Reunion famiiar (1/2)

Era un día cálido de fin de semana, el cielo estaba despejado, y el sol brillaba suavemente sobre la ciudad. El viento fresco acariciaba el rostro de Lyra mientras avanzaba a toda velocidad en la moto. Sus cabellos se deslizaban hacia atrás y su corazón latía al ritmo del rugido del motor. Estaba acostumbrada a este tipo de trayecto, a sentir la libertad que venía con la carretera, pero en este momento, había algo diferente en el aire. No podía evitar sentir que el regreso a Royal Woods traía consigo una carga pesada.

Su hermano, Lemy, iba detrás de ella, aferrado con una mano al cuerpo de la moto y con la otra a su hermana. A pesar de la velocidad y la emoción de la carretera, sentía una extraña incomodidad. Royal Woods, aunque no estaba tan lejos de su hogar, no era un lugar que frecuentaran. La última vez que estuvieron allí fue hace años, y el hecho de que las cosas nunca hubieran sido sencillas con la familia solo hacía que el viaje se sintiera más largo y lleno de dudas.

—Creo que nos estamos perdiendo —dijo Lyra, su voz un poco tensa, mientras hacía una curva pronunciada en una zona que no le resultaba familiar.

Lemy miró alrededor, tratando de reconocer algún punto de referencia que les indicara que iban en la dirección correcta. La carretera, aunque se veía común, no les ofrecía mucha claridad sobre su destino. Miró a Lyra, su hermana siempre tan confiada, pero ahora él también sentía esa opresión en el pecho.

—¿Seguro que es por aquí? —preguntó Lemy, levantando las cejas y asomándose hacia la ventana del lado. —Deberíamos haber ido más veces...

Lyra no respondió de inmediato. La sensación de estar perdidos la hacía sentirse más frustrada. Ella siempre había sido la que tomaba las riendas, la que llevaba las cosas con firmeza, pero en este momento no podía evitar sentirse un poco vulnerable. Algo sobre el regreso a esa casa la hacía dudar. ¿Qué encontrarían ahí? ¿Qué habían cambiado las cosas en la casa Loud desde su última visita?

—No sé si recuerdo bien... Creo que debíamos haber tomado otra calle. Este lugar ha cambiado un poco desde la última vez que vinimos —comentó con cierta incomodidad.

El sonido del motor era la única constante, un rugido profundo y familiar, pero en el fondo, Lyra sentía que algo más pesaba en el aire. Mientras reducía la velocidad y giraba en una esquina, buscaba con la vista cualquier señal que pudiera indicar que estaban cerca. Los árboles, las casas, todo parecía diferente. Había algo en el ambiente que hacía que el vecindario ya no se sintiera tan acogedor, aunque el paisaje seguía siendo el mismo.

Lemy se estiró hacia adelante, su rostro más cerca del hombro de su hermana, intentando observar mejor mientras ella conducía. Y entonces, casi como una revelación, vio algo que le parecía familiar.

—¡Mira allá! —dijo, señalando con la mano hacia una calle que se divisaba a lo lejos, un cruce que aunque parecía distante, tenía algo que lo hacía reconocible—. ¿No es esa la casa de los Loud?

Lyra giró la cabeza hacia donde su hermano señalaba, y al principio, no fue capaz de reconocer la casa de inmediato. Había pasado tanto tiempo, y aunque la estructura era la misma, los detalles pequeños parecían haber cambiado. Sin embargo, al enfocar mejor, vio lo que había estado buscando: las ventanas, la entrada, los colores desgastados por los años... todo estaba allí, como un eco de su niñez.

—Sí, esa es —respondió finalmente Lyra con una sonrisa algo nerviosa. Había algo que le transmitía calma, pero al mismo tiempo sentía una incomodidad creciente. ¿Cómo sería todo ahora? ¿Cómo serían recibidos ellos, después de tantos años de ausencia?

Lemy soltó un suspiro de alivio, pero su rostro seguía marcado por la duda. Mientras Lyra maniobraba la moto para acercarse a la entrada, el viento parecía más frío, y los ecos de recuerdos olvidados se volvieron más nítidos. Ya estaban allí, frente a la casa, pero ¿estaban listos para lo que vendría después?

Finalmente, llegaron a la puerta, y Lyra detuvo la moto con una ligera sacudida. Miró a Lemy, y aunque intentó transmitir una sensación de seguridad, en su interior sentía una especie de vacío.

—Bueno, parece que aquí estamos —dijo, quitándose el casco con una mano, mientras miraba a su hermano, el cual todavía parecía no estar seguro de qué pensar.

Lemy le devolvió una mirada ambigua, como si quisiera decir algo, pero no lo encontraba. La duda lo envolvía, el miedo a lo que pudieran encontrar y la incertidumbre sobre cómo se sentirían una vez que entraran en esa casa tan familiar y tan distante a la vez.

—No estoy seguro... —dijo, su voz bajo, aunque el esfuerzo por sonreír era evidente—. Pero vamos, no podemos quedarnos aquí toda la tarde.

Tomó su casco y lo guardó en la moto con gesto decidido. A pesar de todo lo que sentía, sabía que ya no podían dar marcha atrás. No importaba cuánto tiempo hubiera pasado ni cuán incómodos se sintieran, tenían que enfrentar lo que viniera. A fin de cuentas, esa era su familia, por más que las cosas hubieran cambiado.

Lyra también guardó su casco y echó un último vistazo a la casa. Algo en su interior se sentía como si estuviera parándose sobre un terreno desconocido. El miedo de lo desconocido, el temor a las palabras no dichas y las emociones reprimidas, todo eso la invadía. Pero ya estaba allí. Junto a su hermano. Aunque fuera la primera vez en mucho tiempo, lo harían. Y tenían que hacerlo.

Se acercaron a la puerta. Cada paso que daban parecía más pesado que el anterior, pero el destino estaba claro. Había algo que los esperaba dentro, algo que necesitaban enfrentar. Cuando llegaron frente a la puerta, Lyra, sin decir una palabra más, levantó la mano y tocó la puerta con firmeza.

El sonido de su mano contra la madera resonó como un susurro de lo que estaba por venir. Habían llegado. Ahora solo quedaba ver qué les esperaba al otro lado.

La puerta se abrió lentamente, y antes de que Lyra o Lemy pudieran decir algo, una figura familiar apareció ante ellos. Rita Loud, la abuela de los gemelos, de 57 años, los miró con una expresión de asombro y emoción. No hubo tiempo para palabras; sus ojos brillaron al verlos, y sin pensarlo dos veces, los envolvió en un fuerte abrazo.

Lyra, sorprendida por la calidez de su abuela, se quedó inmóvil por un momento antes de abrazarla con fuerza. La fragancia familiar de su perfume, una mezcla de flores y recuerdos, la envolvió de inmediato. Aunque no habían hablado en mucho tiempo, el abrazo de su abuela fue todo lo que necesitaba para sentir una conexión inmediata. Las palabras que no habían sido dichas en tantos años parecían volverse innecesarias en ese instante. Lo que importaba era que estaban juntos, por fin.

Lemy, al ver la escena, también se acercó y abrazó a su abuela. Sin embargo, había una pequeña preocupación en su mente: la última vez que había hablado con ella había sido por teléfono, y recordaba claramente cómo su abuela había caído de las escaleras tiempo atrás. Aunque ya no era un niño, no podía evitar la sensación de que debía ser más cuidadoso, protegerla como lo haría con alguien frágil.

Con manos suaves pero firmes, Lemy rodeó a Rita, pero con cuidado de no apretarla demasiado. Recordaba bien el sonido de su voz débil por el teléfono cuando les contó del accidente. Aunque su abuela insistió en que estaba bien, él no podía evitar la preocupación que seguía rondando su mente.

Rita, sin embargo, no parecía percatarse de la reserva de Lemy. Estaba tan feliz de verlos que no se podía contener, abrazándolos como si no los hubiera visto en años. Su cuerpo temblaba un poco por la emoción, pero sus brazos seguían apretándolos con fuerza, como si nunca quisiera soltarlos.

—¡Mis niños! ¡Mis queridos niños! —dijo Rita, su voz entrecortada por las lágrimas, sin poder dejar de sonreír—. No saben cuánto los he extrañado.

Lyra se apartó un poco para mirarla, notando con suavidad las canas que comenzaban a adornar su cabello y las arrugas que el tiempo había dejado en su rostro, pero sus ojos seguían siendo los mismos, llenos de cariño y sabiduría. Rita siempre había sido la matriarca de la familia, el pilar que mantenía unidos a todos, aunque en los últimos años se sentía distante. Ahora, ver la alegría en su rostro la hizo sentir una mezcla de gratitud y tristeza, como si todo lo que había pasado no hubiera sido más que un largo sueño.

Lemy, al escuchar las palabras de su abuela, sintió que su pecho se oprimía ligeramente, la nostalgia invadiéndolo mientras sentía una ola de emociones encontradas. Al mirarla a los ojos, también vio el amor incondicional, el mismo que siempre había estado allí, incluso cuando las cosas se volvían oscuras. Era imposible no sentir ese vínculo profundo, esa conexión que trascendía cualquier distancia o tiempo perdido.

—Abuela, nos hemos perdido un poco en el camino —dijo Lyra con una sonrisa tímida, apartándose un poco para mirar a su hermano y luego a la puerta de la casa. —Pero... parece que hemos llegado.

Rita, con una risa suave, se apartó ligeramente y los miró, secándose una lágrima de la mejilla. Los observó con un cariño profundo, como si estuviera viendo a sus propios hijos de nuevo, aunque el tiempo ya había hecho su trabajo. Había algo de nostalgia en su mirada, pero también esperanza.

—No importa cuánto se pierdan, siempre encontrarán el camino de vuelta —dijo Rita, con una voz firme pero cálida. —Siempre encontrarán el camino de regreso a casa.

Lemy miró a Lyra, quien le devolvió una sonrisa cargada de sentimientos encontrados. Habían pasado tanto tiempo alejados de la familia, tanto tiempo que parecía irrecuperable. Pero en ese momento, con los brazos de su abuela alrededor de ellos, algo dentro de él se alivió. Quizás no todo estaba perdido, después de todo. Quizás la familia, aunque rota en algunas partes, aún podía sanarse.

—Lo hemos hecho, Lemy —susurró Lyra, como si hablara más para sí misma, mientras veía la cara de su abuela, ahora tan llena de vida, de esperanza.

Lemy asintió, apretando ligeramente a Rita en el abrazo. A pesar de todo lo que habían vivido, a pesar de la distancia, a pesar de las heridas emocionales que aún quedaban por sanar, en ese momento, lo único que importaba era que finalmente estaban allí, juntos.

Y, al menos por ahora, todo parecía estar bien.

Al entrar en la casa, Lyra y Lemy fueron recibidos con un ambiente algo abrumador, pero cálido y lleno de energía. La casa Loud, aunque familiar, parecía más grande de lo que recordaban, y el ruido que provenía de dentro les daba la sensación de estar rodeados de un ejército de voces y risas.

En el pasillo, las primeras personas que vieron fueron sus tías. Lori, Leni, Luan, Lucy, Lola, Lana, Lisa y Lily, todas las hermanas Loud estaban allí, y cada una, con su propia personalidad, les dio la bienvenida de manera única. Las caras de sorpresa, emoción y curiosidad se reflejaron en sus rostros, cada una reaccionando de manera diferente al ver a los gemelos después de tanto tiempo.

Lori, siempre la más responsable, fue la primera en acercarse. A pesar de sus 35 años, la seriedad de su rostro aún estaba acompañada de una calidez inconfundible. Al ver a Lyra y Lemy, sus ojos brillaron y una sonrisa se dibujó en su cara.

—¡Vaya, miren quiénes han vuelto! —dijo Lori, abrazando a Lyra con fuerza. —¡Estábamos esperando este momento! ¿Cómo están?

Leni, con su estilo relajado y alegre, siguió a su hermana, dando un paso adelante. A pesar de su edad de 34 años, siempre mantenía esa aura despreocupada que caracterizaba su forma de ser. Con su sonrisa amplia, se acercó a Lemy.

—¡Hola, chicos! ¡Es genial tenerlos aquí! —dijo Leni, su voz llena de entusiasmo, aunque parecía un poco confundida por el cambio de los gemelos.

Luan, a sus 32 años, era la siguiente. Su risa y actitud siempre optimista no pudieron evitar salir a la luz. Luan abrazó a Lyra rápidamente, pero en su estilo único, hizo un comentario gracioso.

—¡Parece que la familia se está reuniendo otra vez! Solo espero que no nos hagas algún chiste malo —bromeó, sonriendo mientras su risa llena de vida resonaba.

Lucy, la más introspectiva de todas, la hermana de 26 años, era un contraste claro con las demás. Su mirada profunda y sus palabras pensativas hicieron que su saludo fuera algo más serio, pero sin perder el toque de afecto que siempre tenía. Ella miró a los gemelos con curiosidad.

—El tiempo puede ser cruel, pero al menos no nos olvidamos unos de otros. —dijo Lucy, su voz calmada y misteriosa como siempre, mientras se acercaba y los saludaba con un leve toque en el hombro.

Lola y Lana, que a sus 24 años ya habían comenzado a hacer sus propios caminos en la vida, no perdieron la oportunidad de hacer sentir a Lyra y Lemy como en casa. Lola, con su sentido de la moda y su entusiasmo, se adelantó rápidamente.

—¡Miren a estos dos! —exclamó Lola, admirando el estilo de los gemelos con una mirada crítica y juguetona. —Siempre es un placer ver caras nuevas... o viejas, ya no sé qué pensar.

Lana, con su siempre curiosidad por los animales y la naturaleza, miró a los gemelos y les sonrió tímidamente, aunque con una mirada llena de calidez.

—Es bueno verlos de nuevo. Si necesitan algo, siempre puedo ayudar —dijo Lana, con su voz suave y agradable, que reflejaba su amor por los seres vivos y la naturaleza.

Lisa, la más joven de todas a sus 22 años, se adelantó con su intelecto brillante, aunque su rostro mostraba una calidez sincera. No perdió tiempo para saludar a los gemelos, aunque ya estaba pensando en algo.

—Es bueno que hayan vuelto —dijo Lisa, ajustándose sus gafas de inmediato. —Puedo ayudar con cualquier cálculo o experimento si lo necesitan. Siempre he querido conocer más sobre las aplicaciones tecnológicas de la moto.

Por último, Lily, la más pequeña a sus 19 años, se acercó con una sonrisa cautivadora. Aunque era más joven que ellos, su energía inquebrantable era evidente. No dejaba de saltar de un pie al otro, su entusiasmo por la visita estaba claro.

—¡¡Por fin!! ¡Por fin están aquí! —exclamó Lily, abrazando a Lemy y luego a Lyra con una mezcla de emoción y nerviosismo.

Además de sus tías, los gemelos también fueron recibidos por sus primos, que en su mayoría parecían tan emocionados como sus padres por ver a los gemelos de nuevo. Bobby Jr., el hijo de Lori, estaba de pie en el umbral, mirando con una mezcla de nerviosismo y admiración.

—¿Ehh... hola? —dijo Bobby Jr., con voz un poco temblorosa, como si no supiera qué esperar de los gemelos. A sus 12 años, no podía evitar mirar a los gemelos con una mirada curiosa y un poco reservada.

Leo y Lara, los hijos de Leni, también se acercaron. Tenían 11 años, pero parecían mucho más grandes, tal vez por la cantidad de energía que siempre los rodeaba. Leo, con su cabello desordenado y su actitud inquieta, hizo un saludo rápido antes de lanzarse a investigar los detalles de la moto.

—¡Finalmente los conocemos! —dijo Leo, mirando a Lemy con algo de asombro. —¡Esa moto es brutal!

Lara, por otro lado, sonrió de forma más tímida y se acercó a Lyra. A sus 11 años, su inocencia y dulzura eran evidentes.

—Es un gusto conocerlos... —dijo Lara, con una voz suave, aunque sus ojos brillaban de emoción.

Por último, Laika, la hija de Luan, se asomó desde un rincón, con su mirada traviesa. Aunque apenas tenía 8 años, ya compartía la misma chispa juguetona de su madre. Se acercó con pasos rápidos y abrazó a Lyra de inmediato.

—¡¿Eres tan divertida como mi mamá?! —preguntó, sonriendo ampliamente.

El bullicio y la emoción se apoderaron de la entrada, y los gemelos se sintieron rodeados de cariño y energía. A pesar de los años de distancia, la familia parecía seguir siendo la misma, llena de vida, risas, y, por supuesto, pequeñas bromas y comentarios divertidos.

—Parece que es hora de ponerse al día —dijo Lyra, mirando a Lemy con una ligera sonrisa.

Lemy, aunque nervioso, asintió con una sonrisa cautelosa. Era raro estar rodeado de tanta gente después de tanto tiempo, pero al mismo tiempo, sentía que todo tenía un propósito. Al fin y al cabo, la familia siempre encontraba una manera de unirse, aunque fuera después de los días más oscuros.

Mientras la familia se acomodaba en la mesa, Lyra sentía cómo la atmósfera de la casa, cargada de risas y voces, le transmitía una sensación de pertenencia y amor. La gran mesa de madera, cubierta con platos de comida recién servida, se había convertido en el centro de atención, y a su alrededor se reunían las diferentes generaciones de la familia Loud. Las conversaciones se mezclaban, creando una suerte de música de fondo que le resultaba cálida, reconfortante. Todos estaban ocupados con los detalles: ajustando los asientos, sirviendo la comida, preguntándose por la vida de cada uno, e intercambiando bromas y recuerdos de tiempos pasados.

A pesar de la alegría generalizada, Lyra no podía dejar de sentir una pequeña presión en el pecho. Sabía que, aunque todos parecían disfrutar del reencuentro, había algo que debía decir, algo que necesitaba aclarar. No se trataba solo de una ausencia física, sino de la falta de una presencia que había marcado tanto su vida como la de todos los que estaban allí. Luna, su madre, no estaba con ellos.

Lyra miró a su alrededor, observando las caras familiares, las sonrisas cómplices entre las tías y los primos, el movimiento alegre de todos ellos. Pero su mente seguía enfocada en una sola cuestión: la necesidad de mencionar a su madre, de explicar por qué no estaba allí. No quería que quedara un malentendido, o peor aún, que alguien pudiera pensar que la familia no estaba completa sin ella. Sabía que Luna siempre había sido el alma de las reuniones, la chispa que mantenía el ánimo elevado, la persona que nunca dejaba de hacer bromas y de contagiar su entusiasmo. La ausencia de su madre, aunque explicable, la hacía sentir un pequeño vacío en el aire. Por eso, sintió que no podía seguir sin decir algo.

Finalmente, después de unos momentos de vacilación, Lyra levantó la mano suavemente, llamando la atención sin querer interrumpir demasiado el bullicio que se había formado. Un suspiro breve salió de su pecho, mientras el ruido de la mesa disminuía y todas las miradas se centraban en ella. El silencio se hizo presente, y el peso de la palabra que estaba a punto de decir se apoderó de la sala.

—Antes de que continuemos... —comenzó Lyra, su voz suave, pero con una firmeza que no pasó desapercibida—, quiero disculparme por la ausencia de mi mamá. Luna, ya saben, no pudo venir hoy... —dijo con una ligera vacilación, sintiendo cómo sus palabras se colaban en la habitación, atrayendo las miradas expectantes de todos—. Ella está de gira con sus conciertos, y aunque intentó reorganizar todo para estar aquí, no pudo. Sé que muchos querían verla, y lo siento mucho por eso.

Hubo un momento de silencio que se sintió largo, mientras cada uno procesaba lo que acababa de decir. Lyra no podía evitar sentir una ligera presión en su estómago, como si cada palabra que saliera de su boca estuviera cargada de una responsabilidad. Quería que todos comprendieran, no solo la razón de la ausencia, sino lo difícil que había sido para su madre no estar allí, sabiendo lo importante que era para ella. Lyra podía imaginarse a Luna, probablemente frustrada por no poder compartir este momento con la familia, aunque su carrera fuera su pasión.

De repente, fue Leni quien rompió la tensión, con su tono alegre y su habitual forma de calmar las aguas.

—¡Oh, no te preocupes! —dijo Leni, su rostro radiante y lleno de comprensión—. Sabemos lo ocupada que está tu mamá, ¡y sabemos que está haciendo un gran trabajo! —añadió con una sonrisa genuina, mientras le daba un toque en el hombro a Lyra. —A mí me encantaría haberla visto, pero... ¡ya habrá otra oportunidad!

Las palabras de Leni calmaron inmediatamente la ansiedad de Lyra. La calidez de su tía y su actitud tan positiva fueron como una manta reconfortante que cubrió su corazón. No solo entendían la situación, sino que también la apoyaban sin reservas, algo que Lyra había estado temiendo no encontrar. Sin embargo, las palabras de Leni eran como un abrazo que confirmaba lo que ya sabía: la familia, aunque incompleta en ese momento, estaba unida y se apoyaba mutuamente.

—Lo importante es que ustedes están aquí, ¿verdad? —dijo Lori, quien, a pesar de su carácter más serio, había suavizado su tono al percatarse de la incomodidad de Lyra. Su sonrisa era tranquila, llena de la madurez que venía con los años y la experiencia. —Y sé que Luna les manda todo su cariño, aunque esté tan lejos.

Lemy, el hermano de Lyra, le dedicó una mirada comprensiva. Sabía lo que ella sentía y, aunque no lo dijera en voz alta, compartía el mismo sentimiento de que la ausencia de Luna había dejado una pequeña grieta en la alegría del reencuentro. Aun así, él también sabía que lo mejor era centrarse en lo que sí estaban viviendo en ese momento.

—Así es —añadió Lemy, mirando a Lyra con una sonrisa alentadora—. Lo mejor es que estamos todos juntos ahora.

Al escuchar esas palabras, Lyra se sintió aún más aliviada. La tensión que había acumulado en su pecho comenzó a disiparse. Lemy siempre había sido un apoyo constante para ella, y saber que él compartía su misma perspectiva la hacía sentirse menos sola. Aunque la ausencia de Luna se sentía, la presencia de todos ellos le recordaba lo afortunada que era por tener una familia tan unida.

Los ojos curiosos de los niños pequeños, como Bobby Jr., Leo y Lara, observaban a Lyra y su hermano con una mezcla de interés y empatía. A pesar de su corta edad, algo en su expresión reflejaba comprensión, como si, de alguna manera, ellos también entendieran la importancia de ese momento. No estaban absortos en la ausencia de Luna, sino en el cariño que se compartía entre ellos.

Lucy, como siempre, tenía una manera peculiar de abordar las situaciones, y su voz suave y reflexiva agregó una capa más de profundidad a la conversación.

—No te preocupes, Lyra —dijo Lucy, sus palabras resonando con una serenidad que solo ella podía transmitir—. Las ausencias son parte de la vida, pero lo importante es que, aunque Luna no esté aquí... —miró a cada uno de los presentes, haciendo una pausa para que sus palabras calaran hondo—... todos nosotros estamos presentes, y eso tiene un valor mucho mayor.

Las palabras de Lucy fueron un bálsamo para el alma. Lyra sintió que no solo estaba siendo comprendida, sino también reconfortada de una manera profunda. La ausencia de Luna no era definitiva, no era el fin del mundo, sino solo una parte más de las vicisitudes que la vida les presentaba. La familia estaba allí, reunida, y eso era lo que verdaderamente importaba.

La conversación continuó con naturalidad, y poco a poco el bullicio volvió a tomar fuerza. Los primos comenzaron a hablar sobre sus últimas aventuras, riendo y compartiendo anécdotas divertidas. Las tías, por su parte, intercambiaban recuerdos de la infancia y de tiempos pasados, cuando todos eran más jóvenes. A pesar de la ausencia de Luna, la sensación de calidez humana seguía presente, como una corriente subterránea que unía a todos.

Lyra se permitió relajarse, dejando que el ambiente familiar la envolviera. Aunque su madre no estaba allí, Lyra entendió algo muy importante: la familia no se define por la presencia física de una sola persona, sino por el amor y el apoyo que se dan mutuamente, sin importar la distancia o el tiempo.

Con una sonrisa, Lyra se dio cuenta de que, al final, todo estaría bien.

El repentino golpe a la puerta hizo que todos se quedaran en silencio por un momento, un pequeño murmullo de confusión recorrió la sala. Los ojos curiosos se volvieron hacia la puerta, preguntándose quién podría ser en ese momento tan inusual.

Lori, con una mirada desconcertada, se levantó de su asiento y, con una voz ligeramente cargada de incredulidad, preguntó:

—¿Quién será a esta hora?

Rita, que había estado observando la escena desde el lado de la mesa, soltó un suspiro y se levantó para dirigirse a la puerta. Parecía que sabía algo que los demás no. Con una voz tranquila pero seria, dijo:

—Escuchen, sé que tal vez les puede molestar a algunas, pero por favor, no hagan escándalo... Pasen, por favor.

La puerta se abrió suavemente, y en el umbral apareció un hombre albino de unos 29 años, con una presencia tranquila pero imponente. A su lado, una mujer de cabello castaño y una edad similar caminaba con paso firme. Detrás de ellos, dos jóvenes se asomaron. Una de ellas era inconfundible: su cabello recogido en un moño, un overol rojo y una camisa naranja que la hacían destacar, junto con unos anteojos rojos cuadrados y un colmillo que se asomaba por su sonrisa. La otra joven, de cabello castaño grisáceo y unos dientes prominentes que la hacían parecer inconfundible, tenía unos ojos azules tan intensos que parecían casi hipnóticos.

Lemy, que hasta ese momento había estado observando la escena en silencio, se quedó completamente paralizado. Los recuerdos vinieron a su mente como un torrente, y no podía creer lo que veía frente a él. La joven con el overol rojo y los anteojos... era ella, la misma de los reportajes deportivos. ¡Era la famosa Lynn Loud! Pero lo que más lo sorprendió no era solo la figura pública que ella representaba, sino el hecho de que estaba allí, en la misma habitación, como si nada fuera tan extraordinario.

Sin embargo, lo que más lo dejó sin palabras fue la otra joven. La chica con el cabello castaño grisáceo, los dientes de conejo... ¿podía ser? Lemy miró fijamente a sus ojos azules, y en ese momento, algo dentro de él hizo clic. Era ella... la joven que había visto en tantas entrevistas y reportajes, la que había sido una figura destacada en los círculos deportivos, conocida por su increíble destreza y habilidad en el campo. Su nombre rondaba en su cabeza, pero no podía encajarlo de inmediato.

Lori, al reconocerlos, no pudo evitar soltar un suspiro de sorpresa y emoción. Con los ojos bien abiertos, su voz tembló ligeramente mientras decía, con una mezcla de incredulidad y esperanza:

—¿Lynn...? ¿Lincoln?

La atmósfera en la habitación cambió al instante. Todos se giraron hacia los nuevos visitantes, algunos aún confundidos, otros sorprendidos por la aparición de los dos hermanos. Los ojos de Lynn y Lincoln brillaban con una mezcla de nostalgia y serenidad, como si finalmente hubieran llegado a un punto en el que todo se sentía como un regreso a casa.

Lynn, con una mirada que combinaba confianza y una pizca de arrepentimiento, fue la primera en hablar. Su voz era firme, pero con un toque de vulnerabilidad.

—Sí, Lori... soy yo —dijo, mirando a Lori con un brillo especial en sus ojos.

El aire en la habitación se tensó de inmediato, y las sonrisas de sorpresa se transformaron en miradas cargadas de emociones contradictorias. Mientras Lynn miraba a Lori con esos ojos llenos de un brillo especial, intentando transmitir toda la emoción contenida de su regreso, Lola no pudo contenerse.

Con un golpe seco de su mano sobre la mesa, Lola se levantó de su asiento y señaló a Lynn y Lincoln con furia en los ojos.

—¡¿Cómo se atreven a venir aquí después de todo lo que hicieron?! —su voz resonó fuerte, cortando el ambiente cargado de emoción. Su tono de voz estaba lleno de reproche y desdén, como si las heridas no cicatrizaran con el tiempo.

Lori, sorprendida, trató de calmar la situación. —¡Lola, por favor! —exclamó, levantándose rápidamente, intentando intervenir. Pero Lola ya estaba en pleno ímpetu, las palabras de reproche salían con furia.

—¡No, Lori! ¡No me voy a quedar callada! ¡¿Dónde estaban cuando más los necesitábamos?! —su voz aumentaba de volumen con cada palabra, mientras todos los ojos se dirigían hacia ella. La rabia que sentía parecía latir con fuerza en su pecho, como una herida abierta que no terminaba de sanar.

Lynn, por su parte, mantenía la calma, pero su rostro mostraba una mezcla de tristeza y frustración, como si no quisiera entrar en una confrontación, pero a la vez necesitaba que su familia entendiera su ausencia.

—Lola, lo siento, pero no es tan simple... —Lynn comenzó, su voz suave pero firme. —No era que no quería estar aquí, ni que los abandoné... había razones que me hicieron tomar ese camino. Lo que pasó... fue complicado, más de lo que imaginas.

Pero Lola no parecía dispuesta a escucharla. El dolor acumulado por los años de separación, el sentimiento de abandono, explotó en su voz, haciéndola temblar de rabia.

—¡Complicado?! ¡Nos dejaste en medio de todo esto! ¡Nunca dijiste nada! ¡Nos hacías falta! ¡Y tú, Lincoln! —gritó, dirigiéndose ahora hacia él. —¿También te creías que podías desaparecer y hacer como si nada pasara?

Fue en ese momento cuando Lemy, quien había estado observando la escena con una creciente sensación de incomodidad, intervino. No podía permitir que esa discusión se desbordara aún más. Sabía lo importante que era este reencuentro para Lynn y Lincoln, pero también entendía el dolor que sentía Lola. Sin pensarlo dos veces, se puso en medio de las dos, levantando las manos en señal de calma.

—¡Basta, Lola! —dijo con firmeza, mirando a su tía a los ojos, y luego volviendo la mirada hacia Lynn, que había estado observando la escena con una mezcla de tristeza y cansancio. —Perdón, pero... ¿usted quién es?

Las palabras de Lemy resonaron en el aire, causando un ligero revuelo entre los presentes. Lynn, al ver la mirada desconcertada de Lemy, dio un paso hacia él, con una ligera sonrisa triste, como si intentara suavizar la tensión que aún flotaba sobre la habitación. Sabía que la situación era más compleja de lo que muchos podrían entender, pero, de alguna manera, tenía que empezar a resolverlo.

Con una calma tensa, Lynn se acercó a Lemy, y sus ojos se encontraron, como si buscara la manera de transmitirle todo lo que no había dicho en años.

—Ah, pues... yo soy tu tía, Lemy —dijo Lynn, con un tono suave pero lleno de sinceridad, mientras señalaba con un gesto hacia Lincoln. —Y... él es tu tío Lincoln.

Lemy, al escuchar las palabras de Lynn, se quedó paralizado por un momento. El rostro de él mostraba una mezcla de sorpresa y confusión. No había visto a Lynn en años, y de alguna manera, había olvidado por completo el vínculo familiar que compartían. Las palabras de Lynn lo golpearon como un torrente de realidad. Esta mujer, la que había sido mencionada en tantas historias de su madre, era realmente su tía. Y ese hombre a su lado... su tío.

—¿Tía? —repetió Lemy en un susurro, como si tratara de procesar la revelación. —¿Y tú... tú eres Lincoln? —su mirada se desplazó hacia él, buscando alguna respuesta, algo que le diera sentido a todo esto.

Lincoln, que había estado en silencio observando la escena, se adelantó un paso, miró a Lemy con una expresión seria pero cálida, como si finalmente quisiera poner en orden lo que había estado perdido durante tantos años.

—Sí, soy Lincoln —dijo Lincoln con un tono firme, pero también con una cierta suavidad que rara vez mostraba. —Soy tu tío, Lemy. Y aunque todo esto pueda ser complicado, estamos aquí ahora.

El silencio que siguió fue pesado, pero también lleno de una extraña comprensión. Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar, aunque los sentimientos de confusión, ira y miedo seguían flotando en el aire. Las emociones entre los familiares se entrelazaban de una manera compleja, pero al menos la verdad estaba siendo compartida, paso a paso.

Lola, aunque todavía herida y con el enojo palpable en su rostro, miró a Lynn y a Lincoln con una mezcla de incredulidad y frustración. Las palabras de su madre y las historias de la familia siempre habían estado presentes, pero enfrentarse a la realidad de lo que había sucedido, y de quiénes eran realmente estas personas frente a ella, era otra cosa.

Finalmente, Lori, que había estado observando todo con una expresión de impotencia, intervino con una voz suave pero firme.

—Lo importante ahora es que estamos todos aquí. Sé que hay muchas emociones encontradas, pero debemos ser capaces de mirar hacia adelante y sanar, juntos.

La tensión en la habitación seguía siendo palpable, pero la intervención de Lori parecía haber aliviado un poco el peso que colgaba sobre todos. Mientras las palabras de reconciliación aún flotaban en el aire, Lyra, con una sonrisa tímida pero genuina, se acercó a sus tíos, emocionada por finalmente poder conocerlos. Había escuchado tanto sobre ellos a lo largo de los años, pero ahora, estando frente a ellos, sentía que su familia cobraba vida de una manera completamente diferente.

Al ver a Lyra acercarse, Lincoln la observó por un momento, sus ojos reflejando asombro y una especie de calidez que solo un padre podría sentir al ver a una niña crecer tan rápido. Se agachó levemente, tratando de estar a su altura, y una sonrisa suave cruzó su rostro.

—Lyra, estás enorme —dijo Lincoln, con una expresión de asombro en su rostro. —La última vez que te vi, eras una bebé... Lamento no haberte visitado seguido, pero...

Antes de que pudiera terminar, Lola, claramente irritable por todo lo que había sucedido hasta ese momento, interrumpió bruscamente con su voz cortante.

—No nos quieras culpar por lo que pasó —dijo Lola con firmeza, con una mirada de desconfianza hacia Lincoln. No podía evitar mostrar su molestia. Había demasiado dolor guardado, y aunque en su corazón sabía que las palabras de Lincoln podían tener algo de razón, su enojo no la dejaba callar.

El rostro de Lincoln, que al principio se mostró sorprendido por la interrupción, comenzó a tensarse. El aire en la sala parecía volverse aún más espeso. Lincoln dio un paso hacia adelante, y su tono, aunque calmado, llevaba consigo una dureza que solo se podía esperar de alguien que había pasado por tanto dolor.

—Solo vinimos porque mamá lo pidió —dijo Lincoln, mirando directamente a Lola, sin apartar los ojos de ella. —Cuando esto termine, nos iremos. No estamos aquí para causar más problemas. Solo venimos a cumplir con lo que nos pidió mamá.

La tensión entre los dos era evidente. Lyra, viendo cómo las cosas empezaban a escalar nuevamente, miró a su madre Lynn, que estaba al borde de la frustración, y luego a Lemy, que parecía estar esperando el momento adecuado para intervenir.

Lola, por su parte, no pareció amedrentarse por las palabras de Lincoln, y, con una sonrisa irónica, respondió:

—Claro, como si eso lo solucionara todo, ¿verdad? —su tono era más ácido que antes, como si no pudiera dejar ir la herida que llevaba dentro. —Solo recuerden que no se puede borrar lo que pasó. No con palabras, ni con promesas vacías.

La habitación se quedó en un silencio pesado, mientras cada uno de los presentes lidiaba con sus propios pensamientos. Las palabras de Lola se colaron en las mentes de todos, recordándoles las cicatrices que aún no se habían curado. La familia, tan unida en su amor, también estaba fracturada por las diferencias no resueltas, y el peso de esas heridas parecía más fuerte que nunca.

Lemy estaba completamente confundido. No entendía todo el peso de la discusión que se había desatado entre Lola y Lincoln. Mientras su mente trataba de procesar todo lo que estaba pasando, sus ojos no podían apartarse de la deportista que tenía frente a él. Ella no parecía tan dura como las demás, no parecía cargar con la misma carga emocional que todos los demás. En lugar de eso, había algo en su mirada que transmitía calidez, un brillo en sus ojos que, por un momento, hizo que todo el resto de la conversación se desvaneciera para él.

Cuando sus ojos se encontraron con los de ella, la joven le dio una gran sonrisa, una sonrisa que, sin querer, hizo que el corazón de Lemy diera un salto en su pecho. Su corazón latió con fuerza, tanto que parecía que iba a salirse de su pecho. Fue una sensación extraña, una mezcla de nerviosismo y fascinación. No era solo la sonrisa, era la manera en que sus ojos se iluminaban, cómo su presencia llenaba la habitación de una energía tranquila pero contagiosa.

Lemy no estaba seguro de qué exactamente le pasaba. Solo podía mirar fijamente a la joven que había estado observando en los reportajes deportivos durante años, pero ahora la tenía ahí, frente a él. Aunque había tantas emociones en el aire, la sonrisa de ella lo hizo sentir como si el tiempo se hubiera detenido, como si nada más importara en ese preciso momento.

Se quedó allí, inmóvil por un instante, completamente abrumado por la mezcla de sensaciones. No podía negar que algo en su interior había cambiado, algo que no entendía bien, pero que sentía con fuerza.

La joven, al notar la reacción de Lemy, le sonrió aún más, como si supiera exactamente el efecto que su presencia estaba teniendo en él. A pesar de la tensión que aún flotaba en el aire debido a la discusión, había una calma en la manera en que ella se comportaba, algo que lo hacía sentir más tranquilo, casi como si él también estuviera recibiendo una dosis de paz que necesitaba.

Finalmente, Lemy intentó despejar su mente, pero no pudo evitar que una ligera sonroja invadiera su rostro. No sabía si era la incomodidad de estar tan cerca de ella o la confusión por la situación en general, pero algo dentro de él le decía que esta iba a ser una conversación muy diferente a cualquier otra que hubiera tenido antes.

Aun sin decir nada, su corazón seguía latiendo con fuerza, mientras sus pensamientos se nublaban por la incomodidad y el inesperado nerviosismo. La sonrisa de la joven, tan sincera y luminosa, lo había dejado atrapado, como si en ese momento todo lo demás dejara de ser relevante.

—¿Estás bien? —le preguntó la joven con voz suave, como si hubiera percibido la inquietud en Lemy. No era una pregunta por cortesía, sino una genuina preocupación. Su tono era amable, cálido, y al instante Lemy sintió como si todo el peso que llevaba encima fuera aligerado.

Lemy tragó con dificultad, como si tuviera un nudo en la garganta. No estaba acostumbrado a que alguien se dirigiera a él de esa forma, con tanta atención, y mucho menos alguien como ella. La confusión y la timidez lo hicieron tartamudear un poco.

—S-sí, estoy... estoy bien —respondió, aunque en su voz se podía percibir la duda y el nerviosismo. Miró hacia el suelo por un segundo, sintiendo el calor en su rostro.

La joven sonrió nuevamente, una sonrisa que parecía decir "no te preocupes, todo está bien". Pero para Lemy, la situación seguía siendo extraña. No entendía qué le estaba pasando, pero sentía que algo importante estaba comenzando a formarse en su interior, algo que él aún no sabía cómo manejar.

Lacy observó a Lemy, notando la mezcla de sorpresa y nerviosismo en su rostro, y dio un paso hacia él con una sonrisa que era al mismo tiempo reconfortante y genuina. A pesar de las circunstancias, su presencia parecía traer una calma no verbal, una sensación de aceptación y familiaridad. Extendió su mano hacia él de una manera relajada y amable, como si intentara aligerar el peso del momento.

—Hola, Lemy —dijo con voz suave, pero firme. Su tono tenía una calidez que contrastaba con el ambiente algo tenso de la sala. —Soy Lacy, mucho gusto en conocerte finalmente.

Lemy, que aún intentaba procesar lo que estaba ocurriendo, se quedó inmóvil por un momento. No podía evitarlo; el hecho de estar frente a alguien que solo conocía por los reportajes deportivos le parecía surrealista. Aquel mundo del deporte, las noticias, las entrevistas... ahora parecía tan distante, como si todo fuera una ficción. Pero aquí estaba, frente a la joven que había visto miles de veces en la televisión, y ahora resulta que ella... era parte de su familia.

Con un movimiento torpe, Lemy levantó la mano para estrechar la de Lacy, pero su nerviosismo era evidente. No estaba acostumbrado a este tipo de situaciones, especialmente no con alguien que había admirado un poco a través de los medios. Se frotó la nuca, tratando de relajarse, pero su mente parecía no calmarse.

—Ah... sí, sí, te conozco... —comenzó a decir, su voz un poco titubeante. —He leído sobre ti en los reportajes deportivos... eres la joven promesa del deporte... —hizo una breve pausa, claramente dándose cuenta de lo que acababa de decir. Su rostro se sonrojó ligeramente por la incomodidad de la situación. —Lo siento, es que todo esto es raro. Solo te veía en los reportajes, y resulta que... somos parientes.

Lacy no pudo evitar sonreír ante la sinceridad de Lemy. Su risa suave y contagiosa hizo que, por un instante, la atmósfera tensa en la sala se disipara. La situación era extraña para ambos, pero de alguna manera eso parecía unirlos en una pequeña complicidad. Lacy asintió, entendiendo perfectamente lo que Lemy experimentaba.

—¿Sabes? Estoy igual que tú —le confesó ella con una sonrisa amable, sus ojos reflejando un poco de asombro y nerviosismo—. Nunca supe que tenía familia aquí hasta hace poco. Es... surrealista, pero a la vez, se siente como si esto fuera algo que siempre estuvo ahí, esperando a que lo descubriéramos.

Lemy la miró, un poco más tranquilo al saber que no era el único que se sentía así. Él asintió, encontrando en sus palabras un consuelo inesperado. Justo en ese momento, una segunda figura se acercó a ellos. Era una joven con el mismo semblante deportivo y seguro, pero con una expresión algo más reservada. Su overol rojo y camisa naranja le daban un aspecto casual, aunque su mirada mostraba una mezcla de curiosidad y timidez.

Lacy, con una sonrisa, miró a la joven y luego a Lemy, como si estuviera por presentar a alguien importante.

—Lemy, ella es mi hermana, Lynn III —dijo con calidez, colocando una mano en el hombro de la chica, quien sonrió ligeramente.

Lemy parpadeó, sorprendido de ver una segunda cara tan familiar y desconocida a la vez. Sabía, por las historias de su madre y los pocos relatos de su abuela, que la familia de su madre tenía muchos miembros. Pero encontrarse frente a dos primas de las que hasta hace poco ni sabía su existencia lo dejaba sin palabras.

—Ah, mucho gusto —dijo él, extendiendo la mano hacia Lynn III, intentando no parecer demasiado nervioso—. Esto... es un poco extraño para mí, pero me alegra conocerlas.

Lynn III le estrechó la mano con una sonrisa firme, aunque tímida, y luego asintió.

—Para mí también es raro —respondió ella en voz baja, mirándolo con curiosidad—. Siempre supe que teníamos familia, pero no pensé que algún día realmente los conoceríamos.

Lemy asintió, comprendiendo que todos estaban en la misma situación. Poco a poco, sentía que las barreras entre ellos se disolvían y que, a pesar de los años y las diferencias, había algo genuino que los unía.

Mientras Lemy, Lacy y Lynn III hablaban entre sí, la tensión en la mesa de los adultos aumentaba. Los miembros de la primera generación Loud —Lori, Leni, Luna, Luan, Lucy, Lana, y especialmente Lola, Lisa, y Lynn Sr.— mantenían la vista fija en Lincoln y Lynn, quienes se habían sentado uno al lado del otro. A pesar de los años y las vivencias que todos habían tenido, los silencios cargados y las miradas de desconfianza entre los adultos se sentían como una barrera invisible entre los hermanos.

Lynn Sr., con el ceño fruncido y la mirada endurecida, fue el primero en romper el silencio incómodo.

—Nunca pensé que vería este día —dijo con un tono bajo, sin despegar los ojos de sus dos hijos ausentes—. ¿Por qué regresar ahora, después de tanto tiempo?

Lincoln y Lynn intercambiaron una mirada rápida antes de que él respondiera.

—Papá, no fue una decisión fácil... —empezó Lincoln, con un tono de voz suave y controlado—. Sabemos que hay mucho que explicar, pero si estamos aquí es porque mamá nos lo pidió. Queremos encontrar una manera de arreglar las cosas, si eso es posible.

Lola soltó una risa sarcástica desde el otro lado de la mesa, sin molestarse en disimular su molestia.

—¿Arreglar las cosas? —replicó, cruzando los brazos y lanzando una mirada desafiante a ambos—. ¡Ni siquiera tuvieron la decencia de mantenerse en contacto! ¿Ahora esperan que olvidemos todo lo que pasó?

Lynn, que hasta ese momento había permanecido en silencio, apretó los labios, claramente incomoda pero decidida a responder.

—Sé que no va a ser fácil, Lola —dijo, intentando mantenerse tranquila—. No espero que nos perdonen así nada más. Solo queremos explicar... dar una oportunidad de empezar de nuevo.

Lisa, siempre analítica y observadora, intervino con una voz controlada, pero en su tono había un atisbo de reproche.

—Las decisiones que tomaron nos afectaron a todos. Hubo consecuencias, tanto emocionales como prácticas, de su ausencia. La familia... se ha fracturado de alguna manera.

Luna asintió, aunque intentaba suavizar el ambiente con una sonrisa compasiva.

—Pero no hay nada que no podamos arreglar con tiempo, ¿verdad? Ya han regresado, y eso... ya significa algo.

Lucy, con su tono bajo y enigmático, miró a ambos con sus ojos oscuros llenos de comprensión.

—Las sombras del pasado siempre se quedan, pero depende de nosotros decidir si las dejamos crecer o intentamos iluminar lo que nos queda.

Lincoln miró a Lucy agradecido, y luego su mirada recorrió a cada uno de sus hermanos y a su padre, notando la mezcla de dolor, resentimiento, pero también la pequeña chispa de esperanza en algunos rostros. Finalmente, volvió a dirigirse a todos.

—Sé que lastimamos a la familia, pero también sé que nuestra ausencia creó espacio para que ustedes crecieran, para que cada uno siguiera su camino. No espero que lo entiendan completamente ni que olviden lo que ocurrió. Solo pido que nos den una oportunidad para mostrarles que estamos aquí, ahora, dispuestos a estar presentes en sus vidas.

El silencio se extendió por la mesa. La tensión era casi palpable, pero el hecho de que todos estuvieran reunidos, aunque dolidos, también reflejaba una posibilidad de reconciliación. Tal vez no sería fácil, pero como dijo Lucy, la familia tenía la opción de decidir si dejaba crecer las sombras o trataba de sanar con lo que les quedaba.

Lyra, queriendo aliviar la tensión que aún colgaba en el aire, se inclinó hacia adelante y miró a todos con una sonrisa.

—Bueno... —comenzó con cuidado—. Han pasado dos años desde la última vez que estuvimos todos juntos, y me encantaría saber cómo les ha ido a cada uno de ustedes. A veces escucho cosas, pero nunca es lo mismo que escucharlo de ustedes mismos.

Los adultos intercambiaron miradas, sorprendidos, y aunque un poco incómodos, agradecidos de que Lyra intentara suavizar el ambiente.

Lori fue la primera en romper el silencio. Aún sentía el peso de lo ocurrido, pero no pudo evitar sonreírle a su sobrina.

—Bueno, he estado ocupada con mi trabajo y los niños. Bobby y yo estamos muy enfocados en nuevos proyectos. Es cansado, pero ver los frutos de nuestro esfuerzo en la comunidad hace que valga la pena.

Leni, sentada a su lado, sonrió y añadió en su tono suave.

—¡Sí! Y a mí me han dado muchas oportunidades en el mundo de la moda. La verdad es que nunca pensé que llegaría tan lejos, pero aquí estoy. Estoy diseñando una nueva línea de ropa y quiero abrir mi propia tienda en línea.

Luan, quien había dejado el mundo del humor y la comedia para dedicarse a escribir y dirigir, sonrió con nostalgia.

—He estado experimentando en el teatro. Mis comedias han tenido buena recepción y... bueno, he aprendido a hacer reír sin recurrir a bromas pesadas. Creo que al fin encontré un equilibrio.

Lucy, con su aire reservado, habló de manera pausada.

—Publiqué mi primer libro de poesía. No es muy conocido, pero es importante para mí. Creo que nuestras experiencias, incluso las difíciles, pueden transformarse en algo significativo.

Lana, siempre enérgica, sonrió con entusiasmo.

—¡Sigo con mi taller! Aprendí a arreglar cosas que ni siquiera sabía que existían. La naturaleza y los animales siguen siendo mi vida, y tengo algunos proyectos ecológicos en mente.

Lola, con la cabeza en alto y una expresión decidida, se unió al diálogo con su habitual confianza.

—Yo estoy trabajando en mis estudios de moda y también organizo eventos en la universidad. Ha sido un desafío, pero creo que cada día soy mejor en esto.

Finalmente, Lily, ya en la universidad y habiéndose convertido en una joven adulta apasionada por los animales, habló en voz baja pero con emoción.

—Estoy estudiando veterinaria. Es algo que me importa mucho, y espero poder ayudar a muchos animales algún día.

Lyra escuchó atentamente cada historia, sonriendo ante cada logro y sueño compartido. A medida que los adultos hablaban de sus vidas, la atmósfera comenzó a relajarse, aunque las tensiones seguían presentes en el aire.

Lincoln, que había escuchado en silencio, asintió.

—Es inspirador ver cómo todos han seguido adelante —dijo, con una sonrisa sincera—. Siento que, a pesar de todo, la familia sigue unida... y aunque tengamos problemas, siempre hallamos una forma de seguir adelante.

Lynn, sentada junto a él, sonrió también, mirando a cada uno de sus hermanos.

—Puede que nos cueste tiempo, pero creo que tenemos la oportunidad de empezar de nuevo.

Lyra observaba a sus tíos con admiración y una creciente curiosidad. En todo ese tiempo, apenas si había tenido la oportunidad de conocer realmente lo que hacían, y menos aún, comprender cómo sus vidas habían evolucionado de maneras tan distintas. No podía negar que algo en ella anhelaba cerrar esas brechas, entender mejor quiénes eran esas personas que, hasta ahora, solo habían sido nombres e historias en su vida. Decidida a conectar con ellos, se inclinó un poco hacia su tío Lincoln, preguntándole con genuino interés:

—¿Y tú en qué trabajas, tío Lincoln? ¿O tú, tía Lynn? No sé casi nada de lo que hacen.

Lincoln intercambió una breve mirada con su hermana Lynn antes de asentir. Parecía disfrutar del hecho de poder compartir un poco de sí mismo con su sobrina, algo que no se le daba tan a menudo.

—Bueno, abrí un negocio de armas de colección y artículos geek —comenzó, con una leve sonrisa y un destello en sus ojos que revelaba su pasión—. Me especializo en cosas como figuras de acción, cómics raros, réplicas de películas, y piezas de colección que los verdaderos fanáticos aprecian. No es algo que pensaba que terminaría haciendo, pero es un mundo en el que siempre me sentí cómodo, y ha sido increíble poder dedicarme a esto. Además —agregó, su voz un poco más suave—, me permite mantenerme cerca de lo que me gusta y darme un espacio para no pensar en otras cosas.

Lyra escuchaba cada palabra con fascinación, imaginándose el negocio de su tío como un espacio lleno de tesoros, algo que ella nunca había imaginado. La manera en que Lincoln hablaba de su tienda le hacía sentir que realmente había encontrado algo importante en su vida, una parte de él que, hasta ahora, había estado oculta para ella.

—Eso suena genial, tío Lincoln —respondió, sonriendo con entusiasmo—. Nunca me imaginé que tendrías algo así. Me encantaría visitarlo algún día, debe ser como un museo para los fanáticos.

Lincoln asintió, claramente complacido por su reacción.

—Serás bienvenida cuando quieras, Lyra. De verdad, es algo que disfruto, y también me ayuda a recordar que la vida está hecha de cosas que uno ama, aunque parezcan pequeñas.

Lynn, quien había estado escuchando con interés, no pudo evitar intervenir, con una sonrisa de orgullo mientras miraba a Lacy, quien estaba sentada cerca, observando la conversación.

—Yo, por mi parte, sigo en el deporte. Mi carrera sigue avanzando, y aunque aún tengo mucho por recorrer, me ha llevado a lugares increíbles. Además de eso —dijo, con una sonrisa hacia su hija—, soy la entrenadora de todos los equipos en los que Lacy participa. Fútbol, natación, baloncesto, béisbol... es toda una atleta, y para mí ha sido un honor guiarla en sus entrenamientos.

Lacy, notando la mirada de su madre, se ruborizó un poco, pero sonrió. Había una conexión especial entre ambas, una complicidad que, aunque parecía fuerte, también mostraba cierta humildad.

—Es cierto, mamá me ha enseñado prácticamente todo lo que sé —agregó Lacy, mirando a Lyra con un brillo en los ojos—. Puede ser muy estricta a veces, pero es una de las razones por las que he logrado llegar tan lejos. Sin ella, no sé si habría tenido la confianza o la habilidad para competir en este nivel.

Lyra asintió, conmovida por la relación de su prima con su tía. Ella misma no había tenido muchas oportunidades de crear esos lazos con sus tíos, pero escuchar sus historias le daba una nueva perspectiva. Había algo en las palabras de ambos que la llenaba de respeto y admiración, como si de pronto entendiera mejor la esencia de esas dos personas que siempre había visto desde la distancia.

—Es increíble que ambos tengan trabajos tan distintos y apasionantes —respondió, sin poder ocultar la emoción en su voz—. Tío Lincoln, tu tienda suena como un lugar donde cualquiera se perdería por horas, y, tía Lynn, todo el trabajo que haces con Lacy es increíble. La verdad, me siento afortunada de poder escuchar estas historias directamente de ustedes.

Lynn y Lincoln intercambiaron una mirada de satisfacción, como si, por primera vez en mucho tiempo, encontraran un momento de paz y reconocimiento en esa pequeña charla familiar. Las tensiones en la sala parecían desvanecerse un poco, y todos los presentes, incluso Lola y Lisa, quienes miraban a sus hermanos con desconfianza, parecían ahora más dispuestos a escuchar y comprender.

Lincoln tomó la palabra nuevamente, dirigiéndose a Lyra con una sonrisa suave, como quien confía un secreto:

—Sabes, Lyra, puede que no siempre esté cerca de todos ustedes como quisiera, pero estos momentos... saber que mi familia sigue aquí... me hace sentir que hay algo sólido en medio de todo. Me alegra ver que has crecido tanto y que tienes el corazón y la curiosidad para conocer a quienes somos.

Lyra sonrió, sintiendo una calidez en el pecho. Este era un momento que recordaría, un primer paso para realmente conocer a esos tíos de los que solo había oído hablar, y también, quizás, el comienzo de un nuevo capítulo en sus vidas, donde la familia, pese a las diferencias, podría empezar a sanar.

Lacy observaba con atención los tatuajes que rodeaban los brazos de Lemy, fascinada por los diseños intrincados y las historias que seguramente ocultaban. Su curiosidad natural no pudo evitar salir a la luz, y con una sonrisa traviesa, le preguntó:

—Oye, Lemy, ¿qué significan esos tatuajes en tus brazos? Se ven tan... únicos.

Lemy, algo sorprendido por la pregunta, miró sus propios tatuajes, luego desvió la mirada hacia Lacy. No estaba acostumbrado a que alguien le preguntara por sus tatuajes, y menos en un ambiente tan relajado. Aunque no lo mostraba, un ligero rubor comenzó a teñir sus mejillas mientras trataba de explicar:

—Ah, estos... son los cuernos de un cráneo de toro. El mismo que tengo tatuado en la espalda. Me pareció una forma... interesante de marcar algo importante para mí, algo que me recuerda a mis raíces.

Lacy levantó las cejas, interesada y deseosa de ver ese tatuaje más de cerca. Sin poder evitarlo, su voz salió algo más emocionada de lo que había querido:

—¡Vaya, eso suena increíble! ¿Puedo ver tu espalda? Debe ser un diseño impresionante, ¿verdad?

La pregunta, aunque inocente, dejó a Lemy un poco incómodo. No era fácil para él compartir esas partes más personales de su cuerpo, especialmente con alguien que acababa de conocer y con quien, de alguna manera, aún no tenía esa cercanía. Se quedó quieto por un momento, sin saber cómo responder.

Lacy, al notar la incomodidad de Lemy, rápidamente se dio cuenta de que quizás había ido demasiado lejos con su curiosidad. Se sintió algo avergonzada por haber presionado un tema tan personal, así que rápidamente intentó suavizar la situación, con una sonrisa nerviosa:

—Bueno, mejor no... no quiero hacerte sentir incómodo. Es solo que... los tatuajes son algo que siempre me ha interesado, pero si no te molesta, está bien.

Lemy, aliviado por la rapidez con que Lacy retractó su pregunta, sonrió con amabilidad, agradecido por su comprensión.

—No te preocupes, Lacy —respondió, algo más relajado—. Es solo que no suelo mostrar ese tatuaje a cualquiera. Pero, sí, tiene un significado para mí. Aunque tal vez no sea algo que me guste compartir de inmediato.

Lacy asintió, comprendiendo perfectamente. El ambiente volvió a ser más relajado, y la conversación continuó sin más tensiones. Sin embargo, ambos sabían que, a pesar de la ligera incomodidad del momento, algo más importante había ocurrido: una comprensión tácita de los límites personales y una nueva capa de respeto entre los dos.

Lacy, con una sonrisa brillante y llena de energía, propuso de manera casual:

—Oye, ¿qué te parece si vamos afuera a jugar un rato? Seguro que podemos distraernos un poco mientras los grandes siguen con sus conversaciones... ¡me gustaría que nos relajáramos un poco!

Lemy, mirando el ambiente tenso dentro de la casa, no pudo evitar sentirse un poco aliviado por la idea. Aunque sus pensamientos seguían vagando por lo que había sucedido en las últimas horas, la propuesta de Lacy era una forma perfecta de despejarse y hacer que todos, incluso los más jóvenes, se sintieran parte de la reunión. Además, el fútbol siempre había sido una excelente forma de relajarse y pasarla bien.

—¡Claro! —respondió rápidamente Lemy, casi entusiasmado—. Es una excelente idea. Vamos a reunir a los demás, a ver si les apetece unirse. Los grandes probablemente seguirán con sus... asuntos, así que podemos aprovechar para jugar un buen rato.

Lemy se levantó del asiento, con una sonrisa sincera y una chispa de emoción en sus ojos. Sabía que necesitaban un respiro, y que un buen partido de fútbol podría ser la excusa perfecta para desconectar de las tensiones familiares. Se acercó a la ventana y, con una voz clara y jovial, llamó a los primos más cercanos:

—¡Oigan! ¡Vengan a jugar fútbol! ¡Vamos a divertirnos un rato afuera! Los adultos tienen sus cosas, así que es el momento perfecto para que los más jóvenes tengamos un poco de acción.

Poco a poco, algunos de los niños comenzaron a salir, mostrando sonrisas y caras llenas de emoción al escuchar que se iban a reunir para un juego. Lacy, feliz por la invitación, se unió a Lemy en el llamado, animando a todos con su energía.

—¡Vamos, chicos! ¡A jugar como si no hubiera mañana! —dijo, mientras hacía una señal con las manos como si fuera una entrenadora.

A medida que los más pequeños se unían a la convocatoria, los ánimos de todos parecían elevarse un poco, y la tensión que había estado envolviendo la casa comenzó a disiparse, aunque fuera por un breve momento. Lemy, con una sonrisa relajada, miró a Lacy y a los demás, sintiendo una pequeña pero significativa sensación de alivio al ver que, aunque fuera por un rato, podían disfrutar de algo tan simple como un juego.

—Esto va a ser divertido —dijo, mientras pateaba el balón hacia el centro del pequeño campo improvisado en el jardín.

La atmósfera se volvió mucho más ligera, llena de risas y la energía juvenil que solo un buen partido de fútbol puede generar. Mientras los adultos seguían enfrentando sus propios dilemas y conflictos, los niños, liderados por Lacy y Lemy, encontraron una manera de unirse y disfrutar de su tiempo juntos, aunque fuera solo por un rato.

El aire dentro de la casa se había vuelto irrespirable. Las paredes parecían comprimirse alrededor de ellos, y el sonido del viento golpeando las ventanas solo acentuaba la presión que se había instalado entre los miembros de la familia. Después de que Lacy y Lemy se fueran al patio a jugar, la casa quedó envuelta en un silencio denso, en espera de una tormenta emocional que sabían estaba por desatarse. Los adultos, sentados alrededor de la mesa, se miraban entre sí con rostros tensos, cada uno a su manera buscando una salida a una conversación que claramente iba a ser dolorosa.

Lola, incapaz de soportar la incertidumbre que le pesaba, rompió el silencio con una pregunta directa, mirando a Lincoln y Lynn con una expresión incrédula, casi desconcertada.

—Entonces... ¿Lacy y Lynn III son tus hijas de sangre? ¿De verdad? —preguntó, su voz temblando entre la sorpresa y el juicio.

Lynn y Lincoln intercambiaron una mirada breve pero significativa. Sabían que esta conversación no iba a ser fácil, que su revelación iba a poner a prueba todos los límites de la tolerancia y comprensión de su familia. Ambos dudaron por un momento, el peso de la respuesta colgando en el aire. Finalmente, Lincoln asintió, su voz grave pero firme.

—Sí... lo son —respondió, mirando a sus hermanas, con un suspiro que salió más como un susurro cargado de tristeza y resignación.

Las palabras de Lincoln parecían resonar en la casa como un eco. Apenas terminó de hablar, Lola reaccionó con un grito de incredulidad, su rostro distorsionado por la mezcla de repulsión y confusión.

—¿Cómo es posible? ¡No puede ser! —su voz se elevó, cortante—. ¡¿Cómo pudiste hacerle eso a tu propia hermana?! ¡Es un acto de incesto, Lincoln! —su tono estaba lleno de reproche, como si las palabras que acababa de pronunciar fueran la peor ofensa imaginable.

El golpe emocional fue duro. Las palabras de Lola atravesaron a Lincoln como una espada, aunque no eran nuevas para él. Había escuchado este tipo de acusaciones antes, pero ahora, con el dolor reciente de todo lo que había pasado, las palabras de su hermana calaban mucho más hondo.

Lincoln cerró los ojos un momento, respirando profundamente, pero cuando los abrió, ya no pudo contener la rabia que se había ido acumulando dentro de él durante todo este tiempo.

—¿Por qué nos atacan tanto? —preguntó, su voz un susurro de frustración, pero con la firmeza de alguien que finalmente había alcanzado su límite. Estaba cansado de escuchar siempre lo mismo, cansado de las acusaciones, de las miradas juzgadoras, de los recuerdos que le azotaban como si fuera el único culpable—. Yo debería ser el que los ataque, debería ser yo quien les reclame a ustedes, ¿saben por qué? Porque fue papá el que me golpeó hasta casi matarme cuando supo que tenía una relación con Lynn. Me quitó todo, me humilló, me destruyó por algo que ni siquiera entendía.

Las palabras de Lincoln golpearon con la fuerza de una verdad enterrada. No había vuelta atrás. La sala se sumió en un silencio tenso, mientras los demás observaban a Lincoln, sus rostros enrojecidos por el conflicto interno que acababa de destaparse. Pero Lincoln no se detuvo.

—Y fue Lola quien corrió la noticia por toda Royal Woods, humillándonos a todos. ¡Fuiste tú, Lola! —su voz se llenó de una amargura profunda—. ¡Tú fuiste la que nos convirtió en el chisme del pueblo! Sabías lo que pasaba, sabías lo que estaba en juego, y aun así decidiste juzgarnos, decidir por nosotros, destruir lo que quedaba de nuestra dignidad.

La rabia de Lincoln no cesó ahí. Era como si todo el sufrimiento de años hubiera aflorado de golpe, desgarrando las paredes de su interior.

—Y no solo eso —continuó, su voz ahora mucho más áspera—. Fue Lisa la que intentó lavar mi cerebro para que dejara de ver a Lynn, como si pudiera obligarme a cambiar mis sentimientos, a borrar mi historia, a ser alguien que no soy.

La verdad fue dicha sin rodeos, y el impacto en la sala fue inmediato. Los ojos de los miembros de la familia se abrieron con sorpresa, y algunos intentaron encontrar una defensa, pero sabían que no había forma de evitar la magnitud de lo que Lincoln acababa de revelar. Los años de dolor y aislamiento de Lincoln estaban expuestos ante ellos, como un espejo que reflejaba las partes más oscuras de su propia historia.

—Yo soy el que debería reclamarles, ¡sin embargo, me quedé callado! —gritó finalmente Lincoln, la frustración acumulada durante tanto tiempo estallando en una poderosa explosión—. ¡Me quedé callado por amor a la familia, por no causar más daño! Y ahora, después de todo lo que ha pasado, siguen juzgándonos, siguen atacándonos. ¡¿Por qué?!

La atmósfera en la habitación estaba completamente cargada. Cada palabra de Lincoln parecía estallar en los oídos de todos, resonando con una furia contenida, pero también con una desesperación profunda. Los otros miembros de la familia se mantenían callados, conscientes de la gravedad de la situación. Lisa no podía contestar, su rostro pálido por la shockante verdad que acababa de escuchar. Lola, al igual que los demás, parecía desconcertada, incapaz de encontrar una respuesta que pudiera mitigar la tormenta que se desató.

—Solo quiero que dejen de atacarnos —dijo Lincoln, su tono ahora más suave, pero lleno de un dolor palpable—. Ya hemos pasado por demasiado como para seguir viviendo bajo esta sombra de juicio constante.

La habitación permaneció en silencio por un largo rato. Nadie sabía qué decir, y aunque algunos intentaron pensar en una respuesta, las palabras no parecían suficientes. La verdad estaba ahí, colgando en el aire como un peso imposible de ignorar.

Lola fue la primera en hablar después del largo silencio, su voz más baja, más humilde. El reproche había desaparecido, pero su vulnerabilidad no podía ocultarse.

—Yo... yo solo quería proteger a la familia —musitó Lola, mirando al suelo con la voz quebrada—. No podía entender lo que estaba pasando, y mi forma de manejarlo fue... equivocada. Yo nunca quise causarles daño, nunca.

Pero Lincoln ya había dado su respuesta. La herida era profunda, y aunque sus palabras habían sido hirientes, lo que más le dolía era saber que no importaba cuánto lo hubiera intentado, siempre había algo que lo había marcado, que lo había señalado como el enemigo.

El aire seguía siendo pesado, y el silencio entre ellos se volvió insoportable. Finalmente, Lincoln respiró hondo, su mirada fija en el horizonte mientras sus hermanas y madre se quedaban calladas, reconociendo que había más en juego que simples reproches.

—Ya no quiero más peleas —dijo Lincoln, con una suavidad que rara vez usaba—. Solo quiero paz.

Pero sabían que las cicatrices del pasado eran profundas, y que la paz no sería fácil de encontrar. La verdadera batalla de Lincoln no era contra su familia, sino contra el dolor acumulado, contra los juicios que nunca terminarían.

El aire en la habitación se volvió aún más denso con la intervención de Lynn. Su voz, hasta ese momento callada, rompió el silencio de manera brusca, con un tono lleno de frustración y dolor acumulado durante años. Todos los ojos se volvieron hacia ella, y en ese instante, los recuerdos y las heridas del pasado parecían salir a la superficie, obligándolos a confrontar lo que habían estado evadiendo.

—Solo vinimos porque mamá nos lo pidió —dijo Lynn con firmeza, mirando a su familia con una expresión que reflejaba una mezcla de hartazgo y resentimiento—. Yo ni siquiera quería venir, no quería volver a ver a ninguna de ustedes. Tal vez a Luna, porque ella fue la que nos ayudó a huir de esta casa hace 18 años, cuando las cosas se pusieron más violentas. —Su voz se quebró ligeramente al recordar esos días—. Además de que quería darle la oportunidad a mis dos hijas de poder conocer a sus tías y abuelos... Pero ahora, créanme, que estoy muy arrepentida. Espero que esto termine pronto para poder largarme y seguir con mi vida, con Lincoln.

Cada palabra que Lynn pronunciaba parecía cargar más el ambiente con ira y decepción. Ella había estado callada tanto tiempo, reprimiendo lo que sentía, pero ya no podía seguir ocultando la verdad. La mirada que lanzó a su familia estaba llena de desdén, como si todo lo que había pasado fuera un lastre demasiado pesado para seguir cargando.

—Pero solo quiero que sepan una cosa —continuó, ahora mirando fijamente a Lola, cuyos ojos reflejaban el dolor que le causaban las palabras de su hermana—. Para mí, ninguna de ustedes es mi hermana. Ni siquiera tú, Lola. Porque tú fuiste la responsable de que en este maldito pueblo nos vean como bichos raros.

Las palabras de Lynn cayeron como una bomba. En ese momento, el silencio se hizo absoluto, como si nadie pudiera procesar lo que acababa de decir. Todos parecían paralizados, incapaces de encontrar una respuesta adecuada, cada uno enfrentándose a la cruda verdad de lo que había sucedido y el daño que había causado.

Lola, que hasta ese momento había estado tratando de defender sus acciones, se quedó sin palabras. El reproche de Lynn le atravesó el corazón como una flecha envenenada. Sabía que su decisión de exponer a su familia había tenido consecuencias graves, pero no había sido consciente del daño tan profundo que había causado, de cómo sus acciones habían afectado a las personas que más amaba. Sin embargo, en ese momento, el dolor en sus ojos era evidente. Lola había entendido que las cicatrices de la familia eran mucho más profundas de lo que había imaginado.

Lynn no dejó que la incomodidad de la sala la detuviera. Continuó mirando a todos, como si estuviera buscando un cierre, una respuesta que no llegaría.

—No quiero más de esto —dijo con firmeza, casi en un susurro—. Ya he perdido demasiados años en este maldito pueblo, con esta familia que solo sabe dividirse y señalarse. Ya no me importa lo que piensen de mí, ni lo que digan. Lo único que me importa ahora es mi familia, mis hijas y Lincoln. Ya no quiero vivir bajo la sombra de lo que ustedes hicieron.

El dolor y la rabia en sus palabras fueron como un grito mudo en medio del caos familiar. Lynn había tomado una decisión, y no iba a dejar que nada ni nadie la desviara de su camino. No más remordimientos, no más culpas.

Finalmente, el silencio volvió a llenar la sala, pero ahora era diferente. Nadie podía decir nada más; las palabras ya se habían dicho, y el daño estaba hecho. La verdad había salido a la luz, y lo que fuera que sucediera a partir de ahora, no podría deshacer lo que ya había quedado expuesto.

Lynn, con una mirada decidida, se levantó lentamente, mirando a Lincoln, quien estaba a su lado, compartiendo la misma sensación de cansancio y resignación. Sin más palabras, se dirigieron hacia la puerta, dejando atrás a una familia rota, incapaz de seguir ignorando el dolor que habían causado a lo largo de los años. Mientras salían, una sensación de alivio, aunque amarga, se instaló en el aire. La batalla, aunque aún no terminada, había dado un paso más hacia su inevitable conclusión.

El sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas, tiñendo el cielo de tonos cálidos que contrastaban con la frialdad que se había apoderado de la casa. Afuera, en el jardín, Lemy estaba corriendo tras la pelota que había salido volando mientras jugaba con sus primos. El sonido de la pelota golpeando el suelo y rebotando por el césped llenaba el aire, pero pronto fue interrumpido por algo que no había anticipado.

Cuando llegó a la entrada principal para recoger la pelota, se detuvo en seco. Desde allí, pudo escuchar claramente las voces de sus tíos, Lincoln y Lynn. No se atrevió a acercarse, pero permaneció lo suficientemente cerca para oír la conversación que se estaba desarrollando, una conversación que le revelaría un secreto que cambiaría su percepción de todo lo que había estado ocurriendo en la familia.

Lynn estaba hablando con una voz llena de ansiedad, casi desesperada:

—Lincoln, ya basta, por favor... tenemos que irnos de aquí, ya. No aguanto más esta situación. Llama a las chicas, a Lacy y Lynn III, y vámonos, por favor, no quiero estar aquí ni un minuto más.

Su tono denotaba un agotamiento profundo, como si estuviera luchando por mantenerse tranquila, por no perder el control. Lincoln, por su parte, respondió con calma, pero con una firmeza que no dejaba lugar a dudas de su decisión.

—Lynn, te pido que tengas paciencia. No por nosotros, sino por ellas... Lacy y Lynn III merecen conocer a su familia, aunque sea por última vez. No todo puede ser tan precipitado, ¿de acuerdo? Lo hemos aguantado hasta aquí, no podemos irnos sin que ellas tengan esa oportunidad.

Lemy, al escuchar esas palabras, se quedó completamente paralizado. Mientras la conversación continuaba, lentamente comenzó a entender lo que estaba pasando. Su mente, que hasta ese momento había estado enfocada en las tonterías del juego y la diversión de la tarde, empezó a procesar la información con rapidez. La hostilidad que había sentido en la casa, la tensión en los rostros de todos, el silencio incómodo de los adultos... ahora todo tenía sentido.

Lemy comenzó a juntar las piezas. Su tío Lincoln y su tía Lynn no solo eran figuras familiares distantes y misteriosas, sino que estaban casados. Habían formado una familia juntos, y de su relación nacieron Lacy y Lynn III. Lemy no podía evitar sentirse abrumado por la magnitud de esta revelación. El peso del incesto que ahora entendía, la razón detrás de las críticas y el rechazo, lo dejó sin palabras.

Recordó las veces que, en su corta vida, había escuchado susurros a espaldas de los mayores, comentarios a medio decir sobre lo que había sucedido en el pasado con la familia Loud. Siempre fueron rumores que él, siendo tan joven, no podía comprender del todo. Pero ahora, mientras escuchaba las palabras de sus tíos, todo se había vuelto claro.

No solo había un dolor profundo en la familia, sino que esa misma herida parecía haber sido la causa de la separación, del rechazo, del rencor entre los miembros. Todo lo que había sucedido con ellos en el pasado se había mezclado con las decisiones que tomaron, y esas decisiones, tan complejas y difíciles, los habían llevado a un lugar oscuro y lleno de juicio.

Lemy sintió una presión en el pecho. No sabía qué hacer con la información que acababa de descubrir. ¿Cómo debería comportarse frente a sus primos, frente a Lacy y Lynn III? ¿Qué pensaría de ellos ahora que conocía la verdad? A pesar de su confusión y su incomodidad, también sintió algo de tristeza, porque entendía que las decisiones de sus tíos no solo los habían marcado a ellos, sino a toda la familia.

La pelota, que en su apuro había dejado caer, descansaba a un lado de la entrada. Lemy la recogió con la mano temblorosa y, mientras se giraba para regresar al jardín, una sensación de incertidumbre lo envolvió. A partir de ese momento, ya nada en su familia sería igual.

Lemy apenas podía procesar lo que había escuchado. Su mente estaba atrapada en un torbellino de pensamientos y emociones; cada vez que trataba de pensar en otra cosa, las palabras de sus tíos regresaban a su cabeza como un eco imposible de ignorar. Mientras intentaba concentrarse en la simple tarea de recoger la pelota que se había escapado, notó que Lacy venía hacia él.

Ella lo miraba con preocupación. La expresión de Lemy seguramente reflejaba la inquietud que sentía, y a pesar de la ligera sonrisa que intentó esbozar, Lacy se acercó con un tono cálido y una mirada honesta que lo hacía sentir expuesto.

—¿Estás bien, Lemy? —preguntó ella, con esa suavidad y curiosidad que siempre tenía cuando veía a alguien preocupado.

Lemy sintió cómo una especie de presión le oprimía el pecho. Todo en él quería soltar lo que había escuchado, compartir con Lacy lo que acababa de descubrir y preguntarle si alguna vez había notado algo extraño en su familia. Pero justo cuando abrió la boca para decir algo, dudó, y en un instante, su mente se llenó de preguntas que no esperaba hacerse.

*"¿De verdad debería decir algo? ¿Realmente voy a desperdiciar este momento preguntándole cosas tan personales?"* Reflexionó, sintiéndose atrapado entre la necesidad de entender la situación y el miedo a que sus palabras pudieran dañar a alguien que no tenía idea de la complejidad que los rodeaba.

Lacy parecía tan despreocupada, tan ajena a todo lo que él acababa de descubrir. La posibilidad de que ni ella ni su hermana supieran la verdad sobre el pasado de sus padres lo hizo sentir incómodo. *"¿Y si realmente no lo saben? ¿Si ella y su hermana viven sus vidas sin el peso de este secreto? ¿Sería justo para ellas cargar con algo que quizás no necesiten saber?"*

Un torrente de pensamientos surgió en su mente, cada uno llevándolo a otra pregunta que lo hacía dudar aún más. *"Yo no soy nadie para decidir qué debe saber o no sobre su vida, sobre su familia. No soy nadie para hablar de esto."* Había crecido rodeado de secretos y miradas ocultas en su propia familia, y ahora entendía lo difícil que era lidiar con esa carga.

La mirada de Lacy, sin embargo, seguía fija en él. Ella esperaba una respuesta. Su boca aún estaba medio abierta, como si intentara decir algo, pero los pensamientos se atropellaban en su cabeza y no podía encontrar las palabras adecuadas.

*"Al diablo... mejor me quedo callado."* Decidió finalmente, cerrando la boca y tragando saliva para reprimir todas las palabras que estaban al borde de escaparse.

—Sí, sí, todo está bien —respondió, tratando de sonar lo más convincente posible. Intentó sonreír, pero sabía que la sonrisa no llegaba a sus ojos—. Solo... me distraje por un segundo, nada grave. Vamos, volvamos con los demás.

Lacy asintió, aunque le lanzó una mirada un poco dudosa. Parecía que no estaba completamente convencida, pero también parecía respetar su espacio. Sin decir más, ambos regresaron al jardín, donde los primos continuaban jugando. Sin embargo, Lemy no pudo concentrarse en el juego. En su mente, la revelación que había presenciado lo atormentaba.

Mientras fingía seguir la pelota, pensaba en sus tíos, en el sacrificio que seguramente habían hecho para estar ahí, en el rechazo y la incomprensión que habían enfrentado, y ahora, en el conflicto que probablemente vivirían sus propias hijas si alguna vez llegaban a enterarse. El secreto pesaba sobre él, y no podía evitar sentir un extraño sentido de responsabilidad de proteger a sus primas, de alguna manera.

Decidió en silencio que guardaría el secreto. No le diría a nadie lo que había escuchado, al menos no hasta que estuviera seguro de que era lo correcto, si es que alguna vez llegaba ese momento. Sabía que había cosas que los adultos ocultaban por una razón, y aunque aún no comprendía del todo la naturaleza de ese amor prohibido que sus tíos habían compartido, estaba seguro de que eso no definía el cariño que sentía por ellos ni el que sus primas merecían.

La decisión de guardar silencio se convirtió en su propia carga, y mientras intentaba jugar con sus primos como si nada hubiera pasado, sentía que ya nada sería igual. Había un peso invisible que lo acompañaba, una barrera que lo separaba del juego y de la inocencia de la infancia que, de algún modo, sentía que acababa de perder.

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