La Guerra

Era una noche tranquila en la casa Loud. La oscuridad cubría Royal Woods, y dentro de la casa, el silencio era absoluto. Cada miembro de la familia dormía profundamente, sumido en sueños que contrastaban con el agotador día que habían vivido. El cansancio era tal que ninguno de ellos se percató de algo importante: Leni no había regresado, obvio que sabemos por que.

No era inusual que Leni llegara tarde, pero esta vez, el cansancio había cegado a la familia, y nadie notó su ausencia, nadie sabia que Leni habia tenido la cita con Samuel por que ella jamas les dijo acerca de la cita. La casa se encontraba en calma, pero esa paz estaba a punto de quebrarse de manera brutal.

Un grupo de jóvenes se movía sigilosamente por las sombras, acercándose a la casa Loud con un propósito claro y siniestro. Sus miradas frías, calculadoras, reflejaban el odio y la sed de venganza que los impulsaba. Armados con pistolas y cuchillos, lograron forzar la cerradura de la puerta sin hacer ruido. Sabían a quién venían a buscar: Lincoln. Pero sus intenciones no se limitaban solo a él; después de acabar con su objetivo, pensaban hacer sufrir a todos los que lo rodeaban.

Mientras recorrían la casa, su andar era lento y metódico. Subieron las escaleras, sus pisadas amortiguadas por el alfombrado, abriendo las puertas de las habitaciones una a una. Veían a las hermanas de Lincoln durmiendo plácidamente, ajenas al peligro que acechaba. En sus mentes, ya planeaban lo que harían con ellas después de cumplir su misión.

Finalmente, uno de ellos llegó al cuarto de Lincoln. Con cuidado, abrió la puerta, encontrando a Lincoln y Lynn profundamente dormidos, abrazados. Era una escena que reflejaba amor y paz, pero para este intruso, era solo una oportunidad perfecta para atacar. Con su cuchillo en mano, se acercó lentamente a la cama, decidido a apuñalar a Lincoln directamente en el corazón.

El chico levantó el cuchillo, preparándose para asestar el golpe mortal, cuando de repente, Lincoln abrió los ojos. Pero esos no eran los ojos de Lincoln; eran los ojos amarillos y penetrantes de Linkpy, brillando con una malicia aterradora. Una sonrisa escalofriante se dibujó en el rostro de Lincoln, y con una voz que envió un escalofrío por la columna del atacante, murmuró:

—Te tardaste mucho.

Antes de que el chico pudiera reaccionar, Lincoln, o mejor dicho, Linkpy, apreto la cola de Omega que sin perder el tiempo al ver que su amo estaban en peligro se lanzó sobre él con una velocidad y brutalidad, el chico intentaria sacara su pistola pata defenderse de las mordidas de Omega pero Lincoln no le dio tiempo de disparar y patearia la mano del chico para poder quitarle el arma. El arma se disparó, pero la bala solo pasó de largo, haciendo eco en toda la casa. Ese sonido rompió el silencio y despertó a todos los que dormían.

Lynn, sobresaltada por el disparo, abrió los ojos justo a tiempo para ver a Lincoln clavando el cuchillo en la cabeza del chico, acabando con su vida en un abrir y cerrar de ojos. La sangre manchaba las sábanas y el suelo, pero Lincoln no mostraba ninguna emoción; sus ojos seguían brillando con esa intensidad inhumana.

En los cuartos contiguos, las hermanas de Lincoln se despertaban, asustadas y confusas por el sonido del disparo. La casa, que había estado en silencio momentos antes, ahora resonaba con el caos. Las puertas de las habitaciones se abrían lentamente, y rostros asustados aparecían en los marcos.

—¿Qué está pasando? —preguntó Lori, su voz llena de pánico mientras se asomaba al pasillo, intentando procesar lo que estaba ocurriendo.

Pero antes de que pudiera salir completamente de su cuarto, la figura de Lincoln y Omega aparecieron en el umbral de la puerta. Solo que no era el Lincoln que conocían. Era Linkpy, quien los miraba con una calma aterradora, sus ojos amarillos centelleando en la penumbra.

—No salgan de sus cuartos, —ordenó, su voz grave y peligrosa. —No salgan, pase lo que pase.

El tono en su voz no permitía discusión. Era una advertencia, pero también una promesa de protección. Las hermanas, aún desorientadas, asintieron, retrocediendo y cerrando las puertas rápidamente, temiendo lo que vendría después.

Mientras tanto, los otros jóvenes, al escuchar el disparo y los gritos, sabían que su compañero había caído. Se prepararon para enfrentarse a Lincoln, pero no esperaban lo que estaba por venir. Linkpy salió del cuarto con una furia desatada, sus movimientos eran fluidos y letales. El siguiente atacante intentó disparar, pero Omega fue más rápido. En un solo movimiento, desarmó al chico mordinedole su brazo, a pesar de ser solo un cachorro el perro era bastante agresivo con quienes querian lastimar a su amo, logro tirar al chico y comenzo a morderle el cuerllo con tanat fuerza que sus dientes perforaron su cuello, el joven trato de pedir ayuda a sus camaradas pero pronto fue silencionao por Linkpy que le pisteo el cuello hasta romperselo y matarlo.

El caos se desató. Los jóvenes restantes atacaron a la vez, pero no eran rivales para la brutalidad que Linkpy desataba. Golpe tras golpe, cuchillo tras cuchillo, derribaba a los intrusos con una ferocidad que no conocía límites. Los cuerpos caían, el suelo se manchaba de sangre, y los gritos de terror se ahogaban en la violencia.

Linkpy, implacable, eliminaba a cada uno sin mostrar piedad. Sus movimientos eran precisos, calculados, como si cada ataque estuviera destinado a infligir el máximo daño con el mínimo esfuerzo. Lincoln no estaba ahí en ese momento; solo quedaba Linkpy, la otra mitad que había despertado para proteger a la familia, pero también para desatar su ira sin remordimientos.

Linkpy, implacable, eliminaba a cada uno de los intrusos sin mostrar piedad. Sus movimientos eran precisos y calculados, como si cada ataque estuviera destinado a infligir el máximo daño con el mínimo esfuerzo. Cada golpe, cada estocada, era letal, mostrando un dominio total sobre sus acciones. En ese momento, Lincoln no estaba presente; era Linkpy quien tomaba control, despertado por la necesidad de proteger a su familia, pero también para liberar una ira contenida que no mostraba remordimientos.

El último agresor, malherido, trató de huir. Con una herida de bala en el pecho, tambaleante, comenzó a arrastrarse desesperadamente hacia la puerta principal, esperando poder escapar de la pesadilla en la que se encontraba. Tropezó y cayó por las escaleras, su cuerpo golpeando cada peldaño, pero el miedo lo impulsaba a seguir. Se aferraba a la vida, intentando gatear hacia la salida con todas sus fuerzas.

Pero sus esfuerzos eran inútiles. Linkpy, caminando tranquilamente con esa frialdad que lo caracterizaba, cerró la puerta principal antes de que el chico pudiera alcanzarla. Observándolo desde lo alto, con una expresión sombría y sin una pizca de compasión, le habló con una voz profunda y calmada.

—Fue muy estúpido que vinieran aquí, ¿lo sabes, verdad? —dijo, inclinándose sobre el chico, su presencia imponente.

El chico, con la voz temblorosa, comenzó a rogar por piedad. Las lágrimas corrían por su rostro, mezclándose con la sangre que salía de sus heridas. Sabía que no tenía escapatoria y, por un momento, la desesperación lo consumió. Pero sus súplicas parecían caer en oídos sordos, porque Linkpy no mostró ninguna reacción a sus palabras.

De repente, una figura comenzó a formarse en la mente de Linkpy: la ilusión de Lincoln, quien había despertado internamente, tratando de reconectarse con su otra mitad. La figura de Lincoln apareció ante Linkpy, con una expresión de gratitud y calma.

—Gracias por reaccionar a tiempo, —dijo la ilusión de Lincoln, intentando reconectarse con su lado oscuro.

Sin embargo, Linkpy no lo escuchaba. No podía escuchar a Lincoln en ese estado. Estaba demasiado enfocado en su objetivo, cegado por la furia y la sed de justicia. Ignorando la aparición de Lincoln, Linkpy agarró al chico herido por el cuello y lo arrastró hasta el sofá en la sala de estar, con una tranquilidad perturbadora. El chico seguía gimiendo, apenas consciente por el dolor.

Tomando el cuchillo de uno de los agresores caídos, Linkpy se inclinó sobre él. Sus manos comenzaron a moverse con precisión letal mientras hacía cortes pequeños y controlados sobre el cuerpo del chico. La tortura no era caótica, sino calculada, metódica, diseñada para infligir el máximo sufrimiento sin matarlo. Cada corte estaba destinado a quebrar la voluntad del intruso.

—Dime lo que necesito saber, —ordenó Linkpy, su voz baja pero cargada de amenaza.

El chico trató de resistir, mordiéndose los labios, tratando de mantenerse firme y en silencio. Pero el dolor era demasiado. Su respiración se volvió errática, y el miedo lo consumía por completo. Sabía que no podía escapar de esa situación, y su resistencia, finalmente, se desmoronó. Con lágrimas en los ojos, confesó lo que Linkpy quería saber.

—Reina... nos envió Reina. Ella nos dijo dónde vivías... —murmuró entre sollozos, su cuerpo temblando. —Nos dijo que acabáramos contigo... esta noche.

Linkpy lo escuchó sin mostrar reacción alguna. Ya tenía la confirmación que buscaba. Reina, su enemiga, había enviado a estos jóvenes para matarlo y, probablemente, destruir a su familia. Una chispa de furia recorrió su cuerpo, pero antes de que pudiera actuar nuevamente, esta vez ordenandole a Omega que le mor, se escucharon pasos apresurados acercándose.

La familia Loud, todavía desorientada y asustada, llegó a la sala de estar. Lori, Lucy y las demás estaban horrorizadas por lo que veían. Los cuerpos de los atacantes estaban esparcidos por toda la casa, y frente a ellas estaba Lincoln, o mejor dicho, Linkpy, inclinado sobre el último agresor, con el cuchillo en la mano y la sangre manchando sus ropas.

—¡Lincoln, detente! —gritó Lori, su voz cargada de miedo. —¡Por favor, basta!

Linkpy, con una mirada fría y vacía, no hizo caso. Su único objetivo era hacer justicia, a su manera, sin importar las consecuencias. Las súplicas de su familia eran irrelevantes en ese momento. Los ojos amarillos seguían enfocados en su presa.

Pero entonces, Lynn, quien hasta ahora había permanecido en silencio, dio un paso al frente. Con una mezcla de firmeza y preocupación, miró a Linkpy, no con miedo, sino con comprensión.

—Linkpy, por favor, detente. —La voz de Lynn era suave pero decidida. —Ya es suficiente... esto no es lo que Lincoln querría.

El silencio que siguió a esas palabras fue pesado. Los miembros de la familia, recién despertados por el caos y aún desconcertados por lo que estaban viendo, comenzaron a intercambiar miradas. Las respiraciones agitadas, las sombras de cuerpos inmóviles en el suelo, y Lincoln, o lo que parecía ser Lincoln, al pie del sofá, con los ojos aún amarillos brillando a través de la penumbra. La escena era desconcertante, incluso aterradora.

Lori, con una voz que intentaba no quebrarse, fue la primera en preguntar lo que todos estaban pensando.

—Lynn... ¿qué está pasando? ¿Quién es... Linkpy? —susurró, sus ojos cargados de incertidumbre.

La atención de todos se dirigió a Lynn, quien había sido la única capaz de detener lo que sea que Lincoln estaba haciendo. Lynn titubeó un momento, su mirada aún fija en Linkpy, pero antes de que pudiera responder, Luna, quien se había mantenido en silencio hasta ese momento, dio un paso al frente. Ella era la única que, en lo más profundo, sabía algo más sobre lo que estaba ocurriendo.

—¿Recuerdan cuando supimos que Lincoln tenía estrés postraumático por la guerra? —preguntó Luna, su voz grave y cargada de seriedad.

La familia asintió lentamente, sus recuerdos volviendo a esos días en los que Lincoln había regresado de su vida en combate, cambiado, roto de alguna manera que no podían comprender del todo.

—Bueno... resulta que nuestro hermano no solo sufre de eso, —continuó Luna, tragando saliva mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas. —Lincoln... él tiene... el síndrome de doble personalidad. Lo que están viendo aquí... —señaló a la figura que parecía su hermano pero que claramente no lo era del todo. —No es Lincoln.

Antes de que Luna pudiera decir más, la figura en cuestión, Linkpy, interrumpió con una sonrisa siniestra que retorció su rostro.

—Yo soy el otro, —dijo Linkpy, su voz suave, pero llena de un tono perturbador.

La familia entera contuvo el aliento. Las palabras de Linkpy resonaron en la habitación como una sentencia. El rostro de Lincoln, distorsionado por esa sonrisa retorcida y sus ojos asesinos de color amarillo, no se parecía en nada al hermano que conocían. Era como si alguien más estuviera ocupando su cuerpo, moviendo cada músculo, controlando cada pensamiento, incluso Omega sentiria que algo andaba mal con su amo, este hombre se parecia fisicamente pero no era el Lincoln que lo habia adoptad, comenzaria a gruñir con fuerza para que ese joven supiera que el cachorro estaba dispuesto atacarlo aun si el tenia el rostro de su amo y amigo.

—Linkpy, —repitió Lori, incrédula, mientras daba un paso hacia atrás, sus ojos llenos de miedo y confusión. —¿Quién eres... realmente?

Linkpy inclinó ligeramente la cabeza, sus ojos brillando con un destello de algo oscuro, algo que había estado oculto dentro de Lincoln durante mucho tiempo.

—Soy la parte de Lincoln que nunca quisieron conocer, —respondió con una calma que solo hacía que el ambiente se sintiera más pesado. —Soy la parte que ha estado aquí, observando, esperando... porque Lincoln no puede lidiar con lo que es. Yo soy lo que queda cuando él se rompe.

La familia permaneció en silencio, asimilando lo que acababan de escuchar. La revelación era devastadora. Sabían que Lincoln había cambiado después de la guerra, que había luchado con sus demonios internos, pero nunca imaginaron que esos demonios habían tomado una forma tan tangible, una presencia tan real.

Luna, con el rostro tenso, se adelantó nuevamente.

—Linkpy no es un nombre cualquiera, —dijo, su mirada fija en esa versión oscura de su hermano. —Es el resultado de años de traumas, de las cicatrices que la guerra y la vida dejaron en Lincoln. Es su manera de sobrevivir... pero también su maldición.

Linkpy soltó una pequeña carcajada, casi burlona, mientras comenzaba a caminar por la sala, como si disfrutara del miedo y la incomodidad que causaba.

—Y pensar que todo este tiempo han vivido sin saberlo, —comentó Linkpy con desdén, sus ojos recorriendo cada rincón de la sala, observando a cada miembro de la familia con una frialdad casi burlona. —Todos ustedes, tan cómodos, tan ajenos. Y ahora aquí estamos. ¿No es fascinante?

El silencio que siguió a sus palabras fue tenso, cargado de miedo y confusión. Lynn, sin embargo, no dejó que ese pavor la paralizara. Sabía que Lincoln estaba atrapado, de alguna forma, y que la única manera de ayudarlo era enfrentarse a esa entidad oscura que había tomado el control. Dando un paso al frente, con la voz temblando pero firme, le suplicó:

—Linkpy... deja salir a Lincoln. Esto ya es suficiente. —Había un rastro de súplica en su tono, sus ojos brillando con una mezcla de determinación y miedo.

Por un breve instante, la expresión de Linkpy cambió. La sonrisa burlona que había estado en su rostro se desvaneció, siendo reemplazada por una seriedad perturbadora. Sus ojos, antes llenos de esa malicia afilada, se entrecerraron mientras consideraba la petición de Lynn.

—No. —Su respuesta fue tajante, cargada de firmeza. —Será después, Lynn. No entiendes lo que está en juego aquí. —Linkpy se irguió, su postura inflexible y dominante. —Con lo que pasó aquí, con estos inútiles que vinieron a acabar con nosotros, —dijo señalando los cuerpos de los atacantes en el suelo, —es momento de terminar esto de una vez por todas. Reina debe pagar. No puedo dejar que Lincoln interfiera ahora.

Lynn apretó los puños, su corazón latiendo con fuerza. Sabía que la situación era peligrosa, pero la idea de dejar que Linkpy tomara las riendas la aterraba. Si algo le pasaba a Lincoln mientras Linkpy estaba al mando, no podría perdonárselo.

—Lleva a la familia al búnker, —ordenó Linkpy, su tono no admitía discusión. —Ahora.

—No—respondió Lynn, alzando la voz con una mezcla de miedo y valentía. —No voy a dejar que esto continúe. No me iré sin ti, Lincoln. No puedo... —Su voz se quebró ligeramente, revelando lo desesperada que estaba. No quería perder a su hermano, y sabía que si lo dejaba solo con Linkpy al mando, podría no volver a verlo.

Linkpy apretó la mandíbula, frustrado por la desobediencia de Lynn. Pero antes de que pudiera decir algo, una breve chispa cruzó por sus ojos, y por un instante, la expresión de Lincoln se asomó entre las sombras de Linkpy, dejando ver en el ojo derecho como este cambia de tonalidad para ser de color azul, Lincoln estaba de acuerdo con Linkpy, si Lynn se queda para ayudarlo eso solo le daria ventaja a Reina para ganar, lo mejor es que Lynn en un lugar seguro como el bunker, aunque puede que no la pueda volver a ver, ya sea por morir o terminar perdiendo el control de su cuerpo por completo, al menos Lynn estara a salvo.

—Lynn... —La voz de Lincoln, suave y rota, emergió con esfuerzo. —Obedece... por favor.

Lynn lo miró, con los ojos llenos de lágrimas. Esa era la voz de su hermano, su verdadero hermano, el que siempre había estado a su lado, con el que quiere pasar el resto de su vida. En ese breve momento, Lincoln estaba ahí, luchando por el control, rogándole que hiciera lo que él no podía hacer.

—Tienes que protegerlos, —continuó Lincoln, su voz apenas un susurro, pero cargada de una profunda convicción que atravesaba el caos que reinaba en la habitación. Cada palabra que pronunciaba parecía costarle esfuerzo, como si estuviera luchando contra algo mucho más grande que el cansancio. —Yo... estaré bien. Hazlo por mí, Lynn. Solo así podré hacer lo que se necesita hacer.

Lynn lo miraba con el corazón dividido entre la razón y el afecto. Sabía que lo correcto era seguir las palabras de su hermano, confiar en él como lo había hecho incontables veces en el pasado. Pero esta vez era diferente. Lincoln no estaba solo luchando contra enemigos externos, sino que se enfrentaba a una batalla interna con un monstruo que ella apenas empezaba a comprender. Linkpy no era solo una parte de Lincoln. Era algo más, algo oscuro que había emergido de la tormenta de traumas y violencia que su hermano había soportado. Era implacable, peligroso, y aunque Lynn sabía que Lincoln seguía ahí en alguna parte, el miedo a perderlo para siempre era una sombra constante que pesaba sobre ella.

La familia, en medio del salón, observaba la escena con una mezcla de horror y desconcierto. Aún aturdidos por el ataque que acababan de sufrir, las preguntas llenaban el aire, pero el temor les impedía articularlas. Lynn Sr. intentó acercarse, con los ojos llenos de preocupación paternal, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta. Rita, con el rostro pálido, abrazaba a Lily contra su pecho, como si temiera que el mundo se desmoronara en cualquier momento. Ninguno de ellos comprendía realmente lo que acababa de ocurrir. Solo sabían que Lincoln había cambiado, que algo oscuro lo había tomado.

Linkpy, al percibir las miradas, se enderezó lentamente, su presencia emanando una frialdad que contrastaba con la tensión emocional que saturaba el ambiente. Las explicaciones vendrán después, declaró con voz firme y autoritaria, cortando cualquier intento de diálogo. No tenía tiempo para lidiar con sus emociones o las de los demás; para él, lo que importaba en ese momento era el control, el orden, y la supervivencia. Las emociones nublan el juicio, solía decirse en su mente, y ahora no había espacio para errores. Su mirada helada recorría el salón, fijándose en cada uno de los presentes como si calculara cada movimiento, cada respiración. El Lincoln que la familia conocía estaba ausente, y el ser que ahora estaba frente a ellos no tenía intención de discutir ni razonar con nadie.

Sin mostrar un ápice de duda, se agachó junto a uno de los cuerpos inertes de los agresores. Sus movimientos eran eficientes, casi mecánicos. Revisó el cargador de la pistola que el hombre había dejado caer, evaluando el peso, contando mentalmente las balas restantes. Tras un segundo de reflexión, se incorporó y le entregó el arma a Lynn Sr. con una firmeza que hizo temblar al hombre mayor.

—No salgan del búnker por nada del mundo, —ordenó con severidad, sus ojos se clavaron en los de Lynn padre con una intensidad casi sofocante. —Si alguien intenta entrar, dispara. No preguntes. Dispara.

Las palabras calaron hondo en Lynn Sr.. Sabía que era una orden, no una petición. Aunque el miedo se apoderaba de su cuerpo, asintió lentamente, tomando la pistola con manos temblorosas. El peso del arma le resultaba extraño, casi ajeno, pero en ese momento supo que tenía que confiar en lo que Lincoln —o quien fuera ahora— le pedía. Tenía que proteger a su familia, aunque eso significara enfrentar la peor de sus pesadillas.

Rita lo miró, sus ojos brillaban con preocupación, pero ella no dijo nada. Sabía que la situación era crítica y que cualquier duda o vacilación podría costarles caro. Abrazó a Lily más fuerte, mientras sus pensamientos revoloteaban entre el miedo por sus hijos y la incredulidad de ver a Lincoln, su hijo, transformado en algo que no reconocía.

Linkpy, ajeno a las emociones que envolvían a la familia, tomó otra pistola de uno de los atacantes. Revisó el arma con la misma meticulosidad, su mente completamente enfocada en la próxima tarea. Para él, no había espacio para el error. Las emociones eran una debilidad, algo que Lincoln sufría, pero él... él era diferente. En su mundo, todo era blanco y negro: el deber, la justicia, la violencia necesaria para sobrevivir y proteger.

El ruido de un auto que se acercaba a gran velocidad captó su atención. Se detuvo por un momento, girando la cabeza hacia la ventana, observando cómo el vehículo se detenía frente a la casa. Reconoció a Samuel y Michael antes de que siquiera salieran del auto, pero fue la figura de Leni la que llamó la atención de la familia.

—¡Leni! —gritó Luna, corriendo hacia la puerta, dejando escapar un suspiro de alivio al ver que su hermana estaba ilesa. —¡Pensamos que te había pasado algo horrible!

La familia se apresuró a abrazar a Leni, envolviéndola en una maraña de brazos y emociones que la joven apenas entendía. Leni, aún desorientada por lo que había sucedido, les devolvió los abrazos, pero su mente seguía llena de confusión. ¿Qué había pasado realmente? La atmósfera en la casa estaba cargada, pesada, y aunque sus hermanas y padres intentaban reconfortarla, sentía que algo más oscuro estaba sucediendo.

Samuel, mientras tanto, se acercó a Linkpy. La expresión en su rostro mostraba su desconcierto y preocupación. Sabía que algo estaba mal, que Lincoln no era el mismo.

—Lincoln... —comenzó a decir, pero Linkpy lo interrumpió antes de que pudiera continuar.

—No. —La palabra salió como un filo cortante, fría y tajante. Linkpy lo miró con una intensidad que hizo que Samuel retrocediera un paso. —Desde ahora, yo tomo el control. Lincoln está de sabático.

La declaración cayó como una losa, y aunque Samuel intentó procesar lo que acababa de escuchar, no podía evitar sentir un escalofrío recorrerle la espalda. El Lincoln que conocía estaba perdido en algún lugar, y el ser que ahora lo reemplazaba no tenía intenciones de ceder el control.

—Ya sabemos dónde está Reina, —intentó Samuel, recuperándose de la sorpresa. Su mente se centró rápidamente en lo urgente, sabiendo que no podían perder más tiempo.

Linkpy asintió lentamente, su mirada se perdió por un instante en el horizonte más allá de la casa. —Bien, eso es lo que importa ahora. —Con esas palabras, se dirigió hacia el auto, sin mirar atrás.

—Leni, llama a la policía, —ordenó Samuel rápidamente, mientras seguía a Linkpy. Sabía que la situación podía salirse de control en cualquier momento, y necesitaban respaldo.

Leni, aún recuperándose del impacto, asintió. Sacó su teléfono, marcando el número de emergencia mientras observaba cómo Linkpy, Samuel y Michael subían al vehículo, listos para dirigirse hacia la guarida de Reina.

El motor rugió al encenderse, y en cuestión de segundos, el auto desapareció en la carretera, llevándose consigo no solo el destino de la misión, sino también el destino de Lincoln.

En el interior del auto, el ambiente era tenso y cargado de energía. Linkpy, con el ceño fruncido y una determinación implacable, marcó el número del detective Rogers. El sonido del tono de espera resonaba en el vehículo, y Samuel, Michael y Leni intercambiaban miradas preocupadas, tratando de descifrar qué tan lejos estaba dispuesto a llegar Linkpy en su búsqueda de venganza.

Al otro lado de la línea, el detective Rogers respondió con su habitual voz grave y directa.

—¿Linkpy? —preguntó, sin preámbulos, como si ya supiera que el momento había llegado.

—Voy a la bodega en la carretera que sale de Royal Woods. Asegúrate de que solo estés tú allí. Necesito hablar contigo en privado, —ordenó Linkpy, su voz firme, como un comando. Había algo en su tono que sugería que no habría espacio para la negociación.

El detective asintió, aunque Linkpy no podía verlo. Sabía que Rogers era un tipo competente y leal, alguien que siempre había estado dispuesto a ayudar, pero la situación era crítica. Las emociones a flor de piel, la inminente confrontación con Reina, y la sensación de que cualquier paso en falso podría costarle caro a Lincoln y a su familia, hacían que cada palabra que pronunciaba tuviera un peso considerable.

—Entendido. ¿Es ahora el momento? —preguntó el detective, su voz llena de expectación.

Linkpy no respondió de inmediato, el eco de la pregunta resonaba en su mente. En ese instante, Lincoln, en forma espectral, apareció al lado de Linkpy dentro de su mente. Su forma etérea, aunque intangible, tenía un aura de urgencia.

—Linkpy, —dijo Lincoln con una voz suave pero cargada de preocupación—, necesito que me dejes tomar el control. La brutalidad con la que estás actuando... puede que te salgas de control.

Linkpy frunció el ceño, visiblemente irritado por la interrupción de Lincoln. La lucha interna entre ellos era un conflicto constante, pero en este momento, su paciencia se estaba agotando.

—¿De verdad crees que no estoy preparado? —reclamó Linkpy, su tono despectivo cortando el aire como un cuchillo afilado. —Siempre estás con esa charla sobre control y moderación, pero este no es un juego, Lincoln. Esta es una guerra, y yo soy el que se hará cargo. Cuando termine con Reina y sus idiotas, entonces y solo entonces podremos resolver nuestros problemas.

Lincoln sintió la indignación de Linkpy, y aunque entendía la rabia que lo consumía, no podía evitar preocuparse por las consecuencias de dejar que ese lado oscuro tomara el mando por completo. La sangre que ya había derramado lo había marcado, y no podía permitir que más se acumulase.

Mientras tanto, Samuel y Michael observaban la conversación en silencio, sintiendo la tensión palpable en el aire. La complicidad entre Linkpy y Lincoln era desconcertante. No comprendían completamente la dinámica de su relación, pero sí percibían que algo muy profundo estaba en juego, algo que iba más allá de una simple búsqueda de venganza.

Linkpy colgó la llamada con el detective, su mente ya trazando el plan para la confrontación que se avecinaba.

—Escuchen, —comenzó Linkpy, dirigiéndose a Samuel y Michael—, necesitamos hacer esto rápido y eficaz. Reina tiene sus hombres listos, y no puedo permitirme fallar. Su operación es más grande de lo que parece, y cualquier error podría costarnos mucho más que solo nuestras vidas.

Leni, aún en shock por todo lo que estaba sucediendo, se atrevió a hablar.

—¿Pero qué planeas hacer exactamente? No podemos simplemente entrar y matarlos.

Linkpy la miró con una mezcla de desprecio y comprensión. La joven tenía razón; la situación no era tan sencilla. Pero su mente estaba fija en un solo objetivo: eliminar a Reina y asegurarse de que su familia estuviera a salvo. Sin embargo, sabía que tendrían que ser estratégicos y utilizar su entorno a su favor.

—Tendremos que dividirnos. Michael y yo nos encargaremos de Reina, mientras que tú y Samuel vigilan las entradas. No podemos permitir que se escapen. La sorpresa estará de nuestro lado, —explicó, dejando claro que el momento de la duda había pasado.

A medida que el auto se acercaba a la bodega, la tensión crecía, y la mente de Linkpy seguía llena de ruido, la lucha entre él y Lincoln alcanzando su clímax. ¿Sería capaz de mantener el control mientras la ira lo envolvía? La única manera de averiguarlo era seguir adelante y enfrentar lo que estaba por venir.

La bodega se alzaba ante ellos como un monstruo oscuro, imponente y sombrío, con sus paredes de ladrillo desgastadas por el tiempo y la indiferencia. El silencio que reinaba en el ambiente era inquietante, casi palpable, y parecía envolver el lugar como un manto pesado. Cada rincón, cada sombra, escondía un peligro latente. Linkpy, Samuel y Michael salieron del auto, sus pasos resonando en el suelo polvoriento mientras sus corazones latían con fuerza. Sabían que Reina y su pandilla podrían estar al acecho, listos para atacar en cualquier momento.

Mientras examinaban el lugar, la tensión crecía en el aire, convirtiendo el ambiente en un campo de batalla emocional. Samuel y Michael intercambiaron miradas, conscientes de la gravedad de la situación. No era solo un enfrentamiento físico; era un juego de astucia y paciencia, donde la vida y la muerte pendían de un hilo. Las sombras de sus pasados se cernían sobre ellos, y cada uno llevaba consigo sus propias heridas y motivos para estar allí.

En ese preciso momento, el auto del detective Rogers llegó a la escena, su motor apagándose con un suave rugido que cortó el silencio como un cuchillo. Rogers salió del vehículo, y su expresión revelaba un profundo conflicto interno. Las imágenes de sus hijos, asesinados brutalmente, volvían a atormentarlo. La escena de su hija, violada y mutilada, y su hijo con un tiro en la cabeza se repetían en su mente como un eco insoportable, un recordatorio constante de la pérdida y el dolor. La rabia y la tristeza alimentaban su deseo de venganza, transformando cada paso que daba hacia la bodega en una mezcla de impotencia y sed de justicia.

Sin embargo, cuando estaba a punto de dar el primer paso hacia la acción, Linkpy lo detuvo con una mano firme en su brazo.

—No seas idiota, Rogers, —le dijo, su voz grave resonando en el aire frío como un trueno lejano. —Si atacamos ahora, solo nos causará más problemas. Llamaremos la atención de la policía, y eso es lo último que necesitamos. No es el momento de actuar por impulso.

Rogers miró a Linkpy, la frustración y el odio reflejados en su mirada. Sabía que tenía razón, pero la vorágine de emociones que lo envolvía lo cegaba. El dolor por sus hijos lo había consumido, y la idea de que sus verdugos pudieran escapar de la justicia era intolerable.

—Recuerda que necesitas las pruebas, —insistió Linkpy, intentando calmarlo mientras el fuego de la ira lo consumía. Su tono se tornó más severo, como si intentara cortar a través de la bruma emocional que nublaba la mente de Rogers. —Sin ellas, no podrás hacer lo que realmente deseas.

Mientras hablaban, Linkpy se agachó y sacó una memoria USB de su bota, sosteniéndola entre sus dedos como si fuera un talismán. El objeto pequeño parecía insignificante, pero el poder que contenía era abrumador. Rogers observó la memoria, su corazón latiendo con fuerza mientras esperaba que ese pequeño dispositivo le proporcionara lo que más anhelaba: justicia.

—En esta memoria están las imágenes y videos de las víctimas de Reina y su pandilla, —continuó Linkpy, su tono cambiando a uno más serio y directo. —Incluida tu hija y tu hijo. Cuando todo esto acabe, usa esto, y créeme, ningún policía o alguien de la ley irá por ti. Tendrás lo que necesitas para que se haga justicia, pero primero, debemos ser inteligentes.

Rogers sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar las palabras de Linkpy. La rabia hervía dentro de él, pero también había una chispa de esperanza. La idea de que finalmente podría ver a Reina y su pandilla tras las rejas era tentadora, pero también sabía que debía ser paciente. La sed de justicia lo abrumaba, pero cada día sin acción era un recordatorio de su impotencia.

—¿Y cómo puedo confiar en ti? —preguntó Rogers, su voz llena de desconfianza. Había visto suficientes traiciones en su vida como para dejarse llevar fácilmente por las promesas de alguien que apenas conocía.

—Tienes que confiar en mí, —respondió Linkpy con firmeza, sus ojos intensos encontrando los de Rogers, como si intentara atravesar las barreras de desconfianza que los separaban. —Todo lo que he hecho es para mis propios fines, pero... Te prometo que cuando termine con Reina, tendrás lo que te pertenece. No estoy aquí solo para divertirme; esto es personal para mí también.

Rogers tragó saliva, las emociones en su interior luchando entre el deseo de venganza y la razón. Sabía que este Lincoln no era el mismo que había visitado cuando fue a su casa para interrogarlo, pero había algo en su determinación que le daba una pizca de esperanza. Era un fuego oscuro, pero quizás podría ser canalizado hacia un objetivo más noble.

—De acuerdo, —dijo finalmente, la voz grave y llena de resentimiento. —Vamos a hacer esto a tu manera, pero espero que me des la oportunidad de actuar cuando llegue el momento. No puedo permanecer de brazos cruzados mientras Reina sigue libre.

Linkpy asintió, sintiendo que habían llegado a un acuerdo temporal. Sabía que la venganza podría ser un camino peligroso, pero en este momento, cada paso que daban los acercaba a su objetivo.

Mientras se preparaban para entrar en la bodega, el aire se tornó más denso, como si el lugar mismo estuviera consciente de lo que estaba por suceder. Con un último vistazo a la bodega, Linkpy tomó la delantera, su presencia imponente imponiendo un respeto silencioso entre los demás. Era hora de implementar el plan, pero con cada paso, la línea entre la justicia y la venganza se volvía más tenue. La tensión era palpable, y la única certeza era que lo que estaban a punto de hacer cambiaría sus vidas para siempre.

Mientras se acercaban a la entrada de la bodega, el mundo exterior parecía desvanecerse, absorbido por la inminente confrontación. Linkpy sintió la mirada de Lincoln en su mente, una presencia espectral que lo acompañaba y que le recordaba la naturaleza destructiva de sus acciones.

—No te dejes llevar por la ira, —susurró Lincoln en su mente, un eco que resonaba como un mantra. —Esto es más grande que nosotros.

Linkpy sintió un rayo de frustración. La voz de Lincoln siempre estaba ahí, como un recordatorio de lo que una vez había sido y de la lucha interna que enfrentaba. Pero ahora no había lugar para la duda; estaba decidido a tomar el control y a actuar con la ferocidad que la situación requería.

—No te preocupes, Lincoln, —respondió Linkpy en su mente, con una determinación feroz. —Me haré cargo de esto. Cuando termine con Reina y sus idiotas, podremos resolver nuestros problemas.

Y así, avanzaron hacia la oscuridad, donde el destino y la venganza se entrelazaban, listos para enfrentar lo que les esperaba.

Reina estaba sentada en un rincón de la bodega, con la mirada fija en el suelo, mientras sus pandilleros charlaban animadamente entre ellos. La atmósfera estaba impregnada de una mezcla de relajación y tensión, y el eco de sus risas resonaba en las paredes de ladrillo desgastado. Sin embargo, en el fondo de su mente, había un susurro inquietante: los muchachos que había enviado a matar a Lincoln aún no habían regresado. A medida que el tiempo pasaba, la confianza de Reina comenzaba a tambalearse.

De repente, la puerta de la bodega se abrió con un chirrido ominoso, y una figura alta y enigmática apareció en el umbral. Era Linkpy. Su presencia era imponente, y aunque no era el rostro que Reina esperaba, su actitud seguro despertó un interés inmediato en ella.

—Hola, Reina. Supongo que no me esperabas ver aquí, ¿verdad? —dijo Linkpy, su voz grave resonando con una mezcla de desafío y desprecio.

Reina, a pesar de la sorpresa inicial, se mostró confiada. Había aprendido a manejar su entorno, y aunque un destello de preocupación pasó por su mente al pensar en los muchachos que había enviado, rápidamente lo desechó. Sabía que su gente la respaldaba. Sin embargo, algo en la mirada de Linkpy la hizo sentir un ligero escalofrío.

—¿Qué quieres, Lincoln? —respondió Reina, intentando mantener la compostura. —No estás aquí para hacerme una visita de cortesía.

Linkpy sonrió, una sonrisa que era más un destello de peligro que de amistad.

—No vine solo, Reina. Afuera hay dos jóvenes muy bien entrenados y un detective de policía, padre de dos de tus víctimas. Están esperando tu señal para entrar.

Reina sintió que la atmósfera se tornaba pesada. A pesar de su confianza, un nudo de preocupación se formó en su estómago. Linkpy se acercó un poco más, sus ojos fijos en ella con una intensidad que le hizo dudar.

—Te daré dos opciones, Reina, —continuó Linkpy, su voz profunda y resonante. —Puedes morir de forma rápida y simple, y tus aliados serán detenidos y recibirán su condena. O... la otra opción es que elijas una muerte brutal, y tus aliados también morirán de formas tan grotescas que ni el diablo los querrá en su reino.

Los pandilleros a su alrededor comenzaron a murmurar entre ellos, la confianza que antes mostraban empezando a desvanecerse. Reina, sin embargo, mantuvo una actitud desafiante.

—¡Chicos! —gritó a sus hombres, desestimando la amenaza. —¡Maten a Lincoln!

Linkpy, con una sonrisa que solo acentuaba su poder, se agachó y sacó de su chaqueta algo que hizo que los rostros de los pandilleros se empalidecieran. Era la mano del chico que había estado vigilando afuera, cortada con una precisión escalofriante. La sangre aún goteaba, dejando un rastro oscuro en el suelo.

—Debiste aceptar la primera oferta, Reina, —dijo Linkpy, su voz baja y amenazante.

El aire se volvió denso con la tensión palpable. Los pandilleros, que antes se habían mostrado seguros, ahora se miraban entre sí con incredulidad y miedo. La imagen de la mano desgarrada se grabó en sus mentes, y los murmullos se convirtieron en un silencio helado.

Reina, sintiendo que el control sobre la situación se deslizaba entre sus dedos, intentó recomponerse. Sin embargo, sus ojos, que antes brillaban con desprecio, ahora reflejaban un destello de miedo. La realidad de la situación comenzó a calar hondo en ella. No solo estaba enfrentando a Lincoln; estaba ante un hombre que sabía cómo jugar con el miedo y que no tenía nada que perder.

—¿Qué has hecho? —susurró Reina, su voz apenas audible.

Linkpy la miró fijamente, disfrutando del cambio en su expresión. Cada segundo que pasaba, cada momento que podía ver cómo su seguridad se desmoronaba, era un pequeño triunfo para él.

—He venido a cobrar una deuda, Reina. Y tú, desafortunadamente, eres la que tiene que pagar.

La tensión alcanzó un punto de ruptura. Los pandilleros, aunque aún temerosos, comenzaron a moverse, ansiosos por cumplir las órdenes de su líder. Pero la confianza en sus acciones estaba completamente erosionada. Reina, en un instante de lucidez, comprendió que había subestimado a Linkpy. En su mente, el juego de poder había cambiado; ya no era ella quien controlaba la narrativa.

—¡No! —gritó, intentando recuperar el control. —¡Deténganse! ¡Es una trampa!

Pero ya era demasiado tarde. La imagen de la mano cortada y la presencia amenazante de Linkpy habían dejado una impresión indeleble. El miedo se propagó entre sus hombres, y la pregunta de si realmente podían cumplir con su orden original ya no era tan segura.

Linkpy sonrió de nuevo, esta vez con una satisfacción fría, sabiendo que el tiempo estaba de su lado. La historia de Reina estaba a punto de llegar a su fin, y él estaba decidido a asegurarse de que no hubiera ninguna salida fácil para ella.

La luz de la bodega se apagó de repente, sumergiendo el lugar en una oscuridad inquietante. Samuel, astuto y rápido, había cortado la energía, dejando a los pandilleros en un estado de confusión y alerta. En la penumbra, solo se escuchaba el susurro del viento, mezclado con el leve murmullo de la tensión acumulada, como si el mismo aire estuviera conteniendo el aliento.

Linkpy, sintiendo que la oportunidad había llegado, esbozó una sonrisa maliciosa que apenas se podía discernir en la oscuridad. Era un gesto que prometía destrucción.

—Ahora, —gritó, su voz resonando en la penumbra como un eco ominoso que llenaba de miedo el ambiente.

Samuel, Michael y Rogers entraron a la bodega en formación estratégica, como un grupo de cazadores que habían estado esperando el momento adecuado para atacar. El rostro de Rogers estaba marcado por el peso de su venganza, los recuerdos de las víctimas perdidas torturando su mente. Estaba decidido a arrestar a Reina y a su pandilla, pero la inminente violencia del momento lo hizo dudar. Al ver a los jóvenes de la pandilla desenfundar sus armas, el instinto de supervivencia se apoderó de él. La furia en su interior se desbordaba, ansiosa por liberar su rabia acumulada.

Samuel y Michael, soldados altamente entrenados, se movieron como sombras, cada uno de ellos una máquina de muerte diseñada para eliminar. Las balas volaban, cortando el aire con una precisión letal. Cada disparo era un testimonio del entrenamiento riguroso que habían soportado; cada golpe aterrizaba con una frialdad calculada. La bodega se transformó rápidamente en un campo de batalla, el sonido de cuerpos cayendo y gritos de sorpresa resonando, creando una sinfonía macabra en la que la muerte era la protagonista.

Linkpy se desató de las cadenas de su propia contención, el hambre de sangre y venganza consumiéndolo. Sin Lynn para detenerlo esta vez, el instinto de la violencia lo guiaba, y la idea de que esta noche no había reglas ni límites le llenaba de una emoción indescriptible. Cada movimiento se sentía liberador, como si cada golpe que daba fuese un paso más hacia la justicia que tanto anhelaba, un acto de purificación en medio de la corrupción.

Mientras el caos se desataba a su alrededor, Linkpy se convirtió en una tormenta, un cazador que se regocijaba en la anarquía. Observaba a los jóvenes pandilleros mientras se preparaban para atacar, y en cada momento crítico, les indicaba a sus compañeros dónde golpear. Era una coreografía mortal: una danza de muerte en la que todos conocían sus pasos y cada decisión estaba cargada de consecuencias. La oscuridad se hacía más profunda, y el miedo se palpaba en el aire, como si el mismo lugar estuviera consciente de la carnicería que estaba a punto de desatarse.

Rogers, inmerso en la confusión, sintió una oleada de adrenalina. La imagen de sus hijos volvía a llenarle la mente, su sonrisa inocente contrastando con la brutalidad que lo rodeaba. En cada joven pandillero que caía, sentía un pequeño alivio, una chispa de justicia que le daba fuerzas. Sus manos temblaban al sostener su arma, pero la determinación de actuar era más fuerte que el miedo que lo paralizaba. Sabía que el tiempo de la justicia había llegado, y no iba a dejar escapar esta oportunidad.

En ese instante caótico, un joven pandillero logró apuntar su arma hacia Linkpy, el rostro desencajado por el miedo y la rabia. Pero antes de que pudiera apretar el gatillo, Linkpy se movió con una agilidad sorprendente, como un rayo en la oscuridad. Esquivando el tiro con facilidad, se lanzó sobre el chico, desarmándolo en un instante. La violencia que desató hizo eco en la bodega, un grito ahogado escapando de los labios del pandillero antes de que la vida se le escapara. La sangre salpicó las paredes, un testimonio gráfico del desenfreno de Linkpy. Su grito se convirtió en un silencio inquietante que pesaba sobre todos como una sombra.

—¿Ves, Reina? —gritó Linkpy, volviendo su atención a la líder de la pandilla, que aún intentaba organizar a sus amigos, el pánico reflejado en su rostro. —Esto es lo que pasa cuando juegas con fuego.

Las luces de emergencia comenzaron a parpadear brevemente, iluminando la escena de caos: jóvenes caídos, rostros llenos de miedo y desesperación. Era un espectáculo que solo alimentaba la sed de venganza de Linkpy. Se movía como un depredador entre las sombras, disfrutando de cada instante, de cada vida que se apagaba. La brutalidad de su ataque era un arte oscuro, y cada golpe que daba era una obra maestra de destrucción.

Rogers, aturdido por la brutalidad de la escena, sintió un conflicto interno desgarrador. La justicia que anhelaba lo empujaba hacia adelante, pero el terror que veía en los rostros de los jóvenes pandilleros le hacía cuestionar hasta dónde estaba dispuesto a llegar. Sin embargo, la imagen de sus hijos lo mantenía en movimiento, impulsándolo hacia adelante. Cuando un joven levantó su arma hacia Samuel, Rogers no dudó.

Disparó, y el pandillero cayó al suelo, su cuerpo inerte, un recordatorio escalofriante de lo que significaba cruzar la línea. La decisión estaba tomada; ya no había vuelta atrás. El detective sabía que en este momento, todo lo que había mantenido a raya se estaba desbordando. El instinto de caza estaba despertando dentro de él, y la necesidad de hacer justicia había superado a la razón. Era una llamada oscura a la que ya no podía resistirse.

Linkpy se volvió hacia él, una chispa de admiración en sus ojos oscuros. —Bien hecho, detective. Este es el camino que debemos seguir. ¡Sigamos!

El caos continuó desatado mientras las balas volaban y la sangre manaba, cada segundo que pasaba la escena se tornaba más grotesca. La bodega se convertía en un recordatorio del precio que se paga por el juego que había llevado a la muerte de los inocentes. El eco de los gritos y el sonido de los cuerpos que caían resonaban en las paredes, creando un coro macabro que reflejaba la intensidad del momento. A medida que la oscuridad se apoderaba de la bodega, la luz de la venganza brillaba intensamente, y no había forma de detenerlo.

En cada rincón de la bodega, el miedo se extendía como una sombra, engullendo a los jóvenes que antes se creían invulnerables. Cada uno que caía, cada vida que se apagaba, se convertía en un ladrillo en la construcción de la venganza que Linkpy había estado forjando en su corazón. Con cada ataque, con cada grito que resonaba en la oscuridad, el eco de la justicia resonaba más fuerte, haciendo eco en los pasillos del alma de Rogers, quien ahora se sumía en la vorágine de la violencia.

Un último grito se alzó en la penumbra, y Linkpy se volvió hacia Reina, que observaba horrorizada, comprendiendo que había subestimado a su oponente. La bodega, antes un refugio de poder, ahora se convertía en su tumba, y la risa de Linkpy se mezclaba con los lamentos de aquellos que ya no podían escapar de su destino. La noche había sido marcada por la sangre, y la venganza nunca se había sentido tan bien.

La atmósfera en la bodega se volvió tensa y cargada de electricidad, como un presagio de la tormenta que se avecinaba. Linkpy se detuvo en seco al escuchar la voz de Reina, que resonaba con desprecio y desafío, llenando el aire de una tensión palpable.

—Detente, Lincoln. No tienes idea de en qué te estás metiendo, —dijo Reina, su voz vibrante como un eco distante, alargando las sílabas como si disfrutara cada palabra.

Linkpy, confiado y desafiante, sonrió con desdén, la adrenalina bombeando en sus venas. —¿Por qué debería hacerlo? —replicó, su mirada chispeante, como si deseara que la situación estallara en una confrontación violenta.

De repente, la puerta de la bodega se abrió de golpe, rompiendo la tensión. Un joven pandillero irrumpió en la escena, aferrando a Lynn con una mano, un arma metálica presionada contra su cabeza. El sonido del metal contra la piel de Lynn resonó como un eco macabro, y el corazón de Linkpy se detuvo en un instante. Un silencio mortecino llenó el aire, pesado y ominoso, mientras los ojos de todos se centraban en la amenaza.

—¡Suéltala! —gritó Linkpy, su voz resonando con una intensidad que heló la sangre de todos los presentes, una declaración de guerra contra el miedo.

Lynn, con una mirada que mezclaba desesperación y resignación, le respondió a Linkpy, su voz apenas un susurro, tembloroso y cargado de miedo. —No podía dejar que algo te pasara...

Las palabras de Lynn, suaves como el viento pero con el peso de la verdad, parecieron aumentar la tensión en la sala. Reina, al notar la inseguridad de Linkpy, se acercó con una sonrisa torcida, disfrutando de la desesperación que había sembrado.

—Ves, Lincoln. Te lo advertí. Debiste mantenerte a raya. Ahora, una vez que tú mueras, me divertiré mucho con ella, —dijo, su tono era una mezcla de burla y amenaza, un juego retorcido donde la vida de Lynn era la pieza más vulnerable.

La desesperación se apoderó de Lynn, y su mirada buscó la de Linkpy, llena de imploración y miedo. El tiempo se sentía como un reloj de arena, cada grano cayendo más lento que el anterior, mientras la situación se tornaba más oscura.

Linkpy, sintiendo el peso de la amenaza sobre la vida de Lynn, se transformó, convirtiéndose en un espectro oscuro, envuelto en sombras que danzaban a su alrededor. A su lado, Lincoln también tomó forma de fantasma, sus rostros reflejando una mezcla de determinación y ansiedad. Los dos discutían frenéticamente, sus voces entrelazándose como sus formas etéreas.

—No podemos dejar que le hagan daño, —dijo Lincoln, su voz resonando con una firmeza que ocultaba su propio miedo. —Pero atacar ahora podría poner a Lynn en más peligro.

—Lo sé, —respondió Linkpy, frunciendo el ceño. Su expresión era la de un guerrero que se prepara para una batalla inevitable. —Pero si no hacemos algo, perderemos todo. Debemos actuar rápido, antes de que Reina haga algo estúpido.

Mientras tanto, Samuel, Michael y Rogers continuaban lidiando con otros pandilleros, sus movimientos eran coordinados y precisos, como si estuvieran bailando una danza macabra en medio del caos. Sin embargo, la situación de Lynn los mantenía distraídos, y cada grito ahogado resonaba como una campana de alarma en el fondo de sus mentes.

Reina, al ver que Linkpy y Lincoln debatían, comenzó a burlarse, una risa fría y cruel que resonó en la bodega. —¿Ves cómo se debate el destino? —dijo con una sonrisa burlona—. Te has quedado sin opciones. El tiempo se agota, y tus amigos están ocupados. Te vas a arrepentir de haber cruzado mi camino.

La risa de Reina parecía mezclarse con el eco de los disparos, una sinfonía macabra que llenaba la bodega. Lynn, con una mezcla de pánico y determinación, gritó hacia Linkpy, su voz atravesando el abismo de la desesperación. —¡Por favor, ayúdame!

Linkpy, sintiéndose impulsado a actuar, comprendió que el tiempo se estaba agotando. En un movimiento repentino, tomó una decisión. —Lincoln, tenemos que distraer a Reina. Si puedo hacerla dudar, tal vez podamos liberar a Lynn.

Lincoln asintió, su mente trabajando rápidamente en una estrategia. —De acuerdo, pero necesitamos hacerlo de manera astuta. Si ella se siente amenazada, podría hacerle daño a Lynn.

El aire se tornaba cada vez más denso, como si el propio oxígeno se negara a fluir en aquel lugar donde la violencia y la desesperación habían dejado su marca. Las sombras de la bodega parecían vivas, susurrando sus oscuros secretos entre sí mientras se arremolinaban alrededor de los rostros de quienes estaban atrapados en este drama sangriento y brutal. Cada rincón, cada esquina de aquella bodega desvencijada parecía querer absorber las emociones desgarradoras, alimentándose de la furia y el terror que flotaban en el ambiente.

Lynn, con su rostro endurecido por el miedo y la determinación, sabía que solo había una opción, un último intento desesperado por liberarse. Con un movimiento repentino, lanzó su cabeza hacia atrás, impactando contra la nariz del pandillero que la sujetaba. El golpe resonó, un crujido seco que rebotó en las paredes de la bodega, como un anuncio de que la batalla apenas comenzaba. El pandillero tambaleó, llevado por el dolor y la sorpresa, pero su reacción fue instantánea. En un arrebato de ira, apretó el gatillo, y el eco del disparo rebotó en las paredes, llenando el espacio de una opresiva quietud.

Lynn cayó de rodillas, su mano instintivamente buscó cubrir la herida que la quemaba en el abdomen. Su rostro mostraba una mezcla de incredulidad y miedo, y el dolor comenzó a desbordarse en sus ojos mientras el rojo intenso de la sangre empezaba a brotar, empapando su ropa y manchando el suelo debajo de ella. Su cuerpo temblaba, apenas sosteniéndose por la fuerza de su voluntad, su mirada fija en Linkpy, con una súplica muda. Cada segundo que pasaba sentía cómo la vida se le escapaba poco a poco, y en esos instantes comprendió la crudeza del sacrificio que había hecho.

Lincoln se quedó inmóvil al ver a su hermana en el suelo, la sangre cubriéndola y el pánico reflejándose en sus ojos. Su mente, atrapada entre el shock y la rabia, se fragmentó en mil pensamientos. Algo en él se quebró, una furia que era tan fría como abrasadora lo invadió. La sangre hervía en sus venas, y las palabras salieron de su boca casi como un susurro oscuro, impregnadas de un odio tan profundo que era capaz de hacer temblar a cualquiera que lo escuchara.

—Hazlo mierda, —murmuró, pero cada palabra retumbaba como un rugido en su interior.

Sin más, Lincoln retrocedió en su propia mente, cediendo completamente el control a Linkpy. Este último tomó el mando, sintiendo cómo una energía brutal lo impulsaba hacia el pandillero. En menos de un segundo, se lanzó hacia él con la violencia de una tormenta desatada, cada movimiento era un golpe de pura rabia, una fuerza oscura y brutal que destrozaba sin piedad al enemigo frente a él. El pandillero apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que los golpes de Linkpy le rompieran cada hueso, hasta que se convirtió en un amasijo de carne y huesos destrozados. El sonido de los golpes, el crujir de los huesos al quebrarse bajo la fuerza de su furia, se mezclaba con el eco del disparo, creando una sinfonía de destrucción que impregnaba la atmósfera de la bodega.

Reina observaba la escena, y un escalofrío recorrió su cuerpo. La sonrisa de arrogancia que antes llevaba había desaparecido; sus ojos se ensancharon por el miedo puro que sentía ante la masacre que Linkpy estaba llevando a cabo. Podía ver en su rostro algo más que simple furia; una oscuridad que parecía traspasar la carne y llegar hasta el alma de cualquiera que lo mirara. Retrocedió instintivamente, incapaz de soportar la imagen de Linkpy cubierto de sangre, con su mirada fija en ella como si fuera su próxima presa.

—¿A dónde vas, maldita? —gruñó Linkpy, su voz reverberando en la bodega con una intensidad tan sombría que hizo temblar a Reina.

Sin decir una palabra, Reina retrocedió, el terror grabado en su rostro mientras giraba para huir hacia la salida. Linkpy, al asegurarse de que el pandillero no era más que un cadáver desfigurado en el suelo, finalmente se volvió hacia Lynn. Su respiración era un eco entrecortado, y su mirada, empañada por el dolor, buscaba algún refugio en la expresión de su hermano.

—No... no lo hagas... —murmuró Lynn, su voz un susurro débil, cada palabra cargada de una desesperación que intentaba frenar la sed de venganza de Linkpy.

Pero Linkpy no parecía escucharla, sus ojos destellaban con una determinación tan fría que parecía capaz de congelar el aire a su alrededor. Se inclinó sobre ella, tomando su mano entre las suyas, su rostro endurecido y sus palabras teñidas de un desafío aterrador.

—Si quieres detenerme, vas a tener que matarme... aunque eso también signifique acabar con Lincoln.

Sus palabras resonaron en la mente de Lynn, y el peso de la desesperación la envolvió, mientras la fuerza de sus manos se debilitaba. Podía ver en los ojos de Linkpy una ira que iba más allá del odio; era una venganza antigua, una promesa de justicia retorcida que él mismo no podía ni quería contener. Sin esperar respuesta, se dio la vuelta, sus pasos cargados de una determinación implacable mientras se alejaba en dirección a la salida, donde Reina intentaba escapar. En el fondo de su mente, Lincoln permanecía junto a él, silencioso pero igualmente resuelto, la misma fuerza de justicia oscura impulsando cada uno de sus movimientos. Había sido testigo de lo que Lynn había soportado, y sabía que solo había una respuesta para el horror que ella había vivido.

Mientras tanto, en el otro extremo de la bodega, Samuel había logrado acercarse a Lynn. Su rostro mostraba preocupación y concentración mientras evaluaba la herida, sus manos temblando ligeramente mientras intentaba contener el flujo de sangre. Se inclinó junto a ella, con una mezcla de compasión y urgencia.

—Resiste, Lynn, —murmuró Samuel, su voz un susurro tranquilizador que contrastaba con la violencia que llenaba la bodega—. Vamos a sacarte de aquí, te lo prometo.

Pero incluso sus palabras, cargadas de una promesa sincera, no lograban disipar la oscuridad que envolvía el lugar. La bodega seguía impregnada de sombras profundas, y en el centro de todo, la figura de Linkpy avanzaba como un ángel de venganza imparable.

Mientras Samuel guiaba a Lynn hacia la salida, cada paso parecía cargar el aire de una sensación asfixiante, una mezcla de miedo, dolor y una claridad que se extendía como un horizonte oscuro ante ella. Sentía cómo el dolor en su abdomen se convertía en un recordatorio punzante de su vulnerabilidad, pero también del sacrificio que estaba dispuesta a hacer. La idea de perder a Lincoln, de perder a su hermano al monstruo que él mismo había comenzado a rechazar, era más intensa que el propio sufrimiento físico.

A pesar del peso de su propio cuerpo, Lynn levantó la mirada y se dirigió a Samuel, esforzándose por expresar algo que parecía latir con desesperación dentro de ella.

—Samuel... —logró decir, su voz quebrada, casi como un ruego—. Tienes que detener a Linkpy. Si él... si mata a Reina, Lincoln... Lincoln podría perderse para siempre. Linkpy tomará su lugar y no habrá forma de que vuelva.

Las palabras de Lynn eran como un eco de su propio temor. Samuel, quien había visto la naturaleza de Linkpy de cerca, apretó la mandíbula, sus ojos reflejando una mezcla de preocupación y resignación. Miró en la dirección por la que Linkpy había desaparecido, consciente de la devastación que esa sombra de Lincoln podía causar si nadie lo detenía. Pero sabía que Linkpy era más que una simple fuerza oscura: era una manifestación profunda de los demonios que Lincoln enfrentaba, de su deseo de venganza y su dolor, un ser al que la razón no podía alcanzar.

—No puedo detenerlo, Lynn —dijo Samuel, casi con un tono de impotencia, como si sus palabras fueran una carga que pesaba tanto como la situación misma—. Esa... bestia está más allá de mi alcance. Tú eres quien puede llegar a él; tú eres su ancla.

El significado de sus palabras se hundió en la mente de Lynn como una verdad inesperada, una verdad que siempre había estado ahí, pero que ahora tomaba un nuevo y perturbador sentido. Recordó lo que Linkpy le había dicho una vez, en un tono que en aquel momento le pareció frío y amenazante, pero que ahora resonaba como una revelación que había sido cuidadosamente diseñada: "La única razón por la que no tomo el control es por ti, Lynn. Mientras estés viva, Lincoln siempre estará ahí para resistirme."

Aquel mensaje, que había parecido ser una advertencia siniestra, se había transformado en una aterradora verdad. Linkpy, ese ser que habitaba las profundidades de Lincoln, había planeado esta situación, esperando pacientemente el momento en que Lynn misma bajara la guardia, en que su necesidad de ayudar a los demás la pusiera en peligro. Era como si cada movimiento hubiese sido calculado, como si el disparo que la había herido no fuera una simple casualidad, sino parte de un esquema siniestro.

El plan de Linkpy no era solo tomar el control. Él sabía que si Lynn parecía perder la batalla contra la muerte, Lincoln sufriría un golpe tan profundo que lo lanzaría hacia un abismo del que no podría regresar. Linkpy lo empujaría al borde, haría que su dolor y su furia se convirtieran en una prisión emocional de la que no podría escapar, liberando así a Linkpy para dominar su voluntad para siempre.

La comprensión de aquella verdad cayó sobre Lynn como un peso insostenible. Sintió cómo su cuerpo se estremecía, pero también cómo algo en su interior se encendía, una chispa de determinación que comenzaba a expandirse. Se giró hacia Samuel, su rostro aún pálido, pero sus ojos reflejaban una intensidad inquebrantable, la intensidad de alguien dispuesto a enfrentar su propio destino.

—Samuel, no puedo permitir que esto ocurra —afirmó, su voz ahora firme a pesar del dolor que retumbaba en su abdomen—. Debo detenerlo... tengo que encontrar una forma de recordarle a Lincoln quién es... recordarle que sigo aquí, que no está solo.

Samuel la miró, viendo en sus ojos la llama de una voluntad que él sabía que nadie podría apagar. Sabía que lo que intentaba hacer era una misión casi imposible. Linkpy, esa fuerza caótica y oscura, era más que una amenaza física. Era el reflejo de todo el sufrimiento, la rabia y la desesperanza que Lincoln había acumulado, una sombra que solo Lynn podía atravesar.

—Lynn, si intentas enfrentarlo... —dijo Samuel, su tono vacilante, casi rogando que ella reconsiderara—. Podrías perder algo más que tu vida...

Pero en el fondo, él entendía que nada la haría retroceder. La conexión entre ella y Lincoln, el vínculo que ambos habían forjado a lo largo de los años, era algo que iba más allá de las palabras y los temores. Lynn lo sabía, y aunque el camino estuviera lleno de oscuridad, era un riesgo que estaba dispuesta a tomar. Sabía que si había una oportunidad, por mínima que fuera, de devolverle a su hermano, debía aferrarse a ella.

Con una respiración profunda, Lynn apartó la mano de Samuel, sintiendo cómo el dolor en su abdomen se intensificaba con cada movimiento. Cada paso hacia el lugar donde Linkpy había desaparecido parecía cargar el aire de una tensión inquebrantable, como si la misma oscuridad la atrajera hacia un abismo profundo. No sabía exactamente cómo enfrentarse a Linkpy; sus palabras tal vez no serían suficientes, y su cuerpo herido la limitaba en cualquier intento físico. Pero una cosa era cierta: tenía que hacerlo, tenía que ver a través de la furia y el odio para llegar a Lincoln y recordarle que él aún era fuerte, que aún había algo en él que no podía ser destruido.

Sabía que la batalla que estaba a punto de enfrentar no solo era contra Linkpy, sino también contra las partes más oscuras de su hermano, contra el dolor que él mismo había intentado enterrar. Pero estaba dispuesta a dar hasta su último aliento para salvarlo del monstruo en el que Linkpy deseaba convertirlo, porque sabía que, en el fondo, Lincoln estaba luchando, luchando desesperadamente para no perderse en aquella oscuridad.

Con la resolución en cada paso, Lynn se adentró en el camino hacia lo desconocido, sintiendo cómo la esperanza y el miedo se entrelazaban en su pecho, sabiendo que el amor por su hermano era su última arma en aquella batalla definitiva.

Reina corría desesperadamente, sus pasos resonando en las calles vacías mientras su respiración entrecortada y el latido frenético de su corazón le recordaban lo cerca que estaba de perderlo todo. El sonido de la risa de Linkpy, escalofriante y distorsionada, llenaba el aire a su alrededor, resonando en sus oídos y empujándola a no detenerse. Sabía que el lugar estaba cerrado a esas horas, pero eso no importaba; necesitaba encontrar una salida, algún lugar para esconderse y ganar tiempo. Con un último esfuerzo, rompió la puerta de cristal y se internó en el oscuro centro comercial.

Dentro del edificio, la quietud parecía aún más pesada, como si cada rincón estuviera acechándola. Reina se deslizó entre los pasillos, sus ojos recorriendo cada sombra, su cuerpo en tensión, esperando el menor indicio de peligro. Sabía que él estaba cerca; podía sentir su presencia, como una sombra espesa y amenazante que se acercaba cada vez más. Tomó un respiro tembloroso y trató de silenciar su respiración, de controlar el miedo que se retorcía en su pecho, pero el sonido de la risa se acercaba, como un eco que invadía su mente.

Subió las escaleras al primer piso, creyendo que ganar altura podría darle una ventaja, una fracción de segundo para pensar en un plan. Pero antes de que pudiera reaccionar, una figura surgió de la oscuridad. Linkpy la interceptó con una velocidad que la dejó sin aliento, atrapándola con una fuerza brutal. Su mano fría y rígida se cerró alrededor de su cuello, sofocando cualquier grito que hubiese querido emitir. Con una sonrisa retorcida en su rostro, Linkpy la levantó con facilidad, disfrutando de su lucha infructuosa.

—¿Creías que podías escapar, Reina? —murmuró él con un tono gélido, casi burlón—. Nadie escapa de mí... y menos tú.

Con un movimiento calculado y brutal, Linkpy la lanzó hacia el suelo. Reina sintió cómo su espalda golpeaba el piso de mármol, el impacto recorriendo su cuerpo mientras intentaba controlar el dolor. Apenas podía moverse, pero sabía que si cedía ahora, si dejaba que el terror la paralizara, no tendría otra oportunidad. Los ojos de Linkpy, fríos y vacíos, la miraban desde arriba, y en ellos podía ver la ausencia de Lincoln, esa bondad que alguna vez había conocido. Lo que quedaba ante ella era pura oscuridad, un ser impulsado únicamente por la rabia y el deseo de destrucción.

Luchando por respirar, Reina trató de rodar y levantarse, buscando una salida en su mente, pero Linkpy no le dio tregua. La tomó de nuevo, arrastrándola como si fuera un simple objeto, y la lanzó contra una columna cercana. Reina sintió el dolor atravesarla una vez más, cada hueso en su cuerpo protestando ante el impacto. Pero no podía rendirse, no cuando sabía que, en algún lugar dentro de esa criatura, Lincoln aún podía estar resistiéndose.

—¿Te duele? —preguntó Linkpy, con una sonrisa que reflejaba puro odio—. Perfecto. Quizá ahora entiendas una fracción del sufrimiento que causaste.

Reina, débil y ensangrentada, levantó la mirada hacia él, intentando encontrar algo, alguna señal de humanidad en su expresión. Con voz apenas audible, pero llena de una esperanza temeraria, murmuró:

—... No eres Lincoln.

La sonrisa de Linkpy se torció, una sombra de algo, quizá un fragmento de duda, cruzó sus ojos por un instante antes de desvanecerse.

—Lincoln está muerto, Reina —respondió él, su voz firme y carente de piedad—. Y te aseguro que yo también me encargaré de que tú lo estés.

El dolor y la desesperanza amenazaban con consumirla, pero, con una última chispa de valentía, Reina decidió que pelearía, que no se rendiría, que intentaría llegar a la parte de Lincoln que aún pudiera estar luchando, esa pequeña fracción de luz que quizás aún resistía la oscuridad.

Linkpy la levantó sin esfuerzo, y con un movimiento brutal la arrojó hacia las escaleras metálicas. El impacto fue feroz: el cuerpo de Reina golpeó contra los escalones, y el eco de cada golpe resonó en el centro comercial vacío, como una sinfonía de dolor que se extendía en el aire. Cada escalón le arrancaba un gemido, sus heridas se hacían más profundas, su piel raspada y ensangrentada. Aun así, luchaba por levantarse, sus dedos temblorosos aferrándose a los peldaños, obligándose a moverse, a mantenerse viva.

Linkpy, viéndola arrastrarse, comenzó a reír. Su risa no era solo cruel, sino que poseía un matiz de triunfo y desprecio absoluto, como si disfrutara de cada segundo en el que Reina luchaba por sobrevivir.

—¿Qué pasa, Reina? —se burló, caminando lentamente hacia ella, sus pasos llenos de una seguridad siniestra—. ¿Dónde quedó la chica que no le tiene miedo a la muerte? Aquella que destrozó familias y causó pérdidas sin pestañear...

Reina, con la vista nublada por el dolor y la sangre que goteaba de su frente, intentó levantarse de nuevo, pero sus piernas fallaban, y sus fuerzas parecían menguar con cada intento. Aun así, su mirada seguía aferrada a él, llena de desafío, incluso mientras su cuerpo temblaba.

Linkpy se agachó, acercándose a ella, y con una sonrisa cruel continuó hablando, sus palabras perforando el aire con una frialdad que la hizo estremecer.

—Solo eres una triste mentira que te repetiste hasta creértela —dijo, su tono envenenado de desdén—. Te disfrazaste de algo que nunca serías, te convenciste de ser un monstruo cuando en realidad no eres más que una... perra insignificante tratando de jugar en un mundo al que no perteneces.

Reina sintió el peso de sus palabras, pero en lugar de hundirse, apretó los dientes, intentando resistir. Aunque sabía que cada palabra de él estaba diseñada para quebrarla, una chispa de rabia y determinación prendía en su interior. La mirada de Linkpy se endureció, una expresión de satisfacción deslizándose por su rostro, como si el dolor que había sembrado en ella le diera vida.

—Te metiste con un verdadero monstruo —terminó él, su voz cargada de una certeza oscura, inhumana, como si se deleitara en demostrarle que él no tenía límites, que él era todo aquello que ella había fingido ser.

Reina, respirando con dificultad, supo en ese momento que había cometido un error al subestimar la profundidad de la oscuridad en la que Lincoln se encontraba atrapado. Pero también entendió que, si aún quedaba alguna esperanza de alcanzar esa parte de Lincoln que quizá estaba resistiendo, tendría que luchar más allá del miedo y el dolor.

Linkpy apretó su mano alrededor del cuello de Reina con una fuerza descomunal, los dedos hundiéndose en su piel, mientras una sonrisa macabra se dibujaba en su rostro. La presión aumentaba, y la visión de Reina comenzó a desvanecerse; cada intento de respirar se convertía en una lucha desesperada. Sus ojos, llenos de terror, se cerraban poco a poco mientras el dolor se intensificaba.

—Esto es por las chicas que hiciste que violaran y mataran —susurró Linkpy, su voz fría como el acero y cargada de un odio palpable—. Por los hermanos y hermanas que mataste, por cada hijo y primo que fue destruido por tu culpa. Soy el diablo encargado de llevarte al infierno.

Las palabras de Linkpy se sentían como un puñal atravesando el corazón de Reina. Ella sabía que había cometido errores, que su búsqueda de venganza había llevado a consecuencias inimaginables, pero no tenía tiempo para lamentarse. En medio de ese oscuro abismo, un destello de esperanza apareció cuando Lynn irrumpió en la escena, como un rayo de luz atravesando las sombras.

Lynn había estado persiguiendo a Linkpy, impulsada por la furia de alguien que sabía que el tiempo se estaba acabando. Al entrar al centro comercial, su figura resaltaba en el ambiente sombrío, llevando consigo la determinación de salvar a su hermano y a la única persona que tenía aún la esperanza de redimirse.

Con el rostro decidido y una pistola en la mano, Lynn se enfrentó a Linkpy. Su voz resonó con fuerza, un eco de la determinación que la había llevado hasta allí.

—¡Detente, Linkpy! —gritó, su mirada fija en él, con una mezcla de desafío y amor—. Suelta a Reina y deja que Lincoln vuelva.

El rostro de Linkpy se tornó frío al escuchar el nombre de Lynn. Por un instante, su mirada se desvió, como si una sombra pasara por su mente, perturbando la oscuridad que lo había envuelto. Era un momento que Lynn había estado esperando, un instante donde el monstruo podía recordar que alguna vez fue un hombre.

Reina, aún luchando por recuperar el aire, sintió que la presión de Linkpy se desvanecía un poco. En ese instante, la figura de Lincoln comenzó a emerger en la mente de Linkpy, un fantasma de su antigua humanidad que se rebelaba contra la oscuridad que lo había consumido. La imagen de Lincoln, fuerte y resolutivo, parecía luchar contra las cadenas invisibles que Linkpy había forjado con sus acciones.

—¡Lynn! —murmuró Linkpy, su voz temblando, un eco de la vulnerabilidad que había sido enterrada bajo la violencia y el dolor—. ¿Por qué sigues aquí? ¡No puedes salvarlo!

Lynn se acercó lentamente, apuntando con su arma. El corazón de ella latía con fuerza, no solo por la adrenalina, sino por la determinación de salvar a su hermano. Cada paso que daba parecía resonar en el silencio opresivo del lugar, como un latido de esperanza.

—Lincoln está dentro de ti, Linkpy. Sé que todavía hay algo de él, algo que puedo recuperar —dijo, su voz llena de emoción—. No dejes que el odio te consuma. Eres más que esto. Eres más que un monstruo.

Linkpy se detuvo, su agarre en el cuello de Reina temblando. Por un breve momento, la lucha entre el monstruo y el hombre que había sido Lincoln brilló en sus ojos. La angustia y el rencor se entrelazaban, y el monstruo parecía vacilar. Reina, aunque aún sintiendo el frío del acero de la muerte cerca, encontró fuerzas para sostener la mirada de Lynn.

—Lynn... —susurró Linkpy, como si las palabras estuvieran atrapadas en su garganta, un grito de auxilio que retumbaba en su interior.

Lynn no retrocedió. En cambio, se plantó firme, la pistola aún en mano, pero su voz se suavizó.

—Te necesito, Lincoln. Todos te necesitamos. Recuerda quién eres, recuerda lo que éramos.

En ese momento crucial, la mente de Linkpy comenzó a fracturarse, y la lucha interna se hacía palpable. El rostro de Lynn se llenó de lágrimas, pero en sus ojos había una chispa de determinación, una mezcla de amor y desesperación que podía desgastar cualquier oscuridad.

Linkpy se llevó una mano a la cabeza, como si intentara despejar el caos que retumbaba en su mente. Las risas de los que había lastimado y la culpa que lo perseguía comenzaron a resonar en su conciencia. Recuerdos de su infancia, de risas y juegos, se entrelazaban con las visiones de horror y destrucción que había causado.

—¡No! —gritó, su voz resonando en el vacío del centro comercial. La angustia se transformó en rabia, un conflicto feroz que lo desgarraba por dentro—. ¡No puede volver ese niño! ¡No puede! !No lo dejare!

—El puede —insistió Lynn, acercándose más—. Puede ser mi Lincoln de nuevo. No está solo en esto. El no tiene que cargar con la culpa solo.

La presión en el cuello de Reina se fue aflojando, y ella inhaló profundamente, sintiendo que la vida regresaba a sus pulmones. Fue un momento de renacimiento, y su mirada se unió a la de Lynn.

—Lincoln, regresa —dijo Reina, su voz débil pero firme—. Ya no tienes que ser el titere de este monstruo.

Linkpy tembló, y en sus ojos brillaron destellos de confusión y dolor. Una guerra interna se desataba, y el nombre de Lincoln se convirtió en un canto repetido que resonaba en su interior, una llamada a la humanidad que había perdido.

Con un último grito desgarrador, la imagen de Lincoln, niño y hombre, comenzó a emerger entre las sombras. Linkpy cayó de rodillas, su mano aún atrapada en el cuello de Reina, pero la presión se desvanecía. Los recuerdos del pasado comenzaron a fusionarse, y el peso de la oscuridad comenzó a levantarse.

—Lynn... —susurró de nuevo, esta vez con una mezcla de esperanza y vulnerabilidad—. ¿Puedes perdonarme?

—Siempre, Lincoln —respondió Lynn, las lágrimas fluyendo libremente por su rostro—. Siempre estaré aquí para ti. Regresa a nosotros.

Linkpy soltó por completo a Reina, quien cayó al suelo, respirando profundamente mientras la luz volvía a brillar en su visión. Lynn se arrodilló junto a ella, mientras las sombras de Linkpy comenzaban a desvanecerse lentamente, y la figura de Lincoln emergía a la superficie, un hombre perdido que finalmente comenzaba a encontrar el camino de regreso a casa.

El centro comercial, que había sido un escenario de terror y dolor, se transformaba lentamente en un lugar donde la esperanza comenzaba a renacer. La conexión entre los tres se hacía más fuerte, y el eco de la redención resonaba en cada rincón, prometiendo un nuevo comienzo para Lincoln y Lynn.

Reina, sintiendo que la presión de Linkpy se desvanecía y que la luz del momento comenzaba a abrirse paso, vio su oportunidad. Con todas sus fuerzas, se arrastró hacia la salida, buscando escapar del horror en el que se había encontrado. La adrenalina corría por sus venas mientras luchaba por levantarse y salir, pero el sonido de un disparo resonó en sus oídos.

Lynn, con la pistola en mano, se acercó lentamente, su mirada fiera y decidida. La rabia y la tristeza estaban claramente presentes en su expresión mientras contemplaba a la mujer que había causado tanto dolor.

—¿En qué momento te dije que podías irte, maldita? —gritó Lynn, la voz llena de una mezcla de furia y determinación.

Reina, sintiendo que el pánico la envolvía, intentó arrastrarse más rápido, pero no podía. La cercanía de Lynn era inminente, y no había forma de escapar del destino que le esperaba. La voz de Lynn resonaba en el aire como un eco de venganza, su voluntad inquebrantable.

—Trataste de lastimar a mi novio —continuó Lynn, acercándose cada vez más—. Hiciste que el estado de Lincoln empeorara al punto de que casi lo pierdo.

Lynn posicionó el cañón del arma en la parte inferior de la espalda de Reina, su dedo en el gatillo, temblando de furia contenida. El tiempo parecía detenerse, y el aire se volvió denso con la tensión que ambos compartían.

—No te mato porque no soy un monstruo —dijo Lynn, la voz casi un susurro—. Pero nada me impide dejarte paralítica de por vida.

La determinación en sus ojos era inquebrantable, y en ese momento, todo su dolor y sufrimiento se condensaron en un solo acto de venganza. Lynn apretó el gatillo, y el sonido del disparo resonó en el centro comercial, un eco de justicia que retumbó en las paredes.

Reina sintió el impacto, un dolor ardiente que se disparó por su espalda. El grito que salió de su boca era una mezcla de sorpresa y agonía, mientras caía al suelo, incapaz de moverse. El terror la envolvió, sabiendo que su vida había cambiado para siempre en ese instante.

Lynn miró la escena con una mezcla de satisfacción y horror. Había hecho lo que consideraba necesario, pero el costo de esa acción comenzaba a pesar sobre ella. Mientras Reina yacía en el suelo, incapaz de moverse, Lynn sintió que una parte de sí misma se apagaba.

—Esto es lo que te mereces —dijo Lynn, su voz firme, pero con un rastro de tristeza—. Has hecho sufrir a demasiadas personas.

Sin embargo, mientras miraba a Reina, una ola de duda y culpa se desató en su interior. ¿Era esto realmente lo que quería? La línea entre justicia y venganza se volvía cada vez más difusa. Aunque había podido tomar el control de la situación, la esencia de su humanidad parecía tambalearse.

Reina, mirando a Lynn desde el suelo, sintió que su mundo se desmoronaba.

—Eres como todos los demás... —murmuró, su voz llena de rencor—. Al final, solo eres otra monstruo.

Lynn apretó los dientes, pero en el fondo sabía que Reina tenía razón. Estaba siendo arrastrada hacia la oscuridad, y el monstruo dentro de ella comenzaba a emerger. En lugar de dejarse llevar por la rabia, sintió que era el momento de aferrarse a lo que quedaba de su humanidad.

—No soy como tú —replicó Lynn, tratando de hacerse oír por encima de sus propios demonios—. Estoy luchando por algo más grande. Por Lincoln.

Con una respiración profunda, Lynn dio un paso atrás, sintiendo el peso de sus acciones, la necesidad de no dejar que la oscuridad la consumiera. Sabía que el camino hacia la redención era complicado, pero en ese instante, eligió no convertirse en lo que odiaba.

Reina, aún en el suelo, sonrió con amargura.

—No puedes salvarlo. Ya perdiste —dijo, su voz quebrada, pero firme.

Lynn se dio la vuelta y, en lugar de seguir a la oscuridad, decidió regresar a donde Lincoln había comenzado a volver. Se prometió a sí misma que no dejaría que las acciones de Reina definieran su destino, ni el de Lincoln.

Lincoln, finalmente recuperado de la oscura prisión en la que Linkpy lo había mantenido cautivo, se encontró de pie frente a Lynn, su corazón latiendo con fuerza y una tormenta de emociones surgiendo en su interior. Sus ojos, que alguna vez fueron reflejo de esperanza y vida, ahora estaban marcados por la lucha interna y el peso del sufrimiento que había soportado.

—Lynn... —su voz era un susurro, como si cada palabra fuera un intento de liberar una carga que lo aplastaba—. Debes... debes matarme.

Las palabras colisionaron con la realidad, y Lynn sintió que su mundo se desmoronaba. Miró a Lincoln, al hombre que amaba, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó, su voz temblando. No podía entender la gravedad de su petición.

—Mientras yo viva, Linkpy también lo hará —continuó Lincoln, la angustia reflejada en su rostro—. No hay otra manera. Tienes que acabar con esto antes de que sea demasiado tarde.

La oscuridad que había consumido a Lincoln era una sombra peligrosa, y ella sabía que aún podía aferrarse a la esencia de lo que una vez había sido. Pero la idea de matarlo, de terminar con la vida de la persona que amaba, era una tortura en sí misma.

—¡No! —gritó Lynn, negando con la cabeza, como si pudiera deshacer la realidad con su rechazo—. No puedo hacer eso, Lincoln. Eres más que un monstruo. Eres... eres mi hermano, mi amor.

Lincoln se acercó un paso, la lucha en su interior evidente.

—¿Qué crees que soy ahora? —preguntó, la desesperación en su voz—. Linkpy está dentro de mí, alimentándose de mi dolor, de mi rabia. ¡Siempre volverá! Estoy atrapado entre el odio y la oscuridad, y solo hay una manera de liberar a todos de esto.

Lynn sintió que su corazón se rompía en mil pedazos. No podía imaginar un mundo sin Lincoln, sin su risa, sin su fuerza. El amor que sentía por él era un refugio en medio de la tormenta, y no podía permitir que ese amor se convirtiera en una trampa mortal.

—Escúchame —dijo, su voz suave pero firme—. No voy a dejar que hagas esto. Hay otra manera. Podemos luchar juntos. Puedes volver a ser Lincoln. El verdadero Lincoln, el que me enseñó lo que es el amor.

El silencio llenó el espacio entre ellos mientras Lincoln contemplaba las palabras de Lynn. Era un instante crucial, donde el pasado y el futuro se entrelazaban.

—No sé si puedo volver a ser quien era —confesó Lincoln, la vulnerabilidad fluyendo de su ser—. Cada vez que cierro los ojos, veo lo que he hecho. Las vidas que he destrozado. ¿Cómo puedo vivir con eso?

Lynn dio un paso adelante, extendiendo su mano hacia él, los dedos temblorosos, pero decididos.

—Porque no estás solo —dijo, su voz llena de convicción—. Te prometo que estaré a tu lado. Siempre. Juntos podemos enfrentarlo. Podemos encontrar una manera de hacer las paces con tu pasado y liberar a Linkpy de ti.

Lincoln sintió una chispa de esperanza a través del velo de su desesperación. La luz en los ojos de Lynn era un recordatorio de su humanidad, una conexión que desafiaba las sombras que lo rodeaban.

—¿Estás dispuesta a arriesgarte por mí? —preguntó, su voz un susurro quebrado.

—Siempre —respondió Lynn, su mirada intensa y decidida—. No permitiré que el odio te consuma. Te amo, Lincoln, y lucharé por ti.

Por un momento, el aire se sintió más ligero, y la tormenta dentro de Lincoln comenzó a calmarse. A pesar del terror que había experimentado, la posibilidad de redención brillaba ante él como un faro en la oscuridad.

Con el corazón palpitante, Lincoln dio un paso hacia adelante, hacia Lynn, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que podría haber una salida. No era un camino fácil, pero con Lynn a su lado, podría enfrentarse a la oscuridad y, quizás, encontrar la forma de silenciar a Linkpy de una vez por todas, no a través de la muerte, sino a través de la lucha por su propia humanidad.

—Entonces, lo haremos juntos —declaró Lincoln, su voz llena de resolución—. Pero necesitamos ser fuertes. No solo por nosotros, sino por todos los que hemos lastimado.

Lynn asintió, el amor brillando en sus ojos mientras unía sus manos con las de Lincoln. En ese instante, sellaron un pacto de esperanza, una promesa de luchar por un futuro donde la luz pudiera superar la oscuridad.

La adrenalina y las emociones que habían impulsado a Lynn para poder detener a Linkpy, ella finalmente comenzo a ceder, y la punzada aguda de su herida de bala en su abdomen la hizo caer de rodillas, dejándola sin aliento. Lincoln, aún temblando por la intensidad del momento, reaccionó de inmediato, sujetándola con firmeza por los brazos.

—¡Lynn! —dijo, su voz cargada de preocupación—. Tienes que aguantar.

Con determinación, la alzó en brazos, y sin mirar atrás, la llevó corriendo fuera del centro comercial. Sabía que el tiempo apremiaba. Apenas escuchó el sonido de una patrulla acercándose, aceleró el paso, dejando atrás el caos que habían desatado y a la agonizante Reina desangrándose en el suelo, si lo atrapaba la policia Lynn tardaria en recibir las atenciones que ella necesitaba.

Mientras Lincoln se alejaba con Lynn en sus brazos, Reina intentaba moverse, pero la fuerza se le escapaba con cada latido. La sangre se extendía en un charco oscuro a su alrededor. El dolor era insoportable, ella habia causado este tipo de dolor aa otras personas pero ella jamas habia sentido esto, pero lo que más la carcomía era la desesperación que sentía al ver cómo se desvanecía su única oportunidad de sobrevivir. Con cada segundo que pasaba, la certeza de su propia muerte se hacía más evidente, por mas que intentaba ponerse de pie no podia, la herida que le habia causado Lynn cumplio su cometido ellaa habia quedado paralizada, la rabia la mantenia firme en huir puede que en el paso se pueda encontrar a alguno de sus aliados que la podrian ayudar a llegar a un hospital.

Fue entonces cuando escuchó pasos acercándose. Su corazón dio un vuelco, y en un arrebato de esperanza pensó que finalmente alguien la ayudaría. Alzó la vista, y allí estaba él: el detective Rogers, quien la miraba con una mezcla de desprecio y odio contenido.

Rogers no dijo nada al principio, solo observó la figura debilitada de Reina, quien se retorcía en el suelo, tratando de detener la hemorragia, ella se mostro confiada al verlo, ella no tenia un arma y el detective si, sin problemas lo podria extorsionar para que la ayude, llevarla a un hospital para recibir las atenciones requeridas para su herida y puede que cuando ella se recupere volviera a intentar atacar a Lincoln pero esta vez se aseguraria de hacerlo sufrir mas de lo que el se podria imaginar. Con una expresión fría y calculadora, el detective finalmente rompió el silencio.

—¿Recuerdas a Michael y a Violet? —preguntó, su voz baja pero impregnada de una intensidad cortante—. Mis hijos.

Reina tragó saliva, incapaz de sostenerle la mirada. Sabía de quién hablaba, y aunque la desesperación la consumía, no podía negar la culpa que la envolvía como una sombra.

—A mi hija la secuestraste... —continuó Rogers, sus palabras pesadas como el plomo—. Hiciste que la violaran día y noche. Mi hijo... Michael fue a rescatarla. Tú le disparaste en la cabeza, sin piedad, sin dudar.

Reina intentó balbucear algo, pero los labios le temblaban. Sus recuerdos, borrosos por la herida y el miedo, la llevaron a esos días oscuros.

Rogers respiró hondo, sin desviar la vista, sus ojos llenos de un odio profundo que hacía que el aire se volviera insoportablemente denso.

—A mi hija le cortaste el cuello, Reina —dijo, acercándose más—. Mataste a mis hijos. ¿Por qué debería tenerte piedad?

Con una lentitud que solo intensificaba el terror de Reina, Rogers levantó el pie y lo colocó sobre la cabeza de ella, aplicando una presión firme. Reina gimió, el dolor se intensificaba, y en su desesperación comenzó a gritar, su voz desgarradora retumbando en el silencio del centro comercial.

—¡No quiero morir! ¡No quiero morir!

Pero Rogers no se inmutó, y con cada grito de ella, parecía hundirse aún más en la fría determinación de hacerle pagar por el sufrimiento que había causado.

-Adios, maldita...

https://youtu.be/KWEu5ptLlYI

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