Visita Inesperada
A lo largo de esa semana, Lemy ya comenzaba a acostumbrarse a su nueva vida, aunque aún no estaba completamente integrado en ella. Al principio, se sentía como un extraño en la casa de sus abuelos, como si estuviera de visita y no viviendo allí permanentemente. Las primeras noches fueron las más difíciles, con las sábanas de su cama siendo un recordatorio de lo que había dejado atrás. El sonido de la casa, tan diferente a la bulliciosa casa de su madre, le resultaba algo incómodo. La ausencia de la constante animosidad o los gritos familiares que había experimentado en su hogar anterior le dejaban una sensación extraña de vacío, pero también de calma. La casa de Rita y Lynn Sr. era tranquila, casi demasiado tranquila para él.
Al principio, la rutina parecía irreal. Lemy no sabía cómo adaptarse a la nueva vida que se le presentaba. Sin embargo, después de unos días, comenzó a sentir que esa calma, aunque en un principio desconcertante, era lo que realmente necesitaba. Ya no tenía que preocuparse por los gritos, ni las tensiones que habían estado presentes durante tanto tiempo en su vida anterior. Aun así, no podía evitar que las sombras del pasado lo persiguieran.
Por las mañanas, se levantaba temprano, como siempre había hecho, pero ahora con más tiempo y menos presión. Se preparaba el desayuno, generalmente algo sencillo, y luego se sentaba en la mesa del comedor a leer o hacer las tareas que sus abuelos le dejaban. Rita y Lynn Sr. tenían un enfoque más relajado sobre la educación de Lemy, lo cual le resultaba extraño al principio. En su casa, su madre siempre había tenido reglas más estrictas y un enfoque más académico sobre la vida. Aquí, sin embargo, la atmósfera era diferente. No había nadie que le dictara qué hacer a cada momento. Lemy podía elegir sus propios horarios, incluso si eso a veces significaba pasar un rato largo sin hacer nada. Sin embargo, pronto comprendió que la libertad que sentía no era necesariamente sinónimo de comodidad. Había demasiados pensamientos que rondaban por su cabeza, y el espacio en su mente comenzaba a expandirse de maneras inesperadas.
Por las tardes, cuando no había nada de interés que hacer en la casa, Lemy comenzó a visitar a su tía Lori, que vivía cerca. Ella siempre había sido una figura de apoyo en su vida, aunque ahora, el contacto con ella era algo diferente. Lemy sabía que no todo estaba bien entre su madre y su tía. Después de la difícil separación de su mamá con Lincoln y lo que ocurrió con ellos, la relación entre Lori y la familia de Lemy no era la misma. Sin embargo, siempre que él visitaba a su tía, sentía que una parte de su vida no estaba tan rota. Lori, aunque ocupada con Bobby Jr., siempre le ofrecía un respiro en su día, como una especie de refugio donde podía olvidarse por un momento de la confusión que lo atormentaba.
Bobby Jr., su primo pequeño, no entendía todo lo que había pasado, pero a su manera, era un alivio para Lemy. Bobby Jr. tenía la energía desbordante de un niño pequeño, y su risa siempre lograba arrastrar a Lemy fuera de sus pensamientos oscuros. Aunque a veces Lemy sentía que había un espacio entre él y Lori, un silencio cargado de palabras no dichas, también sabía que la tía Lori hacía todo lo posible por mantener una relación con él. Quizás no todo volviera a ser como antes, pero, al menos, intentaban construir un vínculo nuevo, aunque fuera poco a poco.
A veces, después de pasar el rato con Lori, Lemy se dirigía a la casa de su tía Leni, que no estaba tan lejos de la de sus abuelos. Leni había sido como una madre para él en los momentos más difíciles de su vida, y siempre había estado dispuesta a escuchar sus problemas. A pesar de la diferencia de edad y la vida que había tomado Leni, siempre encontraba el tiempo para sentarse con Lemy, ya fuera para charlar o para ponerse al tanto de lo que estaba pasando en su vida. Leni era una persona que, a pesar de su ajetreada vida como diseñadora, siempre encontraba un momento para hacer sentir especial a las personas que amaba, y Lemy nunca había sido la excepción.
Al llegar a la casa de Leni, solía encontrarla rodeada de sus hijos, Leo y Lara. Verlos jugar en el jardín, riendo y persiguiéndose unos a otros, le hacía recordar lo que había perdido en su propia vida. A pesar de que él nunca tuvo una infancia completamente normal, la energía y la inocencia de Leo y Lara le daban una sensación de esperanza. Aunque no pudiese recuperar el tiempo perdido, al menos podía disfrutar de esos momentos. Leni, siempre tan cálida, le preparaba algo de comer, y se sentaban juntos a compartir historias. No eran conversaciones profundas, pero las risas y las anécdotas de Leni sobre su carrera y los pequeños avances de sus hijos le hacían sentir que las cosas no estaban tan mal. Si bien la familia no estaba completa, había algo reconfortante en esos momentos, algo que Lemy atesoraba cada vez más.
Aunque la paz de la vida con sus abuelos era agradable, Lemy no podía dejar de pensar en Lacy. Cada día que pasaba sin verla, sentía que algo faltaba. Su conversación telefónica con ella aún resonaba en su mente, y la tristeza en la voz de Lacy no dejaba de inquietarlo. El hecho de que no pudieran verse, de que no pudieran compartir su dolor, lo dejaba con una sensación de vacío. A pesar de todo, Lemy sabía que las circunstancias no eran fáciles. Su madre, Lynn, y Lincoln, aunque le parecían distantes y complicados, seguían siendo una parte de él. La relación con Lacy, aunque era cercana, también estaba envuelta en dudas y confusión.
Por ahora, Lemy se concentraba en mantenerse a flote. La rutina de los días con sus abuelos lo ayudaba a sobrellevar el dolor de la distancia, y las visitas a Lori y Leni lo mantenían conectado con su pasado. Pero en su interior, había un sentimiento persistente de que algo aún no estaba completo. La vida seguía adelante, pero las cicatrices seguían allí, y aunque el tiempo pasara, no podía evitar sentirse atrapado entre dos mundos: el de la familia que había dejado atrás y el de la nueva vida que intentaba construir.
Lemy estaba sentado en el sofá de la sala de la casa de sus abuelos, observando a través de la ventana cómo el viento movía suavemente las hojas de los árboles en el jardín. Había pasado ya más de una semana desde que se había mudado allí, y aunque la casa se sentía cómoda y acogedora, algo faltaba. Las tensiones entre los abuelos y su madre, así como la reciente situación con Lincoln y Lynn, todavía lo pesaban. A pesar de las sonrisas que a veces compartía con sus abuelos, su mente seguía ocupada en lo que había dejado atrás en Royal Woods.
De repente, un golpeteo en la puerta lo sacó de sus pensamientos. Al principio pensó que podría ser alguno de los vecinos o incluso algún repartidor, pero algo dentro de él le decía que esta vez era algo diferente. Se levantó del sofá, estirando los brazos y caminó lentamente hacia la puerta. Al abrirla, lo primero que vio fue una sonrisa amplia, radiante, que iluminaba por completo el rostro de Lacy. Sus ojos brillaban, y aunque su expresión normalmente era de alguien serio y a veces melancólico, en ese momento, Lacy parecía completamente feliz, como si su visita a Lemy fuera la cosa más importante en el mundo.
Lemy, completamente sorprendido y aún asimilando lo que veía, se quedó quieto durante un momento. Nunca había esperado verla allí, en la casa de sus abuelos, en medio de toda la confusión familiar. Se preguntó cómo había logrado hacerlo, considerando las tensiones entre sus padres y los abuelos. Finalmente, después de unos segundos, su voz salió de su garganta con una mezcla de sorpresa y curiosidad.
— ¿Qué... qué estás haciendo aquí? —preguntó Lemy, sus palabras tropezando un poco por la sorpresa. No estaba acostumbrado a que las cosas sucedieran sin previo aviso, especialmente en medio de la complicada situación con su familia.
Lacy, sin perder la sonrisa, casi saltó de alegría.
— ¡Vine a visitarte! —respondió con entusiasmo, como si fuera lo más natural del mundo. Había algo en su voz, una energía contagiosa que hizo que Lemy se sintiera más relajado. Aunque las circunstancias no eran las mejores, ver a Lacy en su puerta, tan llena de vida, le dio una sensación de calidez.
Lemy la miró un momento, tratando de entender la situación.
— Pero, ¿cómo hicieron tus papás para traerte? Sabes que mis abuelos y tus papás no están en los mejores términos. —Dijo con un tono de incredulidad. Él pensaba que sería casi imposible para Lacy convencer a sus padres de que la dejara venir a Royal Woods, especialmente cuando sabían de la tensión que existía entre los adultos.
Lacy, como si ya hubiera anticipado esa pregunta, respondió con una mezcla de picardía y confianza.
— Bueno... —comenzó con una sonrisa traviesa—, les convencí. A decir verdad, no estarán cerca. Con Lynn III, van a estar en el centro comercial. Así que, no tienen que lidiar con tus abuelos. ¡Y yo tampoco tengo que preocuparme por las miradas tensas!
Lemy no pudo evitar reírse ante la expresión despreocupada de Lacy. Le gustaba cómo, a pesar de todo lo que estaba sucediendo, ella aún podía encontrar formas de hacer las cosas funcionar. No había duda de que Lacy había hecho todo lo posible para estar allí, y eso lo tocó más de lo que esperaba.
— Uy, creo que si se van a topar con ellos. Los abuelos también están en el centro comercial, —dijo con una sonrisa burlona, mientras pensaba en la posible interacción entre su abuela Rita y los padres de Lacy. Aquella situación sería, sin lugar a dudas, algo incómoda.
Lacy soltó una carcajada en cuanto escuchó lo que Lemy decía. A veces, su risa era tan contagiosa que no podía evitar que Lemy se uniera a ella. Estaba claro que la situación no era ideal, pero la forma en que ella lo tomaba todo con ligereza hacía que todo pareciera menos complicado.
— ¡Bueno, eso ya no es nuestro problema! —respondió Lacy con un aire de desafío. Alzó las manos como si todo lo que importaba en ese momento fuera el presente, sin preocuparse por lo que sucediera en el futuro.
Lemy sonrió y sintió una sensación de alivio. A pesar de todo lo que había ocurrido, de todas las malas noticias y los conflictos familiares, Lacy estaba allí, en su puerta, dispuesta a pasar tiempo con él. No era solo una prima; era una amiga, alguien que lo conocía bien y que lo hacía sentir que las cosas podían mejorar.
— Lo único que importa es lo que podamos hacer hoy —dijo Lacy, aún sonriendo de oreja a oreja. Parecía que estaba dispuesta a hacer todo lo posible para que el tiempo que pasaran juntos fuera especial.
Lemy miró a su alrededor, buscando una idea para hacer que el día fuera único. Había tantas opciones: tal vez salir a caminar por el parque, ver una película o simplemente quedarse en casa, charlando sobre las cosas que les interesaban.
— Bueno, lo primero que vamos a hacer es... —dijo, con tono pensativo—. ¡Vamos a hacer lo que queramos! Es nuestro día, ¿verdad?
Lacy asintió con entusiasmo, sus ojos brillando más que nunca. Era evidente que para ella, estar allí con Lemy era lo más importante en ese momento.
— ¡Perfecto! —exclamó. Su energía era como un rayo de sol en un día nublado. Sabía que no necesitaban más que la compañía del otro para hacer que todo pareciera mejor.
Y así, sin ninguna agenda, sin preocupaciones ni tensiones, Lemy y Lacy pasarian el día. No importaba si sus padres y abuelos estaban en desacuerdo, ni si el mundo fuera un lugar complicado. En ese momento, lo único que importaba era el uno al otro, compartiendo risas, historias y creando nuevos recuerdos.
La tensión que había estado presente en la casa de los abuelos de Lemy, en su vida, y en la familia, parecía desvanecerse cuando Lacy y él se sentaban a charlar, reían por cualquier tontería y, por una vez, se olvidaban del peso de la realidad. Solo estaban allí, juntos, disfrutando de un día que probablemente nunca olvidarían. Y aunque las cosas pudieran no ser fáciles, en ese momento, se dieron cuenta de que lo único que necesitaban era el uno al otro para enfrentar todo lo que viniera.
Lemy se quedó pensativo por un momento, con la mirada fija en Lacy, quien se veía llena de energía y entusiasmo. La chispa en sus ojos y la forma en que no podía quedarse quieta por más de unos segundos le recordaron que su prima era una tormenta de vitalidad, siempre en busca de algo que hacer. Aunque acababan de pasar un buen rato poniéndose al día y compartiendo anécdotas, Lemy sabía que para Lacy eso no era suficiente. Quería algo más dinámico, algo que la sacara de la rutina. Tratando de animarla aún más, Lemy le propuso con una sonrisa:
— ¿Qué te parece si jugamos unos videojuegos? Tengo algunos nuevos que compré antes de mudarme aquí. Te aseguro que te van a gustar.
Lacy arqueó una ceja y lo miró con una mezcla de diversión y desafío. Aunque disfrutaba de los videojuegos y tenía buenos recuerdos jugando con Lemy en el pasado, sentía que, después de pasar tantas horas sentada en el auto durante el viaje desde Toledo, necesitaba algo que la hiciera moverse.
— Hmmm, suena bien, pero... ¿qué tal algo más emocionante? —respondió con una sonrisa traviesa que dejaba entrever que ya tenía algo en mente.
Lemy cruzó los brazos, intrigado. Sabía que cuando Lacy tenía esa expresión en el rostro, probablemente estaba planeando algo que lo sacaría de su zona de confort.
— ¿Qué tienes en mente?
Lacy miró hacia la ventana que daba al jardín delantero. La brisa movía ligeramente las hojas de los árboles, y el sol de la tarde iluminaba las calles tranquilas del vecindario. Con una sonrisa llena de entusiasmo, señaló hacia afuera.
— ¡Una carrera! Desde aquí hasta el parque. Es más divertido que estar sentados frente a una pantalla, ¿no crees?
Lemy parpadeó, sorprendido. Una carrera no era lo que esperaba, pero tampoco era una idea que pudiera rechazar fácilmente. Había algo en la energía contagiosa de Lacy que lo motivaba a aceptar el reto. Además, no podía dejar que su prima pensara que había perdido su agilidad mientras vivía con sus abuelos.
— ¿Una carrera? —repitió, mirando hacia la calle que conducía al parque. Estaba a unas tres cuadras de distancia, lo suficientemente lejos como para ser un reto interesante, pero no tanto como para agotarlos por completo.
Lacy asintió vigorosamente, cruzándose de brazos y adoptando una postura desafiante.
— ¡Sí! Vamos, Lemy, demuéstrame que no te has vuelto lento viviendo aquí con los abuelos.
Lemy soltó una carcajada, fingiendo indignación.
— ¿Lento? —respondió con una sonrisa burlona—. Claro que no. De hecho, creo que soy más rápido que tú, Lacy.
— ¡Eso habrá que verlo! —dijo Lacy con una mirada competitiva mientras ya se dirigía hacia la puerta de la casa.
Lemy suspiró, pero no pudo evitar reírse mientras la seguía. Sabía que no había forma de escapar del reto; Lacy ya había tomado la decisión por los dos.
Ambos salieron al jardín delantero y se colocaron en la acera, listos para comenzar. Lacy, con las manos en las caderas y una sonrisa confiada, explicó las reglas con un aire de oficialidad.
— OK, esto es sencillo. Corremos hasta el parque, tocamos el banco junto a la fuente, y volvemos aquí. El primero en cruzar esta grieta —dijo señalando una marca en el pavimento— gana.
Lemy asintió mientras se inclinaba para ajustar los cordones de sus zapatillas.
— De acuerdo, pero nada de trampas, ¿entendido?
Lacy levantó una mano en gesto solemne, aunque la sonrisa traviesa en su rostro dejaba claro que no tenía intención de cumplir del todo con esa promesa.
— Yo jamás haría eso —respondió con fingida inocencia.
Ambos se prepararon, inclinándose ligeramente hacia adelante en posición de partida.
— ¿Lista? —preguntó Lemy.
— Más que lista —respondió Lacy, con los ojos brillando de emoción.
— ¡En sus marcas, listos... ya!
Antes de que Lemy pudiera terminar de pronunciar la última palabra, Lacy salió disparada como un cohete, dejándolo un paso atrás.
— ¡Oye, eso fue antes de tiempo! —gritó Lemy, riéndose mientras aceleraba para alcanzarla.
— ¡Es estrategia, no trampa! —respondió Lacy, mirando hacia atrás con una risa juguetona.
Ambos corrieron por las calles del vecindario, sus pasos resonando en el pavimento mientras esquivaban postes de luz y evitaban las grietas en la acera. Lacy lideraba al principio, riendo cada vez que miraba hacia atrás y veía a Lemy intentando alcanzarla. Sin embargo, Lemy no era alguien que se rindiera fácilmente. Poco a poco, comenzó a acortar la distancia entre ellos, impulsado por la determinación de no dejarse vencer.
Cuando llegaron al parque, ambos estaban jadeando, pero ninguno se detuvo. Tocaron el banco junto a la fuente casi al mismo tiempo, intercambiando miradas desafiantes antes de girarse para regresar.
— ¡Voy ganando! —gritó Lacy, adelantándose de nuevo.
— ¡Ni lo sueñes! —respondió Lemy, esforzándose por alcanzarla mientras sentía el viento en su rostro.
El regreso fue aún más intenso. Ambos estaban casi codo a codo, ninguno dispuesto a ceder. Las últimas casas antes de llegar a la de los abuelos parecían pasar en un abrir y cerrar de ojos. Finalmente, cruzaron la "línea de meta" al mismo tiempo y se desplomaron en el césped delantero, riendo y tratando de recuperar el aliento.
— Esto... no fue... justo —dijo Lemy entre risas, con una mano en el pecho.
— ¿Por qué? —preguntó Lacy, también sin aliento pero claramente satisfecha consigo misma—. Fue un empate, ¿no?
Lemy la miró, con una sonrisa divertida.
— Sí, pero solo porque... hiciste trampa al principio.
— Llámalo "ventaja estratégica", primo —respondió Lacy con un guiño.
Ambos se quedaron tumbados en el césped, mirando las nubes pasar y disfrutando del momento. En ese instante, las preocupaciones y tensiones familiares se desvanecieron. Solo eran dos primos, compartiendo una tarde llena de risas y competencia, como si nada más importara.
En el bullicio del centro comercial, Lincoln, Lynn y Lynn III caminaban tranquilamente por los pasillos iluminados por las brillantes vitrinas de las tiendas. El murmullo constante de la gente, los pasos rápidos y las risas de fondo llenaban el aire, dándole al lugar una sensación animada y bulliciosa. Lynn III, con su porte seguro y mirada curiosa, se detenía ocasionalmente para observar algo que llamara su atención, aunque parecía tener algo muy específico en mente.
Mientras tanto, Lynn caminaba a un lado de Lincoln, con las manos en los bolsillos y una expresión de ligera inquietud. Finalmente, no pudo contenerse y rompió el silencio entre ambos.
— ¿De verdad fue buena idea dejar a Lacy en la casa? —preguntó, su tono reflejando una mezcla de duda y preocupación.
Lincoln, siempre tranquilo y calculador, soltó un leve suspiro mientras ajustaba la posición de una bolsa que llevaba. Giró ligeramente la cabeza hacia su esposa y esbozó una sonrisa que parecía diseñada para tranquilizarla.
— Relájate, Lynn, —respondió con voz calmada—. Mira, lo más probable es que... nuestros... bueno, ya sabes, ellos estén fuera. —Hizo una pausa breve, eligiendo cuidadosamente sus palabras antes de continuar—. Además, Lacy quería ver a Lemy. Cuando la dejamos, ¿te acuerdas lo que le dijimos?
Lynn lo miró de reojo, esperando que terminara la frase.
— Que si llega a verlos, no llame para que la recojamos, —completó Lincoln, con una sonrisa leve y un toque de confianza en su tono.
Lynn soltó un pequeño suspiro, cruzando los brazos mientras miraba a su alrededor, aunque no parecía completamente convencida.
— Supongo que tienes razón, —dijo después de un momento—, pero aún así me cuesta no preocuparme. Lacy es buena, pero a veces...
Antes de que pudiera terminar la frase, Lynn III, que había estado caminando un poco delante de ellos, se detuvo repentinamente y se giró hacia sus padres con una expresión de entusiasmo poco común.
— ¡Mamá, papá! ¡Miren eso! —dijo, señalando hacia una tienda que exhibía una impresionante colección de espadas en una vitrina iluminada.
Lincoln y Lynn siguieron la dirección de su mano y vieron la tienda de artículos medievales y de colección. Espadas largas, katanas brillantes, dagas ornamentadas y armaduras miniatura decoraban el escaparate, capturando la atención de cualquiera que pasara.
— ¿Espadas? —preguntó Lynn, arqueando una ceja y mirando a su hija con curiosidad—. ¿Eso es lo que te llamó la atención?
Lynn III asintió rápidamente, sus ojos brillando de emoción.
— ¡Por supuesto! Mira esas katanas, mamá. ¡Son increíbles! —dijo con una sonrisa mientras se acercaba al escaparate—. Siempre he querido una de esas.
Lincoln intercambió una mirada divertida con Lynn antes de encogerse de hombros.
— Bueno, no veo por qué no podemos echar un vistazo, —dijo con una pequeña sonrisa.
Lynn, aunque todavía parecía un poco distraída con el tema de Lacy, no pudo evitar sonreír al ver la emoción en el rostro de su hija.
— Está bien, campeona, pero solo mirar, ¿de acuerdo? —dijo con un tono que intentaba sonar firme, aunque el brillo en sus ojos delataba lo mucho que le encantaba ver a Lynn III feliz.
Los tres entraron a la tienda, donde las vitrinas estaban llenas de espadas de todo tipo: desde réplicas de armas históricas hasta versiones modernas y estilizadas. Lynn III no perdió tiempo y comenzó a admirar cada una de las piezas, haciendo comentarios emocionados sobre los detalles de las hojas y los mangos.
Lincoln, mientras tanto, se mantuvo cerca de Lynn, dándole un suave apretón en el hombro.
— ¿Ves? A veces necesitamos momentos como estos, —dijo con una sonrisa cálida—. No todo tiene que ser preocupación.
Lynn suspiró, pero esta vez parecía más relajada.
— Tienes razón, Lincoln. Supongo que preocuparse es mi trabajo, pero... sí, momentos como estos hacen que valga la pena.
Ambos miraron a su hija, quien ahora estaba conversando animadamente con el encargado de la tienda, preguntándole sobre la historia de una espada en particular. Lynn III estaba en su elemento, y por un rato, las preocupaciones sobre Lacy y las tensiones familiares parecían desvanecerse.
En la casa Loud, la luz tenue del sótano iluminaba a Lemy y Lacy mientras revisaban cajas apiladas, buscando algún juego de mesa que pudieran disfrutar juntos. El aire tenía ese olor característico de los lugares poco ventilados, mezclado con un toque de nostalgia que emanaba de los objetos olvidados allí.
Lacy, con su habitual energía, abría una caja tras otra, sacando objetos al azar y riendo al encontrar cosas como un sombrero de vaquero o un viejo juego de cartas incompleto. Mientras tanto, Lemy removía el contenido de una estantería llena de cosas que parecían no haber sido tocadas en años.
— ¿Encontraste algo bueno? —preguntó Lacy, inclinándose para mirar lo que Lemy tenía entre manos.
Fue entonces cuando, al abrir una caja al fondo del estante, Lemy sacó una guitarra acústica vieja pero bien conservada. Sus ojos se fijaron en un detalle grabado en el cuerpo de la guitarra: el nombre "Lincoln" estaba tallado con cuidado, como si hubiera sido un recuerdo preciado.
Lacy se acercó de inmediato, curiosa.
— Oye, ¿acaso tu mamá le enseñó a tocar a mi papá? —preguntó, mirando la guitarra con interés.
Lemy giró la guitarra en sus manos, inspeccionándola mientras soltaba un suspiro cargado de ironía.
— Esa señora nunca me cuenta nada, —respondió con un tono despreocupado pero con cierto trasfondo de amargura—. Si lo hubiera hecho, habría sabido de ustedes hace mucho tiempo.
Lacy ladeó la cabeza, reflexionando sobre sus palabras. Aunque siempre había sabido que las cosas entre Lynn y los abuelos eran complicadas, escuchar a Lemy hablar con ese tono le daba una perspectiva diferente.
— ¿Sabes tocarla? —preguntó después de un momento, señalando la guitarra.
Lemy asintió con una sonrisa ligera mientras se sentaba en una de las cajas cercanas.
— Sí, sé tocar. Aunque no practico mucho últimamente.
Los ojos de Lacy se iluminaron.
— ¡Toca algo para mí! Por favor, quiero escucharte.
Lemy levantó una ceja, algo divertido por la súplica de su prima, pero también sintiéndose un poco presionado. Pensó rápidamente en qué canción podría tocar. Su primer instinto fue elegir algo de metal, su género favorito, pero mirando a Lacy, decidió que tal vez no era lo más adecuado. Quería impresionarla, no asustarla.
Finalmente, optó por algo más ligero. Rasgueó las cuerdas suavemente, afinándola rápidamente, y comenzó a tocar los acordes iniciales de "Take On Me". La melodía, tan reconocible y animada, llenó el sótano con un eco agradable.
Lemy comenzó a rasguear las cuerdas de la guitarra con más confianza después de un par de ajustes rápidos. La melodía de "Take On Me" comenzó a llenar el sótano con una vibrante calidez, resonando en las paredes cargadas de polvo y en los rincones oscuros llenos de viejos recuerdos de la familia Loud. Lacy, que inicialmente observaba con una leve sonrisa curiosa, sintió que algo cambiaba cuando Lemy comenzó a cantar.
— We're talking away... —dijo Lemy, su voz un poco temblorosa al principio, como si estuviera tanteando las palabras. Pero pronto, algo se asentó dentro de él, y su tono adquirió profundidad y fuerza—. I don't know what I'm to say, I'll say it anyway...
Lacy inclinó ligeramente la cabeza, sorprendida por lo que estaba escuchando. Su primo, que siempre había sido un torbellino de energía desenfrenada y bromas fáciles, ahora parecía... diferente. La forma en que tocaba, con una concentración intensa, y la manera en que las palabras salían de su boca, llenas de significado, hicieron que Lacy se olvidara del entorno y se centrara únicamente en él.
— Today is another day to find you, shyin' away... Oh, I'll be comin' for your love, okay...
A medida que avanzaba la canción, Lemy levantó la vista y sus ojos encontraron los de Lacy. Había algo en esa mirada que hizo que su respiración se detuviera por un instante. No era solo que estuviera cantando; parecía que le estaba cantando a ella, aunque tal vez eso era solo una idea que Lacy no podía evitar tener. Su pecho se llenó de una extraña mezcla de nervios y calidez.
— Take on me...
— (Take on me)
— Take me on...
— (Take on me)
— I'll be gone, in a day or two...
Lemy cerró los ojos por un momento, como si quisiera absorber completamente la música. Pero incluso con los ojos cerrados, su rostro reflejaba emociones que rara vez mostraba abiertamente: vulnerabilidad, quizás, o tal vez algo más profundo que ni siquiera él podía entender. Cuando volvió a abrirlos, no apartó la mirada de Lacy.
Ella trató de mantener una actitud relajada, pero no podía ignorar el hecho de que cada palabra que salía de su boca parecía estar dirigida directamente a ella. Era como si, a través de esa canción, estuvieran compartiendo algo más allá de las palabras, algo que ni siquiera necesitaba ser dicho.
— So needless to say, I'm odds and ends... But I'll be stumblin' away...
Lemy comenzó a moverse al ritmo de la música, sus dedos deslizándose sobre las cuerdas con una precisión natural. Era evidente que había pasado mucho tiempo perfeccionando su habilidad, aunque nunca lo hubiera mostrado antes. Cada acorde, cada palabra, parecía fluir de él con una facilidad que sorprendió incluso a Lacy.
— Slowly learnin' that life is okay... Say after me, it's no better to be safe than sorry...
El sótano se llenó con el eco de su voz, y Lacy sintió un leve escalofrío recorrer su espalda. No estaba segura de por qué, pero había algo profundamente conmovedor en la forma en que Lemy cantaba, como si estuviera poniendo todo su ser en cada nota. Era un lado de él que no había visto antes, y no podía apartar la mirada.
— Take on me...
— (Take on me)
— Take me on...
— (Take on me)
— I'll be gone, in a day or two...
A medida que la canción se acercaba a su final, Lemy comenzó a tocar con más suavidad, casi como si quisiera prolongar el momento. Su voz, aunque no era perfecta, estaba cargada de una sinceridad que hacía que cada palabra resonara más profundamente.
Cuando finalmente tocó el último acorde, el sonido reverberó por el sótano antes de desvanecerse en el silencio. Lemy bajó lentamente la guitarra, dejando que sus manos descansaran sobre ella mientras miraba a Lacy, esperando su reacción.
Lacy, que había estado inmóvil durante toda la interpretación, finalmente dejó escapar una respiración que ni siquiera se había dado cuenta de que estaba conteniendo.
— Eso fue... increíble —dijo, su voz más suave de lo habitual, como si temiera romper el hechizo del momento.
Lemy se encogió de hombros, tratando de parecer casual, aunque el leve rubor en sus mejillas y la forma en que sus ojos evitaban los de Lacy decían otra cosa.
— Bueno, no quería aburrirte con algo más pesado. Pensé que esto sería... más tu estilo.
Lacy inclinó la cabeza, mirándolo con una mezcla de curiosidad y admiración.
— ¿Sabes? Nunca pensé que pudieras cantar así. ¿Por qué nunca lo haces?
Lemy dejó escapar una pequeña risa, tocando las cuerdas de la guitarra como si buscara distraerse.
— No sé... Supongo que no tenía a nadie que quisiera escucharme. Hasta ahora.
Lacy sintió que algo se movía dentro de ella al escuchar esas palabras. Había algo en la forma en que las dijo, algo que hacía que el aire en el sótano se sintiera más pesado, más significativo. Ella no sabía exactamente qué significaba ese momento, pero sabía que era importante.
— Bueno, ahora tienes que hacerlo más seguido. No puedes guardarte algo así. Es un trato.
Lemy levantó la vista y sonrió, esa sonrisa traviesa que siempre lo caracterizaba, pero esta vez con un toque de algo más genuino.
— Está bien, trato. Pero solo si tú eliges la próxima canción.
Ambos se rieron, el momento de intensidad disipándose un poco, pero dejando tras de sí una conexión más profunda entre ellos. Aunque el sótano seguía siendo un lugar lleno de cosas viejas y olvidadas, en ese instante, se sintió como el escenario de algo mucho más grande.
En el bullicioso centro comercial, la familia Loud caminaba en dirección a la zona de tiendas, pero el ritmo de sus pasos se veía marcado por el entusiasmo de Lynn III. La joven llevaba con orgullo una nueva espada, envuelta en una funda negra que la protegía mientras la sujetaba firmemente con ambas manos. Sus ojos brillaban con una mezcla de orgullo y emoción, pues sabía lo especial que era ese regalo, uno que, aunque ya tenía varias espadas, representaba algo significativo para ella. No era solo un accesorio, sino una herramienta que, de alguna manera, conectaba con sus intereses y sueños de ser una experta en el arte del combate.
Lincoln y Lynn caminaban un par de pasos detrás de ella, ambos mirando a su hija mientras trataban de mantener el paso. Sin embargo, Lynn no podía dejar de notar la espada que su hija llevaba, esa espada que no solo añadía a la colección, sino que parecía estar destinada a ocupar un lugar especial en la vida de su hija.
Lynn suspiró y miró a su esposo con una mezcla de incredulidad y diversión en su rostro.
— No puedo creer que le hayas comprado otra espada —dijo, con tono de ligera frustración, pero al mismo tiempo, había algo en su voz que indicaba que en realidad no estaba tan molesta. Solo sorprendida. Miró a la joven Lynn III, que caminaba hacia adelante con el rostro iluminado por la emoción—. Ya tiene como... ¿qué? ¿Seis? ¿Siete?
Lincoln, sin perder su actitud relajada, se encogió de hombros. La sonrisa en su rostro nunca desaparecía, como si estuviera disfrutando de la complicidad entre ellos, de esa dinámica que se había formado con los años. Miró a su hija con una ligera sonrisa de orgullo, sin preocuparse demasiado por el comentario de Lynn.
— Bueno, técnicamente esta es la octava, pero... ¿cómo decirle que no? —dijo, y su tono reflejaba un poco de diversión y cariño. — Además, ¿ves esa carita que tiene? Es la misma que tú usabas para convencerme de que te dejara quedarte a dormir en mi cuarto hace años. Es imposible resistirse. Es como si me estuviera mirando y diciendo: "Papá, por favor, dame lo que quiero". — Lincoln soltó una pequeña carcajada, sin poder evitarlo.
Lynn frunció el ceño al escuchar su respuesta, pero, en lugar de enojarse, su expresión cambió a una que solo él podía reconocer: era el tipo de sonrisa que solo aparecía cuando las cosas se volvían un poco más traviesas. Sin decir nada, ella se acercó un poco más a Lincoln, inclinándose hacia él con una sonrisa cómplice que solo aumentaba la tensión juguetona entre ellos.
— ¿Dormir? —susurró, casi como si le estuviera confesando un secreto en su oído. — Linky, hicimos mucho más que dormir. ¿No te acuerdas de esas noches?
Lincoln, que estaba en medio de una sonrisa mientras observaba a Lynn III caminar frente a ellos, se detuvo por un segundo. El comentario de Lynn lo tomó completamente por sorpresa, y por un instante, incluso su rostro mostró una expresión de incomodidad. A pesar de ser un hombre maduro, aún se sentía vulnerable ante ese tipo de comentarios íntimos de su esposa en público. Miró a su alrededor rápidamente, asegurándose de que no hubiera nadie escuchando, y luego, tratando de mantener la compostura, susurró con una ligera sonrisa tensa:
— Lynn, estamos en público. ¡¿En serio?! —dijo mientras intentaba cambiar el tono de la conversación.
Lynn, sin perder la sonrisa pícara, le dio un suave golpe en el hombro mientras se alejaba un paso, sin perder la oportunidad de molestar un poco a su esposo. Su tono pasó de ser juguetón a uno más suave, como si realmente le estuviera confesando algo en confianza.
— Claro que sí —respondió, manteniendo ese aire de misterio en su voz—. Si yo no hubiera sabido cómo convencerte en ese entonces, probablemente ni siquiera sabrías que tengo una hija que adora las espadas y que acaba de conseguir la última de la colección.
Lincoln, que estaba a punto de replicar, dejó escapar una pequeña risa mientras se giraba hacia ella. Se veía genuinamente divertido, pero también se sentía ligeramente avergonzado por el intercambio tan privado en medio de la multitud del centro comercial. Sin embargo, se dio cuenta de que ya no podía hacer mucho al respecto.
— Bueno, supongo que no tienes remedio —murmuró con una sonrisa, mientras comenzaba a caminar un poco más rápido para alcanzar a Lynn III. Quería dejar atrás ese momento un tanto incómodo, aunque no sin antes intentar restarle importancia.
Pero antes de que pudieran continuar con la conversación, Lynn III, que había estado caminando un poco adelante, giró la cabeza y, con una sonrisa sarcástica, les dirigió una mirada.
— Pueden dejar de coquetear, por favor —dijo con tono de broma, pero con una leve expresión de incomodidad en su rostro. Su hija parecía sentirse un poco incómoda por los juegos de su madre y su padre, pero no era una incomodidad negativa, más bien una mezcla de divertimento y ligera vergüenza.
— ¡No nos juzgues, chiquilla! —dijo Lynn con una sonrisa y una ligera carcajada, levantando una ceja mientras observaba a su hija. — Si no fuera por esas noches... ni siquiera estarías aquí. Así que... mejor que te acostumbres, porque esos coqueteos no van a parar.
Lynn III se echó a reír mientras ajustaba la espada en sus manos. No era la primera vez que veía a sus padres actuar de esa manera, y aunque le parecía algo extraño, también sabía que era parte de la dinámica divertida que formaba parte de su familia.
— Bueno, al menos me gané esta espada —dijo, mirando el brillo de la hoja mientras la giraba suavemente en su mano—. Así que gracias, aunque sean unos cursis.
Lincoln y Lynn se miraron y soltaron una risa colectiva mientras continuaban caminando hacia la tienda de ropa más cercana. Entre bromas y risas, la familia Loud seguía adelante, sabiendo que lo más importante no era lo que compraban o lo que hacían, sino el tiempo compartido juntos, donde los pequeños momentos se volvían grandes recuerdos.
El ambiente del centro comercial, que hasta ese momento había sido animado y lleno de risas, se volvió súbitamente tenso. Mientras caminaban, Lynn III, absorta en su espada y en lo que la rodeaba, tropezó accidentalmente con dos personas. Un leve impacto, una caída torpe, y antes de que pudiera recuperar el equilibrio, la figura de su madre la tomó rápidamente de los hombros, levantándola con firmeza. En medio de ese pequeño caos, Lincoln estaba por pedir disculpas, pero cuando levantó la vista y vio a las dos figuras frente a él, un escalofrío recorrió su espalda.
Era Lynn Sr. y Rita Loud.
Un largo y pesado silencio se instaló en el aire. La presencia de los padres de Lincoln y Lynn siempre había sido compleja, pero este momento era diferente. El tiempo parecía haberse detenido por un instante, y las emociones de todos los involucrados comenzaron a aflorar. El encuentro, inesperado, resultaba incómodo, como si todo el peso de las decisiones pasadas cayera sobre ellos.
Lynn, al ver a sus propios padres frente a ella, reaccionó de inmediato. Sin pensarlo dos veces, tomó a Lynn III de la mano y la alejó con suavidad, llevándola un paso atrás. Había algo en su postura, en la forma en que sujetaba a su hija, que mostraba una clara señal de protección. No solo estaba evitando que el encuentro se volviera aún más incómodo, sino que, quizás, la distancia también era una forma de contener su propio malestar.
Mientras tanto, Lincoln, que en ese momento estaba mirando a sus padres con una mezcla de emociones, se quedó inmóvil. La mirada de Lynn Sr. y Rita era una mezcla de sorpresa, nostalgia y un poco de arrepentimiento, como si todo lo que habían vivido juntos en el pasado de alguna manera se reflejara en ese momento. Lincoln sentía la incomodidad en el aire, el peso de los años, de las decisiones no compartidas, de los silencios que ahora parecían ser la única forma de comunicarse.
Lynn Sr. estaba a punto de decir algo, pero el rostro de Lincoln se tensó. En lugar de esperar a que sus padres hablaran, decidió dar media vuelta. El dolor que sentía por la presencia de sus padres no era algo nuevo, pero ese encuentro parecía traer consigo una tensión que ya no quería afrontar. Sin palabras, con un simple gesto, Lincoln alejó su mirada y comenzó a caminar. Un paso, luego otro, sin mirar atrás, como si hubiera decidido que ya no había nada que resolver con ellos.
Lynn, al ver que Lincoln se alejaba sin dudar, hizo un gesto leve pero decisivo. No se giró para mirar a sus padres, como si no quisiera darles esa satisfacción. Su silencio era pesado, pero también era una declaración de que lo que había sucedido entre ellos no podía ser sanado con simples palabras. No se trataba de resentimiento, sino de la necesidad de proteger a su familia, de seguir adelante sin los fantasmas del pasado.
Lynn III, que había estado observando todo desde su posición detrás de su madre, miró a sus abuelos por un momento. Sus ojos reflejaban una confusión silenciosa, pero también comprendía que no podía forzar una relación que nunca fue sencilla. El distanciamiento entre sus padres y abuelos no era algo que ella pudiera entender completamente, pero lo sentía en el aire, como una sombra que los seguía a todos.
Finalmente, el trío continuó su camino, alejándose de los padres de ambos adultos, que permanecieron allí, de pie, en silencio. No dijeron nada más, como si las palabras ya no pudieran llenar el vacío entre ellos. El centro comercial, que había sido un lugar de luz y bullicio, ahora parecía envuelto en una quietud sombría, como si el peso de lo irremediable se hubiera apoderado de ese instante.
El aire en el centro comercial parecía más denso de lo normal. El bullicio de las personas que paseaban a su alrededor parecía difuminarse, mientras una figura familiar apareció en su camino. Lincoln y Lynn caminaron tras Lynn III, quien llevaba con orgullo la espada que había elegido. De repente, sus pasos se detuvieron al ver a Lynn Sr. y Rita, sus padres, frente a ellos.
Un pesado silencio cayó sobre el grupo. Lynn se detuvo en seco, su cuerpo tensándose al instante. Lincoln, por su parte, permaneció inmóvil, mirando a sus padres con una expresión que reflejaba tanto sorpresa como tensión acumulada. El tiempo pareció alargarse cuando Lynn Sr. intentó abrir la boca, pero fue Rita quien rompió el silencio, su tono suave y lleno de culpa:
—Lynn... Lincoln... por favor, no nos eviten. Sabemos que hemos cometido errores, pero... pero no queremos que todo esto siga. No queremos que estemos separados, ni más rencores entre nosotros.
Lynn, al escuchar estas palabras, sintió una oleada de furia que le subió por la garganta. Se giró hacia Lincoln, buscando apoyo, antes de volverse de nuevo hacia sus padres. Sus ojos brillaban con rabia contenida, la misma rabia que había estado guardando por años, y que finalmente salió a la luz.
—¿Ahora no quieren que los evitemos? —dijo Lynn con voz baja pero cargada de veneno, como si cada palabra tuviera el peso de un golpe. —La última vez que me vi con ustedes, ¿qué fue lo que me dijiste? Ah, sí... que era una decepción como hija. —Su mirada se endureció, y se volvió hacia Lynn Sr., quien, en silencio, la observaba, incapaz de defenderse. —Y tú, papá... bueno, tú ni siquiera dijiste nada. Solo tenías tu pie sobre la cabeza de Lincoln, ¿verdad?
El recuerdo de esa escena, tan vívida en la memoria de ambos, hizo que la furia de Lynn se incrementara. Lincoln, que había permanecido en silencio durante toda la confrontación, sentía cómo las emociones se le acumulaban. La imagen de ese hombre, su propio padre, poniéndole el pie sobre la cabeza, lo torturaba una vez más. Pero, a pesar del dolor que sentía, sabía que no iba a ceder a la tentación de vengarse. Ya no valía la pena.
Lynn Sr. parecía atrapado en su propia culpa, incapaz de decir algo que pudiera justificar lo injustificable. Rita, por otro lado, intentaba mantener la calma, pero el arrepentimiento en su mirada era tan evidente como el aire que respiraban.
—¿Sabes, mamá? Tienes suerte de que nunca los hayamos denunciado por lo que pasó. —Las palabras de Lynn fueron directas y sin titubeos, como una daga afilada. Cada frase era un recordatorio del daño causado, pero también una demostración de que, aunque podía haber tomado otro camino, no lo hizo. —Nunca los denunciamos. Podríamos haberlo hecho, pero preferimos seguir adelante. Pero ya basta. Ya no hay más que decir.
Rita dio un paso atrás, sus ojos llenos de arrepentimiento, pero sus labios permanecieron cerrados. No había nada que pudiera decir. No podía revertir lo que habían hecho.
Lincoln, que había estado observando a sus padres, notó cómo los años habían dejado su huella en ellos. Su padre, antes una figura imponente, parecía ahora un hombre frágil ante él. La diferencia de tamaño, de fuerza, era evidente. El chico que alguna vez había sido humillado por su propio padre ya no existía. Ahora, el hombre frente a él era más fuerte, más sabio, y más decidido.
En lugar de ceder a la rabia, Lincoln dio un paso hacia adelante, su voz firme y llena de autoridad. Su mirada, dura y desafiante, nunca se apartó de la de sus padres.
—No quiero escuchar más excusas. —Su tono resonó con fuerza, marcando un antes y un después. —Si estamos aquí, es porque Lacy quiso ver a Lemy. Así que no se equivoquen, no vuelvan a tratar de acercarse a nosotros. Ya no somos una familia.
Las palabras de Lincoln cortaron el aire como una cuchillada. Su postura era tan imponente que, aunque sus padres intentaron buscar algo de consuelo, sabían que no había vuelta atrás. La puerta a la reconciliación había quedado cerrada para siempre. No había espacio para disculpas, ni para arrepentimientos que llegaban demasiado tarde.
Lynn, que había permanecido callada durante toda la confrontación, sintió cómo su cuerpo se relajaba al escuchar a su esposo. Era el cierre definitivo de un capítulo que llevaba años atormentándola. Sin una palabra más, Lynn giró sobre sus talones, cogió a Lynn III de la mano y comenzó a caminar en la dirección opuesta, sin siquiera mirar atrás. No importaba lo que sucediera ahora, lo único que importaba era su familia, la que había formado junto a Lincoln y sus hijos.
Lynn III, que hasta ese momento había estado observando la situación en silencio, miró a su madre con una expresión que, aunque seria, también reflejaba la comprensión de lo que estaba ocurriendo. Era joven, pero sabía que algo grande acababa de suceder. Sin embargo, no quería ver a sus abuelos. No quería saber más de ellos. Ellos no merecían un lugar en su vida.
—Vamos, mamá. —Lynn III miró a su madre con seriedad, como si quisiera asegurarse de que Lynn estaba bien. —Es hora de irnos.
Lincoln, que había estado un paso atrás, observó la escena, su mirada más tranquila ahora. Miró a sus padres por última vez, sin arrepentimientos. Sabía que ya no había nada que pudiera hacer por ellos, pero tampoco quería hacerles más daño. Ya había hecho lo que debía hacer: cerró esa puerta para siempre.
Con un leve suspiro, Lincoln se acercó a su hija, le acarició el cabello y asintió lentamente.
—Sí, hija... es hora de irnos. —Su voz era firme, pero también llena de paz. —Esto ya está atrás.
El ambiente se había vuelto tenso, como si el aire se hubiera espeso alrededor de ellos. Rita, incapaz de contener sus emociones, dejó que las lágrimas comenzaran a caer. Los ojos de Lincoln y Lynn se encontraron, ambos sintiendo una mezcla de compasión, pero también de resentimiento. El llanto de su madre tocaba una fibra sensible en sus corazones, pero al mismo tiempo, el peso de lo que había ocurrido entre ellos, años de abuso y humillación, era imposible de ignorar.
Ambos, por un momento, pensaron en regresar. En dar un paso hacia atrás, en acercarse a ella, consolarla. Pero los recuerdos llegaron de inmediato, tan vívidos como si el tiempo no hubiera pasado. Recordaron cómo sus padres, especialmente Rita, habían reaccionado al enterarse de su relación, cómo les habían gritado, los habían golpeado. La violencia verbal y física, las amenazas de destruirles la vida, el intento de manipularles, de separarlos. No podían olvidarlo.
Lincoln, que había sido el primero en levantarse de su doloroso pasado, observó a Lynn, que se mantenía firme a su lado, con la mandíbula apretada. Él sabía que los años de abuso que ambos habían sufrido seguían vivos en sus recuerdos. Rita no había sido una madre amorosa ni comprensiva, y en su caso, esa era la verdad que se había ocultado por mucho tiempo. No importaba cuánto llorara ahora; todo lo que hicieron, todo lo que no hicieron, seguía marcado en sus corazones.
Lynn, al igual que Lincoln, no podía simplemente perdonar. La humillación que sufrió, el dolor que le causaron a él, y sobre todo, la amenaza de lavarle el cerebro, de eliminar su voluntad para que "fuera una hija ejemplar", le quemaba como una herida abierta. Ningún llanto podía borrar esos recuerdos. No podía volver atrás.
Entonces, fue Lynn III quien rompió el silencio. Al principio, no había dicho nada. Había estado observando en silencio, escuchando a sus abuelos y procesando todo lo que estaba sucediendo. Luego, con paso firme, se acercó a su abuela, Rita. Era joven, aún estaba aprendiendo muchas cosas, pero había algo en su mirada que mostraba una madurez que sorprendió incluso a Lincoln y Lynn.
—Abuela... —dijo Lynn III, con un tono que, aunque suave, era inquebrantable. —Tú debes entender que tú fuiste la responsable de que mis papás ahora no te quieran. No sé mucho sobre lo que pasó entre ustedes, pero puedo ver lo que nos hiciste a todos.
La voz de Lynn III no era acusadora, sino más bien firme, como si estuviera enseñando una lección importante. Se acercó a Rita, y con una calma inesperada para alguien de su edad, la abrazó.
—Puede que tú no sepas mucho de lo que hiciste, abuela —continuó, mientras el abrazo se mantenía. —Pero, algún día, tal vez lo entiendas. Y tal vez entonces, aprenderás a cargar con todo lo que hiciste.
Rita, que antes había sido la imagen misma de la tristeza y el arrepentimiento, quedó congelada por un momento en el abrazo de su nieta. La joven, tan joven y aún tan sabia en sus palabras, parecía estar diciéndole más de lo que su madre o su padre jamás se atrevieron a decir. La verdad, aunque cruel, era más clara ahora que nunca. Rita había sido responsable de un daño profundo, no solo a sus hijos, sino también a ellos, a su familia. Pero al ver la determinación en los ojos de Lynn III, Rita se dio cuenta de que, tal vez, no había esperanza para una reconciliación. Tal vez, había llegado el momento de enfrentar lo que había causado.
Lincoln y Lynn, a la distancia, observaron la escena. Era un momento de tristeza y comprensión, pero también de cierre. La familia estaba sana, a pesar del dolor. Ellos, junto con sus hijos, habían encontrado algo más grande que el vínculo de sangre: un amor inquebrantable, una lealtad que no podía ser destruida por nadie, no importando cuán fuerte fueran los lazos rotos en el pasado.
Lynn, aún con la mano sobre el hombro de Lynn III, se giró hacia Lincoln. Ambos sabían que este encuentro no iba a cambiar nada. La herida era profunda, pero había sido cerrada por ellos. Y, por fin, después de tantos años, podían avanzar sin mirar atrás.
—Es suficiente. —La voz de Lynn era suave, pero llena de una determinación que irradiaba tranquilidad—. Ya no importa.
Lincoln asintió, sus ojos llenos de comprensión. Miró a sus padres una última vez, pero no hubo rabia ni odio en su mirada, solo una certeza absoluta de que el camino que habían elegido era el correcto.
La familia Loud, de alguna manera, había renacido, pero ya no de la forma que sus padres habían esperado. Y aunque el dolor del pasado seguiría siendo parte de ellos, sabían que el futuro estaba en sus manos. En sus hijos. En la familia que ellos habían creado.
La tarde en la casa Loud había pasado tranquilamente, y Lemy y Lacy se encontraban en el salón jugando videojuegos. La competencia estaba reñida, pero al final, Lacy logró la victoria, con una sonrisa triunfante. Lemy frunció el ceño, mirando la pantalla y luego a su prima, convencido de que algo había estado mal en ese juego.
—¡Eso fue trampa! —protestó Lemy, señalando a la pantalla con un dedo acusador—. ¡Sé que hiciste algo raro ahí!
Lacy soltó una pequeña risa y levantó las manos en señal de inocencia.
—No hice nada. ¡Solo soy mejor que tú! —bromeó, dándole un empujón en el hombro.
Pero Lemy no se quedó tranquilo. Con una sonrisa traviesa, se acercó rápidamente y comenzó a hacerle cosquillas, sabiendo que eso la haría reaccionar. Lacy intentó apartarlo, riendo y gritándole para que parara, pero la risa se convirtió en una batalla sin cuartel entre ambos. El control del videojuego quedó olvidado, tirado sobre la alfombra, mientras el caos se apoderaba del salón.
Finalmente, ambos terminaron cayendo al suelo, aún luchando, pero el cansancio y la risa les impidieron levantarse rápidamente. El suelo estaba frío, pero no les importaba. Estaban paralizados, entre risas y jadeos, sin saber qué hacer después de tanto esfuerzo. La cercanía era tan inesperada que, por un momento, todo se detuvo.
Lemy quedó mirando a Lacy, con su rostro tan cerca del de ella que algo en su pecho se agitó de manera extraña. No era una sensación que pudiera identificar con claridad, pero algo en el aire lo hizo reaccionar de manera impulsiva. Sin pensarlo, cerró los ojos y la besó.
El beso fue breve, pero cargado de una intensidad inexplicable, algo que ninguno de los dos había anticipado. Lacy se quedó paralizada, sin saber si apartarlo o corresponder. Estaba confundida, no sabía qué hacer. Todo había sucedido tan rápido y de manera tan inesperada que no sabía si había sido un error o algo más. Su mente luchaba por procesarlo, pero el tiempo parecía haberse detenido.
Sin embargo, en el momento en que Lemy se dio cuenta de lo que había hecho, algo en su rostro cambió. Un estremecimiento recorrió su cuerpo y se apartó rápidamente de Lacy, la mirada llena de culpa y pánico.
—¡Carajo, lo siento! —dijo Lemy, su voz entrecortada, mientras se levantaba del suelo. —No sé qué me pasó, te juro que... no quería hacer eso, fue un impulso...
Lacy, aún tendida en el suelo, no sabía cómo reaccionar. Sus pensamientos estaban desordenados y, aunque el beso había sido algo que no había planeado ni deseado, tampoco sabía si debía enojarse o no. Sus emociones estaban confundidas, pero lo último que esperaba era que Lemy se disculpara tan rápidamente.
—Lemy... —comenzó Lacy, intentando levantar la cabeza, aunque sentía el nudo en su garganta. —Yo... no sé si debí haberlo dejado pasar, pero... no sé qué pensar ahora.
Lemy se agachó junto a ella, su rostro todavía enrojecido por la vergüenza.
—No sé qué me pasó. —dijo nuevamente, con una tristeza palpable en su voz—. Lo siento mucho, Lacy. Fue un error. Yo nunca quise que esto fuera así.
Por un largo momento, ambos permanecieron en silencio, mirando el uno al otro. Lemy sabía que lo que había hecho no podía deshacerse, y las palabras no parecían suficientes para explicar lo que había sucedido. Sin embargo, no esperaba que Lacy lo perdonara tan fácilmente, sabía que las cosas entre ellos nunca volverían a ser las mismas.
El silencio en la habitación era tan denso que parecía casi palpable, como una niebla que se cernía sobre ellos y no permitía que el aire fluyera con normalidad. Lemy y Lacy seguían mirando el uno al otro, los ojos de él llenos de ansiedad, los de ella, de confusión y una amarga mezcla de emociones que no lograba desentrañar por completo. La sensación de lo que había sucedido entre ellos estaba en el aire, suspendida como una nube cargada de electricidad, lista para estallar en cualquier momento.
Lemy sentía el peso de sus palabras, el error que acababa de cometer al actuar por impulso, pero también había una necesidad apremiante de ser honesto con ella, de finalmente dejar caer esa carga que había estado guardando en su pecho desde que la conoció. La confesión no había sido planeada, no había sido algo que había decidido hacer por estrategia o conveniencia. Había sido un arrebato del corazón, un impulso irrefrenable de decirle lo que realmente sentía por ella.
Sin embargo, en cuanto sus palabras salieron, no pudo evitar preguntarse si había hecho lo correcto, si eso cambiaría las cosas para siempre. Sabía que ya no podía dar marcha atrás, pero lo que más le preocupaba era que, a partir de ese momento, las cosas entre ellos nunca serían iguales.
Lacy, por su parte, trataba de comprender la magnitud de lo que acababa de oír. Había conocido a Lemy durante mucho tiempo, pero siempre lo había visto como a un hermano, alguien cercano pero distante, alguien con quien compartía risas y momentos, pero nunca lo había visto de la manera en que él la miraba ahora. El beso, tan repentino y tan lleno de una emoción cruda, la había desconcertado, y más aún, las palabras que lo acompañaron la dejaron en un torbellino de sentimientos encontrados.
Su mente daba vueltas a mil por hora, preguntándose si lo que Lemy había dicho era real, si él realmente sentía lo mismo, si todo lo que había ocurrido entre ellos en la habitación no era más que una reacción impulsiva, algo que al final de cuentas se quedaría en el olvido, algo que tal vez se disiparía con el tiempo.
Pero lo que más la aterraba era la idea de que todo aquello pudiera ser cierto. Si Lemy la quería, si él realmente sentía algo por ella, ¿qué significaba eso? ¿Cómo podría encajar eso en la historia que conocía de su familia? ¿Cómo podría ignorar todo lo que había pasado, todo lo que sus padres le habían enseñado, todo lo que había escuchado sobre los peligros de cruzar esas fronteras? La relación entre ella y Lemy representaba todo lo que había sido condenado por su propia familia, por todo lo que sus padres habían hecho.
—¿Por qué me besaste, Lemy? —preguntó finalmente, su voz temblorosa, pero decidida a obtener una respuesta. Sus ojos brillaban con una mezcla de incertidumbre y dolor, como si al preguntar, también buscara entenderse a sí misma. ¿Por qué había sucedido esto? ¿Por qué ahora?
Lemy, viéndola tan perdida, se sintió incapaz de encontrar las palabras adecuadas de inmediato. Trató de calmar sus propios nervios, de recuperar la compostura. Sin embargo, sabía que no podía evitarlo, que si realmente quería aclarar las cosas, debía decirle lo que sentía, aunque el miedo de perderla lo consumiera.
—Desde el primer momento en que te vi... desde la reunión, cuando por fin te conocí, algo en mí cambió. —comenzó, con voz baja pero firme, como si cada palabra que saliera de su boca fuera una revelación—. No fue solo el beso, Lacy. No fue solo lo que pasó aquí... Fue todo lo que he sentido desde entonces, todo lo que me has hecho sentir. —Se acercó un poco más, sin quitarle los ojos de encima—. Al principio no quería admitirlo, pero lo que siento por ti... no es algo que se pueda ocultar.
Lacy lo observaba en silencio, intentando procesar cada palabra que él decía, pero dentro de ella algo se movía, algo se removía en lo más profundo de su ser. No esperaba una confesión tan directa, tan abrumadora. Quería responder, decir algo que lo tranquilizara, que explicara el torbellino de sentimientos que también comenzaba a crecer dentro de ella. Pero las palabras no venían. En su lugar, había una presión en su pecho, una sensación de incomodidad y miedo de lo que esa relación podía significar para los dos.
—Yo también te quiero, Lemy... —susurró finalmente, casi temerosa de que sus palabras no fueran las correctas. Las dudas no dejaban de asaltarla. Sus pensamientos estaban llenos de contradicciones y miedo. Se sintió vulnerable, expuesta—. Pero... —su voz se quebró ligeramente—. Pensé que, como sabes la historia de mis padres, sabías todo lo que pasó entre ellos... Pensé que tal vez a ti no te gustaría estar en una relación así, con alguien como yo... con alguien que es vista como... una abominación.
Lemy, al escuchar esas palabras, sintió como si el mundo se hubiera detenido por un momento. Aquella palabra, "abominación", era como un golpe directo a su alma. No podía creer que alguien tan especial como Lacy se viera a sí misma de esa manera, arrastrada por las sombras de lo que sus padres habían vivido. El odio y la indignación se apoderaron de él, pero lo que más lo molestó fue la idea de que alguien pudiera haberle dicho eso a ella.
—¿Quién putas te dijo eso? —exclamó, su voz rota por la furia contenida, como si estuviera dispuesto a enfrentarse a cualquier persona que hubiera dejado esa huella en su mente—. No eres ninguna abominación, Lacy. ¡Nadie debería haberte dicho algo tan horrible! —Se levantó de golpe, incapaz de quedarse inmóvil mientras las palabras de Lacy le dolían más que cualquier otra cosa.
Lacy, aunque sorprendida por la reacción de Lemy, lo observó en silencio, un torrente de emociones se acumulaba dentro de ella. Nadie le había dicho esas palabras directamente, pero el peso de los rumores, las miradas, las advertencias veladas... todo eso había quedado grabado en su mente.
—No sé, Lemy. —dijo finalmente, su voz más suave, pero aún llena de dudas—. Mis padres... toda la historia que vivieron... Todo lo que pasó... no quiero que tú también termines sufriendo por algo que no podemos controlar.
Lemy se acercó lentamente a ella, con una determinación que había tomado en sus palabras, y se agachó a su lado. Mirándola a los ojos, le habló con suavidad, pero con una fuerza que transmitía el peso de su convicción.
—Escúchame bien, Lacy. —dijo, casi en un susurro—. No me importa lo que pasó entre tus padres, no me importa lo que la gente diga. Lo que me importa eres tú. Lo que siento por ti es real, y no lo voy a negar, ni por tus padres, ni por nadie. No quiero que te sientas sola en esto, y no quiero que pienses que eres una carga o que lo que estamos viviendo es algo malo.
Lacy lo miró, algo dentro de ella comenzó a cambiar. No sabía cómo exactamente, pero sentía que sus palabras le daban esperanza, aunque también una tremenda incertidumbre. Las heridas del pasado, tanto las de ella como las de él, seguían siendo profundas, pero tal vez, tal vez había una posibilidad de que todo lo que sentían no fuera un error.
—Lo que sea que decidas, yo lo aceptaré, Lacy. Pero no quiero que sigas sufriendo por algo que no hemos causado. Te lo prometo. —dijo Lemy con una calidez que desbordaba su voz.
Las palabras de Lemy calaron profundo en Lacy. Por un momento, todo el miedo que había guardado en su interior se desvaneció, aunque solo por un instante. Sabía que lo que acababa de decirle era algo real, algo sincero. No estaba segura de lo que significaba para ellos en el futuro, pero algo dentro de ella sabía que, al menos por ahora, no estaba sola.
—Gracias, Lemy. —susurró, las lágrimas asomando en sus ojos, aunque ella trató de detenerlas. Su corazón latía con fuerza mientras un pequeño atisbo de esperanza se encendía dentro de ella, aún temerosa de lo que eso podría significar, pero al menos ahora, había algo más que solo el miedo.
El sonido del claxon del auto de Lincoln resonó en la calle, rompiendo el silencio que había caído sobre la habitación. Lacy y Lemy se miraron por un momento, ambos conscientes de que todo lo que acababa de pasar entre ellos, las confesiones, las dudas, las inseguridades, estaba a punto de llegar a un punto de quiebre. El mundo exterior comenzaba a invadir su pequeño refugio, el lugar donde habían compartido más de lo que jamás habían planeado compartir.
Lemy, con la mano sobre la puerta, la miró una vez más. El peso de sus palabras todavía flotaba en el aire, pero algo en su interior le decía que lo que había dicho no era solo una ilusión. No era un sueño del que pronto se despertaría. Sin embargo, aún había miedo, incertidumbre de lo que sucedería una vez que la puerta se abriera.
Lacy, por su parte, sentía un nudo en el estómago. Su corazón latía con fuerza, resonando en su pecho. Sabía que estaba a punto de tomar una decisión que cambiaría las cosas para siempre, pero algo dentro de ella sentía que, de alguna manera, este era el camino correcto, aunque estuviera plagado de dudas y preguntas sin respuesta.
Antes de que Lemy pudiera girar la perilla de la puerta, Lacy se acercó a él sin pensarlo. Lo abrazó con fuerza, casi como si quisiera aferrarse a él, como si ese abrazo fuera una forma de sellar lo que había estado en su corazón todo el tiempo, algo que había estado oculto por miedo, por el peso de las expectativas ajenas, por la historia que otros intentaban contar sobre ellos.
—Ya es hora de que me vaya... —susurró Lacy, su voz temblorosa pero llena de una sinceridad que no había mostrado antes. No podía ignorar lo que sentía, no podía seguir corriendo de sus propios sentimientos. Abrió su corazón de golpe, aunque le doliera—. Pero... antes de eso, quiero darte mi decisión.
Lemy se quedó quieto por un segundo, sintiendo el calor de su abrazo y el peso de sus palabras. El miedo de que todo eso fuera una ilusión o una fantasía pasó por su mente, pero al escuchar las palabras de Lacy, algo en su interior hizo clic. Era real. Todo lo que sentía, todo lo que había dicho, no era en vano.
—Quiero estar contigo... —continuó Lacy, sus palabras firmes a pesar de la vulnerabilidad que sentía. La incertidumbre seguía pesando en ella, pero su decisión era clara. Quería intentarlo. Quería darle una oportunidad a lo que sentían. Y lo dijo, sin importar lo que pudiera pasar—. Sé que puede que no nos veamos seguido, pero... de verdad te amo.
Lemy no podía creer lo que estaba escuchando. Las palabras de Lacy resonaban en su corazón con una intensidad que casi lo dejaba sin aliento. No podía imaginar que algo tan simple y tan puro como una confesión de amor pudiera hacerle sentir tantas cosas al mismo tiempo.
No dijo nada al principio. Solo la miró, sus ojos reflejando una mezcla de asombro y emoción contenida. El hecho de que Lacy, después de todo lo que había pasado, le dijera eso, le rompió el corazón y lo curó al mismo tiempo. No era solo la declaración, era el peso de todo lo que ambos habían enfrentado hasta ese momento.
Finalmente, alzó una mano y la acarició suavemente en la espalda, dándole el consuelo que tanto necesitaba. Sabía que nada en la vida era sencillo, y que su relación no iba a ser la excepción. Pero lo que ella le decía era más grande que cualquier obstáculo. Lo que sentían era algo que ninguno de los dos podía ignorar.
—Yo también te amo, Lacy. —dijo, su voz casi inaudible, pero cargada de una sinceridad profunda. Se separó un poco para mirarla a los ojos, con un brillo de determinación que no había mostrado antes—. Y no me importa lo que digan los demás. No me importa lo que pase. Lo que importa ahora es que estamos juntos en esto. Si no podemos vernos seguido, lo entenderé, pero no quiero que esto se quede en palabras vacías. Quiero que lo vivamos.
Lacy sonrió, aunque las lágrimas se asomaron a sus ojos. Las palabras que Lemy había dicho le dieron la seguridad que necesitaba, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que su decisión era la correcta. Aunque el futuro seguía siendo incierto, sentía que dar ese paso era lo que debía hacer.
El claxon volvió a sonar, esta vez más fuerte, como un recordatorio de que el mundo seguía girando fuera de esa burbuja que habían creado juntos. Pero por un momento, ambos se quedaron en silencio, aferrados el uno al otro, sabiendo que, por fin, se habían entendido, que al menos ese sentimiento era algo que ambos compartían sin reservas.
—Te prometo que no te voy a dejar. —Lemy susurró, sintiendo una determinación renovada.
Lacy asintió, su corazón finalmente en paz, a pesar del caos que aún reinaba en su vida. Este era su camino, el suyo y el de Lemy, y aunque no podía prever lo que vendría, al menos sabía que no lo enfrentaría sola. Y por primera vez, no sentía miedo al respecto.
Ambos se separaron lentamente, con una sonrisa tímida pero real en los labios de Lacy, y un brillo de esperanza en los ojos de Lemy. El momento había llegado. Y aunque el futuro aún parecía incierto, sabían que, al menos por ahora, lo más importante era que no tenían que enfrentarlo por separado.
Lemy observó, con el corazón aún acelerado, cómo el auto de Lacy se alejaba. La última imagen que tuvo de ella fue la de su rostro sonriente, algo en sus ojos que le transmitió una paz que nunca había sentido antes. Cuando finalmente el auto desapareció de la vista, el silencio invadió la calle, pero dentro de él había una mezcla de euforia y confusión.
Sin pensarlo, dio un paso atrás hacia la puerta de la casa, la abrió de golpe y entró. Cerró la puerta tras él, y por un segundo, permaneció en el umbral, tomando aire profundamente. Su mente estaba llena de pensamientos y sentimientos encontrados. Pero en ese instante, una sensación de triunfo, de haber dado un paso hacia lo que siempre había deseado, lo envolvió por completo.
Con una sonrisa tonta y un brillo inconfundible en los ojos, Lemy se giró hacia la sala. En cuanto cruzó el umbral, no pudo contenerse. Llevó sus manos a su cara, como si intentara asegurarse de que todo aquello no fuera solo un sueño. No importaba lo que pudiera pasar después. Lo único que importaba era lo que había sucedido en ese momento. Y no había forma de que pudiera guardarse esa emoción.
—¡La besé! ¡La besé, carajo! —exclamó en voz alta, su alegría explosiva y contagiante. No importaba si estaba solo en la casa, o si alguien lo oía desde fuera. La emoción lo había superado, y no pensaba callarla. Todo lo que había estado reprimiendo, todo lo que había sentido desde que Lacy llegó a su vida, finalmente salió en un grito de felicidad pura.
Empezó a caminar de un lado a otro, sin poder evitarlo. Cada paso que daba, sentía cómo la emoción lo envolvía, y su sonrisa no hacía más que crecer. La adrenalina corría por sus venas, su mente aún procesando lo que había sucedido: la confesión, el abrazo, el beso. Todo había pasado tan rápido, pero a la vez, había sido el momento que tanto había esperado.
—¡Dios mío! ¡¿Qué acaba de pasar?! —dijo, sin parar de sonreír mientras se dirigía a la cocina. Abrió un cajón y sacó una lata de refresco que había en el refrigerador, con las manos aún temblorosas por la emoción. Lo que había hecho no parecía real, pero la sensación en su pecho le aseguraba que sí lo era. Sin pensarlo, abrió la lata y la levantó en un brindis improvisado, como si estuviera celebrando una victoria.
—Esto lo merezco —murmuró, mirando la lata que sostenía. El pensamiento de todo lo que había tenido que atravesar para llegar hasta aquí le hizo sentir una extraña mezcla de orgullo y alivio. Pero lo que sentía, sobre todo, era la certeza de que había hecho lo correcto. Que lo que compartía con Lacy no era un simple capricho, sino algo genuino, algo que valía la pena pelear.
Entonces, un pensamiento lo golpeó de repente: ¿y si las cosas no salían bien? ¿Y si sus padres, sus amigos, o el mundo entero se interponían en su camino? Pero, por más que esas dudas trataran de aparecer, Lemy se las apartó con un movimiento de cabeza. Esta era su vida, su decisión, y no importaba lo que dijeran los demás. El futuro era incierto, sí, pero hoy había dado un paso que valía la pena.
Con un último vistazo hacia la puerta por donde Lacy se había ido, sonrió aún más ampliamente.
—Voy a hacer que funcione... —murmuró con determinación, apretando la lata de refresco en su mano. Y con una risa nerviosa pero llena de felicidad, se dejó caer en el sofá, cerrando los ojos por un momento, disfrutando de la euforia que recorría su cuerpo.
El beso, la confesión, la promesa de lo que podría ser... Todo se había desatado en un solo momento. Y Lemy, aunque nervioso y consciente de que aún había mucho por enfrentar, no podía evitar sentir que lo mejor estaba por venir.
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