chica normal? ¡Y además con él, su propio hermano!

Lisa, que casi nunca dejaba que las emociones la desbordaran, ¿ahora se sonrojaba por el hecho de que su hermano la mirara? Si hubiera tenido seis años más, pensaría que la pubertad le estaba pegando fuerte. ¡Pero ella solo tenía cinco años! ¿No podría ser que...

Una campana en su cerebro le impidió seguir pensando en eso. Instintivamente, se dio cuenta de que sus ideas podían ir por derroteros peligrosos. Además, Lisa se recuperó de inmediato, y se puso a charlar alegremente con sus hermanitas.

El peliblanco se encogió de hombros y decidió que lo mejor era dar buena cuenta de su desayuno. Sería un día largo y agotador, y era mejor empezarlo con buen pie.

***

- ¿¡Cómo que no vendrán!? ¡¿Ninguno de los dos?! -exclamó Lincoln, casi al borde del infarto.

- Me temo que no, amigo -contestó Rusty, mucho menos preocupado de que Lincoln hubiera imaginado. ¡Pero no te preocupes tanto! A Clyde lo vamos a ver en casa de Stella. Dice que está un poco indispuesto, pero que va mejorando, y nos encontrará por allá. El que no tenemos ni idea de cómo se encuentra es Zach. Le he llamado varias veces por teléfono, y no contesta para nada.

- ¿Pero cómo no voy a preocuparme, si... -comenzó Lincoln, pero no pudo terminar la frase.

- ¡Buenos días, chicos! ¡Siéntese todos y vamos a comenzar el repaso! ¡Recuerden que los exámenes son en dos semanas, y mañana mismo tendrán que entregar el trabajo final!

El suspiro de resignación de los chicos fue más que elocuente. Todos se sentaron en sus pupitres y el repaso comenzó.

A Lincoln le costaba trabajo concentrarse. La noticia de que Zach no estaría en casa de Stella para ayudarlos estaba comenzando a preocuparlo. ¡Por dios! Con la ayuda de todos, quizá estarían acabando alrededor de las nueve de la noche. Si Zach faltaba, sería por lo menos una hora y media de trabajo adicional. ¿Y si Clyde no se sentía bien y trabajaba mucho más lento de lo habitual?

Suspiró, e intentó seguir el consejo de Rusty. En aquel momento no ganaría nada con preocuparse. Por el contrario, se estaba perdiendo de cosas importantes, y Mrs. Burbidge, en los repasos, tenía la mala costumbre de revisar superficialmente temas que no habían visto en clase; y los ponía en los exámenes sin ninguna misericordia.

***

- ¿De verdad, eso era todo? ¿Todo lo que faltaba? -preguntó Lincoln, sin dar crédito a lo que veía.

- ¡Claro que sí, amigo! -respondió Clyde, casi tan extrañado como Lincoln -. Ayer hicimos casi todo el trabajo, ¿lo recuerdas? Por eso nos salimos tan tarde. Y por eso pesqué ese inicio de resfriado... ¡Achuuu!

- Pero... Pero... ¿Y los cuestionarios? ¿Y la maqueta para ilustrar? - ¡Todavía nos falta eso! -protestó.

Esta vez, todos sus amigos intercambiaron miradas de extrañeza.

- ¿Cuál cuestionario y cuál maqueta? -contestó Liam, tan perplejo como los demás.

- Vaya... Y pensé que Clyde era el que se sentía mal -murmuró Rusty. No pudo decir más porque Stella le dio un codazo para apaciguarlo.

- ¿No lo recuerdan? ¡La maestra Burbidge lo escribió en el pizarrón! ¡No me digan que lo olvidaron!

Esta vez, las miradas de extrañeza se convirtieron en expresiones de auténtica preocupación. Incluso Clyde se veía incómodo, y se preguntaba si su mejor amigo se sentía bien de la cabeza.

Stella reaccionó rápido. Tomó su cuaderno y revisó sus notas de clase. Nadie dijo nada antes de que ella pusiera el cuaderno enfrente de Lincoln.

- Lincoln, no sé de dónde sacaste eso, pero la tarea no era así. Teníamos que redactar un trabajo de 7000 palabras sin incluir bibliografía sobre la batalla de Gettysburg; con dibujos y mapas, y fue lo que estuvimos haciendo ayer. Estoy segura de que si Mrs. Burbidge nos hubiera pedido una maqueta y un cuestionario, hubiéramos adelantado ese trabajo también.

- Cierto, amigo. -terció Clyde- Ya terminamos, y Stella se va a encargar de enviarnos a todos el trabajo y de imprimirlo para la entrega. Es lástima que tenga que acudir a cita con el doctor, porque si no, los hubiera invitado a todos a la casa para estrenar mi nueva consola.

La algarabía de sus amigos no terminó de convencer a Lincoln. Sin decir nada, fue a su mochila para sacar su propio cuaderno. Estaba seguro de que había anotado todo y con detalle. Sabía que Stella era metódica y cuidadosa para anotar sus tareas, pero no iba a correr ningún riesgo. Les demostraría a sus amigos que no estaba loco. Les enseñaría su libreta de notas, y luego...

Encontró la página con sus notas de clase, la leyó, y apenas pudo contener un gemido de angustia.

Allí mismo, de su propio puño y letra, estaba anotada la tarea. Y no decía nada que no estuviera en la libreta de Stella.

Se llevó una mano a la boca, y sintió que el corazón le caía a los pies. No sabía si estaba más asustado que avergonzado, pero no se atrevía a decir nada. Y mucho menos, a enfrentar a sus amigos.

Los chicos se dieron cuenta de la reacción de Lincoln, y entonces se preocuparon de verdad. Ninguno comentó nada. Tan solo Stella se acercó a Lincoln, y se animó a poner una mano sobre su hombro.

- Quizá has tenido demasiadas tensiones últimamente -susurró la muchachita, y sus ojos lo miraban con una mezcla de ternura y preocupación-. ¿Acaso tienes algún problema en casa? ¿Hay algo que podamos hacer?

Lincoln se volvió para mirarla, y luego vio de reojo a todos sus amigos. Todos parecían genuinamente preocupados.

Nunca supo cómo logró dominarse. Por un momento, se sintió tan angustiado que tuvo ganas de gritar; pero no quería preocuparlos más. Incluso Rusty había perdido su semblante burlesco y se veía tan preocupado como los demás.

De pronto, el bonito rostro de la niña se iluminó.

- Creo que ya sé lo que necesitas, Lincoln. ¡Vengan todos! Les invitaré un refrigerio antes de que se vayan. En el refrigerador tengo pastel y malteada. ¿Quién quiere?

- ¡¡Yo!! -gritaron todos entusiasmados. Todos, excepto uno que no lograba superar su angustia.

Los chicos se dieron cuenta de que él no había dicho nada, y se volvieron para verlo. Tuvo que hacer un tremendo esfuerzo de voluntad para sonreír.

***

De regreso a casa, Lincoln iba cabizbajo y taciturno. Solo quería llegar y acostarse un rato en su habitación. De sobra sabía que aquel día no se encontraría con nadie. Solo Lisa estaría en su bunker, como siempre, ocupada con sus experimentos. Bendito dios que sería así, porque ya empezaba a dudar muy seriamente de su cordura.

Quizá estaba exagerando, pero nunca se había sentido así. En su vida tan bizarra, con su numerosa familia y sus entusiastas amigos, sus planes se habían arruinado muchísimas veces; pero no recordaba haber tenido un día como ese. Uno en el cual sintiera que el mundo que conocía se desmoronaba a su alrededor.

Si se ponía a pensarlo, aparte de las perturbadoras sensaciones de aquella mañana, no había ocurrido nada terrible o desastroso. Tan solo era una serie de incidentes que rompían con la cotidianeidad. En realidad, ¿acaso era tan extraño que Lisa decidiera salir del cascarón y comportarse un poco como una niña normal? Era un genio, una niña prodigio que a su edad ya había ganado un premio Nobel y desarrollaba investigaciones que fascinaban a la comunidad científica mundial. Pero también era una niña pequeña, capaz de dejarse llevar por sus sentimientos y emociones. Lo había demostrado más de una vez. ¿No tenía todo el derecho a ser niña por unas horas y preocuparse un poco por su apariencia?

Lo mismo con las demás cosas que le pasaron. Incluso aquella sensación de irrealidad de la mañana se parecía a lo que sentía cuando tenía ataques de fiebre muy alta o cuando se despertaba de una pesadilla. Lo que en verdad le preocupaba era el asunto del trabajo que debían entregar al día siguiente.

¿Cómo pudo cometer ese error? ¿De dónde había sacado la idea de que tenían que entregar una maqueta y un cuestionario?

Estaba seguro de que el encargo era real, no era algo que se le pudo ocurrir a él mismo. ¿Por qué querría inventarse más trabajo escolar que el que ya le dejaban en la secundaria? Ni que estuviera loco.

Además, recordaba muy bien la angustia y preocupación que sintió al darse cuenta de todo lo que tenían que trabajar; y estaba seguro de que sus amigos pensaron y dijeron lo mismo. ¡Demonios, si faltó muy poco para que el propio Clyde se pusiera a hiperventilar! ¡Estaba bien seguro de ello!

Entonces, ¿qué pasó? ¿Acaso lo soñó también?

¿Fue parte de aquél sueño en el que murió tras la explosión en el cuarto de Lisa? ¿O lo había soñado antes y lo olvidó de alguna manera?

Quizá. Tal vez todo ocurrió así. Al final, resultaba que todo lo pasó tenía una explicación lógica. Había días tan extraños como ese, y seguramente habría más en el futuro.

Sin embargo, no dejaba de sentirse incómodo y perturbado. A fin de cuentas, uno podía vivir su vida porque sabía las cosas que le iban a pasar. Uno podía prever lo que iban a ocurrir. Cuando el mundo se volvía impredecible, la imaginación se desboca. Uno empieza a pensar que se volvió loco, y se le ocurren toda clase de tonterías.

Tonterías como la que se le ocurrió cuando Stella lo llamó aparte, sin que el resto de sus amigos lo notaran, y le pidió que fuera a verla a su casa al día siguiente, después de clases.

***

Todavía lo esperaba una sorpresa más. Tal como lo supuso, solamente Lisa estaba en la casa. Sin embargo, no estaba en su bunker, sino en la sala de estar.

Lincoln se quedó de una pieza en cuanto la vio. La niña estaba sentada en el sofá de la sala, y llevaba un atuendo diferente al de aquella mañana. Ahora estaba vestida con una linda blusa de tirantes delgados color verde esmeralda, y un short que parecía no llegar ni siquiera a la mitad de sus muslos. Su cabello estaba ahora completamente suelto, bien peinado, y lucía demasiado sedoso y brillante como para que pudiera ser una peluca.

Todo eso ya era bastante raro. Pero lo verdaderamente alucinante era lo que estaba haciendo con tanto cuidado y esmero.

- Hola, unidad fraternal masculina -saludó, mientras sonreía-. Llegas justo a tiempo. ¿Te parece que este color le queda bien a la indumentaria que estoy utilizando esta tarde?

Lincoln estuvo a punto de dejar caer lo que llevaba en los brazos.

Lisa estaba pintándose las uñas.

Al notar su expresión de estupor, la sonrisa de Lisa se ensanchó.

- ¿Qué pasa, hermanito? ¿Acaso una chica no puede sentir entusiasmo por su ropa y su apariencia? Además, el trasfondo de todo esto es principalmente científico, te lo aseguro.

Lincoln se quedó cortado. No sabía qué decir. Todas las reflexiones que lo habían ayudado a tranquilizarse parecían ahora tan vacías...

Su hermanita se levantó. Puso las manos en su cintura, y adoptó un semblante más serio. Sin embargo, no se veía molesta para nada.

- No te ves muy bien, hermanito. ¿Por qué no te vas a descansar? Mañana te vas a sentir mucho mejor. Ya lo verás.

El semblante de Lisa se relajó, e incluso cerró los ojos y volvió a sonreír. Volvió a sentarse en el sofá y dedicó ahora toda su atención a las uñas de sus pies.

Lincoln no sabía qué más hacer. No se le ocurría qué decir, y de nuevo tuvo la sensación de que todo aquello no era real. Sin duda, lo mejor que podía hacer era seguir el consejo de Lisa.

Apenas sí pasó al cuarto de baño y fue a acostarse de inmediato. De pronto se sentía cansado; atrozmente cansado. Tanto, que ni siquiera tenía ganas de reflexionar sobre lo que vio. Simplemente cerró los ojos y no supo nada más.

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