Casa Loud


Lemy estaba sentado al borde del sofá, como si el peso de sus propios pensamientos le estuviera aplastando el pecho. Las horas de tensión acumulada, de mirar a su madre con una mezcla de anhelo y resentimiento, finalmente estaban a punto de estallar. Lyra a su lado no decía nada, pero su cuerpo estaba tenso, como si pudiera sentir la tormenta que se estaba formando. La casa estaba quieta, el aire denso, pesado por las palabras que pronto se liberarían.

Luna caminaba de un lado a otro como un tigre enjaulado, su nerviosismo se reflejaba en cada paso que daba, cada movimiento de su cuerpo parecía expresar una furia contenida que solo crecía a medida que las palabras salían de su boca. Sam se mantenía al margen, la mirada seria pero neutral. No intentaba intervenir, no quería involucrarse en ese tornado familiar que sabían que iba a desatarse. Y todo estalló cuando Luna finalmente se detuvo frente a Lemy, sus ojos llenos de desconfianza y desaprobación.

—Por años evité tener contacto con él, con su familia. Hice todo lo posible para que ustedes no lo conocieran —dijo Luna, su voz firme pero llena de resentimiento—. Y ahora, cuando finalmente me voy de gira, resulta que lo vieron en la reunión familiar y se fueron con él. ¡¿Qué clase de hijos son ustedes?!

Lemy sentía que cada palabra de Luna le llegaba directo al alma, como si la estuviera atacando, como si toda la culpa de las decisiones de su madre recayera sobre él. Su cabeza se llenó de pensamientos oscuros, pero lo único que podía hacer era morderse el labio para no gritar, para no explotar en el mismo instante.

Lyra intentó decir algo, con la voz titubeante, pero Luna la interrumpió con un grito feroz.

—¡Cállate, Lyra! —ordenó Luna con un tono que heló la habitación—. ¡No quiero que se vuelvan a acercar a él, ni a su familia! ¡Es una orden, ¿me entienden?!

Lemy se quedó inmóvil por un momento, sus ojos fijándose en Luna. La veía caminar de un lado a otro, incapaz de detenerse, y su frustración solo aumentaba. Estaba al límite, no podía seguir soportando esa actitud que siempre le había sido impuesta, la indiferencia que siempre había sentido por parte de su madre.

La rabia, el dolor, la incomprensión, todo se acumulaba dentro de él como una olla a presión. No podía callarse más. La verdad había estado atorada en su garganta durante años, y ahora, como un volcán a punto de entrar en erupción, no podía evitarlo.

—¿Con qué derecho me exiges eso? —musitó, pero su voz estaba cargada de ira, de años de no ser escuchado, de no ser querido

—¿Qué dijiste, Lemuel? —su tono había cambiado, más frío, más cortante. Sabía que Lemy había cruzado una línea, pero eso solo aumentó la furia en su interior.

—¿Con qué derecho, Luna? ¡¿Con qué derecho?! —se levantó de golpe, su cuerpo tenso como una cuerda que finalmente se ha soltado. Sus ojos estaban inyectados en furia, las palabras le salían atropelladas, cada una cargada con la frustración de todo un maldito camino de indiferencia.

—Por años siempre traté de llamar tu atención. ¡Por años, mamá! Practiqué guitarra, piano, batería... ¡todo para que al menos me miraras! Pero ¿qué hiciste? ¿Me miraste? ¡No! ¡Nunca lo hiciste! Y ahora vienes a gritarme por ver a mi tío, a Lincoln, y a sus hijas... ¡¿Por qué?! ¿Qué te molesta? ¿Que soy tu hijo y nunca has tenido tiempo para mí? ¿Que me dejaste en manos de los abuelos cuando te ibas de gira, cuando yo solo quería que me prestaras un poco de atención?

Lemy respiró profundo, sus manos temblaban de tanto enojo. Había sido tan largo el camino, tan doloroso. No podía callarse más.

—Sam es la única que me escucha, la única que está ahí para mí —continuó, su tono cargado de amargura, de rabia hacia la desatención de Luna—. Y ni siquiera debería ser así, porque ella es mi madrastra, ¡y tú eres mi madre! Y yo... yo te llamaba, te buscaba en cada momento, trataba de mostrarte que existía. Pero todo lo que hacías era irte, irte siempre que tenías una gira, dejándome con los abuelos, con el vacío. ¡Ni siquiera miraste a Lyra cuando era una niña! ¡Ni siquiera la mirabas a ella!

Lemy podía sentir su corazón latiendo rápido, tan rápido que pensó que podría desmayarse. El dolor que había estado guardando, el dolor de años de abandono, de falta de cariño, todo se estaba desbordando como un río furioso que no podía detenerse.

—Apenas conozco a mi tío... y ya me trata mejor que tú. ¡Y eso que solo lo he visto dos malditas veces! —gritó, su voz quebrada pero desafiante—. ¿Y me vienes a decir que no lo vea, que no vea a sus hijas? No, mamá, no lo voy a dejar de ver. ¡Y si te molesta tanto... dilo! ¡Dile al abuelo que venga por mí! ¡Dile que me voy a vivir con ellos! Porque eso es lo que merezco, vivir con gente que sí me vea, que sí me quiera. No con alguien que me deje de lado cada vez que le da la gana. ¡Me voy a vivir con ellos, y tú no vas a detenerme!

El silencio que siguió fue ensordecedor. La mirada de Luna era una mezcla de sorpresa y rabia, como si no pudiera entender lo que acababa de escuchar. Sam miró a Lemy en silencio, sus ojos llenos de comprensión, pero sin decir palabra alguna. La tensión en la sala era tan densa que casi se podía cortar con un cuchillo.

Lemy se quedó de pie, su pecho subiendo y bajando rápidamente mientras el enojo seguía palpitando en sus venas. La puerta de la verdad se había abierto, y no iba a cerrarla de nuevo. No más.

Lemy estaba al borde del colapso emocional. Su paciencia, que había sido probada una y otra vez a lo largo de los años, finalmente se había roto. Sentado en el sofá con las manos apretadas en puños y la mirada fija en el suelo, sus pensamientos eran un torbellino de frustración y enojo. Las palabras de su madre aún resonaban en su cabeza, como un eco interminable que alimentaba su ira. No podía creerlo, no quería creerlo. "¿Cómo podía exigirle algo así después de todo lo que ella misma había hecho?"

Se levantó de golpe, su respiración pesada y el rostro enrojecido por la furia contenida. Miró a Luna directamente a los ojos, con una expresión que jamás le había mostrado antes. Era el rostro de un hijo que había llegado a su límite, un límite que ella había cruzado hacía mucho tiempo. Y con la voz temblando por la mezcla de emociones, lo dijo, más fuerte y claro de lo que nunca había hablado con ella.

—¿Sabes qué? —empezó, su tono cargado de desafío—. ¡A la chingada! ¡Ya me harté!

La declaración hizo que Luna se quedara momentáneamente en silencio, sorprendida por la intensidad de su hijo. Pero Lemy no había terminado; de hecho, apenas estaba comenzando. Caminó hacia la puerta de la sala con pasos decididos, mientras continuaba desahogándose.

—Es más —continuó, su tono aumentando en volumen—, los voy a llamar. Mañana que vengan por mí. ¡Ya estoy hasta la madre de todo esto! —Se dio la vuelta para mirarla directamente, sus ojos llenos de lágrimas que se negaban a caer—. Es mejor que me aleje un poco, ¿no crees?

Luna, que había recuperado la compostura lo suficiente como para intentar detenerlo, dio un paso adelante, su rostro ahora teñido de enojo.

—¡Lemy! —gritó con voz autoritaria—. ¡No te atrevas a hablarme así!

Pero Lemy no estaba dispuesto a retroceder. Su cuerpo temblaba, no de miedo, sino de la intensidad de todo lo que estaba sintiendo. La mirada que le dirigió a Luna era una mezcla de desafío, dolor y cansancio.

—¿Sabes qué, mamá? ¡Ya déjame de chingar! —espetó, con una crudeza que nunca antes había usado.

Luna se quedó sin palabras por un momento, impactada por el lenguaje y la actitud de su hijo. Antes de que pudiera decir algo más, Lemy dio media vuelta y subió las escaleras, ignorando los gritos que lo seguían como una tormenta.

—¡Lemuel Loud! —gritó Luna, su voz cargada de furia—. ¡Baja ahora mismo! ¡Te estoy hablando!

Pero él no se detuvo. Cada paso que daba hacia su cuarto se sentía como una pequeña victoria, como si con cada escalón estuviera dejando atrás años de frustración acumulada. Al llegar a la puerta, se giró un momento, no para mirarla, sino para lanzar un último comentario cargado de enojo:

—Ya no puedo más contigo, ¿entiendes? —gritó desde lo alto de las escaleras, su voz quebrándose levemente—. ¡Me voy! ¡Haz lo que quieras, pero no me busques más!

Y antes de que Luna pudiera responder, Lemy cerró la puerta de su cuarto con un golpe que resonó por toda la casa. El sonido fue como un trueno, una señal definitiva de que no iba a dar marcha atrás.

Dentro de su habitación, Lemy se dejó caer sobre su cama, su cuerpo aún temblando por la adrenalina y la rabia. La respiración agitada hacía eco en la habitación, y finalmente, sin poder contenerlo más, dejó caer una lágrima. Era una mezcla de liberación y tristeza, un recordatorio de todo lo que había perdido al llegar a este punto.

"No quiero estar aquí más," pensó, mirando el techo mientras intentaba calmarse. "No quiero seguir en este ciclo, en esta casa donde nunca me he sentido realmente querido."

Mientras tanto, afuera de su cuarto, Luna se quedó de pie al pie de las escaleras, su rostro una mezcla de enojo y desconcierto. No sabía cómo manejar lo que acababa de pasar. Había visto muchas cosas en su vida, pero nunca había esperado que su propio hijo le hablara así, con una verdad tan cruda y dolorosa que le dolía admitir que tal vez tenía razón. Pero su orgullo no le permitiría reconocerlo, no aún.

Sam, que había estado observando todo desde un rincón, finalmente se acercó, poniendo una mano en el hombro de Luna.

—Tal vez deberías dejarlo calmarse, Luna —sugirió, su voz tranquila pero firme—. No puedes arreglar esto gritando más.

Pero Luna no respondió, simplemente apartó la mano de Sam y se dirigió a la cocina, intentando procesar lo que acababa de pasar. Por primera vez en años, algo dentro de ella comenzaba a tambalearse, como si las palabras de Lemy hubieran golpeado un punto débil que siempre había intentado ocultar.

Luna se quedó inmóvil en la cocina, su mirada fija en el suelo como si buscara una respuesta en el frío azulejo bajo sus pies. La discusión con Lemy había removido más que su orgullo; había despertado algo que había enterrado profundamente en su mente, algo que prefería no recordar. Pero los recuerdos no pedían permiso, y comenzaron a invadirla con una claridad abrumadora.

Hace años, la casa Loud estaba envuelta en un caos sordo, no por gritos ni discusiones, sino por el peso de decisiones que marcarían el destino de la familia. Luna estaba en la sala, con las manos temblorosas sosteniendo un fajo de billetes que había sacado de sus ahorros. Frente a ella, Lincoln y Lynn estaban al borde de la desesperación, cada uno llevando consigo las cicatrices de lo que había sucedido.

Lincoln sostenía un cuchillo en su mano derecha, no para amenazar, sino como una prueba de la determinación y el miedo que lo guiaban en ese momento. Sus ojos, normalmente brillantes y llenos de vida, estaban oscurecidos por el cansancio y la desconfianza. Lynn, por otro lado, cargaba con unas maletas desgastadas, sus hombros tensos y su mirada ardiendo de rabia contenida. No era el tipo de enojo que se disipa con el tiempo; era un enojo que se convertía en rencor.

—Lynn, Lincoln, por favor, piénsenlo... —Luna intentó razonar, su voz quebrándose. Sentía cómo su mundo se desmoronaba frente a sus ojos, pero no podía detenerlo.

Lynn, sin embargo, no estaba dispuesta a escuchar. Dio un paso al frente y le arrebató el dinero de las manos con un movimiento brusco. Sus ojos, llenos de lágrimas que se negaban a caer, se clavaron en los de Luna como si fueran dagas.

—¡No tienes derecho a pedirnos nada! —espetó, su voz temblando por la rabia y el dolor—. ¡Ni siquiera a hablarnos!

Luna retrocedió un paso, como si las palabras de Lynn la hubieran golpeado físicamente. Quiso decir algo, justificarse, explicar que solo estaba tratando de ayudarlos, pero Lynn no le dio la oportunidad.

—No te perdonaré lo que hiciste, Luna —continuó Lynn, su tono ahora más bajo, pero cargado de resentimiento—. Nunca. No quiero volver a verte.

Lincoln, que había permanecido en silencio hasta ese momento, levantó la mirada. Sus ojos reflejaban una mezcla de tristeza y resignación, como si ya no esperara nada de Luna, como si ya no quedara nada que decir.

—Gracias por el dinero, pero esto no cambia nada —murmuró antes de darse la vuelta, el cuchillo aún firme en su mano.

Lynn lo siguió, arrastrando las maletas mientras ambos cruzaban la puerta principal. Luna los observó alejarse, sintiendo que una parte de su familia, de su vida, se rompía de manera irreparable. Quiso correr tras ellos, gritarles que lo sentía, pero sus pies no respondieron. En su lugar, se quedó allí, de pie en la sala vacía, con el sonido de la puerta cerrándose resonando en su cabeza como un eco interminable.

De vuelta en el presente, Luna parpadeó, regresando a la realidad. Su respiración era pesada, y su corazón latía con fuerza contra su pecho. Se apoyó en el fregadero, buscando algo de estabilidad mientras los recuerdos seguían arremetiendo contra ella.

"Lynn tenía razón," pensó con amargura. "No merecía su perdón. Ni el de Lincoln. Ni el de nadie."

El rostro de Lemy, lleno de furia y dolor, volvió a su mente como un reflejo de su propio pasado. Por más que quisiera ignorarlo, las palabras de su hijo habían tocado una herida que nunca terminó de cerrar. "Soy como mamá," se dijo, estremeciéndose. "Los estoy alejando, igual que alejé a Lynn y a Lincoln."

Por primera vez en mucho tiempo, Luna sintió que el peso de sus decisiones era demasiado para cargar sola. Pero ¿era demasiado tarde para cambiar algo?

El interior de Vanzilla estaba tan ruidoso como siempre, con el motor resonando en cada vibración del viejo vehículo, pero dentro del auto, el ambiente estaba en completo silencio. Lemy estaba sentado junto a la ventana, con la mirada perdida en las calles que se desdibujaban mientras avanzaban. Sostenía su mochila en las piernas, apretándola con ambas manos, como si esta fuera lo único que le daba estabilidad en ese momento.

Desde el asiento del conductor, Lynn Loud Sr., su abuelo, lanzó una mirada rápida al espejo retrovisor. Observaba a su nieto con una mezcla de preocupación y ternura, pero también con la sabiduría de alguien que conocía de cerca lo que significaba tomar decisiones difíciles. Después de un largo suspiro, decidió romper el silencio.

—Lemy... —comenzó, su tono calmado pero serio—. ¿Estás seguro de esto, hijo? Es un paso grande... y no es algo fácil.

Lemy giró la cabeza lentamente hacia su abuelo, sin despegar las manos de su mochila. Su rostro reflejaba determinación, pero también un cansancio emocional que parecía demasiado grande para su edad. Asintió una sola vez, con firmeza.

—Sí, abuelo. Estoy seguro —dijo, con una voz que parecía más fuerte de lo que realmente se sentía.

Lynn Sr. lo miró por un momento más antes de volver su atención al camino. A pesar de la respuesta de su nieto, no pudo evitar sentir que había mucho más detrás de esas palabras. Conocía bien a su familia, y sabía que las relaciones entre ellos siempre habían sido un enredo complicado de amor, orgullo y tensiones no resueltas.

—Sabes, Lemy —continuó su abuelo, con un tono más suave esta vez—, cuando tu madre y tus tíos eran jóvenes, pasamos por momentos similares. A veces, uno siente que alejarse es la única opción, pero no siempre es tan sencillo como parece. ¿Has pensado en lo que esto significa? No solo para ti, sino para Lyra, para tu madre...

Lemy apretó los labios y desvió la mirada hacia la ventana, viendo cómo las casas y árboles pasaban rápidamente. Durante unos segundos, pensó en Lyra, en el rostro lleno de tristeza que había visto esa mañana. Pero el recuerdo de las discusiones, las palabras duras y los años de sentir que no importaba lo suficiente, pesaban más en ese momento.

—Lo he pensado, abuelo —dijo finalmente—. Sé que no es fácil. Pero... siento que necesito esto. Necesito un tiempo lejos, un tiempo para... encontrar mi lugar, supongo. —Sus palabras eran honestas, aunque parecían salir con dificultad, como si admitirlo en voz alta hiciera todo más real.

Lynn Sr. asintió lentamente, comprendiendo el peso detrás de esas palabras. Había visto a Lemy crecer, y sabía que su nieto tenía una fortaleza silenciosa que muchas veces pasaba desapercibida. Pero también sabía que incluso las personas fuertes necesitaban apoyo, aunque fuera desde lejos.

—Está bien, hijo —respondió su abuelo, con un tono lleno de comprensión—. Si esto es lo que necesitas, aquí estoy para apoyarte. Pero recuerda... no importa cuánto te alejes, esta siempre será tu familia. Y siempre tendrás un lugar al que regresar.

Lemy lo miró directamente por primera vez en todo el viaje, y aunque no dijo nada, sus ojos reflejaban un agradecimiento profundo. Asintió nuevamente, más despacio esta vez, mientras relajaba un poco el agarre de su mochila.

El resto del trayecto transcurrió en silencio, pero esta vez no fue un silencio incómodo. Era como si ambos entendieran que las palabras habían cumplido su propósito, y ahora solo quedaba espacio para el tiempo y las decisiones que estaban por venir.

El interior de Vanzilla era un lugar cargado de tensiones no resueltas. El sonido del motor era casi el único que rompía el silencio mientras Lynn Sr. mantenía la mirada fija en la carretera. Sus manos apretaban el volante con fuerza, como si eso pudiera aliviar el peso de las palabras que aún rondaban por su mente. A su lado, Lemy no se atrevía a hablar, pero sus ojos observaban a su abuelo con una mezcla de confusión y curiosidad. Había algo que no entendía, algo que no encajaba en la imagen del hombre que siempre había conocido como un abuelo cariñoso y protector.

Lemy, aunque joven, ya había vivido lo suficiente para saber que había secretos en las familias, que los adultos no siempre eran perfectos. Pero esta revelación era diferente. No se trataba de un error pequeño o de una discusión trivial. No, lo que su abuelo acababa de confesar era algo mucho más profundo, algo que había roto una parte esencial de la familia.

Finalmente, fue Lemy quien rompió el silencio, con una pregunta que lo había estado carcomiendo desde que subieron al auto.

—Abuelo... —su voz sonó firme, pero con la misma inquietud que llevaba dentro—. ¿Por qué lastimaste a mi tío Lincoln cuando supiste lo de él y la tía Lynn?

El rostro de Lynn Sr. se tensó al instante, y el sonido del motor que antes era constante ahora parecía una distracción lejana, casi ajena a la gravedad de la conversación que estaba por comenzar. Lynn Sr. no miró a Lemy de inmediato; en lugar de eso, mantuvo su mirada fija en el camino, como si buscara las palabras adecuadas en la carretera, como si al conducir pudiera encontrar algo de consuelo para el aluvión de recuerdos y arrepentimientos que se agolpaban en su mente.

Después de un largo suspiro, el hombre habló, y su voz sonaba más quebrada de lo que Lemy esperaba.

—Lemy, hay cosas en la vida que... no sabes cómo suceden, pero una vez que pasan, te das cuenta de que no hay vuelta atrás. Lincoln... mi hijo... nunca, en mis años como padre, creí que sería capaz de hacer algo como eso. Jamás me imaginé que él... él, de alguna manera, se enamoraría de Lynn.

Lemy frunció el ceño. No era que no lo hubiera sospechado. El tema de su tío y su tía era algo que siempre se había mantenido en secreto, algo que nunca se hablaba abiertamente. Pero escuchar que su abuelo lo describía de esa manera lo hizo sentirse incómodo, como si de repente todo lo que conocía sobre su familia estuviera siendo cuestionado.

—Nunca lo vi venir. —Lynn Sr. continuó, su tono cargado de amargura—. Un joven viviendo con diez hermanas. Siempre pensé que algo así podría terminar mal. Esperaba que tal vez Lincoln... bueno, pensé que podría ser gay. No lo entendía, no podía entenderlo. Y cuando supe lo de él y Lynn, me sentí... traicionado. De alguna forma, sentí que había fallado como padre.

Lemy observó a su abuelo en silencio. Algo dentro de él quería interrumpir, hacerle entender que el amor no podía reducirse a simples etiquetas o suposiciones, pero no lo hizo. En lugar de eso, se quedó quieto, prestando atención a cada palabra que el hombre decía.

Lynn Sr. hizo una pausa, como si luchara consigo mismo, buscando las palabras para completar su relato.

—¿Sabes? —dijo finalmente, con la voz ahora llena de tristeza—. Siempre esperé que las cosas fueran más fáciles, que Lincoln fuera... de alguna manera, más "normal". Y cuando vi lo que pasaba entre él y Lynn, no pude controlarme. Me invadió una ira irracional, algo que no tiene justificación. En lugar de tratar de entenderlo, simplemente... lo atacé. —La voz de Lynn Sr. se quebró, como si estuviera a punto de romperse en pedazos—. No solo con palabras, Lemy. También con mis manos. Lo golpeé. No fue solo una discusión... fue... violencia.

El chico se quedó sin palabras. Nunca imaginó que su abuelo pudiera hacer algo así. El hombre que había sido una figura fuerte, casi inquebrantable, en su vida, ahora le estaba revelando su lado más oscuro, el lado que había intentado ocultar durante años. El dolor y el arrepentimiento en su voz eran inconfundibles, pero también había algo más: una profunda culpabilidad que había dejado marcas imborrables en él.

—Lo que pasó después, Lemy, no fue solo culpa de Lincoln. Yo también fui responsable. Y aún lo soy. —Lynn Sr. respiró profundamente, como si tomara valor para decir lo que venía—. Después de eso, cuando lo enfrenté por todo lo que había hecho... todo lo que le dije... recuerdo que su rostro estaba lleno de rabia. Pero también de algo más. Algo que nunca entendí hasta después. Y me miró, y con voz fría y decidida, me dijo: "No quiero ver tu maldita cara de nuevo. Para mí, estás muerto. No eres mi padre."

Lemy tragó saliva, el corazón latiendo fuerte en su pecho. Las palabras de su abuelo, cargadas de tanto dolor y arrepentimiento, calaban hondo. En su mente, las imágenes de ese momento tan desgarrador se formaban, como si pudiera ver a Lincoln, su tío, de pie frente a su abuelo, diciéndole esas palabras con una frialdad que solo alguien que ha sido herido de muerte podría expresar.

—Nunca lo olvidaré, Lemy. —Lynn Sr. murmuró, su voz quebrada—. No solo me rechazó, me enterró. Y lo peor es que sé que tenía razón. Me lo dijo y me lo merecía. Porque no fui un buen padre para él. No lo entendí, no lo apoyé. Lo perdí.

Lemy no pudo contenerse más. El dolor y la tristeza en las palabras de su abuelo lo golpearon con fuerza, y aunque había crecido sabiendo que los adultos a veces tenían fallos, ahora entendía que esas fallas podían ser profundas y devastadoras. Y también entendía algo más: el amor, la familia, no siempre se trataba de lo que uno esperaba o de lo que uno quería. A veces, todo se desmoronaba, y los daños quedaban marcados por siempre.

Lemy miró a su abuelo, su voz suave, pero firme:

—¿Y qué vas a hacer ahora, abuelo? ¿Vas a dejar que esto te defina para siempre? ¿Vas a seguir odiándote por lo que pasó?

Lynn Sr. no respondió de inmediato. Sus ojos se perdieron en la carretera por un momento más. Finalmente, sin mirar a Lemy, dijo:

—No lo sé, Lemy. Solo sé que perdí a mi hijo. Y no sé si alguna vez podré perdonarme por eso.

Lemy escuchaba en silencio, tratando de asimilar las palabras de su abuelo, pero había algo en su voz que lo desconcertaba. Lynn Sr. nunca había sido un hombre de mostrar debilidad, mucho menos de admitir fallos tan profundos. Pero esa mañana, en la van, con la confesión de su culpa flotando en el aire, todo parecía diferente. El hombre que una vez le enseñó a ser fuerte, a enfrentar los problemas con valentía, ahora se veía tan vulnerable como un niño perdido.

—Ni siquiera cuando lo vi en la reunión... —continuó Lynn Sr., su tono más sombrío que nunca—. Me sentí... mal, Lemy. Me sentí como si estuviera viendo a un extraño. Lincoln ya no era el niño que crié. Ya no era mi hijo. Se había convertido en algo más. Alguien que ya no tenía espacio para mí en su vida. Se convirtió en un mejor padre de lo que yo nunca pude ser para él. Y eso duele más que cualquier palabra que haya podido decirme.

Lemy apretó los labios, mirando al frente. Los recuerdos de esa reunión, de las imágenes de su tío Lincoln con su familia, siempre parecían tener un sabor amargo para él, pero ahora, escuchando a su abuelo, todo eso tomaba una nueva dimensión. Ya no se trataba solo de un conflicto familiar, sino de un desgarramiento profundo, algo mucho más allá de lo que cualquier niño podría comprender.

—Sus hijas... mis nietas... —prosiguió Lynn Sr., como si hablara consigo mismo, buscando explicarse lo inexplicable—. Durante esa reunión... no me quiso dejar saludarlas. No me permitió acercarme a ellas. Me sentí como un extraño, Lemy. Ni siquiera cuando tú y tus primos jugaban en el patio, me dejaron salir a verlos. Me dejaron fuera, como si no importara, como si ya no tuviera ningún derecho. Lynn siempre estaba atenta de que no me acercara. Y Lincoln... Lincoln solo estaba esperando el momento para decir adiós, para marcharse. Para irse con su familia... para dejar atrás a la familia que no había sabido cuidar.

Las palabras de Lynn Sr. golpearon a Lemy como un martillo. Lo que su abuelo decía era el reflejo de todo lo que había pasado entre Lincoln y la familia Loud, pero también de una historia de amor rota, de una relación paternofilial que nunca se recuperó. Lemy miró al hombre que tenía al lado, sintiendo una mezcla de tristeza y comprensión. Por un momento, deseó que las palabras de su abuelo pudieran sanar lo que estaba roto, pero sabía que no era tan fácil.

—¿Sabes, Lemy? —Lynn Sr. habló de nuevo, con una tristeza más profunda en su voz—. Cuando vi a Lincoln con su familia, me di cuenta de lo mucho que había perdido. No solo su amor, sino su respeto. Se había alejado por completo. Me hizo sentir como si no hubiera sido su padre en absoluto. Como si no importara lo que hubiera hecho en el pasado, porque al final, mi fracaso como padre había dejado una huella imposible de borrar.

Lemy, ahora con el corazón pesado, miró por la ventana. No sabía qué responder. Sabía que lo que su abuelo decía era cierto, pero también sabía que la verdad de su tío Lincoln no era tan simple. Lincoln había sido herido profundamente por las decisiones de su abuelo, por sus actitudes y sus errores. Ahora, estaba intentando reconstruir su vida, pero de una manera que los demás no comprendían completamente. La familia Loud, en sus ojos, ya no era lo que había sido antes. Ya no había un lugar para él en ella.

Lynn Sr. suspiró profundamente, como si un peso invisible le oprimiera el pecho, y luego agregó:

—Lincoln ya no es el chico que conocí. Se fue, y lo hizo de una manera que jamás imaginé. Cuando vi cómo se fue esa vez, con Lynn, con las niñas... supe que nunca podría recuperar lo que tuvimos. Ni él, ni yo. Y todo porque no pude dejar de ser el hombre que esperaba que fuera, el padre que quería que fuera, en lugar de ser el padre que realmente necesitaba ser. Ahora ya es tarde.

Lemy, aún con el corazón apesadumbrado, miró a su abuelo con nuevos ojos. Este hombre, tan fuerte y confiado antes, ahora estaba frente a él como una figura rota, alguien que había perdido más que un hijo; había perdido su lugar en el mundo.

No sabía cómo consolarlo, pero algo en su pecho le decía que tal vez, solo tal vez, aún quedaba algo de esperanza. Porque aunque la relación de su abuelo con Lincoln estaba marcada por la distancia y el dolor, algo dentro de él le decía que esa misma historia podía tener algún tipo de redención. Aunque fuera pequeña, aunque fuera difícil de ver.

Lemy respiró hondo y, con una voz suave, le dijo:

—Quizá nunca puedas borrar lo que pasó, abuelo. Pero eso no significa que todo esté perdido. La gente puede cambiar, aunque lleve tiempo. Y lo que pasó entre Lincoln y tú... no sé si alguna vez podrá sanar, pero, tal vez... tal vez algún día, lo entiendas mejor.

Lynn Sr. no respondió de inmediato. Se quedó mirando al frente, con la mente aún atrapada en sus propios recuerdos. Pero las palabras de Lemy habían sido como una pequeña chispa en medio de la oscuridad. Tal vez, solo tal vez, podría encontrar la manera de sanar.

Lemy miraba por la ventana de la van, absorto en sus pensamientos. El sonido del motor y el suave traqueteo del vehículo eran lo único que rompía el silencio entre él y su abuelo. No podía dejar de darle vueltas a lo que acababa de decirle momentos antes. Era extraño, casi inquietante, sentirse tan vulnerable después de expresar algo tan personal. Nunca había sido así. Él era el chico que evitaba los momentos incómodos con un chiste fácil o alguna grosería que desviara la atención. Pero esta vez, no había bromeado, ni siquiera lo había intentado.

Se recargó en el asiento, cerrando los ojos por un instante. "¿Qué me está pasando?" se preguntó en silencio. Desde la reunión familiar, todo parecía haberse salido de su control. Las tensiones con su madre, el encuentro con Lincoln, conocer a sus primas... y luego estaba Lacy. Había algo en ella, algo que lo desarmaba sin siquiera intentarlo. Una chispa de energía que le hacía replantearse cosas que nunca antes se había permitido cuestionar.

"Es como si ella me mirara y viera algo que yo no veo," pensó. Lacy no tenía que decir mucho; su forma de ser hablaba por ella. Donde él veía caos, problemas y razones para evitar cualquier tipo de compromiso, ella encontraba oportunidades. Una sonrisa, una palabra amable, un pequeño gesto: Lacy hacía que todo pareciera más simple, más humano, menos... complicado.

Desde que llegó, Lemy había comenzado a notar cosas sobre sí mismo que antes pasaban desapercibidas. "¿Siempre he sido así de amargado? ¿Tan indiferente?" Se preguntó mientras miraba las calles pasar a través del cristal. Había algo en su prima que lo hacía querer ser mejor, aunque no supiera exactamente qué significaba eso. No era que Lacy lo estuviera obligando o juzgando, ni mucho menos. Simplemente, su presencia parecía iluminar rincones de su alma que Lemy había decidido ignorar durante mucho tiempo.

—¿Estás bien, muchacho? —preguntó de repente su abuelo, rompiendo el silencio con un tono que era más suave de lo habitual.

Lemy giró la cabeza para mirarlo. Los ojos de Lynn Sr. estaban fijos en la carretera, pero su expresión delataba una mezcla de preocupación y curiosidad. Era raro que su abuelo le hablara de esa manera; normalmente sus interacciones eran breves y prácticas.

—Sí, abuelo. Solo... pensando —respondió Lemy con un tono más honesto de lo que esperaba.

El viejo asintió lentamente, como si entendiera más de lo que decía. Durante unos segundos, ninguno de los dos volvió a hablar, pero el ambiente ya no se sentía tan pesado. Lemy volvió a mirar por la ventana, pero su mente seguía inquieta.

"¿Por qué estoy pensando tanto en todo esto? En Lacy, en Lincoln, en mamá..." Reflexionó con cierta frustración. Era como si de repente todo lo que había estado reprimiendo durante años estuviera saliendo a la superficie, y no sabía cómo manejarlo. Desde niño había aprendido a guardar sus emociones, a no mostrarse vulnerable, especialmente con una madre como Luna, cuya atención siempre parecía estar en otro lugar.

Recordó todas esas tardes en las que practicaba guitarra, piano o batería, esperando que su madre notara su esfuerzo. Recordó las noches en las que se quedaba despierto, imaginando que ella abriría la puerta de su cuarto solo para decirle algo simple, como que estaba orgullosa de él. Pero esas palabras nunca llegaron. Y ahora, después de todo, era Lacy quien lo hacía sentir visto, aunque apenas la conocía.

—Sabes, muchacho —dijo su abuelo de repente, rompiendo el silencio una vez más—, es bueno pensar. Pero no te pierdas demasiado en eso. A veces, hay cosas que no tienen una respuesta inmediata, y está bien.

Lemy asintió lentamente, pero no respondió. Su abuelo tenía razón, aunque no sabía si podía seguir ese consejo. Había algo en él que no podía dejar de analizar cada pequeño detalle de lo que estaba pasando en su vida. Miró de nuevo por la ventana, y esta vez, una pequeña sonrisa apareció en sus labios. "Tal vez tenga razón. Tal vez no necesite entenderlo todo ahora mismo. Tal vez solo necesite dejarme llevar por lo que siento."

Y aunque no estaba seguro de lo que eso significaba, por primera vez en mucho tiempo, sintió que estaba bien no tener todas las respuestas. Porque algo dentro de él había cambiado, y aunque no sabía exactamente qué era, estaba dispuesto a averiguarlo.

Cuando llegaron a la casa Loud, el Vanzilla se detuvo frente a la entrada iluminada por una cálida luz amarilla que escapaba por las ventanas. En el asiento trasero, Lemy estaba profundamente dormido, con su cabeza recargada contra la ventana y su maleta descansando a su lado. Su abuelo, Lynn Sr., apagó el motor con un suspiro cansado y giró para verlo. Una mezcla de emociones cruzó por su rostro: orgullo, tristeza y un leve temor por el futuro del muchacho.

—Lemy, hemos llegado. Despierta, chico —dijo su abuelo con una voz suave.

El adolescente murmuró algo ininteligible y apenas se movió. Lynn Sr. lo sacudió ligeramente del hombro, provocando que finalmente abriera los ojos, aunque aún con una expresión somnolienta.

—Ah... ¿ya estamos aquí? —preguntó Lemy mientras bostezaba y se frotaba los ojos.

—Sí, levántate. No querrás que tu abuela piense que eres flojo desde tu primera noche aquí, ¿verdad? —bromeó Lynn Sr., intentando aligerar el ambiente.

Lemy tomó su maleta y bajó del auto con lentitud. El aire fresco de la noche lo despejó un poco, pero el cansancio y las emociones de las últimas horas seguían pesándole. Caminó hacia la puerta principal, observando la casa con detenimiento. Aunque parecía pequeña en comparación con su recuerdo, la sensación de calidez y nostalgia que irradiaba lo hizo detenerse por un momento. Esa casa guardaba historias, algunas que él apenas empezaba a comprender.

En la puerta ya lo esperaba Rita Loud. Había salido al porche al escuchar el motor del Vanzilla y lo miraba con una sonrisa cálida, aunque sus ojos reflejaban preocupación. Lemy, al verla, sintió una mezcla de alivio y culpa. Sin decir nada, dejó caer la maleta a un lado y se acercó para abrazarla con fuerza.

—Abuela... gracias por recibirme —murmuró, y su voz tembló ligeramente.

Rita, sorprendida al principio, le correspondió el abrazo con la misma intensidad. Pasó una mano por el cabello del chico, reconfortándolo como solo una abuela podía hacerlo.

—Siempre hay un lugar para ti aquí, cariño. Esta casa es tu hogar tanto como lo fue para tus tías y tus primos y primas. No tienes que agradecerme nada —respondió con ternura.

Desde el Vanzilla, Lynn Sr. observaba la escena con una mezcla de alivio y tristeza. Ver a su nieto buscar refugio en su abuela le recordaba cómo alguna vez Lincoln y Lynn habían encontrado consuelo en esa misma casa, pero bajo circunstancias mucho más tensas. Sacudió ligeramente la cabeza, intentando alejar esos pensamientos, y salió del auto para ayudar con la maleta.

—Rita, creo que al chico le vendría bien algo caliente antes de ir a dormir. Ha sido un día largo —comentó, interrumpiendo el momento.

—Claro que sí. Ven, Lemy. Vamos a la cocina. Te prepararé un té o algo que te ayude a relajarte —dijo Rita, tomándolo suavemente del brazo y guiándolo hacia el interior.

Mientras entraban, Lemy echó un último vistazo al Vanzilla, viendo cómo su abuelo cerraba la cajuela y se disponía a aparcar el auto en el garaje. Una vez dentro, el aroma familiar a madera y café lo envolvió. Observó los detalles de la casa: las fotos familiares en las paredes, los muebles desgastados pero llenos de historia, y esa atmósfera única que, a pesar de todo, lo hizo sentir bienvenido.

Se sentó en una de las sillas del comedor mientras Rita comenzaba a preparar algo en la cocina. En silencio, Lemy se permitió un momento para respirar profundamente y procesar la situación. Estaba lejos de su casa, de su madre y de Lyra, pero por primera vez en mucho tiempo, no se sentía completamente solo.

El cuarto donde alguna vez vivió Lincoln ahora tenía un nuevo inquilino. Lemy, con un aire de melancolía mezclado con determinación, desempacaba sus cosas lentamente. Observó las paredes, donde aún se podían ver marcas y restos de cinta adhesiva que alguna vez sostuvieron pósters o fotos. Era un espacio que tenía historia, y aunque él no había sido parte de esa historia, no pudo evitar sentir cierta conexión.

Colocó su guitarra cuidadosamente contra la pared, junto a un pequeño radio portátil que había llevado consigo. La ropa la dobló con rapidez, metiéndola en el viejo armario que rechinó al abrirse, como si protestara por el tiempo que había pasado cerrado. Con cada movimiento, Lemy sentía cómo la nostalgia y el peso de los cambios recientes se asentaban más en su pecho. 

Lemy se dejó caer en la cama, mirando el techo con los ojos ligeramente entrecerrados. Su habitación, aunque diferente, aún conservaba rastros del pasado. Había algo nostálgico en el aire, como si las paredes, con sus grietas y pequeñas marcas, pudieran contar historias que él no entendía completamente. Sentía una mezcla de frustración y alivio al mismo tiempo. Había tomado una decisión importante al irse de la casa de su madre, y aunque lo que había dejado atrás aún lo atormentaba, en su interior sentía que había dado un paso hacia algo nuevo, algo que le daba una pequeña chispa de esperanza.

Las cosas con su madre no iban a mejorar de inmediato, lo sabía. Pero estar en la casa Loud, aunque no fuera el lugar perfecto, era un respiro. Aquí podía estar solo, alejado de las expectativas y tensiones, un espacio donde podía encontrar un poco de paz para reorganizar sus pensamientos. Miró su guitarra sobre la mesa, su radio en la esquina, y aunque el lugar se sentía extraño, también era suyo ahora. O al menos, lo sería por un tiempo.

Al recostarse, Lemy cerró los ojos, pensando en lo que había dejado atrás. Su madre, su enojo, la forma en que todo se había salido de control. No quería pensar demasiado en eso ahora. En su mente, el único pensamiento que tenía en ese momento era el de Lacy, su prima, a quien no había visto en tanto tiempo. La última vez que se vieron, él estaba demasiado sumido en sus propios problemas como para apreciarla realmente. Ahora, de alguna forma, todo lo que sucedía lo acercaba más a ella, incluso si no quería admitirlo. Y esa llamada, aunque no la esperaba, lo había desconcertado de una manera que no sabía cómo procesar.

El sonido de su teléfono lo sacó de sus pensamientos. Al principio, dudó un segundo. La pantalla mostraba un número desconocido, pero algo dentro de él lo empujó a contestar.

—¿Hola? —dijo, algo tenso, sin saber qué esperar.

Al otro lado, la voz de Lacy lo sorprendió y lo tranquilizó al mismo tiempo.

—Lemy... soy yo, Lacy.

El corazón de Lemy dio un pequeño brinco. Nunca había imaginado que su prima sería quien lo llamara. Se sentó en la cama, mirando el teléfono como si no pudiera creerlo. No sabía si estaba listo para escuchar lo que viniera, pero al mismo tiempo, algo en su pecho se sentía más ligero solo por oír su voz.

—¿Lacy? ¿Cómo conseguiste mi número? —preguntó, la incredulidad flotando en su tono.

Lacy, con una voz suave y algo avergonzada, le explicó rápidamente.

—Lyra me lo dio. Le pedí que me ayudara a comunicarme contigo.

Lemy resopló levemente, entre divertido y desconcertado. Por supuesto, era típico de Lyra hacer algo así sin pensar demasiado. Pero al mismo tiempo, agradecía que su hermana se preocupara lo suficiente como para hacer ese pequeño esfuerzo. Sin embargo, antes de que pudiera seguir hablando, Lacy, de manera inesperada, empezó a disculparse con él, y su tono se tornó cargado de remordimiento.

—Lemy, lamento mucho lo que pasó con tu mamá, lo de la pelea. No quería que te metieras en problemas por querer venir a vernos. Yo fui quien le pidió a mi papá que nos llamara. De haber sabido que esto iba a causarte todo esto, no lo habría hecho. Si tan solo...

Lemy, sintiendo cómo las palabras de Lacy llenaban el aire con una pesada carga de culpa, la interrumpió, no porque no quisiera escucharla, sino porque sentía que la estaba culpando de algo que no era su culpa.

—Oye, un momento. Lo que pasó con mi mamá no tiene nada que ver contigo, Lacy. No tienes por qué culparte. Todo esto... todo esto es más complicado de lo que parece. Ella está molesta por cosas que vienen de mucho antes, cosas que ni tú ni yo podemos controlar. No es tu culpa.

Hubo un momento de silencio. Lemy pudo sentir el peso de las palabras que acababa de decir, pero al mismo tiempo, una parte de él se sintió liberado de la ansiedad que lo había estado persiguiendo desde que se fue de casa. Tal vez, por primera vez en mucho tiempo, se sentía como si alguien lo entendiera, aunque fuera un poco.

Lacy, al otro lado de la línea, parecía haber aliviado un poco su carga. Con un suspiro que sonaba más tranquilo, respondió.

—Gracias, Lemy. De verdad. Me alivia mucho escuchar eso. Pensé que te iba a molestar por todo esto, que tal vez me odiarías por involucrarte en este lío.

Lemy, sintiendo una extraña paz en su interior, recostó nuevamente la cabeza en la almohada, mirando al techo mientras sus dedos jugaban distraídamente con la funda de la almohada.

—No te preocupes, Lacy. Yo también quería verte. Quería estar allí, conocerlas. Quería estar con ustedes, con mis tios, aunque las cosas no fueran fáciles. No me arrepiento de nada de lo que pasó. Todo lo que hice, lo hice porque quería estar cerca de ustedes.

Lacy no pudo evitar una pequeña risa, algo nerviosa, pero al mismo tiempo, se sentía reconfortada por sus palabras. Su voz, aunque aún algo triste, estaba más tranquila.

—Te lo agradezco, Lemy. En serio. Y bueno, espero que pronto podamos volver a vernos. Tal vez podamos hacer algo juntos, sin todo esto de los líos familiares.

Lemy sonrió levemente, esa sensación de alivio creciendo en su pecho.

—Claro, Lacy. Eso no lo dudes. Prometido.

Con esas palabras, ambos quedaron en silencio por un momento. Ninguno de los dos quería colgar, pero sabían que el tiempo tenía que continuar. Lemy, sintiendo que algo dentro de él había comenzado a sanar, cerró los ojos lentamente, escuchando el suave susurro de su respiración. Sabía que aún tenía mucho por procesar, pero algo en su corazón le decía que todo iría a mejor. Tal vez no de inmediato, pero sí con el tiempo. Y mientras tanto, no tendría que enfrentarlo solo.

Lacy se encontraba en su cuarto, sentada en el borde de la cama mientras miraba su teléfono. Había pasado gran parte del día revisando una y otra vez el correo electrónico con la respuesta de la liga. Aunque la emoción de escuchar a Lemy y saber que no estaba molesto con ella le había dado un pequeño respiro, la verdad seguía ahí, persiguiéndola como una sombra que no podía ignorar. No había logrado entrar en la lista principal. Todo su esfuerzo, su dedicación, sus largas noches de entrenamiento y los sacrificios que había hecho, parecían no haber sido suficientes.

Dejó el teléfono a un lado y se tumbó en la cama, abrazando una almohada. Apretó los ojos, tratando de evitar que las lágrimas salieran, pero el peso de la decepción era demasiado. Era difícil aceptar que, a pesar de todo lo que había dado, su nombre estaba en la lista secundaria. Secundaria. Esa palabra resonaba en su mente como un eco doloroso. No era suficiente, no era lo que había soñado. Estar en esa lista significaba que solo tendría una oportunidad si alguien más decidía rendirse o no podía continuar. Era como si su éxito dependiera completamente de algo que estaba fuera de su control, y eso la hacía sentirse impotente.

Miró al techo, los ojos nublados por las lágrimas que finalmente comenzaron a escapar. Sus manos se aferraban con fuerza a la almohada, como si ésta pudiera absorber toda la frustración que sentía. Desde pequeña, había soñado con llegar a la liga, con representar a su familia y a sí misma. Había imaginado el orgullo en los ojos de su padre, el brillo de admiración en su madre y el apoyo incondicional de sus primos. Pero ahora, ¿cómo podía compartir esto? ¿Cómo podía decirles que, después de tanto esfuerzo, solo era una opción de reserva?

Lacy suspiró profundamente, dejando que el aire llenara sus pulmones en un intento de calmarse. Se sentó de nuevo, cruzando las piernas sobre la cama. Su mirada se desvió hacia el rincón de su cuarto, donde había una caja llena de medallas, trofeos y reconocimientos que había acumulado a lo largo de los años. Todos esos logros que solían llenarla de orgullo ahora parecían insignificantes. ¿De qué sirve todo eso si no pude cumplir mi sueño? pensó, sintiendo cómo el nudo en su garganta volvía a apretarse.

La puerta de su cuarto estaba entreabierta, pero nadie había entrado. Sabía que su familia estaba ocupada con sus propios asuntos, y por un lado, agradecía no tener que enfrentar preguntas incómodas. Sin embargo, también deseaba que alguien notara lo que estaba pasando, que alguien pudiera leer entre líneas y verla como realmente se sentía. Pero, ¿cómo podrían hacerlo si ella misma no quería admitirlo en voz alta?

Se levantó lentamente y caminó hacia su escritorio. Encima, había una pequeña hoja de papel donde había escrito sus metas para este año. "Entrar en la liga" estaba subrayado en negrita. Miró esas palabras con una mezcla de enojo y tristeza, arrancó la hoja y la arrugó entre sus manos antes de lanzarla al cesto de basura. Pero en cuanto lo hizo, un sentimiento de culpa la invadió. ¿Por qué me estoy rindiendo tan fácil? pensó, aunque la respuesta parecía obvia: porque dolía demasiado seguir intentándolo cuando el rechazo ya estaba ahí.

Se apoyó en la mesa, dejando caer la cabeza entre sus brazos cruzados. Tal vez no soy tan buena como pensé. Tal vez simplemente no soy suficiente. La idea la desgarraba por dentro, pero al mismo tiempo, había una pequeña chispa en su interior que no quería apagarse del todo. La lista secundaria no era un "no" definitivo, pero tampoco era un "sí". Y aunque no sabía si alguien desistiría y la consideraría, una parte de ella quería aferrarse a la posibilidad, por mínima que fuera.

El sonido de su teléfono vibrando en la cama la sacó de sus pensamientos. Era un mensaje de Lyra. "¿Cómo estás? ¿Ya hablaste con Lemy?" decía el texto. Lacy suspiró, tomó el teléfono y escribió una respuesta breve: "Sí, todo bien con él". No quería hablar de más. No estaba lista para compartir lo que realmente sentía.

Dejó el teléfono de nuevo y se asomó por la ventana. El cielo comenzaba a teñirse de naranja mientras el sol se ponía. En ese momento, Lacy se prometió algo a sí misma: aunque el rechazo doliera, no dejaría que definiera quién era. Aún no sabía cómo lo haría, pero intentaría mantenerse fuerte. Quizás, solo quizás, todavía había una oportunidad esperándola en el futuro.

Lemy salió de su cuarto algo desorientado. Aún medio adormilado, había comenzado a vestirse con la idea de que debía ir a la escuela, como cualquier otro día, pero entonces recordó: no estaba en la casa de su madre, y además, las clases habían terminado. Era una sensación extraña, casi desconcertante, no tener la rutina diaria esperándolo. Por un momento se quedó parado en el pasillo, mirando hacia las escaleras, hasta que el aroma del pan tostado lo sacó de su ensimismamiento.

Al bajar, se dirigió a la cocina y encontró un plato con un sándwich cubierto con papel aluminio sobre la mesa. Al lado del plato, había una nota con la letra pulcra de su abuela Rita. Tomó el papel y leyó en voz baja:

"Cariño, tuvimos que salir por una emergencia de tu tía Lori. Estaremos fuera hasta la tarde. Te dejamos un sándwich para desayunar y un par de tareas para que hagas en casa. Por favor, no te olvides de recoger tu cuarto y regar las plantas del jardín. Cuídate mucho. Con amor, la abuela."

Lemy bufó ligeramente, dejando la nota sobre la mesa mientras se dejaba caer en una silla. Se sentía un poco extraño estar solo en la casa, especialmente en un lugar tan lleno de recuerdos de su madre y de su tío. Miró alrededor, tratando de recordar cómo había sido vivir en un lugar con tanta historia familiar. Aunque no lo admitiría fácilmente, algo dentro de él le hacía sentirse un poco melancólico.

Tomó un bocado del sándwich mientras pensaba en la "emergencia" de su tía Lori. No tenía ni idea de lo que podría haber pasado, pero imaginaba que probablemente no era algo menor si sus abuelos habían tenido que salir tan temprano. Eso lo dejaba a él a cargo de la casa, un pensamiento que le resultaba tan emocionante como inquietante. Bueno, supongo que puedo hacer algo productivo mientras tanto, pensó, aunque sin mucho entusiasmo.

Terminó su desayuno en silencio y se levantó para lavar el plato. Miró por la ventana hacia el jardín, viendo las plantas que debía regar. El sol de la mañana ya comenzaba a brillar intensamente, pero la brisa fresca lo hacía agradable.

"Supongo que empezaré por ahí", se dijo a sí mismo, más como una forma de motivarse que como una decisión real. Sin embargo, antes de dirigirse al jardín, decidió dar una vuelta por la casa. Quería explorar más de ese lugar que ahora era su hogar temporal.

Primero subió de nuevo a su cuarto y miró alrededor. El espacio aún tenía un aire muy particular, como si su tío Lincoln todavía estuviera allí de alguna manera. Había encontrado algunos libros en los estantes la noche anterior, viejos cómics y novelas de ciencia ficción que claramente pertenecieron a su tío. Incluso había una caja con recuerdos, pero no se había atrevido a abrirla.

Esta vez, sin embargo, la curiosidad ganó. Se acercó a la caja y levantó la tapa con cuidado. Dentro encontró una mezcla de cosas: fotos antiguas, un reloj roto, un par de boletos de cine desgastados, y lo que parecía ser un cuaderno de bocetos. Lemy lo tomó con delicadeza y lo abrió, viendo dibujos de paisajes, rostros y personajes extraños que parecían sacados de un sueño. Había algo increíblemente personal en cada trazo. Era como si su tío hubiera plasmado partes de su alma en esas páginas.

Pasó los dedos por uno de los dibujos, una escena de una familia sentada alrededor de una fogata. Había algo melancólico pero cálido en esa imagen. Lemy se quedó un rato observándola, como si intentara entender qué había sentido su tío al dibujarla. Finalmente, cerró el cuaderno y lo volvió a guardar en la caja, decidido a no invadir más ese espacio privado.

Al salir de su cuarto, continuó explorando la casa. Caminó por los pasillos, observando las fotos familiares colgadas en las paredes. Había imágenes de su madre, sus tías y su tío cuando eran niños. Se detuvo frente a una en particular: todos estaban apretados en el sofá, con sonrisas amplias y felices. Era extraño ver a su mamá riendo tan despreocupada, algo que rara vez veía en la actualidad.

Finalmente, llegó al jardín. Tomó la manguera y comenzó a regar las plantas, dejando que el sonido del agua lo relajara un poco. Mientras lo hacía, no pudo evitar pensar en lo diferente que se sentía este lugar en comparación con su casa con Luna y Sam. Aquí había calma, una tranquilidad que no podía explicar del todo. Aunque extrañaba a su hermana y a sus madres, también sentía que este tiempo a solas podía ser justo lo que necesitaba para aclarar su mente.

Cuando terminó con las plantas, volvió al interior de la casa y se sentó en el sofá, mirando hacia la televisión apagada. El silencio era casi abrumador, pero no del todo desagradable. Quizás, pensó, este era el tipo de día que necesitaba: un momento para estar solo, reflexionar y tratar de encontrar su lugar en todo lo que estaba pasando.

Pronto recibió una llamada. Era su hermana Lyra. Lemy, sentado en el sillón de la sala con el televisor encendido de fondo, tomó el teléfono sin mucha prisa. El tono relajado en su voz no ocultaba el hecho de que, aunque trataba de mantenerse despreocupado, aún procesaba los cambios recientes en su vida.

—¿Qué onda, Lyra? —respondió, acomodándose en el asiento y bajando el volumen del televisor.

Lyra sonaba animada, pero había una ligera preocupación detrás de su tono. Era algo que Lemy había aprendido a identificar después de tantos años de conocerla.

—Nada, solo quería saber cómo te sientes. Es raro no verte en casa, la verdad —dijo ella, intentando sonar casual, aunque su interés era genuino.

Lemy esbozó una sonrisa tranquila, aunque había una pizca de nostalgia en sus pensamientos. Había algo extraño en estar lejos de casa, pero también un alivio que no podía ignorar.

—Estoy bien, en serio. Es raro estar aquí, pero no me quejo. Creo que necesitaba un respiro. Ya sabes cómo estaban las cosas con mamá...

Lyra permaneció en silencio por un momento, como si intentara medir sus palabras. Finalmente, volvió a hablar con un tono que denotaba más curiosidad.

—Oye, por cierto... ¿te llamó Lacy?

La pregunta lo tomó un poco por sorpresa. Lemy se enderezó en el sillón, recordando la conversación de la noche anterior con una sonrisa leve.

—Sí, me llamó anoche. Fue... bueno hablar con ella. Por supuesto que le dije que no tenía por qué culparse por lo que pasó entre mamá y el tío Lincoln. Eso no tiene nada que ver con ella.

Hubo un momento de silencio al otro lado de la línea. Lemy podía imaginar a Lyra haciendo esa cara de ligera incredulidad que siempre ponía cuando algo no cuadraba en su mente.

—¿Eso fue lo único que te dijo? —preguntó finalmente, su voz más seria esta vez.

Lemy frunció el ceño, desconcertado por la pregunta. Se acomodó en el sillón y miró hacia la ventana como si buscara una respuesta en el exterior.

—¿Qué más me tenía que contar Lacy?

Lyra tardó unos segundos en responder, y esos segundos se sintieron eternos para Lemy. Finalmente, su tono cambió, volviéndose más directo y pesado, como si estuviera entregando una verdad incómoda.

—Lynn III me llamó esta mañana. Me contó que Lacy no pasó la prueba y quedó en la lista secundaria... Pensé que te lo había dicho.

El corazón de Lemy se detuvo por un momento. Podía sentir cómo la información se asentaba lentamente en su mente, cada palabra golpeando como un martillo. Recordó la voz de Lacy la noche anterior, tratando de sonar alegre, casi despreocupada. Recordó cómo había evitado hablar demasiado de sí misma, enfocándose más en él y en la discusión con Luna. Ahora todo tenía sentido. Ella había estado ocultándolo, probablemente porque no quería preocuparlo o porque no quería enfrentarse a la decepción de contarle la verdad.

—No... no me dijo nada —respondió Lemy finalmente, su voz más baja, casi un susurro.

Lyra suspiró al otro lado de la línea, y Lemy pudo sentir su empatía incluso a través del teléfono.

—Supongo que no quería cargar eso contigo. Pero, Lemy, creo que deberías hablar con ella. Sé que actúa como si todo estuviera bien, pero... esto le duele. Lo sé porque Lynn III me lo dijo. Ella apenas durmió anoche. Estaba despierta, tratando de distraerse con cualquier cosa.

Lemy cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás, golpeando suavemente el respaldo del sillón. Había algo en esas palabras que lo hizo sentir aún más culpable por no haberlo notado. Había estado tan concentrado en asegurarse de que ella no se sintiera mal por la discusión con Luna que no se había dado cuenta de lo que realmente estaba pasando con Lacy.

—Voy a llamarla más tarde... —dijo finalmente, su voz cargada de determinación. Luego hizo una pausa y agregó—: Gracias, Lyra. En serio.

—Siempre —respondió su hermana, y aunque su tono era ligero, Lemy podía sentir la sinceridad detrás de esas palabras.

Cuando colgó, Lemy se quedó sentado en silencio, mirando su teléfono. Por un momento, pensó en lo fácil que era para todos en su familia cargar sus problemas solos, como si compartirlos con alguien más fuera una debilidad. Pero sabía que no podía dejar que Lacy hiciera lo mismo. No cuando él podía ser esa persona en la que ella pudiera apoyarse.

Lemy respiró profundamente antes de marcar el número de Lacy. Sentía una presión en el pecho, una mezcla de incertidumbre y preocupación. Había algo en la voz de Lyra que lo había hecho darse cuenta de cuán delicada estaba la situación con Lacy, y no podía permitir que ella lo enfrentara sola. Sabía que, aunque su hermana intentaba ocultarlo, ella también estaba lidiando con un dolor que probablemente preferiría callar.

El teléfono sonó varias veces antes de que la voz de Lacy contestara. Lemy escuchó su respiración, suave y algo entrecortada, como si hubiera estado tratando de calmarse antes de contestar.

—Hola, Lemy —dijo Lacy, intentando sonar alegre, pero la rigidez en su voz no dejaba dudas de que algo no estaba bien.

Lemy podía oír el leve temblor en su tono, como si estuviera a punto de quebrarse. No necesitaba ser un experto en emociones para entender que ella estaba luchando por mantener la compostura.

—¿Cómo estás, Lacy? —preguntó Lemy, con un tono más suave de lo que había planeado. Sabía que no podía ser brusco, no cuando sentía que ella estaba al borde de derraparse emocionalmente.

Lacy forzó una risa, pero sonaba más como una murmuración ahogada, y Lemy sintió que la ansiedad comenzaba a apoderarse de él.

—Bien, bien. Todo está... todo está bien, Lemy. Solo estoy un poco cansada, ya sabes... de las pruebas y todo eso. No es nada. —Su voz se quebró al final de la frase, y Lemy supo que no podía seguir dejándola mentir.

—Lacy, no tienes que mentirme. —Su voz fue firme, pero no con reproche, sino con una comprensión profunda, como si estuviera buscando la verdad detrás de sus palabras.

Hubo un largo silencio al otro lado de la línea. Lemy pudo imaginar a Lacy luchando por mantener las lágrimas a raya, queriendo ser fuerte pero, a la vez, sintiendo que ya no podía seguir ocultando lo que realmente sentía. Finalmente, la voz de Lacy salió, casi en un susurro.

—No pasé la prueba... —dijo, y Lemy no pudo evitar escuchar cómo su voz se quebraba, como si la palabra "no" hubiera roto algo dentro de ella.

El corazón de Lemy se hundió al escuchar esas palabras, y en ese momento, supo que las cosas eran mucho más graves de lo que había imaginado. La frustración y el dolor que Lacy estaba guardando se sentían en cada palabra, y Lemy deseó poder estar allí para sostenerla, para hacer que todo fuera menos doloroso.

—Lo siento mucho, Lacy... —dijo, su voz más suave ahora, como un susurro cargado de empatía.

Lacy trató de responder, pero lo único que salió fue un sollozo ahogado. No podía contenerlo más, y en ese momento, Lemy supo que ella se sentía completamente sola, como si su sueño se hubiera desmoronado sin que nadie a su alrededor pudiera entender lo que significaba para ella.

—No es justo, Lemy... todo lo que hice y aún así no fue suficiente. —La tristeza en su voz era palpable, y por un momento, Lemy estuvo en silencio, procesando sus palabras. No sabía exactamente qué decir, pero sabía que lo que más necesitaba Lacy en ese momento era alguien que la escuchara, alguien que estuviera dispuesto a ser la roca que necesitaba para no derraparse por completo.

—Lacy, lo que más importa no es esa prueba ni la lista. Tú eres más que eso. —Lemy dejó que sus palabras calaran hondo en ella, tratando de darle el consuelo que sabía que necesitaba, aunque las palabras parecieran pequeñas frente al dolor que estaba sintiendo.

Hubo una pausa, y Lemy pudo escuchar cómo Lacy trataba de controlar su respiración. Luego, con un tono más bajo, como si estuviera buscando consuelo en su hermano, Lacy dijo:

—Pero no lo es, Lemy. Es todo lo que tenía. Siempre he sentido que este era mi camino, que podía lograrlo. Y ahora, no sé qué hacer... —su voz se quebró nuevamente, pero esta vez Lemy la escuchó de una manera diferente. Ya no era solo tristeza, sino una sensación de desesperación, como si toda su identidad estuviera ligada a ese sueño y ahora estuviera perdida.

Lemy cerró los ojos, sintiendo que sus palabras no alcanzaban a aliviar el peso que estaba sobre Lacy. Sin embargo, hizo lo que podía hacer mejor: estar ahí para ella.

—No lo tienes que hacer todo sola, Lacy. Estamos aquí, yo estoy aquí para ti. —Lemy intentó que su voz fuera lo más cálida y reconfortante posible. Quería que ella supiera que, sin importar qué, siempre tendría su apoyo.

El silencio que siguió fue pesado, pero lleno de una tensión distinta. Lacy no contestó de inmediato, pero Lemy pudo escuchar que el llanto comenzaba a cesar, aunque aún sentía esa quebradura en la voz de su hermana. Después de unos segundos, Lacy habló con más tranquilidad.

—Gracias, Lemy. Gracias por... por escucharme. Realmente lo necesitaba. —Las palabras de Lacy salieron con más fuerza, como si una pequeña parte de ella, la que necesitaba ser escuchada, finalmente hubiera recibido lo que necesitaba.

—No tienes que darme las gracias, Lacy. Solo... no te rindas. No dejes que una lista te diga quién eres o lo que vales. —Lemy intentó que sus palabras fueran un consuelo real, una declaración de esperanza, aunque él mismo no estuviera completamente seguro de cómo hacerlo.

Después de un largo silencio, Lacy respondió con voz temblorosa, pero llena de gratitud:

—Lo intentaré, Lemy. De verdad, lo intentaré.

Lemy sonrió levemente, sintiendo que, al menos en ese momento, había logrado ofrecerle algo que ella necesitaba, aunque fuera solo un pequeño consuelo en medio de la tormenta.

Lemy había sentido que la conversación llegaba a su fin, pero justo cuando iba a despedirse, Lacy pronunció palabras que hicieron que su corazón se detuviera por un momento.

—Te quiero mucho, Lemy... —dijo ella, con una suavidad y sinceridad que hizo que el nudo en su garganta se apretara aún más.

Las palabras de su prima, aunque simples, resonaron profundamente en su interior. Era como si todo lo que había estado guardando, todas las emociones que había estado tratando de controlar, salieran de golpe. Lemy no estaba acostumbrado a escuchar esas palabras tan abiertamente, sobre todo en momentos como este, cuando las tensiones familiares parecían más intensas que nunca. Y, sin embargo, ahí estaban, de ella hacia él, como un recordatorio de que no todo en la vida era tan complicado como a veces lo veía.

Por un segundo, Lemy no dijo nada. La emoción se apoderó de él, y las palabras no salían con facilidad. Había tantas cosas que quería decirle a Lacy, tantas veces que había querido expresar cuánto la valoraba, pero las circunstancias no siempre lo permitían. Ahora, al escuchar esas palabras tan llenas de cariño, se dio cuenta de lo importante que era para él su prima, de lo mucho que significaba en su vida, incluso si no siempre lo demostraba.

Estaba sentado en el sofá de la sala, la luz del día filtrándose a través de las cortinas mientras los ecos de la conversación se quedaban en el aire. La casa estaba tranquila, casi silenciosa, y en ese momento todo lo que importaba era esa llamada, esa conexión que había logrado crear un puente entre ambos.

—Yo también te quiero mucho, Lacy... —respondió finalmente, con una voz que temblaba levemente, como si sus emociones finalmente pudieran escapar de él después de tanto tiempo de ser reprimidas.

A veces, Lemy pensaba que su relación con Lacy era complicada, que había cosas que no lograban entenderse del todo, pero en ese momento, esas palabras sencillas le demostraban que, más allá de las dificultades, había algo profundo entre ellos, algo que no podía desmoronarse tan fácilmente.

Hubo un pequeño silencio entre los dos, una pausa que estuvo llena de significado. Aunque no lo dijeran, ambos sabían que ese momento era más importante de lo que parecía. No importaba cuánto estuvieran pasando, ni cuán difíciles fueran los días por venir. En ese intercambio, se había reafirmado algo que ningún obstáculo podría quitarles: el amor familiar.

—Gracias, Lemy... —respondió Lacy, su voz ahora más tranquila, como si esas palabras también la hubieran calmado, incluso si solo un poco.

Lemy dejó escapar un suspiro, sintiendo que el peso en su pecho comenzaba a aligerarse, aunque no fuera por completo. Había sido un buen momento, un respiro en medio de toda la tormenta que ambos estaban viviendo. Y aunque las cosas no iban a cambiar de inmediato, él sentía que estaba haciendo lo correcto.

—Cuídate, Lacy. Siempre estaré aquí, ¿está bien? —le dijo con un tono firme pero reconfortante, queriendo asegurarse de que ella supiera que no estaba sola, ni ahora ni en el futuro.

Lacy, aunque con la voz aún temblorosa, respondió con una calidez que Lemy no pudo evitar apreciar:

—Lo sé, Lemy. Yo también estaré aquí para ti, siempre.

Finalmente, después de un último suspiro de alivio, ambos se despidieron. Lemy apagó el teléfono, dejando que el silencio envolviera la sala. Se recostó un poco más sobre el sofá, con la mirada fija en el techo, sintiendo una extraña paz en su interior. A pesar de todo lo que estaba ocurriendo, algo había cambiado dentro de él. Sabía que las cosas no iban a ser fáciles para ninguno de los dos, pero al menos ahora sentía que no se enfrentarían solos a la tormenta.

Lemy se quedó allí, recostado en el sofá, mirando fijamente el televisor apagado, sin realmente verlo. Su mente comenzó a divagar hacia un pensamiento que había estado rondando su cabeza desde que habló con Lacy. La idea de ir a visitarla, de estar allí con ella, con su prima y sus tías, se le hacía cada vez más atractiva. Sabía que Lacy, Lynn III y sus tíos vivían en Toledo, a casi cuatro horas de Royal Woods. Era una distancia considerable, pero no algo imposible de recorrer si realmente lo deseaba.

Sin embargo, tan pronto como esa idea apareció en su mente, la realidad le golpeó de inmediato. La situación en su casa, la tensión con su madre y todo lo que había sucedido entre ella y Lincoln, se interponían en su camino. A veces sentía que toda esa carga emocional lo aplastaba. La relación rota entre sus abuelos con Lincoln, la ausencia de Lincoln en su vida, el resentimiento que tiene su mamá... todo eso creaba un muro invisible entre él y la posibilidad de visitar a su prima.

Lemy suspiró profundamente. No era tan sencillo. Aunque lo deseaba con todo su ser, la posibilidad de viajar a Toledo en este momento parecía casi nula. Con la tensión que había en la familia, especialmente entre sus abuelos y los tíos de Lincoln, la idea de ir por su cuenta, de presentarse allá, parecía una misión arriesgada. Sabía que su madre no entendería, y los comentarios que podrían surgir si alguien se enteraba de sus planes no lo harían más fácil.

Pensó en lo que había dicho Lacy, cómo había insistido en que no quería ser la causa de más problemas para él. ¿Y si ella se enteraba de que había ido a Toledo? Aunque él sabía que la relación con su madre era tensa, no podía evitar preguntarse si en el fondo eso podría empeorar las cosas.

En su cabeza, veía los rostros de sus abuelos, especialmente de su abuela Rita. Sabía que ella no entendería si decidía irse tan lejos, no solo por la distancia, sino por lo que había ocurrido con Lincoln y Lynn. Todo estaba tan enredado, tan complicado, que cualquier intento de hacer algo por su cuenta parecía más una fuga que una visita. Pero, aun así, no podía evitar el deseo de escapar, aunque fuera solo un rato, de las sombras de lo que pasaba en su casa.

Su mente comenzó a recorrer mentalmente el trayecto, imaginando las horas de viaje, el paisaje que pasaría por la ventana del auto, la sensación de estar lejos de todo. Tal vez en Toledo podría encontrar algo de paz, lejos de la pesadez que sentía en Royal Woods. Sin embargo, al instante, se dio cuenta de que todo eso era solo un escape temporal. No importaba cuánto deseara ir, no era la solución.

Su vista se desvió hacia el reloj de la sala. Ya casi era mediodía, y él no había hecho mucho más que pensar en todo lo que estaba pasando. Lemy sabía que, aunque tenía ese deseo en su pecho, las circunstancias eran más complejas de lo que su mente deseaba reconocer.

Finalmente, se levantó del sofá y se acercó a la ventana. Miró hacia afuera, como si la respuesta pudiera estar allá, esperándole en alguna parte. Pero, como siempre, la realidad lo esperaba en su hogar. Un hogar lleno de sombras, de tensiones, y de decisiones no tomadas. La posibilidad de ir a Toledo se desvaneció rápidamente, como una quimera inalcanzable.

—Quizás algún día —se dijo en voz baja—. Pero ahora no es el momento.

Con una última mirada a la calle, se dio vuelta y comenzó a caminar hacia la cocina. Sabía que la vida continuaba, sin importar las decisiones que no tomaba o las visitas que no hacía. Y aunque el deseo de ver a Lacy y estar con ella seguía presente, también comprendió que, por ahora, debía centrarse en lo que tenía frente a él: su familia, sus abuelos, y todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor.

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